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Nuevas experiencias - 3

en Grandes Series

2

Pasaron algunos días, casi una semana y el jueves siguiente, por la tarde, me llamó Nico al móvil.

        —Hola cielo —le dije al ver que era él. Me gustaba que me llamara al trabajo.

—Hoy salías pronto, ¿no? —me preguntó.

—Sí, en cuanto pueda me voy. Aquí está el ambiente raro y no quiero que me cuelguen ningún trabajo de más.

—Vente ya…

—Como si fuera tan fácil. ¿Qué pasa?

—Es una sorpresa…

—¿Una sorpresa? —indagué. Me encantaba que mi novio me sorprendiera.

—Una sorpresa que espero que te guste. Y que te ponga cachonda —añadió casi de corrido.

—¿Cachonda? —le dije bajando el tono de voz y acercándome al auricular.

—Espero que sí…

—Sabes que cuando haces esto me pones a tope, ¿no?

—Eso pretendo.

—Dime algo…

—No… solo que espero que te guste.

—¿Qué estás tramando?

—Tiene que ver con follar…

—Me gusta la idea… —le dije de nuevo bajando la voz y volviéndome para que mis compañeros no me escucharan.

—Con follar… Posiblemente, y si tú quieres, mucho.

—Eres bobo… Pero me estás poniendo a cien.

—Me gusta…

—¿Cuánto vamos a follar? —susurré muy bajito.

—Tú ven cuanto antes. —Me dijo tras unos segundos en silencio—. Te quiero.

—Y yo a ti.

Apreté el icono para cortar la conversación. Respiré hondo y miré el reloj. Eran todavía las seis menos cuarto. Algo pronto para largarme sin más, pero me apetecía mucho llegar a casa y follar con mi chico esa tarde. Me retoqué un poco el pelo y me abaniqué con disimulo moviendo una carpeta con varios folios en su interior.

A la mierda, me dije. Hay muchas tardes que me quedo hasta las nueve de la noche para hacer el trabajo de otros que se piran en cuanto pueden. Me voy. Y sin decir nada a nadie, para no llamar la atención, cogí mi bolso, la chaqueta y salí camino del aparcamiento a por mi coche.

Tardé una media hora en llegar a mi casa. Cuanto más tráfico veía, más me calentaba pensando en Nico esperándome para follar. Me había puesto muy cachonda y tenía verdaderas ganas de entrar en casa. De hecho, estaba pensando en alguna maldad añadida a nuestras fantasías, pero no lograba dar con una verdaderamente audaz y atrevida.

Llegué a casa, aparqué el coche en una de nuestras dos plazas y subí todo lo rápido que pude por el ascensor. Abrí la puerta.

—Ya estoy en casa… —dije con una voz entre cantarina y pícara.

—Estoy en nuestro dormitorio, sube.

Dejé el bolso de cualquier manera en una silla del salón y subí las escaleras desabotonándome la blusa. A la entrada del dormitorio me quité los zapatos y entré descalza, con la blusa abierta y sofocada del calentón que me invadía.

Me quedé extrañada. Allí estaba Nico, de pie, delante de varios modelitos estirados en nuestra cama. Él, sonreía divertido al verme. 

—Hola preciosa. —Se acercó y me besó en la boca.

—¿Qué es esto? —señalé a los tres vestidos extendidos.

Eran de verano. Uno estampado de flores, muy veraniego, otro negro más de fiesta y el tercero de color blanco tirando a hueso y que dejaba los hombros al descubierto.

—Son para ti. Como no sabía cuál era el que más te gustaría, he pedido todos. Se pueden devolver, pero me ha costado mucho elegir, con lo que si fallo en los tres, me daré cuenta de que no sé comprarte nada.

Noté a Nico nervioso. Hablaba algo más rápido de lo habitual y gesticulaba de forma un tanto extraña.

—¿Has bebido?

—No, no… De verdad —sonrió con ese punto de nerviosismo—. Es que no sé si he acertado.

Miré los vestidos. Cogí el negro. Era muy típico, un básico de punto, de fiesta y ajustado, con mangas tres cuartos, sin apenas adornos ni nada más allá que un pequeño detalle a la altura del canalillo, en un escote tipo barco. En la espalda, los tirantes se cruzaban y dejaban mucho a la vista, pero no era feo, aunque no me imaginaba la ocasión para ponérmelo. Desde luego, en una cena familiar, no. Y para trabajar, tampoco. La talla era la correcta y tan solo le vi un poco largos los tirantes de los hombros, pero eso se podía arreglar. Con un buen taconazo, algún broche o un collar llamativo, era ponible en alguna fiesta de nochevieja, pensé para mí.

El de color hueso me gustó menos. Era muy normalito, con los hombros al aire, escote recto, falda corta y con un ligero vuelo. Ajustado en el vientre y con mangas largas y acampanadas al final. Tenía un ajustador de borlas en el pecho para adecuar la presión a las tetas. El color, además, no me favorecía. Lo deseché de inmediato.

El tercero, el estampado, me gustó mucho, la verdad. Era veraniego, ligero, floral de varios colores, algunos muy vivos. Ajustado como los otros dos y también tenía manga ligeramente acampanada. La verdad es que me pareció bonito, que pegaba con mi estilo, pero algo llamativo y solo ponible si estás muy morena, me dije. También dejaba mucha espalda al aire, tanto que sería casi imposible llevar sujetador. Tenía un buen escote en V que dejaría ver los laterales de los pechos sin demasiado problema. Quizá para una discoteca en verano en la playa, me dije. Pero bastante atrevido, sin duda.

Miré a Nico extrañada.

—¿Qué hago con ellos?

—Ya que estás casi desvestida, ponte el que más te guste. El resto, los guardas y decides qué hacer con ellos luego. —Se miró el reloj—. Tienes unos veinte minutos. No más.

—¿Veinte minutos para qué?

—Para empezar a follar si quieres, preciosa. Te espero abajo.

Y me dejó en el dormitorio, saliendo él. Escuché cómo bajaba los escalones de la casa y se iba al salón. Bueno, me dije, habrá que ponerse algo para luego desvestirme. Querrá hacerlo allí. Por mí, sin problema. Terminé de quitarme la blusa y el pantalón que había llevado ese día al trabajo. Yo vestía moderna, incluso una pizca atrevida, pero sin pasarme. Y menos en el trabajo, que aunque era una agencia de publicidad, los que trabajaban, no se distinguían por su extrema elegancia; la mitad de los creativos nuevos parecían más bien una mezcla entre Kurt Cobain y Che Guevara. Otros, los más típicos, y que eran la generalidad, vestían normal y corriente, con pocos alardes y concesiones a la galería, y luego estaban los elegantemente gays, pero con ese toque exagerado, habitual en ellos. Con lo que, a pesar de considerarme como una chica con buen gusto, ese día no pasaba de una blusa una chaqueta ajustada a la cintura y un pantalón. El de hoy, vaquero entallado, tobillero y con los consabidos rotos que estaban a la moda. 

        Me decidí por el vestido estampado y floral. Era muy ligero, de Zara. Me sonaba que estaba a la venta en su web, pero hacía dos o tres días que no entraba, debido a la carga de trabajo que últimamente teníamos, por lo que no estaba totalmente segura.

        Una vez elegido lo que me iba a poner, me desvestí por completo, me duché en apenas tres minutos, sin mojarme el pelo y acuciada por las prisas de mi novio. Me sequé y me puse el vestido delante del enorme espejo que tenía al lado de mi armario. En efecto, no permitía llevar sujetador, pero no me importó, a fin de cuentas, íbamos a follar, con lo que de llevarlo, me lo quitaría enseguida. Me cuidé de no rasgar ni dañar la etiqueta por si lo devolvía a los días siguientes. Un polvo es un polvo, pero este vestido, pues sinceramente, pensé, salvo en una fiesta en Marbella, Saint-Tropez, Ibiza o en un crucero en Cerdeña, pues no me lo veía puesto.

        Me observé en el espejo. Me sentaba bien. Yo usaba una 36, media uno sesenta y ocho y tenía el vientre plano y firme. Bueno, y un buen culo, también, que cuando llevo un vaquero o un pantalón ceñido, los hombres se vuelven a mirarlo. Me costaba mis buenas horas de gimnasio y de cuidarme comiendo siempre con atención. Me giré para verme la espalda y me pasé las manos por las caderas. Todavía me faltaba algo de color. Estábamos a principio de junio y no había tenido tiempo aún de tomar un poco el sol. Solo un par de sesiones de rayos uva me daban un ligero moreno.

Miré el reloj. Me quedaban apenas diez minutos de los que me había dicho Nico. No es que me preocupara llegar algún minuto más tarde. Casi mejor, sonreí con malicia. Pero en mi contra, jugaba que yo tenía también muchas ganas de follar, con lo que no me interesaba demorarme más allá de lo que me había dicho.

Busqué un collar y una pulsera. El collar no podía ser muy llamativo porque ya tenía suficientemente con el vestido y el escote que dejaba ver los redondeces de mis tetas y el canalillo.

Afortunadamente, el vestido se ajustaba abrochándose cruzando uno de los laterales con lo que era fácil de poner. Hacía un efecto de asimetría en el largo, tanto de frente como por detrás. Me llegaba a la mitad del muslo, y aunque lo estiré un poco, no pasaba de allí. Atrevido, corroboré para mí, pero sentaba bien. Decidí que no me pondría collar. Ya llamaba suficientemente la atención en esa parte. Busqué una pulsera y unas sandalias de tacón bastante alto. Le pegaban al vestido, sin duda. Lo malo era que solo las tenía negras o de color maquillaje. Y ninguno eran los que mejor le iban. Me decidí por los negros que a fin de cuentas, van con todo.

No me retoqué los ojos, ni la ligera sombra que llevaba. Los tengo castaños claros, del color de la miel, más o menos y en verano, será por el sol, me salen algunos reflejos y detalles ligeramente verdosos. Me gustan, y sé que son bonitos.

Bajé la escalera atusándome el pelo. Me lo acababa de cortar en una media melena midi, con alguna ondulación, que me caía hasta un poco por debajo de mis hombros. Fue una idea de mi peluquero, un gay de los más afeminado que he visto, pero hablador y cotilla como la peor de las marujas. Muy simpático y gracioso si no eres su enemigo ni blanco de sus críticas. Yo soy castaña oscura, pero en verano me suelo aclarar un poco el pelo, aunque bastante lejos de parecer rubia.

El sonido de los tacones me anunció cuando bajaba las escaleras. Mi novio estaba de pie, en medio el salón, y seguía con esa mirada un tanto nerviosa y extraña.

—Estás magnífica —se acercó y me dio un ligero piquito en los labios.

—¿Se puede saber de qué va esto? ¿Me tengo que poner un vestido nuevo para follar? ¿No sería más fácil irnos a la cama como siempre? —le dije divertida y con un claro aspaviento de sorpresa.

—Deja que te vea.

Me cogió una mano y me hizo girar por completo dando una vuelta sobre mí misma.

—Espectacular… Tengo una novia que es un bellezón.

—Bueno, dime, que me tienes a cien… ¿De qué se trata? —le dije acercándome a él hasta que mis tetas lo rozaron.

Tragó saliva. Estaba nervioso de verdad y yo no entendía qué se proponía.

—A ver cómo te lo explico —se detuvo un instante, para después de carrerilla, soltármelo—. Va a venir un tío. Un escort parecido a esos que lleváis en la cuenta de la agencia.

—¿Cómo? —le dije con los ojos abiertos como balones de playa.

—Escucha… —me hizo un gesto con las manos—… El otro día me dijiste que querías… follar —bajó la voz un poco al pronunciar la palabra— con uno de ellos…

—Pero estábamos con nuestro juego… —protesté—. No hablaba en serio, cielo.

—Calma… espera que termine. Él va a venir, esta ya contratado, con lo que no hay remedio ni vuelta atrás. Tienes dos horas y puedes hacer lo que tú quieras. Si no te apetece, pues nada. Charláis un rato, se toma una copa y punto. Y si quieres… —hizo un gesto de entrega.

—¿Cómo que si quiero…? ¿No estarás diciendo que…?

—Exactamente. Me refiero a que te lo folles si quieres o te apetece. Tú eliges. No hay problema por mi parte. Ni reproches, ni molestia. Es una experiencia que a los dos nos pone y he decidido que lo pruebes si lo deseas. No te enfades conmigo, preciosa. Está en tus manos. Tanto si decides que sí, como si decides que no. Yo asumo ambas cosas.

—Pero esto es una locura… Yo venía a follar contigo.

—Ya… Y si quieres follarás con él. Y conmigo luego, si te apetece. O a la vez, o como tú lo plantees.

—Escucha, Nico… no quiero estar con nadie más que contigo. Lo del otro día, como todas las otras veces, es un juego, una fantasía que nos pone, nos gusta y nada más. No significa que me quiera tirar al alguien, de verdad —intentaba explicarle que aquello que me proponía, o mejor dicho me ofrecía, era una completa estupidez—. No voy a hacer nada con él. Ya puedes decirle que se vaya.

Se miró el reloj e hizo un gesto de impotencia.

—No puedo. Ya es imposible. Te dije veinte minutos…

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

—¿No será él? —pregunté asustada

Mi novio movió la cabeza afirmativamente, cogió su americana y se fue a abrir.

—Nico, para por favor, que esto me empieza a poner nerviosa…

Pero él siguió hasta la puerta. La abrió y escuché que saludaba a alguien.

—Hola Jorge. Pasa.

—¿Qué tal Nico?

«¿Se conocían?» Mi asombro era gigantesco.

—Bien, ¿y tú?

—También. Un poco complicado llegar aquí. El navegador se ha liado con un par de rotondas.

—Sí, no es fácil. El camino hasta el salón es bastante menos complicado.

Ambos rieron. Yo no salía de mi asombro, pero estaba paralizada. Me daba mucha vergüenza salir. Incluso, por un momento, pensé que era un actor y que todo era una broma para ponernos cachondos, y que finalmente no llegaríamos a nada más que a reírnos y yo a darle una sonora colleja por hacérmelo pasar así de mal.

La puerta se cerró y escuché pasos. Pero ya ninguna voz. Yo estaba allí, en medio de nuestro salón y con el corazón a mil. Por un lado, cachonda y dispuesta a follar con mi novio, que para eso había salido pronto del trabajo. Por otra, Nico, me ofrecía un gigolo durante dos horas para hacer lo que yo quisiera, sin ningún tipo de consecuencia.

De pronto vi a un hombre de alrededor de uno ochenta en la entrada de mi salón. Muy guapo, ancho de espaldas, rubio de ojos azules, piel morena, sonrisa franca y vestido con vaqueros de verano, zapatillas de moda, americana ligera de color azul prusia y una camiseta blanca. Una ligera barba rubia de dos días le perfilaba el mentón y ensombrecía ligeramente las mejillas.  

—¿Mamen? Hola, soy Jorge —Y se acercó a mi dándome dos besos a los que respondí como una verdadera autómata—. Eres muy guapa, sinceramente. Mucho.