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Solo la puntita

en Orgías

SOLO LA PUNTITA

Sácala, ya sácala, ¡ay! pero sácala, bestia que me quema, ¡ay!, tu me prometiste meterme solo la puntita, ¡ay! Peccatum, consummatum est.

Ya hueón, di la verdad, no te creo que te haigas enculau a la doña, a la mujer de cónsul p’ hueón.

Franco cuñau, ¿entonces por que crees que manda recogerme para que me lleven a su casa?

Bueno, por que la tía es buena gente y te da tu propina por hacerle la limpieza.

Mañuco, que pronto tendrá que abandonar el orfanato por límite de edad, estaba fanfarroneando ante sus tres amigos, acerca de sus fantasiosas aventuras sexuales, precisamente conmigo que presido un comité de damas que brinda apoyo filantrópico a esa institución benéfica.

Bernabé, Pepo y Rober, lo escuchaban incrédulos pero invadidos por una erógena excitación, se ponían muy cachondos con solo imaginar que pudiese haber una pizca de verdad en la fabulosa historia creada por Mañuco. Sobre todo en el caso particular de estos muchachos, todos ellos adolescentes con las hormonas en ebullición y con libertad restringida, después de haber sido niños libertinos de la calle, acostumbrados a todo tipo de desenfreno: sexo, drogas y dinero mal habido, entre otras desviaciones del comportamiento.

La absorta audiencia estaba compuesta por los tres mas avezados internos del orfanato. Bernabé un musculoso mulato que planeaba debutar como boxeador profesional de un momento a otro; Pepo el mas buenmozo del grupo que aspiraba a ser algún día gigoló de "alto vuelo" y Rober cuya principal inclinación era el robo y todo lo relacionado a delitos afines; lógicamente sus aspiraciones eran guardadas en secreto, aparentando ante Sor María Gracia, la estricta madre superiora de la institución, un falso espíritu de enmienda, a diferencia de la mayoría de los jóvenes internos que habían optado sinceramente, por el buen camino.

En ese entonces me encontraba completamente al margen de tales patrañas, ni siquiera imaginaba ser la musa inspiradora de tan férvidas fantasías sexuales de este grupete de huérfanos.

En el orfanato me conocen como Doña Inés, tengo casi cincuenta años, luzco un físico exuberante y muy bien formado, aún conservo una tersa y nacarada piel que resalta la sensualidad de mi figura; estoy casada con un acaudalado diplomático, bastante mayor que yo y de conducta muy conservadora. Ocupo mi tiempo libre en obras altruistas, aprovechando la vocación filantrópica de mi siempre atareado esposo.

La alta dirección del orfanato organizó, un peregrinaje a un popular santuario, ubicada en las afueras de la ciudad. El retiro se llevaría a cabo durante los tres días centrales de semana santa, con la concurrencia de autoridades e internos, aprovechando las instalaciones del albergue, en las cercanías de la milagrosa gruta.

Rober, se encargó de sustraer el documento en el que la institución benéfica intentaba participarme aquel acontecimiento y lo sustituyó por otro de idéntica apariencia pero con diferente contenido. En el documento fraguado se me participó una misa de cuerpo presente para el día viernes santo, a las diez de la mañana, en el local del orfanato. Para aquella oportunidad los tres malandrines habían fingido una severa colitis, logrando ser exonerados de la sacra excursión.

Por costumbre, el mismo viernes antes de partir, traté de comunicarme con la madre superiora para confirmarle mi asistencia, pero al no lograr comunicación, dejé un mensaje gravado en su celular. Al llegar, le pedí al chofer que no regresara a recogerme y que pusiera la limusina al servicio del consulado.

En la garita de control me esperaban, Rober vistiendo el uniforme de la vigilancia y Bernabé con el vestuario veraniego del albergue. El mulato me informó que Sor María Gracia me esperaba en su oficina, a fin de coordinar detalles y que él me acompañaría. Al llegar a la puerta de la dirección, noté la presencia de Rober que había venido siguiéndonos a corta distancia y lo inaudito del caso fue que al ingresar al despacho, me di con la sorpresa que en lugar de la madre superiora estaba sentado Pepo, vestido con habito de monja, muy plácido, lucía una amplia sonrisa; tenía una botella de licor en una mano, y la oficina estaba impregnada del inconfundible olor a marihuana. Antes que pudiese reaccionar, un sonoro portazo me anunció un arribo sin retorno. Los tres libertinos ya me tenían rodeada y completamente atemorizada. Enmudecí, me sentí presa de pánico y luego un sonidito acuoso delató mi turbación, un chorro de orina había descendido por entre mis piernas, formando un charco sobre el que me encontraba parada.

Ya oye, tú que tienes una bocaza que parece aspiradora, sécala a la doña, no vaya a ser que se nos resfríe. -Le dijo Pepo a Bernabé.

No por favor les suplico, no me hagan ningún daño, les prometo que nadie sabrá nada de esto y les daré la recompensa que me pidan si me dejan ahora mismo en libertad.

Mira tía, entiende las reglas de una vez, por cada palabra que digas te va ha caer un palmetazo en el poto calato y si te resistes, nos vas a obligar a inmovilizarte en forma dolorosa, ya sabes, tú escoge como prefieres. -Me amenazó Pepo, tomando su rol en serio.

Se me acercó Pepo por detrás y con gran flema procedió a desabrochar y bajar el cierre de mi faldita, luego de un tirón me la puso en los tobillos. No pude contener un grito que me salió del alma, una combinación de indignación, pudor, miedo y otras indefinibles sensaciones me invadieron.

¡No, no, eso no! -Le grité.

Ya pe hueón, métele tres palazos en el culo, para que la tía sepa que no estamos jugando. -Exigió Bernabé a Pepo.

Ya tía perdiste, ahora colócate en posición, te quiero ver inclinadita sobre el respaldo del sofá, ya carajo ponte en ángulo recto de una buena vez. -Me ordenó Pepo.

Y tomándome fuertemente de un brazo me puso en la postura que me había indicado. Yo me moría de vergüenza, tenía las nalgas casi al descubierto, mi braguita francesa de encaje tenía esa característica, que en este caso jugaba en mi contra, al igual que mi portaligas y mis seductoras medias de nylon negras.

Mira cuñao ¡que tal ojetazo se maneja la doña!, ese culo tiene unos cachetes de puta madre, mira ve, ya me estoy armando. -Dijo Bernabé muy emocionado.

Yara zambo, todavía no le enseñes la pegada, ¿acaso quieres asustarnos a la tía? -Recomendó Rober con preocupación.

Simultáneamente recibía tres fuertes palmetazos en las nalgas, las que se me empinaron de dolor en cada oportunidad, para regocijo de mi agresor, quien continuaba caracterizado de monja. Como sanción adicional, me obligó por la fuerza, a beber uno cuantos sorbos de licor corriente y a dar varias bocanadas del pitillo de marihuana, del que todos fumaban por turnos.

Déjenme que le pruebe su pichita a la doña, ésta si que es una buena hembra. -Dijo el mulato.

Al instante, se hincó de rodillas detrás de mí, lengüeteando y chupando ruidosamente la parte interna de mis muslos, con mayor deleite precisamente allí donde había mayor concentración de orina y simultáneamente me presionaba el ano con los dedos. Estas resultaban para mí sensaciones desconocidas y a la vez desconcertantes, nadie jamás me había hecho esas cosas y las únicas experiencias anales de mi vida, habían sido solamente masturbatorias.

Bernabé desde su posición, ya tenía entre los dedos mi prenda íntima y la deslizaba hacia abajo tirando del elástico, con lo que dejaba completamente al descubierto lo más recóndito de mi humanidad. Rober presuroso se esforzaba por descubrirme de la cintura para arriba, hasta dejar mis senos colgando sobre el sofá, luego recostó la cabeza en el respaldo, con la cara hacia arriba y disfrutó amasándome los senos y mamándome los pezones cómodamente instalado.

Pepo le ganó mi ano a Bernabé, quien tuvo que seguir lamiendo por las inmediaciones, mientras el mas vivo me comía el trasero con la boca, yo completamente dominada por mis agresores, me limitaba desconcertada a registrar mis nuevas sensaciones sin pronunciar palabra, pues estaba terminantemente prohibida de hablar so pena de recibir inclemente castigo.

A pesar de la múltiple incitación, yo me resistía tenazmente al goce sensual, si me estaba lubricando los genitales y tenía el clítoris en evidente erección, se debía únicamente a una reacción orgánica como respuesta a estímulos mecánicos, pero de ninguna manera atribuible a un disfrute de soterrada complicidad ¿Como una gran dama como yo, podría gozar de tan reprobable acto de barbarie?

A la tía ya le han dado por el chico, lo tiene bien flojito, cede hasta cuando le empujo la lengua. -Les comentó Pepo para mi vergüenza.

Si, y ya está bien arrecha, con la mamada se le han puesto duros los pezones. -Anunciaba orgullosamente Rober.

Por acá ya está pidiendo guerra la tía, ya tiene la cresta dura y le está chorreando jugo de la concha. -Dijo el mulato después de estamparme la bemba entre las piernas y succionarme el clítoris.

Sentía que, tanto el licor como, la marihuana que me habían obligado a consumir, estaban dando resultados ó sería talvez, el nunca antes experimentado estimulo múltiple que venía recibiendo; pero es el caso que la agresión me estaba pareciendo cada vez menos lacerante y en cambio progresivamente tenía mayor dificultad para controlar los traidores efectos. Notaba con preocupación que mi indeseado estado de excitación, estaba superponiéndose largamente a mi decencia y recato.

Rober se incorpora, se baja el pantalón, pone ante mis ojos una erección que jamás había visto en persona, luego me coloca la punta de su respingado miembro entre los labios y me exonera de culpa al ordenarme que se la chupe. Yo inicié la succión tímidamente, pero él se encargó de dar la profundidad y cadencia con sus acompasadas arremetidas, obligándome a registrar sus dimensiones y rigidez. Los otros dos habían logrado acomodarse entre mis piernas y venían trabajándome oralmente ambos orificios y no dudo, estaban verificando los lúbricos efectos de mi inducida participación.

Bernabé por turnos, succionaba mi abultado clítoris y luego me metía la lengua en el orificio vulvario, Pepo se daba un banquete con mi trasero, ambos demostraban ser muy experimentados y estaban logrando vencer mis resistencias, un monumental orgasmo se abría paso, ya no me dejaba escapatoria, fui incapaz de acallar un prolongado gemido que sonó desgarrador, ese fue el anuncio de mi desquiciamiento, empecé a sacudirme en forma frenética. No pude menos que ponerme a llorar ante mi claudicación, los estertores del orgasmo que se me venía eran más poderosos que mi decencia y que mi voluntad, Mis contracciones anales me dejaban al descubierto, mi agitada respiración y mis incontenibles gemidos ponían en evidencia mi abierta disposición al gozo, era imposible seguir ocultando una verdad que se desbloqueaba por si sola y que ya resultaba inocultable.

Ahora si me sentía gobernada por la lujuria y empecé a sacudirme con insolencia y descaro, en ese momento ya no me importaba nada que no fuese mi placer sexual, un placer del que, en esa intensidad, me había visto privada durante toda mi vida, un placer que solo había existido en mi imaginación y que ahora se estaba convirtiendo en realidad.

Después de gozar como una demente el profuso orgasmo, como nunca antes lo había disfrutado, me sentí muy avergonzada por mi desenfreno y les pedí a los muchachos que no me mirasen a la cara, quería disimular el goce que lejos de aplacarme la excitación, había despertado en mí una voracidad desbocada. La sentía dibujada en una insana expresión, que pretendía ocultarles.

Te ha dado vergüenza tía, ¿Quieres esconderte?, bueno pues, ven y ocúltate bajo mi regazo. -Dijo Pepo levantándose la sotana y guiando mi cabeza con las manos, hasta ponerla entre sus piernas, luego bajó el vuelo del hábito y mi rostro quedó oculto entre los lienzos.

La punta de su erecto miembro me buscaba la boca, Pepo que no llevaba puesta ropa interior y que ostentaba una prominente erección, trataba de embocar regulando la altura mediante la flexión de sus rodillas, al sentirme protegida de las miradas, no tuve reparo en ayudarlo a lograr su cometido y me inserté el erecto mimbro en la cavidad oral, por iniciativa propia, a sabiendas que eso significaba otorgarles un salvoconducto para el desbande general. Mas aún encontrándome a cuatro patas y con el trasero descubierto, fuera de la protección de los lienzos. Rober comprueba la relajación de mi músculo anal de cierre, me encañona por el culo y empuja sin compasión, dejándome abotonada a la primera y procediendo luego a la total penetración. El calor natural y la contextura de un falo verídico, me produjo una insospechada sensación de bienestar, nunca antes había tenido un verdadero miembro viril por ese conducto, el estímulo producido por expansión anal me resultó por demás gratificante, más aún secundado por una suculenta estimulación oral que Bernabé, tendido sobre la alfombra, me venía dando en los genitales. No era para menos los efectos resultaban absolutamente irrefrenables.

Mira a la doña que rico me menea el culo. -Dijo Rober, haciéndome tomar conciencia de mis actos y obligándome a reconocer que efectivamente, para mi asombro y vergüenza, me encontraba en plena danza erótica.

Yo creo que Mañuco no nos ha cuenteado, se nota que a la ñora le encanta tener su buena pieza adentro. -Comentario que en ese momento no logré interpretar en exacta medida, dado mi estado de inminente éxtasis.

Ambos trataban inútilmente de concertar sur movimientos, pero el severo estado de engolosinamiento lo impedía, tuve que ser yo quién con enérgicos sacudones de caderas pude darles la cadencia adecuada, reiniciando luego rítmicas pero vigorosas rotaciones de cintura que lograban elevar al máximo nuestro férvido estado de apetencia carnal. Un nuevo orgasmo se me venía incontenible, la múltiple estimulación erógena, lo prohibido de la circunstancia, el vigor, dimensiones y entusiasmo de los jóvenes miembros viriles que me tenían ensartada y la denigrante forma en que venía siendo tratada, hacían de la situación mas que lujuriosa, me sentía en una condición muy próxima al de una perra y como tal quería gozar con todos los perros disponibles en ese momento. El furor pasional iba en aumento el traqueteo de un mete y saca interminable se hacía cada vez mas vigoroso y estimulante, gritos de placer en todas las tonalidades se dejaban sentir, nadie estaba en condiciones de concertarlos, varios orgasmos estaban viniendo juntos y yo sacudía el trasero demencialmente, hasta que por fin los fluidos del placer me inundaron las dos embocaduras, yo correspondí con entusiasmo el agasajo, estrechando calurosamente a mis instrumentos de placer. Con enérgicas contracciones del esfínter anal, le manifestaba a Rober mi agradecimiento por el goce recibido, a Pepo que me había llenado la boca de semen, le demostré que me había parecido delicioso y Bernabé que me saboreó hasta dejarme limpia, pudo notar mi gran satisfacción, constatando mis pulsaciones vulvarias que se esforzaban por expresar su gratitud.

La temperatura del ambiente se había elevado demasiado y resultaba insoportable, Bernabé y Rober ya estaban completamente desnudos, pero yo me sofocaba con la cabeza metida bajo la sotana de Pepo, además ya había perdido el pudor y la vergüenza y no necesitaba seguir ocultándome. Arriesgándome a otra paliza, le pedí a Pepo que se despojara del hábito. Accedió a mi pedido, pero lejos de perdonarme el castigo, se deleitó propinándome una severa punición escarmentadora.

Pepo ya desnudo se aprestaba a conectarme nuevamente por la boca y Bernabé tendido sobre la tupida alfombra, seguía acaramelado con la cabeza metida entre mis piernas. La posición en que se encontraba, dejaba ante mis ojos su inmenso miembro negro en estado de férrea erección, al verlo por primera vez, quedé muy perturbada, solo había visto algo similar en Internet, en una oportunidad que no pude evitar la tentación de masturbarme. Desatendí a los demás y quitándole al mulato su manjar de los labios, me levanté nerviosamente y me coloque en posición de cabalgar. Abriendo con los dedos los labios de mi intimidad, traté de abarcar con mi "sonrisa vertical", todo el calibre de la enorme cabeza, lo que parecía imposible. El negro dirigió su miembro con la mano y engarzó, yo me deslicé hacia abajo, entre gritos desgarradores, no de dolor sino de placer, hasta sentir sus testículos apretados contra mis nalgas. Inmediatamente el miembro del mulato se contorsionó ágilmente al tope de mi dilatada y rebosante vulva, mientras tanto Rober que se había apropiado de mi trasero, acuclillado a horcajadas detrás de mí, luego de acomodarme, ya me tenía conectada por el ano nuevamente. Yo cabalgaba rabiosamente sobre Bernabé y ambos aprovechaban la frenética fricción, mientras tanto Pepo, a quién le estaba dando una efusiva mamada, completaba el triplete. Los cuatro amancebados, nos sacudíamos como posesos.

Un ruido hecho por alguna persona nos detuvo, algo así como un tropezón. Grande fue nuestra sorpresa al constatar que se trataba de sor María Gracia que había regresado al albergue inquieta por el mensaje que le dejé en su celular, nos había estado observando durante largo rato. En ese momento me resultó difícil comprender como una persona de su capacidad, pudo cometer un error tan elemental, como el de evidenciar su presencia en circunstancias sumamente riesgosas.

Ya nos cagamos, es la madre superiora. -Dijo Rober.

No hay que dejarla escapar, anda tú Pepo que eres su engreído, y ve como la dominas. -Recomendó Bernabé.

Pepo dejó su placentero emplazamiento y velozmente acudió a la caza de sor María Gracia, logrando alcanzarla en el lobby contiguo. La capturó de un salto felino, juntos cayeron sobre un gran diván de cuero. Él quedó montado sobre el cuerpo estático de la religiosa.

Pepo cuidado con lo que haces. Te has metido en un aprieto. Te exijo respeto, no olvides que has sido como a un hijo para mí.

Shshshshshshiiiiiiiiiii, cállese madrecita, yo no quiero hacerle nada, pero que ellos no se den cuenta. Son unos enfermos y le pueden hacer daño. Ya no tienen nada que perder, después de ésta nos vamos a fugar los tres.

Pero muchacho respétame, estás montado encima de mí, desnudo y en un estado de excitación salvaje. Hazlo aunque sea por mis años, puedo ser más que tu madre. -Dijo la sor bajando los pies del diván.

Si madre, pero usted explíqueme ahora ¿como es que tiene el calzón en el tobillo? -Le susurró Pepo al oído.

Ya Pepo no me avergüences más, no quiero que me repitas esa pregunta, por lo menos ten piedad de mis consagrados hábitos.

Bueno madrecita, pero déjeme esconderlo para que los otros muchachos no lo vean.

¡Pero madre, si lo tiene empapado! -Dijo al intentar sacarlo.

Uuuuyyyyyyyyyy ¡Madrecita, que rico le huele el sexo! –Añadió, luego de llevarse la prenda íntima a la cara y olfatearla extasiado.

P, pe, pe, pero hijo, debes comprender que las religiosas no somos de piedra, no me juzgues con tanto rigor.

El nerviosismo y desasosiego de sor María Gracia ya eran evidentes. Sus pechos saltaban agitadamente al compás de su respiración, tal vez empezaba a imaginar el pecaminoso desenlace.

Pero madrecita, si se la meto ahora la culpa no sería suya. Por favor, déjeme ponérsela aunque sea por encimita. -Simultáneamente a sus palabras, subió la mano por entre las piernas de la monja, hasta tocarle la intimidad y constatar su excitación.

Niño, ¿que me estas haciendo?, no seas insolente, como osas tocarme en esa forma.

Madre no sea malita, usted también está quemando, afloje aunque sea un poquito, ¿si?, se lo prometo, déjeme meterle solo la puntita y nada mas. -Mientras le hablaba, no dejaba de acariciarle el erecto cuerpecillo clitorial.

¡No!, estás loco, no, no, no, hijo mío no, NO, NO, NO. -Pepo no se detenía, seguía levantándole el vuelo del hábito, hasta dejar a la vista la frondosa mata pélvica de la excitada monjita, su rebose era caudaloso y le chorreaba por entre las piernas, que no las había juntado a pesar de su negativa.

Si madrecita, déjese poner la cabecita ¿si?, ya pues, aflójese un poquito. -Le suplicaba, al tiempo que se iba colocando en posición.

Pero Pepo, Pepo por favor, tienes que prometerme que será solo la puntita, que solo me pondrás el cabezón en el orificio, sin meterlo.

¡Ay!, pero despacito, júrame que me lo harás despacito. -Aún indecisa, separaba ligeramente los muslos, allanándose a los ruegos.

Pepo la empitona gracias al momento de debilidad y aprovecha la soterrada complicidad de la religiosa. La promesa fue quebrantada al instante, resultó imposible evitar la penetración. La cavidad genital de sor María Gracia estaba tan ávida, que lejos de ofrecer alguna resistencia, involuntariamente engulló el erecto miembro que resbaló fácilmente hasta el tope, debido a la pronunciada dilatación vaginal y a la gran descarga de lubricación acumulada en el orificio de entrada. La monjita con sus continuos ayes se encargó de mantener el gran enigma ¿Estaría gozando ó sufriendo aquellos embates?, se preguntarían los demás, solo ellos dos conocían la verdad, hasta ese momento.

Pepo, Pepo muchacho del demonio, saca, ¡ay! saca, saca ya, ¡ay! sácamela que me quema, cumple tu palabra.

Madrecita, perdón pero se le ha escurrido sin querer, es que estaba tan mojadita, ¡ay!, pero que rica está, la siento calientita.

¡Ay! Pepo, solo el cabezón, ¡ay!, tu me prometiste que solo meterías el cabezón, ¡ay!, y ya me la has clavado completita.

¡Ay!, maldito, maldito que me haces, ¡ay!, sácame el dedo, ¡ay!, sácame el dedo del culo, y deja, ¡ay!, deja de menearte en esa forma endemoniada.

Madre, pero madrecita, usted también está moviendo el culo bien rico.

Pero animal, ¡ay!, es que me quema, ¡ay!, es que no comprendes que me quema, animal, ¡ay, ha, ha, ay, ho, ay, no, no, si, si!, ¡ay, ay!, maldito sacrílego, te vas a condenar si sigues fornicándome en esa forma tan salvaje. Ay, ay, ay, ay , ay.

¿Que haces criatura?, ¡no!, ya no te salgas, ¡ay!, el pecado ya ha sido consumado, sigue, sigue, así, ¡ay! peccatum consummatum est, ¡ay!, si, si, sigue, ¿ay! así, la iglesia ya sabrá como perdonarnos, si, si, si, más, más, que me quema, ¡ay!, sacude, sacude más, ¡ay!, me quema, sacude mas, ¡ay!

La veterana religiosa fue presa del desenfreno y en un arrebato de insensatez tomó la iniciativa y se colocó sobre el muchacho, cabalgándolo con los vuelos de la sotana completamente levantados, lo montaba con desesperación, con locura.

Solo ella era capaz de satisfacer su necesidad de mayor fricción en esa intensidad y se restregaba agitando las caderas con violencia para cuajar un orgasmo que ya venía incontenible.

Me vas a matar, ¡ay! maldito demonio, si me vas a matar, ¡ay!, el cabezón, ¡ay!, el cabezón, está muy adentro, ¡ay!, me quema, ¡ay!, que me quema te digo muchacho, ¡ay!, me la sacas, si ya me vengo, ¡ay!, si ahora si que me la sacas.

En el empeño por calmarse el picor vaginal, la monjita sacudía las nalgas al viento, dejando a la vista su entreabierto ano al separarse sus opulentos hemisferios en cada compulsión. Tan provocadora acción no podía pasar inadvertida para Rober; de inmediato abandonó la oficina contigua, para sumarse a la nueva pareja, lleno de entusiasmo.

Rober se amaña para buscar la mejor postura y encula con comodidad a la sor, que completamente fuera de sí, sin detenerse, continuaba estimulando los dos erectos miembros viriles a la vez, con sus violentas contorsiones.

El culo, ¡ay!, el otro demonio, ¡ay!, el otro demonio me enculó, ¡ay!, el culo, ¡ay! que me hacen, ¡ay!, me quema, si, ¡ay!, me quema, ¡ay!, animales me van ha matar, ¡ay!, si, si, si, si, ha, ha, ha, ya, ya, ahora si me vengo, ya me la sacan, si, si, si, yaaa, yaaaaaaa, YAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

Un profundo e intenso clímax contenido sabe dios por cuanto tiempo, gratificó su esmero. Los esfínteres de la monjita se encargaron de agradecer jubilosos a los dos bienaventurados mancebos.

Los gemidos de placer se confundieron en ambos recintos, en la oficina de la dirección, doña Inés también estaba gozando un profuso orgasmo inducido por las esmeradas atenciones de Bernabé y las exclamaciones de placer de una habitación se escuchaban como el eco del aposento contiguo. Doña Inés estaba exhausta, su falta de costumbre en estos menesteres le restaba condiciones para tan excesivo gozo, quedó tendida en el sofá, salpicada de semen y saturada de placer.

Bernabé que no quería perderse el festín vecino, la dejó dormitando y se unió al otro grupo. El zambo hizo su aparición en el lobby, buscando una ubicación, en total erección y con su enorme miembro negro reluciente por los jugos de doña Inés, La monja al verlo se impresiona y le baila el ojo en una especie de tic nervioso y amedrentada le ruega:

Por favor, ni se te ocurra meterme esa tremenda verga, podrías lastimarme.

Marecita, pero si me la chupa no se va ha morir ¿no? -Dijo el mulato.

La monjita resignadamente accede sin palabras e inicia su tarea oral con Bernabé, que se tiende placidamente en el diván de cuero; mientras tanto Rober aún la tiene a cuatro patas, conectada por el culo.

Pepo se escabulle al otro recinto para no sentirse comprometido con lo que le pudieran hacer sus compañeros a la religiosa.

La monjita fue agarrando confianza con la pieza de Bernabé y conforme la chupaba le tomaba el gusto. A Rober no le quedaba duda de eso, por que las pulsaciones anales que sentía eran cada vez mas intensas y la madrecita ya iniciaba un discreto meneito.

Rober castigó los exuberantes glúteos de la superiora, con fuertes nalgadas, sacudiéndolos y dándoles un intenso rubor.

¡Madre no sea tan arrecha!, acaba de venirse como una perra y ya está moviendo el culo otra vez.

La monja sin chistar, aceleraba la cadencia, conforme se le iba agitando la respiración.

Rober posa una de sus manos en la rebosante vulva y vuelve a pegar, esta vez con mayor energía, la monja deja sentir leves gemidos.

¡Madre no sea tan puta!, tiene la cresta parada y se le está chorreando el jugo de marisco.

Sor María Gracia mientras chupaba, levantó la vista hacia los ojos de Bernabé y sin palabras, con la mirada vidriosa y suplicante, parecía pedirle que se olvide del rechazo inicial y que ahora manifieste toda su irreverencia.

La cadencia se estaba tornando endemoniada, agitaba las caderas con violencia y succionaba el miembro de Bernabé con delirio.

No, como me vas a meter todo esto, ¡no!, no creo que pueda aguantarla, pero si es enorme, y tan negra, ¡ay!, y tan cabezona, ¡ay!, no podré, ¡ay! muchacho pero si pareces un caballo. -Y continuaba chupándosela a Bernabé y meneándole el culo a Rober.

¡Ay!, si me la metes me matas, ¡ay!, ¿no lo crees?, ¡ay!, dios mío, ¡ay!, me matarías, estoy segura que me matarías, ¿no es verdad? -Y se la volvía a meter a la boca y Rober gratificándose de relancina.

¡Ay!, negro prométeme, ¡ay!, prométeme que solo me meterás el cabezón, ¡tu crees que me entre toda, ¡ay no!, mejor solo el cabezón.

¿Tu crees que me entre todo esto?, ¡ay!, pero si eres una bestia, ¡ay!, bestia, ¿me podrá entrar entera? ó ¿solo el cabezón?, ¡ay!, negro júrame que solo me meterás el cabezón, júramelo negro, júramelo.

Nuevamente fue presa del descontrol y se atrevió a una nueva iniciativa. Hizo el ademán de querer incorporarse y Rober la secundó, se acuclilló retadora colocando su orificio vulvario al alcance de Bernabé quién no atinó a adherirse al sobreentendido ruego. La monja impulsada por la impaciencia, guió con sus manos la penetración del gran mimbro que lo devoró por completo, Rober que la mantenía conectada por el culo, la acompañó en el descenso, hasta dejarla empalada hasta el tope.

Rober reinicia la feroz zurra, mediante violentas nalgadas, la monja gime ruidosamente pero asimila bien el castigo, lejos de amedrentarla, al enardece y reinicia sus endemoniadas sacudidas de cadera, tiene a los dos muchachos al borde de la eyaculación y ella ya no puede contener su placer.

En la habitación contigua, doña Inés preocupada por el alboroto, le pregunta a Pepo por la seguridad de la madre superiora, Pepo intenta tranquilizarla y le responde que solo estaban tratando de persuadirla para que no los delate. Doña Inés cree que ella puede contribuir a ese fin y evitarle mayores sufrimientos a la religiosa. Intenta acercarse y se detiene presa de una fuerte impresión. Sus ojos consiguen captar a la gozosa madre superiora cabalgando sobre el gran miembro de Bernabé y simultáneamente enculada por Rober.

Registra el momento preciso en que los tres estaban alcanzando el tremendo clímax, al unísono, entre gritos y diabólicas contorsiones.

La lúbrica visión, colmada de apasionamiento y morbo, despierta nuevamente los deseos carnales de ambos, doña Inés, sin pedir permiso, se encula solita en el erecto miembro de su afortunado ocasional acompañante y ambos gozan de el último polvo de ese día.

El ruido del motor de un auto los regresa a la realidad, se trata del transporte de sor María Gracia que ha ingresado a las instalaciones del orfanato, tal vez por impaciencia del conductor, preocupado por la demora. Ante la incertidumbre, los vándalos optan por la retirada, se visten con prisa, dejando tirados sobre el piso los uniformes con los que se habían caracterizado y se dan a la fuga por un escape posterior.

La directora desde el acceso principal, hace una señal conocida al conductor, para que estacione el auto y la espere. Ambas damas tratan de aprovechar el corto tiempo que les queda, a fin de concertar versiones sin levantar sospechas. Con prisa y nerviosamente, acuerdan mantener lo ocurrido en absoluta reserva, concluyen que denunciar el asunto daría lugar a comprometedoras indagaciones que podrían resultar perjudiciales para ellas mismas. Dada su reputación y jerarquía, no permitirían jamás que el embarazoso asunto trascienda a la opinión pública.

Tratando de arreglarse raudamente lo mejor posible, para que el conductor no tenga la menor sospecha de lo ocurrido, la madre superiora desliza un inoportuno comentario, en su afán de sacar ventaja a doña Inés y quedar como una victima de lo ocurrido.

No se preocupe doña Inés, seré absolutamente solidaria con usted, no obstante que en mi caso se trató de una auténtica violación.

¿Está segura de lo que dice madre?, ¿entonces como me explica su apasionada rotación de culo, en tan aberrante circunstancia?

Ambas rompieron a reír y se abrazaron efusivamente, dando inicio a partir de ese momento, a una más profunda e íntima amistad.

No sabemos querida madrecita como les irá a estos pobres muchachos fuera del orfanato, talvez mas adelante tengamos que prodigarnos tratando de lograr su total readaptación social.

¿Usted cree doña Inés que llegue a suceder eso? Pero, ¿donde sería?, ¿Dónde llevaríamos a cabo esa abnegada labor?, por que estoy segura que estos chicos ya no querrán regresar a este lugar.

Yo podría poner a su disposición mi casa de campo, donde tendríamos absoluta reserva y discreción; eso si, a condición que usted no deje de participar de las piadosas sesiones humanitarias.

Ni lo dude, desde ahora comprometo gustosamente mi decidida participación, después de todo, mi vocación principal es la ayuda al prójimo, sin importar los sacrificios o los riesgos que una tenga que afrontar.

Y nuevamente se echaron a reír nerviosamente, pero sin perder la esperanza.

OCTOPUSI 09/03/04.