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Y prometió que solo me olería el coño

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Y PROMETIÓ QUE SOLO ME OLERÍA EL COÑO

Me sentí comprometida a agradecerle a mi "tío" por su ayuda, pero nunca imaginé como terminaría todo esto.

Soy una jovencita estudiosa y esmerada, me acabo de graduar con honores y terminé mi carrera profesional como la mejor alumna de mi promoción. Como corresponde en estos casos, el director de estudios de la facultad, me designó para dar el discurso de orden el día de la graduación.

Intenté hacerlo sola, pero no sabía por donde comenzar y menos como cerraría el discurso. No podía pedir ayuda a mis padres por que mi alocución debía ser una sorpresa para ellos. Solo se me ocurrió una persona a quién recurrir. Nadie mejor que mi "tío Dani". Él es socio y el mejor amigo de mi padre. Yo le digo tío de cariño por que es como de la familia. Se trata de un empresario de éxito, muy talentoso y encantador, de niña vivía enamorada de él. Recuerdo que de chiquita me prendía de su cuello y le decía que era mi novio y que de grande nos casaríamos.

Decidida, le envié un correo electrónico explicándole mi aprieto y pidiéndole ayuda. Su respuesta me abrumó, me llenó de elogios por mi esmero en los estudios y me ofreció un proyecto de discurso de graduación, para yo poder agregarle solamente los datos específicos. Fui a su casa y me entregó el escrito, lo leí y me pareció lindo y emotivo, justo lo que yo quería. Él se encontraba en compañía de mi "tía", es decir su esposa y ambos me colmaron de halagos y atenciones. Mi "tío" me comprometió a darle una copia del discurso después de la disertación. Me dijo que quería conservar un recuerdo de mi graduación. Seguro lo dijo solo para halagarme, pero me hizo sentir muy bien. Con su ayuda, mi exposición resultó un éxito y recibí muchas felicitaciones. Fue un evento para recordar toda la vida.

Días después, quise sorprenderlos llevándoles un ejemplar a su casa. Me presente en horas de la mañana, pensando que ese era el mejor momento para tener oportunidad de saludar también a mi "Tía". Cuando llegué, él se encontraba tomando unos refrescos en la terraza. Estaba acompañado de dos amigos que se veían bastante más jóvenes que él. Mi tía no se encontraba en casa. Era santo de su mamá y se había adelantado en compañía de sus hijos. Mi tío los alcanzaría a la hora de almuerzo.

Como siempre me recibió con mucho cariño y se alegró de mi visita. Se disculpó con sus amigos y los dejó solos por un momento. Fuimos a su estudio, me sirvió un gran trago de escocés y propuso un brindis por mi futuro profesional. Yo no quería abusar de su tiempo, pero él parecía no tener apuro.

No interrumpes nada querida sobrinita, tú eres mi reina y estás antes que todos. Que orgulloso me siento de tu triunfo. Ha, no te olvides que eres mi prometida. Como pasa el tiempo ya estás hecha toda una mujer, ¡salud! mi amor, por tu gran éxito.

Ay tío, que bueno eres… ¡salud! – Chocamos copas y bebimos.

Se asomó al umbral de su estudio y se despidió de sus dos amigos. Les propuso volver a reunirse por la tarde, pretextando que tenía que revisar un documento importante conmigo. Tomó asiento y comenzó a curiosear el escrito y me hizo algunas preguntas. Para no perderme con el texto, di la vuelta al escritorio y me paré detrás de él, así podíamos ir viendo juntos el avance del escrito y yo podía responder a sus preguntas. Estábamos muy cerca y mi cuerpo por momentos rozaba con el suyo. Me embriagó el aroma de su loción, la de siempre. El perfume que tanto me gusta. Sentí escalofríos.

Lo has hecho estupendo sobrinita, te deben haber felicitado muchísimo. Esto merece un nuevo brindis. Seca mi amor para servirte otro trago. – Brindamos nuevamente y lo terminé.

Tío no se como agradecerte, te has tomado tantas molestias por mí que me siento en deuda contigo.

Ay criatura no digas eso. Que no haría yo por ti, sabes que te quiero tanto y siempre has sido mi noviecita. ¿Recuerdas, cuando te sentabas en mis piernas y jugabas con mi pelo?, ¿Recuerdas cuando me prometías amor eterno? Ven mi amor a mi lado como en aquellos tiempos.

Guiándome de la mano me hizo sentar sobre sus piernas. Algo desconcertada, el corazón se me quería salir de emoción. Mi tío siempre me había gustado, pero existía un gran respeto de por medio. Nos miramos a los ojos, acarició mi pelo tiernamente y acercó sus labios a los míos. Sentí un dulce beso sin malicia.

Seguro reina mía que aún eres una niña. Pero así mismo te pregunto ¿Quién será el afortunado que te haga su mujer?, sin duda no seré yo. Pues estoy casado y además podría ser tu padre. Pero igual cuando me dices que no sabes como agradecerme, me emociono y me estremezco.

Tío Dani… No estarás sugiriendo que sea tu mujer ¿No?, eso ya sería pedir demasiado. ¿No te parece?, ja ja ja ja.

No niña preciosa, para mí eso sería el cielo, pero no tengo tantas pretensiones. – Y posó otra vez dulcemente sus labios en los míos.

Si no es eso, entonces puedo darte lo que pidas. Quiero agradecerte del modo que tú elijas.

Amorcito, no es mucho lo que pido. Tan solo quiero… ¿Cómo te lo digo?... Ay vidita, tan solo me conformaría con olerte.

Ja ja ja ja. Ay tío Dani, que cosas se te ocurren. Estoy tan cerquita a ti, que hace rato ya me estas oliendo.

Metió su cara entre mi pelo, por el cuello e inhaló profundamente, poniéndome la piel de gallina.

No mi amor, lo que quisiera es olerte toda. Déjame hacerlo y te prometo que no te pediré más nada. Si me dejas hacerlo me harás muy feliz y quedaré mas que pagado y agradecido.

Ay tío que vergüenza… por favor, no me pidas eso.

Salud mi reina, otro trago te dará valor. – Me lo dijo, en tono persuasivo y poniendo ojitos pedilones.

Nos levantamos del sillón giratorio y bebimos nuevamente. Yo quedé apoyada en el borde del escritorio y él se ubicó parado frente a mí. Me acarició el pelo y me besó las mejillas con dulzura. Luego me dijo que cerrara los ojos y me pidió que confiara en él. Después me besó tiernamente en ambos párpados.

Empezó oliéndome el pelo, sin prisa, lentamente, con inspiraciones profundas. Mientras murmuraba incoherencias, como balbuceando. Bajó por mi cuello hasta el pecho. No me tocaba con las manos. Solo sentía la punta de su nariz y su calido aliento surcando mi cuerpo. Se detuvo en mi escote y olió en la comisura de mis senos. Rodeó mis pezones por encima del vestido, sin tocarlos. Levantó uno de mis brazos, hasta que el codo apuntó al cielo y metió la nariz en mi desnuda axila. Aspiraba y gemía con delirio. Sin duda lo estaba disfrutando. También estaba logrando que yo lo disfrutara. Hizo lo mismo en mi otra axila. Lo sentí arrodillarse sobre la alfombra pero no quise abrir los ojos. Estaba visualizando la escena mentalmente, como si fuese una proyección de cine. Sentí que su nariz bordeaba mi cintura, luego mis caderas y mi pelvis. El jueguito estaba haciendo sus efectos y me puse temerosa que su olfato pudiese detectar mi lubricidad. Había comenzado a humedecerme de excitación. Siguió bajando por mis muslos. Los olía por turnos, por encima de la faldita. Luego lo hizo sobre mis desnudas rodillas. Bajó lentamente hasta los pies y me quitó los zapatos. No ofrecí resistencia, creí que ahí terminaría todo. Se deleitó oliéndome los pies, los tocó solamente para oler entre los dedos.

Inició el camino de retorno y es ahí cuando empecé a preocuparme. Siguió oliendo, pero esta vez lo hacía de abajo para arriba. Y ahora me olía las piernas por la cara interna. Pensé que era demasiado para mí, que no podría resistirlo. Cuando llegó a las rodillas quise juntarlas, pero ya tenía la cara metida entre mis muslos con la cabeza bajo mi faldita. Pensé en detenerlo. Quise protestar.

Ay… por favor ya no. No sigas tío Dani. Para por favor.

Te prometo que solo quiero olerte niña mía. Sigue con los ojos y siente el recorrido. Descubre con tu piel, por donde hurgo y lo que voy descubriendo con mi olfato. Siente el calor de mi respiración. Siente el magnetismo con tus vellos. Quiero escucharte gemir. Quiero sentir que te retuerces con las sensaciones de tus partes más sensibles.

Pero ya lo tenía oliendo entre mis muslos. El reclamo se ahogó en mi garganta en forma de gemido. Él lo interpretó como una aceptación y prosiguió complacido, respirando cada vez con más fuerza. Su aliento me quemaba, sus palabras hacían eco entre mis piernas. Ahí sentí las vibraciones de su calida voz.

Ay por favor, ya no resisto. Ayyyy.

Sabes que intuyo donde es que te gusta. Sientes que ahí me detengo para volverte loca. Déjame saciar mi gula de tu aroma a hembra en celo.

Se engolosinó oliéndome el contorno de la pelvis, repasando morbosamente por el límite superior de ambas piernas. Casi sin tocar, levantó un borde de mi prenda íntima y lo sentí introducir la punta de la nariz entre la tela y mis secretos pelitos. Sin duda mi olor a hembra dispuesta, lo animó a seguir. En ese momento yo ya estaba demasiado lubricada.

Metió las manos por debajo de mi falda y tomó el elástico de mi prenda íntima, con la intensión de bajármela. Quise detenerlo. No sabía hasta donde llegaría y me daba vergüenza que se diera cuenta que ya estaba transitada.

No, no Dani… por favor no sigas, detente ya. – Le pedí con palabras entrecortadas y voz temblorosa.

Ya mi vida, ya… te prometo que solo te quiero oler el coño y nada más. No temas, nada va a pasar. – Respondió sin dejar de olerme el bajo vientre.

Demoré un instante en reaccionar. Para entonces era tarde. Ya tenía la prendita a medio muslo. Siguió bajándola, me levantó un pié y la dejó sujeta solo a uno de mis tobillos. Ya no podía ofrecer ninguna resistencia. A estas alturas ya estaba muy cachonda. Sus palabras acrecentaban la provocación:

No necesitas adivinar la excitación que me has causado. Tienes la certeza de la erección que en mi has provocado. No te quede duda encantadora niña mía. Tu propia disposición lo afirma. Tu copiosa lubricación lo confirma. Tu propia erección te delata. – Me lo dijo con voz quebrada de emoción.

En ese momento decidí para mí misma que me entregaría a él, sin que me lo hubiese pedido. Por iniciativa propia, adopté conveniente posición y separé los muslos para su comodidad. Ahora ya me estaba oliendo el coño… ¡pero el mero, mero coño! Primero sin tocar, lo repasaba con la nariz por los costados. Yo con los ojos cerrados reconocía el recorrido, me lo hacía saber la sensibilidad de mis pelitos erizados. Por momentos se humedecía la punta de la nariz colocándola en mi babosa entrada vaginal. Luego jugueteaba con la erección de mi capullo más sensible, casi sin tocar. Su respiración y su aliento hacían que me retuerza y gima de ganas, evidenciando mi permisiva complacencia.

Con mucha suavidad me dio la vuelta y me puso en ángulo recto con el pecho apoyado sobre el escritorio. Prosiguió con su misma paciencia. Esta vez pasaba la nariz de ida y vuelta por entre mis nalgas, con mucha suavidad pero con un profuso bombeo respiratorio. Primero abrí las piernas y luego me separé las nalgas con las manos. Lo hacía con descaro para que me viera bien el ano. Quería que se diera cuenta que por ese conducto también ya había gozado. Deseaba que ya no me respetara tanto y que hiciera de mí lo que quisiera. Me olió el culo a sus anchas. En un momento me centró la punta de la nariz en el orificio anal. Inmediatamente paré el trasero con insolencia. Sabía que en esa postura su boca quedaba en justa posición para mamarme el coño. Pero él se limitaba a oler y oler.

Desde buen rato atrás, tenía un tremendo orgasmo dándome vueltas, ya casi no lo podría contener. La demora me tenía enloquecida. Solo faltaba un toquecito. Él lo sabía pero no me lo quería dar. Estaba esperando que se lo pida. Yo sabía que un ligero toque con la lengua y se me vendría un tremendo clímax. Ya no podía resistirlo, tenía que pedírselo y si fuera preciso, implorárselo.

La lengua papito… la lengua, por favor mámame el coño ya no puedo más. – Le pedí a gritos,

Bastó que me diera dos sacudones de lengua en el clítoris y se me vino incontenible el estallido orgásmico. Con una intensidad in imaginada, con gritos, llanto, estertores y convulsiones. Él seguía disfrutando con mi manantial, permanecía con la nariz metida entre mis piernas y con la respiración aún agitada. Después del polvo tan intenso me había quedado muy sensible y tuve que decirle:

Papi, después que gozo me quedo muy sensible… Por favor no me respires en el coño.

Se levantó y me tomó entre sus brazos, nos besamos en la boca, ya no con la ternura de antes, esta vez lo hicimos con pasión desenfrenada. Me sentía muy cachonda, lo que más quería en ese momento era gozar con una buena verga adentro. En un arrebato de locura lo toqué entre las piernas y me di el gusto de cogerle el miembro erecto. Lo tenía grande duro y muy caliente y solo se lo estaba tocando por encima de la ropa. En ese momento él supo que era suya, mi complicidad ya era manifiesta.

Me acostó en un sofá de cuero y metió la cabeza entre mis piernas. Esta vez no fue para olerme. Esta vez me comió el coño con la lengua. Pero de que forma. Solo como podría hacerlo un hombre con su experiencia. No tardé en ponerme cachonda nuevamente. Me latía el coño y me pulsaba el ano. Antes de penetrarme el sexo ya había logrado meterme la verga en el cerebro. Ya no quería otra cosa, ya estaba satisfecha de sutilezas, ahora quería sentirme atravesada por su miembro viril. No podía resistirlo, me sentía insaciable y le pedí:

Papito, ya no puedo mas, quiero que me hagas tuya. Cómeme, por favor… ¡penétrame!

Todavía quiero sentirte latiendo en ese estado, disfrutemos de algo nuevo, antes de hacerte mía. Déjame seguir comiéndote con la boca. Te penetraré cuando ya no puedas controlar la incontinencia del orgasmo.

Es que papi… ya no puedo, un instante y se me viene. Ya no puedo más.

Se bajó los pantalones, se acostó sobre la alfombra y me ofreció su miembro erecto para que yo pudiera montarlo. Sin dudarlo me empitoné y lo cabalgué ensartada en su dura verga. Mi incontinencia orgásmica me venció de inmediato. Conforme sentí el avance del caliente miembro abriéndose paso por entre mis anillos vaginales… involuntarias contracciones acompañaron la ebullición del gozo. Mis alterados gemidos anunciaron el estallido de la tremenda explosión.

Luego nos sumergimos en un momento de intensa calma. Recién ahí comprendí por que me ofreció su miembro en lugar de tomar la iniciativa y penetrarme. Quiso que yo lo montara para él poder cumplir con su palabra. Lo acontecido, a parte de olerme, ocurrió a mi pedido o por propia iniciativa mía.

Entre besos y caricias descansamos un instante. Pronto nos recuperamos y avivamos el deseo. Había gozado intensamente, pero no me parecía suficiente. Me sentía insaciable, con furor irrefrenable. Ávida de más placer, le pedí que me llevara al dormitorio para gozármelo en la cama. Sexo. Quería sexo. Sí, más sexo.

Al salir de la oficina, ocurrió lo inesperado. ¡Ho! sorpresa, los dos amigos de mi tío Dani no se habían retirado de la casa. Todo el tiempo habían permanecido ahí, presenciando lo ocurrido. Y no solo en calidad de testigos, sino, también participando del festín a su manera. Ambos estaban completamente desnudos, luciendo su erección y tocándose los genitales con insolencia. Sus ojos me asustaron, parecían un par de hienas hambrientas dispuestas a devorarse a su presa, aunque hacerlo les pudiese costar la vida. ¡Y… yo era la presa!