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Las Intocables (5: La mujer de mi jefe)

en Grandes Series

LAS INTOCABLES

(Parte 5)

La mujer del Jefe

Por César du Saint-Simon

I

En éste mundo hay varios millones de mujeres con las que un hombre puede fornicar placenteramente sin problemas de ninguna especie y hay apenas solo un puñado de ellas las cuales he dado en llamar "Las Intocables", ya que un polvo, aunque sea solo un sencillo y rápido polvito con una de ellas, tendrá consecuencias que cambiarán nuestras vidas para siempre y, con la certeza de un disparo al suelo, nos va a ir muy mal. Pero... la carne es débil..

II

La mujer de nuestro jefe en los relatos eróticos tiene un glamour perverso y un estimulante cuerpo curvilíneo moldeado en gimnasios y salas de masaje. Utiliza la jerarquía de su marido para convertirnos en su esclavo sexual, cuya relación de dominación ambos disfrutamos. Generalmente el relato se inicia dentro de una limosina mientras damos una larga circunvalación por toda la ciudad, y "La Jefa", que está excitadísima con nosotros a su lado, nos asalta sexualmente sin muchos preliminares, salvo la impudicia verbal de la señora con una pose indecente y media copa de champaña. Luego de cabalgarnos salvajemente sin permitirnos tocarla ni en una rodilla ("¡No te atrevas a tocarme, insecto!") y de alcanzar tres orgasmos, se estaca por el ano advirtiéndonos que eyacularemos solo cuando ella lo ordene y que, de lo contrario, habrá un severo castigo, señalando hacia el conductor, un negro enorme con cara-de-asesino que está detrás del vidrio ahumado. Nuestra relación evoluciona hasta que "la Jefa" se divorcia de nuestro jefe y nos lleva a vivir con ella entre sus millones de dineros y de orgasmos. En una de las tantas tandas multiorgásmicas que practicábamos a diario, la mujer muere sorpresivamente encima de nosotros, siendo sus últimas palabras unos fuertes insultos dirigidos a nuestra virilidad y hacia la memoria de nuestra madre. Este tipo de relación solo está disponible entre los cuentos eróticos mejor escritos y que, torpemente suavizados, más bien "moralizados", han sido procesados para hacer cine.

En la vida real, la mujer de mi jefe es también mi jefa ya que el casal dirige su propio negocio de importaciones y exportaciones y yo soy, pues, el asistente de ambos y recibo ordenes indistintamente de uno u otro. Me tratan con el debido respeto impuesto por la legislación laboral, pero ella es muy exigente con la puntualidad para el comienzo de la jornada, mas no así al final del día cuando siempre "hay algo urgente que terminar". Nuestra jefa tiene un carácter tímido y sosegado que no combina con los alegres colores de sus vestimentas siempre a la moda, ni de todos los costosos adornos que se cuelga, ni con todo el maquillaje que se aplica, que rayan en ostentación carnavalesca. Tiene, eso si, un formidable trasero, redondo y firme, que es la fantasía de todos en la compañía y que raras veces podemos admirárselo ya que siempre está metida en su oficina, sentada en su escritorio tras una montaña de papeles que le ocultan, además, unas voluptuosas y enhiestas pechugas. Cuando sonríe para pedirme algo hace más bien una mueca que pareciera que estuviese pujando. A veces siento en la nuca que me está mirando y, cuando volteo, ella baja la cabeza y me llama para alguna tontería. La relación con su esposo es, por lo menos en el ambiente de trabajo, estrictamente profesional: sin piropos ni cariñitos, tampoco sin insultos o frases de doble sentido, todo muy normal... exageradamente normal.

III

Siempre me tenía jodido con aquello de "revisar" ó "terminar algo" justo acercándose la hora de salida, sobre todo e inexorablemente los viernes, pero después de tres años con esa manía, ya me había acostumbrado a los designios de la señora y programaba mis actividades extra laborales para más o menos una hora más tarde. Y no es que yo le tenga miedo al trabajo, no, es que ella se ponía a hablar de cosas que a mi, o no me interesaban, o que me parecían demasiado privadas para ventilarlas con un empleado y, por muy de confianza que ella me considerase, tampoco era como para que me estuviese averiguando la vida: que sí cuantas novias había tenido; que sí el tipo de mujer que a mi más me gustaba; que sí me atraían las mujeres mayores que yo... y nunca despachamos pronto el tal asunto pendiente por sencillo que éste fuese.

Las pocas veces que el marido entraba en su despacho para despedirse porque tenía que irse pronto y nos quedábamos solos, ella se transformaba de serena y juiciosa en alborotada y confusa. La respiración se le alteraba, empezaba a sudar y a echarse aire, haciendo comentarios confusos, con una risita nerviosa y medio atolondrada a la vez. Al principio yo no sabía que hacer, pero con el tiempo descubrimos que sirviéndonos un par de güisquis y dándole un masaje en los hombros y cuello, eso la tranquilizaba, la relajaba y le sacaba la mueca de la cara, reemplazándola por una agradable sonrisa y unos lentos suspiros y gemidos de agrado que me enardecían y me tentaban a ampliar el masaje hasta sus tetas, pero yo no estaba lo suficientemente loco para un lance así.

La loca resultaba ser ella. Una noche, mientras trabajábamos otra jornada de absurdo sobre tiempo, me dijo con voz trémula y triste que quien no podía tener hijos era su marido, pero que "el machista ese" no quería reconocerlo y agregó, con cautela y misterio, que temía por su vida ya que su marido cada vez que la follaba le recordaba antes, durante y después "de tener que abrirle las piernas y dejarme zarandear" (puso cara de asco), que su deber era el de darle un hijo o, si no, que se atuviese a las consecuencias (se pasó el dedo índice por el cuello) "Y yo estoy decidida a hacerlo... pero con un macho que trabaja en ésta empresa y que a mi me gusta" concluyó con rabia. Solo una mente desquiciada podría imaginar que aquel buen hombre y próspero empresario que velaba por sus empleados, departía con ellos y apadrinaba a sus hijos, y que aunque él tuviese sus "trampillas" con los de la aduana, anduviese armado y con tres guardaespaldas, fuese capaz de elaborar un plan criminal contra su esposa. Además, a mi me constaba que el jefe estaba haciendo los contactos para contratar un costoso tratamiento de fertilidad para su esposa en la tecnológica Alemania.

Con la llegada y auge de los teléfonos móviles, ahí si es verdad que yo estaba más jodido aún, ya que mi jefa me llamaba a horas inimaginables para preguntarme sobre algún detalle o información secundaria que bien podría esperar hasta la mañana, o que con solo mover su llamativo trasero hasta mi computador y poner las excitantes tetazas frente a la pantalla, podría accederle fácilmente.

Una noche de viernes de un fin de semana largo, ya que el lunes sería 5 de julio, aniversario de la firma del Acta de La Independencia de Venezuela en 1811, me hizo volver a la oficina desde el bar para solteros en donde yo estaba en pleno apogeo hedonístico con una morenaza de ojos verdes y trasero redondo del tipo que a mí me gustan: hablaba poco con la boca y decía mucho con su cuerpo, con un no-sé-qué en no-sé-donde que avivaba mis apetencias carnales, haciendo palpitar mis partes venéreas. Me las arreglé para atender a mi jefa sin descuidar a aquel hembrón color canela. Así pues, me trasladé hasta mi lugar de trabajo llevando conmigo a mi acompañante para ese fin de semana.

Ella me estaba esperando en el despacho de su marido, tomándose un güisqui y otro servido para mí. Tenía una mueca pícara y mirada traviesa en su rostro y, extrañamente, el computador estaba apagado. Al vernos entrar, sentí que el aire se puso pesado, que hasta se podría cortar con cuchillo. Evidentemente le molestó que yo llevase una extraña a una reunión de trabajo, pero ya no había marcha atrás, así que las presenté. Más vale que no. Lanzó una perorata incoherente mientras escrutaba a mi pareja. Su perturbación llegaba al orgasmo de la demencia, y ni siquiera me miraba aunque fuese de reojo. Señalando hacia la salida y apurando su trago me dijo con la lengua un tanto trabada: "El martes nos vemos y arreglamos todo."

En el elevador, mientras bajábamos camino al sexo desenfrenado, la cachonda morenota, empezó a restregar su trasero contra mi tentáculo pélvico y me comentó llanamente: "esa mujer está enamorada de ti" y siguió jadeando y meneándose en forma sensual y cadenciosa. La frase me sacudió y mi mente se transportó hasta las tetas de mi jefa, entonces apreté más de la cuenta los pechos que estaba manoseando, lo cual ella aceptó aferrando mis manos con las suyas y se le desencadenó un orgasmo que quedó completamente grabado en los videos de seguridad, para que posteriormente alguien hiciese un buen negocio editando y vendiendo gran cantidad de copias entre los empleados de todas las empresas que tenían ahí sus dependencias y que me valió luego el apodo de "El Verdugo de La Torre".

 

Llegado el día martes, la jefa no me dijo nada, y no me dijo nada en toda la semana. Tampoco hubo nada urgente que terminar al final de cada jornada y no me hizo ninguna clase de mueca en todos esos días. Pero yo sentía su mirada en la nuca. Los otros empleados pronto lo notaron, tanto por su neutralidad hacia mí, como por mi regular horario de salida. Varios comentarios y chistecitos "graciosos" acerca de mi relación con ella circularon en el ambiente, sobre todo aquellos que se centraban en hacer conjeturas acerca de nuestro desempeño como amantes y a su presunta conducta vigorosa en la cama.

La Gerente de Negocios con Países Asiáticos, la mujer con la cuca más peluda que yo haya visto en mi vida y con quien de vez en cuando nos aliviábamos mutuamente nuestras urgencias sexuales citándonos en el estacionamiento para echar un polvito en el asiento trasero de mi vehículo a la hora del almuerzo (excepto un día que el marido le pegó una cogida madrugadora por el culo y entonces tenía el ano ardiendo y la libido apagada, pero que comprensivamente permitió que yo me satisficiese masturbándome entre sus sólidos melones pero con condón, "porque hoy no quiero ni siquiera oler, menos paladear tu leche"), ella me informó que la jefa estaba planeando una gira por Asia con el pretexto -según ella injustificado- de conocer personalmente a varios clientes y que, en lugar de llevarla a ella, la experta en el área, la sustituyó por mi. "Ten cuidado con esa mujer, mira que el marido la tiene muy controlada y tu sabes que él es un mafioso, ni se te ocurra dejarte provocar" me advirtió con la sinceridad que nuestras intimidades nos permitían.

Elaboré un plan de emergencia y, gracias a las influencias de mi pariente el Dr. André du Saint-Simon, famoso médico y científico experto en disfunciones eyaculatorias, "me enfermé" de hepatitis, con lo cual, según el informe del facultativo, podía ir a trabajar con los debidos cuidados, pero tenía terminantemente prohibido viajar ni siquiera fuera de la ciudad. Inexplicablemente el viaje se canceló.

En una lluviosa mañana tropical del mes de agosto, la Gerente de Trafico Aduanero, una menuda y flacuchenta mujer con aspecto de intelectual abstraído, quien resultó ser una excelente compañera de prácticas sicalípticas ya que, junto con la secretaria de esa dependencia (una simpática gatita bisexual con el ano intacto hasta que me conoció), nos encerrábamos un par de días en la casa de cualquiera de los tres para -según ella- "comunicarnos la energía cósmica a través del abrazo genital en la búsqueda común del deleite supremo", que, traducido, quiere decir sexoterapia intensiva sin prisa y sin pausa, ella me comentó que había notado desde hace tiempo la aureola oscura que flotaba sobre nuestros jefes, pero que cuando yo me acercaba a la jefa con mi resplandeciente aura azulada tenue, casi ultravioleta, su halo cambiaba para rojo y luego para rosado. Como yo no estaba entendiendo nada, ella me explicó más despacio que las personas con existencia negativa (codiciosas, traidoras, asesinas) tenían como un contorno prieto y lóbrego alrededor de sus cuerpos y que, por el contrario, a las personas positivas les rodeaba una especie niebla esplendorosa que iba desde el blanco puro hasta el azul violáceo.

"Esa gente es maligna y aparenta lo que no es, pero la jefa siente pasión impúdica, atracción materialista por ti" sentenció con voz gacha y enigmática. ¡Lo que me faltaba! ¡Tener que buscarme ahora un exorcista!

IV

Aunque quien tenía que disculparse era mi jefa por todo lo que me dijo y por la escenita que armó frente a la morenaza de ojos verdes (quien, por cierto, resulto ser un fiasco ya que en cuanto la penetraba se quedaba quieta, inmóvil, muertita hasta que yo acababa y luego ella salía corriendo para el baño "a quitarme toda esa suciedad" –ese video hubiese sido un fracaso-), yo le compré unos discos de música Hindú y de sonidos de la naturaleza marina y se los obsequié. Al entregárselos le dije que su confianza y amistad valían más que la morena del otro día. Ella los aceptó mirándome con los ojos húmedos y la mueca al máximo.

Cuando pudo hablar, me invitó a cenar esa noche en la oficina para que termináramos un informe atrasado "por culpa de nuestra falta de comunicación, y así estaremos solitos los dos, haciéndonos más compañía... más que antes", dijo mientras se levantaba de su asiento y, sobre la montaña de papeles, me exhibía su torso, acercándolo desvergonzadamente hacia mi, inhalando aire entre los dientes apretados y dándose una nalgada. Mi mirada se fue hacia sus tetas, mi boca, entreabierta, se llenó de saliva, mi pene saltó y ella, al notarlo, con lujuriosa lentitud de desnudista bribonzuela soltó el siguiente y el siguiente botón de su blusa, abriéndosela pornográficamente para mostrarme el estrecho canal de unión entre sus orondos pechos. Mis alarmas sonaron, aún tenía escapatoria, algo podía yo inventar para no quedarme a cenar, pero... la carne es débil.

Me fui a almorzar con la Gerente de NPA y, a pesar de la relajante cópula que efectuamos en la parte trasera del auto, y luego su ofrecimiento ha que nos fuésemos el resto de la tarde para un hotel en donde ella hasta me pondría su trasero a la orden para mantenerme "a salvo", yo me sentía agitado y expectante. Deseché lo del hotel argumentando el sentido del deber, pero de todas formas le acepté lo de su trasero y, allí mismo, le introduje mi mazo por el ano.

Mi jefe declinó la invitación para cenar con nosotros que, con gran habilidad manipuladora, mi jefa le hiciera al llegar el mensajero con el pedido cuando quedábamos únicamente los tres en todo el ámbito de la empresa, ya que él comía sólo comida de "hombres": carne de cacería y verduras crudas ("tu sabes que yo no como esa porquería de comida china") Pero celebró que hiciésemos las paces y que todo retornase a la normalidad. Se despidió de ambos porque tenía una reunión de negocios en el otro lado de la ciudad y le comentó a su mujer, ya al salir, que así, sin los collares, los zarcillos y las pulseras, también estaba elegante. Es que había comenzado a desvestirse. Aquella mujer estaba loca y era, además de maquinadora, descarada.

Le di la espalda para servirle un trago ya que su sudoración y su falta de aire en cuanto nos quedamos solos eran más que otras veces y, al voltearme para entregarle el vaso, ella ya se había quitado la blusa y el brassier y, de pie, se apretaba las tetas empujándolas hacia arriba, apuntándome con los pezones. Me zampé la mitad de la bebida de un solo golpe y me fui a la carga, rodeándola con mis brazos y apretándole las nalgas, le restregué mi dureza fálica en su cresta púbica. Ella me correspondió abrazándome fuertemente y dando gemidos de una forma diferente a los que soltaba durante los masajes, ahora gemía con el vientre. Cuando buscó mi boca para besarme yo me metí en su cuello, oloroso a perfume caro, y la lamí y le exhalé excitación en la oreja. Le abrí la falda y la dejé caer a su alrededor y quedó únicamente en pantaletas rojas y zapatos rojos de tacón alto.

Di unos pasos atrás para contemplar y deleitarme con la visión de un exquisito y sugestivo cuerpo de mujer madura que, bien mantenido por los ejercicios, estaba sostenido por dos apetitosas piernazas de sólidos muslos que subían hasta unas caderas que ella mecía con provocadora liberalidad. Le hice señas con el dedo índice para que rotase sobre sí misma y, con incendiaria lujuria, se viró hasta que su trasero, el trasero de las fantasías, consistente y apretadito, con un hilo rojo que se perdía entre los túmulos, quedó frente a mi. Batió las ancas y las espléndidas y pródigas nalgas reverberaron. Meneándose de lado a lado, fue doblando su torso hacia delante y hacia abajo apoyando sus manos en las rodillas flexionadas y me miró por encima de su hombro para llamarme con su lengua y ver cuando me le encimaba. Con mi pene en una mano, con la otra le aparte el hilo dental. Le froté el glande por toda la vulva hasta encontrar la cálida humedad de su oquedad vaginal. Aseguré la entrada con la punta de mi báculo, la agarré por las caderas y, con varios impacientes empellones míos y las ardorosas sacudidas de ella, entré en la estrecha y tórrida cueva.

Se revolvió y levantó más el culo cuando, con las yemas de mis dedos hundidos en la carne de sus ancas, las deslicé en electrizante caricia por su espalda hasta sus henchidos y congestionados pechos. Duras y esponjosas a la vez, el área de sus tetas era su zona más erógena, incomparables con las tetas de todas las mujeres que yo había conocido hasta entonces, ya que aquellas estaban conectadas directamente a su demencia y descaro, además de su vagina, y su simple manoseo desataba en ella un paroxismo lúbrico, indecente y salvaje de tal magnitud que sería digno de un relato erótico en exclusivo con un titulo así como: "Las Tetas Locas".

Entonces ella quiso cambiar de posición porque...

Quiero probar más cosas ricas, sácamelo y siéntate en mi silla.

Le desencajé mi inflamado compañero y me senté en el borde del asiento con las piernas extendidas y cerradas. Se paró de espaldas frente a mi, abierta, haciendo contacto con mis muslos, y la acaricié goloso desde los delgados tobillos hasta las húmedas carnosidades de su vulva. Jadeó y echó el culo para atrás acercándolo más a mi cara. Lamí frenéticamente su ano y se retorció con la inesperada sensación. Le metí dos dedos en la cuca, asiéndola con un brazo por la cintura y revolviéndole las entrañas. Se agachó un poco más, sujetó mi pene y lentamente fue bajando, con mis manos dirigiéndole las grupas, para sentarse en mis caderas y clavarse ella misma en mi periscopio con sosegada, exasperante y rítmica suavidad. Cabalgaba con gozosa sensualidad acariciándose el clítoris y cuando le hurgué el ano comenzó a galopar...

¡Hazme todo lo que el medio marica de mi marido no me hace! Dijo con un ruego desesperado.

Prepárate a tragar leche, le contesté mientras la empujaba para que se desatascase mi méntula.

¡No... no! Acaba adentro... préñame. Me dijo con voz hueca, con voz de mando.

 

 

V

El día de mi cumpleaños (22 de agosto) desde temprano recibí las felicitaciones de mis compañeros y compañeras de trabajo, además de algunos correos. Como el de la Gerente de NPA diciéndome que: "lo que te vas a almorzar hoy, ya te lo tengo aquí bien calientito", o el de mi agradable ex esposa deseándome feliz-último-cumpleaños. También me envió un mensaje el Dr. André du Saint-Simon felicitándome y dándome la mala noticia que el médico que fungía como tratante de mi supuesta enfermedad hepática había fallecido en extrañas circunstancias. Y el de mi jefa quien, tratándome de "mi amor" y tuteándome, me decía que "aquí tengo dos pares de poderosos regalos (uno lo tengo delante y otro atrás), pero antes debes darme un masaje completo". Alcancé una erección épica que me dolía, ya que estaba a punto de romper el pantalón, pero felizmente estábamos ya sobre el medio día y pronto bajaría a almorzar algo "bien calientito".

Durante el ágape que me hicieron al final de la tarde en la sala de conferencias me dieron varios presentes. Mi jefe me regaló un estuche con tres botellas de un buen güisqui escocés y la novela, ya un clásico, de "El Padrino" de Mario Puzo, el Jefe de Archivo y el Gerente de Administración, quienes conformaban una pareja gay bien avenida, me obsequiaron el champú y el enjuague de la marca que ellos usaban. La secretaria que trabajaba en la oficina de enlace con las compañías de seguros, una perseverante cazadora de hombres como ella sola, me entregó, con notable y apasionada sensualidad, un pomo de perfume de mujer: "para que me lo pongas y me lo huelas cuando quieras, las veces que quieras". Todos se estaban divirtiendo, pero todos estaban también a la expectativa del regalo de la jefa, y por supuesto con los chistecitos y las adivinanzas –solapados para que el jefe no los escuchase-, unos ocurrentes y otros ridículos, acerca de lo que me traería: Que si una cama para quedarme a dormir en la oficina "trabajando" con ella; Que sí una pantaleta de ella usada y sin lavar; Que sí su foto en topless...

Su entrada silenció a todos. Se dirigió directamente a donde yo estaba y me entregó un disco de música romántica con los respectivos besitos "muua... muua" rozando los cachetes y su marido empezó a hablar pidiendo la atención de los presentes. Pensé que iba a dar el consabido discursillo de para bienes, exaltando las cualidades humanas del individuo y que, augurando un mejor futuro para el agasajado y para todos los presentes, pediría un aplauso y tres urras para el homenajeado. Pero no, lo que dijo dejó boquiabiertos a todos, unos de indignación y envidia, otros de alegría y admiración. El jefe anunció que su esposa, la jefa, se iba a retirar del trabajo por unos meses para hacerse un tratamiento de fertilidad en Alemania y que, de quedar preñada, serían varios meses más, tal vez un par de años. Igualmente anunció que él también se iba a retirar por un tiempo para hacerle la debida compañía a su esposa y para ultimar detalles de otros negocios que tenía en proyecto. "Y hemos decidido nombrar al señor Saint-Simon como Director-Gerente y jefe máximo de ésta empresa mientras dure nuestra ausencia". Silencio total. Luego unos aplausos y unas palmaditas de felicitación de parte de algunos. Los envidiosos se fueron de inmediato, mis amigos y amigas estaban opinando del sitio donde deberíamos continuar la fiesta, y todos nos olvidamos de soplar las velas y de comer torta. La celebración duró tres días en el yate del patrón.

Durante la primera semana en el cargo yo llamaba constantemente a mi jefe cuando las innumerables dudas en el manejo de un negocio tan complejo me sobrevenían, y él siempre me ratificaba su confianza y autorizaba a que estampase mi firma en toda clase de documentos para lo cual tenía yo ahora "Firma Autorizada". Después ya me comunicaba con él solo para informarle de mis decisiones y con un "vas bien" aprobaba todos mis actos gerenciales.

Al séquito que compartía desde antes experiencias sexuales conmigo se incorporaron paulatinamente la señora de la limpieza, quien siempre era la que llegaba de primera en la mañana y yo le abría la puerta y, para cuando empezaban a llegar los empleados yo ya estaba livianito; la traductora, que me decía frases lujuriosas en varios idiomas, pero que al momento del orgasmo lanzaba una sarta de insolencias en francés de galería; la Sub-Gerente de Normas Internacionales quien se pasaba de la silla de ruedas a la cama con increíble y cachonda destreza; la Presidenta del Sindicato, una mujer caníbal, tanto en la política como en el sexo; la Directora Adjunta de Control de Gestión, una despampanante hembra siempre ávida de una paliza; la Gerente de Sistemas, un exótico hembrón que, siendo puta de nacimiento, siempre me decía que se había equivocado de profesión y la morenaza de ojos verdes, a quien le di empleo en la Gerencia de Tráfico Aduanero a ver si podía aprender de las que allí trabajaban por lo menos a "comunicar energía cósmica".

El día de los Santos Inocentes, faltando pocos minutos para irme a almorzar al estacionamiento, una legión de policías de varias especialidades allanó la oficina central, los almacenes y otras dependencias de la empresa. La Fiscal del Ministerio Público que encabezaba la acción, una antipática pelirroja que estaba incomoda porque yo no le quitaba la mirada de sus pechos, me acusó de dirigir una operación de tráfico de drogas al amparo de la organización que yo por los momentos dirigía, aprovechándome de la confianza y ausencia de los dueños de la empresa. Anunciándome además que habían decomisado suficientes narcóticos como para enjaularme por lo menos unos trescientos años.

Llamé inmediatamente a mi jefe y le puse al tanto de lo que se sucedía...

¿Cómo es posible que hayas defraudado mi confianza? Me reclamó con mucha ira en su voz.

Jefe... es que hay un malentendido yo no he autorizado ninguna operación ilegal hice solamente lo que usted me indicaba que hiciese, le contesté en voz baja, defendiéndome ante su incredulidad.

¡Tú eres el único con firma autorizada!, Nada se mueve sin tu permiso. Acotó inquisidoramente.

¡La jefa! ¿Quiero hablar con mi jefa! Le exigí ante su actitud obtusa. Ella convencería al marido que me sacase del problema ya que, como siempre me decía, "tu eres mi único placer en la vida".

Tu jefa está internada en un Manicomio en Alemania. Dudo que algún día vuelvas a hablar con ella. Me informó con cierto cinismo en su voz.

¿¡Cómo!? ¿¡Qué le hizo a esa pobre mujer!? Le grité con angustia.

Estaba loca. Me contestó escuetamente y añadió: "Tengo ojos y oídos en todas partes... escucha esto –y oí un chasquido electrónico-: "Y así estaremos solitos los dos, haciéndonos más compañía... más que antes... Quiero probar más cosas ricas, sácamelo y siéntate en mi silla... ¡Hazme todo lo que el medio marica de mi marido no me hace!... Prepárate a tragar leche... ¡No... no! Acaba adentro... préñame... Tu eres mi único placer en la vida". -otro chasquido y otra vez la voz de mi jefe- "Lamentablemente no le puedo sacarle provecho económico a ese video porque las imágenes están demasiado... nítidas" se quejó con desprecio.

¡Jefe... jefe!... ¡ella me obligaba... ! Traté de justificarme.

¿También vas a decir que yo te obligué ha hacer negocios turbios? Me interrumpió con más cinismo y concluyó con sarcasmo: "Entiéndelo de una buena vez, tu eres la ‘FIR-MA AU-TO-RI-ZA-DA’, lo siento por ti. Ah, por cierto, también me compadezco mucho del triste final del médico tratante de tu "hepatitis", ¡El pobre!... fue horrible" y añadió con un canturreo: "Espero-que-te-vaya-bonito-en-la-cáááárcel"

"¡Trampa!... ¡Es una trampa del mafioso ese!" gritaba yo a todo lo largo del trayecto por donde me llevaban esposado para un vehículo blindado de la policía. Y alguien comentó: "Al Verdugo de la Torre le metieron medio palo".

Y mientras iba camino al calabozo pensé: "Bueno ahora tendré tiempo para poder escribir acerca de Las Tetas Locas."

 

FIN