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La historia del sexo

en Textos educativos

Por César du Saint-Simon

 

Gumbo era el macho dominante del grupo. A diferencia de sus pares, casi no tenía pelos en su cuerpo que recubriesen la portentosa musculatura que se contorneaba bajo su ennegrecida piel. Se hizo el líder indiscutible de la manada cuando mató con una macana al macho padrote, abriéndole el cráneo con un fémur blanquecino que perteneció a otro como él que los carroñeros no pudieron devorar completamente. Se afianzó en esa posición de dirigente sin dilación, ya que, con su exitosa furia, comandó a los demás a su primera batalla para desalojar de la acequia a los del grupo rival, aniquilando a casi todos sus machos, con lo cual mejoró grandemente las condiciones de vida de los suyos al poder ellos aplacar su diaria sed y, con más territorio para encontrar comida, aumentó la fertilidad de la manada.

Siempre que se excitaba sexualmente se erguía por sobre los demás y mostraba su descomunal dotación sexual a todos y todas, luego avanzaba con determinación machista hasta la hembra que más le atraía en ese momento -normalmente una nueva recientemente capturada a los del otro lado de la acequia- la cual se arrodillaba sumisamente para darle la espalda como instintivamente lo hacían todas las hembras ante sus machos y, clavando la frente en el suelo, levantaba las ancas mostrándole la cárdena vulva que le era deseada y él procedía a lamérsela con avidez hasta que, embriagado por sorber los humores que la hembra exudaba, la agarraba con firmeza y la accedía con un solo envión acompañado de un bravío gruñido.

Totalmente empalada y fuertemente asida por las grupas, toda hembra que Gumbo escogía para aparearse con ella, aullaba gozosa y alborozadamente, mientras que, junto a los movimientos pélvicos y a los inconfundibles sonidos guturales del macho, ella era sacudida sin compasión de lado a lado y batuqueada contra el suelo al ser alzada en vilo por la fuerza de la virilidad, para dejarla luego caer por su propio peso. Todo ello levantaba una polvareda, la cual se incrementaba a medida que los demás se arremolinaban con ruidosa euforia alrededor de los copulantes (de ahí la frase "echar un polvo"). Después, en medio de convulsos estremecimientos, se encorvaba relamiéndole toda la peluda espalda y de seguido le desencajaba con un bufido su extremidad sexual a la que aún le goteaba semen y que otras hembras, forcejeando entre ellas, rebuscaban ávidamente con sus bocas, dejándola allí tumbada, inerme y expuesta a los machos que febrilmente se peleaban por el derecho de uso que su líder les concedía. Y, alzando sus brazos con los puños cerrados, lanzaba un largo y estruendoso alarido de satisfacción que recorría el seco valle y retumbaba en los agrestes acantilados, avisando a todos los otros habitantes de su misma especie que Gumbo pronto necesitaría -y saldría a buscar- otra hembra.

Cuando a Gumbo se lo comió un carnívoro mucho más grande que él, los exiguos y sedientos rivales cruzaron la frontera del riachuelo que dividía el valle y aplastaron numerosos cráneos, dejando casi sin población de machos adultos al otrora grupo de Gumbo.

Juajuy, el macho dominante de los de allá, pensó y dirigió a los pocos que quedaban de ambos bandos hacia otras tierras donde el agua y el alimento fuesen más abundantes. Ahora tenían un pasado y un destino común. Era la primera nación que formaron nuestros ancestros y los primeros que migraron en busca de un territorio en donde expandirse, y se fueron siguiendo la corriente del arroyuelo que antes los separaba, hacia donde sale el Sol.

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Todo sucedió muy rápido. En tan sólo tres millones de años evolucionamos desde nuestro más lejano pariente el Australopitecus robustus hasta el Homo sapiens sapiens.

En algún punto, en algún parpadeo de éste proceso que va desde que nuestros ancestros corrían y se encaramaban por sus vidas, hasta que nos convertimos en primates bípedos, intelectualmente conscientes y en los mayores depredadores del planeta, aconteció que una hembra de la especie humana atrajo al macho de una forma frontal, y en el momento culminante de los escarceos del ritual sexual ella le dirigió y le permitió el acceso a su vagina únicamente en posición de cara a cara.

Encontraremos referencias de este suceso en todas las religiones y culturas del orbe, referencias éstas que revelan la capacidad de la hembra para la manipulación y dominación del macho utilizando para ello un mejor recurso que la violencia, un mejor argumento que la razón, un mejor método que la invención. La hembra, con aparente sometimiento y dependencia, sedujo al macho y lo puso en la posición ella quería, acarreando con ello tantas y tan vastas consecuencias que aún hoy siguen apareciendo – y aparecerán - nuevas secuelas de aquel acto que se convirtió en modo y manera, único y característico de entre todas las especies que copulan en éste planeta.

He aquí el relato de cómo ocurrió aquel "cambio de posición" en la humanidad.

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La cueva era cálida en invierno y fresca en el verano. En sus paredes estaban pintadas las tácticas de caza que los del Clan Galòt empleaban, la manera como usaban el fuego y la forma como eran paridos. Ellos no habían hecho aquellos dibujos, esos estaban ahí desde siempre. El recinto podía albergar a todos los del Clan quienes, reunidos en grupos de número variable alrededor de un macho, se apoyaban mutuamente para sostenerse con vida, tanto para ir a cazar y buscar comida como para defenderse de los depredadores.

En las partidas de caza estaban todos, excepto las hembras preñadas que se quedaban con los más jóvenes. Utilizaban tácticas, armas y artilugios tal como estaban pintadas en las paredes, entre ellos la lanza con punta de pedernal tallado y la antorcha impregnada con resina de pino que no se apagaba bajo la lluvia. Las hembras encontraban y acorralaban a sus presas y los machos las mataban o morían en el intento. Las hembras acarreaban y asaban la comida y los machos la distribuían. Las hembras aprovechaban las pieles y los huesos para muchos otros menesteres y los machos vigilaban. Y Las hembras y sus críos se agolpaban en la noche alrededor de un macho que les daba abrigo y protección y también las preñaba. Esa era toda la vida... hasta que una hembra a punto de ser adulta imaginó la impudicia.

Geva tenía un brillo especial en su mirada que la diferenciaba de los demás de su Clan y era la única hembra que caminaba completamente erguida bajo el peso de las pieles. Ostentaba la gracia, nobleza y perfección que siglos y siglos después caracterizarían a las hembras de la estirpe de los Saint-Simon y su cuerpo se parecía más bien al de una despampanante vedette argentina pero, como ese país aún no existía, era solamente una hembra sin interés ni atractivos que, en aquella lejana Era, estaba en desventaja con respecto a las demás a causa de ser tan extraña y de no tener grandes acumulaciones de grasa en su vientre, cintura y trasero, sin frondosas cejas ni cicatrices obtenidas en las refriegas de caza o de quemaduras en la hoguera que le colocarían en un lugar de importancia y, al no despedir los fuertes olores que caracterizaban al celo, era poco graciosa a los machos de su Clan y despreciada por las que estaban amamantando. Todo esto ponía en peligro su propia supervivencia, Geva lo intuía.

Gadán era el macho más fuerte y hábil de los Galòt y en consecuencia era quien más hembras tenía en su entorno con lo cual se le hacía más difícil aún a Geva poder aproximársele, ya que siempre había más de una hembra dispuesta para él.

Mantenerse con vida en el verano ya era difícil y durante el invierno muchos morían. Los primeros vientos gélidos trastornaban la conducta de todos, sobretodo en las hembras recién paridas que se peleaban con las adultas fuertes por estar más cerca del macho distribuidor de la comida y con las viejas ya estériles del Clan que no querían perder lo que les quedaba de su privilegiada jerarquía.

Cuando aquel invierno se concentró en la entrada de la cueva y la escasez de alimentos se acentuó, el séquito alrededor de Gadán se relajó y perdió consistencia ante el hambre. Geva planificó todo para ese adecuado momento ya que había estado guardando bajo sus pieles protectoras varios trozos de comida que en su oportunidad no devoró y varias unidades de aquella fruta verde y redonda que ella misma fácilmente recolectó puesto que nadie la apreciaba ante la sobreabundancia de la cacería otoñal.

Geva caminó con determinación directamente hacia Gadán hasta que una hembra adulta y muy fuerte, que era lo que miles de años después se conocería como "La Matriarca", se le interpuso, lanzándole un fétido alarido en la cara acompañado de un empujón que iniciaría una fiera pelea. Pero Geva no peleó ni huyó. Sacó de entre sus pieles los trozos de carne asada, tan asada que parecían carbón y se los mostró a Matriarca, dando unos pasos atrás. Aquella hembra fuerte, feroz y hambrienta reconoció la comida y se lanzó para arrebatársela a Geva y ella los arrojó lejos sobre su hombro. El camino hasta Gadán quedó despejado.

Quitándose todas las pieles, avanzó hasta el macho quien, acuclillado entre hembras jóvenes y sus críos, había estado observando la escaramuza. Se acercó lentamente hacia él acariciándose sus pechos, apuntándole con ellos a la cara en forma nunca antes vista por Gadán. Al estar a unos tres pasos de él, le clavó la mirada en la suya y le extendió la fruta verde que traía en una mano, pero el macho estaba muy confundido: por primera vez una hembra se le aproximaba erguida y le ofrecía comida. Geva se llevó la manzana a la boca y la lamió delicadamente varias veces, le dio un pequeño y crujiente mordisco, y le alargó nuevamente la fruta ofrendándosela a Gadán junto con un movimiento rotatorio de sus caderas, avanzando un poco más. Parados uno frente al otro, mientras se olfateaban mutuamente, Geva bajó la manzana a sus entrepiernas y se la frotó en la vulva impregnándola con sus efluvios para ponerla inmediatamente en la cara de Gadán, quien al oler la fruta así condimentada la tomó con exaltación y le dio un gran mordisco, mientras era rodeado por el cuello con un brazo de Geva al tiempo que ésta le lanzaba su pelvis hacia adelante contra el aparato genital de Gadán, endurecido bajo las pieles.

Geva le lamió el rostro con desenfreno mientras le frotaba su montículo pélvico con pasión, y Gadán le correspondió hasta que sus lenguas se relamieron una a otra. Ya sin pieles entre ellos, se restregaban los cuerpos con arrebato y fogosidad. Cuando Gadán la agarró por las caderas para darle vuelta y ponerla en la posición de cópula, ella se resistió con la misma firmeza que el macho excitado le imprimía a su deseo de fornicarla, y se tiró ante él, se acostó boca arriba y le abrió las piernas, levantándolas para mostrarle sus contornos íntimos. Gumbo respiraba nerviosa y aceleradamente como tras la presa. Se postró de rodillas entre aquellas piernas abiertas y con ambas manos en un lado de la cadera de Geva quiso voltearla nuevamente. Pero ésta le agarró su miembro viril, agitándole su pené hasta estirarle el prepucio hacia atrás y, halándole hacia abajo el grueso bejuco, lo guió hasta sus húmedas oquedades. Al él sentir cómo su glande era restregado en la cálida y babosa vulva, instintivamente empujó con desatino su pelvis hacia delante. Se enardeció. Entre la desesperación y el delirio hizo violentos, repetidos y excitados lances controlados por Geva, hasta que la penetró y un escalofrío recorrió su espinazo, dejándose caer sobre ella.

Pubis con pubis, pecho con pecho y cara con cara, ella dio unos lentos sacudimientos con su torso y unas débiles manotadas en el cuerpo del macho simulando estar tratando de escapar de la carga, para que éste la asiese impacientemente con ambas manos por los hombros y afincase las rodillas en el suelo para entonces encorvarse con firmeza mientras le calaba las entrañas. Geva, lo abrazó con piernas y brazos, para recibir con sensuales quejidos la posesión dentro de sí de la gran verga de Gadán y, resoplándole en la cara y en el oído el placer que sentía en cada envión, le comunicaba con los movimientos acompasados de su pelvis que aceptaba y quería más julepe...

"Y Gadán conoció a Geva y se hizo hombre y la llamó su mujer y concibieron un hijo..."

Las hembras del clan Galòt que imitaron a Geva fueron tomadas y conocidas por sus hombres y se hicieron mujeres. Y los hijos de los hombres y de las mujeres se enfrentaban con los críos de los machos y de las hembras. Y las mujeres no dejaban a sus hombres con otras mujeres, ni los hombres dejaban a sus mujeres con otros hombres, y la vida en la cueva se tornó llena de perfidia. Y el hombre abandonó la seguridad de la cueva con su respectiva mujer para buscar su propio territorio. Y las grandes partidas de caza se transformaron en pastoreo de pequeños animales, y los hombres cultivaron con el sudor de su frente la tierra para poder completar la subsistencia de su familia para estar siempre cerca de sus mujeres y poder velar por ellas y por sus hijos.

Y volcaron-se a la intimidad por el placer del enamoramiento ante el desasosiego de la abstinencia: mano en la mano, brazo en el hombro, brazo en la cintura, boca en la boca, mano en la cabeza, mano en el cuerpo, boca en el pecho, mano en el sexo, sexo en el sexo, fornicación.

Y los hijos y las hijas de los hombres y de las mujeres gustaban-se y atraían-se y multiplicaron-se y multiplico-se la sexualidad por el mundo.

Han transcurrido miles de años, y la mujer es hoy el personaje principal de la especie humana y la guía del erotismo de la humanidad. Me quedo muy corto al decir que ni todos ejércitos que hayan marchado jamás, ni todas las armadas que en ningún tiempo hayan surcado los mares, ni todos los parlamentos que se hayan reunido nunca, ni todos los soberanos que en la vida hayan reinado; que ni todos ellos juntos han obrado tal efecto en la vida del hombre en la tierra como obró por sí sola aquella solitaria hembra en las profundidades de una olvidada caverna.

 

FIN