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Perversión Femenina (1)

en Jovencit@s

PERVERSION FEMENINA.-

Jenna tenía cierto parecido físico a Sharon Stone: alta, rubia, cabello corto, ojos azules, sonrisa seductora y mirada cautivadora; su piel aparecía ligeramente bronceada. A sus cincuenta y dos años lucía como de cuarenta. Poseía un porte distinguido. Gustaba de vestirse con túnicas de todo tipo la mayor parte del tiempo. Disfrutaba estar descalza: sus pies –de planta callosa y suave a la vez, venas marcadas en los empeines, uñas ligeramente largas y pintadas en blanco- expresaban su carácter de fuerza sazonada con dulzura; acostumbraba prodigar caricias con ellos. Desnuda lucía especial: senos medianos de pezones constantemente erectos, vientre algo prominente y un vello púbico color oro viejo hacían juego con unos muslos envidiables para su edad. Era una mujer verdaderamente especial.

A pesar de ello, nunca se había unido sentimentalmente a persona alguna. Se sentía mejor teniendo sexo sin compromiso con hombres y mujeres. Fueron muchas las personas que llevó a la cama. El sexo motivaba su vida y el placer la rejuvenecía de manera increíble. No necesitaba atarse a nadie para ser feliz. No obstante quería hacer algo diferente: hombres y mujeres de veinte a ochenta habían probado sus favores; no le quedaba nada por conocer en ese campo. Pensó en hacerlo con niños. A fin de cuentas todavía lucía sumamente atractiva y los chiquillos no la rechazarían. También pensó en perros y caballos. Le excitaron ambas posibilidades y decidió probar suerte con ambos géneros en cualquier momento. Pero no sabía por dónde comenzar.

El destino decidió por ella. Una tarde tocaron a su puerta. Al abrir se encontró con un niño de aproximadamente once años: tenía buena presencia y se notaba que pronto entraría de lleno en la adolescencia. La mujer no cesó de mirarlo con especial fijación; al fin le sonrió y conversó con él.

-Hola... ¿En qué puedo servirte?

-Buenas tardes, señora... Disculpe la molestia... Mis padres salieron de la ciudad y olvidaron dejarme la llave de la casa dentro de una maceta como por lo general lo hacen. Me vi solo y quise buscar ayuda, así que... bueno...

-Entiendo: no deseas permanecer en la calle a la interperie. Pasa. Me llamo Jenna.

-Mi nombre es Steven. Gracias, señora Jenna.

-Llámame Jenna, nada más. Imagino que debes tener algo de hambre.

Jenna condujo al niño hasta la cocina. Allí le preparó unos emparedados con mantequilla de maní y le sirvió un vaso de leche.

-Nunca te había visto por aquí. ¿Quiénes son tus padres?

-James y Sandra Bundy. Son diseñadores gráficos y trabajan en publicidad.

-Ah, eso suena interesante. ¿Estudias?

-Acabo de iniciar la secundaria.

-Ahh...

Jenna continuó conversando con Steven, preguntándole sobre tópicos que le dieran una idea acerca de su desenvolvimiento familiar y otros comportamientos. Así se enteró de que el chico también cursaba clases en la secundaria cercana y que no había hecho amigos aún. Le preguntó también sobre la opinión de sus padres respecto a compartir con otros adultos, los hábitos que tenía y otros temas en particular. Cuando tuvo una idea más concreta sobre él, tomó la iniciativa de seducirlo.

-¿Te parezco bonita?

-Si... Así es...

-¿Te molestaría si te acaricio?

-Bueno... –el chico titubeó por un momento- ...no hay problema.

Jenna acarició la mejilla del niño. Lo miró fijamente y repitió la caricia con mayor intensidad.

-Eres tan precioso... Pero estás tenso. Ven: quítate la camisa.

El muchachito accedío a pesar de la duda. Jenna pudo ver el torso de aquel proyecto de hombre aún sin iniciar y quedó fascinada.

-Ven conmigo.

Tomándolo de la mano, lo condujo hacia su dormitorio, donde lo hizo acostarse boca abajo en el suelo. Jenna buscó en su peinadora un frasco y al destaparlo un aroma sumamente agradable inundó el lugar.

-Es aceite perfumado. Te ayudará a relajarte.

-¿Por qué estoy acostado así en el suelo? –preguntó Steven.

-¿Has oído hablar del masaje?

-Si. Mamá lo usa con papá cuando está estresado.

-¿Sabes algo sobre masaje polinesio?

-No.

-Es una clase de masaje en el que se usan los pies en vez de las manos. Produce muy buenos efectos y sé que te gustará. ¿Me permites?

-Bueno...

Jenna derramó algo de aceite sobre la espalda del chiquillo, quien acusó la sensación con un leve gemido. Acto seguido la mujer extendió el aceite por la espalda de Steven con su pie izquierdo, usando movimientos suaves y fluidos. El chico comenzó a relajarse. Jenna sintió bajo su planta que el cuerpo del niño cedía al masaje e intensificó sus movimientos. Con los dedos del pie, como cuando se agarra de un árbol, pellizcaba suavemente los infantiles músculos; luego usaba la punta de los dedos gordo e índice para presionar en algunos puntos. Después procedió a deslizar toda la planta del pie sobre la columna vertebral. Steven disfrutaba sintiendo esa planta –callosa y suave a la vez-que le causaba algo de cosquillas.

-¿Cómo te sientes?

-Bien... –balbuceó Steven.

-Date vuelta, por favor.

El chiquillo obedeció y Jenna repitió el tratamiento sobre su pecho, hombro y cuello. Steven sentía la fuerza y la ternura del pie femenino que se deslizaba por su esternón para luego regresar a sus hombros y presionar con la parte carnosa de la planta. Jenna usó los dedos para presionar los músculos del cuello y con el dorso de los mismos acarició la parte baja de la mandíbula. A estas alturas ya el niño estaba experimentando una extraña sensación. La mujer lo adivinó al instante y utilizó las uñas del pie –que sobresalían medio centímetro del borde de los dedos- para causarle una cosquilla muy agradable al niño, cuya piel se erizó en el momento de recibir la caricia.

-¿Te gusta...?

-Mucho... alcanzó a responder Steven.

Jenna sonrió. Puso su pie de frente sobre el rostro del pequeño y con su dedo gordo le entreabrió los labios. Steven probó algo del aceite que impregnaba el pie de la mujer y con sorpresa, descubrió que era ligeramente dulce.

-¿Te gusta mi pie?

-Si...

-Chúpame el dedo...

De inmediato Jenna introdujo con ternura su dedo gordo en la boca de Steven. El niño le chupó el dedo suavemente. Jenna sacó el dedo de la boca infantil y bajó el pie hacia la mejilla derecha del chiquillo, prodigándole una caricia seductora.

- Qué rico se siente... –musitó Jenna- .

El pie femenino acariciaba con más intensidad el rostro del pequeño.

-Bésame el pie... Anda...

Steven besó repetidamente los dedos del pie de la mujer

-Usa tu lengua... Usala entre mis dedos...

Como un cordero obediente, el niño lamió los entrededos del pie de Jenna, quien volvió a colocar su dedo gordo en la boca de Steven para abrirle la boca; esta vez hundió sus dedos casi completos en la cavidad bucal del chico, quien los chupó como si se tratara de una golosina. Eso excitó sobremanera a Jenna, quien no aguantó mas... (continuará).