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Perversión Femenina (4)

en Jovencit@s

PERVERSION FEMENINA .- (4).

Poco tiempo tuvo que esperar para encontrarse de nuevo con Steven. Los Bundy en persona llevaron a su vástago a casa de la Sra. Madison, el apellido por el que Jenna era conocida en la zona. Al verlos, su alegría fue manifiesta.

-Sabemos por boca de nuestro hijo que usted lo atendió muy bien estando nosotros fuera de casa. Por eso queremos solicitar su ayuda de nuevo.

-Estoy a sus órdenes –replicó Jenna con entusiasmo.

-Debemos salir en de viaje por tres días aproximadamente; cuestiones de trabajo de ambos. Nos es imposible llevar a Steven. ¿Puede usted encargarse de él durante nuestra ausencia?

-Será un verdadero placer –contestó sin cortapisas.

-¡Vaya! –contestó James gratamente sorprendido- Tiene usted en mucha estima a nuestro hijo.

-Es un niño que se hace querer. Es caballeroso, culto y muy valiente.

Steven se ruborizó: no estaba acostumbrado a ser halagado por otra mujer que no fuese su madre. Jenna notó el hecho y, tomando al chico por el mentón, le dijo:

-Sé bienvenido. La pasaremos muy bien los dos. Te lo prometo.

La mirada de Jenna bastó para que Steven se sintiera más relajado.

-Gracias… -balbuceó Steven.

Los Bundy se sintieron tranquilos: su hijo quedaba en buenas manos… y vaya que así sería. Le entregaron a Jenna una maleta pequeña con ropa para el chico y le ofrecieron dinero para cubrir cualquier gasto que tuviese con él, pero Jenna lo rechazó.

-No es necesario. Yo me encargo de ello.

-¿Está usted segura?

-Les dije que será un verdadero placer para mí cuidar de Steven. Por dinero no se preocupen.

-Como guste, pues.

Al rato los Bundy se retiraron, dejando en la puerta de la casa a Jenna y a Steven. Ambos no dejaban de mirarse con una mezcla de afecto y deseo; los azules ojos de la mujer reflejaban la excitación que comenzaba a hacer presa en ella, encontrando en los castaños ojos del pequeño la dulzura de un afecto correspondido.

-Ven conmigo. Te enseñaré a hacerme tuya –soltó a decir Jenna.

Tomando de la mano a Steven lo condujo a su habitación. Allí lo hizo acostarse sobre la cama sin quitarle la ropa. Ella, por su parte, se quitó la túnica color vino que la cubría, quedando completamente desnuda ante su pequeño amante; nunca llevaba ropa interior puesta cuando se vestía de ese modo. Steven contempló aquel cuerpo maduro y firme que aparentaba una edad menor, detallando los medianos senos erguidos con pezones erectos y ligeramente oscuros, el vientre bien delineado aunque algo prominente, el vello púbico dorado que cubría su pubis hasta los bordes bajos de los labios mayores, las piernas firmes y esculpidas como las de una gimnasta y los pies descalzos que expresaban toda la fuerza de carácter y la pasión de aquella mujer madura.

-¿Te gusto, pequeño?

-Me gustas mucho, Jenna.

La mujer comenzó a frotarse la entrepierna. Un suspiro brotó de sus labios y sus ojos se entrecerraron. Steven la observaba con interés sin dar crédito aún a su suerte: una mujer desnuda se acariciaba la vulva frente a él… Era como un sueño real. Jenna miró de nuevo al niño y se acarició los senos con una mano en tanto la otra seguía trabajando con su sexo.

-Te deseo, Steven… -musitó la mujer.

Steven comenzaba a sentir una extraña tensión en sus genitales. De pronto aquellas sensaciones desconocidas vividas hacía pocos días vinieron a su mente. ¿Sería lo mismo de esa vez? Jenna observó el bulto que comenzaba a formarse bajo el pantalón del pequeño y su salivación aumentó. Se inclinó sobre el chico, desató el cinturón que sostenía el pantalón, desabotonó dicha prenda, bajóle la cremallera y comenzó a deslizarle la ropa caderas abajo. Apareció una ropa interior color crema que Jenna retiró con dulzura, surgiendo un pequeño pene con una notable erección. La mujer tomó el miembro infantil con su mano derecha y comenzó a masturbarlo con mucha suavidad. El niño estaba relajado, con los ojos fijos en los de la mujer. Jenna relamió sus labios.

-Quiero poner tu pene en mi boca… Deseo chupártelo… ¿Puedo? –preguntó seductoramente.

El chico no supo qué contestar, pero por su mirada Jenna supo que podía hacerlo y comenzó a introducírselo lentamente en la cavidad bucal. Steven sintió el calor de la boca de Jenna cubriendo su miembro. Una suave pero segura chupada bastó para intensificar la erección del muchachito; la lengua femenina se movía en el interior de la boca, recorriendo el glande y parte del tronco del pene y estimulando cada punto entre esas áreas. Steven comenzó a gemir: estaba experimentando una nueva sensación. La mujer extrajo el pene de su boca y se dedicó a estimular el glande con lengüetazos.

-Hmm… Me encanta tu pene, mi amor… -dijo Jenna.

Su boca volvió a apoderarse del miembro infantil, chupándolo con mayor avidez. Parecía que estuviese disfrutando de una rica golosina. Cuando notó que había llegado a su punto máximo de erección, Jenna lo extrajo nuevamente de su boca. El pequeño pero muy erecto pene del niño brillaba por la saliva que lo cubría. Jenna se sentó a horcajadas sobre el rostro del chico y con sus manos se abrió los labios mayores, dejando ver el hinchado clítoris en todo su esplendor.

-¿Ves mi clítoris? Voy a rozar tus labios con él.

La mujer comenzó con la tarea con mucha suavidad; Steven sintió aquél órgano en sus labios y se dejó hacer. Los roces se intensificaron y pronto toda la vulva de Jenna cubrió la boca del chiquillo. La vagina comenzó a exudar abundante lubricación que impregnó la boca de Steven.

-¿Recuerdas cómo usé mi boca en tu pene? Haz lo mismo con mi clítoris

El niño obedeció y se apoderó del clítoris con su boca, chupándolo con firmeza; un ligero temblor dominó el cuerpo de Jenna y su boca dejó escapar un gemido. El chico resultó un experto en cuanto a estimulación clitórica con la boca, porque apenas lo chupó, comenzó a usar su lengua sobre él. Jenna estaba extasiada: hacía tiempo que no estimulaban su clítoris de ese modo; apretó aún más su vulva contra el rostro de Steven y le incitaba a lamer con más fuerza.

-Vamos, mi hombrecito… Chupa… Así… Usa tu lengua… Ahh… Ahh…

Tomóal niño por los cabellos y prácticamente le enterró el rostro en lo poco que quedaba visible de su entrepierna. Comenzó a mover las caderas rítmicamente. ¡Hacía mucho que deseaba revivir esas sensaciones! Estaba sumamente excitada y nada la detendría ya.

(Continuará).