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Perversión Femenina (3)

en Jovencit@s

PERVERSION FEMENINA.- (CONTINUACION)

Jenna frotó su vulva contra el rostro de Steven, esparciendo el flujo orgásmico por su mejilla. La excitación hizo presa de nuevo en la mujer: con movimientos suaves comenzó a frotar su clítoris sobre el pómulo del niño, quien se hallaba prácticamente ensimismado, con los ojos cerrados, bañado en el líquido blanquecino y viscoso que fluía de la cavidad vaginal, sintiendo en su cara la suavidad de aquella carne de mujer. Los movimientos de frotamiento se hicieron más firmes; el calor brotaba de la vulva como si viniese de un baño sauna en el interior de ese cuerpo femenino.

-Ahh... ahh... ahh... ahh...

Ella solo gemía... Volvió a morderse los labios... Estaba poseída por el placer...

-Hmmm... Qué sabroso... Hmmm... Dios...

Steven se dejaba hacer, a pesar de que las caricias de la vulva contra su cara se hacían más fuertes. La sensación del tejido genital de la mujer deslizándose sobre su rostro, unido a la constante exudación vaginal, lo tenían completamente dominado. No se explicaba por qué, pero le gustaba lo que sentía. Jenna comenzó a moverse aún más fuertemente y a respirar entrecortadamente. Sus jadeos se adueñaron de la habitación.

-Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah...

Bastaron pocos segundos para que el orgasmo nuevamente hiciera aparición: Jenna explotó como un geiser, bañando el rostro del chiquillo por completo con su licor sexual, blanquecino, viscoso, caliente, abundante. Parecía la eyaculación de un hombre, pero aquel flujo provenía por completo de esas entrañas de hembra entregada al éxtasis sexual. La fémina se sacudió como una epiléptica y sus ojos se voltearon al mejor estilo de Linda Blair en "El Exorcista" y de su boca brotaba una mezcla de jadeos e imprecaciones. El temblor corporal desapareció y la mujer se tumbó en el suelo, colocándose al lado del pequeño, quien no se atrevía aún a abrir los ojos.

Pasaron unos minutos que a ambos les parecieron horas. Finalmente Jenna se incorporó y acercó su rostro al de Steven, rebañando con su lengua los restos –aún frescos- de su propio flujo que quedaban sobre el niño. Fue entonces que el muchachito abrió los ojos.

-¿Ya pasó? –preguntó tímidamente.

-Si –respondió Jenna con ternura.

-Wao... Eso fue... No sé... Me gustó.

-Me contenta que te haya gustado... A mí me gustó aún más... –ripostó Jenna mientras pasaba su lengua por sobre los labios infantiles -. Podemos repetirlo cuando tú quieras.

Steven miró a Jenna. Por primera vez observaba a una mujer como lo que era: UNA MUJER. A diferencia de lo que sentía por su madre –a quien amaba mucho-, su atracción hacia Jenna provenía de la experiencia vivida.

-Me gustas, Steven –comenzó a decir Jenna- y deseo compartir contigo muchas otras cosas como las que ambos hemos vivido hoy. Dime: ¿aún me ves bonita?

-Sí, Jenna.

La mujer sonrió de satisfacción y prosiguió:

-¿Consideras que soy muy... mayor para ser tu amiga?

-No... Bueno... Si, un poquito.

Jenna rió ante la sinceridad del chiquillo y preguntó:

-¿Te sentirías fuera de lugar si yo te eligiera como mi amiguito?

-No tanto... Te vería como mi maestra... Si, eso.

-¿Nada más?

-No sé...

-Por lo común los niños se sienten atraídos hacia su maestra... y aunque hayas pasado esa etapa puedes revivirla conmigo si lo deseas.

Steven calló por un momento, como si estuviese analizando la propuesta. Jenna interrumpió sus pensamientos.

-Tengo cincuenta y dos años... Y debo decirte que jamás había hecho esto con un jovencito como tú. No estoy loca ni drogada: sólo sé que me gustaste y quise probar algo nuevo contigo; y no me equivoqué al hacerlo. Eres un niño muy especial.

-Yo tengo once años –respondió Steven- y es la primera vez que me ocurre esto. Es tan raro...

-Déjame ser alguien en tu vida... –díjole Jenna – Te prometo que seré la mejor amiga que tengas jamás. Te enseñaré cosas ricas y no te arrepentirás de elegirme. Sólo te pido un favor: como sé que tus padres no entenderán que una mujer como yo se sienta atraída por un niño como tú, háblales sobre mí y cómo me conociste, pero no les digas nada sobre lo que hicimos.

-¿Por qué no?

-No entenderán la situación. No te preocupes: nunca te haré daño, pero para ellos lo que hicimos sería algo muy malo.

Steven pensó un momento y luego accedió a las peticiones de Jenna. La mujer abrazó al chico y lo llevó hasta el baño para que se lavara la cara; lo vistió, le peinó el cabello y lo condujo hasta la sala para que efectuase una llamada telefónica a sus padres. Tras realizar la misma, Jenna se cubrió de nuevo con la túnica de seda, permaneciendo con los pies descalzos. El resto del tiempo lo pasaron ambos conversando y conociéndose aún más. Jenna estaba feliz: había probado el fruto prohibido de la pedofilia y le había encantado. "Vio que el fruto era deseable y agradable a los ojos", como dice el libro del Génesis al relatar la tentación de Eva. Y estaba dispuesta a proseguir con su nueva aventura sexual.

Al poco rato llegaron los padres de Steven a la casa de Jenna, quien los recibió con una amplia sonrisa y los elogió como pareja. Al despedirse de Steven, lo besó muy cerca de los labios y le dijo:

-Siempre serás bienvenido aquí. Puedes visitarme cuando quieras.

James y Sandra agradecieron la hospitalidad de Jenna y le prometieron que Steven volvería a visitarla muy pronto. Jenna acarició furtivamente la pierna de Steven con su pie derecho; el niño captó el mensaje y le prometió que regresaría. Cuando Steven y sus padres se retiraron, Jenna se quitó de nuevo la túnica, se recostó en el sofá de la sala y abrió sus piernas. Recordó cada instante de placer experimentado con el niño y se entregó de lleno a la masturbación.

(Continuará).