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Un callejón solitario

en Confesiones

"Adiós, mamacita".

Es una frase muy común entre el populacho para decirle a una mujer que la encuentran atractiva, y es tan chocante y tan vulgar como los sujetos que la utilizan. Al oírla, apreté los labios y apresuré el paso, deseosa de alejarme cuanto antes del grupito de vagos. Recuerdo que todavía bajé la vista, para evitar hacer contacto visual y no darles pie a más avances.

Seguí mi camino, medio extraviada como estaba por andar en un rumbo de la ciudad que no frecuento. Justo acababa de preguntar dónde estaba la iglesia del Espíritu Santo, y unas señoras me habían dicho que en la siguiente calle había que virar a la derecha, pero no me advirtieron de la existencia del callejón.

Ensimismada en mis pensamientos, aún caminé unos 20 metros antes de darme cuenta de mi equivocación.

Giré sobre mis talones a fin de recuperar el rumbo, pero tres altas y robustas figuras me salieron al paso. Eran los tipos que momentos antes me habían "echado los perros", como decimos por acá. Fuertes, malencarados y vulgares, comprendí que estaba en el momento y lugar equivocados al toparme con ellos en ese solitario callejón. Sentí que la presión sanguínea me subía y luego bajaba abruptamente, un vacío en el estómago, mientras mis brazos pesaban una tonelada y mis piernas de repente carecieron de fuerza para sostenerme.

Los miré con una clara expresión de azoro, que hizo que soltaran otra risotada mientras me recorrían con la mirada de arriba abajo. Aún traté de conservar la calma, y les alargué mi cartera al tiempo que retrocedía un paso.

Un sujeto me la arrebató, pero en lugar de revisar su contenido la arrojó al piso. Entonces entendí que la sensación de temor estaba plenamente justificada; no iban a conformarse con lo que llevaba encima...sólo alcancé a pensar "¡ay!", notando que las mejillas me abrasaban, y mis manos estaban heladas, y escuche a mi propio corazón latir alocadamente.

En la esquina, atormentadoramente cercana y desesperantemente lejos, el ruido del tráfico que nadie oyera mis gritos de auxilio, y nunca como entonces me pareció tan enorme una distancia tan corta; no alcanzaría a correr, aún si por milagro lograra atravesar la barrera de sus cuerpos.

"no te dejes atrapar", oí con nitidez en mi cabeza. "el ratón más asustadizo se torna en una rata acorralada al verse perdido"… entreabrí la boca para poder tomar aire sin ser demasiado evidente.

Al alcanzar a ver que uno de ellos se acariciaba la bragueta, y no esperé un segundo más. Llevé mis manos al pecho, y comencé a desabotonar mi sweater. Los sujetos rieron y dijeron alguna cosa que no entendí, ocupada ya como estaba en balancear la prenda con el dedo índice. La moneda estaba en el aire, y no había manera de retroceder. Aspiré profundamente, El primero de ellos se adelantó, volteando hacia atrás para ver con risa a sus compañeros. Después, todo fue un relámpago, una escena de película, jadeos, respiración acelerada, acometidas furiosas…

En la entrada del callejón me detuve para arreglarme la ropa y abotonarme el sweater. Con una sonrisa descarada, pasé mi lengua alrededor de mis labios, mientras con las manos me sostenía la cintura y luego bajaba al pubis y acercaba el torso, como si mis senos se despidieran de mis conocidos momentáneos.

Había estado genial.

Instantes después de que el primer tipo se acercó, y cuando yo ya me había quitado el sweater, y lo sostenía en la mano derecha, lo estampé de lleno en la cara del sujeto de atrás, mientras mi codo entraba limpiamente en la nuca del sujeto de adelante. Al caer me dio tiempo de acomodar una patada circular a la cara del hombre que apenas estaba retirando la prenda de su rostro, pero el tercero se vino directo a mí, entre incrédulo y furioso la súbita reacción. Esperé a tenerlo a distancia y entonces encogí las rodillas, dejándome caer sobre la espalda, a tiempo justo de estirar las piernas y aprovechar su impulso para hacerlo volar sobre mí.

Luego, con calma, recogí mi sweter, el bolso, y mi taconeo se alejó por el callejón.