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Una rival formidable

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En cuanto nuestras miradas se cruzaron supe que iba a ser una rival formidable.

De estatura similar a la mía (1.55) la primera impresión que me dio fue que era un monstruo de tremendos brazos, espalda inmensa y poderosas piernas.

Su cara, de boca entreabierta debido al protector bucal, estaba rematada por dos bovinos ojos, que me veían sin expresión. Alguno de sus amigos le comentó algo que hizo que riera, volteándose de perfil, lo que me dio oportunidad de ver su inmenso vientre subir y bajar a resultas de las risotadas.

Sus manos eran gruesas y grandes: Hace meses no me habría impresionado; pero ahora sin querer calculé la diferencia de peso entre ella y yo. Recordé que en un cuadrilátero lo último que debes hacer es acobardarte frente a tu oponente, de manera que di un golpe al aire, chocando un guante contra otro y encogí los hombros, girando en círculo la cabeza, en un último relajamiento para el cuello antes del round.

En un vistazo, alcancé a ver a mi hijo haciéndome señas de que cuidara la guardia.

El réferi pidió que nos saludáramos, y yo apenas estaba haciendo la reverencia cuando un golpe tremendo desenfocó mi visión. Mi cuerpo, obedeciendo instantáneamente al entrenamiento recibido durante meses, me hizo dar un salto hacia atrás en tijera, lo que me dio posibilidad de esquivar el segundo golpe y "resortear" hacia ambos lados, confundiendo a mi atacante mientras instintivamente alcancé con un golpe volado su sien derecha.

La amiguita trastabilló, y me pareció oír dentro de mi cabeza la voz del master cuando nos grita: "rápido, rápido; no le den tiempo al atacante de reaccionar", entonces la seguí con una patada de costado, más no lo suficientemente rápida como para evitar que mi pierna quedara atrapada, y me di cuenta, pero no tuve tiempo ni siquiera de sentir miedo, cuando una de sus rodillas se clavó en mi ingle, ya de por sí tan martirizada en los últimos días.

Al caer al suelo me giré un par de veces consecutivas para evitar sus pisotones, que afortunadamente lentos, no me lograron alcanzar. No sé de donde tuve agilidad para lograr pasar una pierna en rehilete a través de sus rollizas pantorrillas, di un giro, apretando los dientes para poder hacerme de la fuerza necesaria, y fue suficiente; cayó al enlonado con una fuerza tan tremenda que mi cuerpo rebotó al impacto; y entonces busqué con mis talones su careta, logré acomodar un golpe y vi su protector bucal salir disparado.

En un brinco, quedé de pie, pero se me hizo mala onda patearla estando en el suelo; indecisión que ella aprovechó para primero tratar de golpear uno de mis tobillos para tirarme, pero logré retroceder, si bien conscientemente le dí tiempo de pararse. Cuando estuvo de pie, sus ojos medio bizcos me enfocaron llenos de furia, la espumosa saliva salía de su boca abierta, lo que me dejó ver sus dientes irregulares y amarillentos.

Olvidando que en un combate cuerpo a cuerpo la rapidez no tiene que estar reñida con la precaución, se dejó venir como un toro embolado, y la recibí con un codazo, pensando que iba a aprovechar su misma velocidad para hacer que se impactara; pero calculé mal su peso; de modo que un espantoso dolor en el hombro me hizo saber que algo había salido mal. Aprovechó el instante en que con la mano derecha estaba tratando de cargar mi brazo izquierdo para sujetar con ambas manos mi careta e impactar en mi cabeza su rodilla; entonces le dí un pisotón en un empeine y no sé ni como me levanté, clavando mi codo derecho en su careta, lo que la hizo retroceder lo suficiente como para que yo levantara la pierna izquierda en una patada circular que por puro milagro le alcanzó la cara, lo que hizo que el combate terminara automáticamente.

En un instante, mi hijo ya estaba junto a mi, quitándome la careta y aflojándome el peto, que no me dejaba respirar; la nariz la tenía toda congestionada y tenía que respirar por la boca, mi ojo izquierdo estaba cerrado; la ingle me hubiera hecho estar de rodillas si no hubiera sido porque mi hijo me detenía.

Los compañeros del club se limitaron a darme una palmadita (han intervenido en combates mucho más desiguales y han salido airosos). El master me veía, y lo alcancé a ver sonreír, contento de ver a la última de sus alumnas no hacer mal papel delante de una alumna aventajada de otro club (de hecho, le gané por decisión unánime).

Pero cuando bajé los tres escalones del ring mi gozo se fue al pozo. Víctor, a quien no vi durante toda la pelea, estaba lívido; y en lugar de felicitarme, o de preocuparse por mi hombro, lo que hizo fue comentar que no es un deporte, sino un comportamiento de salvajes; y que su esposa no puede andar haciendo esos desfiguros.

La mandíbula me dolía, y con el único ojo disponible, lo observé tal cual es. Un tipo presuntuoso, orgulloso, pagado de si mismo, vanidoso (ya sé que todos esos adjetivos son sinónimos; pero es que es mucho mi coraje y mi indignación como para usar nada más uno o dos).

No soy una dama. No una como la que él necesita. Me gusta hablar con las flores y con los perros, y me llevo muy bien con los niños pequeños y con los ancianos. Me da risa que la mosca vuele, y cada día le agradezco a Dios que mis ojos pueden ver el azul del cielo, y mi piel sentir la caricia del sol. Soy una ignorante, salvaje, fea mujer del pueblo.

Su plática en cambio, es tan académica, tan seria, tan importante…!

Señores; esto es un hecho.

Malenita-lengua-larga, seso-corto y poco-juicio, no se casa con Víctor el importante académico y afamado curador.

Ya se lo dije.

Ahora a ver que pasa.