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La papelerita

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Sus zapatitos rotos estaban llenos de lodo y estaban húmedos, duros. Hasta sabía de qué sabor eran los chicles que pisaba.

Con afán iba calle arriba y calle abajo. Tenía que vender sus periódicos. Era urgente, desesperantemente urgente. La tarde estaba cayendo y sabía que la noticia de este día es historia mañana.

Si no terminaba de venderlos, ¡triste su calavera chillona!, la de andarriazos que le iban a acomodar entre su madre y su padrastro.

"Diario, Diario, compren el Diario" Era inútil. Entre más gritaba ofreciendo su mercancía a los transeúntes, más parecía que la ignoraban, en su prisa por guarecerse del aguacero inminente.

Y ella con sus periódicos bajo el brazo los ofrecía a los transeúntes: "Compren el periódico, lleven el Diario"…poco a poco su voz se fue perdiendo en un susurro, hasta que finalmente dejó caer la cabeza al ver que la gente se había ido y ella había quedado sola en la calle desierta.

Un retortijón en las tripas le hizo recordar que no había comido. ¿pero qué importaba eso, si al llegar a su vivienda, no sólo tendría que encarar de todas formas el hambre, sino también los golpes del par de borrachos?.

Su boca estaba reseca y sobre sus mejillas ardientes rodaron dos lágrimas solitarias.

Qué iba a hacer?

Ocupada como estaba en frotarse las manos con desesperación, no notó que de un coche estacionado un par de ojos la observaban.

Lentamente la portezuela se abrió, y el hombre se acercó con cautela, temiendo espantarla.

Cuando llegó junto a ella le extendió un sándwich, y le preguntó cuánto valían sus periódicos. "es que necesito recortarlos todos: creí que ya no podría comprarlos hoy, lo que hubiera sido un contratiempo. Gracias por vendérmelos, y guarda el cambio".

La carita de la niña se iluminó, arrebató el dinero con la misma voracidad que el sándwich, y se fue canturreando calle abajo.

Con una sonrisa, el hombre dejó a un lado el fardo de diarios, subió a su coche y se fue de ahí.