miprimita.com

El auto se detuvo en la calle poco iluminada

en Confesiones

El auto se detuvo en la calle poco iluminada y a esas horas solitaria.

Al verlo quitarse el cinturón de seguridad y mirarme las rodillas, ya sabía lo que iba a ocurrir, y una caliente sensación comenzó a cosquillearme entre las piernas.

No iba a esperar a subir al piso. Y como siempre que toma la iniciativa en nuestros combates amorosos, no me pude oponer.

Me abrazó, con esa ansia tan característica en él. Con esas ganas que lo hacen besarme y morderme arrancándome suspiros y gritos (¡ay, recórcholis: cómo ahí? ¿y si pasa un policía?) mi mente decía "no, no, no", mientras él me abrazaba y me desabrochaba rápidamente los botones de la parte superior del vestido y con manos diestras jalaba hacia abajo mi sostén, para luego golosamente hundir el rostro entre mis pechos. En este instante mi respiración ya era entrecortada y recuerdo que eché un vistazo temeroso alrededor, ¡imagínense que nos hubiera visto algún transeúnte, un vecino, el policía de la cuadra…! Todavía alcancé a mirar arriba, no fuera que alguien estuviera en su ventana observando el panorama, ¡e imagínense!

Y mientras esos pensamientos giraban alrededor de mi mente a toda prisa, la sensación de sus manos y su boca me impulsó a acariciar su cabeza primero dulcemente y a medida que mis jadeos iban en aumento, mis dedos se hundieron en su cabello en mi desesperación por hacer que se detuviera; así de intensa fue la sensación de placer y ansiedad que me estaba provocando.

Pero él no se iba a detener. Una de sus manos se posó en mi pierna y comenzó a levantarme el vestido, simplemente rozó con la yema de los dedos mi muslo lo que hizo que gritara, aunque su boca que me besaba ansiosa ahogó mi grito.

Su mano alcanzó mis cachas, tan amplias y tan macizas como las de una yegua joven, mucho más grandes que sus manos. Tal vez las quería estrujar o pellizcar, pero de tan duras que son no pudo; por lo cual seguramente en una pequeña venganza las golpeó fuertemente con la palma abierta; y la sorpresa hizo que el dolor de la nalgada se minimizara, aunque sabía que había sido muy fuerte, tanto por el sonido seco que hizo su mano al estamparse en mi carne, como por el hormigueo posterior al golpe.

Ahí, confundida, traté de deshacerme de su abrazo, pero mi dulce y gentil curador de arte de pronto tenía una fuerza descomunal que me impidió soltarme y con una mano buscó el botón para poner el asiento en posición casi horizontal, mientras con la mano que me había nalgueado bajó de un tirón mis bragas y se acomodó entre mis piernas,

(¡uuuy!) el hecho de recordar los detalles está haciendo que me sienta húmeda otra veeez!!!!

(ya logré recomponer el rostro; pero por dentro me siento arder. ¡Llamen a los bomberos!).

Pues ya que se colocó in situ en lugar de seguir adelante lo que hizo fue ¡quedarse estático, observando mi cuerpo retorcerse debido a mis ansias: ¡pero no hizo nada!!!

Me cubrí la cara con ambas manos, tratando de apagar el gemido doloroso que salía de mi garganta, de mi pecho, ¡de mi alma! Verdaderamente me estaba doliendo de tan excitada que estaba, y tan vacía.

Me giré sobre un costado, doliente, desesperada y casi humillada. Entonces me volvió a colocar sobre mis espaldas y me hizo el amor.

¿Habrá sido para que sintiera yo la necesidad de él? ¿habrá sido porque le gustó verme así de ansiosa? ¿o agasajó su mirada mirándome retorcerme, con el vestido abierto, el sostén debajo de los pechos, sin bragas y con esas medias tan finas y ese sugestivo liguero?

Ay.

Recuerdo y me vuelve a doler. Recuerdo y me vuelvo a excitar. Recuerdo y quiero volverlo a tener. ¡y falta tanto para que llegue la noche!.

De lo que me perdí todos estos años!.

Siempre que me salía un pretendiente le decía "no, no, no, no".

Bueno; me felicito de no haberle dicho que sí al primero que pasara, pero ¡cuánto tiempo perdí rechazándolo a él!.

Ahora que a lo mejor si la plaza le hubiera sido más fácil, no la habría apreciado tanto. Me estoy volviendo loca por él.

De repente he comenzado a notar cuánto me gusta su boca, o qué hermosos se le ven los ojos cuando le brillan con ese chispazo especial.

¿de no haberme asaltado –porque eso es lo que hizo- habría yo llegado a estar con él? Lo dudo. Qué bueno que lo hizo. Qué bueno que estamos juntos, qué bueno que LA VITA É BELA!

 

P. D. No me gusta sentirme indefensa ante él; pero siempre acabo rendida a sus antojos, como si al tiempo que somete mi carne a sus deseos domeñara también mi voluntad.

Un día de estos voy a hablar muy seriamente con él al respecto.