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Se la debía...

en Confesiones

Se la debía

"Regreso a Barcelona. Me gustaría que comiéramos juntos para podernos despedir como es debido. Es de gentes de razón, no puedes negarte. Por otra parte, no pienses que vas a pasar un mal rato. Por el contrario, puede que el hecho de despedirnos como se debe te deje un grato sabor de boca"

No me negué. Ha sido tan noble, tan generoso, tan majo… y yo he sido una malvada con él. Bueno. Sigan leyendo y verán como todo se paga en esta vida.

El viernes pasó por mí a la oficina. Me tomé la tarde, porque me dijo que quería platicar largo y tendido conmigo.

Tomamos la carretera a Toluca. El paisaje es muy bonito, so pretexto de admirarlo, buena parte del trayecto me la pasé mirando por la ventanilla, y aunque dijimos un par de cosas sin importancia, casi todo el camino nos la pasamos callados.

En el camino hay un restaurante que tiene fama porque está en un lugar muy bonito. Había oído que es un lugar ideal para citas clandestinas, pero no sabía por qué.

El sitio es hermoso. No sólo el edificio, sino el lugar, pues está en medio de un bosque. V. se rezagó dándole algunas indicaciones al mesero, y yo aproveché para echar una ojeada al sitio. Fue entonces que me di cuenta de que también es un discretísimo hotel.

V. me alcanzó y me tomó por el brazo, miró al mesero y le pidió que comenzara por traer la carta de vinos.

Yo de vinos no sé nada. Bueno; sí. En teoría, sí. Pero no lo acostumbro. Una copita de sidra en Noche Buena. Un poco de rompope sobre el postre. De vez en cuando (¡pero muy de vez en cuando!) una copa de vino blanco para comer. Nada más. Él, como hombre de mundo, eligió lo que le pareció mejor. Yo lo dejé hacer, porque, ¿qué va a opinar una de lo que no sabe nada?

No tenía mucho apetito, pues en atención a lo que me pasó la última vez que salí con él, antes de dejar la oficina me comí un bocadillo (previendo que fuera a pedir vino, como ocurrió).

Pues el caso que yo estaba ahí para comer, pero no para comer, pues ya había medio comido. Para beber, pero no para beber, porque sólo iba a medio probar una copa, me dije por anticipado.

¡Yo estaba ahí para platicar!... y no platiqué, a final de cuentas.

El lugar donde nos sentamos está junto al ventanal que da al bosque. El sitio es precioso, y me repetí a mi misma lo que siempre me he dicho: es una pena que yo no ame a este hombre, tan dulce, tan gentil, tan majo… en ese instante lo miré, y algo parecido a un escalofrío me recorrió la espalda. Sus ojos tenían un brillo que antes no había visto, una cierta dureza en su sonrisa. Sus ademanes eran rígidos y yo pensé que era muy terrible lo que iba a decirme.

Cualquiera que fuesen sus reproches, los tenía merecidos y anticipando lo que iba a tener que oír, bajé los ojos.

El mesero vino, abrió la botella, la escanció; y en ese momento Víctor me llamó la atención a un pájaro que llevaba en el pico una ramita para su nido. Yo voltee hacia fuera, pero no vi nada. Mis ojos regresaron a mi regazo, y él recibió una llamada que cortó en cuanto dijo que no quería ser interrumpido.

Puso la copa en mi mano y me dijo "sabes que te amo y que no deseo otra cosa más que seas feliz"… se me quedó mirando intensamente y la única salida que se me ocurrió fue apurar la copa, a despecho de la primer intención que yo tenía de no beber más que la mitad o menos de la mitad de una.

Me explicó en qué consiste el proyecto que va a montar en Madrid. Me platicó las responsabilidades y perspectivas que va a tener. Entonces empecé a sentir calor. Claro; si yo no acostumbro el vino, quién me manda, pensé.

Después la sensación de calor que me recorría piernas y brazos fue dando lugar a una especie de adormecimiento, de sentirme pesada, torpe. Dejé de escuchar lo que decía porque me pareció demasiado complicado para poderlo seguir. La cabeza me pesaba y de repente me sentí mareada, como si estuviera cayendo en un pozo negro. Creo que todavía intenté levantarme para ir al baño y mojarme la cara.

Sentí como si alguien me levantara en el aire, pero fue lo último que sentí antes de perder la conciencia.

Lo siguiente que recuerdo es una sensación de asfixia, y luego unos brazos que gentilmente acomodaron mi cabeza en una almohada y apartaron mi cabello, que se había enredado en mi cuello.

Medio me daba cuenta de las cosas, pero mi cuerpo pesaba demasiado para poderme mover; mi mente estaba demasiado confundida para poder pensar. Debo haber tenido los ojos medio abiertos, porque lo vi, mirándome expectante. Pude notar sus ojos de lince brillantes y enrojecidos por el deseo, mientras con manos trémulas jalaba hacia abajo mi ropa.

En mi desmayo aún estuve conciencia de su peso contra mi cuerpo, que de repente estaba desnudo como cuando nací; me dí cuenta de la avidez de su boca, de sus manos, y no escapé del dolor intenso de sentirme desgarrada como cuando hace 16 años estuve por primera y única vez con un hombre.

Creo que hasta oí mi gemido de dolor.

Luego, otra vez la oscuridad.

Abrí los ojos cuando ya era de noche. La cabeza me dolía y me daba vueltas. Quise incorporarme, pero todo el cuerpo me dolía. Además, él estaba junto a mí. La cara me ardía de vergüenza, me sentí adolorida y DOLIDA por lo que había pasado. Hubiera reprochado de haber encontrado las palabras, pero lo único que pude hacer fue esconder la cara en su cuello. ¡Qué sensación tan extraña, la de un cuerpo desnudo junto al mío, desnudo también! Entonces me aparté y como pude, me giré dándole la espalda. Tomé conciencia de que toda yo estaba sucia; la cama era un campo de batalla donde… donde sus efluvios y los míos podían olerse y mirarse. Sangre, semen, sudor. ¡quise desaparecer!

Me abrazó y me volteó hacia sí. Yo no quería mirarlo; mi vergüenza era tan grande que ante la imposibilidad de cubrir mi desnudez lo único que se me ocurrió fue taparme la cara con las manos. Su voz me hizo saber que era otra vez el mismo V. de siempre, el que no lastima, el que todo lo da. El que oye, el que apoya y da calidez al lugar en donde está.

Estuve sollozando entre sus brazos un rato. Uno de sus brazos me acomodó encima de él, mientras con el otro recorría mi espalda, consolándome y tranquilizando mi llanto.

Después, no sé cómo, la caricia se extendió y no fue más una caricia de consuelo, sino la caricia de un hombre que palpa y explora el cuerpo de la mujer que tiene entre los brazos.

Y sí; en medio de mi confusión, vergüenza y sentimiento por haber sido asaltada de esa manera, me sentí una MUJER, yo, que siempre he pensado en mí más como ser humano que como hembra que puede despertar los deseos sexuales de un hombre.

No pude menos que darme cuenta de que debe haber sido mucho su deseo para orillarlo a actuar como lo hizo; no sé si lo justifico por todas las veces en que lo lastimé, aún sin querer. Pero no me sentí violada; sentí que era como un pastel que muchas veces se le antojó y del que siempre se había quedado con las ganas.

No supe oponerme; ahora, días más tarde, al escribir esto, reflexiono que pude haber hecho muchas cosas; pude gritar (pero la vergüenza no me permitió ni siquiera pensarlo en ese momento) pude intentar por lo menos una llave de defensa personal, que ahora que lo pienso, sí podía haber usado, pero es que no pude, ¡ni siquiera lo pensé!... fui como cordero al matadero, sin oponerme, ahogando los gritos espantada de que alguien pudiera oírme y entrara y viera esa situación tan espantosa. Espantosa, esa es la palabra.

Espantosa porque no estaba ahí por mi voluntad; no estaba con el hombre que amo y paradójicamente, todo lo que un día pensé que sucedería con él estaba ocurriendo con otra persona.

Cerré los ojos, por ejemplo, cuando hundió la cara en mi cabello, que estaba disperso en la almohada. Lo tomó con ambas manos y lo olió, enredó los dedos en él, forzándome a voltear hacia él la cara, que yo había girado hacia otra parte.

Besos y caricias; murmullos, quejidos. Chasquidos de besos y otros ruidos hasta ahora desconocidos por mí. Vergüenza ¡mucha vergüenza! Y todo eso entremezclado con sensaciones que jamás había experimentado.

Ya estaba entrada la mañana cuando abrí los ojos. Despacito me aparté de él para buscar con la mirada mi ropa, pero no la encontré. Estaba a punto de mirar bajo la cama, cuando me preguntó que era lo que buscaba. Rápidamente me tapé con una almohada, cosa que le hizo mucha gracia y a mí hizo que se me subieran los colores al rostro.

No le alcancé a contestar nada. Me metí corriendo al baño y cerré por dentro. Abrí las llaves de la regadera y entonces tocó suavemente a la puerta. Yo no contesté. Volvió a tocar: "M., déjame entrar". (seguí sin contestar). Imagínense; yo necesitaba urgentemente, pero URGENTEMENTE un baño a conciencia; (ay!) y autoexaminarme con cuidado para ver por qué me dolían tanto tantas partes de mi humanidad.

Por supuesto, encontré áreas enrojecidas, preludio de futuros moretones.

Me pasé mucho rato debajo del agua caliente. En parte porque quería quedar limpia, en parte porque estaba analizando lo que había pasado (mejor dicho, lo que estaba pasando), y en buena parte, porque no sabía cómo salir de ahí, no sabía qué decir o qué hacer o qué no hacer…

Cuando las palmas de pies y manos se me empezaron a arrugar por tanta agua, ¡ni modo! Me sequé y después acomodé mi cabello en un turbante con una toalla, y me enredé otra alrededor del cuerpo. Salí evitando mirarlo, pero me dí cuenta que estaba recostado en la cama, apoyada su cara en una mano, todo relajado y como gozando mi confusión.

"siéntate", me dijo dando un golpecito al colchón. Me senté, pensando que al estar sentada en la orilla, la toalla alcanzaría para cubrirme más.

Me senté, todavía sin mirarlo.

El me observaba sin decir nada, yo veía el piso y entonces el camarero subió una maleta y dos bolsas de compra de una tienda muy cara, que contenían varios paquetes. Me le quedé viendo toda confusa, él tomó la maleta y se metió al baño, pidiéndome que me vistiera con calma.

En otras circunstancias no habría abierto los paquetes; pero yo necesitaba vestirme, de modo que con indecisión y todo, los empecé a abrir.

De la caja grande saqué un vestido de seda color gris perla, muy bonito, y a mi parecer demasiado costoso. En los otros paquetes encontré varios juegos de ropa interior, negra, blanca, púrpura, ¡un increíble verde botella que YO jamás habría comprado pero que se veía muy lindo y sexy!...

Varios pares de medias de seda (yo uso medias de buena calidad, pero no de seda por lo costosas que son); un coqueto liguero; un precioso juego de camisón y bata, todo de encaje; unas pantuflas de pluma de cola de avestruz (yo sabía que existían pero nunca había tenido unas entre las manos); un increíble corset gris y negro, al que sin querer inmediatamente le calculé el precio, y creo que hasta abrí la boca por la impresión. (¡Dios mío!) ¿me estaría comprando? ¿¡me estaría PAGANDO?!

No tenía mucho tiempo para meditar, de modo que hice a un lado el corset y seguí abriendo paquetes. Encontré unos zapatos de ante color negro, que me quedaron perfectos. En una bolsa pequeña estaba un estuche de maquillaje lâncome, un desodorante, un peine transparente de lomo metálico y un frasco de mi perfume favorito (uno de esteé lauder que se llama "white linen").

Me avergoncé de haber pensado que hubiera sido capaz de pensar en tratarme como a una…y antes bien, me enterneció que hubiera pensado en todo.

Cuando él salió, ya totalmente vestido, rasurado y arreglado, yo ya estaba terminándome de maquillar.

Se quedó parado recargado en la puerta del baño, observándome. Luego vino y levantándome por los codos, me acercó a él; me abrazó y luego me dio un beso en la mejilla.

Me tomó de la mano y salimos de la habitación rumbo al restaurante. Sólo al llegar allá me dí cuenta que tenía un hambre desesperada. Debe haberlo adivinado, porque ordenó un desayuno tan vasto que hasta causó desconcierto al mesero.

La cara me ardía de pena; pero comencé a comer con tantas ganas que Víctor soltó una carcajada. (Yo le hubiera querido reclamar, pero mi mandíbula estaba demasiado ocupada en subir y bajar, y pensé que era mejor pelear después, ya con el estómago lleno).

Tengo que decir que soy una de las conversadoras más grandes que pueda haber. Pero si algo no voy a olvidar de este fin de semana es mi silencio. (Pensé pelear, pero no lo hice; sino que callada me dejé llevar a su auto, y tomamos la carretera rumbo a Santa Rosa, donde era día de mercado, (¡imagínense; y yo vestida como para una recepción en el palacio de Buckingham!) visitamos la iglesia franciscana del lugar, y como siempre que visitamos un museo o sitio arqueológico, me dio toda una cátedra; me habló de la arquitectura del lugar, de sus pinturas al óleo del siglo XVII, y me relajé tanto que por un instante olvidé en qué circunstancias estaba ahí.

Al salir, un niño pequeñito que vendía flores me estiró un ramo de gardenias, al tiempo que le decía: "señor; cómprele flores a su esposa". Víctor con una gran sonrisa compró no un ramo, sino toda la canasta.

Luego me hizo entrar de nuevo al templo. Y ahí, sentados en la última banca, tomó mis manos entre las suyas y con voz bajita y ronca me dijo las palabras más hermosas que haya oído mujer alguna.

Volvimos al hotel por la tarde, y pedimos la comida en la habitación, y no sé cómo contarles cuán diferente es no verlo ya como amigo. Apenas lo estoy descubriendo y todo me está resultando tan extraño y fantástico como si de repente me hubieran nombrado monja budista, o presidenta de Tombuctú, o cualquier otra cosa disparatada.

Estar a solas con él me sigue poniendo nerviosa; me sigue dando vergüenza. Supongo que es un proceso natural y que un día de repente no sólo lo voy a dejar hacer, sino que yo voy a tomar la iniciativa. Sé que le va a encantar, pero aún no puedo hacerlo.

En estos días posteriores he pensado en lo que hizo. Sé que si no lo hubiera hecho, yo seguiría diciendo "no, no, no, no", y ciega y tercamente habría seguido mi camino en solitario, pudiéndolo hacer tan bien acompañada.

 

¿No es increíble y maravilloso? de un simple día a otro, mi vida cambió, y creo que esta vez no hay vuelta de hoja.

También debo reconocer que estoy muy intranquila. Hasta que no llegue mi periodo voy a estar en ascuas. (es que nunca he tomado anticonceptivos porque no los necesitaba; y con la … irrupción de Víctor en mi vida y en mi cuerpo, verdaderamente estoy algo asustada.

Dios siempre todo lo compone. Hace unos pocos días estaba desesperada porque quien ocupó mi corazón y mente muchos meses estaba próximo a casarse. Después de decirle cuatro frescas, aún tuve grandeza de alma como para desearle que le fuera bien, aún a pesar de mi tristeza.

¡Y en cambio hoy! Ciertamente le deseo que le vaya bien. Pero profundamente, desde lo más hondo de mi corazón deseo que también a mí me vaya bien. Todas las dudas e indecisiones que tenía respecto a vivir de otra manera han desaparecido.

(Queda la bronca del cambio de país y la escuela de mi hijo que aún no concluye en México)…

Pero de alguna manera sé que todo va a salir bien, y que no debo preocuparme más que por ser feliz este día, que ya mañana Dios dirá.

xaludox.