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Pasión de gavilanes

en Parodias

Pasión de gavilanes (la verdadera historia de Martín y Pepita).

Para todos los que no sean seguidores de "Pasión de Gavilanes", les explicare que Don Martín es un ex militar que se encuentra postrado en una silla de ruedas, con ella se pasea por la hacienda de los Elizondo, la finca que pertenece al difunto marido de su hija. Don Martín Acevedo es algo así como un pájaro que, lejos de volar en libertad, se encuentra maniatado en su silla, con las alas cortadas.

Un buen día, no recuerdo bien como fue, don Martín Acevedo termino en el local donde actuaba Pepita, una exuberante cantante. Y desde aquel momento se inicio entre ellos una relación, casi, de padre a hija.

Pero, ¿qué pasaría si hubiera un trasfondo sexual-medico en todo esto? Y si nunca hubiesen mostrado los planes de la familia y de los doctores para curar a Don Martín de su silla. Pues bien, yo creo que lo hay y que se cimentaba en el pensamiento de que el hombre es deseo, es voluntad.

Así que los doctores de medio mundo se reunieron para curar al pobre militar. Tras mucho debatir habían llegado a la conclusión de que las piernas de aquel hombre necesitaban un estimulo para remprender su actividad. Ese estimulo no era otro que su querida Pepita y el cuerpo de esta. La chica era algo reticente a la idea de excitar al pobre viejo para provocar en él un deseo que le hiciera caminar hasta su objetivo, el sexo de la artista. Al final comprendió que todo se debía a una buena causa, no al vicio. En contra de lo que parece, Pepita, a pesar de su aspecto de golfa, es todo corazón y, ¿qué no haría ella por ayudar a su querido viejito?

Todo derivo en cierta noche en que decidieron fingir un secuestro, raptar a Martín a la fuerza ante la incredulidad de esta, que en muy corto espacio de tiempo se vio encerrado en una habitación a oscuras. Don Martín aún no sabía que se encontraba en el club donde actuaba Pepita, su Pepita.

Imagino la escena, todo a oscuras, una breve luz iluminando al viejo militar en su silla, confundido, desorientado sin saber bien donde esta aunque todo le resulte familiar. Y de repente una música lenta, sugerente, y la silueta de Pepita marcada sobre un telón. Con los ojos de Martín abiertos como platos, incrédulo y excitado (toda excitación comienza en el cerebro, aunque entre por los ojos).

Y Pepita moviéndose, deslizando sus manos, primero por su cuerpo y luego por los de su inválido amante. Todo esto ante los atónitos ojos del viejo, cuya excitación (mental) aumentaba ante el deseo imposible de realizar, de poseerla. Pepita se iba deshaciendo de su ropa, primero de su pantalón para más adelante desprenderse del top. Lamía los labios del viejo, su cuello, le quitaba la ropa ante la impotencia de este por hacer nada.

A Pepita le seducía la idea de abusar de que anciano indefenso. Se estaba olvidando de la terapia de choque para meterse de lleno en lo que hacia. Mientras Martín, viejo seductor, solo tenia ojos para ella, ya que no podía tener nada más ante su estado muerto de cintura para abajo.

Pepita tiro al hombre de su silla, se había desentendido de su papel, se olvido de los doctores que vigilaban todo y que estaban a punto de intervenir ya que notaban que todo se desmadraba. Aún así quería ver en que terminaba aquello, los doctores también son hombres, tienen deseos y apetencias y ver a aquella mujer convertida en una fiera inquieta les intrigaba.

Don Martín estaba con la ropa hecha jirones por aquella hembra que arranco su chaqueta para lamer su espalda y palpar las fuetes nalgas del hombre. A pesar de sus 73 años, don Martín conservaba unos brazos fuertes (debido a tener que empujar su silla de ruedas) y una constitución atlética fruto de sus años en la milicia. Así que huelga decir como aumentaba la excitación de la mujer al poseer completamente a ese fuerte hombre, tenerlo a su merced, ella lo puso boca arriba y le obligo a beber de su sexo.

Él lo hacia con pasión, recordaba sus tiempos de joven conquistador en que las mujeres quedaban prendadas de sus heridas de guerra, sus insignias y el tamaño de su gran miembro. A él, mentalmente, le gustaba esta excitación, sabia de su polla muerta en aquel accidente de guerra, pero no habían perecido sus brazos, su lengua o sus deseos así que seguía lamiendo aquel coño con fricción ante la incredulidad de los médicos (algunos miembros erectos) y el placer de aquella hembra que a pesar de su juventud y de los hombres que había conocido en su profesión, jamas vio a uno como don Martín.

Cuando la mujer estaba a punto de llegar al orgasmo noto que el pene de Don Martín se ponía durito, no mucho debió a su edad y a su estado de descanso durante épocas. Los médicos, ante aquel espectáculo no pudieron más, algunos se empezaron a masturbar ahí mismo, otros hacían felaciones a sus colegas y otros se dedicaban a la sodomía. Ante todos ellos, Pepita seguía lamiendo el pene de su amado, que revivía tras un largo letargo. Al final Pepita se sentó sobre él y cabalgo a su héroe de guerra.

Pocos meses después, Don Martín volvió a caminar, le motivaba el deseo de poder poseer a aquella gran mujer que es Pepita.