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Un recuerdo para Gema (03)

en Confesiones

UN RECUERDO PARA GEMA (3)

- Hola Gema, ¿qué tal?

- Hola Nuria, igual. No esperaba que me llamases al móvil.

- Ya. Bueno, como no preguntas te lo digo. Aquí, en Madrid, todo sigue igual. Víctor te extraña mucho y no deja de preguntar por ti, al principio negaba saber tu paradero, pero no he podido seguir mintiéndole por más tiempo, esta fatal. Aún no sé el motivo de tu huida, a pesar de las cartas que he recibido tuyas todo sigue siendo muy ambiguo. ¿Qué se supone que le tengo que decir a Víctor? ¿Qué has ido a por tabaco?

- No sé que decirte.

- Mira, respeto todo lo que haces y seguro que hay una razón. Víctor sólo me ha pedido, ya que sé tu dirección, que te haga llegar una carta suya. No quiere que nadie más, ni siquiera yo, la lea. ¿Me das permiso para mandártela?

- Sí, claro.

- Bueno, no puedo ser dura contigo, eso lo sé. Pero hay gente que te quiere aquí y que esta preocupada, cuando puedas podrías ocuparte de nosotros. Mañana mismo te enviaré la carta de Víctor.

- Esta bien, siento todo esto Nuria, de verdad que sí.

- Bueno, no llores, no pasa nada y perdona si he sido brusca, es por todo esto. De todas formas, lo que de verdad importa es que estés bien, tomate tu tiempo, ah, olvida lo que dije, no he tenido mucho tacto.

- Esta bien Nuria, adiós.

- Adiós Gema.

Nuria mandó un mensaje al móvil de Víctor para hacerle saber que mandaría mañana su carta a la dirección de Gema. Tras eso guardó el teléfono en su bolso y pensó en que había podido pasar para que Gema se fuera así. No tardó mucho en comprender ciertas cosas, solo tuvo que darse cuenta del mutismo familiar sobre la desaparición de su hija, no había hecho nada más que lo rutinario para buscarla, parecía que en el fondo no estaban interesados por el paradero de su amiga. Por otra parte estaba el que Gema no fuera una chica demasiado popular, no tenía enemigos que le deseasen ningún mal, todo su mundo estaba compuesto por: sus estudios, su novio, y sus dos grandes amigas. Ahora bien, la duda estaba en que había podido pasar en su casa para que ella quisiera irse de la noche a la mañana.

A la mañana siguiente desayunó, se duchó y posteriormente se vistió para ir a tomar café con Carolina. Nuria pensó en la conveniencia de mandar esa carta. Era demasiado precipitado enviar una carta de Víctor, él estaba dolido por lo que había pasado y mandar una carta así como así, sin saber lo que le decía a su amiga a la que algo terrible le había pasado y a la que había que proteger ante todo.

La carta, me contó Nuria, hablaba de amor, de perdida, de la educación de ambos, de su unidad, de todo un poco, divagaba pero en el fondo quería decir que la añoraba, que aquello le dolía sobremanera y que lo daría todo para volver tiempo atrás, que si alguna vez la había hecho daño no fue su voluntad y se disculpaba por todo sin saber que pasó para perder a Gema. Nuria pensó que aquello no era positivo para su amiga, que necesitaba más tiempo y que esa carta produciría un efecto muy negativo sobre su amiga y por lo tanto la rompió.

Mientras tanto, aquí, en Valencia, Gema se iba abriendo poco a poco ante mí, nunca me contó que fue víctima de una violación y menos que fuera a manos de su padre, pero si me hablaba de su infancia de la cual hablaba con ternura y emoción, de sus estudios y las ganas que siempre tuvo y que parecía haber perdido por ser doctora. Un día me comentó que le resultaba paradójica la idea de querer ayudar y cuidar a desconocidos y de haber encontrado una ayuda y posterior consuelo tan lejos de su casa. Gema seguía sin estar bien, pero poco a poco iba mejorando. Además, yo notaba como se iba abriendo ante mí en un sentido erótico, sexual. Ibamos juntos a comprar ropa. Ya no cerraba el pestillo del baño cuando se cambiada de ropa y algunas de sus conversaciones eran acerca de sexo.

Yo, por mi parte, la seguía deseando cada vez más pero me resultaba tan frágil, tan fantasmal su aspecto que no quería tensar la cuerda, aquello no me convenía ante Gema (ya había dejado de pensar en Nuria). Lo mío era deseo pero también había un sentimiento más elevado pero no mayor, es decir, deseaba poseer a aquella niña aún menor de edad pero también me hubiese gustado sentir su amor. Recordando esto creo qué viví una transición; pasé de ser otro Víctor a otro Luis. Ya que al final las ganas de acostarme con ella fueron superiores a las de amarnos. De todas formas, tengo que decir que ella se me iba insinuando cada vez más, la muy golfa.

No quería perjudicar la imagen que ella tenía de mí pero, dicho sin tapujos, deseaba follarla. Recuerdo que otra de las fantasías con Nuria era la de ser violada por un desconocido. A veces jugaba con mis amigos y el ganador subía con las llaves del piso a casa y forzaba a Nuria. Al fin y al cabo aquello eran juegos pero tengo que aclarar que tener a Gema en mi cama, en mi ducha, el ver su ropa interior sucia en el cesto me disponía a hacer lo que hice. Violarla. Quizás alguien crea que soy un enfermo o algo peor, pero ella se contoneaba últimamente, su manera de andar y de mostrarse ante mí era lasciva y seguro que deseaba aquello tanto como yo. No sé exactamente cuando empecé a sentir ese lujurioso deseo de poseerla, pero lo sentía y creo que aquello era reciproco.

La dije que la noche del sábado iría al fútbol, tenía abono de temporada y había quedado con unos amigos míos, ella se quedaría en casa, sola, viendo la tele o haciendo Dios sabe qué. Calculé que se acostaría temprano y por lo tanto sabia la hora a la que volver a casa, para mi sorpresa Gema no se había acostado aún, se estaba duchando. Yo giré el pomo del baño con facilidad y pude verla tras las cortinas, pude ver su silueta, su cuerpo como se marcaba tras la tela y saqué el cuchillo con el que pensaba vencer su voluntad. Aquella visión del contorno de su cuerpo y más tarde la de su cuerpo y su cara de sorpresa ante mí (con pasamontañas para que no me reconociera) me hicieron más bruto, más violento. La agarré del brazo y la saque a rastras de la bañera. Aquello me excitaba, me ponía cachondo el sentirme superior a aquella hermosa chica.

No quiero que penséis que soy un enfermo, ella se había insinuado en varias ocasiones, en el fondo iba provocando todo esto y como que hay Dios que lo disfrutaría.

Arrastré la cortina para observar su cara al observar a un desconocido ataviado con un pasamontañas y un cuchillo, la agarré de la mano para arrastrarla hasta el salón a base de golpes y brutalidad. La golpeé un par de veces más, no quería tanto lastimarla como acabar con su posible defensa. Tenía a aquella hermosa y frágil mujer a mi disposición, armado con el cuchillo se notaba aún más su miedo.

Le mordí sus pechos, quería dañarla pero también excitarla, tenía unas blancas tetas con unas pequeñas aureolas que me gustaba pellizcar y estirar para notar su reacción, reacciones de putita que buscaba aquello y que lo insinuaba sin atreverse a reconocerlo.

Me gustaba mi imagen de pie, sobándome la polla por encima de la ropa mientras ella estaba en el suelo, mojada, llorando y sabiendo lo que le esperaba. Notaba su miedo al contemplar el filo del cuchillo. Apoyé el arma en su cuello y con la amenaza de rajarla conseguí que abriese las piernas ante mí. Aún así metí una rodilla entre sus piernas y con mi mano conseguí abrirlas para mí.

Desabroché mi pantalón y liberé mi polla para que la chica pudiese observar el miembro que iba a abrirla en dos. Antes de follarla como la puta más fiel, lo que era, la acaricie los muslos y después froté su colitis, quería notar su excitación, su humedad. En ese momento aparté mis manos de allí para dejar sitio a mi polla, ella trató de cerrar las piernas pero toda su resistencia fue en vano ante la amenaza del cuchillo y la fuerza bruta que me poseía. Primero la metí la cabeza y comprobé sus gestos de dolor ante aquella brutalidad. Más tarde la metí más y más para ver como sus ojos se abrían y brotaban las lágrimas ante aquella polla.

La cabalgaba con furia, no terminaba de sacar mi verga de su sexo cuando ya estaba entrando otra vez. Cada embestida iba acompañada de gritos, mezcla de dolor y placer. El placer que seguro sentía ante mí y el dolor que seguro sentía ante mi hombría. Iba cambiando de postura pero sin dejar de penetrarla, me puse a horcajadas, luego la coloque a cuatro patas para terminar poniendo sus piernas sobre mis hombros y seguir dándola lo suyo. Lo importante era empujarla con fuerza mientras mis manos quedaban libres para estimular sus tetas o su clítoris o lo que se terciase. Al final termine en su culo, donde su padre no pudo. Los dos quedamos exhaustos pero ella trataba de limpiarse el semen que corría entre sus piernas. Cuando me recupere salí de la casa para regresar a la hora en que terminó el partido y encontrar a Gema en la misma postura pero llorando y humillada.