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Mamita Querida

en Hetero: General

Ese día Sofía se había quedado sola en casa, sus clases habían terminado y sus amigas la habían invitado a pasar el día en el puerto con algunos chavos, ya sabía como terminaría eso, pero tenía planeado algo mucho mejor.

Una casa grande semejante a una mansión y diversos lujos eran los frutos del trabajo de tener una madre que trabajara en el gobierno, eso delante de la sociedad, pues sabía que en realidad era amante del gobernador, pero poco le importaba siempre y cuando no perdieran el estilo de vida que llevaban.

Su madre, Sonia, la había tenido con apenas 14 años, cuando un tipo la convenció de tener sexo y jamás se responsabilizó por el embarazo, huyendo de la ciudad con ayuda de sus padres.

Se sentó en el tocador para arreglarse, cepillando primero sus largos cabellos, casi tan rubios como los de su madre, pero un poco más oscuros. Su rostro era bello como el de Sonia, pero con la frescura de los veinte años que a ella se le había escapado.

En los ojos se puso delineador, y mientras se pintaba los labios con un color rojo intenso comenzó a recordar sus quince años, cuando su madre desapareció de la recepción para festejar su presentación ante la sociedad.

Desesperada la buscó por todos lados, y la encontró en su habitación, cogiendo con su chambelán, el chavo que más le gustaba de toda la escuela.

Comenzó a llorar al observar a su madre gozando con la verga del jovencito, que usaba todas sus fuerzas para embestir a Sonia. Aun recordaba los gemidos de su madre, y la manera en que el semen le escurría por la boca después de tratar de tomárselo todo.

No bajó otra vez a su fiesta, se encerró en su cuarto pretextando a sus amigas que se sentía mal, y lloró como nunca al enterarse esa noche de quién era en verdad su madre.

Sofía: Pero no más, mamá-dijo con un dejo de desprecio al pronunciar esa palbra-No más

Era hora de su venganza, y sabía muy bien como hacerlo. Abrió el closet, y sacó el más provocativo traje de baño que encontró, uno blanco que apenas podía contener sus voluptuosos senos.

Miró el reloj mientras se cambiaba, ya casi era hora de que llegara Pedro, el jardinero de 25 años que tanto le gustaba a Sonia, esa sería su oportunidad para desquitarse de aquella inolvidable noche.

Bajó rápidamente al jardín y se tendió en uno de los camastros que estaban a un lado de la piscina, llevando solamente consigo una botella de bronceador.

No tuvo que esperar mucho tiempo para ver a Pedro llegar con su podadora, vestido con la vieja playera blanca con la que solía ir cada martes por la mañana y unos pantalones de mezclilla rotos. En verdad le atraía su masculinidad, moreno de ojos cafés, alto, trabado por el arduo trabajo diario, con razón le gustaba tanto a su madre.

Sofía: ¡Pedro!-gritó agitando la mano para ser percibida-¡Ven!

Pedro: ¿Sí, señorita?-dijo estando frente a Sofía-¿Le puedo ayudar en algo?

Sofía: ¿Puedes ponerme bronceador?

Pedro: Claro señorita Sofía

Aprovechando su oportunidad, Sofía se tendió boca abajo, y de inmediato sintió las rudas manos de Pedro recorriendo su espalda y piernas, saltándose las nalgas que se le veían perfectamente gracias al hilo dental que llevaba puesto.

Ella misma fue quien se desabrochó la parte de arriba del bikini, y se dio media vuelta sin vergüenza alguna para dejar sus senos al aire.

Sofía: Ahora por arriba, pero ponme en todos lados, no quiero que me queden líneas de bikini

Nervioso, el jardinero tragó saliva, no podía creer que estuviera tocando el cuerpo de una joven como Sofía. Su piel era tan suave y tersa, mucho más que la de su novia, de la cual se olvidó por completo al ver los senos de la hija de su patrona.

Sin objeción alguna, esparció el bronceador por el abdomen de la chica, firme y suave como el resto de su piel blanca sin caer en la palidez. Sus piernas estaban firmes y duras por el ejercicio, y sus muslos torneados y sensuales.

Dejó las tetas para el final, y no se arrepintió. Rodeó los pezones con cuidado, pero al ver que Sofía no decía nada se atrevió a sobarlos y pellizcarlos un poco. Su pantalón parecía una tienda de campaña por lo rígido que tenía el miembro, parecía que estaba a punto de estallarle, y justo cuando comenzaba a apretar los senos sin miedo Sofía se puso de pie.

Sofía: Gracias Pedro, pero ya se me quitaron las ganas de broncearme, me iré a bañar y estaré en mi habitación por si necesitas algo

La vio alejarse como si nada hubiera pasado, y se molestó por no haber tenido más tiempo de agarrar esos fenomenales senos regresó a trabajar bajo el sol.

Por algunos minutos estuvo cortando el césped, y justo cuando terminó se dio cuenta de las verdaderas intenciones de Sofía al retirarse.

Apresurado, entró a la casa y subió al segundo piso, estaba tan excitado que no se dio cuenta que Artemia, la sirvienta que se encargaba de los asuntos de la casa, vio cuando entró a la recámara de Sofía.

Volteó a ver en ambas direcciones buscando la habitación de Sofía sin notar que era observado, y al ver una puerta abierta supuso que esa era.

Cuando entró a la habitación vio a Sofía tendida en su cama, con las piernas abiertas y metiéndose un dildo en la concha mientras con su mano libre acariciaba uno de sus pezones.

Sofía: Vaya, creí que no habías captado la indirecta-dijo al ver al jardinero boquiabierto parado frente a su cama

Pedro se quedó mirando el espectáculo, cerró lentamente la puerta para no hacer ningún ruido, y se puso nervioso al ver que Sofía caminaba hacia él dejando caer el dildo al suelo.

Sofía: Creo que ya no necesito esto

La rubia sonrió al jardinero, y le quitó la playera para ver su torso desnudo, cubierto por algunos vellos en el pecho y un abdomen algo marcado. Su piel morena brillaba por el sudor, y no pudo resistir la tentación de lamerlo para probar su sabor, salado pero agradable para ella, y para su sorpresa no olía nada mal.

Al ver que Pedro no respondía supo que ella tendría que tomar la iniciativa, y así lo hizo. Se puso de rodillas frente a él, y le quitó el pantalón, dándose cuenta que no usaba ropa interior, eso le gustaba aun más.

Observó por un momento la verga de Pedro, morena y chorreando presemen en la punta, era algo larga y un poco ancha, supo que gozaría mucho con ella.

Sin contemplaciones se la metió a la boca lo más que pudo, y mientras con una mano se ayudaba para mamarle el palo con la otra se acariciaba el coño, que también chorreaba de sus propios jugos.

Pedro solo la observaba tímidamente tragándose su verga, pensaba que si hacía algo indebido molestaría a Sofía y entonces todo terminaría. No podía creer que una chava como ella, de buena familia y perteneciente de cierta manera a la clase privilegiada le estuviera chupando la verga, y sobre todo de la manera en que lo estaba haciendo.

La rubia bajó más la boca hasta los huevos de Pedro, sudados y llenos de pelos que lejos de disgustarle la calentaban aun más. Los mamó uno a uno, chupándolos y succionando con fuerza, como si quisiera tragárselos.

Por fin sintió las manos del jardinero sobre ella otra vez, esta vez para levantarla y chuparle los senos con frenesí, mordisqueándole los pezones para hacerla delirar por la extraña combinación del placer y el dolor.

Quedó lacia entre sus brazos, y arqueó un poco la espalda hacia atrás para saltar las tetas y que Pedro pudiera mamarlas a su antojo.

Las manos de Pedro no se estaban quietas, y las sintió corriendo traviesas por todo su cuerpo, parando una sobre su Monte Venus mientras la otra estaba más ocupada sosteniéndola por la cintura.

Los dedos del jardinero pronto se encontraron atrapados en un roce frenético con la concha de Sofía, que cada vez gemía más y más fuerte, y cuando creyó que iba a tener un orgasmo Pedro la tiró sobre la cama.

Pedro: ¿Querías esto, puta?, pues lo vas a tener.

Sofía: Espera-se estiró para alcanzar el buró que estaba al lado de su cama, y del cajón sacó un condón-Toma, póntelo, no quiero que me pase lo mismo que a mi mamá

Obedeció a Sofía, y luego se recostó encima de ella para besarla mientras acomodaba su pene en el coño, que lo recibió caliente y húmedo a la vez. Se deslizó con facilidad hasta el fondo, escuchando apenas un leve quejido de la rubia, pero lo calló con sus besos.

Sofía se aferró a la espalda de Pedro, amplia y fuerte, y sintió cuando empezó a sacar el miembro para meterlo otra vez. La fricción de la verga con sus paredes vaginales la volvía loca, y comenzó a gritar de placer, aunque hubiera tratado de contenerse no lo hubiera logrado, pues estaba perdida en el placer y la lujuria que le provocaba el jardinerito.

Mientras movía las caderas para cogerla con un movimiento de vaivén, Pedro no pudo dejar de comparar a Sofía con su novia, definitivamente la rubia sabía coger mucho mejor, pues no se limitaba a dejar que se la metiera, sino que contraía la vagina para darle más placer.

La rubia colocó los talones en las nalgas del jardinero para empujarlas y sentirlo más adentro, ya ni siquiera se acordaba de los motivos por los que había seducido a Pedro, solo disfrutaba con su delicioso chile taladrándole el chocho.

Pedro sujetó con fuerza las redondas cumbres de Sofía, apretándolas despiadadamente mientras alcanzaba el éxtasis junto a ella al tiempo que daba las últimas embestidas, lentas pero fuertes, y estallaba dentro del condón.

La chica quedó hundida entre la almohada, sudada y agitada por la tremenda cogida y recuperándose del orgasmo que había alcanzado.

Contemplaba a Pedro quitándose el condón y sintió por última vez en sus labios vaginales el roce de sus dedos, los cuales chupó.

Sofía: ¿Te vas tan rápido?-dijo al verlo vistiéndose

Pedro: Sí, tengo otros jardines que arreglar

Sofía: Como quieras, te estaré esperando la próxima vez

Dijo guiñándole un ojo a manera de despedida cuando él salía por la puerta, y al estar sola en su habitación se levantó para mirarse en el espejo, pensando en lo mucho que sufriría su amada mamá por no haberse tirado a Pedro antes que ella.

Por la tarde, Sonia llegó del trabajo como siempre, sin imaginar la noticia que le esperaba. Le extraño ver a la vieja Artemia con su uniforme de sirvienta esperándola en la entrada de la casa.

Sonia: ¿Sucede algo, Artemia?

Artemia: Sí, señora. Fíjese que en la mañana que vino Pedro se metió al cuarto de la señorita Sofía cuando terminó con el jardín, y ahí estuvieron encerrados un buen rato

Sonia: ¡¿Qué?! ¡Ahora mismo me va a escuchar esa niña!

Fúrica contra su hija subió las escaleras. Estaba molesta, sí, pero no porque su hija hubiera cogido con alguien, sino porque ese alguien era Pedro, aquel con el que había querido coger desde hacía mucho tiempo.

Entró a la habitación intempestivamente azotando la puerta con fuerza, y al ver a Sofía acostada en su cama leyendo una revista la jaló de los pelos para levantarla.

Sonia: ¡Ven acá ahora mismo! ¡Me vas a decir si es cierto lo que me dijo Artemia!

Sofía: ¡AY! ¡Suéltame!

Sonia: ¡Dime! ¡¿Es verdad que Pedro entró aquí y tardó en salir?!

Gritó Sonia sin importar que Artemia escuchara y le contara lo que ocurría a las sirvientas de los vecinos.

Sofía: Je, veo que ya te fue con el chisme esa vieja, pues sí, Pedro estuvo aquí conmigo, y cogimos divinamente, no sabes como disfrute mamándole el chile y luego cabalgándolo como loca

Sorprendida por la desfachatez de su hija, Sonia le reventó la boca con una sonora cachetada que iba cargada con toda la furia que una mujer herida puede albergar en su corazón.

A pesar del dolor, Sofía reía en el piso, había logrado su objetivo, ahora su madre por fin sentía lo que ella había pasado aquella fatídica noche en que celebraba sus quince años.

Sofía: ¿Qué se siente, mamita?

Sonia: ¿Qué?

Sofía: Ahora sabes lo que yo sufrí cuando te vi cogiendo con Alberto cuando cumplí quince años

Sonia: ¡¿Nos viste?!

Sofía: Claro que sí mamá, los vi, y después de eso Alberto nunca quiso andar conmigo, pues ya había probado a una mujer con experiencia, pero ahora te devolví el favor. Pedro ya no querrá nada más contigo, pues ya estás vieja para él

Sonia: ¡Respétame que soy tu madre!

Intentó dar otra cachetada a su hija cuando esta se levantó, pero Sofía le agarró la muñeca con fuerza y le propinó un golpe que la dejó en sus mismas condiciones.

Sofía: No mamita querida, ya no permitiré que me sigas humillando. Voy a casa de Eugenia

Sonia se quedó sola en la habitación de su hija, llorando por lo que había pasado. No estaba arrepentida de haber herido a su hija, se lo debía después de todo por haberle arruinado la vida y la adolescencia.

Sonia: Maldita niña, pero si crees que me quedaré así como así estás muy equivocada, me vas a conocer Sofía, me vas a conocer