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Mi crítico preferido y el Churchill de Romeo y...

en Grandes Relatos

Mi crítico preferido y el Churchill de Romeo y Julieta. (1)

Aquí estoy nuevamente con Uds. ¿No se acuerdan de mi? Les voy a refrescar la memoria. Soy Caro, profesora de historia, madura con poco más de 50 años, soltera, morocha, ojos color café, labios finos, 1,69 de estatura, tetas abundantes, culo amplio y piernas sin señales de celulitis. ¿No se acuerdan de mis andanzas con Bocha y Luli? La que les relató la historia de la Bruja Vinagre, la fierecilla domada. La misma, sólo que esta vez cambio el escenario de mi relato.

No me acuerdo bien si fue hace uno o dos años atrás me decidí a visitar lugares para solos y sola para ver de qué se trataba el asunto. La verdad, para mi son una mierda. Machos hambrientos y desesperados por cogerse a cuanta mina se les cruza, y minas divorciadas, viudas, solteronas y de las otras llenas de millones de problemas. De manicomio, no miento. Puede ser que no todos los lugares sean iguales pero a mi me tocó uno así.

Las solas somos muy, pero muy complicadas. Sobre todo si perdimos al macho. Casi todas las viudas, conciente o inconscientemente, se la pasan comparando a todos los que se le acercan con el difunto; las divorciadas puteando constantemente a los ex; las solteronas somos las peores porque ni puteamos ni comparamos a nadie pero desechamos sin piedad hasta los buenos partidos. No obstante, algunas tienen suerte y enganchan cosas buenas.

A mi lo que realmente me atraía era que en ese lugar se bailaban boleros y música lenta, lo que no tuve en cuenta era con quienes tendría que bailarlos. Todos babosos y franeleros. Me quedé más de una hora hasta consumir por el valor del precio de la entrada que pagué. Había decidido levantar vuelo cuando noté que, desde un rincón de la habitación, un hombre de unos 50 y pico de años me observaba mientras fumaba un cigarro. Cuando cruzamos miradas inclinó la cabeza a modo de saludo. Sonreí en retribución y me pregunté qué estaría buscando un hombre así en un lugar como este. Canoso, con grandes entradas en la frente, ni gordo ni flaco, anteojos finos, camisa negra, suéter rojo, pantalón azul y zapatos negros prolijamente lustrados. Introduje mi mano derecha en la cartera buscando el paquete de cigarrillos, saqué uno y cuando estaba abriéndo el encendedor el canoso estaba a mi lado ofreciéndome fuego.

¿Me permite?

Gracias.

La noto muy inquieta.

Me pone nerviosa el hecho de saberme observada por tantos hombres que andan a la caza. ¿Ud. es habitué?

No. Soy amigo de Adriana, la organizadora. Me invitó para que supiese en qué consistía su trabajo.

Entonces no anda a la pesca.

¡Para nada! Más aún, me revientan esta clase de reuniones.

¿Y por qué se quedó?

Por cortesía y para terminar mi puro. ¿Y ud.?

De puro curiosa que soy y por la música.

¿Le gusta lo lento?

Los boleros pero no en este ambiente. Hay mucha calentura en el aire y no se puede apreciar la música.

Lo que pasa es que aquí no se viene a apreciar la música. Se equivocó de lugar.

Creo que si.

¿Nos tomamos un Whisky?

No pude contestarle porque me tomó del brazo y me dirigió hacia la mesa de bebidas. Luego, acompañados por sendos vasos de escocés nos sentamos en un sillón para iniciar una de las más inocentes conversaciones de mi vida. Con pocas preguntas pude averiguar que era viudo, crítico literario de un conocido diario de Buenos Aires y solitario por vocación.

Además de fumar su puro, ¿qué otra cosa estaba haciendo cuando cruzó su mirada con la mía?

Descansaba de la vida. Comprobaba cómo el género humano se empeña en formar pareja cueste lo que cueste. ¡Vaya uno a saber las veces que se equivocan y forman lo que yo llamo desparejas!

Interesante apreciación. A mi, aunque no lo había notado, me sucede lo mismo. Cada día observo más cómo se equivocan, tanto hombres como mujeres, en la elección de su pareja.

¿Sabe que todavía no sé su nombre? Yo soy Jordi.

Carolina, pero me dicen Caro. Soy profesora de historia. ¿Por qué Jordi y no Jorge?

Mis abuelos eran catalanes.

A la media hora, de común acuerdo, decidimos abandonar esa tediosa reunión para terminar tomando unas copas en una confitería de las cercanías. Creo que eran como las 3 de la mañana cuando los mozos empezaron a dar señales de que era hora de que levantáramos campamento. Entendimos la indirecta, pagó la consumición y salimos a la calle.

¿No te ofendés si te acompaño hasta la puerta de su casa?

¡Para nada! Pero tenés aceptar pasar para tomar un cafecito.

Sólo un cafecito.

No tardamos mucho porque mi departamentito quedaba a menos de tres cuadras de la confitería. Entramos, preparé el café y noté que Jordi introdujo dos o tres veces su mano derecha en el bolsillo interno del lado izquierdo de su saco.

¿Te pasa algo?

No sé si te molesta que prenda un puro. El aroma es muy bueno pero no a todos les gusta.

¡Fumá tranquilo!

Le brillaron los ojos, dos enormes círculos azules que parpadeaban detrás de los cristales de sus anteojos. Lenta y parsimoniosamente exhibió un tubo metálico de unos 20m cm de largo, desenroscó la tapa y extrajo un cigarro que cubierto por una fina capa de olorosa madera.

¡Churchill de Romeo y Julieta legítimo! Me lo regaló uno de los corresponsales.

Si me hubieses dicho que era Coca-Cola te creía porque no sé nada de puros.

Uno de los mejores del mundo. ¿No sentís el aroma? Para fumar en compañía de la persona indicada.

¿Yo soy la persona indicada?

En este momento sí.

Lo prendió utilizando un fósforo de madera en una ceremonia desconocida por mi hasta ese momento. Muy pronto todo el ambiente estuvo invadido por un aroma delicioso que provenía del humo de su puro.

¿Es muy complicado tu trabajo?

No tanto. Leo libros y emito opinión sobre ellos. Lo realmente complicado es no dejarme influir por factores subjetivos, por el gusto, por mi propia historia como lector. Una cosa soy yo como crítico y otra, yo como lector. Como lector tengo derecho a preferir unas libros a otros y a no tener que justificarlo. Como crítico no puedo dejar de hacerlo. Tengo la obligación de justificar por qué que esta es buena y la otra mala o regular. No me puedo dar el lujo de ensañarme con el autor por razones de nacionalidad, raza o religión. Si lo conozco y es un reverendo estúpido pero lo que escribió es bueno, tengo que limitarme a criticar la obra y no la personalidad del autor. Muchos son los imbéciles que han generado genialidades literarias.

Tengo que confesarte que escribí varios relatos pero que nunca me atreví ni siquiera los leyese mi mejor amiga.

Mal hecho. Todo el que escribe tiene que asumir que no siempre le va a conformar a todo el mundo. ¿A qué género pertenecen?

Esteee.....erótico.

Bueno, bueno. Más a mi favor. Si llegás a publicarlos te vas a encontrar con todo tipo de lectores, desde el que sólo busca algo light que le levante el ánimo hasta el que desea lo tórrido, vulgar y escabrosamente pornográfico para masturbarse por la noche. ¿Entendés?

Si.

¿Escribís ficción o hechos reales?

Mita y mita.

Es lógico. Para hacer que los hechos reales sean creíbles es bueno matizarlos con algo de fantasía. Por otra parte, jamás vas a poder describir los hechos tal cual ocurrieron, siempre falta algo. Te voy a hacer una pregunta que podés negarte a contestarme, ¿lo que escribís se basa en hechos personales o de terceros?

La mayoría son personales pero también hago míos sucesos de terceros. Pero siempre aclaro qué es mío y cual de terceros.

Entiendo. La ficción y la fantasía tienen la ventaja de que todo te sale bien, nunca se falla. Todo es perfecto, los pasos se cumplen tal cual lo planeaste. La realidad es a la inversa, lo que planeaste al milímetro se va a la mierda por una boludez que no previste.

A las 5 de la mañana ya íbamos por la mitad de la botella de whisky y la conversación derivó hacia temas cada vez más intrascendentes. En un momento dado me pasó por la cabeza la idea de coger con Jordi en ése mismo instante, pero me contuve porque no quería que esta recién nacida amistad se arruinase. Pero la vida juega pasadas que una no espera.

-No te ofendas por lo que voy a decirte, ¡tenés un culo espléndido!.

Me dejó muda. ¿Era sincero o lo estaba diciendo como resultado de lo tomado? Al ratito volvió a decírmelo y ahí sí pude reaccionar.

Gracias por el halago.

No es un halago, la realidad demuestra que tenés un culo espléndido. Nada de ficción o fantasía.

No pude con mi genio guerrero, me acerqué a él y le planté un tremendo beso en la boca.

Parece que la ficción quiere dejar de serlo.

¿Querés comprobar que no es una fantasía?

Ahora el que se siente halagado soy yo. Te advierto que mis reacciones reales pueden no responder a tus expectativas.

¿Por qué?

A veces quiero pero no puedo porque el "amigo" se niega a obedecer lo que mi cerebro le ordena.

Dejalo por mi cuenta.

Ahora el que fue al ataque fue Jordi. Me abrazó fuertemente y me besó ardientemente. Cautelosamente ubiqué mi mano derecha sobre su entrepierna para poder acariciarle mejor el bulto. Me pareció que no mentía porque noté que no aumentaba de tamaño. ¿Justo a mi me tenía que pasar? Un hombre interesante al que no se le levantaba el ánimo cuando yo tenía ganas de cojermelo. La realidad me estaba superando. Era verdad, una puede buscar algo ansiosamente pero la cruel realidad se encarga de destruir las ilusiones.

Unas manos diligentes que hurgaban mis pechos me volvieron a la realidad. No se le paraba el pito pero no se daba por vencido. ¡Bárbaro! Caro, tenés que atacar sin miedo. Si no funciona, te hacés la paja.

Con la mente centrada en la idea fija de que yo no pasaba esa noche sin garchar, me las arreglé para sacarle toda la ropa. Lo tenía ahí, en pelotas pero con el pitulín hecho un fleco colgante y goteando líquido seminal. ¡Coraje Caro!

Lo tiré sobre el sillón, puse mi cara bien cerquita de su pija, le bajé la pielcita y empecé a pasarle lengua por todos lados. A lo largo, alrededor de la cabecita, en la base y en la ingle. Se la levanté con la mano derecha y le chupé los huevitos, apreté con los labios la pielcita suavecita y arrugada y empecé a tironear lentamente. ¡Qué olor espectacular el que surgía de la entrepierna! Bajé un poquito, me encaré con su culo y enfilé con la lengua una y otra vez. Mientras me estaba deshaciendo de la ropa que todavía me quedaba sobre el cuerpo, recordé cómo funcionaba la bomba de vacío así que me le prendí a la poronga, la metí toda adentro de la boca y empecé a succionar desesperadamente. ¡Dio resultado! Se estaba poniendo dura y tiesa como para intentar una penetración discretamente aceptable.

En ése instante se me presentó una duda que tuve que responder más rápido que un bombero: ¿con o sin forro? Si se lo ponía corría el gran riesgo de que perdiese la erección así que opté por la solución más peligrosa, montarme sobre su abdomen y desechar la idea de ponerle el preservativo. Agarré el pene con la mano derecha, froté su punta contra mis labios mayores y rápidamente busqué el huequito del placer. ¡Ya la tenía adentro! Una cosa calentita, dura y suave que estaba llegando hasta lo más profundo de la vagina. Apreté las dos piernas contra los lados de su cuerpo y empecé a balancearme mientras él me tenía tomada por los glúteos. ¡Abajo y bien adentro! ¡Arriba y que no se salga! ¡Otra vez abajo! ¡Arriba, abajo, arriba, abajo! Jordi jadeaba y yo, para qué negarlo, también. Sentí que su dedos me recorrían la rayita del culo tratando de meterse dentro del marroncito. ¡Y lo logró! No sé con qué dedo, estaba escarbándome frenéticamente el ano hasta que consiguió meterlo bien adentro. Una, dos, diez veces al ritmo de mi balanceo de caderas.

Así hasta que llegó el orgasmo. ¡Sublime! ¡Incomparable¡ Por primera vez en toda mi vida me quedé callada, no largué ninguno de mis alaridos acostumbrados. Estaba disfrutando en silencio, como se disfrutan las cosas buenas de la vida. Me pareció que a él le pasó lo mismo porque estaba totalmente callado, mirándome con esos dos ojazos azules color cielo. Los dos estábamos muertos de placer. Busqué lentamente su boca y le planté un chuponazo de esos que solemos dar las mujeres cuando estamos plenamente satisfechas.

Todavía disfrutaba el polvazo cuando sentí que algo duro pretendía entrar dentro de mi culo. No me pareció que fuese ni un dedo ni la pija, que estaba nuevamente floja como un fleco. Entonces ¿qué era?

¿Qué me estás haciendo?

Churchill de Romeo y Julieta quiere abrirse paso.

¡Me estaba culeando con el estuche metálico de su cigarro! Lubricado con su leche, penetró sin ninguna dificultad. ¡Veinte centímetros de metal que se estaban haciendo dueños de un culo que se rendía sin ofrecer resistencia! No dije nada y empecé a balancear nuevamente las caderas. Sube y baja, sube y baja. Cuando lo sacaba lo quería tener adentro y cuando lo metía quería que lo sacara. Me puse en cuatro patas, y él aprovechó para alcanzar mi concha con la lengua mientras seguía bombeándome con el tubo del Churchill una y otra vez. Confieso que la idea fue una maravilla. Los jugos vaginales fluían abundantemente y Jordi, con bastante destreza, los estaba usando para mojarme los glúteos y después los lamía diligentemente. Tuve uno, dos, cien orgasmos deliciosos hasta que me derrumbé exhausta sobre el sillón. Él retiró muy suavemente el envase del Churchill para depositarlo sobre la mesita, junto a las tazas vacías de café.

Menos mal que el "amigo" se niega a obedecerte.

El mérito es tuyo que le levantaste el ánimo.

Y del Churchill de Romeo y Julieta.

Jordi sigue siendo uno de mis mejores amigos, por no decir el mejor de todos. Gran crítico de mis relatos, el más ácido y cruel. Todavía conservo sobre mi mesa de luz el envase metálico del Churchill de Romeo y Julieta. No está de adorno, matiza y alegra algunas de mis noches de insomnio.