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Crítico y confidente

en Erotismo y Amor

Crítico y confidente.

De nuevo con ustedes. Para los que no me conocen, soy Caro, profesora de historia. La autora de "Mi mejor alumno", "Orgasmo tanguero", "Doble recompensa", "La fierecilla domada", "Mi crítico preferido y el Churchill de Romeo y Julieta" y "Patricia aguza el ingenio".

Después de leer atentamente todos los comentarios que hicieron a mis relatos decidí someterme al "juicio" de un profesional, lo que no significa que desprecie lo dicho por los lectores de TR. Los agradezco porque sirvieron para replantearme muchas cosas.

Recurrí a Jordi, crítico literario y amigo desde hace tiempo. Al principio tropecé con su negativa pero logré convencerlo, así que el sábado pasado por la noche leyó todos los relatos que publiqué, incluido el que lo tiene a él como coprotagonista. Me advirtió que no tendría piedad y que si tenía que decir que algo estaba mal, lo diría sin empacho. Sin dudar, contesté que no tenía miedo y que asumía anticipadamente todas las críticas habidas y por haber.

Para entrar en vena quiso echar una mirada previa a TR porque no estaba acostumbrado a criticar textos contando historias de autosatisfacción, fetichismo, sexo con maduras, gays, infidelidad, orgías y todo lo demás.

Luego de leer varios confesó que le iba a costar un poco poder cumplir con mi pedido. Estaban escritos en estilos de lo más variopintos. Insistí, aclarándole que lo que le estaba pidiendo era que criticara mis relatos, no los de los otros. Se defendió argumentando que si los lectores eran tan dispares como los comentarios que hacían. ¿se entendería lo que yo pretendía? Contesté que él una vez había dicho que era imposible contentar a todo el mundo y eso yo lo tenía muy bien asumido.

Acariciándose la perilla confesó que algunos eran magníficos, con argumento sólido, buen desarrollo, lenguaje claro y final bien pensado. Notaba que no eran los que más abundaban. Lo apuré argumentando que hasta ése momento no había dicho ni una sola palabra sobre lo mío, daba vueltas pero no concretaba. Observándome atentamente de pies a cabeza comenzó a hacerme un resumen general de lo leído hasta el momento. "Predominan los que escriben tal cual hablan, con muchas faltas de ortografía y mala sintaxis. Escriben porque les gusta y eso es suficiente motivo. Me parece que a una cantidad importante de lectores sólo les interesa el morbo y nada más. Fijate que en ciertos casos critican las fotos y no el contenido del texto, salvo honrosas excepciones".

Desconcertada por la pertinaz insistencia en hablar de otros, intenté hacerlo reaccionar para que se centrara en lo mío. Ubicando el dedo índice de la mano derecha sobre su boca, me llamó a silencio. "Voy a repetirte los pilares que gobiernan mi actividad como crítico: no puedo dejarme influir por factores subjetivos, por el gusto, por mi propia historia como lector. ¿Te acordás? Una cosa es el crítico y otra el lector. Como lector no tengo por qué justificar mis gustos, como crítico no puedo dejar de hacerlo. Si el lector critica al pasar y sin pensarlo demasiado, nadie se lo va a reprochar. Si eso mismo lo hace el crítico, no está cumpliendo con su función porque su obligación es prestar atención a todo lo escrito por el autor sin fijarse en su nacionalidad, raza o religión. Lo que pesa es la letra y las ideas que transmite. Entonces, nada de insultos gratuitos ni de apreciaciones sin fundamento. Por lo tanto, si alguien criticó tus relatos y considerás que fue injusto, pensá que no es un crítico profesional y que sólo se le pudo haber ido un poco la mano. Se dejó llevar por la calentura del momento. Mucho peor es que no digan nada, que pases inadvertida, sin pena ni gloria. Voy a tratar de analizar y criticar tus relatos según mi patrón de trabajo y no el del común denominador de los lectores de TR".

Sentado cómodamente en el sillón del living, Jordi hundió su mirada en la carpeta que contenía mi primer relato. "Tu auto descripción es aceptable. Se corresponde con la realidad". Volvió a enfrascarse en la lectura pasando rápidamente las páginas. A estas alturas, estaba empezando a arrepentirme de haberle pedido que criticara mis relatos. Ni que yo fuese Borges o García Márquez. "La onomatopeya está de más porque esto no es un comic. ¡Utilizaste un recurso demasiado vulgar!" Sacó un puro y lo encendió lentamente para luego lanzar el humo hacia el centro de la habitación. Volvió a la lectura. Opté por mantenerme callada mientras él leía y fumaba.

"Mirá, no puedo hacer lo que me pedís pero te propongo un trato: voy a hacerte algunos comentarios generales sobre los relatos que publicaste hasta hoy". Protesté porque eso no era lo que yo pretendía de él. Me tomó las manos pidiéndome que me calmase. "No voy a decir ni una palabra de "Mi crítico preferido y el Churchill de Romeo y Julieta" porque me involucra. ¿Está bien? El que más me gustó fue "Orgasmo tanguero", bien relatado, manteniendo un ritmo bastante ágil hasta el final, que me pareció excelente. Es un cuento erótico pero sin morbosidades. Creo que te documentaste bastante antes de escribirlo. Se nota que te gusta el tango y lo transmitiste bien. Me juego la cabeza a que tuviste pocos lectores, menos que en los otros. Pero expresaste un sentir y lo hiciste bien. "Patricia aguza el ingenio" está bien armado, me gustó. Mejoraste la forma de relatar, la historia es interesante y llevadera. Un poco picantón por momentos, de corte sociológico por la temática. Te advierto que "Orgasmo tanguero" también tiene un ligero tonito sociológico. Los otros no están mal, pero me gustaron mucho menos. "La fierecilla domada" suena algo fantasioso a pesar de que afirmás que es una historia real. Lo desmerece un poco el exceso de onomatopeya, que pudiste suplir con frases que sugiriesen los sonidos. No sé si habrás notado que los autores de fuste no la utilizan. El que pretende escribir bien tiene que asumir que las palabras son el único instrumento con el que cuenta para incentivar la imaginación del lector. Por lo tanto, podés aprender a hacerlo mejor observando cómo las utilizan los grandes, los consagrados, los que saben. ¿Entendiste? Convencer por medio de las palabras. ¡Ése es el gran secreto! Por más fabuloso que sea el argumento, si no lo transmitís adecuadamente, ¡Termina siendo una cagada! Si decís que es una fantasía lo encararás de manera tal que tenga gusto a fantasía. Pero si se trata de un hecho real, no podés afirmar a cuerpito gentil que el protagonista se mandó 7 polvos al hilo y sin chistar. ¡Es humanamente imposible! Nadie te lo va a creer. Existen ciertas fronteras que no pueden traspasarse. Lo mismo con la protagonista femenina, adecua sus actitudes lo más que puedas a la realidad. ¡Todo tiene que ser creíble y posible! Superman y la Mujer Maravilla son personajes de la ficción, no existen. ¡Creíble y factible! Dos cosas que deberías tener muy en cuenta cuando te sientes frente al teclado. Si escribís sobre hechos reales, no los tiñas con fantasías ¿Conforme?"

¡No, conforme, no!. Porque esperaba algo más profundo, más elaborado, pero terminé aceptando las sugerencias de mi crítico. Me sentí defraudada, pero lo comprendí. Lo mío no era el tipo de "literatura" que él estaba acostumbrado a trabajar. ¿Es literatura? Pero por algo se comienza. Convencida de que no le sacaría una frase más que las que había dicho, opté por servir una ronda de café. Jordi, ensimismado en sus pensamientos, observaba las volutas de humo dirigiéndose hacia el techo.

Mientras daba cuenta del café, se puso a meditar en voz alta. "No sé si lo habrás advertido, pero la mayoría de los relatos que leímos ponen al descubierto un montón de frustraciones y anhelos incumplidos. ¡Quién no se relamió mirándole secretamente las tetas a la madre! No te cuento los que se pajearon con la imagen de la hermanita mayor. ¿Y los que se mueren por voltearse a la suegra que todavía está para merecer? Hablo por el lado de los hombres, así que imaginate lo que serán las mujeres. La eterna fantasía de disponer de dos pijas para ella sola, de acostarse con el amiguito del hijo o probar la que el jefe tiene entre las piernas. Uno de estos días me decido y empiezo a garabatear algo sobre mis fantasías personales incumplidas o sobre lo que nunca podrá ser".

Encendí un cigarrillo dejando que Jordi continuara filosofando porque advertí que era algo que le hacía bien, descargaba nostalgias por las metas incumplidas. "Aunque parezca cómico, también tengo algunas facturas pendientes en mi vida. Las que más me lastiman tienen que ver con "las cosas del querer". ¿Por qué menciono esta maravillosa película? Porque una de esas cosas del querer tiene que ver con una mujer que está en España, más precisamente en Madrid. En Bordadores, entre la calle Arenal y la calle Mayor. ¡Un lugar fascinante! Pero eso no tiene nada que ver con mi pena del corazón, es sólo una manera de ubicarte geográficamente. Hace algo más de cuatro años, cuando Buenos Aires comenzaba a verse inundada por piqueteros, Almudena llegó al diario enviada como corresponsal de un periódico madrileño de primera línea. "Te plantas ahí y cuentas todo lo que veas", fue la consigna que le dio su secretario de redacción. Te la voy a describir para que adviertas que, físicamente, no era nada del otro mundo. Flaquita como un mondadientes, cabello morocho y corto, algo así como de 1,65 de estatura, busto casi inexistente, sonrisa fácil. En cuanto a la edad, pienso que andaría por los 45. Ni Marilin Monroe, ni tampoco la bruja del 71, la del Chavo. Una mina del montón, de esas que pasan desapercibidas salvo que las conozcas. Llegó a la redacción saludando con un ¡Hola, hola! que me erizó los pocos cabellos que tengo en la cabeza. ¿Qué le ví para que me llamase tanto la atención? La forma de hablar, su cantito, las c pronunciadas como si fuesen z, su gracejo. Sabés muy bien que, por razones similares, me fascina Ana Belén. Ésta ni remotamente se le parecía, pero tenía un no sé qué. Esos no se qué que pueden embriagar el corazón de un hombre. La miraron y ni bola que le dieron. ¡Me dio tanta lástima! La tipa quería confraternizar pero le cortaban el rostro porque parecía una hormiga chiquitita. La noté tan desprotegida que abandoné el escritorio para presentarme: "Mucho gusto, soy Jordi, crítico literario". "Almudena, de Madriss (sic)". Simultáneamente, me besó en las dos mejillas. ¿Por qué se empeñaba en decir Madriss cuando es Madrid? Le ofrecí compartir el escritorio y aceptó. Los redactores nos dirigieron miradas más que burlonas, pero me importó un bledo. ¡Sabía lo que estaban pensando! Mirá el bagallo que se apuntó el boludo este. "¿No te incordia que ocupe parte de tu escritorio?" Incordiar, palabra que nunca me habían dicho antes. "Para nada – contesté - ¿del Real o del Atlético?". "Simpatizo con el Aletic". "¿Por qué Aletic y no Atlétic?". "Costumbre, costumbre". "¿Viniste sola?" "Mañana o pasado arriba el cámara porque hubo problemas con sus papeles". "¿Adonde parás?" "Me han alojado en una pensión que creo que está a unas diez calles de aquí. Paraguay y San Martín". "A cuatro cuadras de mi casa". "¿Dónde tienes tu piso?" "En Suipacha y Marcelo T. de Alvear. Pero no es un piso, sólo un humilde tres ambientes". Roto el hielo de las presentaciones, nuestro secretario de redacción captó al vuelo los desplantes que le habían hecho a la madrileña. Notando que hacía buenas migas conmigo me dio una orden tajante: "Encargate de la gallega porque sos el que menos laburo tiene". Tenía razón, casi no se estaban publicando obras nuevas para criticar. La verdad, es que estaba al pedo como bocina de avión, sin nada que hacer. Ése día nos quedamos hasta el cierre. Almudena no dejaba de marcarme las diferencias y coincidencias que observaba entre los dos periódicos ubicados a 12.000 kilómetros de distancia uno del otro. Cada uno con sus particularidades propias. Creo que era cerca de la una de la madrugada cuando abandonamos la redacción, famélicos y cansados. "¿Querés comer algo?" "¡Si, hombre, si!" "Te voy a mostrar un lugar que está a metros de tu pensión que seguraamente te va a gustar". No dijo nada, caminamos por una calle Florida casi desierta, en dirección al norte. A los pocos metros, me tomó del brazo y, mirándome a los ojos, preguntó: "¿Te incordia que te tome del brazo?" Brazo con la z bien marcada. Llegamos al restaurante de los asturianos que está en la esquina de Paraguay y San Martín para ubicarnos en la barra, porque el salón se despoblaba rápidamente. ¡Qué otra cosa se podía esperar a las dos de la mañana? Por ser cliente antiguo, nos atendieron sin quejas. "¿Puedo recomendarte algo bien argentino?" "Tu ordenas, yo obedezco". "Bife de cuadril con ensalada de radicheta" "Vale" – contestó con una sonrisa Le llamó la atención que pidiese plato a plato y no todos juntos, del primero hasta el postre. "Costumbres, mujer, costumbres" – fue mi única respuesta. "Esta ensalada que llamas de radicheta no la he comido nunca en Madriss (sic)". "Es la añoranza de casi todos los argentinos que viven en España porque no la pueden conseguir". Comimos rápido para no continuar molestando al personal. Café, puro y copa para finalizar. Luego, corta caminata hasta su pensión. "A las 9 te paso a buscar". "¿Por qué tan temprano?" "Porque los piqueteros empiezan a movilizarse más o menos a esa hora". "¡Joder!" – exclamó algo confundida.

Apuré el paso, llegué a casa, tomé un baño bien caliente y me acosté. La madrileña no era ninguna belleza, pero se las traía. Las z y las c, los Madrisess y Alétics seguían sonando en mis oídos. ¡A dormir, Jordi, a dormir que a las 8 tenés que estar en pié!

Ése viernes, a las 8,45 en punto, estaba frente a la puerta de la pensión. Almudena me esperaba sentada en el hall vestida con tejanos, como ella llama a los vaqueros, jersey con cuello tortuga, botas de montar, campera de cuero y boina vasca que le hacía la cara más pequeña. Desayunamos, a la ligera y de parados, café con leche con medialunas en el Florida Garden y partimos hacia la zona de la Plaza de Mayo, donde podríamos observar mejor el movimiento de los piqueteros. Nos mezclamos con ellos para que pudiese palpar el ambiente. "¡Hombre, que ya me han tocado el culo tres veces!" "Les debés gustar" "No me quejo pero, a este paso, voy a terminar poniéndome cachonda". Paso, pero con la z bien marcada. ¡Divina! A las 12 pusimos rumbo a la redacción para ver qué novedades teníamos. Nada importante que impidiese tomar un ligero refrigerio. Sentados en el bar de la otra cuadra, le pregunté si quería un sándwich de crudo y queso. "¿Qué es crudo?" – pregunto intrigada. "Jamón, jamón crudo". "Jamón es jamón. Crudo no sé de qué se trata". "Otra clase de jamón, como ése que ves ahí". "Eso parece York". "Aquí lo llamamos cocido". "¿Esto es todo tu almuerzo?" "Tenemos poco tiempo así que nos conformamos con lo que ves". "Parece más un tente en pié o un piscolabis". "No acostumbramos a nada más". "¿No tapean? ¿ni un vino, una caña o una cubata?" "Nada, gallega, nada de eso". "¿Por qué me llamas gallega si soy madrileña?" "Andá acostumbrándote porque aquí llamamos gallegos a todos los españoles. No importa que sean catalanes, valencianos, vascos o madrileños. Todos en la misma horma, cariñosamente, pero en la misma horma". "Vale".

Volvimos al diario pero tampoco había nada de importancia. Por ser viernes, muchos abandonaron el lápiz bien temprano. A las 22 sólo quedaba el personal indispensable. Almudena seguía observando todo con mucho interés. "Dime Jordi ¿esta noche sales de marcha?" "No te entiendo". "¡Hombre, a buscar jaleo!" "Algo se puede improvisar, si te animás y querés acompañarme". "Eres un tío muy majo, por eso te acompañaré con gusto".

No me hice rogar, cerré todo, apagué la computadora y salimos rumbeando hacia la calle Florida. El mismo recorrido que la madrugada anterior. Esta vez me tomó del brazo sin preguntarme nada. La boina le quedaba muy bien, le daba un toquecito que iba entre lo exótico y lo erótico. "¿No te estará gustando más de lo debido?" – pregunté para mis adentros.

"Llévame al mismo lugar que ayer. ¿Te place?" Asentí con la cabeza, subyugado por el place con la c pronunciada como z. La velada fue muy agradable, mucho más para Almudena que se deleitó con una exquisita tira de asado hecha en la parilla al carbón. El sumum fue ver su cara cuando le dije que al día siguiente, sábado, no trabajábamos. "¿Por qué?" – inquirió intrigada. "Los fines de semana no hay protesta social". "Entonces, marcha luego de cenar". Volví a sentir con la cabeza. "Esta cena la pago yo, para eso están los viáticos". El yo sonó como ió. Tuve que aceptar después de muchas idas y vueltas pobladas de z y c deliciosamente salidas de su boca. Me entregó el dinero por debajo de la mesa para que no pasara por mantenido. "¿Querés conocer "El verde"?" "Si me explicas cómo es el lugar, te contesto". "Un sitio para solos y solas que está aquí a la vuelta".

Terminamos la cena, caminamos por Paraguay hacia el bajo hasta recalar en la calle Reconquista, en dirección al pasaje Tres Sargentos. Le expliqué en ése mismo lugar, pero años atrás, estaba "Bárbaro", lugar obligado de reunión para intelectuales y no tan intelectuales. Creo que estuvimos cerca de una hora, el tiempo suficiente para beber dos whiskys. Le expliqué que no me agradaban mucho los lugares para solos y solas pero que, por esta vez, lo soportaría. "Si tanto te fastidia el lugar, ¿por qué no me haces conocer tu piso?" Pagué sin decir una palabra y salimos a la calle para desandar las cinco cuadras que nos separaban de mi piso, mejor dicho, mi humilde tres ambientes con vista a la calle. A medida que nos acercábamos, trataba de recordar qué cosas estaban fuera de su lugar. ¡Todo estaba fuera de lugar! Libros y más libros diseminados por el suelo, la cama sin hacer, polvillo poblando la superficie de los muebles, ropa fuera de los cajones o colgada de los picaportes de las puertas, vajilla usada en la cocina y muchos otros objetos más que no recordaba. ¡La personificación misma del desorden!

Subimos los cuatro pisos con el ascensor, introduje la llave en la cerradura, abrí la puerta y, después de encender la luz, entramos. "Te presento el emporio del desorden". "¡Joder, es una belleza!" "¿Una belleza?" "¡Hombre, si te apetece el desorden, ¡disfrútalo!" Hice lugar en el sillón corriendo hacia un lado la pila de libros que descasaban sobre él. "Ayúdame con las botas porque me están destrozando los pies". Le presté el auxilio que necesitaba para luego ver como movía los dedos de los pies dando evidentes señales de alivio. "¿Qué tomás? ¿Whisky, brandy, gaseosa, café?" "Cubata, hombre, cubata".

Fui hasta la cocina para buscar dos vasos de trago largo y la Coca-Cola, la botella de whisky estaba en la biblioteca, escondida detrás de los libros de historia. Cuando retorné advertí que Almudena se había sacado...¡los pantalones! "Me ajustaban mucho" – explicó con una sonrisa sospechosamente insinuante.

"Contame dónde vivís" – inquirí para romper el hielo. "En la calle Bordadores y la calle Arenal, casi junto a la iglesia de San Ginés. A metros de una callecita que une Bordadores con Arenal, rodeando la iglesia. A ti te gustaría el chiringuito que vende libros usados que está sobre Arenal. Es el Madriss (sic) antiguo, el más lindo de todos los Madriles (sic). ¿Has leído algo de Pérez-Reverte?" "Si, El maestro de esgrima, Territorio comanche, La piel del tambor, El capitán Alatriste, Pureza de sangre, El sol de Breda, son los que recuerdo en este momento". "Relee El maestro de esgrima y Pureza de sangre y verás que la iglesia de san Ginés aparece varias veces nombrada. ¿Sabes que estoy muy cerca del Mercado de San Miguel? Creo que lo diseño el mismo que hizo la Torre Eiffel. Seguro que ni siquiera lo has oido nombrar. Está detrás de la Plaza Mayor, que es un lugar donde los domingos a la mañana se reúnen coleccionistas de sellos y numismáticos". "¿Extrañás?" "Contigo a mi lado, no". Le alcancé la cubata y me puse a observarla. "¿De veras que no sentís morriñas?" "Siento como si te conociera desde niña". "Me halaga la confianza que depositás en mi". "Fuiste el único que me aceptó sin conocerme". Hizo un pausa para después mirarme a los ojos. "Sé que no soy una belleza, pero he venido a currar lo mejor que pueda". "¿Currar?" "Trabajar". "Pregunté porque aquí currar significa estar en la trampa". "No lo sabía. ¿qué otra palabra debo evitar para no hacer el ridículo?" "Hacés bien en preguntar. Nunca digas coger, significa follar y no tomar o agarrar. ¿Te imaginás cogiendo un ómnibus? Porque ustedes dicen coger el bus o el taxi. ¿Si? Decir culo en publico no está bien visto aunque sea algo de lo más intrascendente. Varias veces dijiste "anda a que te den por culo" y te miraron torcido. A medida que surjan, te aviso". "Es que tienes razón, follarse un taxi es algo para subnormales. Mira, si allá dices córrase también te mirarían mal. ¿Sabes qué significa? Terminar el acto sexual, terminar de follar". "Lo que pasa cuando viene el lechazo". "Eso mismo. ¿Has visto cómo me miran cuando beso en las dos mejillas? Como una calienta pollas". "No es para tanto. Miran porque son chismosos". "Tu lo ves de manera diferente, pero la duda siempre queda flotando en el aire".

Terminó la cubata, depositó el vaso sobre la mesa y comenzó a despojarse el jersey. "Aquí hace mucho calor, estoy transpirando la gota gorda". "Es la loza radiante, no la puedo regular a mi gusto". "¿Me prestas una camiseta así puedo sacarme la blusa?" Fui hasta mi habitación para regresar con una camiseta blanca de algodón. Almudena estaba de espaldas, vestida sólo con bragas, como se empeña en llamar a las bombachas. Linda espalda, delgada y flaca pero linda. Muy marcadas las costillas. "Aquí tenés". Sin pronunciar palabra la tomó y se la puso. Le quedaba inmensa pero le otorgaba un aire deliciosamente sensual. "Siéntate a mi lado que no voy a devorarte" – dijo con una sonrisa insinuante.

"¿Andas liado con alguien?" "Con nadie en particular" "Perdona la pregunta pero...¿tu no serás gay?" No pude evitar reírme a mandíbula batiente. "¿Yo gay? ¡Ni en pedo!" – fue mi jocosa y cortante respuesta. "¿Te he ofendido?" – inquirió con mirada temerosa. "Para nada, piba. No es ningún demérito pero, para tu mejor gobierno, no soy gay. ¡Sería lo último que se me ocurriría! Aunque no es bueno decir de esta agua no he de beber".

Juntando los índices de ambas manos la interrogué: "Vos, ¿andás con alguien?" "Con nadie, de momento. Anduve liada un tiempo, pero es cosa del pasado, de ese pasado lejano que una desea olvidar". "Perdoname si metí el dedo en la llaga, si querés pasamos a otro tema". "Fui la que comenzó las preguntas. Cometí la gilipollez de liarme con un cabrón casado y mayor que yo, Muchas promesas, mejor dicho, puras promesas". Una pequeña lágrima corrió por su mejilla derecha. ¿Por qué no me habré mordido la lengua en lugar de preguntar boludeces?

Le tendí un pañuelo mientras pasaba mi brazo derecho por detrás de sus hombros. "Pena, penita, pena", cantó con voz entrecortada mientras tomaba mi mano derecha y la besaba delicadamente. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, a tal punto que se me puso la piel de gallina. "¿Te he perturbado?" – preguntó compungida. Negué con un movimiento de cabeza mientras ella subía las piernas al sillón para luego acurrucarse contra mi pecho. Después de dudar por un segundo, la besé en la frente. Almudena tenía los ojos cerrados y se mordía los labios. "Gracias". Un gracias en el que la c se arrastró hasta convertirse en z. ¡Eso sí me perturbo! ¡Y cómo! Para colmo de males, no tuvo mejor idea que tomar mi mano derecha para colocársela sobre los pechos. A pesar de ser muy pequeñitos se los notaba duros, como sus pezones. Me sobraba una sola mano para abarcarlos.

"¿Jordi, te estás poniendo cachondo?" "Aquí usamos otra palabra, pero creo que significa lo mismo". Ése fue el preciso momento en que finalizaron los parlamentos. Mi mano izquierda recorrió su pierna derecha y, alcanzando la parte inferior de su espalda, exploró el canalito que conducía hacia su orificio anal. "¡Bájame un poco las bragas y tócame el coño!" Con la derecha los pechos y con la izquierda el coño. En medio de leves jadeos y gemidos entrecortados, unas manos ágiles desprendieron el cierre de mi pantalón buscando el miembro oculto dentro del bóxer.

"¡Tienes la polla caliente y dura!" – exclamó mientras la empuñaba para imprimirle un movimiento ascendente y descendente que la puso más rígida. Abandonó bruscamente el acurrucamiento para ubicarse de costado sobre el sillón, como buscando colocarse para la penetración en posición tornillo. "¡Clávamela en el coño, cabrón, clávamela en el coño!" – suplicó enfervorizada. Actuando casi como un autómata, moví sus bragas hasta que le llegaron a la altura de las rodillas, separé los labios mayores buscando el mejor ángulo e introduje el miembro hasta notar que sus nalgas se topaban con mi cuerpo. Almudena levantó la cabeza por sobre los hombros, dirigiéndome una mirada feroz que parecía cargada de odio. Penetré y extraje varias veces observando cómo la aparentemente mirada de odio se iba transformando en expresión clara de éxtasis. Ojos en blanco, manos crispadas arañando el borde del sillón, gemidos, palabras incomprensibles, respiración entrecortada y jadeante. "¡Me corro, me corro, me corro!" fue la exclamación que indicó la llegada del orgasmo de mi compañera. Contrariamente a lo que siempre me sucede, yo tardé más que ella.

Permanecimos un largo rato en la misma posición, como tratando de eternizar la extraordinaria experiencia vivida. Almudena fue la primera en reaccionar. "Éste ha sido uno de los mejores polvos de toda mi vida. ¡Gracias!" – dijo con voz suave y serena. Las z, las c y las s se me metían por los oídos para llegar hasta mi corazón, que estaba por explotar de felicidad. Es algo que no puede explicarse con palabras, se siente y nada más. Para qué te voy a contar el resto si podés imaginarlo con facilidad. Quince días de frenética felicidad, compartiendo como nunca antes había compartido nada con una mina. Hasta que llegó el momento de la terrible separación. No me dejó que la acompañase al aeropuerto. Hizo bien porque hubiese sido una despedida desgarradoramente infernal. Sé que nos amamos pero nuestros respectivos lugares en el mundo están separados por 12.000 kilómetros de océano. No siempre se puede tener lo que se quiere.

Jordi interrumpió su confesión para volver a encender el cigarro. Lo miré fijamente a los ojos. Estaban vidriosos y húmedos. Era llanto contenido. "¿Pero vos hace poco estuviste en Madrid?" – pregunté ansiosa. "Si, estuve ahí cuando pasó lo de Atocha. Regresaba a los dos días pero los del diario quisieron aprovecharme y me hicieron quedar otro mes más" – contestó mientras esbozaba una sonrisa llena de picardía cubierta por el humo del cigarro. "Quiere decir que te encontraste con la gallega". "Si, tuvo que suceder una gran desgracia para que pudiésemos prolongar el encuentro. ¡Qué picardía! ¿No? El dolor de muchos alargó nuestros momentos de felicidad". "Es la vida, Jordi, es la vida. ¿Vas contarme lo que pasaste en Madrid?" "En otro momento, en otro momento. Tomo otro whisky y me voy. Quiero pensar que no vas usar lo que te conté como tema de otro de tus benditos relatos". "Todavía no lo sé, pero no es mala idea".