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Las Confidencias de Caro

en Lésbicos

Las Confidencias de Caro

Caro le cuenta Jordi las experiencias sexuales de su amiga Luli con Malala, su suegra.

¿Se acuerdan de mi? Soy Caro, profesora de historia, madura con poco más de 50 años, soltera, morocha, ojos color café, labios finos, 1,69 de estatura, tetas abundantes, culo amplio y piernas sin señales de celulitis.

Después escuchar las experiencias de mi amigo Jordi decidí que había llegado el momento de que se tomara un buen descanso y que fuese yo la que largara el rollo. Él insiste con que le cuente qué pasó durante el curso de mejoramiento de la autoestima que hice junto a Euge pero me negué rotundamente.

"En su lugar te voy a contar algo que le pasó Luli, amiga de siempre y madre de Bocha mi mejor alumno. No te vas a arrepentir porque es algo grosso". "Si vos lo preferís, te escucho" – contestó haciendo un gesto de desazón.

"Hace como veinte días me vino a ver Luli, toda acongojada y con cara de estar soportando algo que le causaba un gran remordimiento. Dio vueltas y más vueltas hasta que se decidió contar el motivo de su preocupación. Mirá Jordi, te ruego que no me interrumpas hasta llegar al final. ¿Entendido?" "Me coso la boca con alambre de púas" – respondió poniendo cara de curiosidad.

"Antes de comenzar el relato quiero decirte que Luli es una mujer bastante bonita, flaca, creo que con algo más de 1,75 de estatura, labios finos y sensuales, cabello negro con algunas canitas, ojos verdes que matan cuando pestañea, pechitos medianos, piernas estilizadas, culito chico, y unos pies cuidados con esmero. Si se los mira con atención puede notarse que son extremadamente sensuales, finos, aduladores. ¡Una belleza!"

Cuando se decidió a largar el rollo me hizo sentar en el sillón y, tomándome las manos, me miró con ojos semi nublados por las lágrimas.

"Caro, quiero contarte algo que hace meses me está comiendo el corazón. Es algo muy, pero muy serio. ¡Estoy enamorada de mi suegra! ¡No pongas esa cara y escuchá lo que te cuento antes de decir nada! Este último verano veraneamos en Santa Teresita, casi en el límite con Mar de Tuyú. Como bien sabés, Cacho labura con el padre y en enero las ventas bajan bastante así que prefieren darle vacaciones a todo el personal y cerrar para abaratar costos. Bocha, que ya está grande, se fue con la novia a Bariloche y los tres chicos prefirieron ir al campo con mis viejos, así que mis suegros se nos acoplaron. La verdad es que la pasamos bárbaro, pero algunas actitudes de mi suegra Malala me desconcertaron bastante. Estábamos en la playa, se me acercó y me dijo al oido que se me veían los pelitos de la entre pierna saliendo por el borde de la malla. Cuando salía del mar me aconsejaba que saltase sobre una pierna para hacer salir el agua de mis oídos. Se tomaba más tiempo del requerido para pasarme bronceador por la espalda. Contados aisladamente parecen boludeces, pero la cosa no terminó ahí. Se acercaba fin de mes y Malala propuso que nosotras dos no quedásemos, que los dos hombres regresaran a Buenos Aires para trabajar y volvieran los fines de semana. Total los chicos se quedarían con mis viejos hasta el inicio de las clases y Bocha vaya una a saber qué haría. Quedamos en eso, se iban el 30 a la noche y volvían todos los sábados a la mañana.

Llegó el 30, Cacho y el padre se fueron hasta el Automóvil Club de San Clemente del Tuyú para cambiarle el aceite al coche y no volvían hasta que no lo lograran. Fui a ducharme y recordé lo que me había dicho Malala al oido, el vello púbico estaba algo crecidito. Me desnudé, tomé el espejo, la tijera y comencé a recortármelos. La verdad es que no veía un carajo y me los estaba cortando mal. Hice un movimiento brusco y tiré el espejo a la mierda haciendo un ruido infernal que alarmó a Malala, que entró rápidamente en el baño para encontrarme en bolas, tirada en el suelo y con las piernas abiertas. Le expliqué que no había pasado nada grave, que sólo quería recortarme los pendejos. Me ayudó a levantarme, acercó una silla y me hizo sentar en ella. "Abrí las piernas que te los recorto yo" – ordenó con decisión y firmeza.

Obedecí sin decir ni una palabra. "Vamos a ver qué se puede hacer con este bosquecito que tenés entre las piernas". Recortó por aquí, por allí y por allá. Me agarró el labio mayor izquierdo, lo tironeó hacia fuera y recortó. Un escalofrío tremendo me recorrió todo el cuerpo. Hizo lo mismo con el labio derecho para continuar con la parte superior del capuchón del clítoris. "¿Te calientan estos toquecitos?" "Ajá". "Entonces te voy a dar un besito en ese pitito chiquito que se te está agrandando cada vez más. ¡Estás muy mojada nena!" Moví la cabeza en señal de afirmación. En lugar del besito, Malala sacó la lengua y me la pasó por el clítoris. Suspiré profundamente. "¿Te gusta?" "¡Si!" "Ahora meto mi dedo un poquito y lo dejamos ahí porque en cualquier momento llegan los hombres": "¡Me dejaste caliente Malala!" "Escuchá bien lo que te digo. Almorzamos livianito, te vas a la cama con mi hijo y te hechás un polvazo para que esta noche se vaya mansito. Yo voy a hacer lo mismo con tu suegro porque también me quedé caliente. Esta noche vamos estar las dos solitas y nos desquitamos. Te advierto que no soy lesbiana, me considero bisexual".

"Cacho estuvo de película. Me la dio por todos lados pero yo tenía la cabeza en otra parte. Todavía sentía el calor de los dedos de Malala entrándome en la concha. Dormimos la siesta como hasta las 6 de la tarde y cuando nos levantamos Malala nos estaba esperando con unos mates. Cenamos a las 8 y mi marido y mi suegro se prepararon para salir a la ruta. La jovata se acercó para decirme algo al oido. "Cuando estén por salir te metés con Cacho en el baño y le chupás la pija hasta que largue el lechazo. Tratá de que termine en tu boca, tragate la leche pero no te enjuagues. Yo voy a hacer lo mismo con tu suegro. Cuando estén por subir al coche le plantás a Cacho un chupón en la boca para que sienta bien el gustito a leche".

Cacho y el padre apuraron la salida porque unas nubes oscuras presagiaban la llegada de una tormenta de verano que prometía ser dura. Seguí las instrucciones al pie de la letra y mi marido partió relamiéndose como mi suegro. Cacho me dijo al oido que el sábado me preparase porque me partía por la mitad como a un queso. Por la carcajada de Malala, creo que mi suegro le dijo algo parecido. Y se fueron.

Entramos en la casa, nos sentamos a ver televisión en el living y a la hora más o menos, mi suegra se levantó, se dirigió a su pieza para volver con un pequeño maletín de cosméticos.

Malala tiene un cuerpo más bien rellenito, tetona, culo algo generoso, piernas robustas y gruesas, cabello largo y canoso, ojos negros y penetrantes, mucho vello púbico cuidadosamente recortado en los bordes, boca carnosa, lengua larguísima y suave. Te lo aclaro para que notes con lo que me iba a enfrentar.

Tomó su teléfono celular y llamó al marido para preguntarle cómo les iba en el viaje. Le contestaron que bien pero que estaba empezando a lloviznar. Mandarían un mensaje de texto al llegar.

"¿Estás lista o te arrepentiste?" – preguntó la suegra. "Estoy lista y decidida. ¿Aquí o en el dormitorio?" – contestó Luli. "Empezamos aquí aprovechando que llueve así podemos gritar como se nos antoje sin que nadie se inmute. Van a pensar que somos dos mujeres asustadas por los truenos" – aclaró Malala.

Se acercó, desprendió los botones de mi vestido hasta hacerlo caer al piso, me levantó el corpiño dejándome las tetas al descubierto y, con dulzura, puso sus dedos pulgares en el borde de mi bombacha para deslizarla hacia abajo. Se arrodillo delante de mi, buscó con su cabeza mi entrepierna, metió la lengua desde abajo, llegó al clítoris y lo succionó con ardor. Que te la chupen desde abajo mientras estás de pié es algo decididamente sensacional. ¡Qué lengua más húmeda y suave!

Cuando Malala notó mis síntomas de creciente calentura, me empujó haciéndome caer sentada sobre el sillón de tres cuerpos para luego introducirme los dedos índice y medio en la concha. Adentro, afuera, adentro, afuera. Comencé a respirar agitadamente y a emitir gemidos de placer que fueron tapados por el escalofriante ruido de un trueno. Me calmó algo sentir unos leves pellizcones en el pezón derecho Adentro, afuera, adentro, afuera. "Esta conchita es toda mía, toda mía". "¡Más rápido, más rápido".

Malala se había desprendido de la parte baja de la malla dejando ver los pendejos que le poblaban el pubis. Abandonó mi pezón para tocarse frenéticamente la concha con la mano izquierda ¡Se estaba pajeando de lo lindo! Otro infernal trueno ahogó nuestras febriles exclamaciones. Creo que la estática del ambiente me indujo el primer orgasmo de la noche. Tomé su muñeca derecha para hacer que sus dedos me penetraran más profundamente. Terminé dando un alarido espectacularmente desgarrador.

Ahora era el turno de mi suegra. Le saqué la poca ropa que todavía le cubría el cuerpo para prenderme del pezón derecho, lo mordí, lo lamí y lo chupé con frenesí. Ella se mordía el labio inferior de la boca mientras jadeaba. "¡Chupame la concha, chupame la concha!" Bajé hasta la entrepierna, le lamí las ingles para luego buscarle los labios mayores, separarlos y meterle la lengua bien adentro ¡Qué labios mayores tan carnosos! Aprisioné los labios menores con mis labios y tironeándolos hacia fuera le provoqué un temblor que le recorrió todo el cuerpo. "¡Chupame el culo, Luli, chupame el culo!" Bajé la cara para poder atacarle el ojete con la lengua. Ella estiró su mano derecha, tomó el maletín de cosméticos, revolvió el interior y extrajo un consolador que medía cerca de 50 cm. "¡Escupilo y metémelo prontito que no doy más!" Lo lubriqué con saliva, aparté los labios mayores, ubiqué el agujerito mágico y se lo metí hasta sentir que tocaba el fondo de la vagina. ¡Largó un espeluznante grito de placer! Adentro, afuera, adentro, afuera. Adentro otra vez para mantenérselo metido empujando con la palma de mi mano derecha. Ahí fue cuando empezó a mover las caderas de arriba hacia abajo y contorsionar el cuerpo como una enloquecida. Enseguida, un gemido similar a un ronquido profundo y grueso me dejó perpleja por un instante. Con los ojos desorbitados e inyectados en sangre, Malala tomó el consolador con la mano derecha, buscó un tubo de lubricante en el maletín y me lo entregó mirándome con fiereza. "¡Por favor metémelo en el orto, por favor!" Se acostó boca abajo sobre el sillón, levantó las caderas, se separó los glúteos con ambas manos y me ofreció el ojete para que se lo penetrara. ¡Flor de ojetazo el de Malala! Marroncito oscuro, un triangulito que se transformaba lentamente en círculo de cerca de 6 cm de diámetro con la separación de los glúteos. ¡Magnífico y deliciosamente tentador al mismo tiempo! Abrí el tubo y lubriqué el consolador. "¡Hija de puta qué estás esperando para metérmelo!" "¡Vieja de mierda dame tiempo para lubricarlo! ¡Te voy a reventar el orto!" "¡Si, si, si!"

Me dio la impresión de que mi suegro antes de irse ya se la había metido por el culo porque se lo noté bastante dilatado cuando lo tanteé con el dedo índice. Entró limpito y sin problemas. Apoyé la punta en el centro del círculo marrón, empujé con la palma de la mano derecha y le entró con demasiada facilidad. Un tremendo trueno seguido de un fulgurante rayo sirvieron para camuflar el grito que dio mi suegra. "¡Quedate quieta, no hagas nada! Dejame moverme a mi!". Con las manos abriéndose el ojete, Malala se balanceaba de atrás hacia delante dosificando así la intensidad y la profundidad de las penetraciones a su gusto. Comenzó lentamente para, poco a poco, ir aumentando la secuencia de entradas y salidas. Sus gemidos eran desgarradores a la vez que excitantes. No supe si eran de dolor o de placer. "¡Más dentro, más adentro! ¡Más, más, quiero más! ¡Bruja de mierda me estás reventando el orto! ¡Me gusta, me gusta!".

Me di cuenta que Malala adoraba que le dijeran cosas mientras se la cogían así que me puse a improvisar. "¡Conchuda te voy a hacer cagar sangre!" "¡Me gusta reventarte vieja puta!" "¡Yegua conchuda, hija de puta asquerosa!"

No contestaba pero seguía moviéndose con ardor. Aseguré el consolador con la izquierda para darle unos buenos y enérgicos chirlos en las nalgas con la derecha. ¡Vieras la reacción que tuvo! "¡Pegame, yegua, pegame más que me gusta!" Le dejé las nalgas rojas de tanto golpeárselas.

En un rapto de histeria, se dio vuelta, tomó el consolador con las dos manos para metérselo y sacárselo del orto como una enloquecida. "¡Turra de mierda, cacheteame las tetas!" Me ubiqué sobre su lado derecho, le agarré la teta más cercana y, apretándosela, se la cacheteé tres o cuatro veces con la otra mano. Dobló el cuerpo hacia delante, se penetró lo más profundamente que pudo, abrió los ojos hasta casi desorbitarlos, ahuecó la boca, lanzó un gemido que lindante con lo agónico y se quedó totalmente quieta con el consolador en el interior de sus intestinos. Me asusté un poco porque permaneció inmóvil un largo rato con los ojos cerrados y casi sin respirar.

Lentamente fue recobrando la compostura perdida en el ajetreo de la penetración. "¡Ya está, terminé, terminé!" Varias lágrimas que le corrían por las mejillas desaparecieron después de que una sonrisa de oreja a oreja le iluminó la cara. "¡Fue maravilloso! Adoro las culeadas".

Sonó mi celular. Era Cacho preguntando cómo estaba el clima por aquí. "Tormentoso, bebé, muy tormentoso. Tu mamá está en el baño. Estábamos por irnos a la cama en este preciso momento. ¿Qué estoy haciendo? Tocándome la cachu porque te extraño amorcito. Esta noche me voy a pajear pensando en vos. Llamame cuando llegues. Te quiero, besitos".

"¡Qué mentirosa que habías sido nena! La que te estaba tocando la cachu era tu suegra. ¿O acaso miento?" "No, pero no se le pude decir la verdad porque se pudre todo". "¿Vamos a mi camita así te hago probar el consolador por el culito?" "¡Me va a doler!" "Dejame hacer a mi y después me contás. ¿Si?"

Corriendo como desesperadas rumbeamos para el dormitorio, nos tiramos sobre la cama mirando al techo y comenzamos un diálogo de lo más jugoso mientras fumábamos un cigarrillo. "¡Luli, no sabés lo que me gustás!" ."Tengo que reconocer una no se aburre estando con usted Malala". "No me trates de usted que no me gusta. Cuando estemos juntitas, tuteame". "¡Espectacular lo de las cachetadas en las lolas!" "Ya que mencionaste las lolas. ¿Por qué no las sacudís un poquito? Me gusta verlas oscilar como badajos". "¿Por eso me hacía saltar en la playa?" "Si Luli, se veían hermosísimas cuando se movían dentro del corpiño". "Decime la verdad Malala, ¿a vos te gustan los hombres?" "¡Me enloquecen tanto como las mujeres! ¡Me gusta el sexo desenfrenado! Mi marido es un santo que cumple como el mejor de los mejores, pero las mujeres también son fascinantemente excitantes. ¿Cómo te trata mi hijo?" "¡Bárbaro! Mejor no puede ser. Te advierto que lo hago con vos porque sos mi suegra y porque también me gustó el desafío. Me gustó mucho". "¿Lo habías hecho antes con una mujer?" "Si, con una amiga de hace mil años. Estuvo sensacional pero sólo fueron dos veces y nada más". "Me la tenés que presentar. A lo mejor podemos arreglar para juntarnos y hacer algo": "No creo que sea posible. A Caro le gustan demasiado los machos".

Apagamos los cigarrillos y, casi sin darme cuenta, me colocó boca abajo, me apartó el cabello hacia un costado para empezar a masajearme el cuello desde la base hasta el comienzo del cuero cabelludo. Bajé la cabeza y la dejé hacer mientras la piel se me erizaba instantáneamente. Muy suavemente, me acarició la parte trasera de las orejas para luego bajar hasta los hombros. Tiré la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y respirando aceleradamente. Me besó en el cuello, buscó mi boca y me plantó un chupón que me hizo temblar hasta la médula. Los pezones se me pusieron duros como piedras. Fue bajando por la espalda hasta llegar a la zona coxigea, que lamió y besó por largos minutos. Me obligó a colocar las manos sobre los glúteos y abrírmelos para que pudiese observarme el ojete. Lo beso y lo lamió varias veces con esa lengua larga y húmeda. Cerré los ojos y disfruté. ¡Muy bueno! Metió el dedo índice en mi cachu para lubricarlo con los jugos vaginales que me brotaban. Me los aplicó sobre el ojete haciendo movimientos circulares y, sorpresivamente, me lo metió hasta el nudillo. "¿Te gusta así?" "Si, Malala, si". "Ahora pongo dos deditos para dilatártelo más. ¿Si?" "Un poquito más pero despacito".

Una, dos, tres veces me los volvió a meter en el ojete que evidenciaba un rápido dilatamiento. Los retiró suavemente para reemplazarlos por el consolador, que penetró sin tropiezos. "Ahora movete a gusto, imitá lo que hice yo. Despacito, despacito para que no te duela". "¡Me duele, Malala, me duele!" "Aguantá un poco que ya se te pasa bebota". Me acomodé como pude, imitándola levanté las caderas, cerré los ojos, me mordí los labios y empecé el balanceo del cuerpo. ¡Creo que me llegó a meter todos los maravillosos 50 cm de consolador adentro del ojete! "¡Yeguona, sentí cómo te estoy entubando!" "¡Despacito, despacito!" ¡No te podés imaginar las ganas que tenía de cagar ahí mismo! Pero me contuve y disfruté la penetración. Malala me acariciaba la cachu con la otra mano pajeándome con mucha destreza. Apresuré un poco el movimiento de vaivén del cuerpo notando que dolor y placer se mezclaban tornándome poco a poco en un ser irracional que sólo buscaba que lo penetrasen salvajemente.

"¡Vieja de mierda, reventame que me gusta, reventame!" "¡Vamos que falta poco!" "¡Más fuerte, más fuerte!"

Me puse de costado, juntando la piernas para soportar las tres o cuatro embestidas finales. Grité como una marrana, me saqué el consolador del culo y corrí hacia el baño porque me estaba cagando encima. Malala me siguió para asistirme si era necesario. ¡Largué por el culo todo el contenido de los intestinos! ¡Una cagada antológica!" Mi suegrita aconsejó que no me fuese a lavar la cachu para no sacarme el olorcito al polvazo. Volví a la cama extenuada. Fumamos otro cigarrillo mientras ella preguntaba si estaba conforme con la experiencia. "¡Inolvidablemente deliciosa!" "Vamos a dormirnos abrazaditas, acariciándonos y compartiendo el consolador. ¿Si?"

Apagamos los cigarrillos y nos acostamos en posición cucharita, ella dándome las espaldas. Exhalaba un excitante olorcito a mujer post coito que me volvía loca. Le lamí y besé varias veces la espalda, ella hizo lo mismo. ¡No sabés lo excitante que fue acariciar esa masa abundantemente carnosa! Los rollitos, el abdomen protuberante y fláccido, los pendejos recortaditos, el ojete calentito, las lolas abundantes y suaves, los pezones duros como estacas. Nuestro fiel amigo, el consolador, trabajó a destajo toda la noche. Pasó varias veces de mano en mano para satisfacernos lujuriosa y plenamente hasta quedarnos dormidas de cansancio.

A las 8 en punto de la mañana sonó mi celular. Era Cacho avisando que habían llegado. "¿Cómo pasaste la noche?" "Algo tormentosa pero bien". No sé si me entendió. "¿Y mamá?" "Bien, durmiendo como un angelito". "¿Me extrañas?" "Si vida. Me estoy tocando la cachu mientras te espero. El sábado quiero que me la des por atrás". "¡Si mamita, esperame preparada". "Chau cariñito, llamame mañana".

Llovía como si fuese la última vez, así que con ése pretexto, aprovechamos para quedarnos en la cama. Repetimos lo de la noche anterior, pero con más perfección. ¡Terminamos con el orto hecho una flor! Malala aguantó más que yo. Todo el día en bolas, besándonos, acariciándonos, metiéndonos el consolador salvajemente en todos los agujeros del cuerpo. Paramos un poco a mediodía para comprar cigarrillos y...algunas zanahorias, pepinos y forros. ¡Supongo que te imaginarás para qué! Lo más excitante fue la forma cómo nos vestimos para ir de compras. Sólo sandalias y un vestidito suave sobre el cuerpo. ¡Nada más! Abajo, ¡En pelotas! Los tipos se daban vuelta para mirarnos el culo y las tetas. ¡Una experiencia fenomenal!

Volvimos, comimos algo ligero y de vuelta a la cama, a darnos como en la guerra. Toda la semana así hasta el viernes, que retornábamos a la normalidad asumiendo nuestros respectivos roles de nuera y suegra serias y medidas.

Sábado, tarde y noche, y domingo a la hora de la siesta gran festichola, ella con mi suegro y yo con Cacho. Mi marido se hizo una festejo con mi ojete, me lo dejó inflamado de tanto meterla y meterla. Malala no se quedó atrás, creo que lo dejó seco a mi suegrito.

El domingo a la noche volvíamos a las andadas. La suegrita se empeñaba en que la castigase un poquito así que, antes de iniciar la maratón, se acostaba sobre mi falda para que le pusiera el culo colorado a cachetadas. No te cuento más para no parecerte repetitiva.

Íbamos a la playa bien tempranito por la mañana para no perder el bronceado, retornábamos a la casa a eso de las 11, almorzábamos y después a la camita. A veces reemplazábamos el consolador por zanahorias y pepinos enfundados en forros. ¿Posiciones? Todas las que te puedas imaginar.

Lo peor llegó cuando se terminaron las vacaciones. Se acabaron las diarias maratones de sexo salvaje con Malala. ¡Ahí fue cuando me di cuenta de que me había enamorado de ella! La necesitaba, la deseaba ardientemente. Extrañada las culeadas de antología que nos mandábamos. A ella le pasó lo mismo que a mi. Pero no nos ahogamos en un vaso de agua. Con el pretexto de visitar a los nietos, viene a casa dos veces por semana. Siempre tempranito, cuando sabe que nadie nos va a molestar. Y ahí nos desahogamos. Compró un consolador como el suyo y me lo regaló. ¡Divina la vieja! Más cogemos, mejor me va en la cama con mi marido. ¡Me inspira!

Mientras le daba una larga pitada a mi cigarrillo le pregunté qué pretendía de mi. Mucho no podía decirle porque yo no tenía ni arte ni parte en este entierro. Luli tomó un sorbo de whisky, me miró fijamente y se largó a hablar nuevamente: "Sólo quería que alguien de confianza me escuchara. Nada más. Pienso seguir arriesgándome porque me gusta lo que estoy haciendo". "Perfecto, hacé lo que más te guste y convenga". "Una cosa más que me quedó pendiente. ¿No te gustaría que probásemos el consolador que me regaló Malala?" La miré con los ojos abiertos a más no poder y le contesté: "Con probar no se pierde nada. Vamos a la pieza y me mostrás todo las nuevedades que aprendiste de tu suegra".

Al llegar a esta etapa del relato, Jordi se atragantó con el whisky que estaba tomando y, después de toser unos minutos, recobró el habla para hacerme una pregunta: "¿Te mostró todo lo que aprendió?" "Por supuesto, todo, todito". "¿Incluida la culeada feroz?" "Incluida. Hasta la disfruté como loca". "¡Mamita querida!" "Te invito a que trates de probarme que tu pito es mejor que el consolador de Luli". "Te tomo la palabra. ¡Vamos, vamos!".

Por razones obvias que espero entiendan, suspendo el relato para tratar de comprobar si el pito de Jordi supera la performance del consolador de Luli.

Si todavía se están preguntando si llegué a tener un encuentro con Malala, les tengo que contestar que si, pero se los cuento otro día.