miprimita.com

Las Confidencias de Caro (2)

en Lésbicos

Las Confidencias de Caro (2)

Caro cuenta sus 24 horas de escabrosas experiencias sexuales con Luli y Malala.

¡Hola! soy Caro, profesora de historia, prosiguiendo con el relato pormenorizado de las confidencias que le hice a Jordi luego de comprobar que su pito superaba ampliamente la performance del consolador de Luli. El que desee saber por qué hago esta afirmación puede leer "Las confidencias de Caro" en http://www.todorelatos/relato/45408/

No puedo dejar de reconocer que echarse un polvo con Jordi es algo insuperable pero que encamarse con Luli y Malala al mismo tiempo no deja de ser algo interesante y divertido al mismo tiempo.

Eran las 10 de la mañana de un sábado nublado y lluvioso, me disponía a corregir la última prueba de mis alumnos cuando sonó el teléfono. Era mi amiga Luli para preguntarme si iba a estar en casa porque andaba de compras en las cercanías y quería que Malala, su suegra, me conociera. Inmediatamente me vino a la memoria lo que la vieja le había dicho en el verano: "Me la tenés que presentar. A lo mejor podemos arreglar para juntarnos y hacer algo". Hice una pausa y pregunté inquieta: "¿La vieja busca guerra?" "Le comenté tus habilidades con el Churchill y se puso caliente. ¿No te enojás por lo que hice?" "No, no me enojo pero me parece que la jovata está forzando el encuentro. ¡Ma si, venite y que sea lo que Dios quiera! ¿Cacho y tu suegro en qué andan?" "Se fueron a Santa Teresita con los chicos porque están terminando unos arreglos en el chalecito". "¿Ustedes cuánto tardan en llegar?" "Veinte minutos". "Las espero".

Se había frustrado la corrección así que recogí las pruebas, las coloque en un sobre y las guardé en el portafolios. ¡Otro día será! Pueden esperar un poco. Acomodé el desorden imperante en toda la casa y me senté a esperarlas. Los veinte minutos terminaron siendo quince. Llamaron a la puerta, abrí y me las encontré luciendo la mejor de sus sonrisas.

Las describo para que tengan una idea aproximada de sus respectivas apariencias. Luli tiene, año más año menos, casi mi edad, bastante bonita, flaca, algo más de 1,75 de estatura, labios finos y sensuales, cabello negro con algunas canitas, ojos verdes que matan cuando pestañea, pechitos medianos, piernas estilizadas, culito chico, y unos pies cuidados con esmero. Malala andará por los sesenta y pico, cuerpo más bien rellenito, tetona, culo algo generoso, piernas robustas y gruesas, cabello largo y canoso, ojos negros y penetrantes, boca carnosa y voz suave.

Después de las presentaciones de rigor, nos sentamos en el living. "Toman café, te o mate?" - fue la opción que les di. "Lo que te sea más cómodo" – propuso Malala. Me puse de pie y fui hacia la cocina seguida por Luli mientras Malala observaba las fotos que están sobre uno de los estantes de la biblioteca. Cuando retornamos estudiaba atentamente una en la que aparecía yo junto a Jordi.

"¿Es tu pareja?" "No, un gran amigo". "No te lo creo, se están mirando de manera muy especial. ¡A mi no me engañás!" "Bueno, es un amigo demasiado especial pero nada más". "Eso y decir que hay algo más que amistad es la misma cosa". "Cómo te lo puedo explicar, somos una pareja informal con cama afuera. No nos une ningún compromiso". "¡Viste que no me equivoqué! Parece un tipo interesante y, además, está bastante bien. Si es la misma persona que me dijo Luli debe ser el critico literario. Leí varios comentarios suyos. Un día de estos me lo tienen que presentar".

En ese momento lo primero que me vino a la mente fue que Malala daba toda la impresión de pretender, en un futuro no muy lejano, voltearse a mi Jordi. ¿Qué estaba pensando? ¿Mi Jordi? ¿Desde cuando era mío? ¿Me estaba poniendo celosa? Algo de eso había. No era mi pareja formal pero...Lo que siguió vino a confirmar mis malos augurios.

"Che Caro, ¿qué tal te trata en la cama?" – inquirió la suegra de Luli. "Bien, muy bien. Reconozco que sabe cómo tratarme". "¿Vive lejos?" "No, en Suipacha y Santa Fe". "Quiere decir que cuando lo necesitás llega rápido". "Si, pero este fin de semana anda por Córdoba, en la presentación de un libro de un autor local que promete mucho". "¡Qué lástima! Me hubiese gustado conocerlo".

Corté el hilo de la conversación con el pretexto de servir el café porque no me gustó el cariz que estaba tomando. Lo que todavía no me queda claro es si no fue peor el remedio que la enfermedad. Malala estaba sentada junto a Luli y no dejaba de acariciarle una de las rodillas. ¿Adónde quería llegar? ¡Qué pregunta tonta la mía!

No tuve que esperar mucho tiempo para advertir cual era el objetivo final. De la rodilla pasó, lenta y suavemente, a acariciarle la parte interna de la pantorrilla, mientras Luli me miraba haciendo insinuantes gestos con el entrecejo. Recordé algo que hace unos años, cuando estuve en la Habana, me comentó una jinetera cubana: "Lo jodido de las tortilleras es que nunca andan solas y les encanta hacer cuadros. Prefieren que haya cinco o seis mujeres haciéndose lo que tu no te imaginarás nunca, porque las cosas que se les ocurren a las lesbianas no son fáciles de contar".

Era el momento de tomar decisiones drásticas, ¿les seguía el jueguito o las mandaba a la mierda en ese preciso instante? Los ojos de Luli pedían a gritos que no la abandonara, que me uniera a ellas, que participara. Malala ya le estaba tocando la cachu y no demostraba ninguna intención de detenerse. Jugué todo a una carta. ¡Una mancha más qué le hace al tigre! Estaba decidido, con probar una vez más no se pierde nada ¡Y entré en el combate!

Con felina sigilosidad me ubiqué, de pie, detrás de Malala para luego posar mis manos sobre sus hombros y descender lentamente en buscando los pechos. Ellas se chuponeaban con ardor. Desabroché la camisola, localicé el centro de unión de las tazas del corpiño, introduje las manos sobre el par de gomas calientes como brasas y exploré los pezones. ¡Duros como estacas! Los apreté con pulgares e índices, estiré hacia delante liberándolos de su envoltura. ¡Magníficos, brutalmente monumentales! Malala reaccionó dando un gemido que expresaba el placer de sentirse acometida por dos hembras igualmente calientes. ¡Mirá vos! Por afuera una vieja interesante, atractiva, conservadora, decente, pero por dentro una puta hecha y derecha.

Luli no perdió el tiempo, abandonó los chuponeos para empezar a desvestirla con rapidez dejando que el corpiño se mantuviese prendido aunque con las gomas afuera. Buscó inmediatamente la cachu de la suegra para lamérsela con fruición y destreza sin igual. Malala temblaba con cada una de las caricias que le proporcionaba en las imponentes lolas pero las abandoné por unos minutos para dedicarme a desnudar a mi amiga, que continuaba con el cunilingus. Yo era la única que todavía estaba vestida así que decidí lucir el traje de Eva que exigían la circunstancias. Ya en pelotas, las abandoné por unos instantes para buscar el envase tubular del Churchill de Romeo y Julieta regalo de Jordi. ¡Estaban tan en lo de ellas que ni siquiera notaron mi breve ausencia! Al regresar, Luli le estaba metiendo el consolador en la concha. Malala, tendida de boca arriba sobre el sillón y con las piernas abiertas aguardaba ansiosa que la penetraran.

"¡Carito, chupame las tetas por favor!" No me hice rogar. Se las agarré con las dos manos, mordí el pezón derecho con cuidado y tiré hacia arriba para luego soltarlo. Repetí varias veces mientras ella observaba enfervorizada. "¿Luli que estás esperando para entubarme de una vez por todas?" La única respuesta fue una violenta y enérgica penetración. Entra, sale, entra, sale. Coloqué mi pecho derecho sobre su boca abierta para que la chupara, lo que hizo con fervor interrumpiendo solamente cada vez que le entraba el consolador.

Observé que Luli, arrodillada frente a la cachu de la suegra, apoyaba el artefacto penetrador contra su pecho, tomaba el envase del Churchill, lo enfundaba en un forro, le levantaba las piernas hasta hacerlas tocar los pechos, lubricó el ojete y se lo metió lentamente. ¡Doble penetración! Malala gemía y jadeaba con la boca abierta y los ojos casi desorbitados. "Tomá, vieja de mierda, tomá!" "¡SIII, SIII, REVENTAME, REVENTAME!"

Adentro, afuera, adentro, afuera, adentro, por el culo y por la cachu al mismo tiempo. La jovata temblaba y movía las caderas acompañando la doble acometida. Apreté las tetas hasta ponérselas moradas mientras mordía los pezones con ardor. Malala comenzó a elevar el abdomen manteniéndolo en esa posición hasta que resultó evidente que gozaba del orgasmo final. Lanzó un grito agónico para luego quedarse quieta respirando agitadamente.

"¡Ui, ui, ui! ¡Queridas mías, me mataron, me mataron!" – exclamó Malala exhausta. Luli comenzó a reírse a carcajadas mientras yo, no me pregunten por qué, tomé el primer CD que encontré a mano y lo introduje en el reproductor. La suerte quiso que el elegido al azar fuese "Adiós Nonino" de Piazzola.

Luli se incorporó, se acercó y dijo: "¿Bailamos?" Accedí para satisfacer la mera curiosidad de comprobar qué era lo que se sentía bailando totalmente desnuda. Se ubicó en posición de hombre, levantó la mano, la tomé, permanecimos inmóviles por unos segundos, me marcó el movimiento y...¡largamos! Pegamos nuestros cuerpos uno contra el otro, pierna contra pierna, erguidos, sentí su mano derecha apretándome suavemente la cintura y seguimos el ritmo con profundo sentimiento. Con el balanceo propio de la danza, rozamos nuestros pechos frotándonos y buscándonos los pezones mediante eróticas contorsiones del cuerpo. Luli acercó la boca a mi oreja derecha para musitarme suavemente:"¡Garchame, Caro, garchame!"

Bajé el brazo derecho hasta que la mano alcanzó la zona glútea, busqué el canalito que conducía hasta el ojete y lo acaricié una y otra vez hasta que tropezamos con el sillón. Bastó sólo un leve empujoncito para que Luli terminara con su humanidad tendida junto a Malala que, abandonando su actitud pasiva, giró el cuerpo para poder apretarle los pechos. Descendí rápidamente hasta el pubis y, con la lengua humedecida, lo recorrí hasta arribar a los labios mayores. Allí me detuve breves segundos antes de continuar transitando la ruta que me condujo hasta el ojete, que lamí insistentemente hasta notar que estaba bien humedecido. Las tres respirábamos agitadamente, presas de una excitación brutalmente deliciosa.

"¡Chupame la concha, chupame la concha!" – gritaba Luli con desesperación. Mientras buscaba a tientas el consolador, le metí la lengua lo más profundamente que pude. Con índice y pulgar de la izquierda le separé los labios mayores dejando al descubierto el orificio vaginal, acomodé la punta del consolador para introducírselo lentamente. Adentro, afuera, adentro, afuera. El jadeo era intenso y ahogado. Adentro, afuera, adentro, afuera. Malala no perdió el tiempo, dejó en libertad las gomas de la nuera, se colocó detrás de mi y me penetró con el otro consolador. Lo que siguió fue un coro de gemidos, jadeos y llantos reprimidos. Adentro, afuera, adentro, afuera, al unísono y acompasadamente en las dos cajetas.

Estaba tan excitada que abandoné a Luli cediéndole mi lugar a Malala, me puse en cuclillas, coloqué el consolador entre las piernas, bajé hasta que sentí que lo tenía bien adentro de la cachu tratando que mis glúteos tocaran el piso. Arriba, abajo, arriba, abajo. Lo mantuve asegurado con la derecha y me froté el clítoris con la izquierda. Aumenté el ritmo de penetración. Adentro, afuera, adentro, afuera. "¡LA CONCHA DE LA LORA, LA VACA Y LA GALLINA, ME VOY, ME VOY!" – grité desaforadamente. Puede ser que algún día me anime a contarles en qué otra oportunidad hice algo semejante.

Un alarido espeluznante de Luli me volvió a la realidad. "!Conchuda hija de puta, metémela más dentro!" Malala la satisfizo continuando los profundos movimientos de penetración hasta advertir que la nuera se retorcía sobre sí misma con la llegada del orgasmo. Pero no crean que eso la detuvo, continuó el meta y saca hasta que Luli se desplomó extenuada sobre el sillón. A la par que recuperábamos el aliento, nos abrazamos y besamos.

"¡Caro, sos una fiera!" – prorrumpió Malala. "Viste que no te mentía" – contestó Luli. "No es para tanto, una hace lo que se puede" – respondí socarronamente. "¡Fascinante eso de la concha de la lora, la vaca y la gallina!" – replicó la jovata – "¡Qué linda manera de descargarte!"

Todavía eufórica y caliente como una brasa de carbón, me puse en cuatro patas, las miré con ojos suplicantes y les dije: "Ahora a metérmela por el culo. ¿Quieren?" Al unísono respondieron que si. Luli me abrió los glúteos, lubricó la entrada, metió un dedo y esperó a la suegra, que estaba preparando el consolador. Pasaron dos o tres minutos hasta que sentí que Malala apoyaba la punta del consolador en el centro de mi ojete, empujaba suavemente y lo metía con destreza sin par. Extendí los brazos hacia atrás hasta colocar las manos junto a las de Luli para lograr una mejor apertura. "¡Quedate quieta hasta que entre toda. Después movete hacia atrás y hacia delante!" – aconsejó prudentemente la vieja. Con las manos abriéndome los glúteos, me balanceé de atrás hacia delante graduando las penetraciones. Lentamente fui aumentando la secuencia de las entradas y salidas. Después de la primera entrada sentí que me aumentaba la presión sanguínea, se me enrojeció la piel y la cara se me empezó a contraer en una mueca agónica. No sabía si lo que sentía era dolor o placer. "¡Yeguas de mierda, me están rompiendo el ojete pero me gusta".

Voy a decir lo que digo siempre, no sé cuantas veces entró y salió ni cuantos orgasmos alcancé a tener, pero que me gustó, me gustó. ¡Muy bueno! Así y todo, sigo prefiriendo el pito de Jordi, el acto dura menos pero tiene vida, calor y sentimiento. El que está detrás hace caricias, habla, mima y...¡lo quiero! ¡Qué estoy diciendo!

Malala interrumpió mi breve reflexión anunciándonos una sorpresa. Hurgó en su bolso hasta encontrar un paquetito que desenvolvió con suma ansiedad. "Aprovechando mis dotes naturales para la costura preparé esto que les voy a mostrar". Asombradas vimos aparecer un arnés en el que colocó uno de los consoladores. "¿Qué les parece mi pequeña obrita de arte?" No podíamos a dar crédito a lo que estábamos viendo. Sin decir una palabra más se lo colocó a Luli, se arrodilló a su lado y empezó a chupar el consolador.

"Quiero ser la primera en probarlo" – afirmó con decisión mientras se montaba sobre el cuerpo de la nuera, colocaba la punta sobre la entrada de la vagina y empezaba a jinetearla como una consumada amazona. Arriba, abajo, arriba, abajo. "¡Caro, entubame el ojete con el Churchill que me enloquece!" Obedecí sin chistar. Ahora era a Malala a la que le aumentaba la presión sanguínea, se le enrojecía la piel y contraía la cara en una mueca agónica. No crean que aguantó mucho, a la cuarta entrada le llegó el orgasmo. O vaya una a saber qué más sintió.

Malala corrió hacia el baño porque casi no podía contener la meada. Luli se sentó a mi lado y acariciándome los pezones me dijo algo que me dejó helada. "Todavía no sé cómo terminar de agradecerte lo que hiciste por Bocha". "¡Dejate de joder! Eso fue hace añares. Aprobó y listo". "No me refería al estudio sino a lo otro". "¿Qué otro?" "No te hagas la santa que lo sé todo".

Una sensación de rubor y de vergüenza se apoderó de mi rostro. Luli me miraba conteniendo la risa. "¿Pensaste que no lo sabía?" Callada, me quedé mirándola sorprendida. "No sabés lo bien que le hizo coger con vos. Le levantó la autoestima a niveles impresionantes. Desde ese día es otra persona, seguro, contento, feliz". "Hice lo mejor que pude" – contesté vacilante. "Lo noté al día siguiente del examen cuando intentó voltearse a la muchacha que trabaja en casa". "¡Eso no lo sabía!" "Clarita vino a verme toda asustada y contándome que Bocha le había tocado el culo pero que ella no quería perder el trabajo así que me lo advertía para no tener problemas". "¿Vos qué hiciste?" "Le di bandera verde, le dije que hiciera lo que más le gustara y esa misma noche se echaron varios polvos". "¿Así nomás?" "¡Por supuesto! A la mañana siguiente lo encaré, le pregunté qué era lo que le pasaba y me contó todo lo que le habías enseñado". "Te garantizo que no pasó nada más después de esos quince días que estuvo viviendo aquí". "Lo sé porque, de ahí en más, anduvo metiéndole la banana a todas las minas del barrio". "¿Cómo lo sabés?" "Porque no soy ninguna boluda. Fijate que, de un día para el otro, la verdulera, la vecina de enfrente, la panadera, la mujer del diariero, la viuda de la otra cuadra y otras más que ahora se me fueron de la cabeza empezaron a hablar glorias de mi Bochita". "Tengo que confesarte que es bueno, sabe desenvolverse con imaginación".

En ese momento regresó Malala envuelta en una toalla así que interrumpimos el dialogo porque sugirió que fuésemos a la cama para estar más cómodas. ¡La vieja estaba hecha un castañuela! Para variar un poco, me puse un corsé de satén color crema y unas polainas de baile que despertaron la admiración y el aplauso de las dos. Imagínenme sólo cubierta por el corsé y las polainas pero con la cachu al aire.

Malala gateó sobre la cama hasta ubicarse boca abajo y con el culo levantado para arriba. "¡Qué están esperando!" – incitó ardientemente. Luli le colocó un almohadón debajo del abdomen, tomó los glúteos con las dos manos y se los abrió para dejar al descubierto un ojete que, entre nosotros, ¡se veía fabuloso! Me mojé el pulgar con saliva y empecé a frotárselo en forma circular. La superficie resultaba extremadamente suave al tacto. Cómo se los puedo explicar. El triángulo del inicio, gracias a la presión que Luli ejercía sobre los glúteos, se fue transformando lentamente en un circulito marrón que mostraba unas arruguitas concéntricas que finalizaban en un huequito tentador y sabroso. Siguiendo un impulso animal me chupé el dedo índice de la mano derecha y, cuando noté que estaba bien mojado, comencé a explorarle el ojete de a poco.

"¡Meteme el dedito, Caro, meteme el dedito en el culo" – suplicó la vejestoria. "¿Así está bien?" – pregunté mientras se lo metía de a poco. "¡Me gusta, me gusta, me gusta!" – respondió excitada. Luli interrumpió la apertura de glúteos para buscar algo en su bolso, lo encontró y lo mostró con aires de triunfo. ¿De qué se trataba? ¡Un chupetín redondito! Se lo colocó en la boca, lo cubrió con saliva para luego apoyarlo sobre la entrada del ojete y pujar lentamente hasta que se introdujo unos centímetros acompañado por los gemidos de la suegra. No contenta con eso, mordió el palito hasta extráeselo completamente. La idea me pareció genial, coger con un chupetín era algo que no se me hubiera ocurrido. Como mi lugar de trabajo estaba ocupado, mojé con saliva el pulgar y se lo pasé a Malala por toda la extensión de la cachu. Una, dos, tres veces. Seguidamente, introducción superficial y corrida hasta el clítoris.

Luli se colocó acostada junto a la suegra y le metió en la boca el chupetín recién salido del ojete para que lo succionara. Una vez que estuvo bien cubierto de saliva, lo volvió a introducir en el ojete ante las exclamaciones de satisfacción de la vieja. Incentivada por la creatividad de mi amiga recurrí a un viejo collar de fantasía con cuentas de unos de 3 cm de diámetro con el que primero le froté los labios menores y después se lo fui introduciendo pacientemente hasta quedarme con el broche en la mano. Malala estaba sintiendo plenamente el impacto tanto del chupetín como del collar. Usando monosílabos gemía, jadeaba e imploraba que no paráramos, que continuáramos garchándola. Cumplimos su pedido hasta observar que levantaba las caderas para luego desplomar el cuerpo sobre la cama en medio de un alarido de placer. No pudo soportar la incontinencia y se largó una meada que contuve apoyándole la toalla sobre la cachu. Apretó las piernas sosteniéndola apretada entre las ingles hasta que sintió que la vejiga estaba complemente descargada. Permaneció inmóvil por varios minutos, giró el cuerpo, nos miró con ojos de satisfacción y dijo: "¡Impagable, sensacional, maravillosamente chanchísimo!"

Mientras se restablecían, fui hasta la cocina para traer una botella de champagne que tenía guardada en la heladera. ¡El esfuerzo tenía que festejarse! Cuando regresé me las encontré tendidas boca arriba y esperándome con ansiedad. ¿Qué estarían tramando estas dos insaciables? Luli tomó la iniciativa tirando las piernas hacia atrás hasta lograr que le tocaran las tetas, colocó sus manos a cada lado de los glúteos y se los abrió ofreciéndolos para que dispusiéramos como mejor nos placiera.

Malala me cedió el lugar así que tuve que improvisar para satisfacer la lujuria de mi amiga. ¡Cachu y culito toditos para mi sola! Me arrodillé frente a las piernas de Luli, comencé pasando el pulgar de la mano izquierda sobre los labios mayores hasta que sentí que el jugo vaginal emergía de forma abundante y con el otro pulgar le tracé circulitos sobre la superficie del ojete. La vieja no perdió el tiempo, se colocó inclinada sobre mi cuerpo y con las dos manos sacó mis tetas del corsé para acariciarlas mientras yo trabajaba a la nuera.

No pude resistir la tentación de meterle el índice en el ojete, acción que provocó los gemidos de la turra de mi amiga. "¡Más fuerte, más fuerte!" – exclamaba con ansiedad de puta insatisfecha. Malala me alcanzó el chupetín indicando que era el turno de Luli. Después de lamerlo tres o cuatro veces se lo apoyé sobre el marroncito y empujé con vigor. Un leve alarido indicó que había entrado sin problemas. Enfervorizada y sin temor empecé un frenético meta y pone en ese ojete dócil y suave. Entrada, salida, entrada, salida. Lamida al chupetín. Entrada, salida, entrada, salida. Luli se mordía los labios para atemperar los aullidos provocados por cada entra y sale del culo. Adentro, afuera, adentro, afuera.

Malala soltó mis tetas para colocarse junto a la nuera, con índice y pulgar de la mano derecha separó los labios mayores y con el medio de la izquierda le frotó el capuchón del clítoris. En ése momento se me ocurrió una idea de lo más puerca pero fascinante: mojarle la concha con champagne. La voz de Malala sugirió algo mucho más cochino que lo que tenía pensado yo. "¡Metele la botella en la concha para inundársela de champagne!" Obedecí sin chistar y al instante un chorro de líquido espumoso surgió con violencia desde las entrañas de mi amiga. No me perdí ni una sola gota, lamí hasta notar que había desaparecido por completo. "¡Ahora quiero que me lo hagan a mi!" – exigió la vieja acostándose boca arriba y con las pernas abiertas. Luli tomó la botella y se la introdujo hasta que el cuello se perdió entre los labios menores. Un nuevo chorro, surgido esta vez de las entrañas de Malala, satisfizo nuestra sed. La siguiente fui yo. Lo mismo que a ellas dos. ¡La sensación de las burbujas invadiéndome la cachu fue espectacular! Nos turnamos hasta que la botella estuvo totalmente vacía.

Malala nos hizo la proposición más puerca del día: pintarnos el ojete con rouge. La miramos con cara de asco pero accedimos a pesar de todo. Acostamos a Luli con las piernas tocándole los pechos y procedimos a realizar nuestra labor cosmetológica con un lápiz labial rojo intenso de Malala. ¡Le quedó espectacular! ¡Hermosísimo! Siguió Malala y después fue mi turno. ¿Me imaginan vestida con corsé de satén, con las tetas colgando, polainas de baile y con el ojete pintado con rouge rojo intenso? ¡Patética pero intensamente excitada! Tanto que les pedí que hicieran conmigo lo que quisieran.

Tomándose en serio el pedido me colocaron boca abajo sobre la cama, pusieron el almohadón debajo del abdomen, coloqué mis manos a los costados de los glúteos y comenzó la función. Malala se hizo cargo del ojete usando un consolador y Luli atacó la cachu con el chupetín. Tengo que reconocer que me reventaron de tanto meterlas y sacarlas de mis agujeritos. ¡Pero lo disfruté como una loca de atar!

Después les tocó el turno a ellas dos. Creo que lo disfrutaron a mil porque rogaban que no terminara. Cuando nos quisimos acordar eran como las 6 de la tarde pero ellas no se inmutaron porque no tenían ningún apuro. No les costará mucho imaginarse todo lo que pudimos haber hecho hasta la diez de la mañana del domingo. ¡Si! Se quedaron en casa toda la noche y la pasamos bomba. Malala tiene una resistencia increíble, más que la de Luli y la mía juntas.

Cuando se iban, Malala me dijo al oido que todavía quedaba algo pendiente, le tenía que presentar a Jordi. Saludé, cerré la puerta y me quedé meditando lo último que me había dicho. ¿Se lo cuento a Jordi o me callo la boca? ¿Y si me saca carpiendo? ¿Y si después se entera y se enoja porque no se lo conté? ¡Flor de problema!