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Los amigos de mi abuelo

en Orgías

Los amigos de mi abuelo.

Soy Jazmín, tengo 20 años, soy de tez blanca; mido 1.65, soy delgada, de senos medianos y cuerpo bien formado. Tengo los ojos color miel y mi cabello es castaño claro.

En esta ocasión voy a relatar la vez que tuve una orgía con los amigos de mi abuelo, varios señores ya grandes.

Mi abuelo se llama Javier, tiene 70 años y vive en la planta de debajo de la casa donde yo vivo con mi papá y mi mamá; mi papá es su hijo y se llama igual.

Cuando fue el cumpleaños de mi abuelo, mis papás prepararon una gran fiesta en un salón –"No todos los días se cumplen 70 años"- Decía mi papá, orgulloso de su padre.

Para la fiesta se acordó que el abuelo escogería a los invitados y vendrían mis tías de donde viven.

Lógicamente el abuelo invitó a todos los de su rodada; sus amigos del baile, también los del jardín donde se reúnen a jugar dominó y a sus vecinos de su misma edad.

Llegaron señores y señoras bien arreglados, el salón parecía insuficiente, los meseros no se daban abasto con tanto viejito y viejita exigente, ya ves que al gente mayor es más terca.

Yo era la más joven del lugar, después estaban mis papás y mis tías, que para mi mala suerte no llevaron a mis primos o primas, por lo que empecé a aburrirme como una ostra, pues además la música era del año del caldo y casi no conocía las canciones, así que me la pasé tomando un buen rato.

Estaba yo sola sentada en una mesa cuando uno de los ruquitos se me acercó y me invitó a bailar; le dije que yo no sabía bailar eso, pero me insistió y los demás viejitos, incluido mi abuelo empezaron a insistir y toda apenada y roja me paré a bailar un danzón.

El señor con el que bailé se llama Amaro y es el más joven de los amigos de mi abuelo, tiene 63 años apenas. Me tuvo mucha paciencia y me estuvo enseñando el baile; afortunadamente no me fue difícil aprenderlo, tengo facilidad.

Después de eso, todos los viejitos quisieron bailar conmigo, no sé porqué si también había muchas viejitas, pero creo que mi abuelo les dijo que no me dejaran sentar en toda la fiesta. Me divertí mucho, sobre todo con un señor de 80 años que apenas podía caminar, pero se paró a bailar conmigo. El muy mañoso continuamente bajaba su mano de mi cintura a mis nalgas y yo se la subía y él la volvía a bajar, ante la complacencia de todos, al parecer les hacía gracia; llegó un momento que ya no se la subí, lo dejé que durante esa canción y dos más que "bailamos" pusiera su mano en mis nalgas.

A eso de las 8:00 de la noche empezaron a irse la mayoría; agradecieron a mis papás y a mi abuelo por la fiesta y se retiraron muy contentos.

Mi abuelo y siete de sus amigos, hombres todos, decidieron irse a la casa de él a seguir la fiesta, así que nos fuimos todos juntos.

Nada más llegar a la casa, mis papás se despidieron y se fueron arriba, a nuestra casa, yo también me despedí, pero los viejitos me pidieron que me quedara un rato con ellos; me quise negar, pero al verlos tan tiernos y, debo confesarlo, preocupada de que le fueran a robar algo a mi abuelo, decidí quedarme un ratito.

Mi abuelo sacó dos juegos de dominó y se sentó a jugar con tres de ellos en su comedor, los otros cuatro se sentaron en la sala a jugar con el otro dominó, a escuchar su música y a platicar. Como ya estaban completos, yo me despedí, pero de nuevo me insistieron que me quedara y uno de ellos amablemente me cedió su lugar.

Durante el juego estuvimos platicando trivialidades, poco a poco la plática se tornó candente, ya que los viejitos habían tomado bastante y a uno de ellos se le ocurrió preguntarme si todavía era virgen; yo me sonrojé y le dije que no podía contestarle eso, él insistió diciendo que no le dirían nada a mi abuelo ni a mis papás. Le dije que aún era virgen y no me creyeron; rieron por lo bajo, entonces, yo ya un poco caliente y envalentonada por los varios tequilas que me tomé desde la fiesta, les hablé bajito, diciéndoles que podría demostrarles mi virginidad si mi abuelo se iba o se dormía. Por supuesto que yo sabía que mi abuelo no se dormiría, pues cuando juega dominó puede pasar horas sin distraerse para nada.

Mañosamente, los viejos me dijeron que ellos acostumbraban jugar con apuesta y les dije que no tenía dinero. Me dijeron que entonces podía apostar la ropa, de tal manera que cada juego que perdiera me iría quitando una prenda; acepté, pues siempre he sido muy buena jugando al dominó, como mi abuelo me enseñó.

Pronto me arrepentí, empecé a perder juego tras juego y me fui quitando prendas, primero aquellas menos importantes, un anillo, un collar, un zapato… pero pronto me quedé sin ese tipo de prendas y tuve que quitarme la blusa.

En ese momento el viejito que no jugaba me dijo que mi abuelo se había retirado a dormir, cosa que no creí, pero al voltear vi su lugar en la mesa vacío y a sus amigos jugando aún.

Uno de los señores me dijo: "Vamos niña, sabemos que ya no eres virgen, demuéstranos lo contrario". Yo estaba bastante tomada, y no coordinaba, les dije que solo si me ganaban hasta dejarme desnuda, podrían tocar para comprobar mi virginidad.

Ahora se que al estar tan tomada me hicieron trampa, los tres jugaban contra mí y me hacían perder distrayéndome para que se me pasaran los turnos.

Poco tiempo después estaba en ropa interior, entonces les dije que ya no jugaba y ellos me lanzaron un reto: "Una partida más; si ganas, te regresamos toda tu ropa y te vas, si pierdes, te quitas todo y nos dejas comprobar tu virginidad". Estaba muy tonta y acepté.

No es fácil adivinar que volví a perder. Los viejitos pidieron que cumpliera lo prometido, diciéndome que tenía que cumplir como mi abuelo hacía siempre, que él era hombre de honor.

Desinhibida y suponiendo que los viejitos no representaban peligro, me desnudé. Cubriéndome los pechos y la entrepierna con los brazos, les dije que el señor Mario, de 71 años sería el único que podría tocar para comprobar que aún tenía el himen intacto. No sé porque, pero el quitarme la ropa en cualquier circunstancia, aún estando sola siempre me ha excitado y es vez no fue la excepción, tal vez el saber que aquellos vejetes admirarían mi cuerpo aún fresco y lozano me hizo sentirme excitada.

Me rodearon, me acerqué al señor Mario que estaba sentado en un sillón, me empiné un poco y él hizo el intento de meter un dedo. Lo hizo fácilmente y anunció a todos: "¡Hey está mojada!". Me ruboricé mientras los viejos reían. Alguno dijo: "Quiere polla" y los demás dijeron siiiii. Yo intenté negarme, pero el Sr. Mario empezó a mover su dedo de manera tal que me produjo un intenso placer y las palabras que intentaba articular no pudieron salir.

Los viejos, al no escuchar negativa mía, dieron por sentado que quería sexo con ellos y, la verdad, para que negarlo, me estaba gustando y de inmediato mi mente calenturienta deseó hacerlo con esos hombres experimentados.

Don Mario sacó su dedo y antes de que pudiera moverme, el metió su lengua en mi vagina. Mi mente me decía que me quitara, que eso estaba mal; pero mi cuerpo ya no me permitió moverme. El placer que sentía era tan grande que negarme hubiera sido un pecado.

Yo seguía cubriéndome con las manos, pero el Sr. Ramiro suavemente retiró el brazo que cubría mis pechos y empezó a lamerlos con devoción. Sobra decir que me volvió loca de ganas y de placer; mis pezones reaccionaron ala caricia y se pusieron duros; sin darme cuenta, empecé a mover mi mano que originalmente me cubría mi triangulito y me acaricié mi clítoris. Cerré los ojos tratando de no ver a los viejitos porque me daba pena.

El señor Mario dejó de lamer mi vagina y metió su lengua en mi ano, en la vagina metió de nuevo su dedo. En ese momento perdí toda fuerza de voluntad y me abandoné al placer, los señores eran expertos en esto y así me lo hicieron saber con sus caricias; ya que de repente sentí como varias manos recorrían mi cuerpo y me acariciaban los pechos, las nalgas, las piernas, la espalda y el cuello.

Uno de ellos me besó en la boca, metiendo su lengua en ella y jugueteando con la mía; en ese momento me olvidé que estaba con un grupo de ancianos y solo los sentí como hombres que me estaban haciendo sentir un placer como nunca antes lo había experimentado; ello, aunado al peligro que representaba estar en casa de mi abuelo y que él nos fuera a descubrir o que alguno de mis padres bajara, hacía fluir más la adrenalina y elevaba la excitación.

La lengua y el dedo de Don Mario se detuvieron; yo iba a pedirle que continuara cuando sentí como él me jalaba hacia sí; haciéndome sentar encima de su pene ya erecto. Se dirigió a mi ano y por allí empezó a penetrarme. Poco a poco su miembro entró en mi culo haciéndome disfrutar de él. Su miembro era grande y gordo, yo pensaba que los viejos ya no podían tener erecciones tan buenas.

Quedé encima de él, desnuda y con las piernas abiertas expuesta ante los demás viejos, acariciándome el clítoris y con los ojos cerrados. Los abrí un momento y vi. a todos los viejitos ya desnudos y con sus penes erectos apuntando hacia mí. La vista de aquellos cuerpos ya arrugados y con todo colgando no era muy agradable, pero cuando me fijé en sus falos me di cuenta de que estos estaban como los de cualquier chico de mi edad y me olvidé de sus cuerpos, sus caras y sus olores, ya solo eran un grupo de hombres que me iban a coger y que me estaban matando de deseo.

Don Armando se acercó frente a mí y puso su polla parada en la entrada de mi vagina, empujó y poco a poco la metió sin esfuerzo, pues yo ya estaba muy lubricada. Dos señores más lamían mis pechos parados y duros, yo me movía arriba y abajo gozando el miembro de Don Mario en mi culo y el de Don Armando en mi concha. Los tres gemíamos y los demás nos miraban complacidos. Me olvidé por completo de dónde estaba, solo me dediqué a gozar el gran placer que estos señores me daban.

El primero en terminar fue Don Armando, se corrió dentro de mí al mismo tiempo que yo tenía mi tercer orgasmo. Iba a entrar otro, pero lo detuve y le dije que me esperara. Me levanté, Don Mario me miró confundido, pero entonces me volteé hacia él y me empiné para mamarle su falo y quedé con las nalgas hacia los demás. De inmediato el mismo que me iba a penetrar de frente se colocó detrás de mí y empezó a metérmela por la concha; me la clavó hasta el fondo con fuerza y empezó a moverse mientras los demás celebraban. Le indiqué a otro de ellos que me lamiera el culo y él lo hizo con gusto, mientras yo lo masturbaba con mi mano izquierda. Otro de ellos colocó mi mano derecha en su pene y me hizo masturbarlo también.

Don Mario soltó grandes chorros de semen en mi boca y me tragué un poco, lo demás lo eché sobre mis pechos.

El señor al que yo masturbaba con la derecha, creo que se llamaba Humberto tomó el lugar de Don Mario y empecé a chuparle también su miembro levantado, mientras masturbaba a otro que tomó su lugar.

El señor que me penetraba desde atrás se vino soltando toda su leche adentro de mí; entonces me enderecé y me fui sobre el que estaba sentado, me senté de tal manera que me la clavó en la concha. Le indiqué al que estaba detrás que me la clavara en el culo y él no se hizo del rogar; de inmediato empezó a meter su falo en mi ano ya dilatado.

Monté sobre el señor y él empezó a lamerme los pechos con muchas ganas, se veía que le gustaba. Todo el tiempo los señores me estuvieron diciendo cosas como: "Ah que rica jovencita", "Uy hace cuanto que no tocaba una piel así", "Ojala te pudiera llevar a mi casa" e incluso hubo uno que me agradeció el estar con ellos ese día.

El que estaba detrás de mí terminó, llenándome de semen todo el intestino, sentía como entraba en mí su leche a chorros. De inmediato siguió otro; no sé cuantos orgasmos ya llevaba yo, perdí la cuenta, pero fácil eran unos diez o doce.

El señor que estaba sentado se garraba de mis nalgas y no dejaba de lamerme los senos con gozo; de repente puso los ojos en blanco y gritó: "¡Ay ay ay, me vengo, me vengo, ay chiquita, me vengoooooo!" y efectivamente se vino dentro de mí sin soltarme y metiendo su cara entre mis senos.

Tuve que levantarme para que el viejo pudiera moverse y otro tomara su lugar. El señor más viejo, como de 80 años se sentó en el sillón, pero su miembro estaba pequeñito y flácido, me le quedé viendo y él a mí, con todo y su bastón, se me hizo tan tierno que decidí darle aunque fuera una chupadita. Empecé a lamerlo mientras el que antes me penetraba por el ano, ahora lo hacía por la concha, impulsándose de mis caderas. Al poco tiempo él terminó soltando sus chorros en mí.

Yo seguí chupando el miembro del viejito que apenas alcanzaba una mediana erección; él había puesto una de sus manos en mi cabeza, como tratando de dominar la situación, me causaba ternura su debilidad y lo dejé hacer. En eso sentí como otro de los señores me penetraba desde atrás, ni siquiera intenté voltear, ya los dejaba que me hicieran lo que quisieran, me estaban haciendo sentir orgasmo tras orgasmo y estaba concentrada intentando que se le parara al viejito para poderme sentar en él, pero no lo lograba.

El que me cogía tenía mucha habilidad, se movía muy sabroso, no se como lograba tocar mi punto G con su pene y me estaba volviendo loca; de repente me la sacó y empezó a meterla por el culo y metió un dedo en mi vagina, buscando de nuevo mi punto G.

Unos minutos más tarde, tuve el mayor orgasmo de mi vida mientras el que me penetraba se venía también dentro de mi culo; en ese momento también el viejito también se vino en mi boca, nunca logró al erección total, pero con lo que logró fue suficiente para que se viniera.

Cuando volteé a ver al que me había hecho gozar tanto, me llevé la sorpresa de mi vida… ¡¡¡era mi abuelo que me había cogido por la vagina y por el culo!!! Me quedé boquiabierta mientras los viejitos me miraban, incluyendo a mi abuelo. Busqué con que taparme, pues me puse roja de la vergüenza de que mi abuelito me hubiera visto y hecho esto, no sabía que hacer ni que decir, quedé sobre le sillón medio tapándome con mi blusa. Mi abuelo se inclinó, me dio un beso en la boca, se dio la media vuelta y se fue.

Los demás viejitos ya estaban vestidos, solo el señor al que se la chupé se estaba vistiendo; yo tomé mi ropa, medio me vestí y me salí corriendo; ellos me dijeron: "Gracias, visitaremos a tu abuelo más seguido, niña hermosa".

Subí a mi casa donde ya todos dormían; me metí a mi cama pero no pude conciliar el sueño toda la noche; por una parte me remordía la conciencia de haberlo hecho con mi abuelo, pero por otro lado pensaba que todo había sido una trampa, tal vez mi abuelo hizo como que se retiraba para que sus amigos y él mismo pudieran gozar de mi. En fin, me dormí con la sensación de que había sido una deliciosa velada.

Después la relación con mi abuelo cambió; pero eso es motivo de otro relato.

Besos.

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