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Akarin

en Erotismo y Amor

Otra visión de los relatos previos de

Lou Wild: Doctor Delirio: Londres 1890 y Doctor Delirio: La Fiesta.

http://www.todorelatos.com/relato/60176/

http://www.todorelatos.com/relato/60128/

 

 

Su corazón sangraba como lo hacían sus víctimas a las que les bebía hasta su última gota de vida.

¿Sería posible que nadie la amase por ser un monstruo?.

Sentía aun su perfume en su cuerpo, su tacto en su piel, su saliva en su boca, sus cuerpos desnudos ocupando esa bañera llena de pétalos de rosa… ¡ maldito Maxwell!, por una vez se permitió el lujo de perder la cabeza por uno de sus amantes y pensó que tal vez podrían compartir la eternidad juntos y , sin embargo, él se marchó con la absurda excusa de ir a buscar tabaco.

¡ Yo te maldigo Maxwell, estúpido! – gritó con los ojos inyectados de sangre, Akarin , mientras en las calles londinenses de finales del siglo XIX buscaba su siguiente víctima.

No tardó mucho en tener sus preciosos labios posados en el cuello de un lord que salía de la ópera y sus punzantes colmillos traspasando su vena en busca del codiciado néctar.

¡ Estúpido, bastardo¡ Creíste que me ibas a follar, ¿eh?- dijo y propinó una patada al cadáver del hombre que adornaba ya la calle.

Sus tacones eran el único sonido que se escuchaba en aquellas oscuras callejuelas por donde se adentró, vagaba como alma en pena, herida en su orgullo por el único hombre al que se permitió amar. Sentía su presencia aún en Londres, no había partido en el barco , pero no iba a rebajarse a suplicarle, ella no, un ser superior como ella no se rebajaba, si quería irse, muy bien que se fuera ya se volverían a encontrar antes o después y ajustaría cuentas, sí las iba a ajustar……

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El siglo XX llegó con muchas novedades: guerras, proclamas, drogas, liberación sexual… acontecimientos que se permitió presenciarlos con un deje de burla curvando sus labios. Akarin menospreciaba a aquellos seres que se mataban unos a otros o se odiaban por motivos ridículos cuando lo que más ansiaba ella era ser como ellos, una mujer más de una época, no un monstruo solitario.

Los amantes que había tenido no la habían complacido en lo más mínimo ninguno podía ser su igual, los utilizaba para satisfacer su apetito sexual y de sangre y los tiraba como muñecos desmadejados.

Miraba por la ventana de su ático en Madrid, contemplaba el tráfico agobiante de la gran urbe y el vaivén constante de peatones, ¿es que nunca se podían estar quietos?.

Algo la tocó en el hombro, era su última conquista: un dependiente muy apuesto de una joyería a la que acudió un día a comprarse un capricho.

-¿En qué piensas Karina (tuvo que adecuar su nombre a la época)?-le preguntó el chico.

- Me limitaba a mirar el fluido de coches y personas de noche en esta ciudad, tantos colores, tantos aromas, tantos sabores……- cuando dijo eso se volvió a encarar al muchacho.

-Échate en la cama y desnúdate para mí- le instó la vampiro. El muchacho no lo pensó dos veces y dejando su ropa tirada en el suelo por las prisas se tumbó en la cama.

Ella inició un baile lento, sensual de cadera y contoneándose frente a su presa se deslizó por su cuerpo, empezó a lamerle lentamente el torso, deleitándose con su sabor, le abrió los labios e introdujo su suave lengua en la de él, en un momento dado le mordió el labio inferior que empezó a sangrar, ella le lamía la sangre ávidamente presa de un extremo gozo. Le hizo otro pequeño corte a la altura del pecho el chico gimió de placer y la vampiro siguió disfrutando del preciado néctar, agarró el pene del chico y le empezó a masturbar, placer y dolor mezclados en un extremo juego.

El chico seguía el ritmo impuesto por Akarin sin importarle sus heridas, tal era su goce que cuando llegó al orgasmo se quedó sin fuerzas para evitar que ella le perforase la carótida y se bebiera su vida.

 

Se fue directa a la ducha para quitarse los restos de sangre de su última víctima, sumergida en la bañera pensaba en Maxwell, el doctor que acudiría aquella noche a la cena de Navidad del hospital.

Había sido lo suficientemente lista para conseguir ser parte de la plantilla de hospital y observar de cerca, escondida entre las sombras, al Dr. Delirio como hacía llamarse ahora. Como pudo comprobar era un ser fuera de lo normal que había vivido tanto o más que ella y pese a no ser un vampiro, era su igual, un inmortal.

Se puso lencería de encaje, medias sujetas con ligero en sus muslos, un sujetador negro de encaje y se deslizó por la cabeza y a lo largo de todo el cuerpo un ceñido vestido negro de generoso escote y bastante corto que permitía vislumbrar unas preciosas piernas largas y bien torneadas acompañando el conjunto con unos zapatos provistos de un vertiginoso tacón.

Tras cepillarse su pelo negro y asentir satisfecha al contemplar su imagen en el espejo cogió el bolso de encima de la mesa y su abrigo largo y salió a la oscuridad de la noche.

Se permitió el lujo de caminar un rato para poner en orden sus pensamientos, no sabía cómo se iba a tomar el Doctor su aparición pero seguro que todo saldría según sus planes.

Los viandantes se giraban a mirarla, era algo a lo que ya estaba acostumbrada, para aquellos humanos ella era un animal exótico y como tal desbordaba atracción por doquier que inducía a sus víctimas a caer en sus garras.

Tras girar la esquina vió el lugar cercano al hospital donde se celebraba la reunión por Navidad, entró por la puerta y dejó su abrigo en el ropero. Se internó entre el gentío con una copa de buen vino tinto en la mano del que no probaría ni una sola gota.

Muchos compañeros del hospital la saludaron y ella entabló con ellos alguna conversación trivial sobre asuntos de trabajo y las vacaciones navideñas.

Allí en el fondo de la sala estaba Maxwell con la chica esa, Elisabeth. De repente otro chico sacó a bailar a la chica y Maxwell se quedó sólo, aprovechó el momento, agarró una copa y fue a ofrecérsela al Doctor. Este agradeció el gesto pero frunció el ceño pensando por qué esa mujer vestida de negro le resultaba tan familiar.

Ella alzó los ojos hacia él y el se sumergió en su negrura. Algo en ese espacio pareció vibrar, dos piezas eran encajadas a la perfección en ese espacio-tiempo.

Akarin no se esperó lo que vino después, Maxwell la agarró y le dio el mejor beso que la habían dado en toda su larga vida.

 

-"Maldito bastardo... Me dijiste que ibas a comprar tabaco, y nunca te volví a ver"-le gritó Akarin empujándole en el pecho.

-"Tuve que hacerlo"- fue la simple respuesta del Doctor.

El aire vibraba rodeándoles y envolviéndoles a ambos, la tensión se hacia palpable. Un deseo, una pasión, un odio, una venganza……..

-"Bien Doc, creo que va a ser mejor que solucionemos esto en un lugar más apartado, ¿no crees querido?"- esta última palabra Akarin la dijo con cierta ironía.

-"Está bien, como digas, vamos a mi coche"- respondió Maxwell.

-"Antes espera un momento que he de ir al baño, ya sabes cosas de mujeres"- Akarin no esperó la respuesta del doctor, apuro el paso y se dirigió hacia una salida de emergencia.

Abrió la puerta y se encontró con una escena muy interesante, la Doctora Elisabeth le realizaba una mamada al tipo con el que había estado bailando. Allí estaba su venganza servida en bandeja.

Había visto a Maxwell que tenía cierto apego por esa humana y no era de extrañar, tenía buen cuerpo, era guapa y tenía mucho pecho. El chico era normalillo pero también serviría a sus propósitos, ¡dos al precio de uno¡, ¿quién podría resistirse?.

Se acercó a ellos dejando sus colmillos al descubierto, la chica pegó un gritito y el chico se quedó inmóvil. -Mejor así – se dijo para sus adentros Akarin.

Cogió a la doctora y la besó tiernamente en la boca, sabía a los jugos del chico, la palpó sensualmente por todo su cuerpo y chupó sus pechos. Deslizó un dedo entre sus braguitas y se lo introdujo en su interior, la chica echó atrás la cabeza en un gesto de placer en el que la vampira aprovechó y le mordió en el cuello absorbiéndole poco a poco la vida mientras sentía llegar el clímax de la muchacha ante sus toqueteos.

Cuando el cuerpo cayó inerte en el suelo, la vampira tenía ya acorralado al chico contra la pared, le agarró su pene y empezó a lamérselo y a masturbarle, lenta pero sin frenar el ritmo. Un delicioso manjar frente al que no pudo resistir la tentación de clavarle sus colmillos, el chico dio un grito de dolor y pareció doblarse en dos, ella le sujetó violentamente del cuello mientras seguía absorbiendo la sangre que fluía a borbotones. El cuerpo de chico pareció desinflarse poco a poco y las piernas empezaban a fallarle por la pérdida de sangre y en un intento de zafarse del monstruo que le absorbía la vida le asió del pelo y tiró hacia atrás de él, la vampira a duras penas consiguió zafarse, se incorporó y de un zarpazo con sus largas uñas le rebanó el cuello a su víctima.

Akarin presta cerró tras de sí la puerta de emergencia donde había dejado estampada su huella de horror y sangre. Atravesó la sala y se internó en los lavabos, se limpió bien las manos, la boca y recompuso su imagen ante el espejo para que Maxwell no notase nada. Fue en su busca.

Sintió a Maxwell fuera del local en una calle cercana, se encaminó hacia allí. Por fin, su odio y rencor había sido satisfecho, le había infligido un daño, tal y como el se lo había ocasionado esa fría noche de Londres de 1890.

Una vez satisfecho su orgullo herido se disponía a revivir su historia de amor con él para toda la eternidad, se darían otra oportunidad.

Encontró a Maxwell sentado dentro del coche y fumando un cigarro, algo que le chocó mucho. Abrió la puerta del copiloto y se sentó.

-"No sabía que fumases, doctor"- le señaló Akarin.

-"Hay veces en las que un buen pitillo templa mis nervios"- dijo esto arrancando el motor del coche.

Maxwell conducía a gran velocidad por las calles iluminadas con las luces navideñas de Madrid, parecía como si quisiese dejar atrás al mismísimo demonio. Giró bruscamente en una callejuela y paró frente a un garaje, sacó el mando de la puerta y esta se abrió para dejar paso al vehículo.

Se trataba de una casa antigua con varios pisos, Akarin seguía al doctor en su recorrido por ella dejando a un lado y a otro habitaciones, iba fijándose en su amplia espalda, en sus piernas y el deseo empezó a palpitar en ella.

La condujo a una biblioteca y él se sentó en un cómodo sillón de piel, Akarin tomó asiento al otro lado enfrente de ellos una hoguera alumbraba la sala y lamía la leña creando una tonalidad de rojos y naranjas en la madera.

-¿Una copa, querida?- dijo Maxwell levantándose y yendo hacia una botella de licor con varios vasos que estaba en una mesita destinada a tal efecto.

-Bien sabes que no bebo-le contestó Akarin.

-Bueno eso de que no bebes querida……..-Maxwell profirió una sonora carcajada a la que Akarin respondió levantando su ceja mientras que le miraba inquisitivamente.

Permanecieron en silencio observando las llamas y el crepitar del fuego, hasta que Maxwell apuró su copa y con un gesto invitó a Akarin a que le siguiese.

Recorrieron más habitaciones y llegaron a un amplio vestíbulo preludio de una gran habitación con una cama en medio.

-Cierra los ojos, vampira mía- le susurró tenuemente Maxwell al oído. Akarin le siguió el juego con una sonrisa en los labios, él le agarró la mano y se dejó guiar. Se pararon y le pidió que abriese los ojos y allí estaba. Un precioso y apetecible jacuzzi como la primera vez que habían disfrutado de él.

-¿Un baño?- dijo Maxwell con una sonrisa pícara mientras se quitaba toda la ropa.

-Bien sabes que no hay nada más que desee, amor-contestó Akarin mientras su vestido y prendas íntimas caían al suelo.

Se sumergieron en el agua y Maxwell echó pétalos de rosa, el perfume era embriagador al igual que sus cuerpos desnudos pugnaban por acoplarse y ser uno sólo.

Maxwell se tumbó en el agua y Akarin aprovechó y se colocó encima de él, sus pechos estaban a la altura de su visión y quedó deslumbrado por ellos, se los pellizcó y mordisqueó. El contacto entre ambas pieles, entre ambos seres inmortales hacían saltar chispas, el universo entero parecía rendirse a ellos.

Akarin disfrutaba de las sensaciones que se despertaban en ella cuando estaba con Maxwell, el más puro amor parecía alejar la bestia inhumana que habitaba en ella y que la obligaba a matar y matar para calmar su sed.

Entonces algo se rompió, no lo vió venir, en su plena confianza, en su plena entrega algo había fallado. Observó a Maxwell con ojos vidriosos e interrogantes y vió una lágrima resbalar por su mejilla.

-Perdóname, amor, no puedo dejar que sigas viviendo, así no. Eres un monstruo y lo único que haces es sembrar muerte a tu paso. Te dejé en aquél Londres porque no tuve valor de terminar contigo porque mi amor es muy fuerte pero hoy ……….- se le quebraba la voz-. Hoy, has matado a Elisabeth para hacerme daño, ¿cuántas Elisabeth tendrán que morir para conseguir saciar tu orgullo?- El doctor lloraba desconsoladamente mientras que sujetaba firmemente la estaca contra el corazón de Akarin.

Akarin ya no podía respirar, no pudo explicar a su amor que ella con él a su lado era otra, que cambiaría por él, la luz se disipaba, ya no podía ver, ni oír…….Akarin se deshizo en mil pedazos que cayeron como lágrimas en el agua del jacuzzi.

Maxwell se levantó y con lágrimas en los ojos desapareció en un haz de luz luminoso.