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Noches de tormenta

en MicroRelatos

En una fría noche de invierno, ella comenzó a recordarle. Quizá fuese porque él era lo más parecido a un abrigo que había tenido en el último tiempo, o tal vez era porque el vacío que en ella había dejado, cada vez se iba haciendo menos llevadero. Fuera por lo que fuese, aquella noche, tras una larga tormenta, en la que su rostro tan solo se iluminaba por las fugaces luces de los rayos, ella no pudo dejar pensar en él.

Acurrucada en su cama, tan solo sus mejillas asomaban vergonzosas tras las sabanas. Sus ojos bien abiertos, guiaban su mirada hacia la ventana, la cual seguía con detalle cada gota de lluvia que se deslizaba por la ventana de su habitación. Tenía algo de frío, aún sí, adoraba esa sensación de cobijo, mientras observaba a salvo, el contraste que yacía tras las paredes de su casa.

Y esa sensación le hizo recordarle a él. Recordó que también le encantaba esa sensación, el sentirse a salvo de todo, tras unas sábanas que te mantenían a salvo de la tormentosa lluvia, y por un momento, le imaginó a él, a su lado, bajo sus mismas sabanas, y en ese instante, un rayo ilumino la habitación, y con ello su rostro, haciéndole perder dicho pensamiento de un fogonazo.

Finalmente, terminó la tormenta, y un poco más calmada, reorganizó sus pensamientos, y volvió a colocarlos intentando que cobraran un poco de sentido, pero siempre al repasar todos ellos, y por mucho tiempo que pensara en ello nunca jamás conseguía encontrarle sentido a nada.

Ella volvió a pensar en él, y se preguntaba a menudo si él alguna vez pensaría en ella, pero eso no es lo que más dolor de cabeza le daba a ella, sino por qué no podía dejar de pensar en él.

Ella era una chica de a pie, estudiaba bellas artes, en la universidad de California, tenía muchos amigos y una vida bastante estructurada y planificada. Era una chica que siempre tenía todo bajo control, o al menos eso intentaba, ya que cuando no era así, no sabía muy bien cómo comportarse ante situaciones que se escapan de sus planes.

Él, sin embargo, era cantante de hip-hop, no vivía en ningún sitio fijo, aunque había pasado la mayor parte de su vida en la ciudad de New York, y a diferencia de ella, vivía la vida día a día, sin planificar absolutamente nada, simplemente vivía como quería y podía, o le permitía su salario de cantante, pues al no ser profesional, tampoco tenía para demasiados caprichos.

Así bien, aunque sus vidas habían comenzado caminos muy dispares, hubo una noche, en que todas las estrellas del cielo se alinearon, y sus caminos se juntaron unos instantes, para que ambos charlaran unos minutos. Y bastaron tan solo unos minutos, para que los caminos de ambos tomaran una única dirección, una misma dirección.

Aquella noche tan solo hablaron de cosas banales, las típicas cosas que dos jóvenes pueden contarse cuando se conocen, y nisiquiera ellos mismos fueron conscientes de lo que aquella noche supondría para su futuro.

Al día siguiente, a ambos les pico el gusanillo por saber más, y por arte de magia, o por obra del destino (para aquellos que crean en él), ellos volvieron a encontrarse, y así una vez y otra vez, y muchas veces más, hasta que estos encuentros dejaron de ser casuales u obras del destino, puesto que ellos mismos, deseaban conocer más sobre el otro.

Él y ella, pasaban horas y horas hablando y hablando sobre sus vidas, sus planes de futuro, sus familias, su pasado, sus amigos, se contaban hasta sus cosas más íntimas. Se convirtieron en amigos, en confidentes. Y lo que empezó como una simple, banal y casual charla de más o menos unos cinco minutos, acabó por convertirse en una rutina diaria, y sobretodo completamente necesaria para ambos.

Ninguno de los dos había sido muy afortunado en los temas amorosos, y ambos los sabían, pues también era una de las cosas que habían hablado, y ella siempre ocultaba lo que estaba empezando a sentir por él, pues se sentía una tonta y una loca por el simple hecho de pensarlo. Lo que no sabía es que a él le pasaba exactamente lo mismo, y así pasaban los días.

Hablaban, se miraban, se callaban, y sus miradas, el brillo de sus ojos decía todo lo que ellos mismos por cobardía no eran capaces de decir. Hasta que finalmente él un día le dijo a ella que tenía que contarle una cosa, y ella le dijo que también. Ella empezó a argumentarle qué pensaría que estaba loca, pero no acababa de atreverse a confesarle sus sentimientos.

Así pues, él, siempre más lanzado que ella, se lo dijo, y ella se quedó sin palabras, le miró, sonrió, y le dijo que a ella le estaba pasando lo mismo. Ambos se quedaron en silencio unos segundos, mirándose, sonrientes, mientras que sus pensamientos se quedaron colapsados por unos instantes, como si el mundo entero se hubiese parado en ese mismo instante, como ella había deseado en más de una ocasión.

Él, adoraba el mundo de la música, y aunque era un chico valiente, también habían ciertas cosas que le costaba mucho decir, así pues, había conseguido la forma de comunicarse con ella, de un modo algo más fácil para él, y esa forma era la música.

Ambos seleccionaban canciones, y estas siempre decían cosas que ellos mismos no se atrevían a decir al otro, así pues se hablaban sin tapujos, y la música les daba esa valentía que a ambos les faltaba en muchas ocasiones.

Entre muchas de las canciones que él le puso a ella, hubo una en especial, que de algún modo u otro, quedo en su recuerdo como su canción, pues él siempre la cantaba, y además esta era bastante romántica.

Ella siempre le decía que algún día la escucharían tumbados sobre la cama, viendo la lluvia caer, tapados hasta arriba. Esa canción fue lo más parecido a un te quiero que él y ella se dijeron nunca.

Y es que nunca hubo un te quiero, ni tan siquiera un beso, nunca hubo más allá de un simple abrazo.

Cuando él y ella se conocieron, él tenía pareja, aunque no se encontraba en el mejor momento de su relación, y fue en ella en quien se apoyó en esos difíciles momentos. Es por ello por lo que surgieron las largas charlas, ya que él necesitaba consejo femenino, necesitaba que le aconsejaran sobre su relación, y sobre otras muchas cosas, y es por eso que ella, se sentía como una loca idiota, al sentir algo por un él, un chico que tenía pareja.

Pero esta historia les vino grande a los dos, y sin darse cuenta, y aun intentando evitarlo por todos los medios, ambos empezaron a sentir algo, que aunque intentaban esconder, había sucedido.

Así que, una vez ambos asumieron que estaban empezando a sentir, algo que ni ellos mismos sabían, o querían definir, decidieron, que lo mejor era conocerse en persona, ya que todas las charlas que habían tenido hasta el momento, habían sido por teléfono o por internet.

Ambos tenían la esperanza o se aferraban a la idea de que cuando se viesen no se gustarían, dado a que ambos eran muy diferentes, y siempre decían que no era lo mismo estar tras una pantalla que tocar, oler y besar. Pero se equivocaban.

Esa noche hablaron largo y tendido sobre el viaje, ella finalmente le convenció y le hizo ver, que esa era la única forma de arreglar aquel entuerto, convencida, que cuando se viesen todo aquello quedaría en un simple malentendido.

De este modo, finalmente, él viajó desde Nueva York hasta California para verla. Ella fue a esperarle al aeropuerto. Aquella noche apenas pudo dormir, pensando, imaginando como sería el momento, como se comportaría.

Una vez allí, comenzó a buscarle en cada rostro de cada persona que se acercaba a ella por la salida de los pasajeros, se dio cuenta que desde que le conoció, todo aquello estaba fuera de sus manos, y que por mucho que había intentado planearlo todo, todo cuanto planeaba se iba al garete. Le temblaba el cuerpo, estaba muy nerviosa, la voz le titubeaba y empezó pasear de forma sistemática de lado a lado, pues los nervios se la comían por dentro.

Su mirada seguía atenta a la salida, y de pronto un chico alto, con una gorra y poco equipaje cruzó la salida, debe ser él, pensó ella, y sonriente se fue acercando lentamente, mientras en la lejanía, veía como su fija mirada(la de él) ya se iba clavando en sus ojos. Si, era él, ahí estaba por fin.

Aunque la noche anterior había estado pensando si darle un abrazo sería demasiado brusco o no, si le daría vergüenza y muchas otras cosas, al tenerle delante, le nació, nada más verle, le sonrió, le dio un abrazo, y sintió que él no lo esperaba, luego le dio dos besos, e inicio una absurda conversación para cortar el hielo. Sentía que era la primera vez que hablaba con él, aunque esa sensación a penas duro unos minutos.

Luego le invitó a subir en su coche, guardó su equipaje en su maletero, y lo llevo al hotel, que ella misma había reservado para él. Nada más subir al coche puso un cd con algunas de las muchas canciones que ambos habían escuchado juntos, él sonrió, y ella aún muy nerviosa, suspiro aun sin creer que le tuviese tan cerca.

Al llegar al hotel, el botones le pregunto a ella si también iba a quedarse a dormir, ella se sonrojo, y el rió y negó con la cabeza. Fue una escena bastante incómoda para ella, pues hasta ese mismo instante tan siquiera se había planteado el hecho, de que a ojos ajenos pareciesen una pareja, y en el fondo eso le gusto.

Después de dejar el equipaje en el hotel, fueron a cenar algo, charlaron largo y tendido durante toda la noche, y mantuvieron las distancias en todo momento.

Sentados en un banco, ella cogió su mano, la de él, para ver uno de sus anillos, en ese momento, al tener su mano sobre la suya, la soltó de inmediato.

Al rato, hablando de una de las cicatrices que él tenía en la cara, ella se acercó a su mejilla considerablemente, y la toco suavemente acercándose para ver la marca en ella, fue entonces cuando vio sus labios tan cerca, que volvió alejarse de él, manteniendo la distancia de separación que les separaba durante toda la noche, cada uno a un extremo del banco.

Ella hacia esto para evitar cualquier tipo de tentación, pues él tenía pareja, y pasase lo que pasase no iba a serle infiel aquella noche, y ambos tenían que poner de su parte porque no pasase.

Las horas pasaron aquella noche mucho más deprisa que cualquier otra, aunque cuando estaban juntos la noción del tiempo perdía el significado, pues siempre amanecían todavía hablando. Pero aquella noche era diferente, a ella la esperaban sus padres a dormir a casa, así que fueron a por su coche, y ella le acercó al hotel, y a la puerta de este, dentro del coche, reclinaron los asientos, ya bastante agotados, y siguieron exprimiendo la noche un poco más.

Ella comenzó a enseñarle algunas fotografías que llevaba en su teléfono móvil, y él la miraba fijamente y sonriente, mientras se acercaba a ella para poder verlas, pues con la oscuridad de la noche apenas podía diferenciarlas. Entre foto y foto ella le miró, sus rostros estaban muy cerca y entonces lo supo, pero en ese momento no le dijo nada.

En ese mismo instante (quizá por obra del destino o quizá no) un guardia se acercó al coche y le dijo que no podía estar parada más tiempo allí, así que ambos se despidieron, y él volvió al hotel y ella se marchó a su casa.

Aquella noche fue muchas cosas para ambos.

Fue la peor noche, puesto que ambos pensaban que todo aquello que habían sentido desaparecería al verse, y no fue así, sino que de algún modo, fue todo lo contrario, al verse todo aquello, que sin olores, sin abrazos, y sin caricias no era real, ahora con ese abrazo, esa cena, esa charla, y esa caricia, esa noche, se había hecho real.

Fue la mejor noche, puesto que ambos, por una vez, habían parado el tiempo, y se habían permitido el lujo de hacer aquello que deseaban desde el primer instante en que se conocieron.

Así que esa noche, la única noche, les había dado muchas cosas, tanto buenas como malas, y más que malas, negativas o inoportunas en su vida, por así decirlo real o actual, y esa noche, en la que ambos volvieron a una cama, pensando más que nunca en el otro, queriendo oír los pensamientos del contrario, esa noche marco un antes y un después en la relación de ambos.

Tras esa noche, ambos estuvieron una temporada sin hablar, y para cuando volvieron a hablar ambos estaban ya demasiado cansados de imaginar y soñar algo que parecía tan perfecto, que por solo eso, no podía ser real.

Pero ella, como mujer, tenía su espinita clavada, así que en una de las conversaciones que tuvieron, comenzó a preguntarle por aquella noche, ella quería saberlo todo, quería saber si él la había vivido igual que ella, si lo había pasado bien, qué impresión le había causado, ella necesitaba saberlo todo, antes de decirle, lo que aún no había tenido oportunidad desde aquella, ahora sí, fatídica noche.

De este modo, él, comenzó a explicarle, que como ya le había augurado, ella le había gustado tal y como él esperaba, que le había costado mucho retener sus impulsos, y que de no ser por el guardia que les hizo marcharse, la hubiese besado allí mismo.

Sus palabras la hicieron estremecerse, y quizá en ese momento maldijo a ese guardia, pues supo que si ese beso hubiese existido, solo habría sido esa noche, aun así, gravo a fuego todas sus palabras, y entonces, comenzó a explicarle a él, el cual también le había preguntado, lo que le había parecido aquella noche.

Fue entonces cuando ella le explico que cuando le vio tan cerca suya, sus preciosos ojos mirándola de tan cerca, allí, tan brillantes, y sus labios a tan solo unos centímetros de los suyos, lo supo, supo que se equivocaba al pensar que todo lo que llevaba dentro no era real, porque si lo era, porque lo supo, cuando por propia inercia su cuerpo se abalanzó en un fugaz y casi robado abrazo nada más verle. Lo supo cuando toco su mano por primera vez, y lo tuvo todavía más claro cuando acaricio su mejilla y sintió como si una fuerza magnética imantase sus labios con los suyos.

Ella le explico que esa noche le hubiese encantado besarle y abrazarle, "pero quizá igual como el destino nos unió una vez, nos separa ahora", le dijo ella, y continuo diciéndole que aunque siempre le había dicho que lo último que quería era perder su amistad, había comprendido que quizá, ellos no estaban destinados a ser tan solo eso, y si no podían ser más, quizá era mejor que no fuesen nada.

Ambos hablaron durante algunos días más, luego las charlas comenzaron a ser simples preguntas de cómo estas y como te va, y finalmente estas preguntas terminaron por desintegrar lo que pudo ser una bonita historia de amor, o al menos una bonita amistad.

Ella, aún acurrucada en su cama, cada vez que hay tormenta le recuerda, e imagina lo bonito que habría sido compartir cobijo junto a él en esas noches en las que la necesitase, y todavía se pregunta, si él, la recuerda a ella.

-THE END-