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Granja

en Zoofilia

Tengo 65 años y vivo en Barcelona, pero nací en un pueblecito del Pireno de Huesca, allí pasé mi infancia y juventud, allí me casé y tuve a mi primer hijo. Cuando aún no había cumplido los 30 mi marido y yo nos marchamos a buscar mejores horizontes para nosotros, mi hijo y mi hija nonata.

La vida en el pueblo era dura, los más jóvenes repartíamos nuestro tiempo entre la escuela (poca), los juegos (pocos) y el trabajo ayudando en nuestras casas. Yo al ser huérfana de padre, mi madre se volvió a casar, pero la vida en mi casa era muy tensa, el nuevo marido de mi madre apenas soportaba mi presencia. El único momento en el que estaba relajada era cuando, dos o tres veces por semana, dormía y pasaba el día en casa de mi abuela, viuda desde antes de que yo naciera, la madre de mi madre, fémina de abundantes carnes, mujer curtida, algo ruda, pero tremendamente cariñosa.

En el pueblo todos los niños eramos bastante ignorantes con respecto al sexo. Cuando tuve mi primer periodo, recuerdo era primeros de verano, me estaba bañando en el río con otras niñas del pueblo, al ver la sangre manchando el mojado camisón blanco que empleaba para bañarme, me asusté, mis amigas mayores, después de unas risas, trataron de tranquilizarme, lo consiguieron a medias. No fue hasta días más tarde, cuando fui a pasar el día con mi abuela que me lo explico todo con pelos, señales y ejemplos naturales. Me hablo de las vacas, los conejos, los perros y de toda la naturaleza. Fue entonces cuando realmente me tranquilicé.

Algo antes de tener novio y años después de mi primera regla, sucedió algo que me marcó para siempre. Por algún motivo que no recuerdo, no hubo clase aquel día de principio de primavera. Así que antes de lo previsto recorrí, a pie los 5 kilómetros que me separaban de la casa de mi abuela. El sol era radiante y el aire fresco.

Al acercarme a la casa, pasé, como siempre por el lateral del pequeño corral, que mi abuela empleaba para sus animales, un mulo, una vaca, un ternero de pocas semanas y “Lleuger”, un perro enorme que jamas entraba en la casa. También como siempre, me asomé por el ventanuco de ventilación, sumiéndome a el tocón de árbol en el que siempre lo hacia. Mi intención era ver al ternero amamantándose de su madre, como siempre. Pero esta vez llamó mi atención algo distinto.

Cuando mi vista se adaptó a la penumbra interior, vi al ternero en su sitio, pero en un rincón, fuera de la vista de cualquiera que entrara por la puerta, estaba mi abuela, tumbada bajo el perro. Inocente de mi lo primero que pensé es que a Lleuger le ocurría algo y mi abuela le exploraba la entrepierna para ver lo que era ¡Ja!

No pasaron más que unos segundos cuando comprendí la realidad. Mi abuela estaba, como digo tumbada en el suelo, completamente desnuda, con su cabeza en la entrepierna del gran can y... metía y sacaba de su boca la polla del perro. ¡Jesus!, como podía mi abuela estar metiéndose en la boca algo tan sucio, pero le debía estar gustando porque una de sus manos estaba en su coño y se metía y sacaba con furia varios de sus dedos. Por un instante pensé en volver a casa, pero algo en mi hacia que no pudiera retirar la visión del jadeante perro que empezaba a culear en la boca de mi abuela.

La peluda raja de mi abuela estaba encarada directamente a mi linea de visión. Se metía y sacaba cuatro dedos a una velocidad extrema. Entre los suaves jadeos de Lleuger oía claramente los mugidos placenteros de la anciana. En algún momento algo dentro de mi mente se disparó, solo tenia ojos para el encarnado carajo que entraba y salia de su boca, dejando fuera un nudo de carne roja del tamaño de una naranja. Instintivamente bajé una de mis manos a mi coñito, casi pelón, empezando a acariciarme la raja con los dedos, notando como los flujos del interior me resbalaban por la parte interna de mis muslos.

Cuando los movimientos de aquel perro parecían indicar el final, mi abuela se saco la polla canina de la boca, diciendo.

-No te vayas a correr Lleuger... perrito bueno... ¿no quieres que tu ama te de su coño.... para que te lo folles... como te follas a la perrita del vecino... ?

Vi como mi abuela se ponía a cuatro patas al lado del can, que, moviéndose nerviosamente, puso el hocico en la parte trasera de la vieja y dio unos cuantos lametones.

-Ooooooooohj... así..... así..... así..... en t.... toda la piiiiii.... aaaaaaaah... la pipaaaaaaah... lame.... lame.... lame mi coñooooooooh... sssssiiiiiiii... el cul... culo tammmmmmmmbien.... aaaaaaag...

Las voces de mi abuela eran voces en libertad, la libertad del que se cree solo. En su cachondez ni se imaginó que hubiera alguien mirando su copula con un perro.

Solo pasaron unos segundos, entonces el nervioso animal subió sus patas delanteras encima de ella empezando de inmediato un movimiento de follada frenético, pero aquella polla rojo brillante no entró en ninguno de los agujeros, la punta del cipote estaba golpeando como un martillo la parte alta de la vagina que quería penetrar.

-Dammmeeeeee... dame duro.... dame duro en la p... laaaaaahhh... uuuuuuf... pipaaaaaaah... mmmm.... me vengo..... me vengo t.... todaaaaaaahhh... tomaaaaaa....

Veía toda la escena de perfil, podía ver como el rollizo cuerpo de mi abuela, todo sudado, se sacudía por lo que supuse que era un orgasmo. Entonces hundió la cabeza entre sus brazos, haciendo que su tremendo culo quedara más abierto y alto con lo cual aun le fue más difícil a Lleuger introducir aquella barra de carne roja en el interior de la anciana.

-Tranquilo.... tranquilo mi amor.... ahora te vendrás dentro... ¿Quieres? - decía mi abuela mientras pasaba su mano derecha por entre sus propias pierna

Palpó hasta encontrar el badajo vibrante, que anhelaba meterse dentro de ella. Asió con fuerza aquel pollon, justo debajo del nudo de carne húmeda y palpitante, dirigiéndolo como pudo a la mata de pelos de su coñazo.

Visto y no visto la totalidad de la longitud del canino pene desapareció en el interior de mi abuela, incluso la bola. En los siguientes movimientos de follada del perro, no salia ni un trozo de la polla, los movimientos parecían destinados a frotar el interior del coño con la bola.

-Aaaaaaaaaaag... - aulló ella de dolor – mmmmmmmm... me hassssss.... grrrrrr... metiiiiiii.... grrrrrrrrr... metido la b.... boooooooooooo... grrrrr.... la bola.... perro cochino.... me rompessssssssss... el co.... coñoooooooooooooh... que gusssssssssstoooooooooh...

Mi coño era una fuente de caldos, en el periodo de la copula me había corrido dos veces, lo cual era digno de ser festejado. Jamas me había masturbado, jamas me había corrido, y con aquella infernal visión me había venido dos veces. Tenia las bragas tan mojadas como si me hubiera meado encima. Las palabras entrecortadas de la anciana aun me ponían más cachonda. Aun me corrí dos veces más viendo los salvajes movimientos de aquel chucho cachondo que se follaba a mi abuela.

Fue entonces, cuando sus movimientos se hicieron mas violentos, cuando vi la cara de mi abuela,tenia la mejilla apoyada en el suelo, me miraba directamente a los ojos, no estaba enfadada, me veía, pero no estaba enfadada, estaba sorprendida y parecía avergonzada.

Después de una aceleración brutal el chucho se paro y descabalgando a la abuela, se quedo con su culo peludo pegado a la unión de las gigantescas esferas que formaban el enorme culo de mi abuela. Estaban abotonados, unidos por la bola de carne de tamaño imposible que había en la polla del perro metida tanto como se podía en el coño de mi abuelita.

-Anitaaaaaaaaaah... - me llamó mi abuela sin cambiar de postura – no.... nnnnnnnoooooo... mmmmmm... me miressssss.... aaaaaaaaaahhhh... tu... tu no puedes.... tu eresssssss.... aaaaaaaah... que gustoooo... me da el perritooooooooh... con toda su p.... pollaaaaaaaah... dentro.... mmmmmmmm.... grrrrrrr....me essssss.... está llenando... el c... coño de lecheeeeeeeeeeeej... mmmmmm... le palpi.... palpita la pollaaaaaaaaaaj....

Transcurrió un minuto más hasta que volví a correrme tirándome con violencia de mi clítoris. Iba a marcharme cuando vi la mirada de la abuela bañada en lagrimas en un llanto silencioso. La vergüenza que había sentido justo antes de correrse era lo único que su rostro reflejaba. Quería decirle que no pasaba nada que todo estaba bien, en lugar de eso salí corriendo, para no volver.

Todos mis familiares se preguntaban el porque de mi cambio de actitud. Jamas comenté nada, ni a mi confesor. El cambio de mi actitud fue más profundo de lo que pensaron mis allegados. Todas las noches me masturbaba violentamente teniendo la imagen de las nalgas de mi abuela ofrecidas mientras el perro la penetraba con la velocidad de un martillo pilón. Me corría dos y tres veces soñando con que era yo la que se ofrecía a cualquier perro, la que se dejaba follar de mil maneras por un cipote, húmedo, endurecido.

No fue hasta el día de mi boda que volví a ver a mi abuela, apenas había cambiado, tan amable y alegre como siempre. En mi mente no pude evitar verla tumbada en el suelo, con la gran verga de Lleuger en la boca, verla a cuatro patas penetrada por el pollon del perro. Mi mente hizo que mis hormonas reaccionaran empapando mi vagina. Aquella noche fue la de mi desvirgue, mi marido no era un buen amante, pero aquella noche estaba tan salida que le bastaron los tres minutos que solía aguantar para que me corriera gritando como una loca. Desde ese momento Raul, mi marido, pensó que era el mejor amante del mundo.

Al poco de casarme quedé embarazada justo por la época que murió mi padrastro. Cuando mi primer hijo llegó a los 6 años se le antojó un perro. Yo nunca había conseguido librarme de mi antigua obsesión, por eso se lo negaba, aunque siempre con excusas banales, en mitad del campo es muy normal tener un perro o más.

El caso es que un día mi ya anciana abuela y mi madre decidieron regalarle a mi hijo un perro, Agafador. Un animal precioso de pelo negro en el lomo y canela en el pecho, de un año de edad, hijo de uno de los perros de mi madre, que a su vez era hijo de Lleuger.

No esperé ni 2 días, un día que mi marido estaba en el campo y mi hijo en la escuela, cogí a Agafador, y me lo llevé al cobertizo donde guardábamos los aperos de labranza. Era un lugar pequeño pero limpio y ordenado.

Una vez los dos en el cobertizo cerré con la balda, me aseguré que la única ventana estuviera cerrada y sentándome en una banqueta comencé a acariciar al can. Enseguida pase a mayores empezando a tocarle la polla con delicadeza. Agafador tardó poco en ponerse cachondo, sacaba la lengua y respiraba como si hubiera corrido una carrera, al mismo tiempo que su polla salia de su funda y crecía a la máxima expresión.

No podía contenerme más, mi vieja obsesión me hizo desnudarme a toda prisa. Mientras lo hacia Agafador se tumbó y no cesaba de lamerse el rojo cipote. Cuando estuve desnuda el animal se levanto y empezó a lamerme las manos. No necesité guiarlo mucho, acercando mis manos a mi húmeda ingle conseguí que me diera los cuatro lametones que le faltaban a mi coño para que yo perdiera cualquier atisbo de vergüenza que me quedara.

El coño me destilaba grandes cantidades de líquidos. Cuando mi amado can se volvió a tumbar, mientras el se lamia yo me volví a sentar en la banqueta continuando con la dulce paja que le estaba haciendo.

Estuve masturbando a Agafador un rato, pero tenia que hacer algo más, sino el se correría y yo me quedaría con las ganas. No necesite hacer nada, Agafador, con movimientos nerviosos, se monto sobre mis rodillas haciendo el frenético movimiento de mete-saca en mi espinilla. Me fui bajando del taburete y Agafador me fue buscando la parte trasera. Apenas hube caído a cuatro patas el perro ya supo lo que tenia que hacer, se coloco tras de mi asiéndome fuertemente por la cintura.

Empece el zarandeo de Agafador al mismo tiempo que notaba los golpes de polla en mi raja. Fue el acabarse, el capullo de su polla me golpeaba directamente en el clítoris con fuerza, pero la suavidad de la polla provocaba que mi orgasmo se aproximara mas rápido de lo que yo misma hubiera esperado. Notaba todo el tronco de la canina polla deslizándose por toda la raja.

Puse la mano encima de el rojizo miembro apretándola contra la unión de los labios mayores. El orgasmo me llegó en oleadas.

-Si... si... dame polla... dame polla... aaaaaaaaaaahh... me vengooooooh... que..... que puuuuu.... aaaaaaaaah... mmmmmmm... que puta ssssss... aaaah... sssssoyyyyyyy... aaaaaaaaaah...

A mi misma me sorprendió que aquellas palabras salieran de mis labios, normalmente follaba con mi marido sin dar ni un solo grito, normalmente lo hacíamos a oscuras. Pero ahí estaba yo berreando como un ciervo en celo, berreando por que un perro me estaba rozando el coño con su tieso cipote.

No se como sucedió, pero el caso es que el animal, en una de sus embestidas, debió retroceder más de la cuenta y mi mano que continuaba sobre mi intimidad guió el cipoton de Agafador al interior de mi felpudo.

Fue peor que cuando perdí al virginidad, aquella barra de carne materialmente me penetro hasta más allá del fondo de mi vagina, la fina punta del capullo penetraba un poco en mi matriz. Ademas a los dos o tres golpes de riñón de Agafador, noté como la puerta de el coño se me ensanchaba hasta el paroxismo y la penetración se hacia aún más profunda.

No mentiré, sentí dolor, pero un dolor distinto a cualquiera que hubiera sentido antes, el dolor de tener en el coño tanta carne que las paredes tenían que ceder, el dolor que con cada movimiento que hacia la bola de carne en mi interior, tratando de salir y después penetrando hasta más allá de donde mi coño permitía.

Estuve a punto de perder el conocimiento a causa del dolor, entonces, proveniente de algún lugar en el fondo de mi mente, apareció un orgasmo poderosísimo, vino como de la nada, un orgasmo potente como una explosión, llego sin avisar, tan fuerte fue que incluso me oriné. El orgasmo coincidió con las ultimas envestidas de mi cuadrúpedo amante, las más duras las más profundas, las que llenaron mi interior con una cantidad de lefa inimaginable, era como una manguera de leche que estuviera apagando un incendio en mi matriz.

Me hubiera dejado caer en el suelo, pero la bola de carne en la base de la polla de Agafador nos mantenía en una intima unión. Agafador se descabalgó de mi pegando su culo al mio, notaba como mi potente orgasmo se veía prolongado por las casi constantes descargas de leche en lo más hondo de mi coño.

-Aaaaaaaaah... dammm.... dameeeee.... dame leche...... uuuuuuff... joder.... que polvazo.... mmmm... tu si..... mmmmmmm... que sabes follar... mmmm....

El acople duró largos minutos despues de nuestra corrida, mi reloj interno me decía que ya habían pasado más de 10 minutos de mi apoteosico orgasmo y seguía enganchada a Agafador que seguía respirando agitadamente y seguía soltando pequeñas descargas de esperma en mi interior. Fue el peor rato de mi vida, estaba enganchada a un perro, acababa de correrme, me sentía satisfecha, pero, ¿y si alguien intentaba entrar en el cobertizo?. Los minutos se me hicieron eternos.

Cuando por fin nos desenganchamos entre mis piernas había un charco mezcla de mis fluidos, esperma de perro y mis orines. Como pude me puse en pie y me vestí. Abrí la puerta del cobertizo y Agafador salio corriendo a campo abierto. Al salir me quedé parada frete a la puerta y me desperece, tenia los músculos entumecidos. Algo llamó mi atención a mi espalda.

Apoyadas en la pared del cobertizo, una a cada lado de la puerta estaban mi madre y mi abuela. Las dos me miraban con una sonrisa picara.

-Por algo como esto dejaste de hablarme durante años, ¿Crees que merecía la pena? - dijo mi abuela

La verdad es que no merecía la pena, parece que lo de el gusto por los perros es cosa de familia.

¿CONTINUARA?