miprimita.com

Nudismo total

en Trios

A mis 46 años, puedo decir que la vida pasa en un suspiro, aunque si tenemos en cuenta la cantidad de cosas que me han pasado, parece una eternidad. Ha habido de todo, luces y sombras, dos matrimonios, dos hijos de mi segundo marido, algunos amantes, diversión y llanto. Como cualquier vida supongo.

A pesar de haber tenido de niña una educación bastante conservadora, he mirado vivir con mis propias reglas.

Pongamos que me llamo Wollust, todo y que soy española prefiero usar un nombre foráneo, y que mi marido, mi actual pareja, se llama Jose. Pongamos también, que él ha estado escribiendo algunos relatos en esta pagina ( http://www.todorelatos.com) explicando sus vivencias y algunas fantasías. Ahora me toca a mi.

En la actualidad mi cuerpo dista bastante de ser espectacular, pero para mi edad estoy en la media. Jose es... es... mi hombre. Calvicie algo más que incipiente, ojos claros de mirada limpia, con necesidad urgente de dentista, siempre con barba de tres días, físicamente proporcionado... en la media... bueno, en la media alta. :D

Cuando empezamos a convivir me sorprendió que Jose fuera nudista, le costo unas semanas convencerme, pero al final logro que pasáramos nuestras primeras vacaciones de verano juntos en un camping naturista en la Costa Brava.

Salimos hacia allí con la moto un lunes dos de agosto. Por el camino no cesaba de pensar que no sabría si me atrevería a mostrar mi cuerpo desnudo, un cuerpo que no considero para nada bello, Llegamos a las 7 de la tarde de aquel mismo día. Y nos dirigimos al Bungalow que habíamos alquilado un bungalow por 15 días.

Nada más llegar nos encueramos y salimos al porche, desde donde se veía una cala preciosa además de la mayor parte del camping, piscina incluida.

El ver todos esos cuerpos desnudos me ayudó a superar mi vergüenza, no era la menos agraciada del lugar, ni mucho menos.

Había hombres y mujeres de todas las edades: niños, adolescentes, jóvenes, madres, padres, abuelos. Todos ellos mostraban su cuerpo sin ningún pudor.

Cuando ya estaba cayendo el Sol, las gentes que allí moraban regresaron, en un lento goteo, a sus moradas: auto-caravanas, tiendas de campaña, etc...

Cuando nos disponíamos a entrar en nuestro bungalow para cenar algo, pasaron ante nuestra puerta los usuarios del bungalow contiguo al nuestro.

 

-Buenas noches - dijeron ambos casi al unisono.

-Buenas noches – contestamos Jose y yo con la misma sincronización.

-¿Habéis llegado hoy? - preguntó la mujer.

-Si – respondimos los dos a la vez y Jose añadió.

-Hace un par de horas.

 

Al final estuvimos conversando casi una hora. Resultaron ser un matrimonio de Barcelona, Jaime y Merche. Según supimos más tarde ella tenia 58 años y el 61. Estaban de vacaciones, como nosotros. Sus hijos, al igual que los míos, ya eran mayores y vivían fuera de casa. Llevaban toda la vida yendo a playas y campos nudistas de toda Europa. Enseguida se dieron cuenta, aún no se porque motivo, de que yo era novata en esas lides. Nos caímos tan bien que a la mañana siguiente ya estábamos desayunando juntos.

En los siguientes 5 días aprendí de Merche, Jaime y Jose, que pese a que los nudistas enseñan su cuerpo y miran de cuidarlo, la mayor parte no se ven sometidos al yugo del “culto al cuerpo” tan abundante en nuestra sociedad.

Desayunar y cenar con la madura pareja se acabó convirtiendo en parte de nuestra relajante rutina. A primera hora de la mañana los hombres preparaban el desayuno, nos despertaban a las mujeres y desayunábamos juntos. Después ellos marchaban juntos a la piscina, a la playa, a jugar al frontón o sencillamente a pasear, mientra nosotras adecentábamos los bungalow entre las dos, primero uno después el otro, sin prisas, parando para charlar o para escuchar la radio.

Tengo que puntualizar que ni Jaime, ni Merche tenían ni parecían haber tenido cuerpos espectaculares.

Merche era bajita 150 centímetros de pelo teñido de negro con media melena, pechos algo más grandes que los míos, de muy poca barriga, su pubis estaba casi despoblado de vello y un culo tan grande como el mio.

Jaime solo un par de centímetros más alto que Merche, pelo y vello corporal totalmente canoso, muy delgado, en cuanto a su instrumento solo puedo decir que parecía demasiado pequeño. Era un vegetariano intransigente, su esposa era algo más liberal en ese aspecto, como descubrimos más tarde.

Jaime tenia que empezar a trabajar el lunes siguiente y tendría que partir hacia Barcelona el Domingo por la tarde, pero tenía la firme intención de volver todos los fines de semana de verano. Merche por su parte se quedaría hasta final de agosto.

Esa noche cenamos los tres solos en nuestro bungalow. Preparé una paella vegetal y una ensalada. Jose me sorprendió con unas botellas de vino de rioja, siempre bebo algo de vino con las comidas, pero desde que estábamos allí que me había adaptado a beber solo agua o refrescos.

Aquella noche fuimos de sorpresa en sorpresa. La primera fue que Merche nos pidió que también le pusiéramos un baso de vino a ella.

 

-¡¿Bebes?! - pregunté sorprendida

-No mucho – contestó – solo cuando estoy fuera del alcance de Jaime y no mucho.

 

Ademas nos rebeló que en alguna de las muchas ocasiones que su marido la dejaba sola en casa, a causa de su trabajo, se hacia unas albóndigas como se las había enseñado a hacer su madre.

La noche fue avanzando y el baso de rioja de Merche se convirtió en algo más de una botella por barba y Jose casi ni lo cató, eso da una idea de lo que bebimos nosotras. A los postres Merche recibió una llamada de Jaime, en la que le decía que había llegado bien, que cenaría algo y se acostaría. Justo después de esa llamada, Jose sacó de algún sitio una botella de anisette, una nueva sorpresa.

 

-¿Quieres una copa? - preguntó Jose a Merche, tras servirme a mi.

-No debería – contesto ella – creo que empiezo a sentirme un poco mareada e igual empiezo a decir tonterías.:

-¿Tonterías?. No lo creo. - contestó Jose casi sin pensar - Como decía mi padre: solo los borrachos y los niños dicen la verdad.

 

Un rato después de terminar la cena, recogimos la mesa, Merche y yo fregamos los platos mientras Jose preparaba un te. Como la cocina no dejaba sitio para mucho, los roces eran bastante constantes, todo y que debo de admitir que Jose trataba por todos los medios no rozarse con nosotras. Para el físico de un hombre como Jose, aquello debió ser demasiado, porque observe como sus instrumento se alzaba, poniéndose algo morcillón. Supongo que por vergüenza Jose se disculpó y regresó al comedor, cerrando tras de si la puerta de la cocina, dejándonos solas.

 

Al cerrarse la puerta no paso ni un suspiro antes de que ambas cayéramos presas de una risa incontrolable. Reíamos mientras seguíamos con el fregado. Cuando terminamos el trabajo nuestra risa ya era más controlable.

 

-¡Hay que ver como es este hombre! - dije

-¡Se ha puesto colorado!,¡que dulzura de hombre!

-Si, si, dulzura. A veces resulta hasta empalagoso. Ja, ja, ja, ja... Solo quiere mimos... y lo que no son mimos... ja. ja. ja. Ja,... ¿Tu has visto como se le ha puesto?

-¡Como para no verlo!, Ja, ja, ja, ja,... ¡Que gusto ver un hombre sano!... ja, ja, ja, ja,... ¡y además vergonzoso!

 

Salimos riendo al comedor, llevando una bandeja con la tetera y tres tazas. Lo encontramos vacío, por una de las ventanas pudimos ver a Jose apoyado en la barandilla del porche, mostrando sus generosas espaldas... y su precioso trasero. Nuestras risas cesaron, no así nuestro buen humor.

 

-Pobre... - le oí decir a Merche – creo que nuestras risas no le han ayudado en nada.

-¡Desde luego!,¡más que un hombre parece un niño!

-Todos los hombres lo son. Hablemos con él.

-Si, será lo mejor.

 

Salimos al porche y deposité la bandeja en la mesa al tiempo que yo dije:

 

-Hola cariño,¿que?, ¿tomando el fresco?

-Si – contesto bajando la mirada y girándose hacia la mesa – lo necesito.

 

Me fije en como Merche fijaba su sonriente mirada en el paquete de mi hombre, que ya volvía a estar a la mínima expresión, Él seguía sin poder mirarnos fijamente a ninguna de las dos, aunque el color de su rostro había vuelto a la normalidad. Cuando se hubo sentado fue Merche la primera que hablo, siempre sonriente, al igual que yo:

 

-¿Por que has salido tan rápido de la cocina?

-M-me... me estaba ahogando de calor.

-¡De lo que te estabas ahogando – intervine yo – es de calentura! Ja, ja, ja, ja,...

-¡Pues yo no le veo la gracia! - inquirió Jose con una sonrisa en los labios que trataba de ocultar el rubor de su rostro.

-No deberías avergonzarte – dijo Merche – eso solo demuestra que estas sano y que no eres de goma. Además, a mi edad no sabes cuanto hace que no veo alguien así de sano. Ja, ja, ja, ja....

-¡Si, si sano! – dijo Jose mientras se sentaba en la única silla libre – lo que parezco es un adolescente salido.

-Tu no eres un adolescente salido – dije mientras le acariciaba la rodilla – de eso puedo dar fe.

 

Tras un breve silencio durante el cual dimos cuenta del te caliente, le pedí a Jose que sacara al porche el anisette y tres copas. Él, tan diligente como siempre, hizo lo que le pedía, sacando unicamente dos copas.

 

-¡Oye tú! - dijo en broma Merche - ¡Que yo también quiero otra copita!

-Lo sé, el que no quiere beber más soy yo. Si no igual hago alguna tontería de la que después me arrepentiría.

-No está acostumbrado a beber ni gota – dije para justificarle – y cuando lo hace se pone cariñoso.

-¡Un momento!. ¿Que ha querido decir eso que has dicho antes? - inquirió Jose dirigiéndose a Merche, como dándose cuenta de algo en aquel momento.

-¿El qué? - contestó la aludida

-Eso que has dicho, eso de que “no sabes cuanto hace que no veo alguien así de sano”

-Pues eso que alguien tan sanote y hermoso no se ve todo los días.

-No me digas que... - cuestioné intrigada – que... Jamie... ya no... ¡vamos eso!

-Si, pero no... no sé si es que no le funciona o es que se le han quitado las ganas. La ultima vez que hicimos algo aún hacía frío... Ja, ja, ja, ja,... - tras dar un sorbo al anisette prosiguió – ademas nunca fue muy cariñoso, sobretodo en publico.

-En cambio a mi me gustaría que este se cortara un poco. En ocasiones he pensado alquilarlo.... Ja, ja, ja, ja,..

-Pues yo pagaría lo que fuera por darle una alegría al cuerpo.

-Mejor me voy y os dejo solas para que podáis hablar libremente.

-¿Y privarme de la presencia de un machote como tú? Ja, ja, ja, ja,... - dijo Merche - ¡Ni hablar!

-¿Machote? - dije – pero es que no ves lo arrugado que está... ja, ja, ja, ja,... Ponte de pie, para que lo veamos, ja, ja, ja, ja,...

 

Jose de alzo, mostrando la ausencia de erección de su herramienta. Siempre ha tenido algo de exhibicionista.

 

-A lo mejor solo necesita mimos... ¿Mmmm...? - dijo Merche con una sonrisa encantadora, al tiempo que acariciaba la cadera izquierda de Jose.

 

Alcé la cabeza para encontrarme con la mirada interrogativa de Jose, no había perdido la sonrisa, pero ya lo conocía lo suficiente como para saber lo que pasaba por su cabeza. Siempre me ha dicho que le gusta el sexo, experimentar cosas nuevas o viejos sueños, pero que, por nada del mundo quería poner en peligro lo nuestro.

La brisa fresca acarició mi costado izquierdo hizo que mis pezones reaccionaran poniéndose como puntas de flecha. Mi mano ansiosa empezó a acariciar la cadera derecha de mi hombre. No mentiré: cierta punzada de celos pasó por mi mente, pero pudo más el amor que sentía, que siento por él. Mi necesidad de darle, y tener yo, una experiencia que sobrepasara en amor y placer a cualquiera que hubiéramos sentido antes, pudo más que cualquier duda. Respondí a su mirada interrogativa con una sonrisa de confianza que le liberó por completo.

A los pocos segundos de nuestras caricias, Jose empezó a acariciarnos el pelo a las dos. Su respiración se volvió algo más agitada. El pingajo de piel que era su miembro, empezó a dar pequeños saltos y con cada uno de ellos el tamaño aumentaba.

Dirigí mi mirada a nuestra compañera de tertulia. Su cara, débilmente iluminada por las luces del atardecer, no había perdido ni un ápice de su sonrisa, pero sus ojos tenían un brillo que no le había visto desde que la conocía. Identifique ese brillo como ella identifico el que había en mis ojos. Era un brillo de deseo carnal.

Le hice a Merche un gesto sutil con la cabeza indicándole que podía sobar la barra de carne que empezaba a adquirir dimensiones de funcionamiento. Mi gesto no fue del todo bien interpretado, porque antes de darme tiempo a verlo, se había metido en la boca el badajo de mi marido. Alce la vista y me volví a encontrar con la mirada de Jose, la mirada ansiosa de un niño que está a punto de obtener lo más deseado y tiene miedo de que se le estropee.

El ver la polla de mi marido siendo chupada por otra mujer me hizo sentir nuevamente una pequeña punzada de celos, la reacción de mi cuerpo frente a esa punzada fue hacer que mi intimidad se humedeciera.

Me puse en pie, abrazando a Jose por su costado izquierdo, al mismo tiempo que le daba el beso más húmedo, profundo y largo que jamas había dado. Su mano izquierda se deslizo por toda mi columna vertebral, haciendo la presión justa para hacerme suspirar. Mi suspiro coincidió con el de él.

Merche al oír nuestros suspiros aumentó la profundidad de la felación, manteniendo la velocidad. Me resultó increíble cuanta carne le cabía en la boca. Su mano derecha estaba acariciando unos testículos de un tamaño más que considerable, y la derecha un bajo-vientre poblado de pelo rubio.

Deje que nuestro beso se alargara, pero no demasiado y dije:

 

-Vamos adentro... estaremos más cómodos.

-Lo que digas cariño... - suspiró Jose

-¿Me tengo que quitar todo esto de la boca? ¡Que pena! - musitó Merche

 

Los dos pasos que nos separaban de la puerta todo fueron caricias y tocamientos. Mi mano derecha sobaba la contundente nalga de nuestra “partenaire”. Aquella nalga carecía casi por completo de grasa, estaba tersa y tan prieta que no la hubiera podido pellizcar. Sus pezones se veían oscuros como el café con leche, tan duros como los míos y al igual que los míos se clavaban en la piel de Jose. Incluso con la tenue luz su inberbe vagina brillaba de humedad.

La hombría de Jose apuntaba alta, con la venas bien marcadas, con el grosor que tantas veces le había visto, pero que siempre admiraba. Él alternaba los profundos morreos en mis labios con los húmedos besos en el cuello de nuestra buena amiga.

Como es de suponer cruzar el umbral y cerrar la puerta tras nosotros fue una verdadera maniobra de contorsionismo, ninguno de nosotros quería dejar de palpar, acariciar o sobar ninguna parte del cuerpo de los demás.

Tan solo cerrar la puerta me coloque entre mis dos amantes teniendo a Merche delante y a Jose a mi espalda. Coloqué mi brazo alrededor de la nuca de ella y sin darle tiempo a pensar le estampé en los labios un morreo tan intenso como los que le había dado a Jose. Merche el primer segundo se sorprendió por el ataque, pero tras la primera impresión se dejó llevar. No era la primera vez que yo besaba así a una mujer, es algo que cuando se da la situación me encanta hacer. Tampoco era mi primer trío M-H-M, pero el saber que para Jose y Merche si lo era me excitó hasta llevarme al borde del orgasmo.

Jose colocó su cimbreante humanidad entre mis piernas, haciendo que la inflamada punta sobresaliera por delante de mi, por debajo de mi empapada gruta, su manos acariciaban un seno de cada una de nosotras, pellizcándonos los pezones con la máxima dulzura que sus ásperas manos permitían.

Las manos de Merche colgaron inertes hasta que empezamos a movernos hacia el dormitorio, momento en el cual se dispararon, su mano izquierda a magrear con intensidad mi nalga derecha, su mano derecha se abrió paso entre nuestros cuerpos hasta acariciar el capullo henchido que sobresalía por debajo de mi vagina, rozando además esta ultima. Esos roces provocaron que, al abrir la puerta del pequeño dormitorio, yo estallara en un pequeño orgasmo, tan pequeño que solo sirvió para aumentar mi calentura.

 

-¡¿Cariño?! - le oí decir a mi marido - ¡Tengo el capullo empapado!, ¡¿Te has corrido?!

-Si... – le contesté – pero no preguntes y sigue así.

-¡Te has corrido...! - repitió Merche - ¡Yo también! Y lo habéis conseguido solo besándome ¡Que buenos sois los dos en esto!

 

Con un suave empujón primero senté y después tendí a nuestra calentorra amiga sobre la cama. Cuando estuvo acostada se desplazo hasta que su cabeza estuvo sobre una de las almohadas. La ya exigua luz que entraba por las ventanas se transformo en blanca claridad, Jose había encendido la luz. Me tomé un momento para mirar a mis compañeros de dormitorio.

Mi marido, mi hombre estaba allí, de pie a los pies de la cama, su mirada bailaba de mi a Merche y viceversa, mirándonos con el semblante del lobo ante los corderos. La agitación de su mirada no se plasmaba en su respiración. Su cipote daba pequeños saltos cada vez que él contraía su esfinter, provocando en mi el deseo tener esa carne dentro de mi.

Merche me miraba con la cara ladeada y una sonrisa en su rostro, sus tetas se movían al compás de su agitada respiración, una de sus suaves manos hacía algo de presión entre su bien dibujado ombligo y la entrada de su vagina.

Mi periodo de mirona pasó cuando Merche, con voz enronquecida por la intensa excitación y abriendo los brazos, dijo:

 

-Estoy al limite... necesito más

-¿Si, putita? - dije colocándome a cuatro patas, encima de ella - ¿quieres más?... Pues te daremos más...

-¡¡Mucho más!! - escuché, procedente de Jose, la voz más ansiosa que jamas hubiera escuchado hasta entonces.

 

Mientras movía mis pechos sobre las tetorras de Merche, haciendo que nuestros endurecidos pezones se rozaran, con mi pierna izquierda separaba, tan dulcemente como podía sus piernas, colocándome entre ellas, con la sáfica intención de que nuestras vulvas se tocaran. Empecé con un movimiento de frotación de nuestras intimidades que me llevo muy cerca de un nuevo orgasmo.

La cama se zarandeó levemente cuando Jose se arrodilló en ella, supuse que se tumbaría a nuestro lado para participar de la diversión, en aquel momento eso no era lo que yo deseaba, deseaba a Merche para mi sola. Hice que Merche y yo giráramos en la cama hasta que ella estuvo encima de mi, empezando a imitar mis movimientos lo mejor que le permitía su nula experiencia.

Esperaba que Jose se tumbara a nuestro lado, no lo hizo, se puso a nuestro lado pero de rodillas, acariciando con sus manos todo parte de nuestra anatomía que se le antojaba, era una caricia dulce pero la rudeza de sus manos le daba algo de realidad a la situación, aumentando mi morbo.

Notaba mi orgasmo aproximarse a mi como un tren de mercancías descontrolado, no fui consciente de los suspiros y mugidos que salían de mi boca. Solo era consciente de mi propio placer y de los sonidos que me rodeaban.

 

-¡Toma...! - oía a la mujer que tenía encima - ¡Toma...!, ¡toma... c-c...coño!, ¡Muev-veeee... el ded-doooooh...!, !Aaaaaaaagh...!, ¡Mmmm-me... aaaaaagh!,

-¡Correte putita...! - susurraba Jose – ¡así... así... con dos dedos en tu culo... así...!

 

Jose le estaba metiendo dos dedos en el ano a Merche. Mis manos de dirigieron a las femeninas y voluminosas nalgas separandolas. Mi orgasmo era ya imparable. Mi mano izquierda se fue sola a acariciar la hombría de mi marido, encontrando que el lugar ya estaba ocupado. Miré comprobando que Merche estaba agarrando la portentosa erección de Jose, no movía la mano solo sostenía la barra de carne con firmeza.

Mi orgasmo me asaltó con una fuerza desacostumbrada, demoledora. Mi cuerpo se puso rígido mientras yo me puse a chupar el pezón izquierdo de ella y mi vista no se apartaba de aquel príapo enervado, oculto solo a medias por la pequeña y dulce mano de Merche. Tuve que emplear todo mi control para no morder aquel pezón ni clavar mis uñas en la nalga izquierda de la fémina.

Merche se dejo caer con dulzura sobre mi. La exquisita presión de su peso fue la justa para que la sensación placida que sigue al orgasmo se acentuara, dejándome como en una nube. Con los ojos cerrados empece a besar el cuello, las mejillas, el pelo, cualquier parte de Merche que estuviera a mi alcance, disfrutando de la caricia de nuestros efluvios resbalando por mi entrepierna.

 

-¡Aag..!, ¡Ummm..! - masculló ella

 

La cama se zarandeó levemente. Merche alzó la cabeza y me miró a los ojos y ambas nos pusimos a reír, con una risa sincera, contagiosa. Eramos presas de una felicitad imposible de explicar, a cualquier persona que no halla participado en algo así.

Entre risas, adiviné a Jose saliendo del dormitorio, sonaron ruidos en el lavamanos. Antes de que cesara esa actividad, Merche y yo, ya estábamos dándonos cortos pero cariñosos besos, que en pocos segundos se transformaron en un dulce morreo, con nuestras lenguas entrecruzándose lentamente. La dulce relajación se prolongaba, mis ojos como los de ella se cerraron.

El movimiento de la cama me reveló el regreso de mi hombre, no miré quería disfrutar de aquella sensación.

 

-Me habéis dejado en una nube – me dijo Merche al oído, mordiendo después el lóbulo de mi oreja.

-Y tú a mi, preciosa.

 

Jose se acercó a nosotras empezando a acariciar la media melena de Merche, al tiempo que acercaba su cara, cuando estuvo al alcance de nuestros labios dijo, con tono de niño pequeño e imitando unos infantiles pucheros:

 

-¿Para mi no hay?

-Pues claro cariño – dijo Merche dándole una sucesión de rápidos besos en los labios.

 

Después de aquella sucesión de besos, Jose acerco sus labios a los míos dándome el morreo más erótico que jamas me hallan dado.

 

-Da gusto veros así – dijo Merche retirándose de encima de mí - ¡¡¿Que le ha pasado a tu polla?!!. ¡¡¡¿Te has venido?!!!

 

Miré la entrepierna de mi marido. Su cipote ya no era digno de ser llamado así, se había reducido casi a la mínima expresión. Si no lo hubiese conocido habría dicho que, efectivamente, se había corrido.

 

-No – conteste yo, sonriendo – lo que le pasa es que es muy sensible a mi tacto, necesita unos mimos.

-¿Ah, si?, ¿Que tipo de mimos necesita el señor?

 

Por toda respuesta Jose se puso de rodillas acercando su reducido pene a mi cara, sonreí pensando que Merche se iba a sorprender y me introduje el glande en la boca, solo tuve que juguetear con mi lengua alrededor del bálano dos veces y empecé a notar el crecimiento, cinco movimientos de mi cabeza y volvió a estar apunto. Me saque la barra de carne de mi boca y me giré mirando a Merche, mientras acariciaba aquel portento con mi mano izquierda.

 

-E-es in... increíble... - tartamudeó Merche con cara de sorpresa – d-da... da gusto ver algo así... T-tengo la b-boca seca... m-mi marido... incluso s-sin... sin venirse... no... t-tan r-rápido... no... p-puede

 

Sonreí volviendo a girarme para volver a introducirme aquella polla amenazadora en la boca. No pasó mucho rato antes de que en mi boca no cupiera entera, quedaban fuera solo tres centímetros, pero me era imposible meterme los en la boca, no me es posible meterme en la boca sus 18 centímetros enteros.

Quise esperarme sacándome la polla de la boca cada 10 o 12 embotadas de mi cabeza para que mi lengua bailara por toda aquella carne que cada vez estaba más tensa. Me esmeraba más para provocar el asombro de Merche que para darle placer a mi hombre.

 

-¡Que dura se te a puesto cabrón! - dije hablándole a aquel monstruo de carne – ¡ni me cabe en la boca!

-Dejame probar a mi... - susurro Merche apoyándose sobre mi.

 

Con nuestras lenguas, las dos cubrimos de saliva toda aquella carne, mientras mirábamos a los ojos a Jose, con cara de viciosas. Dábamos grandes lamidas, recorriendo incluso el escroto,

La incomodidad de mi postura hizo que me tumbara para descansar un poco la nuca, momento que aprovechó Merche para empezar una salvaje mamada al miembro erecto de Jose. No pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que ella tenia todo el cipote el la boca, llegando a jugar con la lengua en los endurecidos cojónes.

Merche estaba haciéndole a mi marido una mamada portentosa, yo podía ver el bulto que producía el bálano inflamado en la garganta de Merche. Me puse a acariciar las endurecidas pelotas con mis uñas.

La mirada de Jose pasaba de la una a la otra con ansiedad inusitada, hasta que no pudo aguantar más y empezó a gritar:

 

-¡Me vengo...! ¡Ya me viene...!

 

Creí que Merche se sacaría el cimbel de la boca, una nueva sorpresa: aceleró el movimiento de su cabeza, se movía más rápido de lo que yo hubiera movido la mano haciéndole una paja a Jose. Con sus movimientos, además, Merche frotaba su pierna contra mi clítoris, lo cual me enervó aún más. Para Jose, y pese al aguante que siempre demuestra, aquello fue demasiado.

 

-¡Ya..!, ¡Ya..! - siguió gritando, aumentando la intensidad de sus gritos por momentos - ¡Ya..!, ¡Yaaaaaaa..!, ¡Toma leche!, ¡Gaaaaaah..!, ¡Así... toda!, ¡Tragatela... todaaaaaah...!

 

Cuando nuestra madura amante sintió la primera andanada de lefa, se introdujo todo el carajo de mi hombre en la boca, moviendo su lengua intensamente, lamiendo los testículos, haciendo que aquella corrida se depositara directamente en su garganta. Cuando las descargas cesaron prosiguió moviéndose suavemente, los chupetónes sonaban intensos. Siguió chupando, entre los respingos de placer de Jose, hasta que se dio por satisfecha.

 

-Joder... - dijo Merche con una extraña voz – Desde jovencita... que no se descargaban en mi garganta. Las 4 o 5 veces que lo hice me pareció asqueroso...

-Lo siento – dijo Jose tambaleándose – pero te he avisado.

-Eso es cierto – dije, con una ansiedad en la voz desconocida para mí misma.

-No pasa nada. No me había dado cuenta hasta ahora de que lo añoraba... Me he vuelto a poner cachonda con esas descargas.

-Voy a asearme – susurró Jose tras darnos un beso en los labios y se dirigió al baño apoyándose en las paredes. - ¡Que gustazo me habéis dado las dos!

 

Merche y yo miramos atentamente como Jose salia de la habitación, yo me fije en que su erección apenas había mermado en aquellos segundos, algo muy raro en él. Con en tambaleo el carajo bailaba de un lado a otro, haciendo que mi mente se perturbara aún más.

Con el inicio del ruido de la ducha, nosotras nos pusimos a hablar.

 

-No se tú – dijo con aquella extraña voz, poniendo su cabeza en mi vientre – pero yo estoy más salida ahora que antes.

-¿Que te pasa en la voz cariño?

-Ja, ja, ja, ja... Pasa que he tenido metido en la garganta el capullo más grande que jamas he visto... ja, ja, ja, ja...

-Ja, ja, ja... Pues yo he estado con alguno que no bajaba de los 25 centímetros de carajo... ja, ja, ja, ja...

-¡Joder! ¿Es eso verdad?

-Si. Muy excitante ¿Verdad?. Pero, salvo en un caso, solo servia para hacerme daño. Ja, ja, ja,...

-Pues a mí me gustaría catar algo así.... ja, ja, ja,...

-Lo del tamaño no tendría que preocuparmos, casi todos los que la tienen grande se creen que con tener un cipotón ya cumplen... y no tienen ni puta idea de como usarlo... ja, ja, ja...

-Eso lo dices tú,... ja, ja,... teniendo un pollon como el de Jose para destaparte las cañerías, ja, ja, ja... ¡Que envidia!... Ja, ja...

-Si tú lo dices... voy al baño. Tengo que hacer pis, ¿Y tú, no tienes que lavarte la boca?

-¿Es que quieres volver a morrearme? Ja, ja, ja...

-Algo más que eso... - dándole una palmada en su nalga derecha proseguí - ¡Mucho más que eso!

 

Sentada en la taza me puse a disfrutar de la abundante vista. El culazo de Merche se zarandeaba al compás de su cabeza agitada por los enjuagues, lo mismo que sus tetas medianas, Se la veía radiante.

Jose seguía duchándose, la falta de mampara hizo que le viéramos la anatomía completa. La piel le lucía brillante lo que realzaba sus otrora fuertes músculos, con la vellosidad color rubio claro pegada a la piel, sus nalgas firmes, casi sin grasa. Su carajo fláccido me provocó una media sonrisa. Él no nos quitaba la vista de encima mientras se enjabonaba.

Me senté en el bidé mirando hacia la pared, al abrir el agua caliente noté la presión de las pequeñas manos de Merche en mis hombros.

 

-¿Te ayudo? - dijo Merche con voz un poco recuperada del trajín de la felación.

 

Sin darme tiempo a contestar se puso a la labor. Aquellas pequeñas y suavísimas manos, tan distintas a cualquier mano que me halla tocado jamas poniendo agua en mi almeja, limpiándomela con ternura y pasión, es la sensación más erotizante que recuerdo haber tenido jamas, disfruté cada segundo de aquella maniobra abriendo y cerrando los ojos con lentitud. Aún hoy en día solo pensándolo se me pone la piel de gallina.

Tras el dulce aseo, al menos por mi parte, regresamos los tres a la cama, conversamos un par de horas, Reímos y nos acariciamos mutuamente. Al final nos quedamos los tres dormidos, con mi marido entre nosotras dos.

Sé que esta historia no parece gran cosa, que seguramente los lectores de TR esperaban más, pero lo cierto es que cualquier cosa que explique que pasara en esos pocos días sería producto, única y exclusivamente, de mi imaginación.