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Recuerdo II

en Amor filial

Con esas imágenes en la mente: el culo abierto, pulsante de mi tía-puta, la manera de besar y arropar entre sus tetas el pollon del jodido asno, mis parientes limpiándose mutuamente, traté de hacerme lo que mis amigos del barrio llamaban una paja. Pero solo conseguí que al día siguiente, además del resfriado, sufriera de unas laceraciones terribles en mi pollita, que durante unos días lució hinchada como un pequeño globo.

Pensé en usar lo visto como chantaje pero al irse mi tía a la mañana siguiente intentar hacérselo a mi abuela hubiera nefasto, la primera bofetada me la dio a la mañana siguiente cuando al levantarme me quejé de lo temprano que era. No había caso, me pasé allí los siguientes 10 años de mi vida.

Aun tardaría un par de inviernos en empezar a eyacular. Para entonces había crecido algunos centímetros, ya casi le llegaba al hombro a ni abuelo, un hombre alto y fuerte, lo mismo que a mi abuela, mujerona algo entrada en carnes , tan alta como su marido.

Como digo había crecido bastante en el primer par de años que me pasé en casa de mis abuelos, pero seguía siendo delgado, mi musculatura y mi vello corporal se negaban a aflorar.

Mi rutina diaria se reducía al trabajo en la finca durante la mañana, tras la comida de mediodía dedicaba, junto con mi abuela, que había conseguido el plan de estudios del colegio del pueblo, de dos a cuatro horas de estudio (matemáticas, lengua,historia. Etc...)

Durante el año siguiente de estar yo en casa de mis abuelos pasaron algunas cosas importantes: La dosis justa de cariño y disciplina de mis abuelos, consiguieron domar mi arisco carácter. El hermano de mi abuelo se llevó varias veces a este a la capital, por algún asunto medico que, en aquel momento, no comprendí. El cobertizo en el lateral de la casa, poniendo una cama y una mesilla, se transformó en mi dormitorio.

El resultado de la mala salud de mi abuelo, un hombre fornido y fuerte muy velludo de gran carácter, fue una cirugía bastante drástica de la que regresó a la finca justo antes de las primeras nieves del invierno. Durante la mayor parte del invierno mi abuelo estuvo en cama, recuperándose de la operación, lo cual hizo que mi abuela y yo viéramos multiplicados nuestros quehaceres.

Durante ese invierno yo también me sentí algo indispuesto del vientre, con algo de fiebre y dolor de cabeza.

-¿Cuanto hace que no vas de cuerpo? - me preguntó mi abuela

-¿Como? - contesté con cara de extrañeza.

-¿Que cuanto hace que no vas de vientre... que no cagas?

-No sé, unos días

-Pues cuando terminemos del estudio diario te pondré una lavativa. Después el baño semanal y a dormir hasta mañana

No servia de nada discutir con mi abuela, además la perspectiva de acabar la jornada más pronto de lo habitual me resultaba algo más que agradable.

Debía ser sábado porque a pesar de que nos aseábamos las partes descubiertas del cuerpo todas las mañanas y varias veces durante el día, siempre con agua fría, en invierno, todos los sábados tocaba baño en una tina metálica, con abundante agua calentada en la lumbre del hogar.

Al acabar el estudio mi abuela me dijo:

-Tumbate en la cama del cobertizo, que ahora voy con el irrigador.

En los recuerdos de mi infancia anteriores a estar en aquella casa, mi madre puede que me pusiera un par de enemas, con una pera de goma roja, lo del irrigador no sabía lo que era.

Me llegué al cobertizo trasformado en mi dormitorio y me tumbé a esperar. La abuela no tardo mucho en llegar, llevaba en la mano una especie de cazo metálico, de un tamaño que me pareció enorme, provisto de una manguera de goma acabada en una cánula negra provista de un pequeño grifo de lo más amenazadora. El liquido del interior humeaba un poco.

-Pero, ¿aun estas así?. -dijo mi abuela con severidad – Anda colocate a gatas en la cama con los pantalones y los calzoncillos bajados.

-Si abuela.

La verdad sentí un poco de miedo, pero en los ambientes que había vivido el miedo se podía sentir, pero no te podía controlar. Así pues hice lo que me mandaba con sumisión y tratando de que mi cara no manifestara ese miedo que sentía.

En completo silencio, mi abuela, untó la negra cánula con un poco de mantequilla casera, siguiendo después el mismo proceder con mi ano expuesto, tras hacer que me apoyara en mis codos.

La sensación de aquellos dedos, no muy endurecidos por el trabajo duro, distribuyendo el sustituto del lubricante, me provocó un escalofrió, ademas de una serie de sensaciones contradictorias que me hicieron tensarme, yo creí que imperceptiblemente.

-Tranquilo nene que ahora empezamos – dijo la mujerona agarrando mi nalga izquierda con cierta contundencia, mientras introducía levemente su dedo en mi anito.

Trate de relajarme pero apenas si lo conseguía. Mi nalga izquierda era casi más pequeña que la mano de mi abuelita, lo cual me provocaba una sumisión mayor que la que por si misma me hacia sentir la madre de mi madre por si sola.

Cuando me soltó la nalga sentí la cánula introduciéndose lentamente en mi ojete. Con mucha habilidad cuando cuando la señora notaba cierta resistencia en la introducción de aquel plástico negro, o extraía un poco y lo volvía a introducir haciendo pequeños círculos. Fue en una de estas maniobras en la que supongo debió masajear mi próstata, porque en aquel momento mi miedo desapareció casi por completo.

Noté como mi picha se endurecía en menos tiempo de lo que tarda en contarse. Me agradó tanto la sensación que tensé mi esfínter, con la intención subconsciente de que las dificultades al introducir la cánula prolongaran el masaje interno.

Noté la intensa necesidad de manipular mi aun imberbe miembro con la intención de notar aquel placer del que tanto me habían hablado mis viejos amigos el barrio, pero la presencia de la abuela me cohibió por el respeto que me imponía.

-Si no dejas de hacer fuerzas no vamos a terminar nunca – dijo con tranquilidad mi abuela

-Lo sien... siento ah... abuela

Mi voz me sonó extraña incluso a mi mismo. Cada vez me sentía más raro, algo diferente a lo vivido hasta ese momento, eso era lo que me dijeron que sentiría, algo diferente y muy placentero.

Las pequeñas descargas de placer me acercaban más y más al fin que tanto deseaba, pero el miedo a hacerlo en las mismas narices de mi abuela me producía cierta incomodidad.

Cuando creí que el final ya era imparable, pero en ese momento la abuela abrió la espita del irrigador y el liquido empezó a entrar a raudales en mi intestino, la sensación de incomodidad fue instantánea y arrolladora. Vamos que me cortó todo el royo.

No obstante durante la bajada del liquido jabonoso y tibio, por mi mente pasaban las imágenes de algo más de un año atrás: mi tía Araceli totalmente desnuda acariciando al asno, aquel culo enorme y blanquinoso, aquellas tetorras. Me venían a la mente las bragas inmensas de mi abuela, mientras lavaba a su hija y se dejaba lavar por ella.

Para acelerar las cosas, mi abuela de tanto en tanto cambiaba la mano que sostenía la cánula en el interior de mi recto por la que sujetaba en alto el deposito y viceversa. Cada vez que realizaba esta maniobra rozaba con los dedos mi escroto y movía ostensiblemente el tubo en mi recto. Mi libido subía y bajaba entre todos estas sensaciones contra la incomodidad de aquel liquido en mi interior.

-Se acabó. - dijo con voz atona mi abuela – Ahora ponte en pie y aguanta un rato con el enema dentro

-Si abuela

Mientras me ponía en pie me subía los calzoncillos y los pantalones. El dolor del agua jabonosa en mi interior competía con el dolor de mi entrepierna. La dureza de mi pichita y mis testículos era algo más que dolorosa.

Mi abuela deposito el instrumental en el suelo y se quedó mirándome y dijo:

-Ahora aguanta ahí, deja que haga efecto

-S...sii... mmm... ab-abuela.... aahhhh

-Sé que molesta, pero aguanta.

Ahi estaba yo, aguantándome los pantalones por delante con una tremenda erección y reteniendo aquella maldita lavativa en mi interior. Paso una eternidad antes de que mi abuela dijera:

-¡Venga! Ve a vaciarte, mientras traigo el agua para darte el baño.

Materialmente salí corriendo descalzo por la nieve a el retrete que el abuelo construyó el verano anterior en un lateral del establo. Allí vacié mi vientre casi de golpe, el súbito frio del exterior apenas mermó la excitación y la ansiedad tanto física como mental. Empecé una paja salvaje, mi imberbe pene materialmente desaparecía en mi puño, que se movía con rapidez casi histérica

De pronto sentí la frágil puerta de la letrina era golpeada con fuerza.

-¡David! Pero niño ¿es que no oyes? - grito mi abuela al otro lado de la puerta

-Si.... mmmmfff.... sshhhh... solo unmmmm momennnntoooohhh... ahhhh

-Vamos ya... que el agua se enfría.

No tuve tiempo de subir del todo mis calzoncillos, con lo cual mi abuela pudo ver claramente mi erección. Me tapé tan rápido como pude, pero al mirar a mi abuela creí ver una sonrisa divertida.

-Vamos David ¡al agua!

-Pero abuela... yo...

-¡No hay peros que valgan! ¿Ya has terminado?

Me dirigí de nuevo al dormitorio sosteniéndome los pantalones. Tenia que conseguir labarme yo solo y así poder terminar aquella suculenta paja. Algo dentro de mi me decía que esta vez si me iba a venir el gustazo que quería conseguir desde que me hablaron de él.

Mientras recorríamos el corto trecho hasta el lateral de la casa, donde estaba la puerta de mi dormitorio trataba de convencer a mi abuela de que podía lavarme yo solo.

-Abuelita, ya no soy un crio, puedo lavarme yo solo.

-¡Ni hablar jovencito! La ultima vez que lo intentaste me toco recoger el desastre que montaste. Eso sin contar que no te lavaste la espalda y te quedó jabón por todas partes.

-En serio abuela... me gustaría... me gustaría... intentarlo yo solo. Alguna vez tendré que empezar ¿no?

-¡Seguro que te gustaría intentarlo!

-Pero abuela...

-Bueno mira, la próxima vez ¿vale?

No había caso, mi paja tendría que esperar a que me acostara.

En mi habitación estaba esperando el balde metálico vacío, junto al jabón, el mismo que empleaba mi abuela para lavar la ropa, un paño de algodón, una gran toalla y dos jarrones enormes de porcelana llenos agua caliente..

-¡Vamos niño!, ¿a que esperas?. Desnudate, que el agua se enfría.

-Si abuela – en cuan poco tiempo se había esfumado la rebeldía que me llevó a casa de mis abuelos.

Me calme un poco al recordar que no era la primera vez que mi abuela me veía con el pito totalmente tieso, mi vergüenza venia por mis sensaciones no por mi estado físico. Cumplí el mandato de la anciana dándole la espalda, con premura pero mucho nerviosismo,. Las manos me temblaban. Me metí en el balde, de pie, dándole la espalda a mi pariente.

-Cierra los ojos David – la voz de mi abuela me pareció... no sé... diferente.

Cerré los ojos y sentí como el agua era vertida en mi cabeza, luego mi pelo era frotado con el jabón.

Mientras ella me lavaba el pelo, mi mente me maldecía a mi mismo por no haber sido más rápido en la letrina. Me consolaba el que en cuanto me secara podría intentar terminar mi primera paja, obtener mi primer orgasmo, mi primera corrida.

La estancia estaba con una temperatura muy agradable, el hogar con el fuego ardiendo estaba al otro lado de la pared del cobertizo, de mi alcoba.

Nuevamente mi abuela vertió el agua tibia sobre mi cabeza enjuagandome el pelo. Empezó a frotarme la espalda con el paño de algodón, jabonoso y mojado por el agua de la palangana.

La abuela, como siempre me frotaba enérgicamente la espalda y la nuca, lo que no fue tan normal fue su modo de frotar mis nalgas, la raja del culo y mi ojete, lo hizo con evidente dulzura, casi con miedo a hacerme daño, como si me acariciara con el paño.

Sentía algo parecido a unas ganas tremendas de orinar... no... no era eso.... era más que eso, pero en aquel momento, pese a todas las explicaciones recibidas, no creí que fuera un síntoma más que de eso: ganas de orinar.

-Date la vuelta – su voz sonaba extraña, pero no supe, hasta algún tiempo después, porque.

Me giré, despacio, con pavor a que me viera en aquel estado, aunque, como ya e dicho no era la primera vez. Pero si era la primera vez de aquel estado mental y físico en el que me hallaba inmerso.

Me frotó el pecho con la misma dulzura que había empleado en mi parte trasera más intima. Mi vista estaba clavada al frente mirando la pared de piedra. Pero algo dentro de mí me hizo bajarla. Fue entonces cuando me fijé en cosas que jamas me había fijado:

Mi abuela solo vestía el tosco camisón de algodón blanco, el mismo que siempre empleaba para bañarme. Estando así, agachada, sus ojos quedaban a medio camino entre mi pecho y mi ombligo. Supongo que fueron los recuerdos los que me llevaron mi mirada hacia el escote, a mirar de una forma nunca antes vivida aquellos dos fantásticos montes de carne, con sus pezones casi transparentándose por las gotas de agua que le habían caído encima.. Estuve una eternidad regalándome la vista, aumentando aquella sensación que me inundaba amenazando con ahogarme.

Sentí como aquel trapo mojado empezaba a limpiar mi endurecidísima pollita. Instintivamente reculé alejándome unos centímetros de aquel trapo, de aquellas manos.

-¿Y ahora que te pasa? - la pregunta me sonó como un poco más que un susurro

-Nad... nada abuela... es que... yo tengo... tengo pis.

-¡Dejate de tonterías! Acabas de salir del retrete... ¿que no lo hiciste allí?.

-Sip... p-pero... ahora... yo

-Venga, acabemos y podrás salir a orinar -sus palabras seguían sonando extrañas.

Termino de asearme mi pichula y mis piernas. Me hizo girar de nuevo. Empezó a enjuagarme tirándome en la espalda y frotándome con la mano desnuda, no con el trapo enjuagado como solía hacer.... no, no me frotaba... me acariciaba mi piel húmeda.

Cuando sus dedos pasaron por la raja de mi culo mi penecito tieso dio dos saltos, creí que me volvía loco, aquellas ganas no me dejaban pensar en otra cosa, tenia que “orinar”, sobre todo cuando presionó uno de sus dedos introduciendolo un poco en mi estrecho agujero trasero.

Empujándome por los hombros, sin decir nada, aquella casi setentona mujer, hizo que girara de nuevo. Vertió aquel agua, con la temperatura más agradable que había sentido jamas, por mi pecho. Fue bajando el chorro de agua a la vez que sus manos pasando por mi ombligo, metiendo un dedo dentro del mismo.

Cuando le tiró el agua encima de aquella parte en la que, en aquel momento, estaba toda mi voluntad, temble intensamente, cuando aquellas manos, que me parecieron las más suaves del universo, acariciaron aquella carne no pude evitar que comenzara a gritar:

-¡Ay!... ¡Ay!.. ¡Ay!.. ¡¡¡Aaaggghhh!!! ¡¡¡Mmmmm!!!...

Aquel, mi primer orgasmo me sorprendió gratamente. Doble un poco mis piernas y apoye mis manos en los hombros de mi abuelita. Veía como los chorros de leche blanquinosa se estrellaban contra el escote y el camisón de mi abuela. Aquella visión aumentó mi placer.

No estaba preparado para tantísimo placer, cerré los ojos esperando a que el orgasmo terminara, pero parecía no hacerlo, seguía y seguía, en lo que me pareció una eternidad. No recuerdo orgasmo más largo en todos los días de mi vida.

Cuando el orgasmo cesó, me asaltó el pánico, “¿que pasará ahora?,¿que me dirá mi abuela?,¿se lo contará al abuelo?”. Pensando en todo ello fui abriendo los ojos al tiempo que me daba cuenta de que ya no estaba apoyado en mi abuela, estaba abrazando su cabeza con fuerza mientras sus manos amasaban con suavidad mis nalguitas.

-Lo siento abuelita – dije poniendo mi voz más infantil, soltando su cabeza. Besandola en la frente proseguí– yo... no... no sé que es.... no se lo que me a pasado... ¿que ha... que ha sido esto?

La mujerona que tanto respetaba levantó su mirada con una sonrisa divertida, un segundo después estaba riendo como una histérica. Sin parar de reírse volvió a limpiar mi pito, que iba perdiendo su tamaño. El tacto de sus manos me provoco intensas descargas de un placer casi doloroso. Extrajo, haciendo un poco de presión en la base del pene y corriendo los dedos hacia arriba, los restos de mi simiente que quedaban el el interior de mi pene.

Cuando terminó el lavado y empezó a secarme, seguía riéndose a carcajada limpia. A mitad de el secado su risa empezó a molestarme. Me estaba sintiendo ofendido por su risa, así que poniendome los más serio que pude le dije:

-Abuelita, por favor no te rías de mi.

-¡Cariño! - dijo sosteniéndome la cara con las dos manos y mirándome a los ojos, tratando de contener la risa – No.... jajajajaja.... no me rio... jajaja... no me rio de ti... jajaja... me... me rio de la situación.

-Ya te he dicho que lo sentia, no se que ha pasado pero...

-Tranquilo... es... jajajaja... es normal... ya eres un hombrecito... jajaja

-¿Como?

-Ya te lo explicare... jejeje... ¿te parece... te parece bien en la clase de mañana?

Recogió todo lo del lavado en un par de viajes, casi sin parar de reír en ningún momento. Cuando terminó yo ya me habia tumbado en la cama, mirando al techo. Con pequeños ataques de risa, se acerco a mi cama, me dio las buenas noches y se retiro a sus quehaceres y después a dormir, supongo. Solo sé que de vez en cuando escuchaba su risa al otro lado de la pared, incluso me pareció oír la risa del abuelo.

En las semanas siguientes, junto con otros estudios, me explico la naturaleza de todo lo que me había pasado aquella tarde, de como funcionan las cosas, de que cuanto más joven se es menos se controlan estas cosas. Las explicaciones que se me dieron, la falta absoluta de problemas derivados de todo lo vivido, evitaron que se me generara un trauma, y con el paso del tiempo me convirtieron en una persona más libre, menos sometida a convencionalismos.

No tardé mucho en meter mi pene en el interior de alguna vagina, tan solo tuve que esperar hasta finalizado el invierno, aunque... creo... que eso ya es otra historia

CONTINUARÁ