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Granja 2

en Zoofilia

La verdad es que no merecían la pena los años que pasé sin hablar con mi abuela. Las caras de mis dos matriarcas no manifestaban ni pena ni vergüenza, solo esa sonrisa picara.

Me temblaban las piernas, no se si por el trajín con “Agafador” o por los nervios que me producían las picaras miradas de mi madre y mi abuela.

-Tranquila nenita – dijo mi abuela con un tono de voz dulce, similar al del trino de un pájaro - ven, hablemos.

En el trayecto a la casa principal no dijimos ni palabra. Ya más tranquila por la ausencia de malas caras o reproches, me fije en las curtidas mujeres. Mi abuela a sus 70 años, seguía siendo una mujerona de abundantes carnes, unas tetas de imposible tamaño y un trasero que hacia que la pesada falda pareciera una tienda de campaña. Mi madre con 52 años, era la típica mujer entrada en años, ni muy gruesa ni muy delgada, una mujer de campo del montón.

La verdad es que aquellos cuerpos de mujer me provocaban cierta envidia, mis pechos pequeños no se acercaban en tamaño ni a los de mi madre, menos aun a los de mi abuela. Era y sigo siendo extremadamente delgada. El único sitio donde tengo algo de carne es en mi trasero, que si bien es pequeñito es prieto, como aún dice mi marido “cuesta pellizcarlo de prieto”.

Al llegar a mi casa mi madre abrió la puerta dejo pasar a su madre y, al revés de su costumbre, me hizo pasar a mi antes de que pasara ella. En aquel entonces que una madre le abriera la puerta a una hija era de lo más raro, era una de las maneras de demostrar la jerarquía dentro de la familia.

Al entrar mi sorpresa fue mayúscula, dentro de mi casa, atado con una cuerda a uno de los hierros junto a la chimenea, estaba el perro más grande que hubiera visto. Me quedé helada en la puerta, mi madre tubo que empujarme al interior de mi propia vivienda.

-Tranquila Anita – dijo mi madre, cuando al girarme vio mi cara de sorpresa – solo vamos a hablar, a lo mejor luego...

-¡Vamos a hablar! – inquirió mi abuela, interrumpiendo a mi madre.

Tras asearme, nos sentamos al rededor de la mesa, pero, curiosamente, en una posición en la que las tres podíamos mirar al perro, ahora tendido ante la chimenea encendida. Mi madre al acercarse puso tres vasos y la botella de anís en la mesa.

No permitieron que me explicara, durante la primera parte de la conversación, aquellas dos mujeres, me inundaron a reproches. Casi todas mis justificaciones eran respondidas con una severa mirada de mi madre. Al final tuve que pedirle perdón a mi abuela, por no relacionarme con ella en años y por no haberme sincerado con ella.

-Si te hubieras sincerado conmigo – dijo – seguramente todo nos habría ido mejor.

Estuvimos largo rato hablando. Por lo visto lo de mi abuela con los animales empezó a la semana de quedar viuda, mi abuelo había sido, según ella, un amante muy ardiente y bastante bien dotado que se la trajinaba cuatro y cinco veces por semana. A los pocos días de quedar viuda, yendo por uno de los caminos del pueblo a casa vio unos perros follando. Eso la puso triste y cachonda a la vez. Ese mismo día al llegar al establo de casa vio al mulo con la polla extendida, ya había visto al mulo así en muchas ocasiones,pero debido a su cachondez en aquel momento, se justificó a si misma diciéndose que el pobre animal jamas tendría el placer de una hembra.

Mi abuela siempre ha sido muy lanzada así que, cogió el pollon del mulo y empezó a pajearlo desde el capullo hasta la base, haciendo la misma presión que con mi abuelo, pero siéndole imposible abarcar todo el diámetro del cipoton con una sola mano empleaba las dos. Notaba las palpitaciones de la polla inmensa, esas palpitaciones la pusieron febril, eran más fuertes que las de la picha de su marido cuando estaba apunto de venirse. Cuando el mulo se corrió, dando unas culadas fortísimas, dejó el suelo y las manos de mi abuela perdidas de leche espesa, no pudo evitar sacarse la parte superior de la ropa y frotarse las tetazas con el carajo del mulo, esparciendo el equino esperma por ellas.

A partir de ese momento entro en una espiral. Las tres noches siguientes se pajeó, pensando como sería tener el capullo del mulo metido en el coño, pero le daba miedo que el animal se la metiera toda y la partiera en dos. Debido a ese miedo se hizo con un perro, dando la excusa a la gente, seguramente también a si misma, de que vivía sola y necesitaba protección. El primer día que hizo algo con el can fue pajearlo, como le había hecho con el mulo. El tacto de esa polla le encantó: dura, suave y húmeda. Dos días más tarde también lo pajeo pero estando ella completamente desnuda en el corral, antes de que el perro se corriera, empleó la punta del cipote para pajearse, cuando ella estaba a punto de venirse, el perro se zafó y dirigió su hocico a la entrepierna de mi abuela, que estaba en cuclillas. El animal solo tubo que darle tres lamidas, mi abuela re corrió bestialmente, según ella:

-Fue una corrida brutal, hasta entonces no había notado lamidas tan largas y profundas. Con lo cachonda que estaba caí al suelo exhausta del gusto tan grande que recibí.

Mientras yacía en suelo el perro no cesaba de dar vueltas al rededor de ella nervioso. Cuando mi abuela se recuperó del orgasmo trató de ponerse en pie, al hacerlo hubo un instante en el que estuvo a gatas en el suelo. Fue visto y no visto, aquel perro la montó con todas las de la ley, atinando en su raja a la primera, le dio culadas rápidas y potentes. Quiso librarse del sexual ataque pero el can la tenia muy bien asida por las caderas y no la dejaba volverse a tumbar en el suelo.

-Si no puedes luchar contra una situación- comentó la anciana – lo mejor es tratar de disfrutar de ella

Los caldos de la reciente corrida y la mojada picha del perro facilitaron que, a los pocos golpes de riñones, el perro metiera la masa de carne de la base de su cipote en el empapado chochazo.

-Como ahora sabes, fue un dolor muy intenso lo que me produjo, pero un dolor que mezclado con: el tamaño de la polla, la suavidad de la polla, las humedades de los dos sexos y sobretodo con el morbo de sentirse baja, sucia, utilizada como una perra, consiguieron que sintiera un nuevo orgasmo, muy intenso, prolongado por las descargas de leche que se derramaban en mi coño. ¡¡No te haces una idea de la cantidad de leche que soltaba cuando nos quedamos enganchados!!

Por mi reciente experiencia, supe a lo que se refería.

El anís que estábamos tomando ayudo a superar el frío y mi absurda timidez. A cada poco de las explicaciones de mi abuela, la interrumpía con preguntas sobre los detalles que me parecían más morbosos.

Empecé a sentir el desasosiego en mi interior, producido por el tremendo morbo que me hacían sentir las palabras de mi abuela. Ademas cada vez que miraba al enorme perro atado en la chimenea, lo veía cada vez en una posición diferente, pero enervante: sentado con la punta de la polla fuera de su funda, tumbado lamiéndose su bajos o simplemente sentado y mirándome.

-Pues mi historia es un poco diferente – empezó diciendo mi madre – en realidad cuando tu padre murió, lo sobrellevé bastante bien.

Por lo visto mi padre no era muy buen amante, según dijo mi madre entre las carcajadas de mi abuela. Por lo visto la tenia pequeñita, como un dedo meñique, ademas nada más bajarse los calzones se la endiñaba y a los tres o cuatro golpes de riñones se corría entre berridos. Soltaba mucha leche, eso sí, pero no la satisfacía para nada.

En cambio mi padrastro se revelo como un autentico amante, su dotación era normalita, pero suplía sus carencias, con habilidad, imaginación y morbo. Lo hacían casi a diario hasta que el murió. Ademas fue el primero en sodomizarla durante uno de sus imaginativos juegos.

Lo de mi madre empezó hacía unos 6 años, una noche cuando mi padrastro llegó a casa lo hizo acompañado de un perro. El muy cabrón se llevó a mi madre a la habitación y después de follársela él tan bien como supo, viendo a mi madre derrengada en la cama, trajo al perro e hizo que mi madre se pusiera a cuatro patas.

-Estando a cuatro patas, -me dijo mi madre - tu padrastro me puso su polla en la boca, al mismo tiempo que llamaba al pero para que pusiera sus patas en mi espalda. Como no lo consiguió me dijo que se la pelara al perro mientras se la chupaba a él.

Cuando el cabrón de mi padrastro estaba a punto de correrse, se la sacó de la boca. Mi madre no soltó la polla del perro, el calorcillo húmedo de la polla canina le estaba gustando. Entonces mi padrastro hizo que mi madre soltara la polla de aquel perro. El tío dijo a gritos que quería ver como el perro se follaba a mi madre. Según mi madre:

-No me resistí por muchas razones, pero sobretodo prevalecía en mi que sus juegos siempre hacían que me corriera una y otra vez. Ademas aquel perro tenia un cipote admirable, color rojo sangre. Solo de pensar en aquel día me vuelvo a poner cachonda.

Las tres mujeres nos reímos a modo de aquel ultimo comentario de mi madre.

Al final mi padrastro consiguió lo que buscaba, el perro le dio unos cuantos lametones el coño a mi madre que la hicieron ver las estrellas. Después el perro se subió encima de ella, agarrándola con fuerza por la cintura. En primera instancia, el perro no acertaba con el agujero, pero la rojiza punta golpeaba sin piedad el clítoris de mi madre. Esos golpecitos hacían que mi madre se calentara más y más, incluso después de la reciente corrida. El caso es que cuando mi madre por fin alcanzó un nuevo orgasmo, mi padrastro no la dejo descansar, él mismo guió la polla del perro al coño de mi madre, que vio como su orgasmo continuaba durante una eternidad que mi padrastro estuvo controlando al animal para que no metiera la canina bola de la polla.

Cuando el orgasmo de mi madre se suavizaba, mi padrastro no cesaba de hacerle preguntas a mi madre, “¿Te ha gustado?,¿Te has corrido bien eh?,¿Quieres más polla?, en el momento que mi madre ya no podía más, aquel cabrón liberó al perro de su control haciendo que se montara a tope, mi madre empezó a gritar de dolor, pero él no quería oírla, quería disfrutar, así que ahogó los gritos de mi madre metiéndole su propio cipote en la boca.

-No sabes lo que es eso. - me explicaba mi madre – Me sentía sucia, humillada, con el coño más abierto que en un parto. El dolor fue brutal, pero no sé porque no paraba de correrme.

Mientras mi madre explicaba la historia mi coño no paraba de destilar líquidos, imaginándomela sobre su tálamo con un perro follándosela a tope y sin poder decir nada porque tenia la boca llena de polla, la polla de su marido. Casi podía sentir lo que ella sentía, el dolor de la bola canina abriéndome la vagina, los chorros de semen dentro, muy dentro del coño, el rabo del animal frotando mis nalgas estando culo con culo, enganchados, los grandes chorretones de semen no paraban de manar, al mismo tiempo que mi hombre se derramaba en mi boca.

Cuando las narraciones terminaron me contaron que se sinceraron la una con la otra poco después de la muerte de mi padrastro y de mi boda. Mi madre sentía la necesidad de saber porque su madre y yo ya no nos tratábamos. Mi abuela, con algunas reticencias, se lo explicó todo.

-El tiempo – dijo mi abuela – pone a cada uno en su sitio.

La tertulia se prolongo por unos minutos más, pero no consiguieron evitar mis miradas al perro en la chimenea, ni consiguieron frenar el río de caldos de mi coño, tan abundantes que llegaron a mojar incluso mi pesada falda. Necesitaba la polla de aquel enorme perro lo mismo que se necesitan la comida, el agua o el sueño.

CONTINUARÁ