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Sexo y miedo (3)

en Grandes Series

Amigos míos, esta cobarde cumplió lo dicho. A las seis de la mañana estaba en pie. Me bañé rápidamente, me acomodé la última moda de ropa limpia que tenía y tomé mi guitarra.  ¿Creen que es estúpido huir por el miedo? Bueno, no es algo que se los desee, pero para aquel que siente el miedo, me comprenderá. No puedo decir que no sentí tristeza, algunas lágrimas arrancaron de mis ojos cuando los observé a todos por última vez, se habían transformado en mi familia. Antes de irme, besé la mejilla de Andru y deseé tanto quedarme a su lado, que todo lo que alguna vez pensé, se hiciera realidad. El dinero del empeño de la gargantilla para un demo lo dejé encima del bafle, envuelto en uno de mis pañuelos; el resto del dinero lo guardé para arrendar algo mientras encontraba un nuevo trabajo.

Desaparecí, me fui a otra ciudad para no encontrarme con nadie conocido y ahorrarme esas incómodas preguntas y respuestas. Encontré trabajo en una tienda de ropa, como vendedora. Me pagaban bastante bien. Bueno, cualquier dinero era mejor que lo que ganaba en los locales. Encontré departamento en un "condominio" para solteros. Eran cuatro edificios contrapuestos, y en medio, que era el patio, había una alberca rodeada de asientos. Todos se conocían, ya que no eran muchos los solteros que vivían ahí. Con decirles queridos lectores, que en mi edificio, de tres pisos, con suerte lo habitaban veinte personas, y en mi piso que era el último, lo compartía con dos. De por sí soy introvertida, imagínense en esas condiciones. Viví por más de un mes sin ser advertida, ni hablé con otro ser humano que no fuera con los colegas del trabajo y los clientes. No sabía que hacer, ni dónde ir. No tenía objetivo alguno, para pasar tiempo y gastar dinero que no necesitaba y que no sabía gastar, me metí en un gimnasio para que mis días acabaran más temprano y acabar más agotada, para no vivir las noches despierta, mientras todo terminara rápido, mejor. Creo que mi estado de ánimo no es el mejor ahora, amigos míos.

Salía a las seis de la tarde del trabajo, me demoraba menos de media hora en llegar al gimnasio, de siete a nueve de la noche me la pasaba ahí, sudando. Todo me parecía tan...irreal, VACÍA, así me sentí. Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Aún lo recuerdo. Luego de cada jornada en la trotadora, me iba a las duchas del gim. Todas estaban separadas por una pared de cerámica blanca, aunque no había cortina ni nada, sólo había un fierro de aluminio que servía de colgadero y ahí tendías tu toalla que también servía de cortina. Me hubiera bañado en mi departamento, pero no tenía agua caliente. Y así, en cada jornada, era una de las últimas en irme y me duchaba en la última ducha de la habitación, soy pudorosa. Cuando llevaba alrededor de tres semanas asistiendo al gimnasio, apareció esta chica, bueno siempre estuvo, pero me percaté después de eso.

Me llamó la atención su desfachatez para ser sincera. Recuerdo que estaba frente al gran espejo en el baño, era muy largo, para todas. Yo estaba arreglándome el cabello antes de irme. Quedaban duchándose no más de tres mujeres y de pronto veo que esta tipa sale del penúltimo baño totalmente desnuda, sin toalla alguna que la tapara, es más, la había dejado colgada en el fierrecito que antes les había mencionado. Me sorprendió su soltura y distraídamente la miré,, ella se colocó frente al espejo, se recogió el cabello, formándose un tomate y justo ahí me mira. No supe descifrar su mirada, pero fue intrigante. Creo que pensó que yo le diría algo, pero me limité a fruncir el ceño y ladeé mi cabeza con la misma tranquilidad en que me volví para verla. Terminé de arreglarme y me fui.

Desde ese momento me di cuenta de que esta chica realizaba los ejercicios muy cerca de mi y que se iba al mismo que tiempo que yo todos los días, aunque no le di mayor importancia. Habrán pasado dos días y ¡oh! queridos míos, la chica pasó al siguiente escalón. No me percaté del tiempo y me quedé hasta a las nueve y media, sólo quedé yo, algunos chicos y ella. Me fui al baño para ducharme. Me situé frente al espejo para ver mi aspecto (que no era muy bueno) y detrás de mi aparece ella. Se situó al otro extremo del espejo y comenzó a desnudarse con tranquilidad, como si estuviera en su casa. Me sorprendí tanto que comencé a mirar a mi alrededor para ver si venía alguien más. Fue increíble, pero no pude dejar de mirarla. Su piel era como la crema, ¿han comido alguna vez de esos helados de máquina o "americanos" como les llaman? bueno, su piel era como el helado de frutilla. Tenía los pechos alzados, redondos, con los pezones alzados producto de su desnudez. Con morbo, le miré el entrepierna y vi que no poseía ni un solo vello. Ella era perfecta. Tenía el abdomen plano sin un miligramo de grasa, un trasero realmente bello, que cualquier hombre hubiera deseado coger con fiereza. Estuve así, ensimismada como por treinta segundos interminables. Creo que la chica se dio cuenta de mi impertinencia, porque sonrió levemente. Saliendo de mi ensueño, tomé mi toalla, mi botella de shampoo y me dirigí a la última ducha.

Me lavé con velocidad, quería irme y salir antes que ella. Había alcanzado a enjuagarme el cabello, cuando siento que a mi espalda, alguien movió mi toalla. Di media vuelta y allí estaba, apoyándose contra la pared de baldosas, con las manos unidas, dejándolas caer hacia bajo, cubriéndose la vagina. Con una expresión poco más que infantil, se veía tan inocente con su corto cabello amelenado húmedo. Me miró por un largo rato y yo amigos míos, no sabía cómo reaccionar ante una situación así. Decidí entonces cruzar  mi cuadrado de ducha para tomar mi toalla e irme, pero me habló.

-Hola.- Dijo sonriéndome. Su voz era ternura, delicada.

Me pilló desprevenida y por inercia le respondí.- Ho...- Alcancé a decir y se abalanzó hacia mí, logrando que nuestros cuerpos chocaran contra las baldosas en un ruido sordo. Me tomó por la cintura y me besó suavemente, sólo entrelazó nuestros labios, nada más. Separándola en el acto, me sonrojé por lo que hizo y no fui capaz siquiera de insultarla. Me limité a pronunciar un "Lo siento" y dejé el espacio raudamente, tomando mi toalla a la vez y terminé de vestirme, todo mojada aún, en una de las bañeras restantes. Pensé que saldría detrás de mi, pero no. Mejor para mi pensé.

No fui al gimnasio en tres días, con un miedo a volver a encontrarme con ella, lo cual era ridículo, pues ella debería sentir vergüenza, no yo. Como sea, volví al cuarto día y en cuanto entré, la vi. Pasé de largo a una de las máquinas desocupadas sin mirarla. Hice los ejercicios de siempre, tomé el tiempo de siempre, pero esta vez pude ver que iba a la ducha antes que yo, lo que me tranquilizó. Me quedé nuevamente hasta tarde, tratando de recuperar el tiempo perdido y sin la preocupación de que estuviera en la ducha, ya que para el tiempo en que yo me fuera a duchar, ella ya debería haberse ido. Terminé, me sequé el sudor de mi frente, tomé el bolsón de mi casillero y me fui al baño de damas. Al entrar nuevamente la vi, y estaba esperándome, al parecer, tampoco se había bañado, aún estaba con su ropa de ejercicio.

No dije nada. Iba a pasar de largo cuando se interpuso en mi camino.

-Lo siento, ¿podemos hablar?- Su voz era monocorde, pueril.

-¿Sabes? No creo que haya mucho que tenga que hablar contigo.-Repuse con ironía- Además no tengo tiempo.

-Por favor, me avergüenzo de lo que hice el otro día. Sólo una corta explicación y te dejaré en paz.

-Dime.- Realmente estaba nerviosa compañeros. No sé por qué. La sobrepasé y me apoyé en la pared del fondo del cuarto. Sí que estábamos solas. Me sentía como si yo fuera una rata y ella una serpiente, totalmente acorralada.

-Yo…no sé cómo explicar lo que hice.- Dijo volteándose hacía mi. Guardé silencio y observé el sarro del piso ¿es que nunca lo lavaban?- Fue un impulso, no sé, pensé que tú…

-¿Yo qué?- Inquirí

-Bueno, no dijiste nada cuando viste que me desnudaba frente a ti…

-¿Qué querías que te dijera?, “Oye, tienes un tremendo pedazo de culo amiga”- Dije mofándome, ella sonrió.- Lo siento, pero no acostumbro a hablarle a la gente que se desnuda, es más, no estoy acostumbrada a la gente que se desnuda en un lugar público.

-Me miraste…y por mucho rato.

-Bueno…quedé sorprendida de tu descaro, nada más, eso no te da la chance de entrar cuando me baño, ni menos de besarme.

Se quedó callada, como pensando una respuesta. Yo volví a mirar el piso.

-¿Al menos te gustó?

¿Qué? esta tipa estaba bien zafada. Quedé atónita ante su pregunta. No articulé nada, sólo abrí los ojos estúpidamente. Comenzó a acercarse a mí. Enderezándome contra la pared, me puse a la defensiva.

-Si te asusté ese día, créeme que no lo hice a propósito. Fue un impulso que no pude reprimir, te observé todo el mes en que…

-¿Me observaste?- ¡¡Por fin dije algo!!

-Me gustaste, es decir me gustas…

-¿Eres…?

-Creo que es bastante obvio que soy lesbiana.- Dijo terminando mi frase.

-Bueno… yo no soy lesbiana.- Repuse.

-Se nota.- Se burló. Volvió a acercarse.-Eres muy lin…

-Te detendré ahí.- La interrumpí.- No me digas nada, de verdad me estoy incomodando.- Pareció no oírme y siguió aproximándose. Me encerró entre sus brazos, y ahí me quedé yo, como si todo el valor que tenía hubiera desaparecido en un pestañeo. Allegó su rostro al mío, y sus turgentes pechos rozaron los míos; mirándome fijamente.

-No lo eres, pero sé que te gustó…y sé que te atraigo.- Su seguridad era apabullante, era como un hombre, un hombre muy afeminado mis amigos.- Tus prejuicios son los que no te dejan. Te veré mañana.- Aseguró, y acto seguido me besó en la mejilla.

-Yo debo…-Titubeé patéticamente.- Me voy.

Me liberó sin más. Olvidándome del sudor, tomé mis cosas y me fui raudamente  de ahí. Llegué a mi casa y de inmediato me fui a la ducha, me enjaboné todo el cuerpo, como queriendo borrar el recuerdo, los deseos… ¿los deseos de qué? de nada.  Me vestí y me desmoroné sobre la cama. Pensé que me dormiría, pero no. Me debatí en la cama y no podía dejar de pensar en ella, y ni siquiera conocía su nombre. “Tus prejuicios son los que no te dejan” ¿De verdad soy lesbiana? ¡¡Ah maldita perra!! Mis queridos lectores, me hizo cuestionar mi sexualidad. Soy hetero, no hay hombre que no me guste, en cambio ella…

¿Iría mañana? ¿Ella me esperaría? Que estupidez. Nop. No hay nadie que te espere, es más no iré al gimnasio mañana, pero si no voy, le estaría dando la razón a ella. La odio a ella y a su lesbianismo. Ha!

Bueno, con mi orgullo heterosexual herido fui al gimnasio al otro día. Entré por la otra puerta. Di la vuelta al edificio entero para no encontrarme con ella y fui al segundo piso, donde nunca había ido. Media hora más tarde de lo normal, me fui a bañar. No sé por qué, pero tenía la esperanza de encontrarla en última instancia. Esto era insano.

Entré a las duchas y no había nadie. Bien, mi insulso anhelo desapareció. Caminé al vestidor. Me desvestí y salí con mi toalla derecho al último cubículo de cerámica para bañarme.  Entré distraídamente y ahí estaba. Completamente desnuda, mirándome fijamente. Pasmada, como estaba, parecí una niña con su tía de jardín cuando me tomó de la muñeca y me atrajo hacia ella. Con cautela, vigilándome, me sacó la toalla y la colgó de cortina en la entrada. Levemente me empujó bajo la ducha y dio el agua caliente. La torrentosa lluvia cayó por mí sin sentirla, aún estaba sorprendida, regocijándome secretamente de que estuviera ahí.

Me abrazó por la cintura y me besó. Instintivamente crucé mis brazos por su espalda y me entregué a ella. Me besó un poco más y se separó de mí para sonreírme con una alegría jamás vista. Me sentí excitada por ella. La besé con una ferocidad desconocida por mí. Bajó una de sus manos hasta mis muslos y comenzó a acariciarlos con suavidad y presura. Me rozó el culo ahora, con ambas manos, apretándomelo, haciendo que mi calentura aumentara. Le metí mi lengua en su boca y empecé a jugar con la suya.

-Recuéstate- Dijo en un susurro, casi inaudible por el ruido de la ducha.

Le obedecí en el acto y me acosté en el piso resbaloso. Me estremecí por el frío de las baldosas. Se puso encima de mí, besándome el cuello con lujuria. Yo no sabía que hacer, me volví a sentir virgen, ignorante en el sexo.

-Deja que yo me encargue.- Me avisó, adivinando mis pensamientos. Con una delicadeza, que solo una mujer completamente femenina puede tener, bajo por mi cuello hasta llegar a mis pechos con su lengua. Jugueteó con mis pezones duros, moviéndolos de un lado a otro, succionándolos, tirando de ellos y mordiéndolos con la justa presión como para que no me doliera y para que mi espalda se encorvara levemente. Volvió a bajar esta vez por mi vientre, cuidadosamente, recorriéndolo enteramente, llegando al bajo vientre y deteniéndose en mi pelvis. Bastó que introdujera la punta de su lengua en el inicio de mi vagina, para que escapara un gemido ahogado de mis labios. Se levantó y comenzó a besarme nuevamente e hizo algo que me hizo arder de placer. No metió sus dedos en mi concha, si es eso lo que piensan amigos míos, si no que aplastó la palma de su mano contra mi vagina, haciéndome nuevamente gemir. Lo volvió a hacer con más fuerza, sentí como si su palma tocara mi hueso, como si todos los recovecos de mi, ahora más que lubricada concha, fueran descubiertos y excitados. Prosiguió moviendo su mano de arriba abajo, sobándome la vagina, provocando que mi cuerpo se convulsionara bajo el suyo. Mi satisfacción era tan grande, que mis ojos se empañaron de placer, no sé si fueron las gotas de agua de la ducha que seguía corriendo sin cesar o mis propias lágrimas que bajaron por mis mejillas. Dejó  de besarme y bajó a mis tetas, mientras aún seguía sobándome, ahora con esquizofrenia. Las besó por todas partes, recorrió con su lengua, debajo de mi teta, la aureola de mi pezón, que al parecer era un punto erógeno desconocido por mí, que me estremeció aún más. Amigos míos, ella, no alcanzó siquiera a meterme un dedo en mi vagina y me fui con un gemido de satisfacción que bajó desde mis entrañas y explotó.

Desde aquel momento, no dejamos de vernos. Después de cada jornada, nos juntábamos en la última ducha, desnudas, expectantes. No lo sé. No me considero lesbiana, pero me encantaba estar con ella. Tocarla, apretarle sus tetas grandes y blancas, con esos pezones duros rosados, que cuando los rosaba, hacían que de la boca de Lucy (que era su nombre) salieran gemidos extremos, que hacían que me calentara por ella todos los días.  

Me enseñó a masturbarla. Con la punta de la lengua debía “acariciar” sus labios vaginales, de arriba abajo y con cuidado tantear su jugosa concha como un remolino. Llegar a su clítoris para jugar con él y morderlo con sutileza, aunque yo se lo mordía con más fuerza de la necesaria, porque cuando gritaba aumentaba mi lujuria. Me enseñó a introducir los dedos, no directamente, sino que con tino, tocarla, palparla, rosarla hasta que la misma concha te pidiera penetrarla, y si era así, un dedo, un solo dedo menearlo de forma circular, luego dos y tres, tirando hacia arriba, no hacia dentro como todos creen, apretando así a la vez el clítoris. Cuando  Lucy me masturbaba, me sentía en éxtasis, podría haber muerto de placer. Era increíble, como yo siendo una mujer, no sabía amar a una.

Nunca hablábamos, sólo nos saludábamos, nos decíamos la posición que debíamos adoptar y nos despedíamos. Aún así, yo podía adivinar sus estados de ánimo. Cuando veía tristeza en ella, sólo la recostaba sobre mí, le acariciaba el cabello, y ella lloraba calladamente. Nunca supe por qué, tampoco le pregunté, sólo la consolé.  

Por lo general, y adoraba hacerlo; me sentaba detrás de ella y comenzaba a besarla por el cuello, sus orejas, su clavícula. Tomaba entre mis manos sus tetas ¡¡SUS TETAS!! Eran tan suaves y tan duras a la vez. Eran como globos llenos de agua, que al apretarlos y estrujarlos, tienes las sensación de que se reventarán en tus manos. Los manoseaba como yo quería. Los oprimía con fuerza, moviéndolos para todos lados, mientras que exploraba su cuello con mi lengua. Piñizcaba sus pezones con malicia y los estiraba para luego soltarlos, viendo así el rebote de sus senos como pelotas. Bajaba mi mano por su vientre sin interrupciones, y le acariciaba su concha, ahogada de néctar claro y viscoso. Apretaba sus labios vaginales con mis dedos, causándole un orgasmo tremendo. Con ello, mi excitación también iba en aumento, y sin aguantarlo, le metía dos dedos con brutalidad. Sacándolos e introduciéndolos en un ritmo rápido y constante. Ella apretaba mi mano contra su vagina para que apurara el movimiento. Lucy no soportaba más de tres minutos ese compás, y se corría en mi mano y en la suya. Luego, se volteaba hacia mí, con su cara sonrosada por el calor, sus ojos tiernos por el cansancio y me besaba con dulzura, y después, bueno después yo era arcilla en sus manos y me volvía agua en sus caricias.

Todo fue así por alrededor de dos meses, sin dificultades. Viéndonos a escondidas, sin hablar más de lo necesario. Hasta que un día ella, en realidad, más bien yo lo estropeé.

Estábamos como siempre bajo la ducha tibia, bañándonos en placer. Ella estaba de espalda, con las piernas abiertas mientras le hacía sexo oral, ya que antes ella ya me lo había hecho. Me introduje hasta el fondo, tenía todo mi rostro encajado en su entrepierna, lamiéndola entera. Ella sentía tanto placer, que con sus manos atraía mí cabeza cada vez más hacía ella y en un orgasmo incontenible me dijo:

-¡Alex! ¡Alex, te amo!

En ese mismo instante me detuve. Me hizo despertar de esa dulce ensoñación llamada Lucy. Esa tierna ilusión que iba creciendo entre nosotras, se vio arruinada por la intromisión de los sentimientos. ¿Me amaba? ¿Cómo? Ese amor me hizo recordar a Andru y el miedo que los sentimientos hacia él despertaron en mí. ¿Yo la amaba? Fuera cual fuera la respuesta, no la supe. El terror irracional que me ha seguido por todas partes, en toda mi vida, la opacó. No, no me quedaría para averiguarlo.

-¿Qué sucede?- Me preguntó consternada por mi detenimiento y silencio de largos segundos.

-No, nada. Sólo…sólo debo irme.- Le dije, como si estuviera drogada. Me paré con tranquilidad,  aún pensando, ensimismada en mis resoluciones. Tomé mi toalla y salí de allí. Sabía que ella no me seguiría, siendo eso un gran bálsamo para mi propósito. Me vestí, cogí mi bolso y me salí del lugar para no volver nunca más, y  para no volver a ver a Lucy…jamás.