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Sexo Fatal

en Confesiones

- Cuando son las doce de la noche con veinte minutos ¡Y! Dieciocho grados de calorsh... Párame la música Dj Flop, que tenemos un llamado.-La música de fondo para. -¿Aló, aló? ¿Con quién tengo el gusto?

Se escucha el movimiento del teléfono al acomodarse.

-Hola, con Escorpión treinta y seis.

-Yiaaaa… ¿Y? dígame Escorpión treintañero, ¿Para qué nos llama usted a estas altas horas, compadrito?

-Emmm… bueno, te llamaba pa’  poder desahogarme.

-Desahogarse… desahóguese compadre, los radioescuchas estamos a la espera.

Se escuchó el suspiro tembloroso del interlocutor.

-Bueno todo esto comenzó hace un año, año y medio quizá. Emmm… conocí a una mina…

-¡Una mina! ¿Cómo la conociste?

-Cuando le saqué un parte.

-At yaaa, o sea que usted mi amigo es un policiass.

-Lo era.

-¿Cómo que lo eras? Ya, mejor te escucho… dele no más compadre.

-Bueno, yo estaba en un turno de viernes por la noche. Tenía que controlar a los conductores que salían del barrio Francia.

-La nueva ley “Cero alcohol” supongo.

-Sí. Teníamos que cuidar de que nadie anduviese ebrio y conduciendo… la cosa es que, hice parar un Toyota rojo…

-¿Y?

-Hice que retrocediera y que se estacionara junto a la acera. Me acerco a la ventanilla y le hago señas para que baje el vidrio. Cuando lo hace Beto…

-Te apuesto a que era la tremenda minita ¿o no?

-Era hermosa, rica de pie a cabeza.

Se oye la risa del locutor.

-Y a ti se te “pararon” todos los pelos supongo.

Las risas de la gente en el estudio, se escuchan por la transmisión.

-Ja, ja… si, se paró todo. Le digo que se baje del auto, que no se preocupe, que esto sólo es un control de rutina para evitar accidentes.

-¿Con qué ropa vestía? Cuéntenos hermano, no sea egoísta con el prójimo.

-Andaba con un vestido a medio culo, negro.

-¡Ah! mierrrrrr….

-Era morena, del cabello largo y…. piernas largas. Saco la maquinita para hacer el “alcotest”, le explico que tiene que soplar y toda la parafernalia. La maquina sonó y marcó 2.5 grados de alcohol en la sangre.

-O sea que la mina andaba más cocida que culo de bebé…

Se oyen risas.

-Le pido los documentos y los papeles del auto. Cuando examino el carnet de conducir, compruebo que la mina tenía cuarenta años.

-Señora de las cuatro décadas, y pisadas de fuego al andar… - Tararea Beto -¿Cuarentona? ¡Mish! ¿Cómo se llamaba?

-Paula. Bueno, le digo que no puedo permitir que conduzca en estado de ebriedad, que tendré que llevarla detenida y pasarle un parte. La mina estaba tan ebria que ni rechistó.

-¿Te la llevaste a la capacha?

-Sí.

-Vamos al centro del asunto compadrito, ¿Se la comió o no se la comió?

El interlocutor ríe.

-A la mañana siguiente, la mujer pagó ella misma su fianza y me dijo que si podíamos vernos extraoficialmente.

-Ni tonto ni perezoso. ¿A qué motel te la llevaste?

-Ja, ja, ja. No… tampoco tan rápido. Me dio su número de teléfono y quedamos ese mismo sábado, que era mi día de franco…

“…La invité a cenar. Cuando apareció por la entrada del restaurant, casi me da un infarto. Llevaba un traje de dos piezas color rojo, que se le ceñía completamente al cuerpo. Traía su cabellera azabache suelta, y unos tacones negros que estilizaban aún más sus piernas torneadas.

-Así que eres psicóloga.

-Sí.- Me contestó ladina. Tenía unos ojos oscuros preciosos.

-Y das clases en la Universidad…mira tú.- Le sonreí mientras bebía un trago de champagne.

-Hace mucho rato que quiero hacerte una pregunta.- Dijo apoyando los codos en la mesa.

-Dispara.

-¿Llevas tu pistola de servicio?

Alcé una ceja sorprendido por su pregunta. Dejé la copa en la mesa, y haciendo un lado mi campera, le dejé ver mi arma enfundad en mi cinturón.

-Siempre me han excitado las armas.- Susurró bajito para que sólo yo la oyera. Acto seguido, su pie desnudo subió por mi pierna, sobándome.

Le sonreí lascivamente.

Nos fuimos a su casa sin dejar de toquetearnos y besarnos en el trayecto. Abrió la puerta de su departamento a duras penas por mis embistes lujuriosos. A oscuras, llegamos hasta su habitación. Encendió una lamparilla que iluminó parcialmente la alcoba espaciosa. Me quité el arma y la dejé encima de una de sus cómodas.

La tomé por la cintura y la dejé caer sobre el colchón. Me coloqué sobre ella, aplastándola con mi cuerpo, recorriendo ávidamente sus piernas con mis manos.

-¿Qué llevas puesto?- Le pregunté contrariado, levantando su falda hasta su cintura.

Pude ver sus muslos morenos y fuertes, arropados por unas medias finas, sujetas a un portaligas de color negro, que a su vez iban  liadas a unas bragas pequeñas de encaje a juego. Tragué saliva.

Paula apretaba y movía los muslos, tratando de saciar el cosquilleo de su entrepierna. Metí mis manos entre sus piernas para abrirlas y masajear su parte interna, eran muy suaves. Ella soltó jadeos entrecortados. Volví a ponerme sobre ella y lentamente fui desabotonando su chaqueta. Debajo traía una blusa blanquecina, casi transparente.

Paula se irguió para sacarse la chaqueta y la blusa por la cabeza, sin molestarse en desabotonarla. Yo la imité, tirando  mi camisa a uno de los lados de la cama. Se desabrochó los sostenes y sus senos quedaron a mi disposición. Eran redondos, aunque algo caídos. Tomé uno de ellos entre mis dedos, acariciando su textura lisa y blanda. Su pezón oscuro, creció bajo la palma de mi mano, me incline e introduciéndolo en mi boca, chupé fuerte. Paula se quejó sin miramientos, movió su pelvis debajo de la mía, buscando el roce de mi entrepierna.

-Juguemos un rato- Le dije con voz grave.

-Los juegos son para los niños.- Susurró sin respiración.

Levanté mi vista hacia ella, sin dejar de torturar su pezón con mis labios. Me separé de su pecho un instante. Introduje una de mis manos por su intimidad, por debajo de sus bragas, y con dedos hábiles y calientes, acaricié su vagina depilada y húmeda.

-Deberían gustarte los juegos.-Reiteré, introduciendo la mitad de mi pulgar, haciendo que a Paula un escalofrío le recorriera el cuerpo. Me recliné sobre ella para poder jugar ahora con su otro pecho. Lamí la aureola de su seno, mordisqueé y tiré de su pezón con bestialidad, también exasperado por llegar a la verdadera acción, pero no existe mayor placer, al menos para mí; que estimular hasta tal punto a una mujer, haciendo que acabe tan sólo con tus caricias.

Con más seguridad, retiré al pulgar de su tortura, y en su lugar, lo reemplacé con dos dedos, metiéndolos de sopetón en su interior. Ahora sí que Pula gemía de verdad. Alcé mi cabeza para poder llegar a su rostro. La besé, juntando mi lengua con la de ella, obligándola a que respondiera con mi mismo frenesí. Seguí masturbándola sin detenerme. Cuando las paredes de su vagina, parecieron oprimir mis inquietos dedos, supe que estaba a puntos, así que hice que mi pulgar apisonara su clítoris. Y cómo si aquello fuese un botón automático de descarga, Paula se desvaneció entre mis dedos, con aullidos de satisfacción ahogados por mis besos.

-¿Viste? Y tú que no querías jugar.- Musité son sorna, y, hay que reconocerlo, con vanidad.

Ella no respondió, se quedó con los ojos cerrados, tratando de recuperar la respiración. Aproveché aquel momento. Me desabroché el cinturón, abrí mi bragueta, bajé un tanto mi bóxer, y vi aparecer mi erección, contundente y enérgica. Tomé una de sus piernas y la pasé por mi hombro. Pude vernos a nosotros desde arriba. Ella exhausta, semidesnuda y yo,  con un muslo envuelto en medias con portaligas, con su zapato de tacón aún puesto, a un lado de mi cuello. Imaginarme aquella escena, hizo crecer mi libido.

-¿Tomas la pastilla, verdad?- Pregunté para cerciorarme. Paula asintió cansinamente.

Bien. Me agarré a su cadera con mi única mano libre, y haciendo a un lado su braga, la ensarté con un solo movimiento.

-¡Ah!-Gritó. Solté un bufido al sentir su vagina tibia y acuosa.

Me salí, tomé impulso, y volví a embestirla con brutalidad, hasta el fondo. Paula gemía sin siquiera abrir los ojos, absorbiendo todas las sensaciones. Me aferré a su muslo, hundiendo mis dedos en su delicada carne, usándolo como asidero para mis penetraciones. Con algo de dificultad, me cerní sobre ella, descubriendo que ella poseía gran elasticidad, al hacer llegar su rodilla casi hasta su pecho. Me adentré aún más en su vagina, si es que cabía esa posibilidad. Paula, presa del éxtasis, llevó sus manos a mi espalda y clavó  sus uñas en ella. Dejé escapar un gruñido gutural por el dolor. Con algo de rabia, aceleré mi ritmo, ensartándola una y otra vez.

-Ya no puedo más.- Dijo sin voz, dejándose ir entre mis penetraciones implacables.

Yo la seguí unos segundos luego, corriéndome en su interior con un gemido mudo, encerrado en mi garganta. Me desvanecí, cayendo a su lado.

Así comenzó nuestra relación…”

-Wow, con esa historia hasta yo me metería a policía… ¡Tremenda mujersh! ¿Qué edad tenías en ese entonces, compadrito?

-Treinta y cuatro.

-Ah, o sea que ustedes se llevaban por seis años…

-Sí.

-La suertecita suya. La fantasía de cualquier hombre: Una mujer mayor. ¿Cuánto duraron?

- Duramos alrededor de nueves meses.

-¿Y por qué se terminó?

-Porque surgió un gran problema.

-Dígalo compadrito, aquí estamos para escuchar.

-Resulta que Paula, tenía una hija…

-¡Ah! Déjame hasta ahí no más ¡Déjame hasta ahí no más!- Gritó Beto en tono jocoso- Creo que ya sé lo que viene…

-Yo nunca quise nada con ella en realidad.

-Y… ¿Hay que creerte?- Preguntó irónico, provocando risas en el estudio-  Si la madre era rica, no me quiero ni imaginar a la hija.

-O sea, sí… Ángela, que es el nombre de esta niña,  era igual de bonita que Paula.

-¿Qué edad tenía la péndex?

-En ese entonces… tenía unos veintidós años.

-Es decir, usted compadre padeció de la enfermedad de la “Lagartija”. ¿Y qué onda?

-Nada, es decir, la chica era igual que su mamá en todo sentido. Igual de osada, traviesa, extrovertida…

-¿Te tiraba indirectas?

-Más que indirectas. Hasta que un día… bueno…sucumbí.

-¿A ver? Cuéntenos amigo.

-  Cuando llevábamos como seis mese de relación, decidí ir a su departamento sin previo aviso. Como Paula me había entregado la copia de la llave de su casa, llegué y entré, pensando encontrarla ahí. Justo cuando iba entrando, vi pasar a Ángela, semi desnuda, a penas tapada por una toalla, saliendo del baño. Ella justo se volteó y me vio.

“-¡Perdón! ¡Perdón!- Dije avergonzado por la situación. Cerré los ojos burdamente y di media vuelta para salir de la casa.

Ángela rió de mi reacción.

-No seas tonto, pasa. Estoy bien tapada.

Me giré hacia ella, cohibido por tenerla enfrente.

-Lo siento por usar la llave sin permiso, pensé que encontraría a Paula.- Expliqué.

-No, mi mamá tenía unos atados en la Universidad.- Dijo mientras se volteaba para irse a su habitación- Hoy la llamó temprano el rector y tuvo que acudir de inmediato.

-Ah.- Articulé aún incómodo, después de todo, la chica es la hija de mi pareja.

Me senté en uno de los sitiales, en silencio. Lo mejor será irse. Esperé unos quince minutos, a ver si Ángela parecía para despedirme, pero como no salió, me despedí en voz alta:

-¡Ángela! Ya me voy. Dile a tu mamá que vine.- Le grité, parándome del asiento.

-Espera, espera.- Oí que dijo, y unos segundos después, apareció por el pasillo ya vestida. Llevaba unos jeans negros, junto a un top amarillo. Se dejó la cabellera ondulada, suelta. Era el vivo retrato de su madre, sólo que unos años más joven. Mi mente comenzó a analizar su cuerpo, pero me detuve a tiempo. Eso no estaba bien.

.-No te vayas tan pronto, quédate un rato.-Sugirió- Quizá llegue antes ¿Quieres algo?

-No, gracias.- Respondí, sentándome nuevamente.

Pasaron varios minutos y Paula aún no llegaba. Ángela me hizo compañía, charlamos un buen rato. Era una chica bien culta, además, para mi suerte, compartíamos los mismos gustos musicales, por lo que la conversación se me hizo muy amena… el problema fue cuando entramos a terrenos íntimos.

-¿Cuántos años me dijiste que tenías?-Preguntó.

-Treinta y cuatro.

-Te ves más joven, pareces de treinta.- Dijo con una sonrisita traviesa.

-Gracias.- Contesté, sin saber cómo responder a ello.

-Incluso- Prosiguió- Creo que mi mamá se ve mucho más mayor que tú.

-Nah, tu mamá es estupenda.-Dije defendiéndola.

-No estoy diciendo lo contrario, sólo digo que tú te ves más joven que ella.- Asentí distraídamente- Es más, creo que tú y yo, parecemos de la misma edad.- Apuntó.

Ahora, en verdad, no tenía nada que decir. Eso era una indirecta con todas sus letras, y contra toda voluntad, apareció en mi cabeza la imagen de ella y yo juntos.

-No exageres, no creo verme tan joven.- Bromeé para sacarle hierro al asunto.

-Eres muy atractivo.- Masculló. Su mirada se oscureció. Era una mirada cien por ciento lasciva, y por instinto, sufrí una leve erección.

-Gracias.- Hablé en tono serio, molesto por mi reacción.

-¿Yo no te parezco atractiva?-Preguntó.

-Eres tan linda como tu madre.- Respondí sin pensarlo.

Ángela hizo un mohín. Esa no era la respuesta que esperaba…creo.

-Me gustas.- Soltó sin más. Yo quedé pasmado.-Se ve que yo también te gusto, de otra manera, no harías tantos intentos por esquivarme siempre.

-Mira Ángela…-Comencé a decir, pero callé cuando vi que se paró y caminó hasta estar delante de mí.

-Te gusto.- Repitió. Se ahínco, quedando de rodillas.

Más que perturbado por la situación, traté de erguirme, pero ella me lo impidió. Situándose entre medio de mis piernas, apoyó ambos codos en cada uno de mis muslos e hizo que sus manos ascendieran por ellos hasta llegar a mi entrepierna erecta, rosándolo delicadamente.

-Oye ¿Qué haces?- Espeté, sin saber aún cómo reaccionar. Sé que debería mostrarme ofendido o enojado por todo esto, pero la situación me parecía tan irreal que no sabía cómo actuar.

-Dando el paso.- Contestó sin inmutarse.

-Tu mamá…

-¿Mi mamá qué?- Dijo irónica- Ella no tiene por qué saberlo.- Su mirada de ojos negros me hipnotizó y ya me vi fuera de combate.- Nada de lo que ahora ocurra tiene que saberlo, así todos seremos felices.- Finalizó con vehemencia.

Su mano derecha desabrochó mis jeans y soltó mi pene. Se relamió de liberadamente los labios y tomó mi miembro entre sus manos frías. Su contacto me hizo temblar. Ella rió silenciosamente. Acarició mi glande con el pulgar, esparciendo una gota de líquido pre-seminal que había escapado. Se llevó el pulgar a su boca y lo chupó, sin dejar de observarme. Sufrí otro tirón en mi entrepierna. Me agarré a los posa brazos del sitial.

-Déjamelo todo a mí. Así no sentirás tanta culpa.-Soltó con desenfado, y sin previo aviso, engulló mi pene.

Se entretuvo lamiendo y succionando mi glande por un rato. Luego, poco a poco fue introduciéndolo casi por completo en la boca. Primero la mitad, corriendo el prepucio hacia tras y chupando como si se le fuera la vida en ello. Se lo sacó de la boca y lamió mi miembro desde la base hasta la punta, sin perderme de vista.

La imagen de ella, arrodillada ante mí, era tan erótica y adictiva, que hacía que yo sólo me remitiera a mirar y a jadear, sólo a eso.

Volvió a introducírselo en la boca, pero esta vez por completo. Al principio parecía tener arcadas y dificultades para mantenerlo dentro por entero, sin embargo, al cabo de unos instantes cedió. Lo sacó, pasó la lengua por la hendidura del bálano, me masturbó dos veces y volvió a metérselo en la boca.

Así, repitiendo aquel proceso por largos minutos, logró que llegara al clímax.

-Hazte a un lado.- Gemí, presintiendo que acabaría.

-Acaba.- Me azuzó, chupándome el pene nuevamente. Sin resistir más, me corrí dentro de su boca, soltando un suspiro de alivio.

Cerré los ojos y dejé caer mi cabeza hacia atrás. No sabía si sentir satisfacción, ira, culpa, alegría… era un torbellino de emociones.”

-¡No te puedo creer!- Exclamó Beto de forma exagerada- Esa niña simplemente la cagó.

-¿Cómo crees tú que me sentí en ese instante? Sabía que la chica era atrevida, pero jamás pensé que llegaría a ese extremo. Yo tampoco estuve bien, lo admito, lamentablemente la carne es débil, Beto.

-Ya me imagino… -Hubo un silencio parcial-¿Qué pasó luego?

-Lo que tenía que pasar, a ambos nos quedó gustando la tonterita de ser amantes.

-¡Ah! O sea que le siguieron dando.

-Sí.

-¿Y por cuánto tiempo más o menos?

-Por dos o tres meses, no me acuerdo muy bien.

-Hasta que…

-Hasta que Paula nos descubrió. Fue un error estúpido en verdad. Yo me quedé uno noche con Paula, pero ella tenía que ir a trabajar al otro día y yo tenía franco, así que me quedé hasta la mañana siguiente. En cuanto Paula se fue, Ángela se metió en la pieza… y justo cuando estábamos a punto, Paula entra en la habitación buscando algo que había olvidado y nos encuentra…

-¡Chuuuu! Compadrito… ¿Y qué pasó? Quedó la cagada supongo.

-Paula se volvió loca. Tiró de los pelos a Ángela, la jaló de la cama y la arrastró por el piso hasta el living para pegarle.

-¿Y qué hiciste tú?

-Yo trataba de calmarla, de hablarle con psicología. Tenía miedo de que se le pasara la mano con Ángela. Paula lloraba y gritaba enceguecida.

-No es pa’ menos compadre, era su hija. Yo creo que la señora de las cuatro décadas estaba enamorada de ti. Ver al mor  de tu vida, entre comillas, y a tu propia hija, engañándola ambos, debe ser bastante chocante.

-Mmm… Después de eso, terminó todo. Me alejé de ambas, perdí contacto.

-Uf, me lo imagino. ¿Nunca más volvieron a verse?

-Cuando habían pasado unas seis semanas de eso, Paula llama a la estación un día domingo y pide hablar conmigo.

-¿Y?

-Hablamos tendidamente por harto rato. Me dijo que me extrañaba y que estaba dispuesta a perdonarme…

-Esa mina te amaba, ¿Tú sentías algo por ella o no?

-Yo la quería, pero no de la forma en que quizá ella lo hacía, ¿Entiendes? Cuando pasó todo este enredo, me cuestioné bastante, y pensé que si la hubiese amado lo suficiente, nunca hubiese sido capaz de serle infiel, menos con su propia hija.

-Claro… ¿Qué le respondiste entonces?

-Que lo mejor que podíamos hacer era dejarlo todo hasta allí, que aunque ella me perdonara, siempre estaría el recuerdo impertinente de que yo la había engañado con su hija, que nada volvería a ser igual…

-Por lo menos fuiste sincero…

El interlocutor ríe tristemente.

-Era lo mínimo que podía hacer después de todo ¿No? Aún la quería lo suficiente como para no querer hacerle más daño.

-¿Qué te respondió?

-Nada. Comenzó sollozar y me dijo que me quería y todo eso. Como vio que no iba a ceder a que volviéramos, me propuso algo.

-¿Qué? No nos dejes intrigados Escorpión de  doble aguijón.

-Ja, ja… me ofreció un “remember”.

-¡¡Nooo!! Esa mina es masoquista. Te apuesto a que le dijiste que sí.

-No. Le dije que si lo que quería era que nos viéramos, lo mejor sería que nos juntáramos a cenar, sin doble intenciones, sin nada.

 -Bien compadre. ¿Y qué onda? ¿Cómo fue?

-Nos juntamos el jueves de esa semana, después de mi turno. Estaba demacrada, ojerosa, mucho más delgada. Sentí aflicción al verla. Hablamos, discutimos… luego de un rato, me levanté para ir al baño. Cuando volví, había pedido un vino. Bebimos y en cosa de no sé ¿cuatro minutos? Me fui a negro.

-¿Cómo que te fuiste a negro?

-A negro, se me apagó la tele, perdí la conciencia de un momento a otro. Sentí tanto sueño que no pude soportarlo.

-¿O sea que la mina te puso alguna droga en el vino?

-Sí. Me drogó.

El estudio enmudeció.

-¿Qué pasó cuando despertaste?

- Cuando desperté, no sabía dónde estaba. Aparecí en una habitación amplia e iluminada. Poco a poco fui habituándome al lugar hasta reconocerlo. Era la habitación de Paula. Sentía cada latir de mi corazón en mis sienes, los párpados me pesaban. Cuando me vi totalmente despabilado, me di cuenta de que estaba desnudo. No recordaba haber tenido sexo, es más no recordaba nada desde la cena. Comencé a buscar por la habitación alguna señal de Paula. Traté de alzar mis piernas para moverme,  pero un peso me lo impedía. Bajé la vista y todo mi mundo de vino al suelo…

El interlocutor se interrumpe.

-¿Qué viste compadre?

-Beto…- Siguió Escorpión con voz trémula-… a los pies de la cama, estaban Paula y Ángela… muertas.

Todos los escuchas, acallaron. Sólo se escuchaba la respiración del locutor.

-…

-…

-¿Cómo muertas?

- Ángela estaba con la mitad del cuerpo sobre la cama, boca abajo con una perforación en la nuca y Paula estaba a su lado, estirada, con las piernas colgando por el borde, con la sien destrozada… Ella, Paula, tenía mi pistola de servicio en la mano.

-…Estoy en shock compadre…

-Loco, yo no lo podía creer. Cuando comprendí lo que había pasado, comencé a llorar con histeria, no, no podía racionalizar lo que estaba pasando.- Se detuvo para tragar aire-  Cuando logré calmarme, llamé a un amigo, le conté lo que estaba pasando y… y él que también es policía, llegó con apoyo.  Me sacaron de ahí no sé cómo, estaba en trance, era incapaz de asimilar nada.

-Ella se suicidó junto a su hija, su hija la mató ¿Qué pasó?

-Cuando los peritos llegaron al departamento, encontraron una carta de despedida de Paula, que iba dirigida a mí…

-¿Qué decía?

-En breves palabras, decía que…- El interlocutor suspira con esfuerzo-…decía que me amaba, que no podía vivir sin mí y que ante mi negativa de volver, había decidido suicidarse.

-Increíble, viejo… ¿Y la hija? ¿Por qué estaba muerta?

-En la carta escribía que yo tenía razón, que ella nunca podría olvidar la traición de su hija. Por eso, si es que ella llegaba a morir, tenía la certeza de que Ángela volvería conmigo, de que volveríamos a estar juntos, y para evitar eso, había decidido matar a su hija y luego matarse ella.

-No sé qué decirte, viejo… no tengo palabras. ¿Qué, qué pasó contigo? ¿Te culparon de algo?

-No, o sea, pidieron mi declaración. Les conté lo que había pasado, de que había quedado inconsciente y que desperté allí sin saber que mierda pasaba. Para corroborar lo que había dicho, me hicieron un examen de sangre y descubrieron que tenía rastros de benzodiazepina…

-Somníferos…

-Sí. No pudieron probar nada contra mí, pero me dijeron que un policía no podía verse envuelto en un caso de esa magnitud, así que me hicieron un sumario, donde puntualizaron de que todo ello se debía a mi irresponsabilidad, ingenuidad e ineptitud, sobre todo porque el asesinato y el suicidio se había producido con  mi arma, con mi arma de servicio, por lo tanto me suspendieron.

-Qué quieres que te diga compadre… me toca escuchar de todo en esta radio, pero nunca un caso tan espantoso como el tuyo… ¿En qué estás ahora? ¿Cómo superas algo así?

-Yo no creo que se supere. Han pasado casi dos años desde que todo esto pasó y aún no lo olvido. Cada vez que voy en mi auto, en el metro o caminando por la calle, y una mujer me mira o se me insinúa de alguna forma, recuerdo lo sucedido. ¿Cómo vas a volver a confiar en alguien, sin saber realmente qué es? ¿Comprendes? Sólo trato de confrontar y adherir esto  a mi vida diaria.

-Obvio, yo creo que esta mina ya tenía algún problema emocional difícil, que tu infidelidad hizo reventar el dique, produciendo, no sé, algún brote psicótico grave. ¿Estás con ayuda psiquiátrica?

-No, no quise aceptar la ayuda de ningún psicólogo, psiquiatra lo que sea. Paula era psicóloga, Beto, me recuerda a ella. Uno o dos amigos saben de esto y bueno, ahora tú y obviamente la gente que escucha la radio a esta hora. Necesitaba desahogarme, necesitaba  ser escuchado de alguna forma. 

-Compadre, espero que le hayamos podido ayudar en algún sentido. Creo que todos aquí en el estudio quedamos hechos piedra con tu historia. Te deseamos lo mejor de aquí en adelante, que ojalá logres encontrar el modo de salir de todo ese lío, por llamarlo de alguna manera; ojalá esto no te siga afectando de aquí al futuro y que de alguna forma vuelvas a confiar en las personas… no todos somos iguales, recuerde eso viejito.

-Gracias Beto y… nada, no me queda nada más que decir. –Suspira- Emmm… Agradezco la oportunidad de librarme un poco de esta carga. Buenas noches chicos.

El interlocutor cuelga.

-Nuestros mejores deseos para Escorpión treinta y seis.  Ahora amigos míos, nos vamos a una pausa para luego volver con “Voz de medianoche “, pero antes, un tema para ti, Escorpión- Susurra con voz  suave- ¡ESTO ES!: “You’re Crazy”. 

                                                                                                                                                                                                                                   'N.