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Follada por el deseo

en Fantasías Eróticas

 

¿Y bien, y ahora qué?

Es uno de los peores días de la semana. Lunes. Más aún cuando tuve que trabajar todo el fin de semana, con el agregado de haber recibido tres ramos reprobados hoy en la Academia. Son las siete de la tarde y el sol parece no menguar su puto calor. No soy pesimista, en lo absoluto, sólo que el verano me pone de mal humor, y tomar el metro a esta hora de la tarde es casi como entrar a un sauna. Toda la gente sudada, pegajosa, exhalando vahos tibios a su proximidad.                                                                                                                                                                                                                      Pero no todo en la vida es malo, siempre hay algo bueno en estos casos, y es que me encuentro con mi amor platónico. Hace un mes fue cuando lo vi en el andén. Lo vi porque él me miraba y me sentí bastante cohibida y no lo pude observar muy bien. Al otro día, recorriendo el mismo tramo para alcanzar el último vagón más vacío, pude verlo. Usaba melena, su cabello era castaño claro y un poco ondulado. Era bastante alto, y usaba una ramera sin mangas, que dejaba al descubierto sus brazos tatuados. Lo he visto sonreír pocas veces en estos días, sin embargo, las veces que lo ha hecho, me deslumbra su blanca hilera de dientes Debo admitir que soy bastante psicópata con él. Lo busco con la mirada cuando no lo encuentro, me pongo celosa cuando alguna mujer lo mira, ¡¡Cómo si el fuera mio!! También, la frustración que me embarga cuando baja. Siempre lo hace una estación antes que la mía. Yo me bajo en la última. Ruego el día en que me hable, quisiera saber el sonido de su voz.

Mas aún, aquí estoy. Luchando contra una vieja regordeta la oportunidad de entrar al vagón y ganarle un asiento. Hoy no pienso ser buena samaritana, no, me merezco algo de descanso. Cuando todos vimos que se acercaba el Metro, comenzamos a corrernos de a poquito, a ver si nos situábamos justo delante de las puertas. No es primera vez que lo tomo y calculé donde pararía. Se abrió y una avalancha de gente me arrastró con ella, y para suerte mía, a los asientos del lado opuesto. Sentí como un triunfo el haberle ganado a aquella señora, que se quedó de pie a mi lado. Me coloqué los audífonos y me distraje con la música. Tranquilamente recorrí los rostros del gentío a mi vista ¿Qué más puede hacer uno cuando estás ahí? Los ojos de un tipo, entrado en edad, me miraban las piernas descaradamente. Recordé que andaba con minifalda y en un segundo, las tapé con mi bolsón. Después de eso, no quise observar a nadie más.

Una, dos, tres... Me faltaban catorce estaciones para llegar a mi destino. En mi hastío, miré hacia el fondo del vagón. Mi corazón dio un vuelco pueril. Estúpidamente nerviosa ladeé la cabeza hacia la ventana, tratando de disimular inútilmente mi alegría al verlo allí. El chico de mis ilusiones estaba a un lado de unas de las rendijas entreabiertas, recibiendo todo el aire posible, con los ojos cerrados. Su cabello ondeaba un poco. Todo adquiría otro color. Lo más bueno de todo, era que él no podía verme, debido a mi posición. Y así, regocijándome, fui perdiendo el hilo de mis pensamientos, entre mezclé  imágenes, situaciones, conversaciones…. Hasta que caí en un profundo sueño.

-¡Próxima estación, “Las gaviotas”; combinación con línea 1!

Escuché la indicación de la voz proveniente de los parlantes, pero fue realmente el roce de alguien tratando de esquivarme el que me despertó. Abrí los ojos un poco asustada, pensando en que ya habíamos llegado al final. Luego me percaté de que faltaban cinco estaciones aún. Miré nuevamente hacia el fondo y quedé petrificada. Fui lo suficientemente estúpida como para no mover un músculo en 60 segundos. ÉL estaba ahí, el chico que alegraba mis tardes y mis mañanas. Sólo estábamos él, yo y una señora, que se situaba en los asientos de mi izquierda. Mi temor aumentó, cuando vi que él también me miraba. Ni siquiera fui capaz de quitarle la mirada, podía ver la curiosidad en su semblante al pasar los segundos. “Concéntrate, has algo” me dije y sonreí. ¡SONREÍ! ¿Pude haber hecho algo más estúpido que eso? Me imagino mi risa retorcida, en somnolencia y terror. Exhalé un suspiro, pero para mi sorpresa el sonrió de vuelta. El corazón era un motor en funcionamiento, ladeé la cabeza para no seguir viéndolo y fingir que miraba el paisaje. Era un movimiento realmente idiota, pues acabábamos de entrar al subterráneo. Me reí de mi estupidez. Cerré los ojos y puse en marcha las miles de escenas que había fantaseado en un momento así.                                                                               

Él se acerca, se sienta enfrente de mí y comienza a dialogar conmigo. Primero: de música, películas, comida, hasta que con su voz profunda, me confesaba las miles de veces que me había visto tomar el mismo vagón que él y sin más, me pedía un beso. ¡Qué escena! Sin embargo, sentí un gran hoyo en mi pecho al comprender la realidad. Una cosa así pasa sólo en las películas porno.

Seguí con los ojos cerrados, a la espera de que él se bajara y así poder respirar tranquila. Llegamos a la quinta estación, la señora de mi lado se levantó y salió. “Uno menos” me dije. Seguí con los ojos cerrados, enfocando mi mente en cosas transitorias.

-Hola.

¿Y esa voz? Abrí los ojos sobresaltada y la sangre abandonó mi rostro. Él, él estaba sentado frente a mi, sonriéndome. Creo que percibió mi cara de espanto, porque disimuló una risita.

-Ho-hola.- Logré articular estúpidamente. Jamás me había percatado de sus ojos azules. Tan intensos y escudriñadores. Tenía los ojos entrecerrados vigilando mis movimientos. Tragué saliva instintivamente.

-Me llamo David, ¿Y tú?- En mi vida había escuchado una voz tan seductora. Tan sólo con su voz despertó mi bajo vientre, mis muslos se apretaron rápidamente, en reacción a una sensación extraña en mi entrepierna.

-Naira.- Le respondí escuetamente, soltando el aire que quedaba en mis pulmones. No me había dado cuenta que deje de respirar.

-Naira.- Respondió, como acariciándolo con la boca.-Bonito nombre.- Añadió.

En respuesta a su comentario, los músculos de mi vientre se apretaron aún más, y algo húmedo se situó en mis bragas. ¡Dios! Su voz me ha excitado completamente, no quiero ni siquiera imaginar lo que sería capaz de hacer con una caricia, con esos labios tan delineados, con su… ¡Basta! Me paré en seco al ver la dirección de mis pensamientos.                                                                                                                                            No he dicho nada en varios segundos eternos. Él sólo me observa impasible, a la espera de que diga algo, creo.

¿Qué es eso? Una sensación extraña rellena el espacio entre nosotros. Algo así como si ambos (o al menos yo) fuéramos dos imanes. Jamás en mi vida había deseado tanto a alguien como en este momento. Una electricidad recorre mi cuerpo en cada nanosegundo, calentándome aún más, haciendo que mis pezones se alcen, que mi entrepierna se cierre cada vez mas, que un sudor frío baje por mi columna y que mi respiración se haga entrecortada. Es un cúmulo de sensaciones que jamás oí a alguien decir que existían.

-¿Lo sientes verdad?- Pregunta al fin, serio, inmutable con su mirada fría.

¿Sentir qué? Por favor que no se haya dado cuenta de mis pezones alzados, es lo único que pido.

-¿Sentir qué?- Le respondo en voz alta.

Su mirada me atraviesa aún más. – La corriente.

¿La corriente? ¡La corriente! Sí, él también la siente. No puedo creerlo. El poder que él tiene sobre mi, yo lo tango sobre él. Eso, sin lugar a dudas me excita aún más; y en un arranque de osadía, le digo:

-La siento cada momento en que te veo.- ¿Dije eso? Mierda. Sigue observándome sin decir nada. La sangre volvió a mí y cubre todo mi rostro. En el momento en que iba a soltar un suspiro de resignación, con un movimiento ágil y rápido, toma mi mano por la muñeca, y tira de mí hacia él.

Él, inclinándose hacia mi también, escudriña mis ojos por un segundo y me planta un beso. Si es que a eso se le puede llamar beso. Con la mano suelta, me agarró por la nuca y me atrajo hacia él con más fuerza. Tan anonadada como estaba, no supe reaccionar de inmediato. Al ver que no respondía, ¿David? David, tiro de mi pelo, obligándome a abrir mi boca en un gemido, e introdujo su lengua en ella. El lívido de mi entrepierna despertó y con él, cada célula de mi cuerpo. Me sujeté a uno de sus brazos y le besé con toda la pasión que era capaz. Nuestras lenguas chocaban en su desesperación. Me cerní sobre él, entrelazando mis brazos en su cuello, pegándome como pude a él, sin separar nuestras bocas.

-¡Próxima estación, “La guarnición”!- Exclamó la voz por el altoparlante.

Una punzada de decepción tocó en mi pecho. No quiero separarme de él. Cuando el vagón fue reduciendo su velocidad, David se separó de mí, tratando de recuperar el aire ¡Bien! Me observó nuevamente, y posó su pulgar por mi labio inferior y lo recorrió lentamente ¡Dios! No hagas eso, mis muslos se aprietan más. Cuando ya comenzamos a detenernos, me lo mordió con fuerza y de mi garganta escapó un quejido rebelde. Sonrió junto a mi y me apartó de su lado con delicadeza, situándome nuevamente al frente.

El metro se detuvo por completo. Aproveché ese tiempo para acompasar mi respiración, y tratar de que mi corazón desbocado se tranquilizara un poco. Cuando volví a mirarlo, David miraba hacia fuera, hacia las puertas abiertas. Seguí su mirada y pude divisar a un tipo que iba a ingresar, pero se detuvo en seco al ver a David, con una postura y ojos atemorizantes. El chico se intimidó y corrió al otro vagón. Absolutamente nadie entró al nuestro, seguimos solos.                                                                                                                                                                                                                              Me va a follar, lo sé. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. ¿Quiero que me folle? ¿Aquí? Santo cielo ¡SÍ! Respondió mi cuerpo tensándose  ante la expectativa. Sonó el timbre y las puertas se cerraron. Se volvió a mí con la malicia calcada en su semblante.

Antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía, mi cuerpo traidor se sentó a horcajadas sobre él, tomándolo por sorpresa y hundí mi lengua en su boca. Reaccionando, rodeó mi cintura con sus brazos y me apretó a su pecho. Mis manos se fueron instintivamente a su cabello. Siempre quise tocarlo y era tal cual lo imaginé: sedoso y fino. Una de sus manos bajó y comenzó a recorrer mi pierna, con extrema calma. Sus yemas suaves y cálidas fueron por mi tobillo, subiendo por mi pantorrilla, adentrándose por el interior de mis muslos. Mi piel, tan receptiva como en aquel minuto, hizo que mis piernas hicieran el amague de cerrarse, pero no pudieron. David soltó una risita al ver mi intento y prosiguió su camino. Con tranquilidad, acarició una y otra vez la parte interna de mis muslos, acercándose  con cautela a mi vagina. ¿Por qué no se apura? Le deseo ahora. En un vago intento, mi cadera se movió por encima de la suya, llegando a rozar su erección bajo sus jeans. Él soltó un gruñido, y mi vagina agradeció el contacto humedeciéndose aún más. Deteniéndose justo a un lado de mis bragas, uno de sus dedos acarició la periferia de mi intimidad, haciendo que mi cuerpo diera un respingo de ansiedad. Sin saber qué hacer, bajé mi mano derecha lentamente por su cuello, por su clavícula, sus pectorales- delineados y duros- y con calma, con fin de atormentarlo como él a mí, por su estómago. No me importó su polera, era un detalle dentro de lo que estábamos haciendo.                                                                       Mi dedo índice llegó a su ombligo y se detuvo en el momento justo en que el apartó su rostro del mío y mordió el lóbulo de mi oreja. Los músculos sin uso de mi bajo vientre se tensaron y creí sentir algo como gotas es mi vagina. Seguí bajando, y con premeditación, aplasté mi mano sobre su miembro, a la vez que me retorcía sobre su regazo. David soltó un bufido. Mi excitación se acrecentó al oír su respuesta, atraje su cara con mi mano izquierda y le mordí el labio inferior con fuerza. Volvió a gemir, entonces mi mano –más experta- bajó su cremallera, para acariciarle lo poco y nada que mis dedos lograban sentir y explorar en aquella posición.

-Maldita sea.- Gruñó junto a mi boca, y con sus dedos, por encima de mis bragas, apretó la carne superior en mi vagina, lo que me provocó un dolor agudo fugaz, dando paso a un golpe de placer intenso, que hizo que cerrara los ojos.

-¡Próxima estación, “El sol”

Mierda, olvidé por completo de que estaba en el subterráneo. El decoro llegó a mi parte racional y ante el miedo de que alguien nos viera, hizo que me separara instintivamente de él. Me senté nuevamente al frente, tratando de arreglarme la falta que tenía, a estas alturas, por la cintura. Él se rió al ver mi expresión y sin dejar de mirarme a los ojos; desabrochó lentamente el botón superior de sus jeans. ¿Qué está haciendo? Miré a mí alrededor. El vagón se detuvo bruscamente y las puertas se abrieron. Tragué saliva y miré al andén opuesto, pocas personas estaban allí. Me volví hacia él y vi en sus ojos el deseo ferviente. La sangre por debajo mis venas ardía y se arremolinaba como un río sin cause. Ahogué un suspiro al ver su incipiente pene erecto, tratando de escapar por entre su bóxer o slip, lo que fuera. Miré a mi izquierda, nadie. Nadie entraba a nuestro vagón. Sentí gran alivio, pero al ver que las puertas se cerraban, un terror se apoderó de mí. ¿Qué sigue ahora? Mi mente estaba aterrada, aunque mi lívido estaba desbocado y lo único que quería era ser saciado.

El metro partió, y en su arranque, logró que me inclinara un poco hacia delante. Volví a mirarlo y en sus labios esculpidos se dibuja una media sonrisa. Me entró el pánico.

-En la próxima estación te bajas.- Le susurré, tratando de que el se apaciguara un poco.

-Me importa una mierda.- Respondió secamente, ensanchando su sonrisa al completo. Nuevamente, como por arte de magia, me tensé entera y mi deseo pudo más. ¿Por qué tiene ese efecto en mí? No lo sé, sin embargo, antes de que pudiera pensarlo, me hallé de rodillas ante él, con dedos temblorosos y ansiosos, retirando levemente su ropa interior. Ni siquiera quise mirarlo a los ojos, me sentí avergonzada y antes de que pudiera detractarme, su pene se alzó ante mis ojos casi desorbitados. Era…

Pequeñas venas se dibujaban en él, e incluso creí percibir que latía. Mi mano -ya sin temblores- lo agarró con firmeza desde el nacimiento y comencé a masturbarle. Era duro, contradictoriamente blando por la piel. Estaba ardiendo y efectivamente latía. David soltó un bufido entre dientes y dejó escapar un gemido hondo. Alcé mi rostro para poder verlo y tenía la cabeza echada hacia tras, con los ojos cerrados. Volví mis ojos a su pene y seguí con mi trabajo. Arriba, abajo, movimiento circular. Arriba, etc.; etc.

Divisé un líquido entre blanco y amarillo, que salía desde su glande rojo y duro, y una extraña sensación  se situó en mi boca: Quiero probarlo. Vacilante me acerqué a su pelvis, producto del movimiento continuo del metro, y me lo metí en la boca. Jamás creí que el sexo oral fuera tan placentero. Su pene era tan cálido y duro. Mi lengua jugueteó con su glande unos instantes, recibiendo el poco semen que este daba. Baje por su falo con delicadeza, hasta el fondo y David, en un movimiento instintivo, movió su pelvis hacia mi, haciendo que entrara por completo en mi boca. Me sentí llena. Quise morderlo como a un caramelo. Comencé a ascender y con cautela, hice que mis dientes rozaran su pene. David soltó otro quejido que retumbó en mi entrepierna. Al llegar al tope, mi lengua se metió por la hendidura de su pene.

-¡Mierda!- Soltó David. Con alevosía mordí su glande tenuemente. Succioné y volví a morderle.

-¡Para, para!- Me gritó- No quiero correrme en tu boca.- Acto seguido, me agarró de las axilas y me sentó. Estaba rojo y con la respiración entrecortada. Con deliberada osadía, pasé mi lengua por mis comisuras, extrayendo el semen de ellas. Entrecerró sus ojos en respuesta y sin preámbulo introdujo su mano por mi entrepierna, llegando sin obstáculo a mi vagina. Solté un grito se sorpresa y la palma de su mano, se aplastó contra mi clítoris.

-¡Ah!- Logré articular, un temblor recorrió mis extremidades.

-Estás tan lista Naira.- ¿Naira? No recordaba haberle dicho mi nombre. Haciendo a un lado mis bragas introdujo el dedo del medio en mí. Una extraña sensación de saciedad invadió mi vientre, un calor profundo se situó allí, un gemido nació desde mi estómago y me derretí.

-Naira, Naira, no sabes cuanto deseo follarte ahora.- Volvió a introducir su dedo lentamente y con su pulgar experto acarició mi clítoris expuesto y en carne viva. Recibí cada caricia, aumentada en una cien por ciento en ramalazos de placer. Volví a gemir y besó mi cuello, subió por mi mandíbula hasta llegar a la comisura de mi boca. Volvió a introducir su dedo, ahora con más fuerza y antes de que gimiera, ahogo mi deseo con un beso sublime, introduciendo su lengua en mi boca, mordiéndome el labio. Otro golpe pareció de placer pareció encestarme justo en mi vientre. Una extraña sensación se apoderó de mí. De pronto, quise ir al baño, como si quisiera orinar, pero no era lo que quería. Un gran peso pujaba por salir, como un estanque lleno de agua, a punto de reventar. Gemí de nuevo en su boca y mis caderas se agitaron primitivamente hacia sus dedos.

-¡Penúltima estación, “Universidad Santiago”!- ¡¡No!! Maldita sea, no ahora. Abrí los ojos y vi que me observaba, su dedo repiqueteó dentro de mi nuevamente y paró.

-No dejaré que te corras- Sentenció. Sacó su dedo de mi exterior, me besó rápidamente en los labios y se sentó a mi lado. Quedé con un impacto de vacío en mi vagina. Apreté mis piernas, tratando de saciar de alguna manera mi necesidad de explotar. Le miré de reojo y vi que sonreía, bajé mi mirada y noté su pene erecto, antes de que se abrieran las puertas, lo alcancé con mi mano.

-¡Ah! Mierda, Naira.- Se quejó, pero no hizo ni un movimiento para retirarla. Así estuvimos, expectantes a que nadie se subiera al vagón. Con sutileza, en la espera, mis dedos recorrían su curtido pene. Tuve el placer de oír  a David soltar gruñidos mientras desarrollaba mi proeza.

Al fin, las puertas se cerraron. Ahora ya no tengo miedo, sólo quiero que me penetre, quiero que me folle ahora. El metro, comenzó su movimiento.

-¿Esta es la última estación? – Me preguntó.

La desilusión me embargó. Sí, era la última. No quiero que sea la última.

-Sí.- Le respondí con un mohín. Sonrió al percibir el deje de fastidio en mi voz. Me besó en los labios y se paró.

¿Qué? ¿Me va a dejar así? No puede ser. No hizo nada por vestirse. Sólo cruzó el vagón horizontalmente hasta llegar a una de las puertas. ¿Qué está haciendo? Me sonrió pícaramente y de improviso, con un puño partió el vidrio de botón de emergencias.

Al ver mi  rostro atónito, me explicó:- Tendremos algunos minutos de sobra.- Y cuando nos adentramos en el oscuro paisaje del subterráneo, antes de que pudiera protestar, volvió a sonreírme y apretó el botón rojo. Todo el tren, por lo que intuyo, se paró en seco. Tuve que sujetarme ante ese movimiento tan brusco.

-Señores pasajeros, debemos informarles que el botón de emergencia ha sido accionado. Por favor, mantengan la calma, el tren se pondrá en funcionamiento en pocos minutos. Por su comprensión, gracias.- Informó la voz mecanizada.

Ahora, David estaba enfrente de mí.- Párate.- Me ordenó. Y lo hice como un resorte. Me tomó por la cintura y me beso vehemente. Mi entrepierna volvió a quejarse, esperaba su parte.

-Quítate las bragas.- Dijo pegado a mi cuello. Se alejó y se sentó para observarme. El rubor cubrió  mi cara, pero le hice caso. Con la ansiedad escrita en mis movimientos, me quité las bragas, sin apartar los ojos de él, que me seguían en cada movimiento.

-Súbete la falda y voltéate.- Exigió. Su vos, su voz tan recia era como un mandamiento, lo hice sin chistar.

Cuando estuve de espalda a él. Pude oír como se inclinaba, y con las yemas de sus dedos, acarició mi culo, como si estuviera dibujándolo.

-Lindo culo Naira. Me encanta.- Volví a derretirme por dentro. Se inclinó aún más y me besó cálidamente en las nalgas, luego me dio un azote fuerte. Di un respingo, pero lejos de sentir dolor, mi vientre tiró de mí hacia abajo.

-Inclínate.- Espetó.

Lo hice. Sus manos fuertes tomaron mis caderas y lentamente fue acercándome a él. Pero, para sorpresa de ambos, el tren volvió a su funcionamiento inesperadamente, y bruscamente David me ensartó con precisión.

-¡Ah!- Grite. Sentí su pene erecto más allá de mi húmeda vagina. Una cálida sensación me hundió por completo. Su falo ardiente lleno cada centímetro de mí.

-Siéntelo nena.- Siseó David en mi oreja. Y comenzó a moverse en círculos debajo de mí. Quise moverme yo también, pero mis piernas  estaban echa de gelatina, no tenía fuerzas para moverme, ni menos para levantarme.

-¡Ah!- Volví a gemir hacia el cielo. Quiero más placer, quiero que me ensarte con fiereza. Como pude, me separé del regazo de Davis y me dejé caer estrepitosamente sobre él. ¡SÍ! Eso quería. David soltó con fuerza el aire en mi cuello.

-Debemos apurarnos nena, vamos a llegar.- Una de sus manos bajó hasta mi vagina y apretó mi clítoris con extrema energía. Otro ramalazo de placer ardiente azotó mi vientre y como eco, tiritaron mis piernas y mis brazos, sujetos débilmente a los bordes del asiento. Subí y bajé como pude, con la mayor rapidez que me era posible. Cuando bajaba, David me premiaba con una estocada directa en mi vagina. Su contacto era estremecedor. Mis manos se aferraban con fuerza al asiento. Sus dedos apretaron aún más mi clítoris. Cada penetración profunda y llenadora iba rebalsando el estanque. Una fuerza superior a mi, tiraba de mis entrañas alocadas hacia abajo, no puedo más, maldita sea.

-Última estación, “Las Acacias”- Informó el robot detrás del parlante.

-¡Vamos nena, dámelo!- Urgió David. Abrí levemente los ojos y pude ver la repentina luz de los andenes. Volví a cerrarlos. Me volvió a apretar el clítoris, bajé y con una última estocada de David, una espiral de agua mezclada con fuego, no sé, se liberó desde mi estómago hasta salir por mi entrepierna, con un grito de alivio. David volvió a penetrarme dos veces más, mordió mi lóbulo y con un gruñido se corrió dentro de mí. Un líquido cálido me llenó nuevamente. Ambos agitados, nos quedamos así, esperando a que la agitación se calmara. Sonó u pitido y las puertas se abrieron.

-Oye.- Me dijo una voz.- Oye, despierta. Sentí como me remecía con sutileza por el hombro.

Abrí los ojos a regañadientes y un joven, de unos veinticuatro años, me miraba fijamente.

-Este es el final del recorrido, debes bajarte.- Me erguí sobresaltada, mirando a mí alrededor. No había nadie, exceptuando al chico, claro. Bajé mi mirada a mis ropas y todo estaba intacto. Mi bolso encima de mi falda, los audífonos puestos, en silencio, pues la lista de reproducción había acabado hace rato. Lo único extraño, era la sensación de humedad en mi entrepierna. Sí, húmeda y excitada.

-Lo, lo siento.- Le dije al tipo que  me miraba extrañado. Me paré rápidamente, sin mirarlo a los ojos y salí del vagón, en pos de la salida.

'N'.