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Estar sola en casa tiene sus peligros

en No Consentido

Mi nombre es Alina. Tenía 20 años cuando ocurrió esta historia. Soy una chica bajita, de pelo liso y castaño claro y ojos color miel. Soy bajita, pero estoy bien proporcionada. Si tengo que destacar algo de mi cuerpo, es mi trasero. Aunque no es excesivamente grande, tiene esa forma graciosa y respingona que no permite que pase desapercibido lleve la prenda que lleve.

La noche anterior a cuando ocurrió había estado de fiesta con mis amigos hasta casi el amanecer. Era verano, julio exactamente, y mis padres se habían marchado unos días antes para pasar tres semanas de vacaciones.

Cuando el timbre me despertó a las 12 de la mañana yo todavía no era persona. Me sentía ebria, pues la noche anterior la borrachera había sido bastante importante y no había dormido las suficientes horas para que se me pasara. Entre una cosa y otra pensé que sería mi novio el que llamaba, pues aprovechando que mi casa estaba libre habíamos hecho alguna que otra travesura esos días. Por lo tanto, según me levanté fui a abrir la puerta, vestida con mi pijama de verano: unos pantalones muy cortos, de esos que enseñan más que tapan, y camiseta de tirantes.

En el momento que llegué a la puerta ya había sonado el timbre tres veces mas. Abrí y la verdad es que me quedé asombrada cuando vi que delante de mi había un chico que no conocía con un uniforme de trabajo… ¡El fontanero!

Menuda vergüenza pasé cuando me di cuenta de la cara, los pelos y la ropa que tenía yo en esos momentos. Ya me habían avisado mis padres de que iría ese día para arreglar la fuga del grifo de la cocina, pero me lo dijeron el día que se fueron y yo en esos momentos no estaba en condiciones de acordarme, la verdad.

Era un joven de unos 25 años, no demasiado guapo pero tampoco de los que espantan. Tenía los ojos un poco hundidos, pero los labios carnosos abiertos en una sonrisa hacían que los primeros no llamasen demasiado mi atención. Su cara era morena, cuadrada, pero sin llegar a los típicos rasgos alemanes. Tenía una pequeña mosca bajo el labio teñida de rubio platino, algo que para mi gusto era totalmente antiestético. Su pelo era moreno y liso, lo suficientemente largo como para que algunos mechones le taparan la mayor parte de la frente, sudada posiblemente por el calor y el trabajo.

Me dio los buenos días mientras me sonreía con cara de entender que el día anterior había estado de fiesta. He de reconocer que me sonrojé un poco, pero le devolví la sonrisa. Le guié a la cocina y le enseñé donde estaba el problema mientras yo me ocupaba de recoger un poco todo lo que había dejado encima de la mesa el día anterior, para que así pudiera utilizarla para apoyar las herramientas si lo necesitaba.

Cuando acabé y me di la vuelta le sorprendí mirándome de arriba abajo. No me sentí precisamente a gusto, pero procuré echarle una mirada de advertencia intentando atemorizarle un poco. No debió salir bien, pues hizo una mueca y torció la sonrisa, pero no dejó de mirarme, sino que lo hizo con más intensidad aún.

Decidí que no me apetecía seguir en la cocina después de aquello, así que me dirigí a la puerta al menos para ponerme una ropa algo mas adecuada para estar con un desconocido. Cuando iba a salir al pasillo le oí carraspear y me habló:

-          ¿Qué pasa, tienes miedo de mí?

Yo me giré y le volví a mirar. Sus ojos tenían un gesto desafiante y volvió a recorrerme con ellos, parando su reconocimiento en mis pechos. Entonces me di cuenta de que no llevaba sujetador, porque siempre duermo sin él y aquella mañana aun no me lo había puesto. Mis pezones estaban algo duros y la tela fina de la camiseta no tapaba nada de nada. Eso era lo que había llamado su atención. Creo que nunca me había puesto tan roja. Me giré bruscamente para ir a mi cuarto a coger lo que me faltaba de ropa, pero no me dio tiempo a dar un paso. Unas manos grandes se habían posado sobre mis caderas y me retenían con fuerza.

Me quise soltar, pero no fui capaz. La cabeza aun me daba vueltas, llevaba muchas horas sin comer, pues la cena de la noche anterior había sido lo último en tocar mi estómago y estaba mas que digerida. Mientras yo procuraba entender lo que estaba ocurriendo, él había pasado las manos debajo de la camiseta, tocando mi cintura y acercándome a él. Noté un bulto apretándose contra mi trasero. Ese tío estaba cachondo, lo notaba, y me daba mucho miedo.

-          Déjame jugar contigo – me dijo, susurrándome al oído mientras sus labios rozaban el lóbulo de mi oreja.

Me revolví de nuevo, esta vez con más fuerzas que saqué no sé de dónde. Pero él era fuerte y no le costó esfuerzo llevarme hasta la pared y aplastarme contra ella, haciendo que mi cara quedara mirando a los azulejos blancos que la cubrían.

-          Menudo cuerpo tienes, pequeña.

-          Déjame ir, por favor – sollocé. No sé por qué pensé que esas palabras le pararían. Supongo que mi estado de parcial embriaguez no me dejaba pensar con claridad.

Noté como me sujetaba las manos a la espalda mientras apretaba mis piernas contra la pared utilizando las suyas, logrando que no me moviera. Sacó un pañuelo sucio de grasa del bolsillo de su buzo y empezó a atarme. Logré entorpecerle, pues tuvo que hacer varios intentos hasta que logró que dejara de moverme y consiguió su propósito. Se notaba que había tenido más experiencias como aquellas por su habilidad. Cualquiera no podría inmovilizar de esa manera a alguien.

Me intenté soltar, girando las muñecas para comprobar si el nudo estaba bien hecho. Para mi desgracia lo estaba. Además se había ocupado de apretar bien el pañuelo. No pude evitar emitir un ligero gemido a causa del miedo.

Aquel tío se rió cuando me oyó. Se apretó contra mí, casi sin dejarme espacio entre él y la pared. Empecé a notar cómo apartaba mi pelo largo de la espalda y pasaba sus labios por mi cuello, besándolo y jugando con su lengua. Recordé que cuando mi novio me hacía aquello no podía aguantar el placer y gemía sin poder contenerme, pero en esa ocasión me pareció sumamente desagradable. Mientras me besaba de forma brusca y fuerte se frotaba contra mí, metiendo su miembro a lo largo del espacio entre mis nalgas. Aquello me detestaba. Tenía casi ganas de llorar, pero en el fondo sabía que no debía darle ese placer a semejante cabrón y me volví a revolver.

-          Estate quieta, pequeña. Déjame disfrutarte.

Me volvió a pasar un brazo por la cintura y me llevó hasta la mesa mientras con la otra mano me masajeaba un pecho con fuerza, pellizcándome el pezón por encima de la camiseta. Cuando toqué la mesa con los muslos me dobló por la cintura apoyando mi cara sobre ella, haciéndome dejar el culo en pompa y las piernas entreabiertas. Con una mano sujetaba mi cuello y con la otra me tocaba la espalda, primero por encima y después por debajo de la camiseta. Entonces tiró de ella y me la rasgó por delante. La retiró hacia arriba y la dejó encima de mi cabeza, privándome de poder ver.

Yo no era consciente de lo que estaba ocurriendo. Se me nublaba la vista y me daba la sensación de que en cualquier momento me iba a desmayar, no se si por el miedo o por la falta de comida en mi estómago. Eso facilitó mucho las cosas desde el punto de vista del fontanero, en caso de que en verdad lo fuera.

Noté cómo sus manazas pretendían alcanzar mis pechos. Mis pezones estaban duros a causa del frío de la madera. Las volvió a masajear y a amasarlas, dando pellizcos en los pezones y haciendo que me dolieran, por lo que solté algún grito. Sus labios se posaron sobre mi columna cerca de mi nuca, absorbiendo, besando, lamiendo… una combinación que me hizo mojarme un poco a pesar de mi situación. Yo procuraba tranquilizarme, pues no podía creer que algo tan desagradable como lo que me estaba ocurriendo pudiera causarme esa reacción, pero sus manos y su boca manoseándome y magreándome con tal deseo me lo hacían difícil. Entonces una de sus manos bajó y empezó a acariciar uno de mis muslos por detrás, llegando mi trasero y apretándolo también.

-          Me estas poniendo a cien, cariño. No te quejes tanto. Sabes que al final te va a gustar, no puedes evitarlo.

Lo sabía, pero no soportaba la idea de que ese cerdo se saliera con la suya. Me guardaba para dentro todo lo que mi cuerpo quería exteriorizar. Si todo aquello hubiera venido de una relación consentida a esas alturas me estaría volviendo loca, pero así…

Escuché que se bajaba la cremallera del buzo y oí como la prenda caía al suelo. Aproveché ese momento para levantarme e intentar escapar, pero mis reflejos eran lentos y me volvió a tumbar con fuerza.

-          Pórtate bien y puede que tenga algo de compasión, pequeña. Todo será más fácil.

Volvió a acercar su bulto a mi culo, apretándolo y dando pequeñas embestidas. Rozaba su polla contra mí cada vez con más rapidez y casi me daba miedo que me rompiera el pantalón.

Sin dejar de rozarse, me apartó un poco de la mesa e introdujo una mano dentro de mi pantalón y braguita. Me estremecí y cerré los ojos mientras notaba como llegaba a mi raja.

-          Estas húmeda… así me gusta. En verdad eres una pequeña putita que está deseando una buena polla.

Pasó sus dedos por mis labios, tocando mi clítoris de vez en cuando. Cada vez lo hacía más rápido y mi mente comenzó a jugarme malas pasadas. Pensé que iba a follarme, que yo no podía hacer nada para pararlo… y me gustó ese pensamiento. Sacudí la cabeza mientras notaba cómo uno de sus dedos se introducía con fuerza en mí. Cuando estaba dentro le daba vueltas, acariciando cada una de las paredes de mi agujero y haciéndome sentir sensaciones muy diferentes. Me estaba volviendo loca y comencé a respirar más rápido de lo habitual, más fuerte.

-          ¡Dime que te gusta, pequeña! Lo noto, se que te está gustando.

Sacó su dedo de mí y me empezó a bajar los pantalones. Yo no hice nada. Estaba tan cansada que solo quería que acabara y se fuera para pensar que nada de eso había ocurrido. Al fin y al cabo no tenía por qué ser tan traumático.

-          Ahora estate quieta. Esto te va a volver loca.

Su boca bajaba por mi espalda. El roce de sus labios, su respiración entrecortada por mi columna. Al llegar a mi trasero comenzó a morderlo, a tocar mis nalgas con sus manos con fuerza e incluso a darme algún cachete. Siguió bajando sus labios, jugando con su lengua. Noté como introducía la punta húmeda en mi culo y seguía bajando, con pequeños lametones. Entonces con sus dedos abrió mis labios y comenzó a introducir la lengua en mi vagina, moviéndola en todos los sentidos y direcciones posibles y tragándose mis jugos, que en ese momento eran abundantes. Llegó a mi clítoris y entonces su juego fue más rápido, diferente. Al ser desde atrás no llegaba a abarcarlo entero y eso era lo que mas me excitaba. Alternaba el juego con el clítoris, solo con la punta de la lengua, y con mi agujero. Cuando estaba con su lengua dentro utilizaba un dedo para jugar con el pequeño bultito. No podía más. Me estaba poniendo a pesar de no querer. Incluso me salían gemiditos de vez en cuando.

-          ¿Quieres más?

-          Mmm… – mi boca no alcanzaba a pronunciar palabra.

-          Voy a tomarlo como un sí.

Se levantó del suelo y acercó su polla a mi raja. Empezó a moverla sin introducirla, pero pasando por encima de mi agujero y rozando mi clítoris. En alguna ocasión metía la punta y la sacaba rápidamente. Yo gemía. No lo podía ocultar más. Estaba cachonda.

Entonces me embistió por primera vez. La metió con fuerza, tanta que se me cortó la respiración. La notaba enorme, aunque no se la había visto. Me llenaba por completo y me hacía daño pero me producía placer al mismo tiempo. La sacó lentamente, algo que me hizo desesperarme, y embistió de nuevo con fuerza. Me salió un gemido al tiempo que le notaba meterla y sacarla esta vez con mas rapidez. Mi espalda se arqueaba por el placer y mi cabeza ya no mandaba sobre mí. Estuvo un rato así, con sus manos en mi cintura y haciéndomelo desde atrás. Llegué una vez al orgasmo, aunque no grité demasiado gracias a la poca cordura que me quedaba. Entonces la sacó y la arrastró hacia arriba. Me introdujo la punta, empapada de mis jugos, en mi culo y empujó. Me hizo daño y solté un lamento. Él me debió oír, porque pasó su mano por mi raja y empapó los alrededores de mi ano con el flujo. Entonces volvió a introducir su punta, empujando poco a poco.

Me dolía, pero podía aguantarlo. Poco a poco, a medida que empujaba, mi ano se dilataba y mi dolor pasó a convertirse en placer. Mi novio no solía follarme por detrás muy a menudo, recordé. Me dije que desde ese momento se lo pediría más. Los gritos salían de mi boca. Sabía que no me faltaba mucho para correrme otra vez.

-          Te esta gustando, ¿verdad, putita?

-          Mmmm…

-          Gímeme fuerte, perra, gime… – me dio un cachete para que le respondiera.

-          ¡Aaahh… ahhhhh!

-          Oh, si… así, pequeña, así…

En esos momentos me movía al compás de sus embestidas, cada vez más fuertes. Me corrí otra vez. El miedo ya se había convertido en morbo y yo estaba completamente fuera de mí. Entonces noté como se corría en mi interior, bañando mis entrañas con su leche.

Sacó la polla de mi culo, me levantó y me dio la vuelta. Agradecí levantar mi cara de la mesa. Cogió mis tetas entre sus manos y las empezó a tocar, acariciar, masajear…

-          Son grandes, justo como me las había imaginado.

Se metió un pezón en la boca. Lo empezó a succionar, a acariciar con su lengua, a mordisquear suavemente… Ese cosquilleo me estimulaba asombrosamente. Dejó ese pezón e hizo lo mismo con el del otro lado. Yo volvía a notar cómo me mojaba.

-          Qué buen sabor… me encantan los cuerpos como el tuyo.

Dicho eso empezó a bajar de nuevo, besando mi tripa, mi ombligo, mi conchita… y volvió a llegar a mi clítoris. Esta vez acercó una silla e hizo que pusiera una pierna encima, doblando la rodilla. En lugar de jugar con su lengua lo succionaba, lo mordía y lo besaba. Yo gemía constantemente. Nunca me habían proporcionado tanto placer seguido. Me corrí otra vez y él paso su lengua por mi raja para recoger mis fluidos. Se entretuvo un poco mas con mi clítoris, jugando con su lengua de nuevo. Entonces se levantó.

-          Ahora es mi turno – me dijo, y me empujó de los hombros, para que me arrodillara delante de su pene, erecto de nuevo a causa de mis gemidos - Demuéstrame que lo haces como la putita que eres.

Estaba tan sumamente cachonda que no me lo pensé. Acerqué su enorme cacharro a mi boca y toqué su punta con mi lengua. Rodeé su glande con ella, metiéndome de vez en cuando únicamente la punta en la boca y succionando. Era un verdadero reto hacer todo eso sin utilizar las manos y mis movimientos eran algo torpes, pero poco a poco fui mejorando. Comencé a lamer su frenillo rápidamente y, de golpe, me la metí completamente en la boca haciendo salir un gemido de su boca.

-          ¡Oh, joder! ¡Cómo la chupas!

Notaba cómo mis muslos se empapaban poco a poco de mis flujos. Estaba deseando que ese cabrón me volviera a tomar para saciar mi hambre. Seguí haciéndole la mamada. Mis movimientos eran cada vez más rápidos y se centraban sobre todo en su frenillo, pasando mis labios por él una y otra vez. De vez en cuando jugaba con sus testículos y mi lengua y volvía a subir por su polla lamiéndola de abajo hacia arriba y metiéndomela entera en la boca con golpes secos. Mi juego siguió hasta que los primeros pálpitos me avisaron de que pronto se correría. Entonces él me puso las manos en la cabeza y comenzó a guiar mis movimientos. Me hundía el pene hasta la garganta, produciéndome alguna arcada, y lo hacía cada vez más rápido. Entonces se corrió. Me mantuvo con mis labios rodeando su polla y haciendo que me tragara su semen completamente. Sus piernas temblaban y él gemía profundamente.

Me soltó e hizo que me enjuagara la boca con el agua del grifo, que aún goteaba. Entonces me besó, de manera casi tierna, algo que no me esperaba para nada. Bajó por mi cuello mordiéndolo y chupándolo mientras me llevaba hacia la mesa y me tumbaba sobre ella. Tuve que poner las manos a un lado para que mis puños y el pañuelo no me molestaran en la espalda. Me abrió las piernas e hizo que rodeara su cintura con ellas. Entonces me metió la polla entera de un solo golpe, haciéndome gemir de nuevo. No entendía cómo podía seguir dura. Ambos estábamos completamente sudados. Su torso, no demasiado musculoso pero tampoco flácido, brillaba cada vez que me embestía. Sus manos alcanzaron mis pechos una vez mas, masajeándolos al ritmo que movía su polla en mi interior. Su cara era una mueca de placer. Tenía los ojos casi cerrados y la boca abierta. Respiraba aceleradamente y de vez en cuando emitía un “oh”. Yo me retorcía de placer, gritando, moviéndome e intentando disfrutar más aun.

-          ¡No quiero dejar de follarte, perra! Dime que tu también quieres mas

-          Ahh…. Si… mas… quiero mas…

-          Eres una putita egoísta. Sólo trabajo yo. Quiero que me cabalgues.

Se apartó y se tendió a mi lado en la mesa. Me hizo ponerme a horcajadas encima de él y comencé a moverme. Cada vez me movía más rápido y sus manos seguían masajeando mis senos, que botaban a cada movimiento. Estaba desfallecida, pero mi hambre me daba energía. Su polla estaba durísima y caliente, pero mi agujero estaba tan húmedo que se la tragaba por completo sin ningún problema. Al poco tiempo empecé a notar como se corría, llenándome una vez más. Mientras él acababa yo me seguía moviendo, aprovechando los últimos momentos de su erección para lograr correrme yo también.

-          Cómo me has hecho disfrutar, pequeña… me gustaría poder follarte siempre que quisiera.

Yo estaba totalmente exhausta. De hecho, creo haberme quedado dormida en la mesa. Cuando desperté, vi que el grifo ya no goteaba. El pañuelo estaba atado a una sola de mis muñecas como si de una pulsera se tratara y había un papel encima de la mesa, al lado mío, con un número de teléfono.

Limpié la mesa, fregué la cocina, me duché y guardé el papel en mi diario y el pañuelo en el cajón de la ropa interior. Esa tarde Salí a las 8 con mi novio a dar un paseo e hice como que nada había ocurrido.