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Los placeres prohibidos 6

en Amor filial

*BECKY*

Era un miércoles de mediados de noviembre y por fin hacía frío. Por primera vez necesité sacar el abrigo de invierno. Al entrar en el polideportivo el contraste de temperaturas sonrojó mis mejillas y me obligó a desabrocharlo. Bajé las escaleras hasta el aula donde Edu impartía las clases de baile para esperarle frente a la puerta.

No sabía por qué razón, la anterior monitora de baile había dimitido hacía un par de lunes. Le habían ofrecido el puesto a Edu de una forma muy precipitada, el mismo día, y él había aceptado sin pensárselo, dejando claro que echaba de menos el baile. Coincidió con que solo habían pasado dos días desde la paliza que le habían dado, aquella que le llevó hasta mi casa buscando cuidados. Sin embargo, parece ser que la ilusión de volver a impartir sus propias clases le ayudaron a olvidar los dolores.

Ese día, un miércoles cualquiera, salió del aula detrás de sus alumnos.

-          ¿Preparada para la clase de hoy? – me preguntó.

-          Espero que no me machaques mucho. He tenido un día duro.

-          Bueno, bueno... ya empezamos a quejarnos. – Me sonrió – Venga, vamos a cambiarnos. Ya sabes: el último que salga, luego recoge las pesas.

Me reí al tiempo que me apresuraba a entrar en el vestuario de mujeres. Él se dirigió a su despacho, que antes había sido el de Vanesa.

La verdad es que desde el día en el que nos habíamos acostado en mi casa tras la paliza, las cosas habían cambiado bastante. Me había quedado claro que no era capaz de aguantarme las ganas de mi primo. No era nada efectivo intentar rechazarle una y otra vez, ni intentar que no sucediera nada. Había pasado semana y media desde entonces. Semana y media en la que habíamos dejado de comportarnos. Aunque nos quedaba algo de cordura como para no hacer nada delante de la gente, cuando caminábamos juntos tras el entrenamiento hasta casa no podíamos resistirnos a intercambiar furtivos besos húmedos en callejones solitarios, que a veces derivaban en caricias bajo la ropa y roces entre nuestros cuerpos.

Las clases de fitness parecían una competición de a ver hasta dónde éramos capaces de llegar con tantos ojos a nuestro alrededor. A veces Edu me corregía una postura manteniendo las manos más tiempo del necesario sobre mi cuerpo y escondiendo una caricia al retirarlas. Otras veces, yo mantenía la mirada fija en sus ojos y dibujaba una sonrisa juguetona en mis labios, hasta que él se veía obligado a dejar de mirarme.

No habíamos vuelto a llegar hasta el final, pero se apreciaba que ambos nos moríamos de ganas. Sin embargo, yo no dejaba de sentirme culpable por esos pensamientos. Besar a mi primo era una cosa. Tener sexo con él, otra muy diferente.

Llegué la primera a la sala de máquinas. Cuando Edu entró, vio mi parodia de sonrisa triunfal y se rió divertido. Ahora que era capaz de hacer los ejercicios sin tanta supervisión, mi primo aprovechaba para entrenarse a la vez que yo. Tras la cinta de correr, nos dirigimos a las bicis. Él parecía pensativo.

-          ¡Edu! ¡Despierta! – le dije – Parece que estés en Marte.

-          Sí. – rió sacudiendo la cabeza – Tengo la mente en otro sitio.

-          ¿Hay algo que te preocupe?

-          Preocuparme no. – respondió, e hizo una pausa, como preguntándose si debía seguir hablando – ¿Sabes? Me han hecho una oferta de trabajo.

-          ¿De qué es? – le pregunté interesada.

-          De lo mío. Es una academia de baile profesional. Me vendría bien para rellenar currículum, pero… no sé.

-          ¿Te preocupa no ser lo bastante bueno, o qué? – intenté animar un poco el tono, pues le veía demasiado serio.

-          No, no es eso – hizo una pausa – Supongo que sí podría, porque ha sido después de verme impartir clases cuando me han ofrecido el puesto.

-          Bueno, ¿Cuál es el problema entonces? – pregunté – Yo lo veo claro. Es una buena oportunidad.

-          El problema es que la academia está en California, Becky. – me miró en el mismo momento en el que el temor se vio reflejado en mi cara. Enseguida recompuse el gesto, aunque no reflejaba cómo me encontraba realmente.

-          ¿California? ¿La de...?

-          Sí. – Bajó la mirada y siguió pedaleando, cosa que yo había dejado de hacer – California, Estados Unidos. Ya sabes, al otro lado del mar.

Nos callamos. Notaba un nudo en el estómago que era difícil de ignorar. Me daba miedo que se volviera a ir. No quería perderle de vista otros seis años, igual que la última vez, o incluso quizá más tiempo. Ahora que sabía lo que era tenerle como algo más que un primo, o un amigo, necesitaba que estuviera a mi lado.

Me sentía egoísta. Era una oportunidad increíble para él. Yo ni siquiera era su novia y no tendría que estar pensando en cómo hacer que se quedara. No era correcto. Pero no podía evitarlo. Sabía que debería decirle frases como “Edu, tienes que aceptarlo” o “No te lo pienses, no puedes decir que no”, pero no me salía. Al menos no le estaba suplicando justo lo contrario. Era un paso.

Mi mente divagó el resto de la hora. Al final de la clase lo único que había sacado en claro era que, si se tenía que marchar, al menos aprovecharía al máximo el tiempo que nos quedara juntos. No le iba a dejar olvidarse de mí tan fácilmente. Y si de paso lograba convencerle con actos de que se quedara... “¡No, Becky! ¡No seas así! No puedes ser tan egoísta…”, pensé.

Cuando acabamos, mi mente me había convencido de intentar pasar un buen rato con él. Dejé a Edu hablando con uno de sus compañeros y le dije que iba hacia la ducha. Salí de la sala de máquinas, recogí mis cosas de la taquilla y fui directa a su despacho. Él no había llegado aún, pero la puerta no estaba cerrada con llave.

Tras entrar, dejé la mochila en el suelo y fui al baño del despacho. Tenía bañera. Genial, sería mucho más cómodo. Cuando escuché la puerta, salí del baño y esperé a que me descubriera apoyada en el marco de la puerta.

-          ¡Anda! – se sorprendió – ¿Qué haces aquí?

-          Es que los vestuarios de mujeres estaban a tope – Le miré pícaramente – ¿Puedo ducharme aquí?

-          A tope, ¿eh? – sonrió haciéndome saber que me había descubierto – Pues fíjate, qué raro... cuando he pasado por ahí estaban completamente vacíos. Qué curioso, ¿no?

Se fue acercando a mí a medida que decía aquello. Cuando estuvo lo bastante cerca como para poner las manos apoyadas en la pared, a ambos lados de mí, volvió a hablar.

-          Y dime, ¿quieres ducharte sola o te apetece ahorrar agua?

-          Mmm... Deja que me lo piense – le dije, y me quité la camiseta tirándola después al suelo. Mi piel brillaba tenuemente a causa de la fina capa de sudor tras el deporte.

-          No tardarás mucho en decidir, ¿verdad? – me recorrió con los ojos – Que yo sepa siempre has dicho que eras algo ecologista... Ya sabes: podemos ahorrar agua y esas cosas.

Me lancé a sus labios en lugar de contestar. Le intenté demostrar con el beso lo que tenía ganas de darle. Busqué su lengua con la mía para intercambiar un sensual roce de nuestras bocas. Pronto me encontré apretada entre la pared y su cuerpo, con sus manos sobre mi piel. Busqué bajo su camiseta para acariciarle el vientre. También él estaba ligeramente sudado.

Cuando el beso se volvió demasiado tórrido, bajó su boca hasta mi cuello para besarme provocándome los primeros escalofríos del día. Entre uno y otro beso, me hablaba soltando el aliento sobre mi piel.

-          ¿Tú estás segura de que quieres ducharte?

-          Sí... a eso he venido – dije con un suspiro.

-          Pues que yo sepa a la ducha se entra desnudo – me mordió ligeramente el cuello – Y tú y yo estamos muy vestidos.

Dicho aquello, desabrochó el cierre de mi sujetador y me lo quitó. Apretó uno de mis pechos con una mano sin abandonar la atención que le estaba dando a mi cuello y a mi garganta. Le quité la camiseta y antes de que pudiera volver a acercarse a mi piel me agaché para bajarle de un tirón los pantalones de deporte y los bóxers. Ya estaba duro, por lo visto encontrarme esperándole había sido una grata sorpresa para él. Verle así me encendió más.

Aprovechando el momento en el que me entretuve para observar su cuerpo, Edu también acabó de desnudarme. Se pegó a mí para darme un beso sugerente, que prometía placer. Nuestras pieles totalmente desnudas estuvieron en contacto un momento, tras el cual se apartó de mí y, quitándose con los pies las deportivas y la ropa que se le había quedado alrededor de los tobillos, entró en el cuarto de baño. Lo último que vi de él cuando desapareció tras el marco de la puerta fue la provocación de sus ojos, invitándome a seguirle.

Antes de aceptar dicha imitación, cerré un instante los ojos para relajarme. Le imité, quitándome el resto de las prendas. Al entrar en el baño, vi que Edu estaba ya dentro de la bañera, abriendo el grifo de la ducha. Ahora no me miraba, pero vislumbré una sonrisa en su cara cuando escuchó mis pisadas. Apenas me dio tiempo a cruzar la mampara y ya me estaba besando de nuevo, de esa manera que hacía que mi cuerpo deseara más.

El agua tibia caía sobre nuestras cabezas. Me solté la coleta para que dejar que el pelo mojado se me pegara a la espalda. Edu pasaba las manos por toda mi piel, abrazándome. Yo no me quedaba corta. Quería alcanzar con mis dedos cada parte de su anatomía. La pasión del beso y las caricias nos hizo perdernos. Olvidamos por un momento dónde estábamos e ignoramos el peligro de caer. Por supuesto, me resbalé. Las manos firmes de Edu me sostuvieron bajo los brazos para salvarme del golpe. Nos reímos juntos, en parte divertidos y en parte nerviosos, por la necesidad de seguir besándonos. Nuestros labios buscaron los del otro con urgencia, para fundirnos en un nuevo intercambio de roces y suspiros.

Cuando estuvimos totalmente empapados por la lluvia de la ducha, Edu me hizo girar. Tomó el gel y se situó detrás de mí. Apoyó sus manos sobre mis hombros y con un suave masaje me empezó a enjabonar. Cubrió mis brazos de espuma, con movimientos lentos. Sus dedos acariciaban cada milímetro de mi piel. Después bajaron por los costados de mi cuerpo, hasta que se toparon con el hueso de mi cadera. Describía círculos a medida que avanzaba, resbalando debido al jabón. El siguiente paso fue mi vientre, por donde subió hasta que la curva de mis pechos frenó sus manos.

Parecía que la llegada a mi busto le hubiese encendido. Perdió la delicadeza de sus anteriores caricias para cubrir ambos pechos con sus manos y apretarlos entre sus dedos. En ese momento, escuché cómo suspiraba en mi espalda. Se pegó a mi cuerpo y aprecié perfectamente su erección entre mis nalgas húmedas. Su boca ansió mi cuello con besos y mordiscos que me hicieron cerrar los ojos para contenerme. El magreo sobre mis senos se acentuaba. El jabón hacía que esos toques fueran especialmente agradables. Mi carne se escurría de sus manos, haciendo que cada apretón fuese más desesperado que el anterior.

Cuando hubo saciado el deseo de jugar con mis pechos volvió a bajar por mi piel, sin dejarle a mi cuello un solo respiro de su lengua. Apenas quedaba jabón, pero no iba a parar a por más... y si lo hubiese intentado yo no se lo habría permitido. Sabía lo que venía ahora, me lo anunciaban los dedos que comenzaban a descender por mi monte de venus.

Finalmente llegaron a su destino. El primer contacto con mi sexo fue una sugerencia. Lo acarició con toda su palma, abarcando todo el espacio entre mis piernas. Simplemente rozaba mis labios mayores... y yo quería más. Sumergiéndose, dos dedos recorrieron la longitud de mis labios menores, rodeando la entrada a mi vagina una y otra vez hasta que logró que le suplicara que dejase de jugar de esa forma.

Apretó más su pene entre mis nalgas antes de cumplir mis deseos. Dos dedos entraron y se doblaron buscando mi punto G. Su boca recorría mi garganta y llegaba al lóbulo de mi oreja, al que atrapaba entre sus labios. La combinación de su boca y sus dedos lograron hacerme gemir. No me contuve. Mi objetivo era disfrutar de mi primo antes de que fuera demasiado tarde. Grité de placer. Lo había encontrado. Estaba presionando en ese punto exacto, en el bulto del interior de mi vagina. Me revolví incapaz de controlar mis espasmos.

Mientras me masturbaba, mi boca quedó abierta, sin poner ninguna traba a los sonidos que querían salir de ella. Su otra mano, que se había mantenido en mi vientre para que no me despegara ni un milímetro de su piel, subía por mi canalillo. Alcanzó mi barbilla y me hizo girar la cara. Recibí un beso sobre la mejilla y luego compartí un roce de mi lengua con la suya.

Sus dedos salieron de mí, deteniéndose en mi clítoris. Lo estimularon con suaves caricias circulares. Las primeras fueron lentas, explorando el terreno, pero enseguida su velocidad aumentó hasta que temí perder la fuerza de las piernas. Las rodillas me temblaban. Edu respiraba aceleradamente, excitado posiblemente por mis continuos gemidos. Su miembro crecía apretado contra mi cuerpo.

Me iba a correr. Pero no era esa la manera en la que quería irme. Con un tremendo esfuerzo me giré hacia él, haciendo que su mano se separara de mi sexo por el movimiento.

-          Es mi turno – le dije, alcanzando el bote de gel.

-          No me has dejado acabar contigo, prima...

-          Cada cosa a su tiempo – que me llamara prima me había producido un inesperado morbo, y se lo hice saber con un mordisco en su labio inferior.

Tomé una abundante cantidad de jabón en mi mano y lo repartí entre mis dos palmas. Le besé de nuevo mientras frotaba la espuma por sus hombros, sus brazos y su pecho. Notaba cada músculo. A la vista no estaban excesivamente marcados, al menos no mientras no hacía ejercicio. Pero cuando los tocaba de esa forma, sólo dejándome guiar por el tacto, con los ojos cerrados, apreciaba la potencia que escondía en su cuerpo.

Bajé mis dedos hasta su vientre duro. Me alejé ligeramente de él para poder acariciarlo. Al abrir los ojos, vi cómo su pelo se pegaba a su frente en la zona del flequillo. Una gota cayó de su nariz en ese momento para chocar contra su pene. Seguí todo el recorrido de su caída, y al mirar su miembro me imperó la necesidad de estimularlo. Una de mis manos lo apresó en un puño lo suficientemente apretado. Edu simplemente me observaba con sus oscuros ojos clavados en mi cara. Su boca estaba entreabierta y los labios enrojecidos.

El jabón ayudó en mis caricias. Gracias a él era capaz de masturbarle con más rapidez. Bajaba hasta la base y subía hasta el frenillo, variando el ritmo y sorprendiéndole a cada cambio. Necesitaba más, quería provocarle más, convertir su placer en inolvidable. Dejé de mirar sus ojos. Alcé la cara, dejando que el agua me golpeara directamente el rostro. Abrí mis labios y recogí la que caía en mi boca. Edu había vuelto a colocar una mano sobre mi pecho y lo acariciaba al ritmo de mis estímulos en su sexo. Cuando lo creí oportuno, sin soltar su miembro, me acuclillé frente a él y solté el agua sobre su erección.

¿Mi intención? Retirar el jabón. En cuanto lo conseguí, lo atrapé entre mis labios y moví mi cabeza en un movimiento de vaivén. Edu gimió claramente y apoyó una mano sobre mi pelo. Me ayudaba con mi mano, y masturbaba con ella lo que no podía abarcar mi boca. Mi lengua también trabajaba, haciendo molinillos sobre su frenillo y lamiendo su tronco cuando me sacaba su sexo de los labios. Con la mano que me quedaba libre, bajé hasta mi entrepierna y me masturbé a su vez. Mi dedo experto rozaba el clítoris con rapidez y mis gemidos se ahogaban en mi boca llena. Nuestros sonidos de placer se escuchaban al unísono. Le masturbaba a él al mismo ritmo que me masturbaba a mí misma. Cuando miraba a su cara, veía un gesto de maravilla e incredulidad pintado sobre ella. Su pene palpitaba, avisándome. Tampoco era esa la manera en la que quería que él se fuera.

Dejé de estimularle y me levanté. Soltó un quejido y cerró los ojos con fuerza. Su mano, como acto reflejo, agarró su sexo e intentó comenzar a masturbarlo. Se la aparté con un manotazo suave, pero firme. Le miré con provocación y le di la espalda.

Busqué un punto de apoyo. Me decidí por el mismo grifo. Puse mis manos sobre él y me doblé, dejando el culo en pompa dirigido a mi primo. Abrí ligeramente las piernas y le miré de nuevo.

-          No te cortes – le dije.

Y no lo hizo. Sujetó mis caderas y me penetró en menos de un parpadeo. Me sentía realmente excitada. Edu se estaba dejando llevar, quería explotar de una vez. Le había dejado con la miel en los labios y necesitaba descargar. Me gustaba esa forma suya de actuar tanto como la tierna y cuidadosa, tanto como la generosa. Sentía el deseo de que se quedara satisfecho, de saber que gracias a mi cuerpo y a lo que le ofrecía podía llegar a un orgasmo realmente placentero.

Sus embestidas eran feroces, desesperadas. El sonido de mis nalgas al chocar contra su bajo vientre era rítmico y cada vez más acelerado. Volví a estimularme el clítoris, notando a su vez las penetraciones profundas de su sexo en mi interior. También yo me había quedado a punto hacía unos minutos, y la humedad notoria en mis bajos era la mejor manifestación de ello.

Junto con el propio sexo, nuestros gemidos también aumentaron de intensidad. En el punto más inminente de mi orgasmo, Edu me agarró con más fuerza y bombeó con una rapidez increíble, entrando con una fuerza que me hacía soltar el aliento cada vez que nuestros cuerpos chocaban. Una vez más, con un último estímulo acelerado en mi clítoris, me corrí entre espasmos, con una sensación apremiante de ganas de orinar. Mi último gemido fue agudo, casi como un grito, y él en ese momento hundió su pene en lo más profundo y vibró, gimiendo a su vez, y corriéndose en mi interior.

El agua seguía cayendo cuando volvimos a respirar y nuestros ojos pudieron abrirse de nuevo, tras el orgasmo. Salió de mí y me incorporé. Le miré para ver el brillo que destacaba en sus ojos. Me abrazó y me dio un corto beso en los labios.

-          Eres increíble – me dijo.

Cuando salimos de la ducha, tras un segundo jabón y habernos lavado el pelo, ya era muy tarde. El polideportivo seguía abierto, pero por poco. Edu tenía que ir a fichar, y yo le dije que me iba directamente a casa por la hora que era. Cerró el despacho con llave y, antes de dirigirnos en sentidos opuestos del pasillo, me besó tiernamente a modo de despedida.

-          Vaya, vaya… – oímos que decía una voz conocida.

-          Hola, Guillermo – saludó Edu con el ceño fruncido.

-          ¡No eres tú tonto ni nada, hombre! – dijo el compañero de Edu – ¿Qué pasa, que se marcha Vane y en menos de dos semanas ya te has buscado a una nueva puta a la que tirarte?

-          ¡Vete a la mierda, hombre!

El hombre se rió con un gesto de malicia en los ojos y se alejó por el pasillo. Yo me había quedado clavada, sin saber qué decir. Edu evitaba mirarme

-          Vanesa era tu compañera, ¿no?

-          Sí.

-          ¿Te acostaste con ella?

Edu asintió, mirando al suelo.

-          ¿Cuántas veces, Edu?

-          Pues… – Hizo una mueca de disgusto – No sé, unas cuantas.

-          Por esa cara que pones, supongo que tú y yo ya nos habíamos cruzado, ¿no?

-          Sí, pero…

-          Déjalo – toda la alegría que había sentido hasta ese momento se había hundido en un profundo pozo. Mi burbuja se había pinchado – Eres un cabrón, Eduardo.

Le miré con todo el desprecio que pude antes de marcharme de su lado sin mirar atrás. Estaba celosa. Pero sobre todo estaba cabreada por haberme enterado de esa manera. Una lágrima cayó por mi mejilla, y me la limpié con rabia. “Ojalá se vaya a California, a esa maldita academia de baile”, pensé. Aunque un pinchazo en el pecho me hizo saber que no lo deseaba en realidad.