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Los placeres prohibidos 7

en Amor filial

*DAVID*

Observé la escena que tenía ante mí por un instante. Mi tío Víctor, mi padre y Quique,  un amigo de ambos. Los tres me habían estado observando mientras cumplía mi parte. Los tres habían ayudado a mantenerla quieta para hacérmelo más fácil. La chica a la que acababa de violar estaba tendida en el sofá, sollozando y encogida. Lo había hecho, tal y como me habían ordenado, como castigo a quien tanto daño había producido.

Los acontecimientos que me trajeron a este momento habían empezado hacía mucho tiempo. Mis padres estaban separados. Antes de cumplir la mayoría de edad, mi madre era quien tenía mi custodia. Habían acabado mal, por lo que si ver a mi padre ya había sido difícil esos años, con mi familia paterna apenas si me quedaba relación. Hasta que no me revelé, ya en mi adolescencia, mi madre hacía lo posible porque ni siquiera hablara con ellos.

Uno de los días que escapé de casa, fui en busca de la única familiar de mi padre que sabía que se encontraba en un lugar a donde yo podía llegar sin transporte. Su hermana pequeña. Mi tía. Me dirigí a su lugar de trabajo, casi corriendo, en busca de un acto que enfadara a mi madre. Una vez me encontrara con ella le llamaría, diciendo que no tenía de qué preocuparse, que estaba con mi tía y ella me cuidaría hasta que llegara mi padre del trabajo.

La encontré. Y lo que estaba haciendo me sorprendió. Por mi juventud, aquello sólo lo había visto en películas o en revistas. Ella estaba teniendo sexo con un compañero de trabajo, a espaldas de su marido. Observé ensimismado cómo botaba sobre aquél hombre, cómo sus pechos se alzaban y descendían en un movimiento hipnótico que no me dejaba apartar los ojos de ellos. Escuché los sonidos que ambos emitían. Recuerdo haber sentido cierta vergüenza ajena, sobre todo cuando sentí cómo mi aún virginal miembro despertaba, tal y como lo hacía cuando experimentaba con él.

Me sobresalté cuando ella me vio. Pero no cesó. Sus gritos aumentaron al igual que su velocidad. Ahora, me miraba a mí en lugar de a él. El hombre sobre el que estaba no me había visto. Tenía los ojos cerrados como si algo le estuviera doliendo. Cuando, tras una explosión de gemidos, mi tía paró de moverse y se levantó, vi cómo un líquido blanquecino escurría por sus muslos.

Ese día, después de que su compañero se marchara enfadado y nervioso por mi llegada durante su intercambio, ella se aseguró de que yo no hablara, de que no contara a nadie lo que había visto. Me convenció con un suave masaje en la entrepierna, y con la promesa de que cuando llegara a una edad apropiada para ello, me daría lo mismo que le había dado a aquél hombre. Yo sólo tenía que mantenerme callado, cosa que no me costó demasiado. Recuerdo que esa noche no fui capaz de despegar mi mano de entre mis piernas, recordando lo que había visto.

Un día después de mi dieciocho cumpleaños, ella me llamó. Cumplió su promesa. Yo ya no era virgen, había tenido mis experiencias con alguna novia de mi edad, pero nada se podía comparar con lo que me dio ese día. Desde ese momento, cuando su marido salía por viajes de negocios, me llamaba. Podíamos pasarnos tardes enteras en su casa, sobre el sofá, la cama, la mesa, la propia alfombra. No hablábamos, sólo nos dedicábamos a juntarnos para follar. Las conversaciones se aplazaban para las reuniones familiares, que aunque eran escasas seguían existiendo.

Aquél sábado, cuando me llamó llorando, cosa que nunca le había visto hacer, me alarmé. Salí disparado a su casa. Cuando llegué, encontré a mi tía abrazada a su marido, temblando y con los ojos enrojecidos. Mi padre también estaba allí con un gesto serio tallado en sus cuadrados rasgos. Una vez más me sorprendí de lo mucho que nos parecíamos. A pesar de ser un hombre de más de cuarenta años, aparentaba la misma edad que su hermana.

-          ¿Qué ha pasado? – Pregunté, paseando mi mirada entre los tres.

-          Tu tía. – dijo mi padre – Le han forzado a hacer algo que…

-          ¡Román, haz el favor de hablar claro! – mi tío parecía a punto de quemar algo con los ojos, de la rabia que desprendían. Me miró antes de pronunciar las dos palabras que me sobresaltaron – Le han violado.

Mi tía sollozó pegando su cara al hombro de Víctor. Él acarició su espalda con ternura, de arriba abajo.

-          ¿Cómo que la han violado? – pregunté - ¿Quién?

-          Tenía que haberlo sospechado. – sollozó ella – Me tocaba demasiado. No era normal, lo sabía, pero me decía a mí misma que solo eran imaginaciones.

-          Tranquila, cielo. – Le susurró mi tío al oído – No tienes culpa de nada.

No entendía nada. Miré a mi padre en busca de respuestas y él me puso una mano en el hombro y me alejó de la pareja para que no nos escucharan.

-          Mira, hijo. – empezó en un tono muy bajo – Sé que esto va a ser duro para ti, pero tienes que saberlo. Ha sido ese amigo tuyo… ¿cómo se llamaba? El que se fue a Madrid unos años.

-          ¿Eduardo? – me reí incrédulo - ¡Sí, hombre! Si él viola a gente yo me dedico a la búsqueda y captura de asesinos en serie. ¡Eso es imposible!

-          David, te estoy hablando en serio. – frunció el ceño – Yo no te mentiría con estas cosas.

-          Que no, papá, que le conozco. Eduardo no haría algo así.

-          No lo hubiera hecho antes, pero ¿cuánto tiempo ha estado fuera?

-          Seis años.

-          En seis años una persona puede cambiar una barbaridad, hijo. – me apretó el hombro para que sintiera su apoyo – Lo siento, sé que es duro escuchar que alguien no es como piensas, pero ¿para qué iba a mentir tu tía sobre eso?

-          Pues… – no sabía qué responder a eso – ¿Pero estáis seguros de que es él?

-          Sí, David. Estamos muy seguros.

Los momentos siguientes mi cabeza estaba demasiado ocupada procesando aquella información. Observaba mi alrededor, callado, mientras las tres personas con las que compartía el salón se movían y hablaban sobre qué hacer. La conciencia volvió a mi mente cuando mi padre y mi tío se pusieron los abrigos para salir a la calle.

-          ¿A dónde vais?

-          A buscar una manera de arreglar esto. – dijo mi tío – Voy a llamar a Guillermo para que avise a Quique de que nos ayude. – acabó de hablar dirigiéndose a mi padre.

-          ¿Quique? – Pregunté – ¿Y ese quién es?

-          Un amigo que conoce de vista a ese chaval. – me respondió mi padre. Mi tío y él intercambiaron una mirada seria que me dio a entender que lo que iban a hacer no les gustaba del todo – David, tú quédate con tu tía. No creo que esté tranquila quedándose sola.

Salieron a la calle, primero Víctor y luego mi padre, revolviéndose su pelirrojo cabello. Me dejaron solo con mi tía. Cuando me giré hacia ella, sus ojos seguían rojos, pero ella ya no temblaba y tenía una sonrisa en su cara. Me descolocó, pero no dije nada. No sabía estar a solas con ella si no era para acabar ambos desnudos. No sabía de qué hablar.

-          David, necesito que me ayudes a olvidar – la escuché hablar y la miré. Se había empezado a desatar los botones de la camisa.

-          Tía, por dios, acaban de salir tu marido y tu hermano por esa puerta. – mi corazón empezó a latir – Átate eso, anda.

Lejos de hacerme caso, ella se levantó y se quedó de pie delante de mí. No tenía más que alargar la mano para tocarla. Su camisa terminó en el suelo, descubriendo sus pechos sin sujetador, coronados por sus pezones ya apuntando. Le siguieron los pantalones ajustados, haciendo que la única tela que tapara su piel fuera un diminuto tanga semi-transparente. Quería apartar la mirada, pero no era capaz. ¿Cómo podía tener ganas de aquello después de lo que le había pasado?

-          Vanesa, si hacemos algo no van a poder detectar el ADN de Edu cuando vayas a denunciar.

-          No voy a denunciar a nadie, David. – Me dijo mientras se acariciaba un pecho mirándome con lascivia.

-          ¿Cómo que no lo vas a denunciar? Si no lo haces no lo va a pagar nunca.

-          Claro que lo va a pagar – se inclinó hacia mí para apoyar sus manos sobre el respaldo del sofá, a ambos lados de mi cabeza. Sus pechos quedaron colgando ante mi cara – Va a empezar hoy a arrepentirse de lo que ha hecho. Y va a seguir más adelante, cuando tú me ayudes a terminar su castigo.

-          ¿Qué tengo que hacer para hacérselo pagar? – intenté que me lo contara para ver si de ese modo se le quitaba de la cabeza la idea de estar desnuda delante de mí.

-          Desnúdate. – me susurró al oído – Desnúdate y te lo cuento.

Lo hice, sintiéndome obligado a ello por el tono severo de su voz, sus ojos y las ganas de saber cómo podía vengarla. Una vez sin ropa, me volví a sentar en el sofá. A pesar de que mi mente no había querido, mi sexo estaba como un mástil, apuntando al cuerpo de mi tía. Ella se arrodilló delante de mí y lo engulló, literalmente. Tenía una manera de comérmela que me llevaba a otro mundo, dejando mi mente vacía de cualquier otra cosa que no fuera su boca. Con una mano me agarraba la base y me masajeaba la línea entre los testículos. Con la otra, se tomaba un pecho y lo magreaba a gusto. Hizo aquello hasta que comencé a palpitar. Entonces paró y se levantó del suelo, haciendo surgir de mí el deseo de obligarla a que terminara. Dejarme de ese modo tenía que ser delito.

-          Túmbate, sobrino – casi ronroneó, al tiempo que se quitaba el diminuto tanga.

Por supuesto, me tumbé, como hipnotizado. Ella se puso a horcajadas encima de mí y se rozó sobre mi sexo. Estaba empapada. Lo hacía lentamente, apretando su entrepierna, gimiendo. Seguía amasándose un pecho y se pellizcaba un pezón. Entre gemidos, comenzó a hablar.

-          Tu amiguito tiene un punto débil – decía –, y le vamos a atacar justo en él. Eres la persona indicada, David. Eres lo más cercano que tengo a la piedad. Podría haberle dicho a tu padre, pero prefiero no pasarme. Prefiero que lo hagas tú.

-          ¿Hacer el qué? – sus movimientos nublaban mi mente, aumentando el sentimiento de que ese día no estaba yo muy veloz pillando las cosas. No entendía nada, de nuevo.

-          Su punto débil es su prima. Creo que la conoces.

-          ¿Becky? – pensé en esa preciosa chica que había llegado a nuestra pandilla de amigos cuando tenía yo catorce años.

-          Sí, la misma. – gimió antes de seguir – Vas a hacerle a ella lo mismo que Edu me ha hecho a mí.

-          ¿Qué? – me tensé e intenté apartarla de encima de mí sin resultado – No, ni hablar. No pienso hacerle nada. ¿Qué culpa tiene ella de lo que haga Edu?

-          Ay, mi pequeño David… – se inclinó para morder el lóbulo de mi oreja y, a continuación, susurrarme – Si no lo haces tú, lo hará tu padre. Dime, ¿qué crees que preferirá ella? ¿Un cuarentón o un chaval de más o menos su edad?

-          ¿Cómo puedes desearle a alguien lo mismo que te ha pasado a ti?

-          No soporto que me hagan sentirme una marioneta, – me respondió, frunciendo el ceño – y Edu lo ha hecho conmigo, así que no pienso en ella, sino en mí misma. ¿Vas a poner a una chica que apenas conoces delante de tu tía?

Me convenció, finalmente. Pero no por sus palabras, sino porque cuando acabó de hablar introdujo mi polla en su interior y me cabalgó como una salvaje. Sus gemidos llenaron el salón y mi primer orgasmo de aquella noche no tardó en aparecer. Cuando mi semen bañó su interior, se levantó y bajó su boca hasta mi sexo, para limpiarme al tiempo que hacía que mi erección no fuera a menos. Siempre lo hacía. Nunca dejaba que tuviera un descanso.

La siguiente vez que la penetré, tras haber jugado con su clítoris y mi lengua hasta que me suplicó que la follara, ella estaba recostada boca abajo en la mesa del comedor. Sus piernas se estiraban hacia el suelo, llegando a él sólo con las puntas de los pies. Ese panorama me impulsó hacia ella. Tomé sus nalgas, que tanto destacaban cuando ponía el trasero de esa manera, en pompa, y las apreté entre mis dedos. Las agité para observar cómo vibraba su carne.

-          Elige el agujero que quieras, sobrino, es tu premio por hacer lo que te he pedido.

Empecé buceando en su vagina, pero un dedo empapado por mi saliva jugaba en su puerta trasera al tiempo que mi polla se introducía en su sexo. Fui con lentitud, cosa que a ella le desesperaba, pero para mí hubiera sido un desperdicio correrme antes de poder sodomizarla. Pocas veces me lo ofrecía, y no podía desperdiciar ni una de esas.

Vanesa se quejaba de mi ritmo, llamándome cabrón por no ir más rápido, pero yo estaba entretenido con su ano. Un dedo, luego dos. El tercero casi no supuso esfuerzo. Vi cómo su mano iba hasta su clítoris y comenzaba a estimularse ella misma. Sonreí para mis adentros, mientras sopesaba con impaciencia si tardaría mucho en estar lista para darme la bienvenida dentro de su otro agujero.

Cuando lo estuvo, saqué mi miembro de su interior y coloqué el glande ante su ano. Ella suspiró cerrando los ojos. Al ver que tardaba, me apuró “¡Vamos! ¿A qué esperas?”. Y lo hice. Como ella me había enseñado. Con lentitud al principio, sintiendo su apretado esfínter a mi alrededor. Más tarde, cuando mi tía empezó a pedir más, me encontré a mi mismo taladrándole las entrañas con fuerza. Cuando llegaba al final de mi profundidad, sentía en los testículos el dorso de su mano, que estimulaba su clítoris, moviéndose a toda velocidad. No podía evitar gruñir, gemir con los ojos cerrados. Su culo era una delicia. Mirarla así, con la cabeza de lado sobre la mesa, observando su mueca de placer, era algo que me impulsaba, como empujando mis caderas con más rapidez. Sufrí una nueva evasión de mi cabeza a otro mundo, un mundo lleno de sus gemidos y limitado por las paredes de su ano, que me hizo perder la cuenta del tiempo que tardé en correrme. También la lleve a un nuevo orgasmo en el que su esfínter palpitaba y su mano se veía incluso borrosa sobre su botón mágico del placer.

Yo me aseé en el baño. Ella se duchó. Antes de que mi padre y mi tío llegaran, con los nudillos morados, Vanesa ya me había explicado cómo debía hacerlo.

-          Cuando Guillermo haga su parte te llamaré para darte vía libre y empieces con la tuya.

-          Tía, ¿Guillermo era ese con el que te pillé en el polideportivo, verdad? – no sé por qué se lo pregunté. Quizá porque en mi interior me preguntaba cuántas veces se lo habría follado a él para lograr convencerle de que le hiciera caso.

-          Eso no importa. – me respondió, molesta por mi pregunta – Él tiene algo que hacer, y en cuanto lo haga, lo primero de lo que tú debes asegurarte es de que Edu piense que tienes una cita con su prima. Le llamas y se lo dices directamente, con la normalidad de quien se lo cuenta a un amigo. – hizo una pausa – Lo relacionado con ella, con cómo la pillamos, dónde puedes hacerlo y todo lo demás lo iremos pensando. Tranquilo, se nos ocurrirá algo. Eso sí: en cuanto acabes, ni te vistes ni limpias nada. Me llamas directamente. Y en un lugar donde no te escuche nadie.

Ahora, en ese garaje con un viejo sofá que enseguida iría a la recogida de muebles, recordé esas palabras. Cogí el móvil y, disculpándome con Víctor y con mi padre, me retiré al pequeño almacén que había a la derecha. Llamé.

-          ¿Sí?

-          Tía, ya está.

-          Muy bien, cielo. – su voz sonaba dulce. “La dulzura de quien te quiere manipular”, pensé – Ahora escucha. Lo primero, debo disculparme contigo. Hay algo que te he ocultado, pero era necesario que no lo supieras. Eres blando en estas cosas y tener demasiada información hubiera hecho que te negaras a hacer esto.

-          No sé cómo pude aceptarlo – dije en bajo, más para mí que para ella, pensando en que la cara de terror de Becky sería algo que nunca podría sacar de mi mente - ¿Qué es lo que no me contaste?

-          Tu amiguito y Becky no sólo son primos. Son amantes. O novios, quién sabe. La cosa es que saber que tú estarías hoy con ella era parte de su castigo. Estará celoso, estoy segura.

-          Genial… – dije con sarcasmo. Ahora entendía la cara de odio que me dirigió Eduardo cuando le dije que tenía una cita con ella. Fue fugaz, pero la vi. En el momento me había dado miedo que por alguna razón hubiera descubierto mis verdaderas intenciones, aunque casi me daba más miedo que no hubiera sido así… Al menos, si las supiera podría pararme - ¿Para qué me dices esto?

-          Para que entiendas por qué te voy a pedir lo siguiente. Ahora tienes que asegurarte de que Edu sepa lo que has hecho. Eso hará que le reconcoma la culpa. – Todo aquello parecía divertirle.

-          ¿Estás loca? ¿Qué quieres, verme muerto?

-          Tranquilo, sobrinito, no te va a pasar nada. Seguro que conoces alguna manera de que se entere sin decírselo directamente.

-          Que no, tía, que me niego.

-          Por tu bien harás lo que te digo. ¿O quieres que Víctor sepa que me has forzado? De ti sí que tengo muestras de ADN, cielo.

-          ¡Serás zorra! – En ese momento lo comprendí. Eduardo no la había forzado. Le habría hecho cualquier otra cosa, pero no forzarla. Todo había sido una invención de Vanesa – Todo ha sido una farsa, ¿verdad?

-          ¿Lo vas a hacer o no? – esperó, recibiendo como única respuesta un silencio por mi parte – Muy bien, David. Por cierto, antes de que se me olvide, amenázala. Dile que si denuncia o cuenta algo darás a conocer su historia con su primo. Y las fotos que tienes de ellos en el nuevo despacho de Edu.

-          ¿Qué fotos?

-          Tú díselo. Y dile también que no dudarías en volver a hacerlo. Es bueno que se le quede algo de miedo en el cuerpo. Luego le das la ropa y que se vaya a casa. Creo que no se me olvida nada por decirte. Si me acuerdo de algo, te llamo. De esta conversación ni pío a tu padre ni a tu tío, ¿entendido?

Gruñí como afirmación. Vanesa cortó la llamada. Tomé aliento antes de salir de nuevo, con un forzado gesto indiferente, para acercarme a Becky y decirle lo que me habían ordenado. Ella estaba encogida, abrazando sus rodillas. Temblaba y asentía sin mirarme, con incesantes lágrimas recorriendo sus mejillas. Me dieron ganas de abrazarla para consolarla, pero sólo hubiera empeorado el asunto. Ni siquiera pedirle perdón tenía sentido. Lo que le había hecho era imperdonable, ambos lo sabíamos bien. Me había convertido en una basura, en la marioneta de mi tía… Una marioneta a la que le podía cortar los hilos y dejar que cayera al vacío en cuanto ella quisiera. Un desagradable escalofrío me recorrió.

Horas más tarde, tras haber pasado por casa de mi madre, me decidí por llamar a Alberto, un amigo de la pandilla, que, a su vez, era el mejor amigo de Eduardo. Cuando me cogió el teléfono, tomé aire y empecé a hablar. Él me escuchaba incrédulo, con palabras que reflejaban su desprecio hacia mí. Pero su desprecio no era nada al lado del que yo sentía hacia mí mismo. “Una marioneta”, pensé, “Una marioneta sumamente idiota”.

P.D.: Perdón si la categoría no ha sido del todo adecuada. He estado en dudas de si ponerla en ésta o en la de No Consentido, pero finalmente me he decidido por dejarla en Filial, pues el acto que describo forma parte de esa categoría y la violación únicamente se nombra. Un saludo y gracias por leer.