No sé si es impotencia lo que siento cuando me ocurre. Día tras día abro una hoja de Word y la observo durante minutos. Escribo. Borro. Escribo. Leo, me decepciona, borro.
Son esas ganas de escribir y esa imposibilidad de lograr algo satisfactorio. Son esas ideas agolpadas en mi cabeza, esos proyectos que se pisan unos a otros, deseando salir los primeros, caminar por el teclado y reflejarse en la pantalla.
Frases infinitas, conversaciones que prácticamente han aparecido por sorpresa en mi mente, listas de hechos sobre un papel… Pero una desesperante falta de inspiración para que las palabras sean algo más que palabras.
Y me pregunto por qué. Quizá no sea el día, la semana, el mes… Quizá el momento no es el adecuado, quizá mi ánimo no sea el preciso o mi motivación lo suficientemente inspiradora. Pero el resultado es siempre el mismo: Una sensación de vacío al no verme capaz de dar lo que deseo.
Estoy segura de que muchos os habréis encontrado en la misma situación en algún momento. Es la parte mala de crear historias: La imaginación y la fluidez no están siempre en la misma constante. "Es normal", diréis, "Habría que ser una máquina para que no ocurriera eso en algún momento". Es cierto, pero sigue siendo frustrante.
Alguien me dijo una vez que la solución a quedarse atascado en una historia es volver a leer desde el principio, volver a sentir lo que te sugería cuando empezaste y darle un nuevo ángulo, una nueva frescura. Sabio consejo, pero parece que en mi caso no ha conseguido el resultado esperado. Ojalá la próxima vez que me sumerja en la lectura completa de la historia encuentre la chispa que he perdido entre las frases y los diálogos. Tengo esperanzas de que así sea.
Hasta entonces sólo puedo disculparme, dar gracias a la paciencia de muchos y avergonzarme por haceros tan larga la espera.
Éste texto no es una excusa. Es sólo una explicación y una pequeña manera de mostrar el respeto que sinceramente quiero mostraros. No me he olvidado de que estáis ahí, simplemente necesito arrancar de nuevo.
Lau.