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Las sombras de la noche

en Grandes Series

La noche era estrellada y despejada completamente. La Luna, llena y amarilla, miraba expectante a la pareja de jóvenes que se encontraban en el parque, sentados y cogidos de la mano, enfrente de una casi ruinosa casita donde los niños pequeños solían jugar o bien se sentaban en torno a la mesita redonda de la casa para trazar un plan o estrategia a seguir en sus juegos. La joven suspiró y miró el reloj.

-Es tarde-le dijo al joven y se dispuso a levantarse. El joven la imitó y le pasó un brazo por el hombro, posando sus labios en el cuello de ella.

-Vamos, Robert-le susurró ella, intentando separarse de él. El chico la miraba, con los ojos centelleantes.

-¿Y si...?-murmuró él, acariciándole la mejilla derecha. Ella rió y le miró con ojos atrevidos y una sonrisa traviesa.

-¿Aquí?-le preguntó. Él se encogió de brazos y se acercó a ella. Notaba su perfume, tan cautivador...

-¿Ya no lo recuerdas?-le inquirió, cogiéndole delicadamente la barbilla y girando su hermosa cabeza hacia la casita. Ella sonrió.

-Éramos pequeños-le contestó. Él soltó una carcajada.

-No exactamente-le replicó él con una sonrisa-teníamos once años...

-Éramos unos enanos atrevidos-le susurró ella. Robert juraría que sus mejillas blancas habían adquirido un tinte rojizo.

-Yo lo recuerdo perfectamente, hacía calor, mucho calor, era de noche, como hoy. Habíamos jugado todo el día, con la banda de Guille, ellos ya se habían ido, y nosotros estábamos a punto de imitarlos-le dijo, besándole el cuello ligeramente-entonces, nos cobijamos en esa casita, cuando no estaba tan destartalada...

-El Refugio-susurró ella.

-Sí, exactamente, nuestro "Refugio"-repitió Robert,bajando su mano izquierda disimuladamente por la espalda de ella-estábamos muy acalorados, la fuente de agua estaba rota y el parque estaba desierto y entonces...

-Te quitaste la camisa, áquella que tenía la imagen de un oso-añadió ella, besándole en los labios tenuemente.

-Yo te dije que me imitarás y allí estabas ante mí, en sujetador-dijo él, mientras le colocaba una mano en la parte posterior de la cabeza y metía sus dedos entre su cabello castaño-te dije, "eso también"...-ella rió y le volvió a besar, dejando que su lengua jugara un poco con la suya.

-Yo era muy atrevida y me lo quité, me molestaba.

-Eran unos senos muy bonitos.

-Eran pequeños-le corrigió ella, riendo y mordisqueándole la oreja derecha.

Ahora han crecido-murmuró él, llevando sus manos a los pechos de ella. Ella soltó un gritito de sorpresa y le apartó las manos.

-¡Cómo te atreves!-exclamó ella, en un tono divertido. Él la abrazó y la besó, despacio, deslizando sus labios, buscando su lengua, jugando con ella.

-Luego me quité los pantalones y entonces te reíste.

-Me acuerdo-le dijo ella, mirándolo intensamente.-Tenías un pequeño bulto en tus calzoncillos.

-Yo te dije que era porque quería hacer pis-continuó Robert. Ella soltó una risita.-Me dijiste que tú también querías hacer pis. Te dije que fuéramos juntos, que me asustaba la oscuridad.

-Y allá que fuimos, desnudos los dos, a hacer pis-dijo ella burlonamente, besándolo con un poco más de pasión. Sus labios se clavaban en los de él. Sus dedos le acariciaron el cuello, musculoso y delgado.

-Te propuse que lo hicieras de pie-le dijo él. -¿Sabes por qué?.

-No.

-Quería vértelo.<>-pensó ella. Él disfrutaría mucho viéndola a ella, con una mano en la cintura, la otra en su entrada, para controlar el chorro, con las piernas un poco abiertas y él delante,dándole la espalda y mirando hacia atrás.

-Me costó un poco hacer pis, pero lo conseguí, te gané, tú no lo hiciste-le contestó ella.

-Yo estaba haciendo otra cosa-le indicó él, sonriendo y besándola apasionadamente. Sus manos, anchas y robustas, se clavaron en su culo.

-Te aprovechaste de mi inocencia-le reprochó ella, fingiéndose ofendida.

-Pobrecita-se burló él. Ella puso cara de ofendida, e infló sus mejillas. Robert rió y subió sus manos, metiéndolas bajo su camisa y buscando el cierre del sujetador.

-Eres muy atrevido, ¿no?-le dijo ella besándolo.

-Algunos no cambian-le contestó él con un tono burlón-quiero ver cuánto han crecido.

-¿Y yo no puedo sentir curiosidad hacia ti?-le preguntó ella, en un tono indignado y aprisionando entre sus manos el cierre.

-Vaya. También eres atrevida, ¿eh?-le dijo Rober, alejándose un poco de ella-¿cuánto quieres ver?.

-¿Cuánto ofreces?-inquirió ella. Robert miró a los lados y pasó con disimulo una mano por su flequillo, que le caía en tirabuzones sobre la frente. Ella sonrió disimuladamente y deslizó sus manos bajo su minifalda vaquera, que dejaba ver unas piernas delgadas y unos muslos que terminaban en unas nalgas carnosas y suaves, o al menos, eso se imaginaba Robert.

-¿Qué vas a...?-le preguntó Robert, pero su voz se extinguió. Ella deslizó sus braguitas hacia los tobillos y se las quitó, primero liberando un pie y luego otro. Durante milésimas de segundo, Robert creyó visualizar su tesoro.

<>.

Ella lo movió en círculos y se lo lanzó. Era de color amarillo, con los bordes morados. Robert lo cogió con una mano y a punto estuvo de olfatearlo.

<<¿Lo sabrá?>>-pensó Robert con cierto temor.

-¿Qué estás dispuesto a hacer por eso?-le preguntó ella. Robert tanteó con sus dedos el tanga, disimuladamente, y tocó una zona húmeda. Sonrió.

-Esto es lo que ofrezco-el chico movió ligeramente sus caderas y pusó sus manos sobre su cinturón ancho. Sonrió pícaramente y deslizó sus pies hacia los lados, un pasito y luego otro sin despegar los talones. Ella se sentó sobre el murito, cruzando sus piernas y poniendo sus manos sobre su muslo izquierdo. Él le dió la espalda y se quitó la chaqueta negra desabrochada que llevaba, revelando una espalda ancha a la que se pegaba su camisa blanca. Se dió la vuelta y pasó sus manos por sus pectorales, algo marcados y las bajó hacia el borde, desprendiéndose de la camisa y lanzándosela. Ella la cogió al vuelo y observó el torso del muchacho, bronceado y con apenas vello, exceptuando el pecho. Se deleitó con la vista de sus brazos y sus hombros. Reconoció la pequeña cicatriz que lucía sobre el pezón derecho, resto de un navajazo que a punto estuvo de costarle que le atravesaran un pulmón. Por suerte, la hoja se había deslizado sobre la carne, sin profundizar mucho.

Ella sonreía, es lo que quería Robert. El muchacho ya se estaba imaginado lo húmeda que estaría la joven, lo deseosa que estaría de deslizar sus dedos hacia su raja hambrienta y gemir de placer. Se la imaginaba quitándose la minifalda, abriendo las piernas y masturbándose frenéticamente, mientras le rogaba que le diera de comer a su rajita hambrienta y deseosa. Él le preguntaría el qué, y ella le diría algo como una jugosa polla. El muchacho sonrió. Movía sus caderas seductoramente, mientras se quitaba el cinturón. Sus dedos se movieron provocadores hacia su entrepierna y se situaron sobre ella, tapándola con un gesto de sorpresa dibujado en el rostro. Luego, sonrió pícaramente se quitó las botas y se bajó los pantalones vaqueros, rotos por el bajo, que solía destrozar debido a que lo pisaba con los zapatones. Ella rió ante la visión de sus calzoncillos.

-Ahora me dirás que a alguien como yo no le sientan bien unos calzoncillos blancos con corazoncitos-dijo él, sonriendo ampliamente y con un brillo divertido en los ojos. Su polla, ya erecta y endurecida, se alzaba orgullosa en su prisión y deseaba sentir la libertad. Él siguió bailando, contoneando las caderas y ella soltó un bostezo.

-Los he visto mejores-reconoció ella. El joven se detuvo en seco y se escandalizó ante aquello, abriendo los ojos mucho.

-¿Cómo...?-dijo, estupefacto. Sus bailes habían conseguido enloquecer a unas cuantas jóvenes y...¿ella le soltaba aquello? Un acceso de ira le recorrió el interior.

-No está nada mal para ser un principante-le dijo ella, levantándose y acercándose a él, tocándole los pectorales con las manos. Él le dirigió una mirada sombría y ella lo besó, aunque se sorprendió un poco de la resistencia que los labios de él mostraron.

-¿Te he ofendido?-le preguntó ella en un tono dolido. Enseguida la amabilidad y alegría volvieron al rostro del joven y la besó apasionadamente.

-No, Tania, para nada-le contestó él. <>. El muchacho bajó una de sus manos hacia la minifalda y ella se la detuvo, con suavidad. Sonrió y se arrodilló ante él.

-¿Sabes? Si cuando éramos enanos, me hubieras pedido esto aquel día-dijo ella, bajándole el calzoncillo hasta las rodillas y liberando su polla erecta y algo húmeda en el extremo-quizás hubiera hecho algo. Aquel día me humedecí con la visión de tu bulto en el calzoncillo-le confesó ella, mientras le cogía el miembro viril con su mano derecha y se asombraba de que aún le sobrara tanto.

-¿Cuánto te mide?-le preguntó ella, moviendo su mano de arriba a abajo suavemente mientras la aferraba.

<>.

-No lo sé, ¿crees que soy de ésos que van comentando sobre cuánto les mide sus miembros?-le preguntó él, mientras le acariciaba el cabello castaño que le llegaba hasta los hombros.

-Es grande-reconoció ella y pasó fugazmente la punta de su lengua por su glande rosado. Él se estremeció. Había soñado tantas veces aquello... Tania deslizó su lengua por el falo, hasta su base y sonrió.

-No tienes mucho vello, me gusta-le susurró ella. Movió su mano más rápidamente y el joven entrecerró los ojos. Observó su rostro angelical, haciéndole aquella paja y estuvo a punto de irse. Su polla se estremeció.

-No acabes pronto, quiero más-le dijo ella, sonriendo.

Tania se disponía a engullir aquello, cuando se escuchó un grito estremecedor y alguien pidiendo socorro. Una voz extraña, grave a ratos y estridente y muy aguda en otras ocasiones, le contestó en un idioma extraño. Ambos jóvenes se estremecieron visiblemente. Aquello había sonado muy cerca. Las luces de las farolas averiadas y rotas del parque se encendieron unos instantes, parpadeando. Tania y Robert se miraron, preocupados, y entonces escucharon las pisadas de algo enorme que aplastaba las piedrecitas y el césped del parque. Las luces se apagaron y escucharon una respiración profunda. Ambos se estremecieron de terror y Robert se alzó los calzoncillos y recogió su ropa, rápidamente. Tania le cogía de la mano y le apremiaba a que la dejara allí. Aquello, sea lo que fuera, se les acercaba.

-¡Márchate tú!-exclamó furioso Robert, moviendo su mano rápidamente y liberándola. Tania no se lo pensó dos veces. Corría como una lince y pronto se esfumó de la visión de Robert. Al muchacho no le importaba la ropa. Pese a que en el bolsillo se encontraba su paquete de tabaco y su mechero con la imagen de su grupo musical favorito. Era otra cosa lo que le llamaba la atención y no podía abandonar. Visualizó el tanga de Tania, que él había abandonado en el suelo cerca, y lo guardó en el bolsillo. Aquella cosa estaba más cerca. Ahora, Robert podía respirar su aliento. Un aliento fétido y nauseabundo que casi le hace perder el sentido.

-Condenado gilipollas, he perdido la oportunidad que quería desde hace...-dijo Robert pero vió en la oscuridad dos ojillos rojizos a la altura de la farola, que le sacaba a Robert tres cabezas y el muchacho no dudó en correr, alejándose de allí. Incluso si iba en calzoncillos. Su corazón le latía con fuerza y sentía que aquella cosa era....

 

Tania llegó corriendo a su casa. No estaba muy lejos de allí, pero no aminoró el ritmo en ningún momento. Aquel grito y aquella cosa...Procuró no pensar en eso y se tranquilizó al fin cuando cerró la puerta de su casa. Sólo entonces se acordó de que no llevaba nada bajo la minifalda y que posiblemente alguien podría haberlo notado cuando corría desbocadamente.

-Estupendo-murmurró ella, resignada. Subió las escaleras hasta su habitación. En el pasillo, se encontró la puerta de su hermano semiabierta y su cuarto iluminado.El joven. Tumbado en la cama, se había quedado dormido boca abajo con un libro apoyado en la almohada. Roncaba ligeramente y ella abrió la puerta con delicadeza.

-Es tan mono-se dijo en voz baja. Se acercó a la cama y le acarició el pelo, desordenado y rizado, de un color azabache. Se había dormido incluso con las gafas puestas. Su cuarto era un caos, cosa que provocaba la disputa entre el orden que establecía Tania y el desorden que defendía Christian, su hermano pequeño de unos 14 años. Ella miró con algo de curiosidad la página que estaba abierta y leyó el título del capítulo: "Cómo hechizar a un conejo". Ella soltó una risita. Con 14 años, y su hermano aún creyendo en tonterías así.

-Magia-susurró ella y salió del cuarto, apagando la luz.

-Magia-volvió a repetir con un tono de preocupación y deteniéndose en el pasillo. Una gota de sudor frío le recorrió la espalda.

 

Un pequeño gorrión volaba por la calle, aleteando ligeramente las alas y con un aire despreocupado. Observaba sin ningún interés los coches y motos que circulaban bajo sus calas, y las personas que andaban por las aceras, ignorantes de su presencia y alegres. En la habitación de un tercer piso, apoyadas las manos en el alféizar de la ventana, el gorrión vislumbró a una mujer, de unos veintitantos años o así, con el cabello de color paja sucia recogido en una coleta mientras un hombre la penetraba por detrás y le agarraba de la coleta. Ambos iban vestidos, al menos lo que el gorrión podía atisbar, pero su aguda mirada le permitía distinguir el movimiento de los pechos de la mujer. El gorrión estuvo tentado de virar su rumbo pero se lo pensó dos veces y continuó su marcha. Ya había sido suficiente.<>. Ladeó su cabeza y buscó aquella ventana pero siguió hacia adelante. Estaba cansado. Por fin, apareció ante sí la casa. Casi soltó un suspiro de alivio y comenzó el descenso. Era una tienda algo antigua, de un solo piso, cuyo tejado estaba algo mohoso y la fachada necesitaba una mano de pintura pero eso al dueño al parecer no le importaba. El gorrión se coló por la estrecha ventanita que había abierta en el tejado y aterrizó en un armario polvoriento. Estuvo a punto de graznar de irritación cuando vio ante sí la nubecilla de polvo que había levantado.

-Y bien, mi querido amigo, ¿qué me has traído hoy?-susurró el hombre que se encontraba escribiendo algo con una pluma y un tintero en una mesa llena de pergaminos y hojas sucias. Del armario descendió un gato que aterrizó suavemente y anduvo sigiloso hacia una silla de madera vieja que había frente a la mesa. Se encaramó a ella y se subió a la mesa, sentándose sobre los cuartos traseros. Los ojos del hombre, ocultos tras unas gafas, se clavaron en los del gato y sonrió.

-Material de primera calidad-se dijo.

 

-¿Quién te ha dado permiso para que me folles?-le replicó ella, volviéndose y empujando al hombre a la cama. Ella se subió a horcajadas sobre él y el hombre intentó cogerla por los hombros, pero su mano izquierda estaba aprisionada por unas esposas. La derecha agarró uno de sus hombros pero ella, riendo, se desprendió de ella y la inmovilizó con la suya. El hombre, con un poco de barba, nariz aguileña, ojos claros, y cabello escaso y lacio, de un color grisáceo, rió. Tenía el rostro un poco colorado.

-Ese truco de esposar a la gente, lo dominas a la perfección eh?-le dijo, mientras ella agarraba su polla gruesa y se la meneaba suavemente. La mujer descendió su rostro y le besó en los labios, mientras él se agitaba levemente en la cama.

-Para follarte a una poli, hay que pedir permiso, ¿lo sabías?-le dijo ella, al tiempo que guiaba su polla hacia su coñito.

-Soy tu superior-le contestó él.

-Y estás casado, eso me pone más-gimió levemente cuando sintió como la polla del hombre se introducía un poco en su interior-me pone mucho más si me imagino a tus hijos viendo esto-empezó a moverse lentamente, de arriba hacia abajo, contrayendo sus músculos vaginales y estrujando la polla del hombre. Éste torció su cara y sonreía de placer, al tiempo que erguía su cabeza intentando llegar a los labios de ella. Ella no se hizo mucho de rogar sino que abrió su boca y acogió su lengua.

-¿Te imaginas a tu hija de 14 años, Dalia, masturbando su coñito mientras su papá se folla a una oficial?-le preguntó ella, cabalgando a mayor velocidad. El hombre disimuló una mueca de desagrado.

-¿Eres bisexual o qué?-le soltó.

-No, sólo es que me pone muy cachonda esa situación-le dijo ella mientras le aprisionaba su lengua con la suya. Liberó la mano derecha del hombre y se la llevó a sus pechos.

-Tu hija susurraría algo como: -"Papá, me mojo observando como te follas a una mujer que no es mamá"-le dijo ella, mientras le cabalgaba más deprisa. Sentía la polla del hombre entrando y saliendo, un continuo calor en su entrepierna y sus labios vaginales acogiendo aquel miembro. La mano del hombre se aferraba a su seno derecho, y ella se cogía el seno izquierdo. El hombre era un poco brusco cogiéndole el seno, parecía que se le iba a escapar pero a ella no le importó demasiado. <<Sólo un poco más>>.

-Quiero follarte por el culo-le dijo él. Ella enarcó una ceja y sonrió.

-Mi culo es coto privado, teniente-le respondió, mientras se levantaba. La polla salió de la vagina haciendo un ruidito y el rostro del hombre reflejaba la sorpresa.

-¿Dónde vas...?-preguntó, intentando incorporarse, pero se calló cuando ella se sentó en su pecho, dándole la espalda.

-Cómeme el coño-le pidió ella mientras lo acercaba hacia su rostro y ella descendía el suyo buscando su polla. Su mano agarró su miembro duro y empezó a lamer la punta con su lengua mientras sentía como el hombre abría sus labios vaginales con dos dedos y le introducía la lengua. Dos meses antes, Sofía jamás se hubiera atrevido a imaginar aquello. Había visitado la casa del teniente Murillo, de unos cuarenta y siete años, había hablado con Dalia, con la mujer de Murillo, incluso había cenado en su casa. En la comisaría, su imagen era impoluta. Mujer firme, serena, respetuosa con la ley y amable con todos. Se daba cuenta de las miradas de sus compañeros, pero no les daba importancia. Pero ese día, había conseguido algo que jamás hubiera pensado. Había encontrado a Murillo en la barra de un bar, medio borracho. Ella se le había acercado. Habían empezado a hablar y a beber. Ella más que él. Necesitaba el alcohol. <>. Luego, habían ido andando hacia la casa de Murillo. Ella lo quería escoltar, le había dicho entre risas. Él le cogió del brazo, ella le besó tenuemente, él respondió.

-Ah, síii, mi amor, sigue-gimió Sofía sintiendo como la lengua y dos dedos del hombre se introducían en su interior. Ella siguió lamiendo su polla, jugando con su lengua, y succionándola. Con una mano, acariciaba sus testículos. Habían empezado en el ascensor de aquel motel. Se habían besado apasionadamente. Ella le había acariciado la espalda y él le desabrochó el sujetador.

-Me voy a correr, mi amor, síiii-gimió ella, alzando su rostro y cerrando los ojos mientras sentía a sus labios vagilanes contrayéndose. El orgasmo le recorrió la espalda como un calambre y la hizo retorcerse. Sentía las piernas flácidas y siguió engullendo aquella polla mientras el hombre le introducía cuatro dedos y con la punta de la lengua jugaba con su clítoris.

Habían empezado en la puerta de la habitación. Antes de que ella abriera la puerta, ya tenía los pantalones y las braguitas fuera. Sus glúteos se habían contraído con la palmada que él le dió en los cachetes y ella le desabrochó el pantalón, ansiosa. O fingiendo estar así. Ni la misma Sofía lo sabía. Él había arrojado los pantalones y las braguitas de ella al cuarto y la había empujado contra la cama.

<<¿Me está gustando esto de verdad?>>.

-Sigue, oficial, sigue-le dijo él mientras ella sentía como la polla del hombre se contraía. Ella engulló la polla y la succionaba. La polla de Murillo estaba caliente y de repente, soltó su líquido. Ella se lo tragó y le lamió el falo y los restos que había en el glande al tiempo que el cuerpo del hombre se relajaba y su falo se volvió flácido. Ni siquiera había notado Sofía la fuerte palmada que el teniente le había propinado en el cachete justo cuando se corría. Ahora, le escocía.

-Te he dejado marcada-le susurró él, sonriendo. Ella se echó a un lado y se abrazó a él, descansando su cabeza en el pecho de él y pasando una pierna por encima de las suyas.

-¿Lo haces con las mujeres que te llevas a la cama?-le preguntó. El rostro del hombre se ensombreció.

-Yo soy fiel.

-A mi coñito y al de tu mujer, ¿no?-le respondió ella, jugueteando con su polla flácida.

-Ésto...no ha sido...

-¿Un polvo? ¿Una infidelidad?-intervino Sofía, sonriendo-tranquilo, no volverá a pasar. Sofía se levantó y buscó sus braguitas y el pantalón al tiempo que el hombre se erguía en la cama.

-No quería decir eso, Sofía, escúchame...-ella le acalló con un gesto y se volvió hacia él.

-Tranquilo, no diré nada a nadie, tu matrimonio seguirá tan firme y tan hipócrita como lo ha sido hasta ahora-le contestó ella, mientras le tiraba las llaves de las esposas. El móvil, en el bolsillo del pantalón de Sofía, vibró y ella suspiró. <>. El hombre se veía azorado y confundido y ella rió mientras abría la puerta y se marchaba.

-Menudo estúpido eres, teniente Murillo-se dijo a sí misma.