miprimita.com

Mira, mi amor, mira

en Voyerismo

  Llega la hora de marchar a la cama y vas delante de mí, como si no supiera el camino hacia tu cuarto. Otras veces también lo has hecho, pero desnuda, provocadora, atrayente, o solo llevando un tanga, el cual sabes que pronto se deslizará por tus piernas y acabará arrojado en el suelo, o lo usaré para silenciar los gemidos de tu boca, pero antes lo oleré para embriagarme del aroma de tu sexo, mientras tú me esperas tumbada en la cama, susurrando mi nombre, abriendo tus piernas, mostrándome tu tesoro sin pudor alguno. En esta ocasión vas vestida con un pijama rosa, calzando unas viejas zapatillas de casa con la cara de un perro estampada en ellas y llevas el pelo suelto, un poco mojado, pues aún no se ha secado de la ducha que tomaste. Mis ojos se desvían hacia tus nalgas respingonas y su sensual balanceo, avivando el deseo que corroe mi interior, imaginando esas dos colinas duras de carne que me pides que a veces azote mientras te colocas a cuatro patas, gimiendo de placer.

  ¿Sabes lo que sucederá? ¿Te imaginas que acabarás conmigo bajo las sábanas, gozando de una sesión de sexo con tu novio? Abres la puerta de tu cuarto. Hay luz dentro. No es para mí una sorpresa, sé que vuestra casa es pequeña y que compartes tu cuarto con tu hermano pequeño. Él se encuentra en su cama, leyendo un cómic, enmudece su risa al vernos entrar. Le das las buenas noches, yo también le saludo. Caminas hacia su cama y depositas en su frente un dulce beso de despedida, de la misma manera que otros días te has dirigido hacia ella, para tumbarte sobre ella o arrojarme encima y cabalgarme, devorada por la pasión. Ahora que lo pienso, han sido más veces las que lo hemos hecho en su cama que en la tuya. ¿Será porque te gusta dejar el olor de nuestros cuerpos prendados en su cama?

  Te vuelves hacia mí y sonríes, la misma sonrisa tierna y delicada que ilumina tu rostro con el mentón afilado cuando enciendes la cam de tu ordenador, antes de desnudarte e introducirte en la ducha. Correspondo a tu sonrisa y dejo que entres primero en la cama, así será más fácil que accedas a mi deseo. Nuestros manos se tocan por primera vez bajo la cama y me vuelves a sonreír, con un brillo en tus ojos azules. ¿Me lo tomo como una señal de que me dejas actuar? Me remuevo en la cama y le doy la espalda a tu hermano, ocultando tu visión.

  Tú duermes hacia el lado opuesto, mirando hacia la pared del cuarto. Lo sé porque en el verano, tras hacer el amor conmigo, a veces te dormías al final, mientras te abrazaba desde detrás. Lo sé porque aprovechaba las ocasiones para zafarme de tu contacto y tomar fotografías de tu cuerpo, para recordar aquellos momentos. Recuerdo una ocasión en la que te pusiste boca arriba, mientras seguías sumida en un acogedor sueño. Los rayos solares entraban a través de la ventana, iluminando tu piel morena por la exposición al Sol. Solo se notaba la presencia de tu ropa interior en la zona del pubis, tus pequeños pechos compartían el mismo color que el resto de tu cuerpo, señal de que a menudo hacías topless. ¿Dónde lo harías? ¿En el patio de tu casa, aún a riesgo de que alguno de tus vecinos te sorprendiera? No, debía de haber sido en la piscina de tu amiga Claire. ¿Ella también se destapaba sus pechos? Me hubiera gustado veros a las dos, tomando el Sol tranquilamente, semidesnudas, hablando de vuestras cosas...

  Entonces, lo ví. Elevé mi cámara desde la visión de tus muslos y tu sexo expuesto hacia tus senos. Allí, en el derecho, una pequeña gota blanca estaba a punto de superar el obstáculo de tu pezón y precipitarse por la suave pendiente de tu seno. Una valiente gota de semen, el único rastro de él en tu cuerpo. Capté ese momento y aún lo sigo atesorando.

  Tu rostro se encuentra muy cerca del mío. Noto como tus ojos me interrogan, escudriñan mi expresión y sigues sonriendo. Tus carnosos labios tiemblan un poco y apoyas una mano bajo tu mejilla. Deslizo detrás de tu oreja unos mechones de tu pelo castaño y aprovecho para acariciar tu cuello de cisne. Te estremeces y sonríes más. Me hace mucha ilusión que estés aquí conmigo, me susurras, y coges mi mano, deslizando tus dedos delgados y finos entre los míos, anchos y robustos. Aproximo mi rostro hacia el tuyo y deposito un suave beso en tus labios cálidos. Es un sutil roce de labios, una caricia que provoca que separes tus labios y compartamos un beso más prolongado, rozando nuestras bocas.

  Siento como me excito y me separo un poco de ti, levemente, para que aún no te des cuenta de lo que sucede. Recorro tu espalda con mi mano y la coloco en tu nuca. Ambos sabemos que te gusta que te bese de esa forma.

  Te separas de mí un poco, respirando con fuerza, tus mejillas han adquirido un poco de color. ¿Te sonrojas ahora? Alargo un brazo y apago la luz. Tu hermano se encuentra colocado de espaldas a nosotros, roncando levemente. ¿Fingirá, o estará dormido?

  Vuelvo a acercarme y continuo besándote. Creo que te he pillado un poco desprevenida, respondes a mis besos con algo de lentitud, como si no compartieses la pasión que me devora a mí. Me doy cuenta de ello cuando, en mi osadía, intento colar una mano bajo la camisa de tu pijama. Detienes mi mano con una de las tuyas y me preguntas qué estoy haciendo.

  Te observo a los ojos. Aún sigo viéndote gracias a la luz lunar. Todo lo empezaste tú, querida. Yo fui una de tus víctimas. Aquel caluroso día de junio, en el que como solíamos hacer, hablábamos por Skype. Yo estaba preparando los exámenes y no tenía tiempo para verte. Ese día, estabas en tu cuarto, como de costumbre cuando hablábamos, y llevabas una camisa ancha, bajo la cual se apreciaba la visión de unas braguitas infantiles. No miraba a la cámara porque estaba ocupado analizando un texto en griego y, en ese mismo entonces, hiciste algo que provocó un cambio. Lo vi a través del rabillo del ojo. Te quitaste la camisa, revelando que no llevabas sujetador.

  Yo no veía porno, no lo necesitaba y lo consideraba demasiado ridículo y exagerado. No era la primera vez que veía tu desnudez, ya nos habíamos acostado, pero siempre de noche, refugiados en tu cama, mientras reproducíamos una película en el ordenador. Aquella era la primera vez que veía tus pechos a la luz del sol. Te tapabas un poco el rostro con la mano, como si tuvieras vergüenza, pero yo no podía apartar la mirada de tus pechos.

-¿No estabas estudiando? Pues sigue haciéndolo-me escribiste en el chat.

-Eso estoy intentando-te respondí yo, y volví a clavar mis ojos en los apuntes. Sin embargo, te seguía viendo por el rabillo del ojo. Tú seguías en la misma postura, cruzadas tus piernas, y llevabas tus manos hacia tus pechos, ocultándolos y descubriéndolos, con tus dedos acariciabas la superficie de tus senos y jugueteabas con tus pezones, los mismos que a mí me encantaba chupar y sentir en mis labios en los preliminares.

-Me estoy poniendo muy caliente-me escribiste, tras lo cual, deslizaste tu mano derecha por el vientre hasta que tus dedos rozaron el elástico de tus braguitas amarillas. Yo ignoré tu comentario pero mi mente se nublaba por momentos y ya no atinaba a descifrar las letras griegas. Sentía que el corazón me latía con furia y que mi polla se erguía en todo su esplendor, clavándose en mi pantalón.

-Ven-me volviste a escribir, y deslizaste tus dedos dentro de las braguitas.

  No te respondí, pero cerré el ordenador con fuerza, lancé los apuntes lejos de mí y salí disparado de mi cuarto. Fui corriendo hacia tu casa, sin importarme que mi erección pudiera ser visible en los pantalones deportivos ceñidos que llevaba puestos. La visión de tu desnudez y el recuerdo de tu descaro ocupaban toda mi mente, abrasaba mi cuerpo y nutría a mis piernas de una insospechada energía. Creo que tardé cinco minutos en llegar a tu casa. La puerta estaba abierta. Entré y la cerré, deteniéndome solo un instante para cerciorarme de que no había allí nadie, exceptuándote a ti.

-Arriba-escuché.

  Aquel dulce sonido cruzó raudo el silencio sepulcral que reinaba en tu casa, taladrándome los oídos, haciendo que me estremeciera. Subí rápidamente las escaleras y te encontré en tu cuarto.

  Me recibiste tumbada en tu cama, risueña, con solo las braguitas. Tenías el rostro un poco encendido y en tus ojos se veía un brillo apasionado. Me desnudé rápidamente, quedándome solo en calzoncillos y me lancé hacia ti como un león se abalanza sobre su presa moribunda. Nos besamos apasionadamente, enroscaste tus brazos en torno a mi cuerpo, atrapándome. Ahora era yo tu presa. Ahogaste un gemido en mi boca.

-Fóllame.

  Separé mi rostro del tuyo, apenas unos centímetros, mientras sentía la urgencia de volver a besar tus labios rojos y abiertos para mí, seductores y bellos. Meditaba sobre si decirte o no lo que había pensado, confesarte la alocada idea que había cruzado mi mente cuando te había visto en tu cuarto, aún con el ordenador encendido y sobre tu escritorio.

-Vamos a jugar-te contesté, y me levanté, cogiéndote de las manos. Me lanzaste una mirada traviesa e inocente. Te coloqué delante del portátil, y bajé un poco la pantalla.

-¿Qué vas a hacer?-me preguntaste, sorprendida. Volví a besarte, y mis manos recorrieron tu cuerpo, hasta atrapar tus pechos.

-Jugar-te contesté. Me separé de ti y abrí el navegador, escribiendo en la barra de búsqueda. Tú veías lo que hacías, podrías haberlo impedido, pero no lo hiciste. En su lugar, vi que retrocedías un paso. ¿Ahora te echabas hacia atrás? ¿Volvía a ti la cobardía?

-¿Qué vas a hacer?-me volviste a preguntar, esta vez en un tono más duditativo. ¿Acaso no lo estabas viendo?

-Voy a mostrarnos-te respondí-será divertido.

-No-dijiste, retrocediendo otro paso. Te miré a los ojos. En tu rostro, había una sombra de duda y un pequeño brillo de miedo se ocultó en tus ojos azules. Por un instante, flaqueé. Quizá me estaba dejando llevar demasiado por la pasión y en mi desenfreno, había cruzado un límite invisible. Pero la visión de tu desnudez, y la pequeña manchita oscura en tus braguitas amarillas devoraron aquel breve instante de indecisión.

-Ven-te dije, tendiéndote una mano-nadie te verá el rostro, solo verán lo que queramos que vean.

  Queramos...lo que yo quisiera que viesen de ti, tendría que haberte dicho si hubiera querido ser totalmente sincero contigo. Dudaste, pero alzaste tu mano hacia mí. Aferré tus dedos y volví a colocarte entre mi cuerpo y la pantalla, al tiempo que encendía la cam.

-Esto es peligroso, Carlos-susurraste, girando tu rostro hacia el mío.

  Tus cabellos rozaron mi mejilla dulcemente, y mi nariz se embriagó con el suave olor a rosas que se desprendían de ellos. Besé tu boca y volví a acariciar tus pechos. Notaba la tensión en tu cuerpo.

-Tranquila, nadie te reconocerá-dije, en un tono calmado y suave, musitado como un susurro en tu oído. Por el rabillo del ojo, veía el brillo azul de la cam, captando la ventana en la que aparecía la mitad de tu vientre hasta la mitad de tus muslos estrechos y duros.

-Mira, mira cuántos te están viendo-susurré, mientras una de mis manos se deslizaba por tu vientre hacia el elástico de tus braguitas.

-No, no quiero verlo-me respondiste, tapándote los ojos con una mano, mientras la otra se aferraba con fuerza en torno a mi muñeca-no quiero.

   Volví a dudar. Parecía que estabas sufriendo con todo aquello. Sin embargo, pegué mi cuerpo al tuyo, clavando mi erección en tus nalgas, haciéndote notar su cálida presencia.

-¿No quieres sentirte deseada por muchos? ¿No era uno de tus sueños ser modelo y envidiada por las demás chicas? Aquí no hay pasarelas, ni periodistas, ni entrevistas, solo un montón de mortales deseosos de contemplar la belleza de una diosa como tú, de ver a una auténtica hija de Afrodita-te musitaba al oído, mientras acariciaba tu cuello de cisne.

  Sabía que aquello era un golpe bajo, un ataque mortal contra las almenas que rodeaban a tu fortaleza de inseguridades y humillaciones. Sabía que a ella la consideraban fea, y que eso hería su orgullo en muchas ocasiones. Era un ataque arriesgado. Te quedaste en silencio, reflexionando sobre lo que había dicho. En la ventana, el número de usuarios iba descendiendo, los comentarios se volvían menos fogosos.

-Tu público se impacienta, tus admiradores se decepcionan-insistí, mordiendo suavemente el lóbulo de su oreja derecha. Ella se estremeció y me besó en los labios.

-Eres un gamberro-me susurraste, y aflojaste la presión de tus garras en torno a mi muñeca. Sonreí triunfalmente y correspondí de buen grado a tus besos. Mi mano jugueteó con el elástico de tus braguitas, bajándosetas un poco hasta mostrar el nacimiento del vello púbico.

-Mira, te desean, todos ellos están ahora como yo-comenté en tu oído, restregando mi erección por tus nalgas.

-Me da un poco de vergüenza-me confesaste, apretando con tus muslos mi mano, que se paseaba a sus anchas por encima de tus braguitas. Deslicé mis labios hasta tu cuello, rozándolo suavemente.

-Mira lo que escriben: "so hot girl, sweet girl, wanna see you naked, panties out"...

-¿Qué soy muy guapa, no?-me preguntaste. Por un instante, había olvidado que apenas sabías inglés. Asentí con mi cabeza y te volví a besar.

-Voy a activar el sonido para que te oigan gemir-te comenté dulcemente.

  Asentista, soltando una risita nerviosa. Te di un pequeño azote en tus nalgas, y me agaché detrás de ti. Besé tus muslos mientras una de mis manos se colaba entre tus piernas y usaba un dedo para recorrer tu rajita. Solo se escuchaba los chasquidos de mis labios al besar tu cálida y suave piel, pero pronto te escuché gemir por lo bajo. Me imaginaba tu rostro, contraído por una mueca de placer, con los ojos casi cerrados, mordiéndote un labio para aguantar tus gemidos mientras yo te besaba el culo y te toqueteaba por encima. Te bajé un poco las braguitas hasta que vi el nacimiento de la raja de tu culo. Ellos debían estar viendo el comienzo de la punta de flecha negra de tu pubis, vello que te habías recortado especialmente para mí, pero ahora también para ellos, para otros chicos que estarían masturbándose al verte.

  Soltaste tu primer gemido cuando te di otro pequeño azote en tus nalgas, un sonido lleno de placer y de sorpresivo dolor. Te bajé las braguitas por entero, y las deslicé hasta tus rodillas, exponiendo la visión del tesoro entre tus piernas a la mirada de cualquiera.

-Aaah-volviste a gemir, cuando deslicé un dedo por encima de tu rajita, sintiendo como tus labios se iban separando para abrazarlo, sintiendo como me invitaban a que me hundiera en su íntima y acogedora profundidad. Con la punta del dedo, rocé tu clítoris hinchado, que resurgía en todo su esplendor, y rodeé su superficie rugosa.

  ¿Quiénes te estarían viendo? ¿Chavales de once, doce o trece años que estaban viendo por primera vez la vagina de una chica? ¿Hombres maduros ociosos y deseosos de volver a sentir en su lengua el dulce néctar de la juventud? ¿Te estaría viendo tu hermano mayor, desde su oficina? ¿O tu querido profesor de matemáticas, desde la soledad de su despacho? Me sentía sumamente excitado por el peligro y la situación en la que te encontrabas, tan expuesta a lo desconocido.

-Aaah-volviste a gemir, un poco más fuerte. Apoyaste las manos en el escritorio, realzando tus nalgas hacia mi rostro y separando un poco más tus piernas. Te estaba gustando a ti también, lo sabía, tu cuerpo me lo transmitía.

  Empecé a introducir mi dedo en tu interior y entonces, me sorprendí gratamente al notar tus dedos también allí. Te estabas tocando el clítoris con uno de tus largos y finos dedos. Sonreí triunfalmente. Decidí que fueras tú quien te tocases. Aferré la muñeca de tu mano y la deslicé más hacia abajo. Tú captaste lo que yo querías que hicieras.

-Hazlo aquí, te sentirás más cómoda-susurré en tu oído, empujando su silla hasta ella.

-Pero, ¿ahí me verán no?-me preguntaste, con un brillo de temor en tus ojos apasionados.

  Negué con la cabeza. Me obedeciste. No caíste en la idea de que yo quería que te viesen completamente desnuda, deseaba mostrar tu cuerpo en plena acción a tu ansioso público. Me mirabas con tus ojos azules, iluminados por la pasión y el cariño mientras yo adaptaba la cam a tu nueva situación. Apoyaste tus pies en la mesa y seguiste tocándote en la vagina con una mano. Ahora, yo me había convertido en otro espectador más, pero yo era más especial que el resto. Me observabas con tus ojos medio cerrados, me lanzabas ocasiones besos con tus labios y gemías con el rostro girado hacia mí. Tus ojos se deslizaban entre mi rostro sonriente y el bulto de mis calzoncillos. Ven, me decías con la mirada.

  Me aproximé hacia ti, mientras te introducías un dedo rápidamente y tus gemidos aumentaban su intensidad. Te retorcías en la silla y, sin que te dieras cuenta, tus agitados pies cambiaron la posición de la cam. Ahora, podrían verte por completo, podrían relacionar tu rostro con tu cuerpo, podrían reconocerte por la calle. Dudé antes de acercarme a ti. Podría haberte avisado de aquello, podría haber cortado la visión de la cámara, podría haber modificado de nuevo la posición de aquel objeto espiatorio. Sin embargo, tus gemidos, el arrollador placer que destilaba cada poro de tu piel, la visión de tus pequeños pechos temblando con tus leves sacudidades, tu vagina expuesta y tus dos dedos entrando y saliendo de tu coño húmedo me impidieron hacerlo.

  Ahora me daba cuenta que lo que realmente me estaba gustando no era el peligro y la originalidad de aquel encuentro inesperado. No, era que te viesen, era mostrarte sin que lo supieras. Por ello, el puntero del ratón se deslizó desde la opción de detener la cam hasta la opción de ocultar la ventana de la cam.

-Cabálgame-susurré, mientras usabas tus manos para bajarme los calzoncillos. Me senté en la silla, triunfalmente, sintiéndome ebrio de disfrutar de aquella magnífica oportunidad. Miradme, rugía mi mente, yo seré quien se la follará, y no vosotros.

  Cogiste con una mano mi endurecida y húmeda polla y la guiaste hacia tu interior. Sentía como mi miembro se hundía en el calor y la humedad de su gruta mientras te sentabas sobre mí. Oía sus gemidos, pero parecían lejanos, como si fuesen ecos en mi mente. Cerré mis ojos, embriagado por las sensaciones que recorrían mi cuerpo. Tus cabellos acariciaban sutilmente mis mejillas, como el dulce roce de una suave brisa en un día caluroso. Sentía como mi polla salía y entraba en tu interior, a veces más lenta, a veces más rápida. Creo que tus movimientos hacía que nos moviéramos en la silla, a lo mejor la cam ya no nos enfocaba tan bien. Pero no me importaba. Mis manos se deslizaron por tus costados, dispuestos a atrapar a tus senos. Su esponjosidad y la dureza de sus pezones me devolvieron a la realidad.

  ¿La estáis oyendo, jóvenes? Así, así es como gime una mujer cuando está follando, así gimen vuestras primas o hermanas mayores cuando se quedan a dormir en las casas de sus novios. Recordad sus gemidos cuando os masturbéis en vuestros cuartos, mirando imágenes de chicas desnudas en revistas o en Internet.

  ¿La estás viendo, querido cuñado? ¿Te habías imaginado alguna vez a tu hermana menor desnuda? Quién diría que ella se atrevería a hacer estas cosas, con lo tímida y vergonzosa que parecía. ¿Ves como cabalga? ¿Ves como mi polla entra una y otra vez en su coño? ¿Has visto cuando ha girado su cintura? Oh, qué momento más placentero. ¿Te estás masturbando viéndola? Seguro que sí. ¿La recordarás así cuando la vuelvas a ver y acuda a tus brazos para que la abraces? ¿Te excitarás cuando lo haga, imaginándotela desnuda?

  ¿La estáis viendo, compañeros de clase? Algún español había en el chat, creo recordar. Sí, no tiene las mismas tetas que Laura, ella las tiene más grandes y seguro que tiene también un coño delicioso. Pero, miradla, escuchad como gime. ¿Os la imagináis así cuando se queda de las últimas en las duchas tras hacer gimnasia? En un rincón de la ducha, con la alcachofa incrustada entre sus piernas, aguantando los gemidos con una mano, deseando que la sorprendáis...

  ¿La estás viendo, profesor de matemáticas? ¿Ves como me está cabalgando? Quizá desees que te haga lo mismo tu alumna más mimada. Tal vez desees que cuando acuda a tu despacho por la tarde, se acerque a tu silla, se deslice las braguitas por debajo de la faldita escolar y se suba encima de ti, abrazando con sus manos tu robusto cuello y besando tus labios agrietados.

¿Escucháis todos como gime ahora? Está a punto de correrse, lo está deseando. Pero recordad, sus gemidos, su cuerpo, su boca, sus dedos, sus caricias, sus besos...son míos. Vosotros solo contempláis. Solo os queda la imaginación.

 

-Solo quiero jugar-te respondí en un apresurado susurro, mientras tu mano aún inmovilizaba a la mía. Clavaste tus ojos en mi rostro, evaluándome, intentando descifrar lo que pensaba. Tu sonrisa se mitigó un tanto.

-Mi hermano está ahí-me respondiste, en un tono más bajo que el mío. Ya, eso lo sabía yo. Era plenamente consciente de que él se encontraba allí, dándonos la espalda, roncando ligeramente. Un adolescente de once años, experimentando sus cambios para convertirse en un adulto.Otro espectador más...

-Está dormido-te respondí, aproximando mi rostro y dándote un suave beso.

-Pero se puede despertar, ¿y si nos pilla? Mejor vamos al salón, allí no hay nadie ahora...

-¿Y si se despierta y no nos encuentra aquí? Eso levantaría aún más sospechas-te interrumpí, mientras acariciaba tu mejilla con mis labios. Me miraste suspicaz y permaneciste callada, como si te costase decirme que no te gustaba mi idea.

-Si quieres, te puedo contentar-me susurraste, deslizando una mano hacia mi pene, y apretándolo por encima, abarcando su longitud con la palma de tu mano.

  No, esta vez no me bastaba simplemente eso. No sería suficiente que introdujeras tu mano bajo mi pantalón, buscándola, la aferraras con tus dedos, sintiendo su calor, y subieras y bajaras tu mano hasta que terminase. No, tampoco me contentaría si te sumergieras bajo las sábanas, reptaras por mi cuerpo y sellaras con tus besos y tu boca mi pasión, succionándola con mimo y delicadeza, recorriendo con tu lengua su tronco y danzaras con ella en la punta. Aunque tu destreza y habilidad habían aumentado considerablemente desde hacía alrededor de dos meses, no me saciaría un truco así. Deseaba escuchar tus gemidos en mi oído, que me rogases que siguiera follándote entre jadeos, que arañases mi espalda, además del oscuro anhelo de que tu hermano nos sorprendiera y contemplase la escena, avergonzado y excitado, viendo como su hermana disfrutaba conmigo.

-No, prefiero que disfrutes tú-te dije, mientras mi mano se zafaba de la tuya y se colaba por debajo de tu pantalón. Ahogaste una exclamación de sorpresa y me miraste un tanto azorada.

-Vaya, parece que tú también lo deseabas-te comenté al oído, notando en mi dedo tu humedad.

  No me respondiste, sino que cerraste tus ojos y te mordiste el labio inferior, mientras tu rostro se contraía en una mueca de placer. En el fondo, tú eras como yo, lo sabías y quizá te aterrorizaba esa faceta tuya desinhibida y buscadora de la excitación del peligro. Cesaste de intentar desaudirme de mi intento de excitarte aunque a veces tu mano reptaba hacia la mía, y te aferrabas inútilmente a la muñeca de mi mano que se había colado bajo tu ropa, buscando el tesoro que se escondía entre tus piernas.

  Mírate, observa la mueca de placer de tu rostro afilado, intentando silenciar los gemidos que te ocasiono con la almohada, mordiéndola suavemente. Mírate, querida, he bajado los pantalones de tu pijama hasta tus rodillas y deslizado junto a ellos tus braguitas. Has debido de sentir su suave roce en tus muslos, y has debido de notar el excitante recorrido de mis dedos por tus muslos cálidos y endurecidos. ¿Cuál ha sido tu reacción? Separar instintivamente tus piernas, permitiéndome un mejor acceso a tu vagina, a esa rajita húmeda que deseaba en silencio acoger de nuevo a mis dedos en su interior. ¿Notas como he introducido mi dedo corazón?

  Sí, querida, tus labios se han abierto para darle un cálido abrazo mientras se iba introduciendo en tu interior. ¿Has notado como traza círculos en tu interior? Seguro que sí, tu cuerpo se estremece ligeramente, te sientes inquieta y perturbada por el deseo. Sigues mordiendo la almohada pero hasta mis oídos llega el quedo susurro de tus gemidos. Quizá ese sutil sonido atraviesa el silencio del dormitorio, y es percibido por los oídos de tu hermano. Quizá él se encuentre despierto ahora mismo y permanezca móvil, escuchándote. Tal vez ahora mismo se esté tocando él mismo en silencio, quizá te esté imaginando desnuda o aproveche tus quedos gemidos para imaginarse a alguna de sus amigas haciendo lo que te estoy haciendo ahora.

 

  Viéndote disfrutar, me pregunto ahora si alguna vez te habrás masturbado en tu cama, mientras te sentías protegida escuchando el sonido de los ronquidos de tu hermano. Sé que en ocasiones has llegado excitada a tu casa. ¿Recuerdas aquella inesperada noche de marzo? Eran las dos y media de la madrugada, una noche cálida, la calle estaba silenciosa y sin presencia de tus vecinos en ella. Llegamos a tu casa hablando entre nosotros en voz alta, riendo e incluso improvisamos el estribillo de una canción. Entramos en tu portal y allí nos refugiamos. Era la hora de la despedida.

-Ha sido una noche increíble-me comentaste, dándome un beso en los labios. Un beso tranquilo, suave y generoso, en definitiva, un beso de despedida.

-Sí, y que lo digas-te contesté, aferrando tus nalgas con mis manos. Llevabas un mini vaquero que llegaba hasta la mitad de los muslos, una camiseta blanca con dibujos estampados y el pelo suelto, cuyas puntas se posaban delicadamente en tus hombros un poco huesudos.

-Eh, eso no es un beso de despedida-me dijiste, al sentir que mis labios depositaban un beso en tu cuello de cisne.

-Bueno, ¿quién ha dicho que nos tengamos que despedir aún?-pregunté, en un tono irónico. Sonreiste y acogiste mi boca en la tuya, aferrando con tus manos mi cuello, aprisionándome. Estuvimos así un rato, disfrutando de aquel beso interminable, apasionado e íntimo, intentando prolongar aquel momento lo máximo posible.

-Ojalá estuviéramos solos en casa, no me importaría pasar la noche contigo-me confesaste, separándote un poco de mí y mirándote a los ojos.

-Bueno, no hace falta que subamos-respondí, envalentonado y aproximándote hacia ti. Retrocediste un paso pero mis manos atraparon tu espalda y acercaron tu delgado cuerpo hacia el mío, haciéndote sentir mi hombría aprisionada.

-Guarda tus energías para mañana-me comentaste, guiñándome un ojo, pícaramente.

-Carpe diem-repliqué, besándote en los labios. Ante la mirada de curiosidad que me lanzó, le expliqué que significaba.

-Estaba pensando que podríamos aprovechar este momento para hacer travesuras-añadí, y volví a acariciar sus nalgas.

-Mañana hacemos un año, podríamos salir por ahí, tener una cena romántica, volver a casa, ver una peli y...hacer travesuras-me explicó, sonriéndome.

  Te iba a replicar, pero me contuve y en su lugar te devolví una sonrisa. Por un instante, creía que compartías mi mismo deseo. Carpe diem...Y tú me respondías a ello con un plan que millones y millones de parejas habían pensado antes que tú, y que otros tantos miles volverían a hacer, sumergiéndonos en una rutina que casi parecía matrimonial. Solo te había faltado añadir que antes de hacer travesuras, teníamos que acostar a los niños. Aquello enfrió un poco mi pasión inicial pero recordé que uno de los encantos de aquella relación era guiarte ciegamente a la consumación de mis deseos, que al fin y al cabo eran los mismos que se escondían en tu interior, detrás de aquel rostro inocente y cándido. Tú también disfrutabas con ellos.

-Me parece un plan genial pero convirtamos este momento en un recuerdo especial-te susurré en el oído, tras lo cual mordí ligeramente el lóbulo de tu oreja. Permaneciste inmóvil, como si meditaras con tu interior, mientras mis manos se deslizaban por tus nalgas, palpándolas por encima del pantalón.

-¿Qué quieres hacer?-me preguntaste al final. Una sonrisa salvaje cruzó mi rostro y mi corazón latió con fiereza.

-Que queremos hacer, mi amor-te corregí, diciéndotelo lentamente, para que mis palabras calasen en tu mente.-Había pensado en que podíamos hacer el amor aquí.

  Me miraste con una expresión asustada e incrédula y negaste en rotundo con tu cabeza. Me esperaba y temía tu reacción. Siempre te negabas en un principio pero, luego, tras unas negociaciones, accedías. ¿Por qué te mostrabas tan tozuda? Si al final, acababas disfrutando tanto o más que yo.

  Aquella inútil resistencia lo único que conseguía era hacernos perder tiempo. Sabías que siempre sucumbías ante mis ruegos, mis besos, mis abrazos y las dulces palabras susurradas en tu oído, y que siempre caías ciegamente en la trampa que yo te tendía. Sin embargo, en aquella ocasión mi paciencia no tuvo tanta capacidad para soportar tus inútiles intentos frustantes de silenciar mi deseo y sofocarlos bajo tus reglas de comportamiento, y jugué mi última baza.

-Bueno, me voy-te dije al final, en un tono hosco y algo agrio, zafándome de tus brazos y marchándome del portal con paso decidido. Era un ataque desesperado y arriesgado, pero sabía que caerías. Ahora debías estar con un pie dentro del portal y otro posado en la acera de la calle, una mano apoyada en la pared del portal y otra en la boca, mordiéndote una uña, con una expresión preocupada en tu rostro. Debías estar siendo presa de unos remordimientos iniciales, temiendo que al final, me cansase de ti y te dejara. Pronto, deberías decir...

-Es...espera.

  Sonreí. La batalla estaba ganada pero debía presionarte un poco más. No bastaba con que te hincases de rodillas ante mí, debías sentir el frío contacto del filo de la espada en tu graznate.

-Es...pera, no te vayas-volviste a decir, y corriste hacia mí, deteniéndome. Me abrazaste y hundiste tu rostro en mi pecho. Acaricíé tu cabello, y musité unas palabras de disculpa por mi actitud. Era el momento de comportarse como un buen amante.

  Volvimos al portal y me besaste otra vez. Fue un beso apasionado, como si fuese el último que me dabas y quisieras llevarte en tus labios la esencia de los míos.

-Me da vergüenza hacerlo aquí-me confesaste, mirándome con unos ojos suplicantes.-Podría vernos alguien o escucharnos, ¿qué dirían mis vecinos a mi madre?.

  Acaricié tus mejillas, mientras meditaba tus palabras. Tu mirada era sincera y asentí con la cabeza. Sabía que aquel barrio era un nido infecto de gente cotilla, malintencionada y arisca, un agujero inmundo consumido por la droga y la bebida, del cual reptaban sanguijuelas tambaleantes y con las mentes trastornadas. No entendía como tú te habías criado en un sitio así y no habías sucumbido a ese ambiente corrupto.

-¿Confías en mí?-te dije, a lo cual asentiste con la cabeza.

-Haremos una cosa. No hay vergüenza si no hay experiencia empírica a través de los sentidos, es decir, te taparé los ojos con tu camiseta como si fuese una venda, y entonces yo seré tus ojos. Si alguien viene u ocurre algo, yo te avisaré.

-Pero, ¿y los gemidos?

-Tranquila-te dije, depositando un dedo en tus labios.-No habrá gemidos, te lo garantizo.

  Sopesaste mi propuesta durante unos segundos, desviando tus ojos de mí y clavándolos en el reloj de pulsera de tu mano.

-¿No durará mucho, verdad?

-No, tranquila.

  Volviste a mirar el reloj y lanzó un quedo suspiro, asintiendo con la cabeza. Te dije que te dieses la vuelta y mirases hacia la calle, ya que tenía que ponerte la venda.

-¿Qué vas a hacer?-me preguntaste, cogiendo con una mano la camiseta y evitando que te la quitase.

-No saldrás del portal, así no te verá ningún vecino que pasee en la calle. Quítate las sandalias para notar que no estarás pisando la acera, parece que no confías en mí...

-Sí confío en ti, mi amor, pero esto me parece muy extraño y arriesgado-me replicaste, mientras te colocaba la venda.

  Llevabas un sujetador negro, y guiada por tu sentido de la vergüenza, te estabas tapando las copas de éste. Me aseguré que no veías nada y te besé en el cuello delicadamente, mientras te susurraba palabras en el oído que pretendían calmarte. Notaba tu cuello en tensión, y girabas la cabeza a menudo, quizá intentando percibir el sonido de las pisadas de algún vecino. Un gato maulló y te estremeciste, retrocediendo un paso.

-Tranquila, mi amor, no hay nadie-volví a insistirte. Abracé tu vientre con mis manos y te besé en la boca.

-¿Qué quieres que haga?-me preguntaste, en un tono dulce. Sonreí. Inconscientemente o no, parecía que sabías que si ahora te encontrabas en esa situación, era porque yo así lo habia querido. Era porque deseaba exponerte a la mirada de algún vecino que se hubiera despertado de madrugada y anduviera por su casa sin luz y te viera de refilón a través de alguna ventana. Quizá ese vecino se quedase en la ventana, impactado al verte desnuda, excitado por tu atrevimiento, y disfrutase contigo, mientras su esposa en la cama notase su ausencia.

-¿Podrías hacer un strip-tease?-pregunté en voz baja. Suspiraste y asentiste con tu cabeza. Habías mejorado mucho haciéndolos. Recuerdo que tu primer strip-tease fue desastroso. No parabas de moverte de un lado para otro, riendo y sonrojada, incapaz de clavar tu mirada en mi cuerpo desnudo y como mi polla daba pequeños brincos al verte, e incluso tapabas con tus brazos tu desnudez, como si estuvieras haciéndolo para un desconocido. En aquel entonces, eras más inocente, y yo menos osado.

  Algunas veces hacías unos que eran sumamente provocadores. Me atabas las manos a la cabecera de la cama o a la silla, y bailabas y contoneabas tu cuerpo mientras te desnudabas lentamente. A veces te aproximabas a mi cuerpo inmovilizado, te sentabas sobre mí y frotabas tus nalgas contra el bulto de mis pantalones, o aprovechabas dicha posición para tocarte tú misma y apoyar tu cabeza en mi hombro. En otras ocasiones, te acercabas y alejabas, a veces tocando mi cuerpo o aplicando en él besos aquí y alla; suaves roces de tus labios recorriendo mis pectorales, en otras aproximabas tu sexo a mi rostro, lo suficientemente cerca como para percibir su aroma y cuando, llevado por la excitación, aproximaba mi boca hacia él, rehuías el contacto alejándote de él. Sabías provocar a un hombre.

  ¿Cómo sería esa vez? Era la primera que me arriesgaba a mostrarte al público ya que, pese a que no lo supieras, lo que realmente deseaba era que nos sorprendiera algún vecino y te viera, pero esta vez te reconocerían, esta vez no estarías protegida bajo el amparo del anonimato de Internet, esta vez te verían personas que te habían visto crecer y madurar, personas con las que hablabas todos los días, con los que te relacionabas. Vecinos que descubrirían hoy una nueva faceta tuya.

  Te situaste enfrente de mí, iluminándose parte de tu cuerpo con la luz de las farolas de la calle. Posaste tus manos en tus caderas y empezaste a mover la cintura, ladeando un poco la cabeza. Al ritmo de una canción que sonaba en tu mente, movías tu cuerpo: adelantando un pie, moviendo tus nalgas, girando sobre ti misma. Solo se escuchaba el débil sonido de tus pies al moverse. Aguardaba pacientemente tu próximo movimiento. ¿Qué harías? ¿Te quitarías el pantalón o el sujetador? El gato volvió a maullar, pero esta vez no te estremeciste. Sonreí. Confiabas en mí.

  El collar que pendía de tu cuello lanzó un brillo negruzco al recibir un haz de luz de la farola y tus manos serpentearon por tu cuerpo, hasta posarse en tus mini vaqueros. ¿Sería el pantalón? Contuve el aliento.Tus delgados dedos rozaron el cinturón mientras bailabas, trazando círculos con tus caderas, hasta posarse en el broche que los cerraban en torno a tu cintura. Ví como lo desabrochabas y te bajabas un poco el pantalón, lo suficiente como para ver parte de tus braguitas amarillas. Sin embargo, lo volviste a subir y tus manos ascendieron hacia tu espalda. Sonreíste. Querías jugar.

  No lo querías reconocer, pero aquello te excitaba. En el fondo, te gustaba que tu cazador sometiera a sus juegos a su presa, aunque escondieras aquello detrás de tu máscara de cándida y bajo tu rígida educación sexual en un colegio religioso.

  El silencio de la calle se rompió al desabrocharte el sujetador. Aquel click pareció resonar como un eco, retumbando en las diversas casas, colándose entre las renjillas de las ventanas abiertas de los dormitorios de tus vecinos.

  El collar de piedrecitas irregulares negras volvió a brillar tenuemente cuando te desprendiste del sujetador, dejándolo abandonado junto a tus pies. Te volviste de espaldas a mí, mientras seguías moviendo en círculos tu cintura. Una de tus manos se posó en tus caderas y te diste un pequeño azote, mientras negabas con la cabeza.

-Quítate el collar también-te susurré, con una voz ronca.

-No, mi amor, permíteme tenerlo, me gusta su contacto en mi piel-me respondiste, acercándote a mí y cogiendo una de mis manos y llevándolas a tus senos. Antes de que pudiera responder, cogiste mi otra mano y la llevaste ante tu rostro, atrapastes entre tus labios el dedo corazón y noté en él la punta de tu lengua húmeda. Retrocediste otra vez, alejándote de mí, llevando tus manos hacia el pantalón vaquero. El collar tintineó cuando te lo bajaste un poco y, moviendo únicamente tus piernas, cayó hasta tus tobillos. Te desprendiste de él y volviste a darme tu espalda, moviendo sensualmente tus caderas.

  Tus braguitas amarillas se clavaban en tus nalgas, se perfilaba la raja de tu culo, me llamaban en silencio. Inclinaste tu espalda, remarcando la curvatura de tus caderas, recorriste con tus delgados dedos la superficie de tus braguitas hasta llegar a los bordes. Los aferrastes con dos dedos y un escalofrío recorrió tu cuerpo. No era a causa del frío, sino del miedo, del peligro, de la excitación, de la silenciosa y oscura sensación de sentirse observada por varios pares de ojos. Un breve momento de inseguridad, el último, antes de que lentamente tus dedos bajasen tus braguitas, la única prenda de ropa que pudieras usar para ocultar tu desnudez. Primero el pie izquierdo, luego el derecho, y finalmente tus braguitas prendieron en el aire aferradas por tu mano derecha. Luego, te volviste hacia mí, silenciosa, con la boca entreabierta, buscándome en la oscuridad en la que te había sumido.

  Me hiciste sentirme orgulloso. Sí, lo estaba. Me sentía pletórico, casi feliz, por verte así, desnuda, expuesta a la mirada de cualquiera, enseñándoles la hermosura de tu cuerpo, permitiéndoles observar tu pureza y ser testigos de tu osadía, de tu locura de amor, la cual te había llevado a concederme aquel capricho, aquel apasionado y peligroso deseo.

-Mi amor-musitaste, caminando hacia mí. Me dejé atrapar por tus brazos y busqué tus labios, sumergiéndome en ellos como un chiquillo en el mar, sintiendo tus afilados pezones clavados en mi cuerpo, disfrutando de la suavidad de tus nalgas.

-Ven, ven, mi diosa, ven conmigo-susurré en tu oído, cogiendo entre mis manos las tuyas y saliendo del portal. Noté tu confusión, la tensión que surgió como una llamarada en tu cuerpo, la momentánea mueca de desagrado de tu rostro pero me seguiste, caminabas al ritmo de mis pies, dando la espalda a tu casa, saliendo del refugio sombrío del portal. Tu cuerpo desnudo era iluminado por la amarillenta luz de las farolas, las estrellas y la Luna espectadoras silenciosas de tu osada exhibición.

-Estás loco, estás loco-me susurrabas, con un hilo de voz.

-Loco por ti, loco por tu cuerpo-te respondí con sinceridad. Me detuve y me senté en un escalón rugoso de piedra, que delimitaba la acera de tu calle y el jardín que crecía enfrente de tu casa. Te detuviste y bajaste tu rostro hacia mí. Habías sentido mi cálido aliento en tus muslos, la rugosidad de mis manos serpenteando por la pared interna de tus muslos, aferrándome a tu carne, apretándola entre mis dedos.

-Te lo has rasurado-susurré, observando tu vagina a escasos centímetros de tu rostro. Podía distinguir con claridad tus labios vaginales, ligeramente abiertos, la pequeña presencia de tu humedad interior entre ellos y, coronándolos, el diminuto bulto de tu clítoris. Palpé con mis dedos la superficie de tu vulva. No se apreciaba que allí antes hubiera habido vello.

-Era mi sorpresa por nuestro aniversario-susurraste.

-Pareces una niña-añadí, con un tono de reproche-la prefiero como antes.Te arrodillaste ante mí, buscando con tus manos el broche de mi vaquero.

-Una niña no te hace lo que voy a hacerte-susurraste, con una media sonrisa. Hurgaste en el interior de mis calzoncillos, buscando mi polla erecta, dura como un mástil y la apretaste suavemente con tu mano. Bajaste tu cabeza y sentí tu suave beso en la punta, disipando mi inicial protesta.

  Casi 12 meses...Casi 12 meses para tenerte ahora así, postrada ante mí, desnuda en la calle, sumisa a mi deseo y al placer, casi 12 meses para disipar tus miedos, para encerrarlos en un cofre y exponerte con plena libertad, sin prejuicios, sin temores, creyente de mis palabras, como si fuese una ley sagrada para un religioso. Casi 12 meses para sentir tu lengua alrededor de mi polla, tus labios abriéndose para recibirla en tu interior, abrazándola dulcemente, tu saliva bañando mi pene, escuchándose los sonidos de tus chupeteos.

  Pero, mira, hoy no seré el único que te observará. ¿Ves la luz encendida de la segunda planta de la casa nº 15? Ha sido momentánea, quizá tres o cuatro segundos, y era mortecina. Debía de ser la luz de lamparita de noche. Ese es el cuarto del hijo de ese matrimonio, ¿verdad? A veces lo he visto paseando por tu calle, un pequeño gamberro de quince años, montado en su bicicleta vieja, con una expresión chulesca en su rostro torturado por los granos de acné, mirándome de soslayo, como si no fuese alguien digno para él.

  ¿Serás tú digna para él, mi amor? Vamos, demuéstrale que detrás de esa apariencia de chica tímida, silenciosa y furtiva, que se desliza sin mirar a los alrededores en su barrio por miedo a que sus ojos se encuentren con alguien desagradable, intentando no escuchar los roncos insultos de algún borracho o drogadicto, se esconde una joven bella, atrevida, desinhibida.

 Poso momentáneamente mis ojos en tu cabellera castaña, en tu cabeza subiendo y bajando, engullendo mi polla y luego desvió mis ojos hacia tu casa, pero en realidad miro de soslayo a la de tu vecino. Sí, creo que ese pequeño gamberro nos ha visto, y ahora nos está espiando, agazapado detrás de una cortina. Espero que no sea tan imbécil como para soltar algún insulto o comentario desagradable. No, debe de estar disfrutando viéndote, mi amor.

  Quiero follarte, siento ese deseo abrasando mi interior. Quiero que te sientes encima de mis muslos, y que acojas en el interior de tu húmedo y cálido coño el erecto mástil de lanza que te hace temblar en la cama cuando terminamos. Quiero tocarte los senos mientras me cabalgabas, quiero aprisionar entre mis dedos tus duros pezones, quiero hacerte morir de placer.

  Pero sé que si lo hago, si te lo pido, no querrás. Mis gemidos son un inconveniente, nos escucharán, me dirás. Podría usar tus braguitas como una mordaza en tu boca, pero me mirarás con una expresión extraña y te negarás. Y el volcán de mi interior está a punto de erupcionar. Tu lengua, tu maravillosa lengua recorriendo y danzando en torno a mi polla, tus labios en mi glande van a conseguir que el volcán erupcione, inundando de cálida lava blanquecina tu boca.

  Acaricio con ternura tu cabello, musitándote las gracias en silencio. Tu cabeza sube y baja, más rápida que antes, tu lengua danza furiosa, aprisiona mi polla en el interior de tu boca. Me estremezco, un placentero escalofrío arquea mi espalda, repta hacia mi cabeza, me hace cerrar los ojos. ¿Lo has sentido? Sí, seguro que lo has debido de notar. Las feroces contracciones de mi polla en tu boca, expulsando tres virulentos chorros de cálido semen hacia tu boca. Y luego, he sentido como te lo tragabas, sin protestas, sin quejas.

  Sacaste mi cada vez más flácida polla de tu boca, a la que les unía un delgadísimo hilo de saliva que finalmente se quebró. Tu sonrisa me parece transmitir la idea de que te has quedado con ganas de más.Te acompaño en silencio hacia tu portal. Te desprendes de la venda y sin mirarme, te vistes.

-Buenas noches-musito en tu oído, dándote un beso en la mejilla.

  No quiero notar en mi lengua el sabor de mi semen, me resultaría sumamente extraño. Permaneces en tu portal mientras yo me alejo, sumido en mis pensamientos, reflexionando sobre lo que habíamos hecho. Lo que te había hecho hacer. Por una parte, me encontraba satisfecho y eufórico, pero mi alegría se veía ligeramente turbada por tu frialdad tras terminar. Solo me diste otro beso en la mejilla, y me diste un último abrazo fugaz. Negué con la cabeza y silbé por lo bajo. El ser humano, cuando ve cumplidos sus deseos ocultos, se empeña en convencerse a sí mismo de la banalidad de su deseo y parece disfrutar torturándose a sí mismo con su estúpida moral sobre el carácter oscuro y negativo de la realización de sus deseos.

  Escucho el quejido de la puerta de madera de tu casa al abrirse y cerrarse. Has entrado en tu casa. Giro a la derecha, tomando una callejuela más iluminada, mientras por el rabillo del ojo veo que una sombra silenciosa sale de un portal. No miro hacia atrás, pero ando más deprisa.

 

  La tenue luz lunar ilumina tu rostro. Tienes los ojos abiertos, clavados en mi cara. Dos grandes zafiros conteniendo una chispa de pasión, placer y miedo. Tus labios contraídos y herméticos, intentando silenciar tus gemidos. Apoyas tu mano en mi nuca y hundes mi rostro contra el tuyo. Pareces sedienta por mis besos, separas tus labios con rapidez y atrapas mi boca, introduciendo tu lengua para jugar con la mía. Tu acción provoca que note en mi pecho las caricias de tus pezones y el contacto frío de tu collar. Has aumentado su tamaño, añadiéndole diez piedrecitas más. Del mismo color, negras e irregulares, pequeños fragmentos que se clavan en mi cuerpo y cuya frialdad es vaporizada por la calidez de mi sangre fluyendo incesante por mi cuerpo.

  Continúas mirándome, mientras me recibes en tu interior. En otras ocasiones, has cerrado los ojos, abandonándote al placer, rozando con tus labios mi oído, susurrando en él los gemidos que te provoco, murmullando deliciosas palabras de amor. Ahora estás callada, sumida en un silencio sepulcral. Incluso pretendes ahogar tus gemidos con mi boca. Solo se escuchan los suaves ronquidos de tu hermano y un ocasional crujido de los muelles de la cama debido al vaivén de mi cuerpo. Cuando los muelles chirrian, son para ti como una alarma y vuelves con terror tus ojos hacia tu hermano. Intento susurrarte mediante palabras tranquilizadoras al oído, pero me sigues silenciando con tus besos y apoyas tu mano en mis nalgas, animándome a continuar.

  Me separo de ti, saliendo de tu interior. Me interrogas con una mirada duditativa, quizás preguntándome que pasará a continuación. Ves mi polla erecta y húmeda por tus jugos a escasos centímetros de tu rostro. Me miras a los ojos y la acojes con una mano, como pidiéndome permiso. Sonrió para mi interior y te hago un gesto negativo con la cabeza. Frunces el entrecejo. Te hago un gesto con mis manos, y te muestro una sonrisa encantadora y cálida.

  Me has visto hacerlo muchas veces. Esperas un momento, entablas un discreto diálogo interno con tus miedos y finalmente asientes lentamente con la cabeza. Antes de erguirte, apoyas un dedo en tus labios y asiento con la cabeza. Te dejo espacio, la cama se queja de nuestros movimientos. Lanzas una última mirada hacia tu hermano y te colocas a cuatro patas. Recientemente, esa postura me está gustando. Especialmente cuando se encuentra delante de nosotros un espejo. Tú no nos miras, agachas tus ojos o los cierras. Pero yo sí nos obervo con un morboso placer. Me gusta ver como tu cuerpo se mueve con mis embestidas, como tus hombros se estremecen, como tu cabella azota una y otra vez tus hombros, como cuelgan picudos tus pechos, balanceándose junto al collar negro que cuelga de tu cuello.

  Ahora no hay espejo, o eso crees. Nuestro espejo íntimo serán los ojos de tu hermano, abiertos y clavados en la pared azul de tu cuarto, observando estupefacto y excitado la pared, imaginando en su mente nuestras posturas. Nuestro espejo serán sus oídos, concentrados en atender a cualquier gemido de la cama, a cualquiera de tus gemidos, al delicioso chapoteo de mi polla saliendo y entrando de tu coño, al entrechocar de tus caderas contra mi cuerpo.

  Encuentro tu entrada con facilidad. Tu vagina está mojada, tus jugos escapan de tu interior y bañan en parte la pared interna de tus muslos. Noto su presencia con mi mano, mientras acerco mi polla hacia la entrada de tu interior. Entro con suma facilidad en ti, acoges mi polla con complicidad y afecto. Tu cuerpo habla por ti, querida. Tú no lo deseas, pero él sí.

  Él me había estado llamando en silencio mientras cenábamos con tu familia, la insinuación de tus caderas en el pijama atrapaban mi mirada, el cuello abierto de la camisa de tu pijama me mostraba un delicioso sendero hacia tus pechos, aprisionados por un irrisorio sujetador, cuando te inclinabas para dejar los platos en la mesa. Mi amor, has estado provocándome toda la noche, lanzándome un silencioso ataque tras otro, asediándome, hasta destruir todas mis defensas y atraparme en tu seductor hechizo. Y luego, me has conducido hacia tu cuarto, caminando delante de mí, triunfal y alegre, ¡qué pícara has sido! ¿Acaso no te esperabas que íbamos a acabar así? Desnudos, con nuestra ropa desparramada por el suelo, tus braguitas sepultando las zapatillas de casa de tu hermano, entregándonos mutuamente.

  ¿Acaso no estás disfrutando? Tu cuerpo me habla, mi amor, con una sinceridad aterradora. Se humedece, me acoge en su interior, le proporciona calor a mi pene, tu interior bendice con su divina agua mi virilidad. Vamos, mi amor, continúa así, abandónate junto a mí. Acepta el ir y venir de mi polla, entrando y saliendo de tu interior, a veces más lenta, a veces más suave. ¿Notas mi mano sobre tus nalgas? Sí, querida, he sentido como tus nalgas se han estremecido cuando he trazado un círculo en tu interior con mi polla. Veo como hundes tu rostro en tu almohada, como aprietas con fuerza las sábanas entre tus manos.

  Estás siendo devorada por las llamas del placer, aunque inútilmente intentes ahogarlas con tus débiles soplidos. Vamos, mi amor. Sucumbe a otro orgasmo. Solo has tenido uno, y ha sido fugaz y brusco, como la breve iluminación de un relámpago surcando los cielos de un día tormentoso. Vamos, mi amor. Ten otro, pero uno de los que te dejan temblando, uno de los que te vuelven débil, convirtiéndote en un animalillo indefenso, uno de los que te hacen acercarte a mi cuerpo, atrapándolo junto a ti con tus manos, evitando que escape de ti.

  La luna ilumina tu espalda, delatando como se encorva, mostrando tus vértebras ocultas bajo tu piel. Tus caderas suaves reflejan su blanquecina luz. Estás tan hermosa...Moriría por la posibilidad de que tu hermano te viera ahora. ¿Alguna vez ha visto la hermosura de la curvatura de tus nalgas? ¿Alguna vez te ha visto desnuda? Seguro que alguna vez te ha visto cambiándote de ropa, o ha tenido una visión fugaz de tus pechos al ponerte o quitarte el pijama. ¿Alguna vez ha visto él tu coño rasudado? ¿No te ha soltado alguna broma o comentario sobre su parecido con el de una niña?

  Me embarga una radiante sensación de control y poder. Desde aquí, veo como tu cuerpo se estremece, con las embestidas de mi polla. Desde mi posición, veo como la luz entra en el cuarto, iluminándonos, bañando con su luz las prendas de nuestra ropa, la cama de tu hermano y su cabello revuelto. Desde aquí, soy el único que aprecia como se mueve en sueños su cuerpo juvenil, y el ligerísimo y casi imperceptible movimiento de la ropa de su cama. Parece que se trata del brazo, o quizá me lo esté imaginando. Quizá tu hermano sigue dormido, pero me temo, mi amor, que sabe lo que estamos haciendo, y que te está imaginando en su febril mente.

  Mírate, mi amor, negándote a ti misma el placer que sientes, hundiendo tu rostro en la almohada, ahogando tus gemidos en ella. Deberías sentirte agradecida por lo que estoy haciendo por ti, te estoy liberando de tus ataduras mentales, abriéndote un nuevo sendero en el sexo, un sendero que te encanta transitar y que cuando vuelves a tu cama, acude a tus sueños, turbándote, humedeciéndote. Deberías sentirte orgullosa por ello. Mi amor, no ahogues tus gemidos, separa tu rostro de la almohada, libéralos, muéstrale a tu hermano lo que sientes, lo que debe hacer cuando tenga una novia. Conviértelo en nuestro espectador especial.

  Te toco en el muslo, y vuelvo a salir de tu interior. Me miras extrañada, te lanzo una mirada sombria y vuelvo a hacer un gesto con mis manos. Tus ojos se estremecen, tu pecho sube y baja, el collar se desparrama por tus senos y descansa en tu vientre. Me interrogas con tu mirada, mientras obedeces mi petición. Sabes que algo va mal y ni siquiera opones resistencia a mi deseo.

  Coloco la almohada bajo tus nalgas y apoyas tus pies en mis hombros, separando tus piernas, mostrando tu sexo abierto. Mi polla da pequeños saltitos sobre tu raja, mientras terminas de colocarte. Ni siquiera atiendes a los crujidos de la cama o al suave roce de las sábanas con nuestros movimientos. Me lanzas una mirada preocupada, antes de que vuelva a entrar en tu interior. Te indico que te tumbes con un gesto de mi mano y, apoyando mis manos en tus piernas, empiezo a entrar dentro de ti.

  Sí, algo extraño nos pasa. Normalmente, acabo eyaculando cuando usamos la postura anterior. Ésta es nueva, apenas la hemos usado dos veces. Algo sucede, pero no se el qué. Todo es igual: hay un factor de peligro, una excitante posibilidad de que nos descubran, tú cumpliendo con mis deseos, tu cuerpo desnudo...Tu vagina expuesta a mi mirada, mi polla entrando y saliendo de ella, tus pechos pequeños estremeciéndose con el vaivén. Sí, quizá sean ellos. Quizá si fueran más turgentes, más redondos, con un pezón más grande; unos pechos dignos de mostrar haciendo topless, unos senos que se balancearan al caminar por la arena de la playa, despertando el suspiro de otros hombres, envidiando mi suerte. Quizá sea tu vagina. No entiendo el motivo que seguiste para rasurártela, ahora parece el coño de una vulgar prostituta. Ha perdido el atractivo del adorno de tu vello, ha perdido su esencia de mujer cautivadora.

  Deslizas tus manos hacia tus senos, pellizcando tus pezones con dos dedos. Tu rostro está contraído por una mueca de placer, tus labios contraídos, conteniendo tus gemidos; tus ojos cerrados. Sin embargo, parece que no es una mueca de placer, sino de concentración. Parece incluso que tu mismo rostro es una máscara artifical. Sacudo mi cabeza, y me vuelvo hacia tu hermano. Sigue en la misma postura, pero ahora parece que el movimiento de su brazo es más rápido. O quizá siga sin moverse.

  Clavo mis ojos en tus pechos. Me imagino que los estoy acariciando, que beso su superficie, que atrapó el pezón entre mis labios y succiono de ellos, como si fuese un bebé, provocándote un gemido leve de placer. Sin embargo, ante mi estupefacta vista tus senos crecen, se vuelven más turgentes, tus pezones aumentan su tamaño, se vuelven más picudos. Tu piel se torna más clara, tu cuerpo se vuelve más robusto, tus hombros ahora son más anchos, tus muslos carnosos y fuertes. Tu sexo se puebla de un ensortijado vello castaño, una pequeña jungla salvaje en la que se ahoga mi polla. Abro y cierro mis ojos, aturdido, e incluso tu mismo rostro ha cambiado. Ahora es ovalado, poblado de pequeñas pecas en las mejillas, tienes una nariz más afilada, el mentón más pronunciado y unos espectaculares ojos castaños. Tu cabello crece, se vuelve más ondulado, de un fulgurante color cobrizo.

  Y gimes, mi amor, gimes y me suplicas que continue, que te lleve al máximo placer posible, clavas en mí tus apasionados ojos, lanzándome flechas de pasión que atraviesan sin piedad mi cuerpo. Ahora no eres tú, sino tu amiga Claire, tu mejor amiga. Claire Claie...oh, Claire.

  Llevado por la pasión, embriagado por tu visión, cegado por tu belleza, me cuelo entre tus piernas, tus piernas caen por los costados de mi cuerpo. Y aumento el ritmo de mis embestidas, me lo pides, me lo estás rogando. Oh, Clara. Me dices que continúe, y yo lo hago. Me pides más, y me hinco a tus pies. Tus palabras son mis órdenes. No me importa que la cama chirrie más, lo siento cerca, muy cerca, muy cerca...El despertar del volcán....Por tu culpa, Clara, por tu culpa. Pero, no, no te desvanezcas. Por favor, no lo hagas. El volcán erupciona...Y tu imagen se desvanece y ahora veo dos aterradores ojos azules, abiertos, con una chispa de miedo y pánico, clavados en mi rostro. Incorporas tu cuerpo, oigo golpes en la puerta, unas voces lejanas. Parecen enfadadas...¿son las de tus padres? No importa, mi amor, no importa. No..., no salgas de la cama. No te vistas con rapidez, túmbate aquí, junto a mí, junto a mi cuerpo. Abrázame, Clara, sumerge tu delicado rostro en mi pecho, susúrrame dulces palabras al oído. No...no te vayas....

 

Extractos del diario de Ana, reconstruidos por su hermano menor, y hallados hecho pedazos en una bolsa de basura que se rompió. Hay más registros, de otros días, pero carecen de importancia o apenas queda algo de ellos. Los fragmentos mostrados pertenecen a la última página del diario, fue arrojada sin apenas ser dañada. Los trozos ilegibles por tachaduras o porque la tinta se mojó y distorsionó han sido indicados:

 

Día 12.

...Ha sido lo mejor. Tú lo sabes mejor que yo, querido diario, mi Tommy, fiel compañero... La máscara ha caído finalmente... Ha sido duro. Extenuante el camino, larga la espera. Pero ha valido la pena. Ya todo pasó...

 

Día 13:

(...) Quemaré este diario. Mamá casi lo descubre. ¡Qué horror, mi Tommy!(...) Las cosas que hice tan... Si te hubiera leído. Ahora me doy cuenta de todo... Oh, Tommy. Tú no tienes la culpa, lo sé. Será lo mejor, sí, lo mejor. Entonces, Tommy, si me intento convencer, ¿por qué?... ¿Por qué estoy llorando? ¿Por qué no puedo seguir escribiéndote? Oh, Tommy...

 

Día 16:

(...) Ha llegado el día. Ya ha pasado una semana desde aquello. No, prefiero no recordarlo. Tommy, ¿por qué eres tan cruel? ¿Por qué vuelves a mi mente esas vergonzosas imágenes?Papá, mamá, mirándome...él, con esa sonrisa boba en su rostro, tumbado boca abajo. Mi hermanito, ¡oh Tommy! (...) Creo que finjió que estaba dormido. Oh, Tommy...Las cosas que hice. Mamá no me habla, papá tampoco. Les he escuchado que quieren enviarme a un internado. Y él...él no ha vuelto a aparecer. Miserable, traidor, maldito inmundo perro. Mi hermanito se ruboriza cuando me ve, tartamudea cuando me habla, se muestra nervioso...

  Oh, Tommy. Te quemaré, sí, Tommy. Ya no volveré a esconderte. Que el viento arrastre tus cenizas, que se disipe este pasado. Mi futuro está con él. Sé que él vendrá...Sí, Tommy, no intentes defenderlo. Ya es inútil. Es un depravado, un ser salvaje, inmundo, despreciable. Me hizo hacer cosas tan... No, Tommy, yo no quise, ¡yo no quise! No, no, no, no, no...Sabes que fingía, fingía porque creía que era lo correcto. ¿Por qué dudas de mí, Tommy? ¿Tú también?

 

Día 17

(...)Pero él no. Él no dudará jamás. Vendrá adonde me lleven. Aunque sea a un país extranjero. No importa, y si no viene él, me quedará su regalo. Sí, Tommy, aún lo llevo puesto. Es tan bonito...Casi tanto como él. Su color hace juego con sus ojos y su cabello azabache. Y tiene una expresión tan amable.(...) Él lo toleró, lo toleró porque es paciente, esperó hasta que la venda cayera. No, Tommy..., no le diré nada a papá ni a mamá. Aún no. Y tú nunca sabrás que pasará, Tommy. No vivirás más, no volverás a defenderle, ni a prestaré oídos a tus aburdos y vanales comentarios. Se acabó, Tommy. (...)

  Mira(...)mira como compruebo que el encendedor funciona. No, no gimotees. Demasido has vivido. Demasiado sabes de mí.(...) Ya no le defenderás más. Arderás, mi Tommy, arderás y te desvanecerás. Adiós, para siempre.