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Cruzando el límite...

en Trios

-Ya estoy aquí, chicos, perdonad la demora-dijo Carla, entrando en la habitación principal del piso. Los ojos de los dos hombres centellearon, con un brillo contenido de pasión y excitación.

-Carla-murmuró el chico moreno, de complexión atlética, cuyos músculos tonificados se remarcaban en la estrecha camisa blanca que llevaba.

-Cagla-susurró el otro, rubio, con los ojos azules y la tez blanquecina. Su procedencia francesa se apreciaba con facilidad en su acento ligeramente gutural.

La joven avanzó dos pasos, revoloteando en torno a su cuerpo pequeño y robusto el camisón trasparente de color morado que llevaba, y que dejaba apreciar un sujetador de color negro, a juego con el tanga con ribetes dorados que llevaba puesto. Carla les ofreció una encantadora y radiante sonrisa, curvando sus carnosos labios y mostrando sus afilados dientes blancos. Observó entusiasmada como ambos se fueron desnudando, despojándose de las camisas y los pantalones, quedándose únicamente en calzoncillos. Sus ojos negros y astutos brillaron al apreciar los bultos que ambos lucían bajo su ropa interior.

Carla empezó a bailar ante ellos, trazando en el aire fascinantes círculos con sus caderas. Sus manos se perdían entre sus cabellos negros como ala de cuervo, que le llegaban hasta la mitad de su fornida espalda. Les dio la espalda e inclinó su espalda, dibujando una deliciosa curva rematada por sus caderas anchas y carnosas, dos hermosas colinas que susurraban promesas embriagadoras a aquellos dos afortunados. Sus dedos se aferraron al borde del camisón, subiéndolo sensualmente, revelando su piel blanca y tersa, y mostrando sin pudor alguno el tanga que ambos se morían de ganas por arrebatar de su lozano cuerpo.

-Carla-susurró una voz grave junto a su oído, antes de apartar su cabello y depositar sus cálidos y mortíferos labios sobre la piel de su cuello, erizándole el vello de la nuca. Los poderosos brazos del moreno, velludos y con las venas remarcadas, rodearon su esquivo cuerpo, atrapándola, atrayéndola hacia el fulgor que desprendía su pecho.

Antes de que su cuerpo pudiera ofrecer alguna vana resistencia, aquellos brazos la izaron sin esfuerzo aparente, sosteniéndola por las nalgas. Sus rostros se aproximaron, y sus labios se abrieron, fundiéndose en un largo y apasionado beso, el primero de los muchos que aquella noche de luna llena vaticinaba. Espoleado por su pasional sangre mediterránea, de origen griega, aquel vigoroso joven llamado Arion tumbó su cuerpo sobre la cama matrimonial, colocándose encima de ella, regando su boca de más arrasadores besos.

Carla enredó con sus piernas aquel sofocante cuerpo, mientras sus largos y finos dedos se enredaban en su pelo rizado caoba. Arion alzó su rostro enrojecido, y Carla le liberó de su prisión, entendiendo el mensaje que sus profundos ojos grises le transmitían. La joven apenas tuvo que girar su rostro para encontrarse frente a frente con el rostro redondo, de mejillas carnosas, del francés. Sus rasgos faciales eran más delicados que los angulosos del griego, que dibujaban sombras en sus mejillas un tanto hundidas, perfilándole un afilado mentón. El escaso bigote rubio del francés hizo cosquillas en sus labios, antes de unirse en un sensual beso. El francés era más delicado, sus labios se movían suavemente sobre los de ella, infundiéndole una tranquilidad que la pasión desbordante de la joven ahogaba.

Airon le separó los muslos, besando su cara interna, mientras sus huesudos dedos dibujaban sendas placenteras recorriéndolos. Nath, el gato pardo y gordo que había críado Carla desde que era un cachorro, lanzó un corto maullido desde su refugio, sobre la plancha atestada de ropa varonil. Alexandre hundió su rostro en su cuello de cisne, recorriéndolo con sus labios, mientras sus sigilosos dedos deslizaban por su piel unio de los tirante del camisón, que no opuso ningún tipo de resistencia.

Carla se abrazó al cuello del francés, besando su palpitante sien izquierda, y sus ojos negros se clavaron en la larga y atenta mirada de aquellas felinas pupilas oscuras que la observaban. Nath agitó su cola, majestuoso, escudriñando con atención la tórrida escena que se estaba produciendo ante sus felinos ojos.

Carla parpadeó varias veces, sorprendida ante la súbita transformación que estaba distorsionando el rostro de su querido gato. Su hocico retrocedió, los bigotes y su vello desaparecieron, revelando una piel tersa y palpitante, sus ojos se agrandaron y se redondearon, adquirieron una tonalidad verde, y sus orejas se volvieron redondas y pequeñas, a ambos lados de su rostro.

-Mmmm-gimió Clara, cerrando momentáneamente los ojos, desapareciendo en la oscuridad aquella espantosa imagen. Los labios de Alexandre despertaban en su cuerpo sensaciones sumamente placenteras, que provocaban que su cintura se agitara levemente, enloqueciendo a su corazón.

El rostro de Alexandre apareció delante del suyo, y Carla sonrió, dibujando en su angelical y tierno rostro una expresión de alegría y ternura. Aquella horrible cara no volvería a aparecer ante ella, le prometía la mirada de aquellos inescrutables ojos grisáceos.

Los labios de Carla se abrieron, dispuestos a realizar el beso que ansiaba Alexandre.

 

 

" ¿Por qué, por qué ha pasado esto? ¡No lo entiendo!-sollozaba una conocida voz en las profundidades de la mente de Carla.

-No te preocupes, cariño, debe haber sido un malentendido...-intentaba justificar otra voz femenina, incapaz de ocultar el reguero de dudas que se apreciaba bajo aquel fingido tono de confianza.

-No, no, no, no...-negaba la primera voz, compungida, arrasada por la pena. "

 

 

Carla agitó su cabeza, desterrando aquellos sombríos recuerdos. Sonrió, y los rostros de ambos chicos se regocijaron, devolviéndole una agradecida sonrisa. Ella tenía 27 años, aunque su estatura y rasgos físicos hacían creer que rondase la mayoría de edad. Tenía un carácter firme y sereno, aunque podía mostrarse terrible a la hora de saldar cuentas con aquellos que la despreciaban y ridiculizaban. Ninguno de los dos hombres que se encontraban tumbados ante ella hubieran sido capaces de apreciar la furiosa tormenta de ira que azotaba su interior, disimulada tras el coqueteo y los galanteos con los que los había atraído.

Aproximó su boca a los abdominales del griego, besándolos, jugueteando con su lengua rojiza y larga en torno a su ombligo, mientras sus dos manos se encontraban ocupadas sobando por encima de los calzoncillos los miembros erectos de ambos. Pese a sus años y a su originalidad e innovaciones en el arte del sexo, nunca se le había pasado por la cabeza la idea de un trío.

Todos en la clases de la Universidad la tomaban por una persona seria, tradicional y rígida, ya que ocultaba muy bien cualquier detalle de su vida íntima, en contraste con la horda salvaje de críos, desde su punto de vista, que se observaban entre sí con las hormonas revueltas, deseándose y buscando probarse en la cama, o donde sus disparatadas ideas les condujeran a hacerlo.

Mientras proseguía recorriendo la polla de Arion, sus labios se posaron sobre los calzoncillos negros de Alexandre, surcando la longitud de su polla y dibujando con su lengua una húmeda senda. Arion cogió su mano, guiando sus dedos hacia el interior de su ropa interior, provocando que Carla sonriera ante la caricia de su vello púbico.

-Me gusta tu polla-le dijo, aferrándola entre sus dedos, notando sus palpitaciones. El rostro del griego se iluminó con una mueca salvaje de placer. Apoyó su dedo índice en la punta suave de su polla, jugueteando con la gotita que asomaba tímida en su extremo, rozando con su yema el glande hinchado.

Arion se estremeció, soltando un grave gruñido por lo bajo, dibujándose en su rostro una radiante sonrisa. Los ojos azules de Alexandre se clavaron en los oscuros de ella, suplicantes, aguardando su turno. Ella le dedicó una sonrisa tierna y afectuosa, y aferró con sus dientes el borde de sus calzoncillos, bajándoselos, siendo ayudada por los movimientos pélvicos de Alexandre.

 

 

"-Carla, Carla...Lo siento, seguro que todo es un malentendido...-la consolaba aquella voz comprensiva, afectada por su profunda pena y las lágrimas que derramaba en su hombro.

-No, es el fin. Lo sé. Nunca le tendría que haber dejado ir...-decía ella, aferrándose más al cuerpo de su amiga, rota de dolor.

-No digas eso. Son cosas que pasan, ya sabes como son este tipo de asuntos y lo espinoso que es entregarte a...

Se produjo una tensa pausa en aquella conversación, a la luz de una mortecina lámpara de mesa, cobijadas en el cuarto de Carla. Un grave maullido resonó en la habitación, revelando la entrada sigilosa de Nath en el dormitorio, descubriendo aquella inverosímil escena.

-Carla, ¿qué haces? Yo no...-dijo su amiga, separándose de ella, con los ojos abiertos de par en par y una mueca de sorpresa deformando la belleza de su rostro.

-Lo...siento, perdóname, ha sido un...error, yo...no tendría que haberlo hecho-sollozó Carla, ocultando su rostro entre sus manos, agitándose sus hombros. Marta, su amiga de la infancia, su confidente, el único terreno firme que le aseguraba no precipitarse en el profundo abismo que se abría ante sus pies...¿Cómo se le había ocurrido besarla?

Marta, la esbelta y misteriosa chica que la había protegido de las burlas y las bromas crueles de los chicos por ser tan rolliza en el colegio, se aproximó a ella y la abrazó, ofreciéndole su invisible y afectuoso apoyo.

-Mírame, mírame...Eres preciosa, eres fuerte, eres intrépida, valiente y audaz, no te puedes dejar doblegar...-le susurraba ella. Sus palabras, dulces y sinceras, llenas de seguridad y confianza, la rodeaban, acariciando sus oídos, convirtiéndose en un pequeño susurro cada vez más inaudible. La franqueza de sus ojos azules calmaban su pesar, recordándole la relajante profundidad y frialdad del agua marina. Sus labios cesaron de moverse y permanecieron casi cerrados, intrigantes.

Sus ojos volvieron a encontrarse, Carla alzó una mano, inconscientemente, acariciando su dulce y suave mejilla, donde había depositado tantos besos de afecto y cariño. Los labios de Marta se estremecieron, y su rostro retrocedió apenas un centímetro, temeroso, antes de aproximarse irrefrenablemente hacie el de su amiga íntima, depositando en sus labios un tierno y silencioso beso, un roce ínfimo.

-No, no...¿qué estamos hacie...?-se preguntó Marta, alejando su rostro, con una voz temblorosa. Los ojos de Carla chispearon, y volvió a buscar los labios de su amiga. Notó su cuerpo rígido, pero fue una resistencia fugaz. Súbitamente, Marta enredó sus dedos entre los de Carla, prolongando aquel beso.

-Carla, Carla...tengo novio y tú...Mmm-los labios de Carla sepultaron sus palabras, y su amiga se relajó, disfrutando aquel beso como si fuese el último.

-Tú y yo somos iguales. Hemos errado por el mismo infierno cuyo sombrío portal se abre para mí ahora, dándome la bienvenida a una dura y dolorosa travesía-le explicó Carla, entre beso y beso. Empujó suavemente a su amiga, cuyo cuerpo quedó tendido ante ella, mirándola con un brillo de miedo y excitación, agitados por la alocada acción que estaban realizando.

-Carla...-murmuró ella, mientras la cascada del cabello negro de su amiga acariciaba sus mejillas. Los ojos enrojecidos de Carla la observaban, con un brillo misterioso impregnando sus pupilas. Cerró los ojos ante la caricia de los dedos de Carla en su mejilla.

-En el fondo, ambas lo deseábamos-susurró ella en su oído. Marta ahogó el gemido que arrancó el beso de Carla en su cuello.

Ambas amigas se entregaron a una serie de besos y caricias, y palabras furtivas de cariño, susurradas al oído. Marta besó sus mejillas, bebiendo de sus lágrimas, inundándola de afecto y una sincera ternura..."

 

 

Alexandre se encontraba detrás de ella, conteniendo el aliento mientras deslizaba hacia abajo la cremallera del camisón de Carla. La joven veinteañera sintió como el vello de su nuca se erizaba al recorrer los dedos del francés su espalda, serpenteando hacia sus pechos. Se oyó un estremecedor clic, seguido de un ahogado gemido de la joven, cuando el cautiverio de sus senos cesó, y los liberadores dedos de Alexandre se colaron por debajo de ellos, adueñándose de sus pequeños y duros pechos, tanteando su forma y acariciando sus erguidos pezones.

Carla se sentó en el hueco que le ofrecía las piernas cruzadas de Alexander, sintiendo el calor y el vigor de su virilidad frotándose contra sus nalgas, despertando un suave gemido de los labios pálidos del chico.

Los ojos de Arion centelleaban con una chispa salvaje contenida en sus pupilas grises, y se relamió gustoso los labios cuando observó los ojos oscuros de Carla fijados en su polla, erguida en todo su esplendor, a una escasísima distancia de su rostro. La mano derecha de la chica guió su polla hacia sus labios, que se abrieron ante ella, dando un cálido abrazo a su glande. Sus grandes e inquisitivos ojos observaban entusiasmados como la cintura de la joven se refregaba contra la polla del francés, dibujando en su fino rostro una indiscutible mueca de placer.

Ambos jóvenes cruzaron sus miradas y sonrieron, incrédulos aún de la oportunidad de la que estaban gozando. Llevaban conociéndose desde la tierna adolescencia y habían acudido a aquella ciudad para emprender un año de Erasmus. Con 19 años recién cumplidos, ambos habían elegido España como destino fascinados por los rumores y testimonios de otros extranjeros, que habían disfrutado acostándose con las espectaculares chicas españolas. Sin embargo, hasta esa noche, y llevaban cuatro meses en aquel país, aún no habían sido elegidos por ninguna. Sin perder la esperanza, seguían acudiendo cada vez que podían a los pubs, pero cada noche regresaban a casa decepcionados y sintiendo que la divina suerte que otros habían tenido se escurría entre sus manos.

Los labios de Carla recorrieron el tronco de la polla de Alexandre, centímetro a centímetro, percibiendo su calidez. Su lengua se enroscó en torno a ella, humedeciéndola con su saliva, sintiendo la áspera caricia del vello negro del joven en la punta de su nariz.

Los secos chupeteos y sonidos que se producían mientras avanzaba y retrocedía con sus labios por la polla del griego eran muy similares a los que su boca había ocasionado al lamer y beber del coño expuesto a sus deseos y antojos de Marta. Ambas se habían visto desnudas muchas veces pero, en aquella increíble noche, la visión de la desnudez de la otra las enardeció, liberándolas de las cadenas que oprimían sus instintivos impulsos, animándolas a continuar. Nath se subió a la cama, intrigado, acariciando con su cola los muslos blancos de su ama mientras Marta gemía abiertamente, regando los oídos de su amiga con un júbilo insospechado, hundiendo con una mano la cabeza de su amiga en su húmedo coño mientras la otra mano se encargaba de pellizcar sus pezones, dejándose arrastrar por el inmenso placer que la boca de su amiga despertaba en ella.

Marta profirió un prolongado gemido, curvándose su espalda, inundando la boca de su amiga de sus fluidos. Las hambrientas miradas de ambas se encontraron, llamándose en silencio y se fundieron en un fuerte abrazo, devorándose las bocas, mordiendo los labios ajenos, atrapando e intentando domar cada una la lengua de la otra.

Lucharon por el control de la situación, rodando sobre la cama. El pobre gato se escurrió de la cama, bajando de un elegante salto al suelo, alzándose sobre las braguitas de ambas. Los ojos azules de Marta resplandecían con un destello de pasión, pero su mirada era limpia y clara, desprovista de cualquier sentimiento de culpabilidad. Tumbó a su amiga y se lanzó hacia sus pechos, bebiendo de ellos, succionando sus pezones, como si fuera un bebé.

-¡Mmmm!-gimió Carla

Marta trataba sus pechos como lo hacía Juan, atrapando sus pezones entre sus labios e intentando absorberlos, produciéndole una deliciosa mezcla de dolor y placer. Mientras seguía profiriendo nuevos gemidos, los dedos de Marta danzaban sobre sus labios vaginales, presionando sobre ellos con la yema del dedo índice y corazón.

Ellas habían yacido en aquella misma cama, donde ahora se encontraban los tres, entregándose en un torbellino vertiginoso de placer y sexo. Marta había sido su primera chica, y, en el fondo, ella lo agradecía. Sin embargo, le aturdió la profunda tranquilidad que el rostro de su amiga reflejaba mientras dormían desnudas, abrazadas, agotadas por el titánico esfuerzo que habían realizado. La Carla de la semana pasada se hubiera horrorizado ante lo ocurrido, y hubiera despreciado la absoluta falta de remordimientos de Marta, que acudió al día siguiente a los brazos de su novio, entregándose a él, como si nada hubiera ocurrido.

Tal vez Marta había pensado que lo que había hecho con su mejor amiga era necesario, llenando el doloroso vacío y vendando las profundas heridas que le habían infringido en su orgullo, confianza y en sus sentimientos. Carla, a sus ojos, era como un pobre cervatillo herido, encogido bajo unos matorrales, gimiendo y lamiendo sus heridas, y ella les había aplicado una tranquilidad momentánea, el momento de paz y relajación que la embargó tras haberse acostado, invitándola a un reconfortante sueño.

-¡Miau!-maulló Nath, mezclando su enérgico maullido con los graves gruñidos que se deslizaban entre los labios de Arion. Las miradas de ambos chicos se clavaban en el movimiento de la cabeza de Carla, que se encontraba arrodillada ante los dos, sentados en el borde de la cama. Incluso los atentos ojos del gato seguían con interés la forma en la que su dueña chupaba por turnos la polla de cada uno. Sus labios recorrían el tronco de cada una, lamiendo con deleite las puntas rosadas. Mostraba una especial atención por la delgada y larga polla de Alexandre, totalmente depilada, e incluso bajaba su lengua hacia sus testículos, regándolos con su saliva. En el caso de Arion, abrazaba con más firmeza mediante sus labios su tronco ancho y con una ligera curva hacia arriba, cuyo tamaño era un tanto inferior que el de su compañero. Los sonoros chupeteos procedentes de sus lametones se unían a los gemidos que expulsaba su boca.

Los inteligentes ojos de Nath observaban como su ama, aprovechando la apertura de sus muslos separados, había introducido su mano derecha por debajo de sus braguitas, intrigándose sobre el enigmático movimiento de sus dedos en el extremo inferior, hacia arriba y hacia abajo, escuchándose unos imperceptibles sonidos de chapoteo para el oído humano.

-¡Aaah, aaaah!-gimió Carla, cuyos labios acariciaban el lateral de la polla de Alexandre, exhalando sobre ésta sus jadeos.

Sentía como sus labios vaginales se estremecían y el interior de su coño vibraba, extasiado, oprimiendo a su dedo corazón en un asfixiante y ardiente abrazo. Alzó sus ojos, brillantes, sonriéndoles, con sus labios mojados por su saliva y por los jugos de ambos, permitiéndoles ver con total libertad como se masturbaba para ellos, arrodillada, transmitiéndoles una sensación de un tentador control sobre su cuerpo.

A Juan le bastaba en muchas ocasiones aquella excibición para perder el control y correrse con fiereza, lanzando sus chorros contra su rostro. Le confesó en una ocasión que le excitaba el curioso contraste entre la imagen de chica rígida, dura y seca que ofrecía a sus compañeros en clase con la que le mostraba en esos momentos, lujuriosa, liberal y sórdida. Aquella idea se veía reforzada con la confesión por parte de Carla de que era aquella postura la que utilizaba cuando de adolescente se refugiaba en los aseos de las chicas del colegio, excitada.

-Si me hubieras visto, era para partirse el culo de risa-le explicó una noche, en el sofá de casa, con una amplia sonrisa alegre y un ligero rubor en sus mejillas.

-Allí me encontraba yo, de rodillas sobre la tapa del váter, la falda colgando de un clavo en la pared, una mano apoyada en la puerta para que no se abriera y me descubrieran, y la otra mano bajo las braguitas, tocándome, mientras pensaba en el profesor de gimnasia...Dios, qué bueno estaba-añadió, disimulando una nerviosa risita.

-¿Y no gemías?-le preguntó él, sintiendo curiosidad.

-Pues claro, hijo, para eso usaba un calcetín limpio que llevaba escondido en el bolsillo de la falda. Lo mordía con fuerza y aguantaba los gemidos, mientras mi dedo no paraba de hundirse en mi coño y tocarme el clítoris. ¡Y las demás chicas orinando a mi alrededor y charlando entre ellas, mientras yo me masturbaba! Qué cría era...

-¿Sabes? Me hubiera gustado verte así, entregándote a tí misma sin reserva alguna, liberada de cualquier estúpida regla moral que te coartase-le dijo Juan.

Y ella le había concedido su deseo, sorprendiéndole un día con su viejo uniforme puesto, incluso con aquellas dos estúpidas coletas que su madre le hacía, recogiéndole su largo cabello y las espantosas gafas cuadradas negras que había necesitado en su adolescencia. Le llevó de la mano al cuarto de baño, tiñéndose a cada segundo sus mejillas con un rubor intenso, ¡era increíble que sintiera vergüenza ante él!

Cerró la puerta, y actuó como había hecho durante su adolescencia. Ni siquiera requirió que él la excitara, llevaba sintiendo la humedad prendida en sus braguitas toda la mañana, imaginando su reacción. En ese momento, Nath se sentó sobre sus cuartos traseros ante la puerta del baño, intrigado por lo que sucedía. Arañó la puerta con sus zarpas, pero no tuvo efecto, así que se limitó a escucharles.

-Eres increíble, Carla

-¡Mmm, mmm!-respondía ella, como si su boca estuviera taponada por algo. Se escuchó un sonido metálico y el seco ruido de algo pesado cayendo al suelo.

-Me encanta como la chupas, Carla-dijo la voz ronca de Juan.

-¡Aaah, aaah! Tá...pame la boca, me...van a escuchar...las de...más, aaah!-decía ella, entrecortándose sus palabras con suaves gemidos y el sonido de un extraño chapoteo.

-Has resultado ser una golfilla como alumna, ¡quién lo iba a pensar!-respondió la voz de Juan, aunque sonaba distorsionaba por un atípico tono autoritario.

-No...me diga esas...cosas...¡aaah!

-Pero mírate al espejo. Estás vistiendo el cristiano uniforme de este nuestro sacro colegio, ¡y tú lo estás mancillando con este acto indecoroso!

-Aaah..., pero....es...tan...placentero.

-¡En quién estás pensando, hacia donde encaminas tus pecaminosos impulsos!

-En...el profe...de gimnasia...aaaah, me...encanta...mmm, mmmm...sus...aaaah...abdominales...

-¡Ah!. Ciertamente, tu pecado es grave. Solo te queda una solución, una vía clara ante tus ojos se abre para salvar tu sucia alma.

-¡Aaaah! ¡Sí, sí, sí! ¡Sál...ve...me!

-¡Siéntate sobre mí e inserta en tu cuerpo el mástil de la salvación, el que te conducirá de vuelta al sendero religioso!

-¡Aaah, sí, sí, síii! ¡Siento como me invade! ¡Ah, mi divina salvación, síiii!

Nath volvió a apoyar una pata delantera en la puerta y, milagrosamente, la puerta cedió, ofreciendo un hueco por el cual el curioso gato pudo observar a sus dueños, unidos en el fragor de un extraño combate.

Su querida dueña vestía una camisa blanca desabotonada, bajo la cual las amplias manos de Juan se cobijaban, amasando sus pechos y jugando con ellos. Ella, de cuya boca se derramaba una constante cascada de gemidos, alzaba su cuerpo apoyándose en los dedos que se aferraban en los muslos peludos de Juan, inundando sus entrañas con su polla.

Juan, cuya amplia frente reflejó un cegador destello de la luz de los pequeños focos del espejo, sonrió malévolo y le taponó la nariz a Carla, obligándola a que abriera aún más su boca, buscando vitales bocanadas de aire.

-¡Aaah, aaaah, aaaah!-gimió ella, con mayor intensidad, cerrando sus ojos, abandonándose a él. Juan aprovechó y le introdujo en su boca la bola que había hecho con sus braguitas blancas, amortiguando sus gemidos. Sus fuertes dedos tropezaron con la afilada nariz de ella, torciendo aún más las ridículas gafas negras que se sacudían sobre aquel anómalo apéndice humano con cada uno de sus saltos.

-¡Las chicas buenas no gimen tanto, golfilla!-le dijo él, tirando de las dos trenzas que había confeccionado con su pelo.

Ella se limitó a aumentar el ritmo de su cabalgamiento, saliendo y entrando de Juan a una velocidad vertiginosa. Juan empezó a resoplar y, finalmente, clavó sus dientes en el hombro de ella, mientras Carla se quedaba inmóvil con toda la polla de Juan incrustada en su interior, sintiendo en su coño las sacudidas del miembro de Juan, llenándola. Ella profirió un prolongado gemido amortiguado por sus braguitas, y se relajó sobre Juan, abriendo sus ojos y descubriendo la presencia de Nath en el umbral del cuarto de baño.

-Nos ha salido un gatito mirón como hijo, amor mío-comentó Carla, quitándose las braguitas y sintiéndose sofocada.

-Nathy, Nathy, cuando los papás se encierran en un cuarto y escuchas sus gemidos, están ocupados y no pueden jugar contigo-le regañó Juan, con un deje divertido en su voz.

Carla se rió, alegre, mientras se deshacía las dichosas trenzas tan molestas. Juan también se sumó a sus risas y le dio un tierno beso en la mejilla.

-Te quiero-le susurró, provocando que una sonrisa se dibujara en el rostro de la joven. Ella siguió con sus ojos brillantes de ternura como Juan salía del cuarto y buscaba a Nath, llamándolo. Se sentía feliz. Aquel era el hombre de su vida: comprensivo, afectuoso, delicado, conciliador, prudente.

-Soy afortunada-se dijo, dedicándole a su reflejo una encantadora sonrisa.

 

-¡Aaaaah, síiii! ¡Hasta el fondo, síííí!-pidió ella, exclamando de placer. Había sentido como si una lanza enérgica y dura se abriera paso poco a poco en su interior, llenándolo, reconfortándola en su desbordante pasión. Era como una flecha de fuego que la abrasaba por dentro, provocando que gimiera descontroladamente. Además, sentía los dedos de Alexandre recorrieron sus nalgas desnudas, acariciándolas con la punta de sus dedos, acercándose cada vez más a su oscura fosa.

Mientras Alexandre la taladraba por detrás, notó como la punta redondeada y húmeda de otra polla rozaba sus labios. Ella los abrió, dándole una afectuosa bienvenida dentro de su boca.

-¡Mmm!-gimió ella, mientras la polla de Arion entraba en su boca y la de Alexandre profundizaba en su encharcado coño. Arion acariciaba su cabello mientras ella le chupeteaba y lamía la polla. Los ojos de Carla y los de él se cruzaron, intercambiándose una larga mirada, mientras ella danzaba su lengua en torno a su polla.

Ella observaba la sorpresa y el placer reflejados en su rostro, mejor dicho, en los rostros de los dos críos que había seleccionado para aquella noche. A sus ojos, eran dos imberbes, ilusionados y fascinados por la idea de acostarse con alguna chica y luego presumir de ello ante sus colegas, provocando sus envidias como si estuvieran enfrentados en una dura competición.

Sabía que ninguno de los dos aún se creía la suerte que estaban teniendo, acostándose con alguien a quien consideraban de su misma edad, deseosa de nuevas experiencias. Ella, que los había seleccionado al llegar al pub, guiada por un extraño deseo, y a los cuales tenía bebiendo de su mano tras invitarles a un par de copas y dedicarles alguna sonrisa. Había notado claramente como los ojos de ambos inspeccionaban su cuerpo enfundido en una estrecha chaqueta de piel que realzaba sus pechos, y en la redondez de su culo, disimulado bajo sus pantalones vaqueros.

Se dejó manosear por ellos, cuando envalentonados le daban afectuosos abrazos, aprovechándose y deslizando sus dedos hasta su culo o recorrer con sus manos de forma generosa su espalda.

-¿Os apetece tomar la última copa en mi casa?-susurró suavemente en el oído de cada uno, guiñándoles un ojo y dedicándoles una enigmática sonrisa.

 

-¡Aaaah, más, más, máááás!-gemía Carla, mientras su mano sacudía la polla de Arion, incansable. Alexandre la estaba sometiendo a un lento vaivén, delicado y suave, retrociendo y avanzando poco a poco. Y ella lamía con furia la polla de Arion, gemía angustiada, deseando una mayor velocidad, sintiendo como su deseo la enloquecía, clavando sus uñas en las nalgas del griego.

-¡Fóllame más, más duro!-le urgía ella, retorciendo su cintura y oprimiendo dentro de su coño la polla de Alex. Éste asintió con la cabeza y empezó a penetrar con un poco más de velocidad. Carla gimió, anhelante, y dio un fiero abrazo con sus labios al glande de Arion, oprimiéndolo. La cintura del joven se arqueó, curvándose repentinamente, e inmovilizó la cabeza de Carla con sus manos.

-¡Ugr!-gruñó el griego, vaciándose dentro de la boca de Carla. Su polla dio tres enérgicas sacudidas, expulsando fieros chorros de su semen contra su garganta. Un tímido cuarto chorro dejó unas temblorosas gotas suspendidas en los labios de Carla.

-¡Me tienes que dar más!-exclamó ella, cogiendo la mano del francés y tumbándolo de un fuerte y sorprendente tirón a la cama. Ambos observaron impresionados como ella se alzaba, fiera y dominante, desprendiéndose de su camisón y tirándolo contra Nath, que lo esquivó por los pelos. Anduvo despacio por encima de la cama, sonriendo salvajemente, con un brillo triunfal en sus ojos.

-Te quiero de nuevo en todo tu esplendor-susurró al oído del griego, acariciando con su vientre plano su polla flácida. Ella le dedicó una última mirada, que hizo temblar al griego. Poseía un desconcertante brillo amenazante.

-Es tu turno de sentir como te cabalga una mujer-le anunció a Alexandre, bajando lentamente su cintura. El joven francés observó maravillado su húmeda gruta, aquella deliciosa raja cubierta por unos abultados labios y coronada por un botón carnoso y rojizo, y una fina tira de vello, negro y rizado.

Alexandre sonrió al sentir como los labios de la joven se abrían, acogiendo de nuevo a su polla, tras haberle despojado de su virginidad.

-¿Sientes como me voy hundiendo?-le preguntó con un tono dulce ella, sonriéndole ampliamente. Él asintió, sonriendo afectuosamente. Tuvo el impulso de apretar entre sus dedos de nuevo uno de sus pechos niveos, pero lo refrenó, temeroso de que ella le negara su deseo. Sin embargo, fue ella la que cogió su mano derecha y la llevó hasta sus tetas, hundiéndola en ellas.

-¿Es tu primera vez?-le preguntó ella, con un tono de seguridad, mientras subía y bajaba lentamente, introduciéndose su polla. En un arrebato de sinceridad, asintió, evitando observar la inevitable mueca burlona que luciría su amigo.

-Oh, qué encantador-confesó ella, ilusionada. Inclinó su espalda y besó su cuello, mientras los dedos de Arion acariciaban sus nalgas. Los labios de Carla ascendieron por su cuello, hasta llegar a su oído.

-¿Deseas a tu amigo?-le preguntó. El joven chico se estremeció, asustado ante su pregunta. Ella alzó su espalda y siguió cabalgándole, a un ritmo algo más deprisa. Su azulada mirada observó su rostro ovalado, preguntándose si podía confiar en aquellos ojos oscuros que parecían tan sinceros y de confianza. Ella cogió su mano izquierda y la llevó hacia su coño, frotando sus yemas contra su clítoris, estremeciendo a la joven.

Carla volvió a abrir sus ojos, extasiada, observándole con un brillo de interés e interrogante. Ladeó su rostro y susurró algo al oído de Arion, quien asintió con rapidez y se lanzó a uno de los cajones del armario de la habitación.

-¡Mmm, aaaah, aaaah!-gimió Carla, retorciendo su cintura con su polla dentro de su coño, oprimiéndola. Los ojos de Alexandre se desviaron hacia su compañero, observando su espalda y sus respingonas nalgas, donde se marcaban dos poderosos glúteos. ¿Era posible que aquella chica extranjera hubiera averiguado que Arion le turbaba e incomodaba?

En más de una ocasión, él se había sorprendido a sí mismo observando embelesado a Arion ejercitándose en el gimnasio de la universidad, quedando impresionado por la forma en la que se esforzaba en conseguir una envidiable tonificación. Y no solo era su físico, Arion siempre se había comportado con él de la mejor forma posible, descubriéndose a sí mismo como un amigo fiel y leal. Se había planteado varias veces si la atracción que sentía por Arion se debía a que, en el fondo, le envidiaba y quería ser como él, un joven abierto, extrovertido, mujeriego y bastante sociable.

Sin embargo, ahora que había visto a Arion desnudo y compartido con él una chica, no podía evitar que sus ojos se desviaran hacia él, analizando sus movimientos y reacciones ante lo que aquella joven le hacía. Carla debía haberle sorprendido observando con atención como le chupaba la polla a su amigo.

-¡Aaah, aaah, aaah!-gimió Carla. Su polla salía y volvía a hundirse en aquella hendidura húmeda, ardiente y placentera a mayor velocidad. El cabello negro de la chica se agitaba sin control sobre sus hombros, azotando su piel blanca.

-¡Mmm, síííí, síííí, síííí!-exclamaba ella, frotándose dos dedos de forma furiosa sobre su clítoris. Arion volvió junto a ellos, trayendo en su mano derecha un tubo de lubricante. Alexandre observó aquel objeto turbado, con una expresión sombría en su rostro. Arion sonreía de oreja a oreja, y los ojos del francés captaron de refilón como la polla de su amigo empezaba a crecer, observándoles.

-¡El...bote...es...para mí!-le explicó Carla en el oído, entrecortándose sus palabras con jadeos y gemidos.

La joven elevó su cintura, saliéndose casi totalmente de él. Alexandre notaba como la punta de su polla quedaba apenas abrazada por sus labios vaginales. De repente, Carla se clavó su polla hasta que sus nalgas chocaron contra sus testículos.

-¡Aaaaaah!-profirió un largo gemido, curvándose su espalda. Tras ello, inició una serie de movimientos rápidos, un veloz vaivén que casi hizo que se vaciara dentro de ella. Carla gimió con intensidad, disfrutando al máximo, y volvió a parar, repitiendo el mismo delicioso ciclo.

-¡Ssssíííí, oooh, my God! ¡Fóllame más, máááas, máááás, aaaah, sííííí!

Alexandre sudaba copiosamente, apretando las mandíbulas, intentando aguantarse y no derramar su semen. Aquella infatigable chica parecía que no iba a correrse y le estaba llevando al límite, asomándole peligrosamente al abismo. Sabía que si se corría, no iba a ser capaz de lucir una segunda erección, como la que mostraba Arion.

-¡Aaah, aaah, sííííí! ¡Me vooooy!-chilló ella, clavándose hasta el fondo su polla. Alexandre notó como el interior de su coño explotaba, oprimiendo su polla con poderosas contracciones, como si pretendiera extraerle su semilla.

Ella hundió su cabeza, resoplando, con una amplia sonrisa cruzando su rostro. Se derrumbó sobre su cuerpo y rodó a un lado, intentando controlar su agitada respiración.

-Arion, ven-ronroneó ella, tras unos instantes y él acudió, obediente, sin rechistar su orden. Se abrazaron y besaron, y Alexandre sonrió divertido al ver como la polla de su amigo daba pequeños saltitos sobre el vientre de ella.

-Túmbate, mi héroe griego-dijo Carla, empujándole suavemente con la mano. Con una risa divertida, cogió tres pañuelos y ató las muñecas de Arion al cabecero, usando el tercero para tapar sus ojos. Arion empezó a suspirar, sonriendo mientras su imaginación se disparaba.

Carla miró a Alexandre, sonriendo pícaramente y el joven se estremeció, dándose cuenta de lo que quería ella. ¡Le estaba ofreciendo a su amigo! La chica le cogió la mano derecha, que quedó lacia sostenida entre sus dedos y la aproximó hacia la intimidante polla de Arion.

Carla abrió los dedos de su mano y los cerró en torno a su grueso tronco, ahogando el francés una exclamación de sorpresa. Tenía un tacto liso, y su superficie era cálida y húmeda. Carla acompañó sus movimientos durante unos instantes, observando fascinada la satisfacción que reflejaba su rostro. Quizá le recordaba a lo que ella había sentido cuando había masturbado a un chico por primera vez.

Los ojos de Carla brillaron complacidos cuando vio como Alexandre se acercaba a Arion, con una expresión ansiosa en su rostro. Cruzó una última y larga mirada con Carla e inclinó su rostro, buscando con sus labios la punta de su polla.

-¡Mmm!-gimió Carla mientras la cabeza de Alexandre subía y bajaba lentamente. ¿Notaría el griego el cambiazo? La joven se encogió de hombros, sintiéndose feliz. Era tan hermoso observar a Alexandre cumplir una de sus fantasías más ocultas. Acarició su lacio pelo rubio con sus dedos y se tumbó junto a él, colocándose un cojín en su vientre, exponiendo su vagina y sus nalgas al aire. Su rostro se encontraba muy próximo al de Alexandre, observando lo que le hacía a su amigo. Arion, por su parte, gemía por lo bajo, retorciéndose.

Carla abrió el bote de lubricante, echándose el refrescante y escurridizo líquido en la palma de su mano. Se frotó los dedos con él, y los llevó hacia sus nalgas, acariciándose los alrededores del ano. Se estremeció, como cada vez que Juan le había estimulado aquella zona. Se preguntó interiormente si Juan había mostrado una resistencia tan débil a la que había mostrado Alexandre, cediendo a sus instintos en cuanto apreció una oportunidad.

Se propinó un azote en las nalgas, que la devolvió a la realidad. Juan era el pasado, atrás quedaron sus vacías promesas, sus engañosas caricias, sus veladas palabras envenenadas cobijabas bajo una reluciente sonrisa y un rostro apacible.

Marta había sido la primera, quien le enseñó que había estado equivocada, que la idea de quedarse unida a alguien de forma permanente era una difícil opción, a costa de soportar humillaciones e infidelidades. Ella, que tanto se pavoneaba mostrándose como el ejemplo de lealtad y fidelidad, se había entregado a ella, en aquella cama, bajo la mirada de Nath. Desnudas, se habían besado, acariciado y estimulado, y sus labios habían probado el sabor prohibido de su cuerpo.

Ambas habían gemido al oído de la otra, entrecruzadas las piernas, estimulando con sus dedos la vagina de la otra, percibiendo el calor que emanaba de la otra, notando el deseo reflejado en sus ojos, bebiendo de la boca de la otra, complaciéndose y arrojándose a un turbulento orgasmo mutuamente.

Arion y Alexandre eran los siguientes y Carla no sabía con certeza si habría otros futuros amantes, escarceos sexuales de una noche apasionada. Sin embargo, de lo que sí estaba segura, es que no sería tan estúpida como el novio de Marta, crédulo de su fidelidad, ni volvería a confiar a ciegas en nadie, entregándose como lo había hecho con Juan.

-¡Mmmm!-gimió de nuevo Carla, introduciéndose la punta del dedo corazón en el ano, dilatándolo poco a poco mientras su otra mano se encontraba sobre su coño, acariciando su clítoris. Sus ojos chispearon, observando como Alexandre recorría con su lengua el glande de su amigo.

-¡Uhm!-gruñó Arion. Aquel sonido hizo que Alexandre sonriera y besó la punta de la polla. Carla empezó a sentir como se volvía a humedecer, recorriendo un extraño cosquilleo las palmas de su mano. Observaba turbada al francés, preguntándose si no sería peligroso que se uniera a aquella felación. ¿Y si Arion reaccionaba violentamente?

-¡Mmm!-gimió ella, mordiéndose un labio. Hacía mucho tiempo que no practicaba sexo anal, desde que Juan se había marchado a trabajar en el extranjero, pero aquella noche quería probar una fantasía de su adolescencia y para ello, necesitaba a aquellos dos hombres...

Se lubricó más el ano, y utilizó dos dedos para hundirlos poco a poco. Mientras tanto, su dedo corazón iba profundizando en su húmedo coño y lo curvó hacia adelante, rozando la pared rugosa de su interior, una zona cuyo secreto solo conocía ella, y que siempre conseguía que tuviera agotadores orgasmos. La caricia hizo que un escalofrió recorriera su cuerpo, humedeciéndola aún más.

-¡AAAAH!-gimió, reverberando su incontrolado gemido en las paredes del cuarto. Aquel inesperado chillido asustó al pobre Nath y el griego se removió, sacudiendo sus ataduras.

-¿A...lexan...dre?-preguntó, con una voz extrañada. Arion se había desprendido de las ataduras y sus ojos negros observaban a su amigo, cuyos labios se encontraban rodeando su erecta polla, paralizado por la sorpresa. Alexandre palideció, y Carla se volvió hacia Arion.

-What the...?-empezó a decir el griego, con un tono algo brusco pero sus palabras fueron silenciadas por un beso de Carla.

-Chúpame el coño-le susurró Carla al oído. Airon la observó, confundido, pero entendió el significado de sus palabras al observar a escasos milímetros de su nariz el sexo de la joven. El giego, encantado, se olvidó pronto de lo que había sucedido y clavó sus dedos en sus nalgas, exhalando su aliento sobre el coño de Carla.

-Mmmm-gimió ella, al deslizarse la lengua de Arion entre sus labios, disfrutando con su sabor y lamiendo ávidamente sus jugos. Un beso inesperado en su ojete hizo que Carla soltase una exclamación de sorpresa y se relamió los labios percibiendo como las frenéticas lenguas de ambos jóvenes exploraban a la vez sus secretas grutas.

-Oooh, síííí, me estáis...aaaah-gimió ella, cerrando los ojos, abandonándose al delicioso placer que se expandía poco a poco por su cuerpo, erizando su vello, desterrando de su mente sus problemas,sumergiéndola poco a poco en un glorioso orgasmo que drenaría totalmente su energía.

Sumergía sus dedos en los rizos de Arion y soltó un sonoro gemido cuando dos dedos empezaron simultáneamente a penetrar sus dos agujeros. Las piernas le temblaron, su espalda se curvó lentamente y sintió la urgente necesidad de hundir en su coño aquellas duras pollas, saciando la pasión y el deseo carnal que rezumaba cada poro de su piel.

-¡Aaaah, sííí, síííí, síííí!-gemía, sin importar que sus agudas exclamaciones pudieran despertar o molestar a sus vecinos. Ella solo deseaba cabalgar al par de críos que había embaucado y aquel tórrido deseo consumía a su mente.

-¡Más, más, máááááás!-pedía ella, jadeando. A la vez, Arion y Alexandre se separaron de su cuerpo. No tuvieron que ponerse de acuerdo, el instinto guió a sus excitados cuerpos, apoderándose de sus mentes. Alexandre se colocó detrás de Carla, acariciando sus hombros y besando su cuello, mientras Carla se introducía poco a poco la polla de Arion en su húmedo y ansioso coño.

Lo hizo con lentitud, disfrutando con los ojos cerrados y una amplia sonrisa eufórica las sensaciones que aquel apéndice de carne provocaba en su cuerpo. Cuando se introdujo la mitad de aquella pasional lanza, Carla realzó sus nalgas, ofreciéndoselas a un esperanzado Alexandre. Sus ojos negros brillaron, divertidos, y Alexandre entendió el mensaje. Ella no le podía ofrecer el culo de su amigo, pero sí el suyo propio.

Se aproximó con sumo respeto hacia las nalgas de Carla, besándoselas con veneración y le introdujo de nuevo dos dedos en su culo, mientras la joven seguía cabalgando a su amigo. Aquel orificio era más estrecho que su vagina, pero acogía sus dedos y se adaptaba a sus maniobras. Percibía la tensión que endurecía la espalda de Carla y se prestó a tantear su clítoris, aquel minúsculo botón rugoso que según le habían contado enloquecía a cualquier chica.

Las yemas de sus dedos acariciaron el tronco de la polla de Arion entrando y saliendo húmedo del coño de Carla y Alexandre sintió como su polla daba un jovial brinco. Por fin, encontró el clítoris, y lo acarició suavemente, trazando pequeños círculos en torno a él.

-Aaaaah-soltó de repente Carla e inclinó su espalda buscando la boca de Arion, que recibió su atención encantado.

Alexandre siguió lubricando el culo de Carla y pasó a introducirle tres dedos.

-Mé...te...me...la-le rogó Carla, jadeando en el oído de Arion.

El francés asintió y sacó un condón del bolsillo de su pantalón, colocándoselo inmediatamente, antes de que Carla le rogara de nuevo que acudiera a su lado y la penetrara.

Carla se colocó la punta de la polla de Arion justo en su entrada y le indicó a Alexandre que empezara. El francés apoyó sus temblorosas manos en sus hombros y empujó con sus caderas suavemente, hundiendo despacio su polla en el culo de ella. Carla permaneció quieta, manteniendo la posición, con los ojos cerrados y una expresión de concentración ensombreciendo su rostro.

Ante los complacidos ojos de Arion, Carla se estimuló con una mano su clítoris, mientras la otra escalaba hacia sus tetas. Le encantaba observar a las chicas masturbarse, eso le indicaba que ellas, en el fondo, detrás de aquella fachada estúpida que erigían de castidad y contención, sentían la misma quemazón del deseo carnal que ellos.

Cuando Alexandre llevaba la mitad de su polla inserta en su culo, los ojos de Carla se abrieron lentamente, iluminándose su rostro con una sonrisa. Sin decirle nada, siguió cabalgándole, inclinando su rostro y besándole.

-¡Mmm, mmm, mmm!-gemía Carla en su boca, ahogando sus gemidos en su garganta. El ritmo de las embestidas de Alexandre se acrecentó, y la joven trazó círculos sobre Arion con su cintura.

-¡Oooooooh, síííií!-exclamó ella, clavando sus ojos en el techo del cuarto. Una brutal expresión de placer resplandeció en su rostro y se precipitó de nuevo sobre Arion, devorando su boca. Los labios de ella mordían los suyos, su lengua se precipitaba en busca de la suya, aviesa, conquistadora, indomable. Y sus gemidos...aquel torrente enloquecedor de gemidos que manaba de su boca era demencial.

-¡Aaaah, aaah, aaah, más, mááááás, síííí, síííí, oooh, oooh, ooooh!

El propio Alexandre jadeaba del esfuerzo, y sus dedos se clavaban en los hombros de Carla, tomando impulso para hundirle su polla. Por su parte, la cintura de Carla no cesaba de moverse y agitarse caóticamente sobre Arion, oprimiendo las pollas de ambos jóvenes. Los tres se encontraban sumidos en una primitiva danza regada y acompañada de gruñidos, gemidos y jadeos, pugnando por encontrar una brizna de aire fresco.

-¡Aaah, me corro, meeee voooooy!-anunció Carla, arañando el pecho de Arion y curvando al máximo su espalda. Las formidables contracciones de su coño parecían que iban a fundir la polla de Arion en el infierno de sus entrañas y el propio Alexandre soltó un gemido de sorpresa al sentir como la presión de su miembro aumentaba. Mientras la joven chillaba y manaban sus jugos, los dos jóvenes soltaron un gruñido, notando como sus pollas se veían sacudidas por temblores, anunciando la inminente erupción.

Carla se escurrió de ambos, tumbándose boca arriba junto a Arion, pidiéndoles que se vinieran sobre ella. Y ellos, con un brutal brillo salvaje de lujuria en sus ojos, sonriendo acudieron a su petición, situándose sobre ella y apuntando con sus miembros a su cuerpo. Casi al unísono, con aquellos cuatro ojos clavados sobre su desnudez, empezaron a sacudirse sus respectivas pollas. Ella les incitaba, apremiándoles con palabras dulces, acariciándose los pechos, lanzándoles fugaces besos que les encendían.

Y, entonces, un gutural gruñido recorrió el piso, Nath soltó un quejido, disgustado con que le hubieran molestado de su apacible siesta y Carla sonrió triunfalmente, a sabiendas de que, por fin, había saciado sus ansias de venganza.

 

La casa se había quedado sumida en un pesado silencio. Aquellos dos críos se habían marchado, dejándola tumbada en la cama, desnuda, complacida, marcada su piel por regueros de gotas blancas. Tras eyacular sobre ella, esparciendo su semen por su vientre, sus mejillas y sus tetas, ellos la observaron con atención, como si pretendieran grabar en su memoria la belleza de su desnudez. Ella les había dirigido una última sonrisa y les había susurrado con voz dulce y baja que se marcharan.

Ellos obedecieron, vistiéndose, sin dirigirse una mirada, turbados por lo que había ocurrido aquella noche. El futuro que aguardaba a ambos no le importaba a Carla. A decir verdad, ellos dejarían de existir para ella cuando cruzasen el portal de su casa, fundiéndose de nuevo en la caótica marea de personas de aquella ciudad, que se desplazaban por ella viviendo sus aburridas vidas, confundiendo amistad con hipocresía, tejiendo mentiras y embaucando a los demás para cumplir sus zafios deseos. Justo lo que ella había hecho.

Se sentía pegajosa. Su piel se enfriaba y las gotas de semen resbalaban por sus mejillas. Nath maulló y de un salto subió a la cama, ronroneando junto a su cuerpo, aguardando como un soldado que esperase que le dictasen alguna orden. Se levantó y cogió el móvil, dispuesta a echarse una foto.

 

Nath aproximó su hocico, y olfateó sobre el pezón de su seno izquierdo, cubierto por una gota de semen. Su aliento estremeció la viscosidad de la gota mientras Carla preparaba la cámara. Se observó a sí misma reflejada en la pantalla, sonriendo al objetivo. Nath, curioso, sacó su lengua y lamió con la punta la gota, sintiendo Carla la aspereza de su lengua.

-¡Fuera, Nath!-exclamó Carla, y el gato pardo salió disparado. Volvió a tumbarse y sonrió, con fiereza.

Ella también sabía mandar fotos. Como la que había recibido a su correo electrónico, de Juan besando a una chica pelirroja, en el turbulento ambiente de luces parpadeantes y cegadoras de una discoteca. Entró en su correo y se la envió.

"Espero que te guste. Hemos acabado."