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Las sombras de la ciudad: La noche apasionada

en Grandes Series

  La luz amarillenta de la pequeña lámpara de mesa iluminaba sus cuerpos con un ligero tinte dorado que resaltaba la piel morena de ambos. Las paredes inclinaban sus indiscretos oídos hacia sus quedos susurros, gemidos y los susurros que provocaban sus cuerpos sobre las sábanas de la cama. Incluso el indiferente cristal opaco de la puerta de la habitación volcaba sus fríos ojos hacia aquellos dos cuerpos retozando sobre la cama, ora aferrándose con las manos y piernas como si la vida les fuese en ello, ora separándose quizá abrasados por las llamas de la pasión que hervía sus cuerpos.

 

  Para Tamara, sólo existía su "Antonio", para Antonio, sólo importaba su pequeña Tamara, su "nena" como él cariñosamente la denominaba. Ahora la llamaba de otra forma. Era Gata, cuyas manos pequeñas pero fuertes se apretaban contra su ancha espalda, trazando rojizos senderos sobre la piel de su amplia espalda, llevada por la pasión.

 

  Tamara se encontraba sobre Antonio, vestida únicamente con unas braguitas blancas discretas y castas, sintiendo entre sus muslos la ardiente y ruda presencia de la polla de Antonio, de su apasionado "Gigante". Sus ojos negros, agudos e inquisitivos, se encontraban clavados en la expresión anhelante de Antonio, fijándose en las pequeñas gotas de sudor que perfilaban su ancha frente, notando el ardor de sus ojos agitados, observando con una gran satisfacción la expresión crispada de sus labios cuando movía sus caderas sobre su entrepierna. Volvió a inclinar su espalda, buscando sediante el néctar de sus labios gruesos, anhelando la lucha de su lengua contra la suya, triangular y fría.

 

  El calor del cuerpo de Gigante la rodeaba, sus poderosos brazos oprimían su cuerpo contra el suyo, reptaban por su fuerte y marcada espalda, fruto de años de natación, se deslizaban por la redondez y carnosidad de sus nalgas, apreciando la suavidad de aquellos dos tersas colinas de carne esponjosa y cálida que él disfrutaba en aquellas veraniegas noches de pasión. El glaciar de sus pechos pequeños, duros y coronados por unos pezones picudos se desvanecía ante el volcán del pecho de Gigante repleto de vello, notando la caricia de aquel espeso vello sobre sus tetas, jugando con sus pezones.

 

  Tamara se permitió deslizar sus labios rojizos y finos por el pecho de Gigante, hasta desembocar en su cuello y allí, succionar su carne y proporcionarle un doloroso y placentero chupetón. Gigante gruñó ante la travesura de Gata y restalló una palmada sobre sus nalgas. Ella también recibió su dosis de dolor y placer. Aquella palmada estremeció todo su cuerpo, y acabó provocando que un gutural gemido escapara de su garganta, y se lanzara volando a través de la ventana abierta, presto a ser escuchado por cualquier vecino de aquel patio.

 

  Gata quería embaucarle en aquel caprichoso juego, en ser escuchados y envidiados por sus vecinos, en hacerles partícipes de aquel encuentro voraz y sexual. Gigante lo intuía, se veía a sí mismo como una bola de hilo enrollado entre sus suaves zarpas, pero no le importaba. La expresión salvaje y apasionada que distorsionaba y brutalizaba los rasgos finos de Gata consumían sus dudosos escrúpulos.

 

  Gata ronroneó en su oído, acariciando con sus mechas rojizas la piel desnuda y ardiente de sus hombros, y elevó su cintura, permitiendo que los dedos de Gigante se crisparan en el borde de sus braguitas. Sin embargo, Gigante también poseía algunos trucos bajo la manga, y antes de bajar aquellas molestas braguitas, las estiró hacia arriba, haciendo que se clavaran en la gruta encharcada de Gata. Ésta, como respuesta, mordió levemente el lóbulo de su oreja, como signo claro de que aquello le había gustado, y siguió ronroneando en su oído.

 

  En apenas cinco segundos, las braguitas de Tamara se encontraron aprisionando sus poderosas rodillas. Ella se irguió sobre él, con sus pies a ambos lados del cuerpo tendido de Gigante, dispuesta a deslizarse sus braguitas hasta los tobillos con una excitante lentitud. Primero un pie, y luego otro, y sus braguitas hechas un guiñapo oscilaron en círculos sobre el rostro de Gigante, suspendidas en el aire de forma caprichosa entre los dedos de Gata.

 

  Gigante gruñó, mientras sus ojos parecían salirse de sus órbitras, observando el trofeo que Gata le mostraba. Sin embargo, con una sonrisa triunfal, Tamara las arrojó hacia la puerta, estrellándose contra el cristal y ocultando parcialmente el reflejo de su cabello negro como alas de cuervo y mechas rojizas.

 

  La cintura de Gata volvió a descender, y sus suaves dedos bajaron los calzoncillos oscuros de Gigante, en los cuales se recortaba el poderoso contorno de su polla, pugnando por su deseada y anhelante libertad. Gata sonrió ante el respingo que dio la polla de Gigante, y con una sonrisa de satisfacción, inclinó su rostro hacia ella, pero el furor sexual de Gigante era incontrolaba y amenazaba con estallar el dique que contenía a duras penas las embravecidas oleadas de su burbujeante pasión.

 

  Clavó sus dedos en la cintura de Tamara, y aproximó su triángulo de vello ensortijado hacia su erecto mástil. La punta húmeda de su polla resbaló por la pared interna del muslo izquierdo de Tamara, se estrelló contra un labio vaginal que ofreció una insospechada resistencia pero, gracias a un movimiento sutil de la cintura de Gata, encontró la entrada a su húmeda gruta.

 

  Su polla fue gratamente acogida por el interior fulguroso de Gata, sus labios vaginales se abrazaron al tronco de su miembro, agradeciendo su avance. Pronto, el cuerpo de Tamara se vio sometido al vaivén dirigido por Gigante, cuyas manos atraían y repelían su cuerpo a su antojo mientras las manos de Gata únicamente podían apoyarse en el vello de su pecho o buscar el cálido y esponjoso contacto de sus pechos. Cerró los ojos, liberando los gemidos que a su boca acudían, sintiendo como su melena restallaba y se agitaba contra su espalda y sus hombros, abandonándose al delirante ritmo al que Gigante la sometía.

 

  Gigante sabía como follar, conocía el arte y las formas de provocarle agotadores orgasmos que drenasen su energía y la dejaran rendida y agotada sobre la cama, temblando ante su mirada divertida. Ya fuese con las manos, con la lengua o usando la penetración, él sabía qué puntos, ritmo, cadencia y acciones debía hacer para enloquecerla de placer, hasta el punto de borrar todas sus barreras y mostrarla como una chica desprovista de la rígida educación que había recibido y moldeado su carácter en su infancia y adolescencia.

 

  Él mismo movía en círculos su cintura, a veces sus manos atraían y repelían su cuerpo con suma rapidez, otras veces de una forma más lenta, en otras ocasiones buscaba la pared rugosa del interior de su húmedo coño. Y ella solo atinaba a gemir, más, más y más.

-¡Aaah, aaah, síii, siiii, síiii, aaaah, aaaah!-sus gemidos reverberaban en las paredes de aquella pequeña habitación, se colaban a través de la puerta de la habitación, ascendían libres hacia el cielo nocturno de la noche.

 

  Era inevitable. La chica sentía como su interior rugia, llenándose con aquella polla, que le causaba oleadas de placer que la hacían agitarse y ansiar desesperada el glorioso momento. Abrió los ojos, y observó el concentrado gesto del rostro de Antonio, sudoroso. También ella sentía como el sudor manaba de su cuerpo, notaba el húmedo contacto de sus dedos crispados en su cintura.

-¡Aaaah, más, máaas, máaas, síiiiiiii!-estalló al final, mientras un escalofrío recorría y arqueaba su espalda, al tiempo que notaba como su vagina bramaba poderosamente y abrazaba con ferocidad la polla de Antonio, como si pretendiera fundirla con su interior.

  Gigante elevó su cuerpo como si apenas le costase trabajo, y colocó su cuerpo ardiente junto al suyo. Su polla dio unas breves sacudidas en el aire, como si estuviera protestando y buscando aquella deseada gruta. Los resoplidos de ambos se elevaban en el aire, intentando recuperar el aliento. Por unos instantes, permanecieron quietos, pegados el uno junto al otro.

-No creas...que...te voy...a dejar así-le comentó Tamara, rozando con su muslo el de Gigante.

Gigante giró su rostro, observando el rostro apacible y cansado de Gata. Tenía los ojos entrecerrados, y una sonrisa feliz redondeaba sus carnosas mejillas. Sus pechos ascendían y descendían al ritmo de su agitada respiración.

-Eres un...gamberro-le reprochó ella, dándole un pellizco en el brazo-mañana...la vecina de arriba me...lanzara otra de sus miradas...acusadoras por...los gemidos.

-Y tú la miraras de soslayo, diciéndote que si no tiene un hombre que la sepa montar en su casa, que se fastidie-añadió Antonio, en un tono burlón. Tamara se rió ante su comentario y le dio un beso cariñoso en los labios.

-Como me conoces-le reconoció ella, enredando sus dedos en el vello espeso del pecho de Antonio-realmente, te necesitaba esta noche. He tenido una semana desquiciante en el trabajo.

 

  Antonio asintió, y atendió con suma paciencia y atención las palabras de protesta y fastidio que manaban de los labios finos y carnosos de Tamara. La joven de 26 años trabajaba como responsable y monitora de críos en un colegio infantil, en unas condiciones laborales difíciles y a cargo de demasiados niños, y todo por un exiguo sueldo que con esfuerzo le llegaba para costear los gastos del curso de fotografía que estaba realizando en aquella ciudad y los gastos del alquiler del piso pequeño en el que vivía sola. Él se había mostrado partidiario de que vivieran juntos en un piso, pero nunca había conseguido doblegar la terquedad de Tamara.

-Es mejor así-le había dicho en numerosas ocasiones-la rutina de vivir juntos acabaría con nuestras aventuras-le añadía cuando él intentaba protestar ante su réplica, con una expresión lúgubre en su rostro.

 

  "Aventuras", le decía ella una y otra vez. Nunca había usado el término relación o pareja cuando se refería a la vida y experiencias que ambos compartían. ¿Sería a causa de alguna relación nefasta anterior de ella? ¿O más bien aquel concepto obedecía mejor al hecho de ser más agradable para sus oídos por su extraño y original carácter? Quizá para la mente creativa e ingeniosa de Tamara, aquel concepto era el que mejor ligaba con la idea de ser capaz de estar hablando desnudos de las dificultades de la vida rutinaria mientras su mano se movía en torno al tronco de su polla erecta, aferrándose a su húmeda y ardiente dureza.

 

  Antonio sospechaba que Tamara no le era totalmente sincera con aquel trabajo que ella tanto despreciaba, como si ella le estuviera ocultando algo bajo todas las protestas que le decía, controlando y midiendo el alcance de cada palabra que le decía, sin embargo, se la veía tan feliz cuando acudía ante él y le mostraba algún nuevo dispositivo que había adquirido para la niña de sus ojos, su cámara. Tamara cesó en su retahila, y un brillo divertido iluminó sus ojos. Le observó con detenimiento, mientras fruncía sus finas y cuidadas cejas, que parecían dos trazos negros sobre sus ojos pequeños y oscuros, y sonrió satisfecha.

 

  Desnuda, salió del cuarto y correteó hacia el salón, volviendo en un santiamén al dormitorio, portando entre sus manos el bulto cuadrangular de su cámara. Antonio arqueó una ceja, en señal de desconcierto.

-Quiero retratarnos-le comentó ella, tumbándose junto a él en la cama y probando la altura necesaria para conseguir la fotografía.

-Pero, ¿desnudos?-preguntó Antonio, aumentando su desasosiego y fijándose en la pequeña pantalla donde aparecían sus rostros.

-Claro, Antonio-repuso ella-pero tranquilo, esto no lo va a ver nadie y no va a salir nuestras zonas íntimas. Quiero inmortalizar la expresión y las sensaciones que desprenden nuestros rostros-le explicó mientras seguía manipulando la cámara con una expresión concentrada.

-¿Se te ha ocurrido ahora o ya lo tenías planeado?-le preguntó Antonio, con una expresión sorprendida ante los ojos chispeantes de Tamara y su sonrisa triunfal.

-Digamos que...se podría decir que esta idea me rondaba desde hacía tiempo-le explicó ella, confirmando las sospechas de Antonio.-Sonríe y...

La cámara soltó un leve chirrido y ella se sentó sobre la cama, inclinando sus ojos hacia la pantalla y analizando cada rasgo de la fotografía tomada.

 

  Antonio apoyó su barbilla sobre el hombro izquierdo de la joven, cruzando sus manos frente a su vientre ligeramente curvado. La joven hizo caso omiso de sus atenciones y de las caricias que Antonio le trazaba sobre su vientre, sin embargo, no opuso resistencia a que sus largos dedos escalaran por su cuerpo hasta posarse sobre sus pechos blanquecinos.

-¿Cómo la titularías?-le preguntó ella, mostrándole la pantalla de la cámara.

-Creo que se te ve parte del pezón-le indicó él, tras quedarse unos segundos sumido en un profundo silencio.

 

  Tamara suspiró ante su sorprendente comentario. Antonio se encontraba excitado, notaba la punta de su pene en su rabadilla y, mientras tanto, jugueteaba con sus pezones, trazando círculos en torno a ellos y hundiéndolos un poco con las yemas de sus dedos. Sí, aquello no había sido un descuido. Había adelantado el brazo para sostener la cámara, y se había apoyado sobre el otro codo, por lo tanto, su cuerpo se encontraba inclinado, en el ángulo ideal para captar la línea de su canalillo y la suave colina de su pecho derecho, con la intención de conseguir que se viera un ínfimo punto negro de la aureola de sus pezones.

-Sí, creo que sí-le contestó ella. Antonio, conformándose con aquella vaga respuesta, hundió su nariz afilada entre sus mechas rojizas, apartándolas y buscando su cuello delicado y empezó a besarlo gentilmente, rozando con sus labios apenas aquella sensible zona.

 

  Tamara entrecerró los ojos, notando como su corazón volvía a incrementar sus latidos y como su saliva desaparecía en su boca. Gigante volvía a asaltar su cuerpo, ya habia dominado la astuta mente de Antonio, forzándole a encontrar cualquier resquicio erótico en aquella fotografía. ¿Sería entonces posible asegurar que el interés sexual intervenía en la contemplación de la fotografía? ¿Cómo debía jugar el artista con ese curioso elemento para...?

 

  La cámara tembló entre sus manos, y Tamara abandonó su debate interno. El asalto de Gigante era implacable, y sus defensas estaban siendo barridas una a una. Pronto, quizá antes de lo que sospechaba, el estruendo del asalto se colaría por todos los rincones oscuros de su fortaleza interna, hasta llegar a la mazmorra más lúgubre y profunda, despertando a Gata.

 

  Dejó la cámara sobre la mesa de estudio de su cuarto, liberándose a duras penas de los brazos de Gigante y retornó a la cama con una expresión jubilosa en su rostro ovalado. Se tumbó boca arriba sobre la cama, y permitió que Gigante hundiera su rostro entre sus pechos, buscando sus pezones y succionando de ellos como si pretendiera mamar su leche vital.

 

  Ella se limitó a dejarse llevar, cerrando los ojos y notando los senderos de saliva y promesas veladas que su lengua trazaba en sus pechos, mientras una de sus manos descendía por su cuerpo. Gata soltó un gemido, y separó sus muslos, rindiendo su fortaleza al feroz ataque de Gigante, permitiendo que éste atrapase en el cuenco de su experta mano el triángulo de vello negro y rizado que suspiraba por ser acariciado.

 

  El cuerpo de Gata se debatió bajo el cuerpo de Gigante, mientras su mano recorría a su antojo su valle azabache. Sus dedos rozaron el contorno de sus labios abultados, paseándose caprichosamente por ellos, escalándolos y descendiendo hacia la garganta húmeda que ocultaban.

 

  Gata volvió a gemir y soltó un bufido de protesta. Gigante irguió su rostro victorioso y tuvo piedad de la expresión de placer e indignación fingida de Gata. Los ojos hambrientos de Gata se encontraron con los de Gigante, y éste sonrió, moviéndose sobre el cuerpo de la joven. Gata se relamió, golosa, al ver como oscilaba encima de su rostro la polla erecta de Gigante, y tuvo cuidado en que los pies de Gigante no tirasen la lamparita, ya que su cuerpo sobresalía de la cama. Gigante apoyó sus manos en los muslos separados de Gata, y recorrió con su lengua la pared interna de éstos, aproximándose a su gruta, mientras Gata aferraba su polla con una mano, aproximándola hacia sus labios expectantes, tras los cuales se agazapaba su lengua triangular, presta a lanzarse contra aquel duro mástil.

 

  La cama dejó de chirriar, y pronto la habitación volvió a sumirse en un cómplice silencio, tras el cual ambos se dispusieron a explorar y tantear el sexo del otro. Un sonoro chupetón resonó en la habitación, como señal de que la boca de Gata había engullido la polla de Gigante. Sus labios acariciaron la piel tensa y húmeda del tronco de aquel mástil, delicadamente, apenas rozando aquella suave piel. Los exploradores dedos de Gata descendieron desde las nalgas flácidas de Gigante hasta reposar en sus testículos endurecidos y enrojecidos, que golpeaban con suavidad el mentón afilado de Gata.

 

  Gata soltó un quedo gemido al notar la lengua de Gigante recorriendo la húmeda fosa palpitante entre sus labios vaginales. Aquel nervioso intruso, envalentonado y audaz, se arrojaba con un súbito valor hacia sus placenteras profundidades. Gata recorrió con la punta de su lengua la superficie del tronco de la polla, dejando tras de sí un reguero de saliva y apreciando en su boca el regusto de su propio sexo fundido con el de Gigante. Mientras, las yemas de sus dedos revoloteaban sobre los testículos de Gigante, provocando que su robusto cuerpo se estremeciera desde los pies hasta la cabeza.

 

  Los labios de Gata se abrieron para engullir el hinchado glande, y lo tomó como prisionero dentro de su boca, dejándolo a merced de su bulliciosa lengua, enroscándose en torno a ella. Sin embargo, Gata no podía ser indiferente al inclemente asalto al que Gigante sometía a su agradecido coño, y pronto su cintura empezó a agitarse al ritmo del placer que despertaba y se extendía desde su sexo hasta el resto del cuerpo.

-Mmmm, ¡sssíííí!-gruñó Gata, liberando la polla de Gigante por un instante, siendo presa de un estremecedor escalofrío. La lengua de Gigante se paseaba victoriosa por su vagina, hasta detenerse sobre el botón erguido y desafiante situado en su punto superior, su clítoris, dispuesto a presentar una feroz resistencia a aquel arrogante asaltante.

 

  Gata volvió a engullir el glande de Gigante, mientras su mano se aferraba al tronco y empezaba a sacudirlo. El estertor de los gemidos de Gata enterrados en su boca se extendían por la habitación, llegando a los oídos de Gigante y excitándole más. Gigante empezó a introducir un dedo en el coño de Gata, que fue absorbido con una pasmosa facilidad, mientras su lengua se recortaba amenazante sobre aquella rendida hendidura, rodeando el clítoris de Gata.

 

  Los gemidos de Gata aumentaron y llevaba por la pasión salvaje, estampó una sonora palmada en sus nalgas, pero Gigante no se rindió, y siguió insistiendo en la toma de aquel placentero castillo. Se sentía embriagado por la victoria, el fin se aproximaba y Gata volvería a correrse, sin embargo, la chica jugó su última baza, a la desesperada.

 

  Haciendo gala de una insospechada calma, los dientes de Gata rozaron con mucha precaución y delicadeza el frenillo de la polla de Gigante, mientras sus dedos tanteaban sus testículos. Su polla se vió sometida a unas furiosas sacudidas y Gigante notó como un alarmante calor ascendía desde su vientre. Alarmado, fue consciente de que el rival moribundo que creía ya derrotado era capaz de infligirle una mortal herida y ganar el combate.

-¡Para, para!-graznó él con una voz áspera. Se incorporó, y giró su cuerpo, observando el rostro agitado de Gata. Los ojos de ambos lanzaban chispas de pasión y refulgían con un ardor sofocante, las bocas de ambos se hallaban contraídas en una mueca de deseo, intercambiándose un silencioso mensaje.Gata sonrió ampliamente, y se colocó a cuatro patas sobre la cama, apoyadas las manos en la almohada, ofreciendo su sexo a Gigante sin ningún tipo de pudor.

 

  Gigante soltó un gruñido gutural, y se situó detrás de Gata, aferrando sus caderas y aproximándola hacia su brava polla. Ésta volvió a ser bienvenida dentro del coño de Tamara, y se lanzó a penetrar a aquella joven, dispuesto a estallar dentro de ella. Gata debía de estar aguardando impaciente a aquel fiero huésped, ya que en el momento en que entró, liberó de nuevo una serie atropellada de gemidos.

-¡Aaaaah, aaaah, síiii, síííí, máááás, máááás!-le rogaba ella, sintiendo como la polla de Gigante era engullida por su húmedo coño. Su cuerpo se veía empujado por el avance de Antonio, la mano derecha de éste azotaba su culo sin piedad, fundiéndose aquellos estallidos de dolor con las oleadas de placer que inundaban su cuerpo desde su coño. Gigante había deseado acabar en su interior, y no en su boca, y ella le había concedido el capricho.

 

  Ahora se veía sometida a su ritmo demencial, hasta sus oídos llegaba el seco golpe de las embestidas de Antonio contra sus nalgas. Que se fueran al Infierno los vecinos, ahora solo importaba Antonio, su Gigante...

-¡Aaaah, aaaah, sííí, máááááás!-gemía ella. Sus ojos se vieron inundados de lágrimas, notaba el escozor de su garganta molesta por aquellos gemidos, sus nudillos se volvían blancos de apretar tanto entre los dedos la almohada.

-¡Sííííííí!-gimió al fin, sintiendo como una violenta sacudida arqueaba su espalda, mientras la polla de Gigante se convulsionaba y erupcionaba dentro de ella, lanzando sus poderosos chorros hasta lo más profundo de su ser. Se mantuvieron unidos durante unos segundos, recuperándose del esfuerzo realizado. Una pequeña gota de semen escapó de su coño, y resbaló por la polla de Gigante. Justo en ese momento, el cuerpo de Tamara cayó flácido sobre la cama, rendida por el agotamiento y el placer.

 

  La cama soltó un chirrido de protesta cuando el cuerpo de Gigante se desplomó sobre ella junto al cuerpo de la joven. Ambos permanecieron quietos, bañados en sudor y luchando en busca de un soplo de aire fresco. Los ojos de Tamara brillaron divertidos al encontrarse con los de Gigante y una sonrisa de superioridad cruzó su rostro. Antonio acusó el golpe, y acarició con una mano las redondeadas y blancas nalgas de Tamara, deleitándose con su suavidad.

-Casi...consigo que...te corras antes de...que me follaras-le comentó, colocándose boca arriba. Antonio sonrió, a modo de respuesta, y ladeó su cuerpo, recreando sus ojos con la visión del cuerpo desnudo y tentador de Tamara. Le encantaba sentir la caricia de los rizos de su vello púbico entre sus dedos. Besó sus labios con ternura y deslizó suavemente la punta de sus dedos por su mejilla, hasta detenerse en su afilado mentón.

-Yo también te necesitaba-le reconoció, al final, sin dejar de observar sus ojos negros como las alas de un cuervo. Ella sonrió, y restregó su mejilla contra sus dedos, deleitándose con su caricia.

-¿Mañana vas al estudio de tu amiga, no?-le preguntó Antonio, a lo cual ella asintió, tensándose el arco de sus cejas finas.

-Si quieres, podría...-siguió Antonio, pero ella se adelantó a sus palabras y las selló con un beso en los labios.

-No hace falta, recuerda que mañana tienes que trabajar-le replicó ella, con una sonrisa alegre.

-Ah, sí, es cierto...-rezongó él, desviando sus ojos con una expresión sombría en su rostro. Los agudos ojos de Tamara percibieron como el joven rápidamente volvía a alzar su mirada y sonreía con un aire inocente, como si la respuesta de Tamara no le hubiera molestado lo más mínimo. Aunque, más bien, no parecía que le había molestado sino que...

-Entonces, ¿nos veremos por la noche?-le preguntó él.

-No creo, si la toma y la revelación de fotografías se alarga demasiado...-se excusó ella. Antonio asintió con rapidez, rindiéndose con una inusitada rapidez a las excusas de Tamara. La joven se preguntó si Antonio le ocultaba algo, pero no quería incomodarlo ni someterlo a un molesto interrogatorio.

 

  Al fin y al cabo, ella nunca había permitido que Antonio la acompañase cuando acudía a visitar y colaborar con su amiga Martha en su estudio, y ni siquiera se había quejado cuando había habido noches en las que ella había cancelado alguna cita con él porque el trabajo se había alargado hasta las tantas de la madrugada en casa de Martha.

 

  Pensándolo bien, era preferible que Antonio no supiera nada sobre sus actividades en casa de Martha. Posiblemente, aquel apacible y bonachón chico al que había decidido convertir en su compañero de cama no fuera capaz de entender el concepto de arte y fotografía que Tamara y Martha compartían. Además, Martha le había prometido una impresionante sorpresa, y Tamara aguardaba la visita al estudio de Martha con mucha expectación.

 

Mientras se subía encima del cuerpo de Gigante, apresando su rostro entre sus dos manos y besando sus labios con ternura, su mente bullía, preguntándose con qué la sorprendería su misteriosa y arrolladora amiga.

-Vaya, parece que aún no has agotado todas tus energías-murmuró en el oído de Gigante, notando entre sus nalgas el roce de su miembro, que pugnaba por erguirse de nuevo.

-Y, ¿sabes qué? Mi sed tampoco se ha saciado-susurró ella, reptando por el cuerpo de Gigante, deslizando sus labios húmedos por su torso ardiente. Arañó suavemente sus pectorales y su vientre contraído, permitiendo que su cabello negro y rojizo serpentease por su cuerpo.

-Mmm-gimió Gigante, al sentir como los labios de Tamara se encontraban con su miembro casi erecto. Ella le observó con una chispa divertida en sus ojos negros, aceptando el reto que sus ojos le lanzaban. Dispuesta a realizarlo, empezó a frotar y manosear su polla con sus dedos, revoloteando sus dedos en torno a su tronco en una seductora danza, mientras sus labios besaban su glande.

 

  Sin embargo, la mente de Tamara se alejaba de aquel reducido cuarto, escapando a través de la ventana, ascendiendo hacia la clara y acogedora noche estrellada, atravesando la noche cómplice hasta aterrizar en una amplia buhardilla, con los ventanales iluminados, preguntándose qué misterios albergaría en su interior...