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Atrapado

en Grandes Series

Los últimos rayos de Sol se colaban en el sótano, a través de la suciedad de los cristales de las ventanas, los cuales tenían pequeñas grietas. Hawkins echó una ojeada a sus alrededores. Había algo de polvo en el suelo. Arrugó el entrecejo y sonrió con el suave gemido de miedo que escuchó en el fondo del sótano.

-Ya estás despierta?-preguntó con un tono suave. No se produjo respuesta pero la mente de la joven ardía de miedo. La consciencia de Hawkins controlaba la mente de la joven pero aún dejaba algo de autonomía a la joven.

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-Esto no suelo hacerlo yo pero Barti está muy cansado, hoy ha habido ciertos problemas, ¿sabes?-Hawkins accionó el interruptor y se encendió la luz en el sótano. La muchacha estaba sentada en el suelo, abrazándose las rodillas y gimió otra vez tapándose los ojos con los dedos cuando observó a Hawkins.

-¿Tan fea es mi máscara?-le preguntó él. Anduvo hacia ella, apoyándose en un bastón y cojeando ligeramente. En la chaqueta, Hawkins se había colocado una cámara para grabar aquello.

-Por...favor-gimió la chica.

-Eso les gusta, ¿sabes? Que gimas, que supliques, que te niegues...pero todas sucumben-dijo tranquilamente Hawkins, tras su máscara. Su voz tenía un tinte tenebroso que inquietaba a la joven.

-¿To...das?-repitió la joven, abriendo mucho los ojos y ligeramente la boca. Su rostro demostraba un pánico increíble.

-To...das-musitó Hawkins, alzando su mano derecha. La joven respondió automáticamente al deseo que Hawkins proyectó en su mente y se levantó. Tenía una postura rígida pero eso no importaba.

-¿Cómo te llamas?

-Nubia.

-¿Años?

-16 años.

-¿Procedencia?

-Marruecos.

-Muéstranos tu cuerpo, Nubia. Sensualmente.

Nubia sonrió, se separó de la pared cruzando sus piernas al acercarse a Hawkins. Llevó sus manos a la cintura e inclinó la espalda, guiñando a la cámara y permitiendo ver el canalillo de sus senos. Su camiseta amarilla y que dejaba al aire un hombro revelaba un sujetador blanco con dibujos de margaritas amarillas. Nubia se dio la vuelta y volvió a inclinar la espalda, resaltando unas nalgas carnosas. Tenía el pelo rizado, a lo afro, llegando el pelo a los hombros. Los labios, un poco gruesos, la nariz fina y unos grandes ojos oscuros. No era muy alta y era delgada. La chica se deshizo de su camiseta y se tocó disimuladamente la copa del sujetador. Su piel, morena pero sin llegar a ser oscura, hacía que resaltara el sujetador. La joven contoneaba sus caderas mientras se chupaba un dedo, mostrando a la cámara su lengua, roja y palpitante, deslizándose por aquel dedo como si fuera una polla. Bajó aquella mano lentamente y la llevó hasta el broche de su sujetador, que lo tenía en la parte delantera, se giró suavemente y de repente, se cayeron sus mini pantalones vaqueros, revelando un tanga negro con círculos rosados y los bordes en forma de triángulitos rosados.Aquel tanga permitía ver la forma de sus nalgas. La chica se quitó el sujetador y se dio la vuelta, tapándose los pechos y sonriendo pícaramente. Hawkins no se había equivocado con la chica.

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La había visto paseando por la calle. Se la había cruzado de frente. Ella caminaba disimuladamente, escuchando música con sus auriculares. Él, venía de la comisaría donde había prestado declaración por los daños en la librería y andaba con la ayuda de su bastón. Sus miradas se cruzaron por una milésima. Sus ojos oscuros se sumergieron en la profundidad de los ojos grises de Hawkins. El cuerpo de la joven se agitó levemente pero siguió andando. Hawkins sonrió ante lo que había descubierto en los pensamientos de la joven. Por un instante, se había sentido Hawkins en la piel de la joven. Había visto algo reciente. Sus piernas morenas abiertas. Un hombre entre ellas, chupando y lamiendo su joven coño. Ella había tenido que morderse la mano para contener sus gemidos. Con la otra mano, se aferraba al escaso pelo del hombre, de piel oscura. La puerta de la habitación estaba abierta. El hombre localizó su clítoris y parecía que lo quería devorar con su lengua mientras con dos dedos trazaba pequeños círculos en el interior de su coño. Ella sentía un inmenso calor, una gran excitación, su clítoris palpitaba, su vagina húmeda ansiaba que una polla la penetrara, ya habían empezado las contracciones de su vagina con la llegada del tremendo orgasmo que aquel hombre le estaba provocando. Había llegado. No podía aguantar los gemidos. Cogió la almohada de su cama y gimió. Tenía la esperanza de que aquello los tapara. No podría soportar la vergüenza si... Su vagina se contraía, expulsando unos jugos que el hombre se disponía a lamer con tantas ganas como si hubiera estado sediento durante cuatro días. La lengua del hombre recorría toda su intimidad. Su clítoris, sus labios vaginales, se introducía en su interior y se movía...La chica sentía un gran calor en su cuerpo y deseaba más. Mucho más. Quería gemir con todas sus fuerzas. Su mirada ardiente se encontró con la del hombre. Éste sonrió, mostrando sus dientes blancos. Ella se tumbó sin dejar de mirarlo, abrió las piernas, le hizo señales con la mano. Él se bajó los pantalones y la cubrió. Su polla, erecta, buscaba aquella entrada tan húmeda. Ella le agarró la cabeza con las manos y abrió sus labios, dispuesta a devorar aquella lengua que le había proporcionado tanto placer. La polla entró y empezó un frenético mete-saca. Era algo grande pero no se quejó. No le dolía o si lo hacía, no le importaba. Solo quería devorar a besos a aquel hombre, sentir un gran placer con él, que el tiempo fuera eterno y se quedara congelado en aquel momento. Apenas podía aguantar los gemidos. Mordió el cuello del hombro. Apretó sus hombros. Sus piernas abrazaron el culo del hombre.

-Más, más...por favor, papá, más-susurraba ella en su oído. Una voz se escuchó desde las escaleras.

-¡La comida está lista! ¡Nubia, a comer!

-¡A...hora voy!-exclamó ella como pudo. Le dio una cachetada en el culo a su padre. No podía resistirse a aquello. Deseaba que aquel momento no terminara, que él siguiera penetrándola, que moviera su polla en círculos dentro suya como tanto le gustaba a ella...

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Fue fácil dejar una semilla oculta en la mente de la joven con la imperiosa orden de ir a la librería. Hawkins controlaba momentáneamente la mente de la joven para descubrir el mejor momento de que la chica fuera su librería...

-Bonitos pechos, Nubia-comentó Hawkins. La chica estaba bajándose el tanga en aquel momento. Se lo deslizó despacio por sus piernas hasta los tobillos. Apretó con sus brazos sus senos, haciéndolos parecer más grandes. Volvió a erguirse y sonrió a cámara, apoyando un dedo en su boca. Sus senos eran grandes, voluptuosos con unas grandes aureolas oscuras y un pezón erguido, posiblemente del frío. Poseía vello púbico, negro y encrespado, pero no era abundante.

-Nubia, vístete con aquella bata blanca-la chica movió su cabeza y se aproximó a ella, vistiéndose y cerrando el cinturón con un doble nudo. Le llegaba por los muslos y cuando movía las piernas, la bata se abría dejando adivinar el resto de sus muslos y el principio de su vagina.

-Vas a ganar dinero-comentó Hawkins. Tras ello, apagó la cámara y se aproximó hacia la chica. Nubia lo miraba con unos ojos distraídos y abiertos. Él acarició su mejilla y aspiró el aroma que procedía de su pelo. Ella cerró los ojos ante su caricia. Hawkins alzó delicadamente el mentón de la chica y la besó, apenas un roce. Su mano se coló por la bata y se posó sobre un seno. Apretó sus dedos y disfrutó con la textura de su piel.

-Divina juventud-murmuró él, retrocediendo un poco y controlando sus emociones. El control sobre la mente de la joven era más difícil cuando su mente se regía por sus instintos animales. Agarró fuertemente la mano derecha de la joven y cerró los ojos, concentrándose en la visión de una mansión blanca, de dos pisos, con un jardín bonito y amplio que se extendía ante la fachada. Notó un vacío debajo de sus pies y la sensación de que caía a la oscuridad...

 

 

-Señor, ha llegado una visita-indicó Silvia desde el pasillo. El hombre gruñó y apareció su gran nariz venosa y un ojillo azulado y malévolo por el lateral del gran sillón donde se había sentado, delante de la chimenea.

-Déjale pasar-ordenó y se levantó gruñendo. Se pasó una mano por el escaso pelo que le quedaba en la cabeza, peinándolo hacia atrás e intentando disimular su coronilla y se pasó un pañuelo rojo por la boca. Su papada tembló ligeramente cuando empezó a dar pasitos hacia la entrada de la mansión. Silvia ya había abierto la puerta y los dos visitantes andaban hacia la biblioteca, justo enfrente de la puerta principal. El hombre enmascarado se puso rígido y tenso cuando vio a la sirvienta y soltó una risotada.

-Tranquilo, tiene los labios sellados.

-Me alegra saberlo-le contestó secamente.

El hombre hizo un ademán a los dos visitantes e indicó con un gesto de su cabeza a Silvia que entraran en la biblioteca. Los pies descalzos de la chica morena con el afro apenas sonaban en contraste con los tacones de Silvia. Ésta cerró las dos hojas de la puerta de madera tras ellos y permaneció de pie allí, mirando al frente y con los pies juntos y las manos cruzadas en su falda. El hombre se quitó la máscara y la dejó sobre la mesa mientras el anfitrión miraba y escudriñaba el rostro inexpresivo de la morena.

-Me has traído una puta muñeca, Hawkins, no te pedí esta bazofia-gruñó y clavando una mirada furibunda a Hawkins.

-Tranquilo-le contestó el otro en un tono suave mientras andaba hacia la estantería de libros y miraba los tomos y las portadas-era necesario tenerla en ese estado mientras hacíamos el trayecto. ¿Cuánta expresividad quieres de ella?-preguntó , alzando su mano izquierda enguantada. El hombre clavó su mirada en el rostro de la chica, dispuesto a percibir los cambios. Los párpados de la joven temblaron ligeramente y su mirada pasó de ser acuosa a tener un brillo de preocupación contenido bajo una capa de desconcierto. Su boca se abrió ligeramente, su entrecejo se fruncía levemente, sus dedos empezaron a cerrarse...Casi al instante, la joven percibió la presencia del hombre gordo y sus ojos se abrieron, llenos de terror. Su boca se abrió más y sus manos se apoyaron en la chaqueta del hombre y empezaron a ejercer fuerza. El hombre gordo reía, temblándole la papada.

-¿Más?-preguntó Hawkins.

-¿Es consciente de todo?-inquirió el gordo, mientras tocaba con una gruesa mano el afro de la chica. No perdió detalle de como la chica intentaba alejar su cabeza del contacto de aquellos dedos.

-Sabe que está en un sitio extraño, percibe que algo malo le va a pasar, sentirá todo lo que le hagas, puede mover ligeramente sus músculos pero sin realizar grandes movimientos ni rápidamente.

-Me gusta así, Silvia, prepáralo-ordenó el hombre, mientras cogía las manos de la chica y las apretaba. Silvia se separó de la puerta y caminó hacia la mesa redonda que había en el centro de la biblioteca. Accionó un mecanismo y se descubrió la cara oculta de la mesa, donde aparecían cuatro argollas y diversas cuerdas pegadas a la madera. Hawkins tomó un libro y empezó a pasar páginas, distraídamente. Se escuchó un susurro, el que hace la ropa al caer al suelo, y un ligero silbido.

-Al parecer te gustan las vistas-susurró Hawkins.

-Cuando esté atada, ¿puedes hacer que sea consciente de todo y que no nos reconozca sino que nos vea como una especie de sombras o algo así?-preguntó el hombre. Hawkins sonrió.

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-Por supuesto, ¿qué clase de mago sería si no pudiera hacer algo así?-dijo él, sin darse la vuelta.

-Átala por las manos, Silvia, así-indicó el hombre. Hawkins caminó hacia la parte trasera de la estantería, de tal forma que podía percibir entre el espacio que dejaban dos libros lo que sucedía en la sala. Nubia se encontraba de pie, inclinada su espalda, Silvia tenía entre sus manos un cuenco y movía algo con una cuchara y el hombre ya estaba desnudo. Era cincuentón, de espaldas anchas, con una barriga considerable, pelo canoso en el pecho y en la espalda. Sus manos estaban amasando las nalgas de Nubia y suspiraba ligeramente. Silvia dejó el cuenco en la mesa.

-Prueba su boca-le indicó el hombre. Silvia se aproximó a Nubia y giró su rostro con una mano mientras la otra movía la polla del hombre. La cabeza del hombre tapaba la visión de Hawkins.

-Así, así...mete la lengua, deslízala por sus labios, un beso apasionado,¡maldita sea! Silvia, como si fueras una puta lesbiana, relaja tu expresión facial...así, muy bien, eso es. Basta-Silvia retrocedió y se limpió la boca con una mano, algo asqueada.

-Si te da asco eso, espera a que termine la noche-reía el hombre.

-Sí, amo-respondió servilmente Silvia.

El hombre giró la cabeza de Nubia y la besó.

-No está mal, la inmigrante-comentó él, con un tono burlón. Le pegó una cachetada y le indicó a Silvia que siguiera castigando su culo. Nubia gemía ligeramente y clavaba sus dedos en la madera.

-¿Puedo hacerle preguntas, Hawkins?

-Todas las que desee-contestó él.

-¿Alguna vez has follado, Nubia?

-Sí, con mi padre. Hoy mismo-contestó ella educadamente. El hombre miró a Silvia, cuyo rostro estaba petrificado. Hawkins dejó escapar entre dientes una risilla.

-Y...¿con alguien más?

-Un amigo mío. Le llaman Robert.

-¿Te pone cachonda esta situación?

-No mucho, señor. Estoy muy asustada y me duele el trasero. Quiero irme a casa y follar con mi padre. Él sabe como acariciarme y como besarme y estimular mis puntos erógenos.

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-¿Nos ves, Nubia?

-No, señor. Veo a dos sombras a mi lado que se estremecen. Me dan miedo.

Hawkins soltó una risilla.

-¿Te gustan las mujeres?

-No, señor. Son feas.

El hombre soltó una risita e hizo un gesto con la mano a Silvia. Ésta volvió a besarla.

-¿Te gusta?

-No.

El hombre soltó una carcajada, se aproximó a Silvia y se colocó a sus espaldas. Apoyó su cabeza en el hombro de ella y besó su cuello. Silvia se recogió el pelo en el lado opuesto a donde estaba el hombre. Su cabello rubio, casi platino, resplandecía ligeramente. Tenía el rostro fino y blanquecino. Sus ojos eran verdes. El hombre llevó sus manos a la cintura de ella y ascendió por su cuerpo, deteniéndose en sus pechos. El uniforme de Silvia era corto y ajustado. La falda blanca le llegaba por la mitad de los muslos y el uniforme era azul oscuro, con un amplio escote que dejaba ver sus senos, medianos. Las manos del hombre bajaron la cremallera del uniforme situada en la espalda de la chica y descubrió su cuerpo. Tenía el vientre plano y sus pechos blancos y medianos estaban coronados por pezones rosados y pequeños, con pequeñas aureolas. El hombre subió la falda de la joven, descubriendo que no llevaba ropa interior. Su vagina estaba cubierta por un ligero vello púbico rubio.

-¿Te gusta?-preguntó el hombre a Nubia.

-No-respondió Nubia.

-Haz que bese tus pechos, Silvia-indicó el hombre a la sirvienta. Ésta se aproximó a la morena, recogió su rostro con sus manos y lo bajó hacia sus pechos. El hombre, mientras tanto, disfrutaba de la escena y se masturbaba lentamente.

-Apriétale el rostro cuando no te bese los pechos, eso es, lleva su boca a los pezones, así, que los lama, quiero ver su lengua moviéndose por tu pezón. Perfecto. ¿Te ha mordido? Es una rebelde, me gusta, si le vuelves a morder, te violaré el culo. Seguro que tu papi no te ha follado por ahí.

Hawkins se aburría. Pero era necesario esperar allí. No le quedaba otra. En la tranquilidad de su mente, algo se agitó y concentró su atención allí.

-Eso es, muy bien, Nubia, pasa tu lengua por su raja, ¿ves? No es tan malo, ¿sabe bien? No, ¿verdad? Te fastidias. Ahí, concentra tu lengua en ese punto. Muy bien. Obedece o publicaré esto en Internet. Le diré a tu madre que te acuestas con tu papi. Buena chica. Lame, sigue lamiendo. Silvia, orina. Sujétale la cabeza, por el pelo, mujer. Aprieta su cabeza contra tu coño. Si muerdes o haces alguna tontería, sufrirás, zorrita.

<<¿Sucede algo?-preguntó Hawkins a la presencia que se había colado en su mente.

-Barti y yo hemos notado una presencia enorme, cerca de la librería.

-¿Y qué tiene eso de raro? Hay más magos...

-Nos ha dejado un mensaje.

-¿Qué clase de mensaje?

-El mensaje decía: Espero que lo veas, señor H. Era una presencia brutal.

-¿Os ha hecho algo?

-No, solo ha presionado ligeramente nuestras consciencias. Era un genio del nivel 1. Durante una milésima de segundo. Luego, se desvaneció.

-Entiendo, vigilad la librería. No hagáis tonterías>>

Hawkins envió fuera de su mente y sin mostrar sutilezas a la presencia con la que había hablado, siendo otra vez consciente de la situación.

Silvia estaba estimulando el clítoris de Nubia mientras la besaba. La morena gemía ligeramente pero estaba llorando, según dijo el viejo. Al parecer, no soportaba aquello.

-No se humedece-indicó Silvia al viejo. Éste, se enfurruñó, y cogió el cuenco y se lo entregó a la sirvienta.

-Que se trague este afrodisíaco.

Hawkins carraspeó ligeramente y volvió a sumir a Nubia en un profundo estupor para que no percibiera su presencia.

-Me temo que tenemos que irnos, ella y yo-dijo en un tono suave al viejo. El rostro del hombre se enrojeció, empezó a respirar ruidosamente. Parecía que sus ojos lanzaban chispas de furia.

-Esto no es lo acordado-le reprochó, señalándolo con un dedo.

-Lo sé, pero han surgido...unos asuntos que requieren mi inmediata atención. Vamos, comisario, no os pongáis así, ella volverá a vuestros brazos cuando solicitéis su presencia. Os lo prometo-decía Hawkins, colocándose de nuevo la máscara y disimulando una sonrisa tras ésta.

-¿La traerás...aquí?-preguntó el comisario.

-Por supuesto, tan dócil, guapa y dispuesta como hoy-ironizó Hawkins.

-Está bien, Hawkins. Seguiré cumpliendo con mi parte.

-Nada en los periódicos, proporcionarme toda la información del caso, introducir cuantas pistas falsas sea posible, no indagar en las víctimas-decía Hawkins.

-Sí, eso es lo que yo debo hacer-respondió el comisario- y tú debes de pasarme los vídeos gratuitamente, pagar mi silencio y mi inactividad y traerme más "regalos" como éste-añadió, señalando a Nubia.

-Eso ha sido un regalo simplemente, no una condición del trato-matizó Hawkins, aproximándose a Nubia y cogiéndola de la mano. Silvia recogió la bata y se la colocó sobre los hombros.

-Está bien, Hawkins, pero no me negarás el hecho de que con regalos así, da gusto trabajar-bromeó el comisario.

-Tú, Silvia, sobre la mesa, terminarás el trabajo que no ha hecho esta africana-espetó el comisario.

-A sus órdenes, amo-dijo dócilmente Silvia, sentándose en la mesa y abriendo sus piernas. El hombre bajó su cabeza y aspiró el aroma de su coño.

-Me encanta el olor a hembra-comentó y empezó a lamer su vagina. Los ojos de Silvia y los de Hawkins se cruzaron un instante.

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Hawkins salió de la biblioteca, escuchando los suaves gemidos, seguramente fingidos, de Silvia y metió un fajo de filletes en la bata de Nubia.

-Lo prometido es deuda-le dijo al oído pese a que ella no podía escucharle. Hawkins observó una fotografía en la pared, donde aparecía el comisario con unos cuantos años menos y una chica a su lado. Ambos, vestidos de policía. Ella sonreía ampliamente y su pelo de color paja parecía resplandecer con la luz de la lámpara.

-Sofía-murmuró Hawkins, saliendo de la mansión y desvaneciéndose, teletrasportándose hacia la librería. Si un genio de nivel 1 rondaba por allí, sería necesaria su presencia. Y aquel mensaje,..."señor H"...Era la inicial de su nombre, ¿y si alguien había descubierto su identidad?

 

 

-Estaba todo delicioso-comentó Sofía, limpiándose los labios con la servilleta.

-Mi mujer es una cocinera experta-comentó Murillo.

-No digas cosas así, me vas a sonrojar-dijo la mujer de Murillo, tapándose disimuladamente la boca y sonrojándose.

-Sofía, Sofia, ¿te vas a quedar?-preguntó Dalia, mirándola con una sonrisa.

-Mi hija estaba muy ilusionada con tu visita, Sofía-indicó Murillo.

-¡Eso es mentira!-exclamó Dalia, fingiendo un repentino enfado.

-Gracias, de verdad, pero creo que...

-Vamos, Sofía, quédate, por fis-le pidió Dalia.

-Está bien, Dalia, me quedaré.

Entre todos, quitaron la mesa en pocos minutos. A Sofía no se le escapó el detalle de que la mano de Murillo rozaba su trasero disimulamente cuando podía. Ella le correspondía con miradas cómplices. En una ocasión, aprovechando que llevaba un vestido de color rojor, se lo subió, mostrando un muslo. El hombre había suspirado con aquella visión.

-¿Estás mejor ya, Sofía?-preguntó Samanta cuando se sentaron en los sofáres.

-Sí, bueno, tengo lagunas mentales pero puedo llevar una vida normal. El médico n...me ha dicho que esos recuerdos pueden volver en cualquier momento-matizó Sofía, bebiendo de su copa.

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Había sido desconcertante para ambos despertar en el coche policial. Estaban desorientados y confusos. Ninguno de los dos podía indicar al otro el motivo por el cual estaban allí. Casi al instante, recordaron que debían hacer. Sofía cenaría con Murillo y lo distraería mientras Nick se colaría en la comisaría para extraer la información del caso. Barti había hecho un gran trabajo. No sólo había borrado la memoria de ambos sino que además les había retocado sus recuerdos. Esta vez, Sofía no se encontraría con Murillo en un hotel sino que fue a su casa para cenar. Además, Barti se había asegurado de que ambos creyeran que estaban en aquel día. Barti había ido a la casa de Sofía y destruido todo el material del caso

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Sofía rellenó otra copa al teniente y disimuladamente echó un somnífero. Se la tendió con una sonrisa y sus dedos se tocaron por un instante.

Samanta disimuló un bostezo y se disculpó.

-Voy a dormir.

-Y yo también-añadió Murillo, dejando la copa en la mesa.

-Por favor, teniente, bebásela, no desperdicie algo así-dijo Sofía.

-Está bien, a tu salud, a la salud de la hija del comisario-se bebió el vaso de un trago y lo puso sobre la mesa-buenas noches, Dalia.

-Buenas noches, mamá. Buenas noches, papá.

Los esposos subieron por la escalera y cerraron la puerta. Dalia y Sofía vieron un rato la televisión, charlando de cosas triviales y finalmente se marcharon a domir. Dalia parecía algo impaciente por aquello y se llevó el bolso de Sofía. Ésta, arrugó el entrecejo, desconcertada pero Dalia le dijo que se lo había prometido. Sofía se encogió de hombros y fue a la habitación de Dalia.

-Es una habitación bonita-dijo Sofía, en un intento de ser cortés. La habitación era espaciosa, tenía las ventanas abiertas por donde se colaba una brisa agradable que mecía las cortinas blancas. La cama era enorme, de matrimonio y con una colcha verde. El escritorio estaba lleno de peluches y de libros del colegio. Dalia se sentó en la cama, mirando a Sofía con expectación.

-Enséñamelo-le pidió.

-¿El qué?-preguntó desconcertada Sofía. Dali se sonrojó y desvió la mirada. Su cara era pecosa, sus ojos eran oscuros y el flequillo le llegaba hasta la mitad de la frente.

-El...consolador...ya sabes-indicó ella, tocándose las manos nerviosamente-me prometiste que me lo enseñarías cuando vinieras a casa...-la voz de la joven se quebró y la habitación se sumió en un silencio incómodo.

-Está bien Dalia-dijo Sofía, caminando hacia el bolso. No recordaba si le había prometido tal cosa a la joven, temía que las lagunas mentales fueran más grandes de lo que creía pero una idea le cruzó la mente.

-¿Preparada?-sonrió Sofía, con la mano metida en el bolso-1,2 y...3,¡tachán!

-¿No es pequeño?-preguntó Dalia, un poco decepcionada. Sofía se acercó a la cama de la joven y se sentó junto a ella, le cogió la mano y le puso el juguete en su palma.

-Nosotras necesitamos desde tres a cinco centímetros para complacernos con una polla, por lo cual, el resto sobra-le explicaba a Dalia mientras acariciaba su mano-pero una polla grande o enorme nos atrae más, es como una gran piruleta para un niño pequeño. Confundimos tamaño con placer. Este consolador-lo cogió entre sus dedos y lo examinó con atención-es perfecto para tu edad, lo acoplas a tu dedo, ¿ves?, te permite seguir moviendo el dedo porque se encaja hasta el segundo metacarpiano, es más manejable y fácil de ocultar.

-Es extraño-comentó Dalia, sin dejar de mirarlo.

-Te lo regalo-le dijo Sofía-ese lo usaba cuando tenía tu edad pero ahora me gustan otros-añadió, con una sonrisa.

La cara de Dalia se iluminó con una sonrisa y le agradeció aquel gesto.

-Sofía...¿me enseñas a usarlo?-susurró Dalia, desviando la mirada y sonrojada.

-¿No sabes masturbarte, Dalia?-le preguntó Sofía.

-Bueno...sí...y no. No lo sé. Tengo dudas...-le respondió Dalia, roja de vergüenza.

-El primer paso es no tener vergüenza, eso es una estupidez-la regañó Sofía-venga, quítate la ropa.

Dalia se sorprendió mucho y alzó su mirada. Cuando descubrió que Sofía no estaba bromeando y que su gesto de seriedad no desaparecía de su rostro, agachó de nuevo la mirada y se puso en pie.

-Mirame a los ojos, Dalia-le recomendó Sofía-yo te imitaré, así las dos estaremos igualadas, ¿ no has visto a ninguna compañera de tu edad desnuda?

Dalia negó con la cabeza y cerró las manos en torno a los tirantes de su vestido. Sofía, en cambio, los bajó y se deslizó el vestido hasta la cintura.

-Imítame, Dalia-la jovencita, finalmente, obedeció a Sofía, desviando su mirada hacia el suelo-eso es, Dalia, ahora quítate el vestido, ¿ves? No es tan difícil, tiene un color muy bonito-dijo Sofía, provocando una sonrisa orgullosa en el rostro de Dalia. La jovencita estaba muy nerviosa y rápidamente se metió dentro de la cama, tapándose el cuerpo.

-Me da...vergüenza, Sofía-tartamudeó Dalia.

-Tú y yo tenemos las mismas cosas, esto-dijo Sofía, agarrando su sujetador- y esto-posando una mano en su entrepierna-no tienes motivos para sentir vergüenza.

-Tus pechos...son más grandes, los míos en comparación...

-Dalia, soy mayor que tú, mi cuerpo de mujer está más desarrollado, ¿quieres verlo? Si me quito toda la ropa, tienes que hacer lo mismo, así estaremos en igualdad-indicó Sofía.

La jovencita tardó unos instantes pero aceptó. Sofía se desnudó y cruzó sus brazos bajo el pecho.

-¿Y bien? Ahora tú-las palabras de Sofía resonaron en la habitación y cayeron sobre Dalia como una pesada losa. La muchacha, vacilante, se quitó el sujetador blanco que llevaba y arrojó junto con él unas braguitas infantiles también blancas con un dibujo de un oso, posiblemente, de alguna serie de dibujos animados. Sofía se aproximó a la cama advirtiendo que los ojos de Dalia no se separaban de la visión de sus pechos que se movían al andar.

Sofía se sentó en el borde de la cama y Dalia se retiró a regañadientes, permitiendo que Sofía se introdujera en la cama.

-No quites la sábana, por favor-pidió Dalia.

-Está bien, Dalia, pero no tienes qué tener vergüenza-volvió a repetir Sofía. Pese a eso, pudo observar durante unas milésimas de segundo el cuerpo de Dalia. Unos senos muy pequeños, casi despuntando con los pezones erectos y un escaso vello púbico negro en su entrepierna.

Ambas permanecieron durante un minuto tumbadas, observándose. Sofía se percató de sus pecas, de su nariz, de un brillo extraño en sus grandes ojos, como si alimentase un fuego interno...

-Enséñame-dijo Dalia.

-Pierde tu vergüenza a mostrarme tu cuerpo.

La muchacha, decidida en su deseo, se desprendió de la protección de las sábanas y permaneció quieta, con los ojos cerrados y el entrecejo fruncido. Sofía se irguió sobre un hombro y observó su cuerpo desnudo con más atención.

-Eres guapa, Dalia, los chicos se morirán por ti-le susurró Sofía. La muchacha abrió los ojos y los desvió, incómoda.

-¿No te gustan los...?-preguntó Sofía, percatándose de algo que había pasado inadvertido hasta el momento, aquellos pezones de la joven estaban erectos, síntoma o bien de que estaba cachonda o bien de que poseía el frío y estaban en verano...

-Soy lesbiana-susurró Dalia-o no sé que soy pero los chicos no me atraen tanto...en cambio...

-Te entiendo, Dalia-la apoyó Sofía, acariciando su pelo-a tu edad, es normal que estés confusa, las hormonas están batallando en tu cuerpo, tu cuerpo está floreciendo y madurando, tu sexo se está despertando...

-Me mojo cuando...cuando recuerdo a una amiga haciendo top-less en su piscina. No puedo olvidar aquellos senos blancos, carnosos, medianos, con aquel pezón tan rosado...me recordó a una fresa montada sobre una montaña de nata-confesó la joven, atreviéndose a mirar a los ojos de Sofía.

-Y ahora, estás disfrutando con la visión de mi cuerpo, ¿verdad?-preguntó Sofía, provocando que Dalia volviera a desviar la mirada.

-Haremos un trato, Dalia, podrás contemplar mi cuerpo en las posturas que desees, siempre y cuando respondas a mis preguntas-ofreció Sofía, tendiendo la mano a Dalia. La joven se la estrechó y Sofía se puso en pie.

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-¿Qué hago?-preguntó Sofia.

-¿Me enseñarás a...masturbarme?-inquirió saber Dalia.

-Cuando estés más cachonda.

-Está bien, ¿puedes ponerte a cuatro patas?-musitó Dalia. Sofía, sonriendo, obedeció, mostrando a Dalia su culo y la entrada de su coño. La joven suspiró.

-¿Cena tu padre con algún agente, aparte de conmigo?-preguntó Sofía, moviendo sensualmente sus caderas.

-No, nunca, de vez en cuando recibe la visita de algún agente. ¿Podrías ponerte sentada en la silla? Con las piernas abiertas, así...-Dalia se mordió el labio inferior mientras una de sus manos bajaba hacia su entrepierna.

-No, no, Dalia...Eso luego, ¿quién lo visita?

-Un hombre...se llama Rafa...no me acuerdo del apellido. A veces viene, y cuando lo hace, hablan en mi cuarto. Me encantan tus pechos, Sofía. Apriétalos. Siento un gran calor interno...Besa este osito de peluche, por fa.

-¿Alguna vez espiaste sus conversaciones?-preguntó Sofía, mientras besaba a aquel viejo osito. Al parecer, Dalia también poseía un toque fetichista...Sofía se preguntaba como era posible que alguien como Murillo, que odiaba a los homosexuales, mentalidad cerrada e intransigente pudiera tener como hija a Dalia. Quizás por ello la joven poseía tanta vergüenza...

-Una vez, hace dos días, dijeron algo de un vídeo y de un pago...No me acuerdo bien. Sofía, ¿podrías darle de mamar?

<<¿Estarían Murillo y Rafa implicados en el caso? Creía que Murillo pasaba información a alguien y, además, quiero saber más sobre el caso, por eso he enviado a Nick, pero...¿Rafa también?>>.

-Sofía, eres muy guapa, ojalá en el futuro posea tu cuerpo...

-¿Quieres descubrir algo? Siente-ofreció Sofía, acercándose a la cama y posando su vagina sobre el muslo de la joven, sus manos se apoyaron en sus hombros y sus miradas se cruzaron. Los ojos de Dalia bajaron para observar ante sí, cerca de su rostro, aquellos pechos, los pechos de Sofía, tan deseados, tan hermosos. Sofía reflegó su vagina por el muslo de la joven, dejando en ella una huella de humedad. La joven se tocó el muslo, intrigada, y Sofía cogió su rostro entre sus manos y bajó su cara, acercando sus bocas. Cuando sintió el aliento de la joven en su rostro, Sofía susurró:

-Estoy cachonda por ti, Dalia-los labios de Sofía depositaron un tierno beso en la frente de la joven.

-¿Eres...lesbiana?-preguntó ilusionada Dalia.

-No, cariño, pero tú eres especial-susurró Sofía en el oído de la joven. Ésta se estremeció ligeramente.

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-Túmbate, Dalia-ordenó Sofía-dame la mano con el consolador, eso es, abre las piernas, apóyalas en mis hombros, muy bien, buena chica, eres un bombón.

-No me puedo creer esto, Sofía-confesó Dalia-ni en mis mejores fantasías imaginaba esto...Una vez tuve un sueño en el cual estabas amordazada, desnuda, con el vientre, el pecho, los hombros, brazos y la cabeza sobre la cama, mirando hacia la dirección opuesta de la puerta; tus piernas un poco abiertas mostrando tu coñito...Gemías, pedías que te follaran. Entonces fui yo, abrí la puerta, estaba desnuda, te localicé y me acerqué, empezé a follarte como lo haría un hombre, pero yo no tenía ninguna polla ni nada...Gemías, suplicabas para que te follara más deprisa...Esa noche desperté empapada y me consolé con el osito, ese que has besado, me senté sobre él y lo cabalgué. Me gusta decir que lo violéeee...aahhh-el cuerpo de la joven se arqueó cuando sintió el dedo de Sofía tocando su clítoris.

-Cuando hagas esto con un dedo o dos, tienes que hacer esto-indicó Sofía, cogiendo la otra mano de Dalia, la que no poseía el consolador y eligiendo un dedo, lo deslizó entre sus labios.

-Me gusta...mmm-gimió Dalia, moviendo su cuerpo ligeramente.

-Y lo alteras con este movimiento-cambió de mano y cogió el dedo del consolador y lo introdujo levemente en su entrada sin dejar de tocar el clítoris.

-Ahhh...Sofía, eres una buena maestra, me encanta...

-Lo introduces un poco más, y esta mano la llevas a tus senos, son puntos erógenos, tienes que estimularlos...

-¿Me pellizco el pezón?-preguntó Dalia.

-Puedes acariciarlo, tocarlo, lo aprietas, amasa tu pecho, bien...buen ritmo con el consolador, ¿te gusta?

-Me vuelve loca, Sofía, creo que...me voy a correr. Estoy sintiendo algo, como si fuera a hacer pis...

-Tranquila, esto te ayudará-sonrió Sofía, y acarició con la yema del dedo índice el clítoris de Dalia. La joven gimió más y continuó con el mete-saca del consolador, a un ritmo más rápido. Alzó la cintura y se apretó el seno, ahogando un grito de placer, y se derrumbó en la cama. Sus senos subían y bajaban al ritmo de su respiración.

-Me he corrido, gracias, Sofía-la joven estaba algo exhausta y cerró los ojos, fruto del cansancio. Se desprendió del consolador y lo guardó en un cajón de su mesita de dormir. Sofía se acomodó a su lado y se volvieron a tapar con la sábana, que se moldeaba mostrando la figura de sus cuerpos.

-Y la próxima vez, cuando quieras sexo, pídemelo, no hace falta que finjas que no sabes masturbarte-sonrió Sofía. Dalia se quedó sorprendida y finalmente asintió con la cabeza.

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