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Un novato en la sala de boxeo

en No Consentido

El recién llegado era el típico friki que uno podría encontrarse en tiendas de cómics cambiando cartas Magic. De piel muy pálida, sus ojos achinados, parapetados tras unas gafas de pasta, miraban todo el rato hacia el suelo, y era estirado, estrecho de hombros y delgaducho. Por supuesto, vestía como lo que he dicho que era, un friki.

Era nuevo en la sala de boxeo, su primer día. Me dijeron que tenía dieciocho años y que le tratara con cuidado en el primer combate que iba a tener como prueba.

No podía darme ningún problema. Llevaba un tiempo boxeando y, a mis veinticuatro años, considerada imposible perder contra un mequetrefe como el nuevo, que se llamaba Javier. Le vi como la víctima ideal. Parecía débil y patoso.

En principio, era un combate de sparring. Íbamos a luchar con protección en la cabeza y sin quitarnos la camiseta.

Tras saludarnos (él balbuceó algo incomprensible), dio comienzo el combate. Empecé despacio para que no asustara, fallando algún golpe y dejando que se moviera. No hice mucho por defenderme y permití que me lanzara puñetazos. Las primeras veces me daba flojo, con timidez incluso, pero pronto empezó a animarse.

A pesar de estar delgado debía de tener fuerza en los brazos, porque encajé unos buenos reveses que me propinaba con determinación y mucha rapidez.

Cuando quise reaccionar, ya era tarde. Javier se había crecido. Mis golpes, por culpa de sus excelentes reflejos y ágiles movimientos, no le alcanzaban. A cada error mío le seguían dos golpes suyos. Luego fueron tres, cuatro… y así hasta que sólo golpeó él, acorralándome varias veces. Y consiguió tumbarme.

La primera vez me levanté rápido. Sólo cuando besé la lona por tercera vez el entrenador detuvo el combate.

El novato y friki me había ganado de forma aplastante. Y, para empeorarlo, delante de todos mis amigos y rivales, que no sabían si reír y o llorar de vergüenza ajena.

Humillado y hecho polvo, abandoné la sala y volé hacia los vestuarios, deseando huir de allí y dejar atrás cuanto antes aquella nefasta jornada.

Por suerte, no había nadie en los vestuarios y me pude duchar con tranquilidad. A pesar de los efectos relajantes del agua caliente, no conseguía que mi cabeza dejara de reproducir la secuencia de mi pelea contra Javier.

En un instante de furia y hartazgo, descargué mi puño contra las baldosas de la ducha.

--¿Qué pasa? ¿No sabes perder? –dijo una voz.

Me giré, sorprendido.

El que había hablado era Javier. Ya no parecía tan tímido ni tan inseguro. Se había quitado la camiseta, dejando ver un cuerpo delgado, en efecto, pero fibroso, con abdominales y pectorales más marcados que los míos.

--¿Te da envidia? –preguntó, al percatarse de que estaba mirando sus músculos.

--Claro que no –aseguré, pero no pude evitar sonrojarme.

--Pues has perdido contra mí –dijo Javier, risueño y con un punto de pedantería--. Y, por lo que veo, también pierdes en otras cosas…

No me había dado cuenta hasta entonces de que ni siquiera me había tapado mis partes nobles: Javier se estaba refiriendo al tamaño de nuestros penes. Él aún llevaba el pantalón corto de boxear, debajo del cual se intuía un miembro bien grande.  

Sin responder a su provocación, le di la espalda y me dispuse a proseguir con mi ducha.

Se acercó a mí. Fui a decirle que me dejara en paz, pero con la misma agilidad que en el combate me bloqueó con una llave y tapó mi boca con su mano libre.

--Te haré daño si haces fuerza o pides ayuda… Ya sabes que te puedo –me susurró al oído.

La verdad es que sobraba su advertencia, porque estaba totalmente inmovilizado y aunque gritara nadie me oiría. Además, el recuerdo de sus puñetazos, que aún me dolían, bastaba para que no tuviera muchas ganas de enfrentarme a él.

--Ahora vamos a jugar a un juego –continuó Javier, y en ese momento sentí su polla dura rozando mi culo.

No se había bajado todavía los pantalones cortos. En vez de defenderme o hacer algo, le supliqué que no me violara.

Como toda respuesta, recibí un severo tirón de orejas que hizo que se me escaparan las lágrimas.

Javier estaba disfrutando. Restregaba su bulto por mi ano y me daba algún que otro azote.

--¿Quieres que te haga más daño o vas a colaborar?

--Voy…, voy a colaborar –balbuceé.

Me soltó del todo a fin de poder bajarse los pantalones. Luego, empujándome contra la pared de la ducha, hizo que abriera las piernas y pusiera el culo en pompa hacia su rabo.

--Te va a doler, pero no grites –advirtió.

Con las manos apoyadas en la pared de la ducha, me preparé para recibir la embestida y perder definitivamente mi hombría.

Me penetró fuerte y sin descanso. Antes me había metido sus dedos mojados con saliva para lubricarme. Sentí primero dolor e, inmediatamente, un creciente placer, y si al principio me mordía la lengua para no quejarme pronto fue para que Javier no escuchara mis gemidos de gusto.

El que hacía un momento no era para mí más que un friki despreciable ahora me estaba montando. Acompañaba sus perforaciones en mi ano de gruñidos y jadeos lascivos. Yo tenía miedo de que alguien bajara y nos descubriera, aunque Javier, por precaución, había corrido la cortina de la ducha.

Imaginaba que su polla debía de ser muy grande, pues la barra de carne tiesa con la que Javier me estaba empotrando llegaba muy dentro de mí y estaba dilatando mi ano hasta límites que nunca hubiese creído posibles.  

Aumentó el ritmo y ya no pude reprimir por más tiempo los gemidos. Javier me agarró del pelo y tiró de él.

--¿Te gusta o qué?

--Sí… --reconocí.

--¿Mucho? –insistió él.

--Sí…, sí –logré decir entre gemidos.

Javier decidió entonces sacar la polla de mi culo. Me ordenó que me girara y, finalmente, nuestras pollas estuvieron frente a frente. Mi polla, que estaba erecta a más no poder, se quedaba pequeña al lado de la de Javier, sobre todo en anchura. Fue toda una sorpresa descubrir que algo tan ancho, con una punta igualmente gorda, había cabido en mi culo.

Sin duda feliz por su nueva victoria sobre mí, Javier, mientras se masturbaba a toda velocidad, dijo que me arrodillara.

--Trágalo –añadió.

Dicho esto, introdujo toda su polla en mi boca y se corrió. Saboreé su semen y sorbí hasta la última gota.

Después, sin mediar palabra, salimos de la ducha y nos secamos como si no hubiera pasado nada. Él tardó más en vestirse. Aquella tarde me había demostrado quién era claramente superior, y me fijé casi con admiración en su cuerpo bien definido y en sus potentes piernas.

Se hacía tarde, así que cogí mi bolsa y me dirigí hacia la puerta.

--No te vayas aún –dijo Javier.

--¿Qué quieres ahora?

--Ven y ponte de rodillas.

No servía de nada rechistar. Los demás debían de estar a punto de bajar, por lo que prefería no provocar una pelea y que cuando llegaran me encontraran en el suelo víctima de otra paliza del novato.  

Me arrodillé. Javier se levantó, apuntó con su polla a mi cara y empezó a orinar.

--Ésta ducha sí que te va a sentar bien –comentó con malicia.

Me roció con un generoso chorro que empapó mi pelo, mi rostro y parte de mi ropa. Un chorro que se me hizo eterno: a mí sólo me salía tanto cuando llevaba todo el día sin mear.  

Para terminar, se dio unos toques para que cayeran las últimas gotas sobre mí.

--Ni se te ocurra secarte, ¿eh? –dijo--. Vete así.

Apestando a orín, abandoné el vestuario y, cuando me crucé con los otros, me miraron extrañados, pues estaba demasiado mojado. Afortunadamente, no dijeron nada.

Llegué a casa con el culo dolorido, sabor a semen en la boca y aún húmedo de orín.

--Sí que te ha debido de ir mal hoy boxeando, seguro que no has ganado nada –se burló mi hermano pequeño al reparar en mi aspecto desastrado--. ¿Por qué no echamos una pelea?

Salí despavorido, pese a que mi hermano sólo tenía trece años. Lo de Javier me había vuelto prudente. En la playa había podido ver que mi hermano estaba desarrollando sus músculos mucho más rápido que yo y prefería no arriesgarme.

Al día siguiente, decidí que no volvería por la sala. Pero ya no podía escapar. Javier me agregó al Facebook y me mandó un mensaje diciendo que el próximo día llegara antes a boxeo para que me diera lo mío.

Además, con la intención de destruir por completo mi reputación y asegurar su dominio, me forzó a publicar en Facebook el relato de mi derrota frente a él en el combate de sparring con todo lujo de detalles. Incluso colaboró etiquetándome en una foto suya en la que salía presumiendo de tableta, foto que, cómo no, tuve que alabar públicamente.

Pocas veces tuve más comentarios en Facebook.

Fuese porque en el pasado alguien se habría aprovechado de él y ahora veía las tornas cambiadas, o fuese por su carácter sádico y dominante, el caso es que Javier estaba dispuesto a utilizarme y humillarme a voluntad.

Tenía un nuevo amo y, acordándome de su polla remodelando mi ano y mis gemidos de placer, pensé que no estaba tan mal.