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Gut punching con Surmanito14

en Dominación

Había llegado el día del gran duelo. Frente a frente, Surmanito14 y Daniel Albo se examinaban, desafiantes, en medio de un descampado árido y apartado de la civilización. Los dos iban sin camiseta y los dos estaban dispuestos a someter al otro.

Sus características físicas evidenciaban la distinta procedencia social de cada uno. Surmanito14 era el clásico muchacho criado en la calle, la piel tostada y áspera, aros y colgantes dorados, e incluso un tatuaje en un costado, un escorpión. Daniel, en cambio, venía de una familia acomodada y vivía en un barrio elegante: su piel era blanca y delicada, inmaculada, y como único adorno portaba unas pulseras en su muñeca izquierda. Ahora bien, a pesar de sus diferencias, ambos podían presumir de una excelente forma física.

Daniel había contactado con Surmanito14 nada más salir éste del reformatorio. El quinqui, apodado el Repartidor de Leña y Leño, estaba a punto de cumplir quince años, y en su estancia en el reformatorio había ganado más experiencia de combate y más músculos.

Daniel llevaba mucho tiempo esperando ese momento, aunque sus nervios no sólo se debían a la expectación, sino también al miedo. En vivo Surmanito14 era aún más intimidante que en las descripciones periodísticas, y su paso por el reformatorio le había vuelto más feroz aún, qué duda cabía. Tenía ante sí a un verdadero depredador.

Para animarse, se dijo que él no se quedaba corto. Había entrenado mucho y conocía bien a su rival. Se creía preparado para ganarle.

Asombrosamente, Surmanito14 rechazó la lucha libre o la simple pelea callejera. En el reformatorio había probado una nueva clase de combate que le encantaba, el gut punching, es decir, puñetazos en el estómago mutuos hasta que uno no aguantara más. Ahora prefería esa clase de prueba.

Daniel se lo pensó bien. Por un lado, los abdominales de Surmanito14 parecían duros como el acero, pero él también poseía un abdomen esculpido y, sobre todo, sabía cómo pegar puñetazos. Por otro, esa modalidad de combate era aparentemente más segura, ya que, en caso de perder, no recibiría una paliza tan destructiva como la que habían sufrido anteriores adversarios del quinqui.

Por tanto, aceptó. Las reglas eran sencillas. El que tuviera el primer turno daría un puñetazo; el segundo, dos; el tercero, tres, y así sucesivamente.

Surmanito14, confiado y soberbio, había concedido a Daniel el segundo turno, pues ésa era la opción más ventajosa.

--Empieza de una vez –le conminó Daniel, y apretó sus abdominales.

--Tranquilo, chaval –repuso el otro--, que vas a tener todo el tiempo del mundo para llorar.

El quinqui lanzó un puñetazo --casi con desgana-- que no surtió ningún efecto. Los abdominales de Daniel iban a ser un muro difícil de abatir.

Era el turno de Daniel, al que le correspondían dos puñetazos. Se estrellaron en los abdominales de Surmanito14, que bostezó, despectivo.  

--¿Es todo lo que sabes hacer? Eres un flojo, tío –se burló.

Daniel soportó entonces tres puñetazos. Notó algo de incomodidad esta vez, pero su abdomen estaba aguantando relativamente bien.

De nuevo era su turno, le correspondían cuatro puñetazos. Los asestó con rapidez, muy seguidos, tratando de impedir que su rival se recuperase. Y consiguió su propósito, porque el último hizo que el quinqui dejara escapar un leve quejido. Hasta ese momento ninguno de los dos había mostrado dolor, por lo que aquel signo de debilidad era una buena noticia para Daniel, que se preparó, con renovada motivación, para recibir cinco puñetazos.

Los encajó con entereza, si bien tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gemir, y aun así se encogió levemente, revelando dolor.

--¿Te rindes? –preguntó sorpresivamente Surmanito14, el puño todavía cerrado.

--Ni de coña –se apresuró a decir Daniel, estirándose--. Voy a ganarte y esto no ha sido nada.

Su seguridad era comprensible: le tocaba ahora propinar nada menos que seis puñetazos. Era su oportunidad de destruir al quinqui, por lo que se concentró, reuniendo sus mejores fuerzas. Los tres primeros golpes fueron seguidos y secos, iban destinados a romper las defensas de Surmanito14. Los tres siguientes fueron más espaciados y profundos, y en cada ocasión Surmanito14 gruñó, apretó los dientes y jadeó. Sus rodillas flaquearon y estuvo cerca de caer al suelo. Sin embargo, logró reponerse. Le dolía mucho el estómago y sus abdominales, enrojecidos, habían perdido dureza. Sabía que no aguantaría un nuevo asalto, así que debía darlo todo en su turno.

Daniel estaba lógicamente preocupado. Su ataque casi había doblegado al quinqui, y seguramente ya no podría resistir ocho de sus puñetazos, pero antes de eso tenía que soportar siete hallándose debilitado.

--Qué cabrón –musitó, casi sin darse cuenta.

--Ahora viene lo bueno –le aseguró Surmanito14 con la más sádica de sus sonrisas.

Sus dos primeros puñetazos fueron absolutamente devastadores. Había puesto en ellos toda su furia y penetraron hasta el fondo, reventando por completo la barrera abdominal de Daniel, que, inclinado sobre sí mismo, se agarró instintivamente a los brazos de Surmanito14 para no caer de rodillas. Palpó sus poderosos bíceps y tragó saliva, pensando en que aún le quedaban cinco puñetazos por delante.

Siempre sonriente, con esa aura de superioridad viril que suele acompañar a los gamberros de la calle, Surmanito14 dijo:

--Prepárate. 

Pero Daniel ya no podía recuperarse. Al no poder endurecer sus abdominales como antes, los puñetazos fueron minando su resistencia a pasos agigantados. Al cuarto fue al suelo, de rodillas, agarrándose el estómago apaleado. Surmanito14 no tuvo piedad. Le levantó tirándole del pelo y le asestó un último y letal puñetazo. Daniel lanzó un aullido de dolor y cayó nuevamente a los pies del quinqui.

--Eh, marica, que no he terminado –avisó Surmanito14.

Volvió a levantar a Daniel y, sujetando sus hombros con las manos, empezó a propinarle una sucesión de rodillazos en el estómago y en el costado.

--¿No decías que me ibas a ganar? –reía el quinqui, disfrutando con los lamentos de Daniel.

Tras haber pasado un mal momento en el duelo, Surmanito14, de nuevo victorioso, se encontraba pletórico, no dejaba de burlarse y proferir imprecaciones contra Daniel, quien, medio inconsciente, ya casi ni notaba el dolor.

Finalmente, le dejó caer al suelo y se colocó encima de él para continuar con la tortura.

--Vaya pipa, que ya no puede más… Pues yo voy a seguir, estoy aquí de lujo.

El castigado estómago de Daniel recibió una lluvia de puñetazos. A cada golpe intentaba suplicar, pero el siguiente ahogaba sus palabras. Convertido en un saco de boxeo, se arrepentía de haber desafiado a Surmanito14. Y conociendo sus prácticas, lo peor estaba por llegar.

--Bien, ya has recibido lo tuyo –anunció el quinqui, y detuvo el aporreamiento--. Ha sido más fácil de lo que creía… Eres un mierda, tío, un tirillas que se creía que yo era como esos pijos de tu barrio que seguro que se dejan encular por sus hermanos pequeños, como uno que yo me sé. La verdad es que no mereces probar mi rabo.

Y procedió a vaciar los bolsillos de Daniel, despojándole de su cartera y su teléfono móvil, con el que efectuó una llamada a un número que conocía de memoria.

--He llamado a unos primos míos para que se ocupen de ti –informó--. Tú quédate ahí y espera, ja, ja.

A Daniel no hacía falta que le ordenaran esperar, pues no podía moverse a causa de la paliza soportada.

No sin antes liarse un porro, Surmanito14 se marchó silbando, su camiseta sobre un hombro y la espalda, ancha y musculada, brillante de sudor.

Unos cinco minutos más tarde llegaron sus supuestos primos, que debían de serlo sólo a efectos honoríficos, dado que eran tres marroquíes delgaduchos de unos trece años.  

--¿Qué…? ¿Qué… me vais a hacer? –balbuceó el indefenso Daniel. No estaba en condiciones de luchar, pero aunque lo hubiese estado dudaba que pudiera vencer a los marroquíes, a pesar de su delgadez y aspecto malnutrido. Fijándose en sus maneras y en su mirada implacable, dedujo que habían estado en más de una pelea callejera, generalmente para desgracia de su oponente--. Dejadme en paz, por favor –imploró.

Haciendo caso omiso de tales súplicas, los tres chicos se acomodaron sobre el cuerpo de su víctima. El primero separó las piernas de Daniel y las colocó sobre sus hombros; otro se sentó sobre su estómago; y el tercero hizo lo propio sobre su pecho, aprisionando sus brazos con las rodillas. Entonces, actuando al unísono, se bajaron los pantalones. Daniel sólo alcanzaba a ver el miembro viril  --ya excitado-- del que tenía sobre el pecho.

--Ahora tú me la chupas, amigo –dijo el marroquí, y azotó las mejillas de Daniel usando su polla.

Daniel, sin oponer resistencia, abrió la boca y sacó la lengua para lamer aquella barra de carne mora. Era una polla muy grande para un chico de su edad, y se imaginó la del que había separado sus piernas, cuya punta ya estaba explorando las puertas de su recto. El que estaba sentado en su estómago, todavía dolorido, debía de estar masturbándose.

Resignado, Daniel se dispuso a aguantar el castigo impuesto por Surmanito14, que a unos kilómetros de allí había quedado con una bella joven. Gracias al teléfono móvil de Daniel, había podido contactar con su novia y, con suma facilidad, seducirla.

Así se cumplió la ley del más fuerte. Mientras el ganador indiscutible disfrutó de una tremenda mamada cortesía de la novia de su rival, el perdedor fue desvirgado oral y analmente por los tres niñatos marroquíes.