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La ascensión de mi hermano

en No Consentido

Todo empezó el día en que fui a recuperar un disco que había prestado a mi hermano pequeño, de dieciséis años recién cumplidos. Cuando abrí la puerta de su habitación, me lo encontré en plena masturbación. Estaba sentado delante del ordenador, posiblemente consultando páginas guarras, con los pantalones por los tobillos y su mano derecha subiendo y bajando por una gigantesca polla que sobrepasaba su ombligo.

--¿Qué haces, macho? –protestó mi hermano, tapándose como pudo.

Aturdido por lo embarazoso de la escena, musité una disculpa y desaparecí.

Ya en mi habitación caí en la cuenta de que el hecho de pillar a mi hermano masturbándose y haber visto sus atributos masculinos en total expansión me había provocado una erección…

Y no era la primera vez que Jorge despertaba en mí deseos impuros.

Le sacaba cinco años justos. Yo acababa de cumplir veintiuno y, a diferencia de lo que había sido nuestra relación en el pasado, no tenía mucho trato con él, que estaba atravesando la parte más alocada de la adolescencia justo cuando yo me recluía más en mí mismo a causa de mis estudios universitarios y mis fracasos con las mujeres.

Siendo él más pequeño, sí habíamos estado muy unidos. Jorge siempre me había parecido encantador y atractivo. Su pelo era rubio oscuro, poseía unos preciosos ojos claros y, sin ninguna duda, estaba en forma. Que era un chico excepcionalmente fuerte lo probé en mis propias carnes y en mi orgullo al cumplir él doce años. Con esa edad, aún echábamos peleas en broma que fueron evolucionando a enfrentamientos más serios, normalmente de lucha libre con sumisión.

Hasta que cumplió los doce, siempre había podido ganarle, excepto casos en los que me dejaba para que no se desanimara. Sin embargo, un buen día me ganó de verdad y, a partir de entonces, me fue cada vez más difícil superarle, hasta el punto de que en nuestros últimos combates, cuando él tenía ya trece, me llegó a ganar diez a cero. Y como rendirte diez veces ante tu hermano pequeño era demasiado, decidí no luchar más.

Pese a todo, me complacía que fuese tan fuerte y que tuviera un físico del que presumir justificadamente. Tanto por desarrollo natural como por el mucho deporte que practicaba desde muy chico pudo lucir unos bellos abdominales y pectorales, unas anchas espaldas, unas piernas esbeltas y, naturalmente, unos bíceps con los que me ganaba pulsos sin apenas inmutarse.

En ese tiempo él se estaba iniciando sexualmente. Más de una vez, en la cesta de la ropa sucia, pude encontrar calzoncillos suyos manchados con inequívocos restos de semen. Mi hermano había comenzado a eyacular muy pronto, y me preguntaba cómo se haría las pajas, idea que me obsesionó mucho. De hecho, me empeñé en hablarle del tema le hice no pocas insinuaciones. Por fin, un día le convencí para que nos masturbáramos juntos.

Debo aclarar que no soy homosexual y que, a excepción de lo que pasó con, nunca había pensado en tener nada erótico con un hombre. Pero, en su caso, había algo de morbo o de amor fraternal que conseguía nublar mi mente y calentar mi entrepierna.

Recuerdo muy bien aquella paja. Su polla bañada en líquido preseminal, su aún escaso vello púbico, sus jadeos ahogados, su cuerpo en tensión… Quiso hacerse el macho y lo consiguió. Nos retamos a ver cuál duraba más y se corría más. Pensé que sería fácil ganarle, dada mi mayor experiencia. No fue así. El primerizo duró unos dos minutos más que yo y, lo que es más importante, expulsó seis chorros de semen, dos más que yo.

Nos habíamos apostado que el perdedor tendría que limpiar al ganador. Por tanto, me tocó limpiar su polla y su abdomen cubierto de semen con un pañuelo de papel. La realidad es que me dediqué a ello con satisfacción.

No sé bien por qué, Jorge y yo nos distanciamos desde entonces. Supongo que él decidió que no era muy normal lo que había hecho conmigo, En cuanto a mí, los estudios y otros temas me absorbieron más de la cuenta. En definitiva, acabé enterrando los sentimientos y la excitación que generaba en mí Jorge.

Hasta ahora. Se la había visto tres años después y había crecido, ¡vaya que sí! Antes, mi polla era más grande que la suya, aunque no por mucho. En cambio, en la actualidad, según lo que acababa de presenciar, la suya era mucho mayor con diferencia.

Lejos de sentirme abatido, la idea me excitó aún más. No podía apartar de la cabeza la imagen de mi hermano masturbándose. Al final, fui al ordenador, abrí su Tuenti y me deleité repasando las fotos en las que salía a pecho descubierto. Si con trece años ya estaba en forma, con dieciséis estaba en su mejor momento: era un varón excepcional, un adolescente en todo su esplendor, con las hormonas revolucionadas y una musculatura que hubiesen deseado para sí muchos de mis amigos veinteañeros.

Seguía siendo muy guapo, a pesar de un acné moderado, y se había dejado el pelo un poco largo, casi a lo pijo. Solía ir a discotecas light y vestía a la moda, pero sin alardear demasiado.

Tras un rato de placenteros tocamientos, dejé en la pantalla una foto de Jorge saliendo del mar, con todo su cuerpo mojado e iluminado por la luz del sol, y me corrí como nunca antes. 

Una semana después, ya más calmado, fue mi hermano el que vino a mi habitación No venía a reprocharme nada de mi interrupción en sus asuntos, por suerte. Nuestros padres se iban de viaje el fin de semana y Jorge me pedía por favor y con buenas maneras que me fuera yo también la tarde del sábado, porque quería traer una chica a casa.

Negarme hubiese sido absurdo, así que le aseguré que me iría y le dejaría el campo libre.

Por dentro, cómo no, me moría de excitación. No tardé mucho en considerar que no podía perderme a mi hermano follando. Si asistir a su masturbación había sido un placer incomparable, hacerlo a su cópula superaría cualquier límite.

El problema era cómo. Grabarle era imposible, así que decidí personarme allí mismo. Mi idea era factible gracias a la disposición de mi casa, cuya entrada estaba lo suficientemente alejada de la habitación de Jorge como para que no me escuchara al regresar antes de tiempo, y a la disposición de su propia habitación, cuya cama podía espiar fácilmente limitándome a abrir una rendija de la puerta.  

La tarde señalada me despedí de mi hermano, al que se le notaba bien contento, y me quedé aguardando en la calle con disimulo hasta que vi entrar a una chica que reconocí por haberla visto en las fotos del Tuenti de Jorge.  

Conseguí aguantar quince minutos más y subí a casa completamente excitado, aunque también nervioso. Me temblaban mucho las manos y tuve que serenarme para no abrir la puerta haciendo un ruido excesivo.

Con el corazón en un puño, me descalcé y caminé sigilosamente hacia su cuarto. Pronto llegaron a mis oídos los inconfundibles jadeos de una pareja unida, bendecida por la gloria de un sexo sano y joven. Pero, para mi sorpresa, los jadeos no provenían de la habitación de Jorge, sino de la de mis padres.

¡El muy cabrón estaba follando en la misma cama de matrimonio en la que él había sido concebido!

De todos modos, no me suponía muchos problemas, con tan sólo asomarme un poco por la puerta podría contemplar gran parte de la escena.

Habían dejado la puerta abierta, lo que me supuso ser aún más precavido. Pero, cuando al fin mi vista recorrió sus cuerpos sudorosos y agitados, olvidé cualquier precaución o temor y me sumergí totalmente en el vicio de mirar.

Jorge estaba encima, penetrando a la chica rítmica y secamente. Sus apretadas nalgas se contraían cada vez que movía las caderas para introducir su miembro en la vagina de la chica, que, con los ojos cerrados y la boca muy abierta, agarrada a las fuertes espaldas de mi hermano, era la que más gemía.

Empecé a tocarme mi pene erecto. Mi hermano era mucho mejor que yo follando, no había ni punto de comparación. Para empezar, yo me ponía debajo y solía dejar que ellas hicieran casi todo el trabajo. Él tenía las riendas de la situación y sabía cómo emplearlas. Además, embestía con un vigor impresionante, desconocido para mí. Y los resultados eran óptimos, pues se notaba que la chica estaba disfrutando de lo lindo. Otra diferencia era el aguante. Con el ritmo que mantenía mi hermano yo habría terminado en segundos; él duró, según calculé posteriormente, entre media hora y cuarenta minutos.

El clímax fue tal que me corrí mientras se desarrollaba. Jorge cogió fuerzas, estrujó las tetas de la chica y aumentó la velocidad. Ella, inmediatamente, explotó en un prolongado orgasmo que hizo que mi hermano sonriera triunfal. El esfuerzo había valido la pena.

Con la chica babeando y medio atontada por las oleadas de placer que hacía un segundo habían sacudido su cuerpo, Jorge sacó su polla y retiró el condón, que estaba limpio. Se incorporó y avanzó hasta dejar situada la punta de su pene a pocos centímetros de la cara de la chica.

--Abre la boca –le escuché decir.

Se agarró la polla y la estuvo sacudiendo fuertemente durante otro rato, al término del cual una serie de largos chorros de semen fueron a parar a la boca, el rostro y el pelo de la chica.

Creo que en ese instante dejé escapar un suspiro, y eso fue lo que me delató. Alarmado, Jorge miró hacia la puerta.

--¿Quién anda ahí? –preguntó, y sus ojos azules se clavaron en mí, acusadores.

Sólo pude sonreír como un bobo. Por su parte, la chica, su cara cubierta de semen, los pelos alborotados y los pezones duros, lanzó un grito. Todas las mujeres eran igual de histéricas.

--¿Qué haces aquí? –gruñó Jorge, entre confuso y enfadado--. ¿Nos estabas espiando?

Esta vez no me disculpé. Mi hermano estaba enfadándose gradualmente y no me apetecía sufrir su ira. Antes de que se levantara e intentara atraparme, me di a la carrera y conseguí escapar de la casa, dejando atrás sus insultos y amenazas.

Pero sabía que, más pronto que tarde, tendría que volver. A lo mejor él no estaba tan enfadado. Y, si lo estaba, podría excusarme de varias maneras. Lo importante es que los dos habíamos gozado como animales aquella tarde.

Regresé a casa ya por la noche, pensando en que Jorge se habría tranquilizado. En efecto, me lo encontré con reposando, sentado en un sillón del salón y vestido sólo con unos boxers azules. La chica ya se había ido.

Haciendo esfuerzos por apartar la mirada de su bulto, me disculpé por lo sucedido, a lo que él se limitó a sonreír de una manera que no me gustó nada.

--Sé desde hace tiempo que te gusto –dijo a bocajarro, dejándome sin habla--, y no disimules más, que tienes en tu ordenador fotos mías y cada vez que me ves luciendo tableta o con una camiseta ajustada se te cae la baba. A mí no me importa –continuó, estirándose como un gato en el asiento--, pero antes has asustado a mi chica y eso merece un castigo, ¿no crees?

--Jorge, no te equivoques, yo sólo…

No dejó que me explicara. Se levantó de un salto y me propinó un puñetazo en las costillas que me cortó la respiración. Caí de rodillas al suelo. Al intentar levantarme, me retuvo apoyando una mano en mi cabeza.

--Tienes dos opciones –dijo--, o cumplir el castigo o que te dé unas cuantas hostias y luego cumplas el castigo. ¿Qué prefieres?

Las posibilidades de salir bien parado de una pelea con Jorge eran casi inexistentes. Un solo golpe había sido suficiente para dejarme prácticamente incapacitado, por lo que descarté toda resistencia.

--Prefiero el castigo –afirmé, inclinando la cabeza.

--Vale, pero antes quiero que digas en alto que tu hermano pequeño es más hombre que tú y que vas a ser su esclavo –exigió, y cogió su teléfono móvil a fin de grabarlo todo.

Pronuncié aquella frase que me rebajaba palabra por palabra y bien claro.

--Ahora empieza lo bueno –anunció él, ufano.

Recordé mis últimas peleas con mi hermano, la de veces que me había humillado y cómo yo me había visto impotente ante su superioridad. Ahora no era distinto en esencia, el hermano menor sometía al mayor, con la salvedad de que la diferencia de hombría y fuerza entre nosotros se había ensanchado todavía más.

--Quédate un momento ahí, sin levantarte  –dijo Jorge, y salió del salón.

Me tuvo esperando un buen rato. Ya me dolían las rodillas cuando volvió con dos condones en la mano. Uno solamente arrugado y el otro, repleto de su semen. Deduje que, tras mi interrupción, debían de haberlo hecho otra vez, y mi hermano se había venido en el condón.

--Eh, ¿qué vas a hacer?

--Tú calla.

Me puso el primer condón, el que no tenía semen, en el pelo; el segundo me lo metió en la boca, dejando que sobresaliera un poco. El sabor a medio camino entre látex y semen despertó ansias sexuales en mí, por lo que olvidé poco a poco el escarnio al que me estaba sometiendo mi hermano.

En esa tesitura, con los dos condones de adorno, me sacó varias fotos.

--Tranquilo, no se las voy a enseñar a nadie, es sólo para que los dos nos acordemos de este día –explicó--, sobre todo de quién estaba de pie y quién de rodillas –completó, revolviéndome el pelo, como si fuera yo un niño pequeño.

--¿Has terminado? –pregunté.

El tortazo fue imprevisto y muy fuerte. Mi hermano me había cruzado la cara sin dudarlo en una nueva demostración de su poder.  

--No, no he terminado –aseveró, y señaló algo que había sobre la mesa: un consolador de color negro--. Es de mi novia, me lo ha dejado para que lo pruebes.

--Jorge, por favor, no… --supliqué, la mejilla ardiendo y la dignidad perdida. Estuve a punto de besarle los pies, pero él los apartó--. No me hagas eso…

--Te lo vas a meter y vas a hacer que me corra –dijo Jorge fríamente--. Si no, te meteré la mía, que ya has visto que es más grande que el consolador.

No podía sino obedecer. Me desnudé lentamente, sin saber muy bien qué hacer. Mi hermano se recostó en el sillón y comenzó a frotarse el paquete. Su actitud me animó lo suficiente como para que intentara introducir el consolador en mi estrecho ano. Por supuesto, no entraba.

--Venga, que no tengo todo el día –apremió Jorge.

Gracias a una buena cantidad de saliva, fue entrando. Dolía mucho, y tardé en meterlo entero. Para entonces mi hermano ya se estaba masturbando. Se fijó en mi polla, también empinada, y dijo con una amplia sonrisa:

--Parece que ya tampoco me ganas en eso, hermanito.

A cuatro patas delante de él, con el consolador dilatando mi ano, convertido en su perra, no pude por menos que asentir. Tenía más polla. Era más hombre.

Lo único que le quedaba por hacer era correrse. ¿Dónde lo haría? ¿En mi cara? ¿En mi culo? ¿Tendría intención de sodomizarme? He de reconocer que, a esas alturas, la idea no me disgustaba.

En lugar de todo eso, me pidió que le acercara mis calzoncillos. Los recogí a cuatro patas y se los ofrecí sin atreverme a levantarme. No los cogió, sino que eyaculó sobre ellos: pude contar siete chorros impactando en mis calzoncillos.

--Qué a gusto me he quedado –exclamó Jorge, exprimiendo su polla a fin de que cayera en mi ropa interior hasta la última gota de su semen--. Te vas a poner estos calzoncillos y a dormir con ellos –añadió, la mirada sádica, cruel--, y lo mismo con el consolador. Tienes que estar preparado.

--¿Preparado para qué? –quise saber.

--Mañana es domingo, te voy a llevar al entrenamiento de mi equipo de fútbol para que te conozcan mis compañeros. En los vestuarios pueden ocurrir cosas… interesantes. Ya sabes, los chicos necesitan alguna diversión de vez en cuando, como premio a su duro esfuerzo. Y tú eres la putita perfecta.

En alguna foto de su Tuenti salía el dichoso equipo de fútbol, compuesto por chicos sanos, robustos, inflamados de virilidad y, posiblemente, capaces de muchas perversiones sexuales que tendrían lugar en vestuario en el que paseaban desnudos, mostrando el tamaño asombroso de sus genitales.

Aquella noche dormí bocabajo, que era la manera en que menos molestaba el consolador insertado en mi culo, con la polla aplastada contra la corrida de Jorge en mis calzoncillos.

Me relamí de gusto pensando en el día siguiente, en el equipo, en esos torsos esculpidos y sudorosos, en sus bromas y actitudes de machos, en su potencia sexual… y en lo que me harían, claro.

La ascensión de mi hermano pequeño era inevitable, lo esperado conforme a las reglas de la naturaleza. Comprendí que debía disfrutar de la situación, pese a las vejaciones y la condición de esclavo que me había sido impuesta, y me dormí pensando en aquella lejana paja con Jorge en la que ya había dejado claro que podía ganar a su hermano mayor. Ése había sido el primer paso para llegar a su superioridad absoluta.