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La caída de mi hermano

en Dominación

Había pasado una semana desde mi encuentro con el equipo de fútbol de mi hermano y éste, a excepción de algún ocasional recordatorio acerca de lo bajo que había caído, no me prestaba atención, ni requería mis servicios, como si me estuviera reservando para algo grande. En concreto, yo pensaba en su anuncio de que me utilizaría para iniciar a nuestros primos pequeños en “nuevos placeres”.

No tardó en presentarse la ocasión, pues nuestros padres nos avisaron de que iban a ir a una cena en casa de mis tíos y que estábamos invitados. En condiciones normales me habría negado a ir, me aburrían las reuniones familiares, pero una mirada de mi hermano bastó para hacerme comprender que debía aceptar la invitación.

Mis tíos vivían en un chalet a las afueras. Su único hijo, Alejandro, acababa de cumplir trece años, igual que Pablo, hijo del segundo hermano de mi padre, que también acudiría a la reunión.

Allí nos encontramos todos los familiares y nos dimos los besos e intercambiamos las palabras amables de rigor. Jorge, muy ufano, vestido con una camiseta ajustada que revelaba su torso musculoso, recibió múltiples elogios por parte de mis tías y abuelas, que claramente babeaban por él, en tanto que en mí apenas repararon.

--Qué guapo estás, seguro que te llevas a todas de calle –le decían.

En cuanto a mis primos, reconozco que nunca me había fijado mucho en ellos, debido a la diferencia de edad. Siempre me habían parecido dos críos revoltosos y cargantes cuya afición por el fútbol les había hecho conectar muy bien, cómo no, con Jorge, quien tenía, por eso, más relación con ellos.

Pero esta vez no me pasaron desapercibidos, por supuesto. El más atractivo de los dos era Pablo, parecido físicamente a Jorge, aunque en versión reducida. Lucía una piel tan bronceada como suave y una sonrisa blanquísima. Iba en pantalón corto y mis ojos se posaron en sus piernas esbeltas, en las que se apreciaba un incipiente vello rubio.

Alejandro presentaba unos rasgos más toscos en comparación con Pablo, quizá porque era un chico criado en un pueblo, y debía de poseer una fuerza física superior, a juzgar por su altura, anchas espaldas y robustez general. A pesar de ello, solía dejar el protagonismo a Pablo, más capacitado para el liderazgo.

Es cierto que me excitaba mucho la idea de someterme a los perversos planes ideados por mi hermano --fuesen los que se fuesen-- una vez había aceptado plenamente mi inferioridad y mi condición de perra. Después de los futbolistas adolescentes hormonados y en apogeo, me apetecía probar las mieles de la pubertad recién estrenada. No obstante, me preguntaba si mis primos se prestarían a ese juego, aunque pronto iba a salir de dudas…

Terminada la cena a toda velocidad, pues Jorge me susurró al oído que me diera prisa en tragar (añadiendo que pronto tragaría algo mejor que lo que estaba comiendo), subimos con los primos a la buhardilla, un espacio amplio y diáfano, de uso polivalente, que se hallaba lejos de los adultos.

Ya en las escaleras había captado las risillas de Pablo y Alejandro, que al parecer estaban mofándose de mi “culo fofo”, y nada más entrar en la buhardilla se apresuraron en demostrar su falta de respeto hacia mí. Pablo se me acercó, exigiéndome de malas maneras que le enseñara mis bíceps. Fui a reprocharle su impertinencia, pero un coscorrón de Jorge me devolvió a mi lugar.

--Haz caso al chaval, por la cuenta que te trae.

Me remangué, hice fuerza y enseñé mi bíceps del brazo derecho, si es que se podía llamar tal a aquella bola blanda y escasamente definida. Riendo a carcajadas, Pablo mostró el suyo. Me quedé boquiabierto. Sin duda, se parecía a mi hermano: su bíceps era envidiable, fortísimo.  

--Ya sabemos quién ganaría en una pelea, ¿verdad? –comentó el chico, y sonrió con fingida inocencia.

--Sí… --musité.

--¿Quién? –incidió Pablo, ahondando en mi humillación.

--Tú, claro.

--Menudo inútil –apostilló Alejandro.

--Ya os lo dije, chicos… Él hará todo lo que digáis –intervino Jorge--. Es vuestra perra particular.

Mis primos volvieron a reír y me dedicaron diversos insultos. Yo asentía con la cabeza, abochornado. La sesión de burlas y comentarios acerca de mi falta de hombría se prolongó unos cinco minutos. Acto seguido, Pablo volvió a encararse conmigo.

--Mírame.

Le miré directamente a sus ojos claros, donde brillaban en armonía la inteligencia, la soberbia y el afán de superación. Mi primo no sólo recordaba a mi hermano en el físico, sino también en personalidad. Pese a su corta edad, o tal vez a causa de ello, se le notaba dominante, agresivo, soberbio y muy seguro de sí mismo. No pude aguantar aquella mirada y bajé la vista, sumiso.

--Pásame la mano por el pelo –ordenó entonces, serio.

Aquella extraña petición me hizo dudar lo bastante como para que mi primo me hiciera reaccionar cruzándome la cara con un bofetón. Actuando instintivamente, levanté la mano para contraatacar, pero algo me hizo detenerme. Y no era el miedo a las posibles represalias de Jorge. La mirada celeste y llena de determinación de mi primo transmitía el mensaje de que me daría la mayor paliza de mi vida si me atrevía a tocarle. Y aunque yo fuese más grande, eso no significaba que fuese más fuerte, y mucho menos que contase con más voluntad para imponerme en una hipotética lucha.

Por ello, accedí a su petición y, casi como si le estuviera haciendo una carantoña, deslicé mis dedos por su pelo rubio peinado hacia arriba en un espléndido tupé. Me fue imposible evitar la excitación. Lo que estaba haciendo me parecía una delicia, un privilegio reservado a muy pocos.

Alterarme de esa manera era justo lo que buscaba Pablo, que señaló con un dedo la leve protuberancia que se marcaba en mi pantalón.

--Mirad, eso debe ser que está empalmado el muy marica.

Los otros rieron con ganas. En cuanto a mí, no sabía qué decir, pero supongo que no importaba que me viesen así. Mi dignidad estaba por los suelos desde hacía rato y podían pisotearla con impunidad.

--Ahora pégame en la tripa –dijo el chico, estirándose y poniendo los brazos detrás de la espalda--. No me mires así, tienes la oportunidad de ganarme. Si haces que caiga de rodillas, seré tuyo. ¡Venga, hazlo!

Sin pensar, apreté el puño y lo hundí en su estómago. Debía de contar con unos abdominales duros como el acero, porque mi golpe, en el que había puesto toda mi energía, no tuvo excesivo efecto en él, que siguió erguido.

--Dame más… Quiero que lo intentes.

No entendía aquella insistencia, pero no podía negarme, así que empecé a golpearlo sin cesar. Casi ni se inmutó con los primeros, y tampoco se quejaba. Pero poco después fue encogiéndose. Estaba haciendo mella en su barrera abdominal, y me animó la idea de ganarle y someterle. Jorge me había convertido en su perra, pero aún quedaba en mí algún rescoldo de virilidad.

--Tío, ¿qué estás haciendo? –preguntó Alejandro, preocupado. Pablo le hizo callar con un gruñido.

Mis esfuerzos fueron en vano. Cuando ya me creía ganador y él estaba cerca de claudicar, logró reponerse y tuve que parar mi ataque, ya que me dolían los brazos y necesitaba descansar. Aprovechó esa pausa para arrearme un brutal puñetazo en pleno estómago. Me quedé sin aire, me doblé por la mitad y caí al suelo agarrándome la tripa.

Mientras estaba en el suelo retorciéndome de dolor Pablo me escupió. Su victoria era inequívoca. Ni veinte de mis puñetazos le habían doblegado; uno solo de los suyos me había hundido. No obstante, al menos tuvo que tomar asiento para recuperarse un poco.

Jorge, visiblemente complacido, comentó:

--Vaya, no está mal tu resistencia, querido primo… A lo mejor te apetece probar conmigo, je, je. Ganar al flojo de mi hermano, después de todo, no tiene tanto merito.

--Ya te daré lo tuyo en cuanto descanse, ahora no sería justo para mí –replicó Pablo, quien, atrevido como era, no iba a dejarse arredrar por Jorge.

Yo seguía en el suelo y Pablo, sentado cerca de mí, pisó mi cara con sus zapatillas deportivas, bastante sucias.

--Limpia mis zapatillas mientras me relajo.

Obedecí sin rechistar, aplicando mi lengua a la suela de sus zapatillas y lamiendo con destreza gracias a la experiencia adquirida con David, uno de los miembros del equipo de mi hermano. Transcurridos unos minutos, me agarró del pelo y tiró de mí hacia su entrepierna.

--A ver si lo haces tan bien como dice Jorge.

Sobraban las explicaciones. Le bajé los pantalones y me recreé un segundo en la visión del bulto que llenaba sus boxers, tan grande como había esperado. A diferencia de mí, Pablo, un auténtico varón, no estaba empalmado, y pude admirar su pene en estado normal. Proporcionado y blanco, coronado por una fina nube de pelos rubios y con dos bolas de buen tamaño, aquel pene superaba a todo lo que había visto hasta entonces, incluso al de mi hermano. Éste, según comprobé por el rabillo del ojo, no perdía detalle.

Le pegué unos cuantos lametones antes de meterla en la boca; después succioné casi con ansiedad, tragando lo máximo posible para demostrar mis habilidades y sintiendo cómo crecía más y más dentro de mi boca. Me paré un momento para contemplarla ya empinada. No alcanzaba el tamaño espectacular de la de Jorge, obviamente, pero podía decirse que iba por el buen camino.

--Dime la verdad, Jorge, ¿la tuya era más pequeña o más grande con mi edad? –preguntó de repente Pablo.

Jorge parpadeó, pues había estado tan embobado como yo mirando la polla de Pablo.

--Bueno…, la mía era más pequeña –admitió.

--Entonces con dieciséis años ya te superaré –dijo Pablo, divertido.

--Es posible…

--Y cuando quieras vemos cuál es más fuerte –siguió nuestro osado primo-- o echamos un pulso.

No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Mi hermano, tan orgulloso, estaba quedando por debajo de su primo de trece años, al que no dejaba de observar con una mezcla de deseo y envidia.

--Eh, tú –dijo, hablándome a mí--, vete un momento con Alex que quiero estar a solas con Pablo.

Me molestó mucho tener que interrumpir la mamada. De hecho, esperé a que Pablo diera su asentimiento para abandonar aquella tarea tan placentera.

--Vamos, Alex –apremió Jorge.

El susodicho me condujo a un pequeño cuarto baño que había en la propia buhardilla.

--Ayúdame a mear –dijo tras cerrar la puerta, y rápidamente se bajó los pantalones y los boxers, liberando una polla enorme para su edad y con más vello púbico que la de Pablo.

Él ya se había colocado frente al inodoro y lo primero que se me ocurrió fue agarrar su polla y que fuese yo el que dirigiese el chorro.

--No, así no —me corrigió, obsequiándome con un manotazo--. Con la boca –matizó.

A decir verdad, no era lo peor o más degradante que había hecho. De rodillas, enganché su polla con mi boca. Un caudaloso chorro comenzó a manar. Me esforcé para que todo cayera en la taza, no fuese a provocar su enfado.  

--¿Sabes? De pequeño quería ser como tú –dijo Alejandro--, o sea, tan grande como tú y todo eso… Pero ahora veo que eres un maricón, una nena que no vale de nada. Ni siquiera has podido con Pablo, y eso que te lo ha puesto a huevo… Das pena, primo.

Aquellas palabras me dolieron, pero él tenía razón. Había perdido toda mi hombría y no podía ser el ejemplo de nadie. Se me pasó por la cabeza rebelarme e intentar agredirle, cosa que descarté al segundo, obviamente. Conocía la fama de bruto de Alejandro, y más de una vez en el pueblo le había visto trabajando en reparaciones o chapuzas con el torso desnudo, o cargando bultos muy pesados con sus musculosos brazos: era fuerte como un toro. Ante ese chico yo no era más que un perdedor cuyo único comportamiento factible era la sumisión absoluta.

Retiró su pene de mi boca y lo sacudió para que cayeran las últimas gotas.

--Limpia con la lengua lo que ha caído al suelo y en el borde de la taza –dijo--, que yo soy un chico limpio.

Cumplí su orden y él empezó a manosearse el pene. Supongo que estaba encantado con su superioridad. Cuando lo tuvo enhiesto, me lo volvió a acercar a la boca.

--Te toca chupármela.—Se quitó la camiseta. Su cuerpo se había desarrollado mucho desde la última vez que le había visto así, incluso tenía pelo rodeando su ombligo, detalle en el que ya me superaba de sobra--. Date prisa, que esto es sólo el principio, cacho puta.

Mamar penes ya no era precisamente un misterio para mí, por lo que me entregué a ello con destreza, arrancándole gemidos y muecas de placer. El muy sádico disfrutaba tirándome del pelo y atragantándome con su dura barra, ya que me hacía tragar hasta que mis labios rozaban sus testículos. También me daba alguna bofetada o se divertía restregando su polla, impregnada en mi baba y en su líquido preseminal, por todo mi rostro.  

Pensé que estaba saliendo relativamente bien librado de la sesión con mis primos, obviando el puñetazo de Pablo, que aún me dolía. Los salvajes del equipo me habían tratado mucho peor. Fui un tanto iluso, porque Alejandro me había reservado una sorpresa.

Me había propuesto hacerle una mamada inolvidable: ya no necesitaba empujarme, yo mismo devoraba toda su polla, que saturaba mi garganta y me dejaba sin aire, y la sacaba y me golpeaba con ella en la frente y en el pelo, besando seguidamente sus bolas cargadas de semen.

--Para ya…, para –consiguió decir entre suspiros --, no quiero correrme todavía…

Me quedé quieto, esperando sus instrucciones, si bien sospechaba que me iba a decir que abriera el culo.

--Gírate y abre el culo –dijo Alejandro.

Pero no se iba a conformar con sodomizarme. Antes de que me diera cuenta de sus intenciones, me agarró la cabeza sin ningún miramiento y me sumergió en el agua del inodoro, llena de sus orines, durante unos segundos.

--Quiero que te quedes agarrado al váter y con la cabeza metida, y que yo oiga cómo tu lengua prueba mi meada –indicó Alejandro, sacando mi cabeza del agua sucia--. Si no lo haces, te obligaré por la fuerza y con inmersiones de un minuto.

Alejandro era muy capaz de cumplir su amenaza. De hecho, había llegado a temer por mi vida. Qué triste –aunque adecuado a mi rebajada condición-- final sería ése, ahogado en los orines de un preadolescente.

--No te preocupes, Alex, oirás mi lengua –le aseguré, y ocupé mi lugar con docilidad, alzando un poco el culo.

Alejandro escupió en mi ano, lo frotó con un dedo y me penetró. No sé si la habría metido antes, pero sus movimientos eran los de un experto y aguantó un buen rato. Pese a que mi recto ya estaba acostumbrado a aquellas invasiones, aún sufría un poco al principio, sobre todo tratándose de una polla como la de Alejandro, que no era demasiado larga pero sí de un grosor mayor que el de varios de los del equipo de mi hermano.

Me sentía un tanto asqueado, no por el hecho de que me estuvieran follando, sino por tener que oler la meada y mojar mi lengua en ella cada poco. Ahora bien, el placer que me estaba proporcionando Alejandro lo compensaba con creces. Acabé gimiendo, pidiéndole más y corriéndome de puro gusto. El eyaculó sobre mi espalda, seguramente porque Jorge le había prohibido hacerlo dentro.

Por fin pude apartar mi cabeza de la taza, aunque para entonces ya me daba igual el olor y sabor del orín de mi primo.  

--Creo que ya podemos salir, a ver qué están haciendo los otros –decidió Alejandro.

Volvimos a la zona de la buhardilla en la que había estado antes. Nunca hubiera podido imaginar la sorpresa que me aguardaba allí.

Pablo, totalmente desnudo, estaba sentado sobre la cara de mi hermano, y su expresión era de perfecta normalidad, como si no esperara otra cosa de la vida. Su pene, en estado flácido, reposaba sobre los labios de Jorge, sumisamente tendido en el suelo y con un inmenso bulto en los pantalones delatando una erección.

Lo más seguro era que, durante el tiempo en que Alejandro y yo habíamos estado ausentes, Pablo había logrado someter a mi hermano y forzarle a ser su asiento.

Llegué a la conclusión de que siempre hay un individuo más apto. Mi hermano, antes imbatible, había caído a los pies de un chico más joven pero mejor que él, lo mismo que me había ocurrido a mí, si bien mi caso era especialmente lamentable, porque yo era el último de la fila.

Sin decir palabra, Alejandro, que se había sorprendido mucho, me señaló el suelo. Me tumbé para que el procediese a sentarse sobre mí, imitando a Pablo. Éste levantó su pulgar en señal de victoria; el interpelado sonrió, complacido.

Jorge y yo les habíamos iniciado en los “nuevos placeres”… y de ahora en adelante serían nuestros amos.