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Lucha y placer en el Reino de Kush

en Interracial

El príncipe Tahar estaba sumamente contrariado. No podía quitarse de la cabeza un hecho que consideraba una verdadera afrenta. Hacía dos días, durante una visita al mercado de Meroë, había visto al esclavo Antonio entrar en combate con otro de su condición, mayor y más corpulento, y obtener la victoria con facilidad. El problema residía en que cuando ese mismo Antonio había luchado contra él nunca había demostrado tantas habilidades y fortaleza, y eso le resultaba humillante. El príncipe Tahar, segundo hijo de la Kandake Amanirenas, soberana del Reino de Kush, poseía un orgullo muy sensible.

Tahar y Antonio tenían diecisiete años y eran dos adolescentes apuestos y bien formados, pero ahí terminaban las similitudes entre ambos. Tahar era un príncipe negro, reverenciado por los suyos y llamado a realizar grandes proezas. Antonio, en cambio, no era más que un esclavo romano. Guerreros nubios le habían capturado siendo sólo un bebé en una incursión en tierras egipcias, matando de paso a sus padres, unos simples mercaderes. No debía de ser miembro de una familia importante, pues nunca enviaron a nadie a rescatarle, de modo que había crecido como esclavo de la familia real. Los esclavos blancos eran los más cotizados en Kush, dado su escaso número.

Aún faltaban unos años para que las legiones enviadas por Augusto les dieran problemas de verdad, obligándoles a firmar un tratado de paz, y los nubios disfrutaban hostigando a los romanos, débiles y vulnerables en aquella tierra abrasada por el sol.

Tahar sabía que su hermano mayor, Akinidad, había matado a tres mercenarios blancos con las manos desnudas a la edad de quince años. Presumía del color de su piel y de las hazañas de su hermano, al que deseaba imitar. Así pues, Antonio le venía muy bien para practicar. Le conocía desde la infancia, y habían peleado en infinidad de ocasiones, todas con el mismo final, la victoria aplastante del príncipe negro, que había sometido (y humillado) al esclavo blanco de todas las formas conocidas.

Cuando empezaron a desarrollarse y el roce de los cuerpos le producía excitación, Tahar dejó de conformarse con forzar a Antonio a lamer la tierra del suelo o besar sus pies como castigo por perder los combates. Antonio tuvo que practicarle felaciones y, más adelante, perdió la virginidad bajo las embestidas de su amo.

Pese a que Tahar creía en su superioridad sobre Antonio --acreditada por años de peleas y competiciones--, ahora le estaban entrando dudas: sospechaba que el esclavo podía haberse dejado ganar en alguna ocasión.

O en muchas.

Y no lo podía tolerar. Que el blanco se dejara ganar (seguramente a instancias de su madre, la Kandake) implicaba que él no era capaz de lograrlo por su cuenta.

Mandó llamar a Antonio a sus aposentos. Eran unas estancias amplias y confortables, con pieles de leopardo cubriendo el suelo, y a través de los espacios abiertos en la pared podían divisarse las pirámides que habían erigido los antepasados de Tahar, la Dinastía XXV, los faraones negros. El príncipe sintió cómo su pecho se inflaba de vanidad. Iba a demostrar a aquel miserable que él no era príncipe por casualidad.

--Dejadnos a solas –dijo a sus sirvientes cuando apareció Antonio. Aunque su piel estaba muy bronceada y curtida, su pelo rubio y sus rasgos caucásicos le hacían destacar en aquel país de negros.

El esclavo permaneció de rodillas hasta que todos se hubieron marchado y Tahar volvió a hablar:

--Desnúdate, vamos a medir nuestras fuerzas una vez más.

Sin duda, Antonio tenía un cuerpo atlético para su edad, pero sus músculos palidecían al lado de los de Tahar, tan perfectos como los de las estatuas que esculpían los griegos y romanos. El príncipe estaba convencido de que hasta un nubio de doce años podría derrotar a un blanco en fuerza física, ya que la musculatura de los negros era generalmente mejor y contaban con mayores aptitudes para la lucha.

La diferencia en virilidad también era considerable. El pene de Tahar hacía que el de Antonio pareciera el de un niño pequeño y poco desarrollado.

--Hasta un eunuco tiene más hombría que tú –se burló Tahar, y Antonio bajó la vista, avergonzado.

El combate fue rápido. Tahar no tardó en imponerse mediante llaves que causaron un intenso dolor a Antonio y le hicieron pedir clemencia sin remedio. El esclavo quedó tendido en el suelo, con un pie del príncipe sobre su pecho.

--Sé que puedes hacerlo mejor. Ayer te vi luchando contra uno mayor que tú y le ganaste. No parecías el mismo que cuando peleas contra mí.

--No…, no es verdad, alteza… --balbuceó Antonio.

 Tahar aplastó su pecho y le hizo retorcerse de dolor.

--Lucha en serio o lo pagarás con tu vida. Para mí es un deshonor que un esclavo crea que tiene que ponérmelo fácil, cuando soy claramente superior sin necesidad de ventajas.

Permitió al esclavo ponerse en pie. Notó algo nuevo en él, una mirada más decidida que la habitual. Mantuvieron las distancias, girando en círculos lentamente.

--Aunque uses toda tu fuerza, te seguiré ganando –dijo Tahar, provocativo--. Estás muy por debajo de mí, igual que todos los blancos.—Se adelantó un poco y abofeteó a Antonio, que no reaccionó--. Mis guerreros mataron a tus padres. A tu madre la violaron antes, y dicen que gozó y gimió como una perra.—Volvió a abofetear a Antonio, que cayó a sus pies, sangrando por el labio--. ¿Ya está?

Tahar flexionó sus músculos. Le encantaba aquella imagen. El blanco a sus pies, derrotado, y él mostrando su poderío.

Así podría haber terminado todo, pero de pronto el blanco, llevado por un acceso de furia, se lanzó contra las piernas de Tahar y logró derribarle. El nubio le intentó patear desde el suelo sin éxito: Antonio esquivó los golpes y se colocó sobre el pecho de su rival, inmovilizándole los brazos bajo sus piernas.

--¡Apártate de ahí ahora mismo! –bramó el príncipe, sorprendido por la iniciativa de Antonio y, en el fondo, temeroso de lo que pudiera hacerle.

El romano dudó un segundo. Estaba tan acostumbrado a recibir y obedecer órdenes que casi se levantó automáticamente. Tras esa vacilación, se dominó y permaneció en la anterior postura. Acto seguido, alzó el brazo como si fuera a golpear la cara de Tahar y éste cerró los ojos por instinto.

Antonio sonrió. Le había acobardado.

Como no tenía mucho sentido seguir así, decidió levantarse. Rápida y majestuosamente el príncipe se alzó, resoplando y con la ira arrugando todas sus facciones.

--¡Vas a pagar por esto! ¡Sólo has conseguido tumbarme actuando por sorpresa, con malas artes! Ahora te enseñaré el lugar que te corresponde… Y después te penetraré hasta que sangre tu agujero e implores piedad.

Antonio no replicó. Prefería ahorrar energías para la batalla.

Los dos chicos volvieron a enzarzarse en una pelea en la que ninguno conseguía sobreponerse al otro. Tahar actuaba ahora con más cautela. Antonio, aunque seguro de sí mismo, tampoco quería confiarse demasiado, pues consideraba que el príncipe sólo le había mostrado una parte de su fuerza.

La batalla se alargó por espacio de una hora. Fue un espectáculo que hubiera hecho las delicias de cualquier público aficionado a la lucha entre hombres. Era tan fiero el combate que ya no se limitaban a los agarres y llaves, también empleaban puñetazos y patadas. Más de una vez el nubio sufrió los precisos golpes de Antonio, que conocía bien sus puntos débiles, pero el blanco soportó igualmente ataques devastadores. Cuando parecía que uno ya no podía seguir, milagrosamente sacaba fuerzas para zafarse del agarre del otro o levantarse después de haber recibido severos golpes.

Ambos acabaron exhaustos.

--Ríndete ya, esclavo –dijo el príncipe, empapado en sudor y con sangre manando de su nariz.

Antonio meneó la cabeza, negándose. Ya no podía ni hablar.

Avanzaron el uno hacia el otro, dispuestos a entablar el asalto definitivo, y sus cuerpos se fundieron en un violento abrazo. Los dos se estaban disputando la victoria. Antonio tiró al suelo a Tahar y se montó encima de él, atrapando los brazos del príncipe con sus piernas flexionadas. Su miembro viril quedó muy cerca de la boca del nubio.

--Besa mi polla blanca, alteza, y todo habrá terminado –susurró Antonio.

El príncipe sabía que no podía caer en tal indignidad, pero, con todo, era difícil evitarlo. El pene de Antonio ya rozaba sus labios.

--Maldito seas –musitó el príncipe, excitado a su pesar. Su enorme pene erecto casi rozaba la espalda del blanco, aunque esta vez se hallaban en una situación novedosa.

Estaba a punto de rendirse cuando se dio cuenta de que su superioridad sobre el blanco no era sólo física, ni siquiera se debía en exclusiva a su condición social. Había vencido y poseído a muchos blancos en su vida: cuando probaban su pene había podido detectar un brillo especial en esos ojos que buscaban los suyos, como pidiendo aprobación. Ese brillo significaba sumisión, pero también satisfacción. Reconocían su potencia sexual.

 Le quedaba esa baza.

--Antonio, como ves, estoy excitado –comentó, sonriendo a medias--. ¿No te gustaría comprobar la dureza de mi miembro? Veo que el tuyo está igualmente erecto, pero creo que, cuando se trata de proporcionar goce, el mío es infinitamente mejor. Lo sabes bien. Así que agárralo con firmeza y mastúrbame.

Esto último lo dijo con voz firme, autoritaria, lo que tuvo un claro efecto en Antonio. A pesar de tener a Tahar bajo él, con el pene presto a invadir su boca, deslizó una mano hasta la polla negra que tan familiar le resultaba, la envolvió y comenzó a masturbarla, arrancando gemidos al príncipe.

Tahar no hizo nada con la polla de Antonio, quien, en cambio, gustosamente le dio placer con su mano durante varios minutos.

Antes de llegar al éxtasis, Tahar giró sobre sí mismo con todas sus fuerzas y se libró de Antonio. Con rapidez se situó detrás de él sin darle tiempo a incorporarse y atrapó su torso entre sus musculados muslos.

--Me…, me has engañado –balbuceó Antonio, desesperado.

--Así es –rió Tahar--. Soy más inteligente que tú, después de todo. Y más fuerte, como vas a comprobar.

Apretó sus piernas contra el cuerpo de Antonio, que soltó un aullido de dolor. Cuando el esclavo sintió que sus costillas iban a quebrarse y que estaba cerca de ahogarse, casi sin aliento pidió clemencia y se rindió.

Tahar le soltó.

--Has peleado mejor que nunca, nuestro nivel no es tan diferente como pensaba. Yo… --Aquí Tahar tuvo que interrumpirse, pues la contemplación del cuerpo tendido de Antonio, con el pene aún endurecido, llevó al máximo su excitación y eyaculó de forma involuntaria. Una lluvia de semen cayó sobre el rostro y el pecho de Antonio.

El príncipe se tumbó sobre Antonio y le besó los labios, pringados de su propio semen.

--Tú y yo deberíamos conocernos mejor…

Nunca antes el sexo entre ellos fue más placentero para ambos. Cada uno desempeñó su papel con naturalidad y entrega. El blanco puso empeño en complacer a su amo de ébano, quien, a su vez, dejó claro que podía obrar maravillas con su poderoso cetro sexual.

Aquel día Tahar concedió la libertad a Antonio. Volvieron a luchar en muchas ocasiones, y aunque el blanco jamás superó al negro, sí le hizo mejorar y volverse aún más fuerte, de tal forma que el príncipe nubio alcanzó la gloria y se convirtió en uno de los héroes más admirados del Reino de Kush.