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El largo viernes de la juventud fogosa

en Gays

Para el Diego real, que me ganó una viril apuesta

El balón de fútbol salió rodando de la pista de cemento y, justo cuando iba a precipitarse por el terraplén que había a uno de sus lados, lo detuvo un chico que pasaba por allí estirando la pierna.

El que la había lanzado fuera, que estaba solo en la pista, reclamó el balón. Era un chico de dieciséis años, de estatura media, apariencia atlética y pelo más o menos largo pero bien peinado. Sus facciones eran agradables y poseía un aire de seductor. Se notaba que se preocupaba de su imagen. Iba vestido con una camiseta y unos pantalones de fútbol que dejaban ver sus sobresalientes gemelos y parte de sus igualmente musculados muslos.

El chico que había parado el balón se acercó para dárselo, en vez de lanzarlo directamente, y entonces el otro le reconoció.

--Ah, ¡si eres Diego! ¿Cómo tú por aquí?

--Hola, Jaime --saludó Diego, acercándose más.

Diego tenía la misma edad que Jaime y un físico similar, tal vez un poco más corpulento, y llevaba el pelo negro cortado a lo tazón.  

--Es que volvía del dentista y decidí atravesar el parque --explicó, pasando el balón.

Los dos se conocían del instituto, donde iban a la misma clase. Habían crecido juntos y existía entre ellos cierta rivalidad no resuelta. Jaime era un chico popular y, a juicio de Diego, que solía ser discreto y humilde, demasiado presumido. A veces habían discutido, pero generalmente se llevaban bien.

A Jaime, que estaba sumamente aburrido jugando allí solo en una tarde de viernes, se le ocurrió una idea. Diego ya estaba marchando y le llamó:

--¡Espera un momento! Quédate un rato y jugamos... Todos mis amigos me han fallado hoy y estoy solo.

--Es que no sé... --empezó Diego, inseguro.

--No me vayas a poner excusas, tío --le cortó Jaime, imperativo--. Lo que pasa es que tienes miedo de que te gane.

--Eh, yo soy mejor que tú --repuso Diego, herido en su orgullo.

--¿Nos apostamos algo, Dieguito? --Jaime usó un tono burlón al llamar así a Diego.

--Lo que quieras, pero no me vuelvas a llamar eso... o te enteras.

Jaime sonrió. Solía salirse con la suya. Era muy competitivo y ahora quería comprobar hasta dónde estaba dispuesto a llegar su compañero de clase.

--Mira, el que marque más goles tendrá derecho a que el otro le sobe la polla --propuso, sonriendo pícaramente.

Diego se puso rojo y fue a negarse, pero se lo pensó mejor. La apuesta le daba más emoción al reto y, en el fondo, le apetecía seguirle el juego a Jaime. Dijo que estaba de acuerdo. Por suerte, también llevaba ropa deportiva, por lo que los dos estaban en igualdad de condiciones.

Así pues, comenzaron a jugar. El partido estaba equilibrado: a ambos se les daba bien el fútbol, de modo que ninguno conseguía adelantar al otro. Estuvieron así un buen rato.

Aunque ya estaba anocheciendo, el calor apretaba y el esfuerzo hacía mella, y empezaron a sudar, a pesar de lo cual se estaban implicando cada vez más en el juego. Ninguno quería perder. Hubo alguna entrada agresiva e incluso empujones y tirones.

--¡No me pises! --protestó Diego.

--Déjame en paz, perdedor --contestó Jaime, altivo. Ahora él llevaba una ventaja de dos goles. La hora de juego que habían fijado estaba a punto de expirar.

La verdad es que Jaime estaba más acostumbrado a tirar a portería, y por eso acertaba con más frecuencia de Diego, que, si bien conseguía regatear a Jaime muchas veces, acababa fallando los tiros por mala puntería. Finalmente, la hora acabó y Jaime se proclamó ganador por una diferencia de cuatro goles.

Andando despacio hacia Diego, Jaime se levantó su camiseta para secarse el sudor de la cara, y, después de suspirar, dijo:

--Parece que has perdido, Dieguito.

Esta burla molestó mucho a Diego, que se encaró con Jaime y le propinó un empujón. El otro respondió y pronto ambos rodaron fuera de la pista, enzarzados en una torpe pelea y manchándose de tierra y hierba. Cuando se separaron, los dos jadeantes y sudorosos, se miraron durante largo rato. Tanto roce les había hecho excitarse un poco, era inevitable. Y la tensión acumulada lo hacía todo aún más excitante.

--Te estaba destrozando –comentó Jaime.

--Siempre tan flipado –replicó Diego--. No me has hecho nada.

--Si quieres podemos echar una pelea de lucha libre en serio y así aclarar esto de una vez --soltó Jaime con decisión--. Esa caseta del jardinero de ahí está vacía. Podemos meternos, no nos verá nadie.

Diego dudó. Estaba cansado, pero Jaime también, y si se negaba quedaría como un cobarde. En su forcejeo por el suelo se había visto con fuerzas para dominar a su compañero.

--Vale... ¿Qué reglas?

--Es lucha libre --dijo Jaime, dirigiéndose ya a la caseta--. Pierde el que se rinda.—Acto seguido, añadió--: Y no te olvides de que, en todo caso, me debes una buena sobada en la polla, je, je.

Irritado por haber perdido y para remediar su humillación, Diego pidió que también hubiese apuesta para ese reto.

--Muy bien --aceptó Jaime--. Se me ocurre lo siguiente. El que pierda, será el esclavo del otro durante media hora.

Diego se limitó a asentir con la cabeza. Sólo pensaba en la revancha, en quedar por encima de su orgulloso compañero.

El interior de la caseta estaba algo oscuro. Milagrosamente la luz funcionaba, lo que solucionó ese problema. No había ventanas y podían cerrar la puerta, así que era difícil que alguien les molestara.

Nada más delimitar la zona de pelea Jaime se quitó la camiseta y se descalzó. Diego, más reticente, hizo lo mismo. Ahora estaban frente a frente, sus torsos desnudos y sudorosos, observándose fijamente.

Diego envidió por un momento la buena forma de su adversario, que tenía más definidos que él los abdominales y unos pectorales perfectos. Por su parte, a Jaime le preocupaba el hecho de que Diego era un poco más grande que él. Como le había visto en educación física, sabía que tenía mucha resistencia.

Tenía que tomar la iniciativa y no perderla.

Se adelantó y, sin que Diego pudiera reaccionar, le agarró con fuerza el bulto de la entrepierna, apretando hasta que Diego, ciego de color, cayó al suelo de rodillas. Jaime aprovechó para atraparle con sus piernas y presionar.

--Eso es trampa --gimoteó Diego, muy dolorido e indefenso, aunque resistiendo la poderosa tijera de Jaime.

--Te dije que era lucha libre, vale casi todo. Por cierto, no está mal tu paquete.

La tijera de Jaime hacía presión, sobre todo, en el pecho de Diego, que era fuerte, y por eso no estaba haciendo demasiado efecto.

--Ríndete --exigió Jaime.

--No...

Poco a poco Diego empezó a ponerse rojo, casi no podía respirar porque las piernas de Jaime le estaban aplastando. Pero no se iba a dejar vencer tan fácilmente. Cogió con sus manos las piernas que le aprisionaban y empezó a tirar de ellas para separarlas de su cuerpo. Jaime aguantó todo lo que pudo, pero al cabo comprobó que Diego lo estaba logrando y se lanzó sobre él para que no pudiese levantarse y mantenerse él arriba, en una posición ventajosa. Diego fue capaz de soltarse entonces, echar a Jaime a un lado y ponerse de pie.

Aún le dolía la entrepierna y prefirió dejar que Jaime también se levantara en vez de atacarle.

Tras unos segundos de descanso, se lanzaron el uno sobre el otro. Se estaban empujando, tratando de llevar al otro al suelo. Jaime empezó a retroceder ante la fuerza con que Diego empujaba. Sin embargo, él controlaba mejor los movimientos: logró zafarse antes de caer de rodillas y, poniéndose detrás de Diego, le rodeó el cuello con un brazo, usando el otro para cerrar la llave.

Instintivamente, Diego cogió con las manos el brazo que le ahogaba. Era un brazo hecho de acero, podía sentir todos sus músculos, y no era capaz de librarse de él. Jaime le tenía bien cogido y casi no podía soportar el intenso dolor.

--Eres... Eres muy fuerte --consiguió decir Diego, que estaba a punto de rendirse.

--¿Sí? Vamos a ver si consigo transmitirte un poco de esa fuerza –adelantó Jaime.

Liberó a Diego, que se desplomó mientras aspiraba aire como podía, totalmente sofocado. Rápidamente, el implacable Jaime le agarró de una oreja y le hizo chillar de dolor. Pero aún quería jugar más con él, y le soltó.

--Ahora sí te vas a rendir --anunció Jaime.

Diego estaba a cuatro patas, respirando con dificultad, y no tenía fuerzas para levantarse. Jaime se sentó sobre él y le aplicó de nuevo una tijera, esta vez mucho más enérgica. Diego se retorció de dolor. Apoyó sus manos en los muslos de Jaime, que estaban completamente tensos. Estaba sufriendo la potencia que tanto fútbol había dado a esas piernas.

--La otra vez sólo hice la mitad de fuerza --confesó Jaime--. ¿Qué tal ahora?

Diego luchó y se agitó, pero el dolor era ya irresistible, hasta el punto de creer que Jaime lo iba a partir en dos, y gritó que se rendía varias veces. Cuando Jaime le soltó, rodó por el suelo y quedó boca abajo, tosiendo, abrumado por la humillación.

--Has perdido este reto también, Dieguito.

Era cierto, y además en la pelea le había dominado claramente Jaime. No había tenido oportunidad de ganarle o de hacerle daño. Y tenía que reconocer que su compañero le superaba en forma física, reflejos y técnica. Se dio la vuelta para mirarle.

Al estar en el suelo Diego y Jaime de pie se resaltaba la superioridad del segundo, que, para afirmar aún más su victoria, plantó su pie descalzo en el pecho de Diego. Éste ni siquiera intentó apartarlo. Jaime le había sometido y no iba a resistirse. Mirando a su compañero desde el suelo, con su pie dejando claro quién mandaba, admiró su fuerza y cómo le había superado aquella tarde.

--Me debes varias cosas, ¿no? --dijo Jaime, sonriente y relajado--. Más vale que pagues o si no --flexionó los músculos de sus brazos al máximo para mostrárselos a Diego-- vas a sufrir más.

Diego tragó saliva. Aquellos músculos bien marcados y trabajados eran superiores a los suyos. Su propio cuello había comprobado su poder. Era mejor hacer caso a Jaime. Recordó, un poco turbado, una historia que se contaba en su pueblo sobre un gitano de quince o catorce años que había sometido a un chico del lugar tras una pelea y le había obligado a mamársela. Perder contra un macho más apto tenía un precio.

--Tranquilo, tío, haré lo que me digas...

Jaime se inclinó sobre Diego, le tomó del pelo y le puso de rodillas. Acto seguido, se bajó los pantalones, revelando unos boxers sumamente ajustados que marcaban unos imponentes atributos.

--Creo que tengo un poco más que tú –observó Jaime, y dirigió la cabeza de Diego hacia su bulto para que restregara su cara en él--. Ésta es la sobada de polla.

Cuando se cansó de frotar la cara de Diego contra su paquete, le ordenó que le quitara los boxers. Tenía una impresionante erección.

--También quiero ver la tuya, pero antes... --dijo Jaime, acercando lentamente sus labios al rostro de Diego.

--¿Qué haces?

Sin contestar, Jaime le besó en la boca. Sorprendido, Diego intentó zafarse, pero Jaime le sujetó las muñecas, inmovilizándole, y siguió besándole hasta que, rendido el otro al placer, tuvo vía libre para explorar su boca. Fue un beso largo en el que Jaime conservó en todo momento la iniciativa. Al terminar, Diego tuvo que coger aire.

Jaime volvió rápido a la carga.

--Eres mi esclavo durante media hora. Déjame hacer lo que me apetezca o te pegaré, ¿vale?

--Sí, sí --musitó Diego, que, aún de rodillas, estaba babeando mientras contemplaba el considerablemente grande pene de su compañero.

Jaime acarició su pecho, pellizcándole los pezones y provocándole gemidos. Luego pasó a lamerlos, y de ahí al ombligo de un Diego ya entregado al placer. Su pantalón corto no podía disimular por más tiempo la erección que sufría.

Separándose de él, Jaime le dijo que le enseñara la polla. Diego obedeció, pero sin ponerse de pie.

--Voy a compararlas --dijo Jaime, examinando atentamente ambos miembros--. A mí me mide dieciséis centímetros. ¿A ti?

--Quince centímetros --respondió Diego--. La tuya es más grande.

--No te gano por mucho. De ancha son parecidas... Y de bolas gano yo.

Diego movió la cabeza, dándole la razón. El volumen de las bolas de Jaime era mayor que el de las suyas.

--¿Qué vamos a hacer ahora?

--Hazme una mamada --exigió Jaime, volviendo a agarrarle de la cabeza.

Obedeciendo de inmediato, Diego cogió con una mano la polla de Jaime, la acomodó a su boca y empezó a succionar. Apenas le cabía entera, y varias veces se le salió, dando ocasión a Jaime para golpearle con ella en la frente a modo de castigo.

--Venga, sigue chupando... Joder, lo haces muy bien.

Mientras lamía sin cesar, Diego acariciaba con la mano libre el torso de Jaime, recorriendo sus abdominales. Estaba encantado de buscar su satisfacción. Había perdido contra él y era lo justo. Además, sabía que, si se rebelaba, él podría hacerle daño fácilmente. Cada vez estaba más convencido de su superioridad.

Por su parte, Jaime dirigía los movimientos de la cabeza de Diego agarrándole por el pelo, regulando de esta forma la velocidad con que chupaba. Con su glande ya completamente húmedo, detuvo los movimientos de Diego.

--Cómeme las bolas –ordenó.

El otro lo hizo, aunque su boca no era suficiente para dar cabida a la vez a las dos bolas de Jaime, de notable tamaño. Aun así, se veía a éste bastante complacido, pues Diego cada vez se la chupaba mejor. Saboreaba bien su polla, lamiéndola de la base a la punta, metiéndola de lleno cada poco en su boca... Al cabo de un rato, Jaime estaba jadeando de placer, a punto de perder su control sobre Diego.

--Qué placer...

Para evitar ser dominado desde abajo, apartó a Diego de su polla.

--Eh, espera... --protestó Diego--. Pensaba que probaría tu corrida…

--Tranquilo --dijo Jaime, aún jadeante. Su polla, hinchada y dura como una barra de hierro, estaba más grande que nunca--. Probarás mi corrida, pero no en la boca.

Diego dudó un momento.

--Ponte a cuatro patas, rápido --dijo Jaime--, y no te quejes, esclavo.

Cuando Diego adoptó esa posición, Jaime se fijó en su culo, que encontró magnífico, suculento. Lo palpó viciosamente, jugando con él. Después, acercó su polla al agujero de Diego y, antes de continuar, dijo:

--Te va a doler un poco, lo sabes, ¿no?

--No te preocupes. Quiero perder mi virginidad así, con tu polla dentro de mí.

--Vale, tío, entonces suplícalo.

--¿Eh?

--Suplica que te meta mi polla por ese culo apretado que tienes --aclaró Jaime con un la perversidad brillando en sus ojos y tono autoritario. Estaba ansioso por deslizar su pene por el ano de Diego, aunque también quería humillarle todo lo que fuese posible.

--Por favor, Jaime, quiero que me metas tu polla --empezó Diego, volviendo un poco la cabeza para mirar a su superior--. Quiero que me folles como quieras, que te corras dentro, que me trates como a un perro... Soy tu esclavo.

--Bien, así me gusta.

Tanteando, Jaime acarició los testículos de Diego, menores que los suyos pero también sabrosos.

Ingresó de pronto un dedo en el agujero y lo movió para todos lados, curvándolo. Metió otro dedo y repitió la misma operación unos segundos, y entonces introdujo otro dedo más. Adentro estaba cálido y apretado, ya que Diego se tensaba del dolor.

--¿Va bien? --quiso saber Jaime, obteniendo por respuesta unos gemidos. Pasó en ese momento a besar y lamer el cuello de Diego, y a mordisquear su espalda con deleite.

Por fin, Jaime sacó sus tres dedos. El ano de Diego ya estaba dilatado, preparado para ser sodomizado. Al principio metió lentamente la punta, pero pronto fue más brusco, lo que provocó quejidos en Diego. Jaime, regocijado, dijo:

--Venga, resiste un poco, tío... Sólo acabo de empezar.

Diego asintió, apretando los labios y soportando el dolor que le causaba la polla que se abría paso en su interior. Jaime lo penetró con fuerza y con el glande tocó su próstata. Un gemido diferente se oyó. Jaime sonrió ladinamente y volvió a arremeter. Nuevamente volvió a tocar la próstata. Diego sintió un inmenso gusto.

--Jaime..., Jaime..., ufff... --musitaba entrecortadamente. Sucesivas olas de placer le hicieron arquear la espalda.

Allí, en aquella cochambrosa caseta de jardinero, estaba experimentando el mayor placer de su vida de la mano de su rival del instituto, que con cada nueva embestida conseguía arrancarle gritos de placer cada vez mayores.

--Ya sabía que te gustaría, Dieguito --canturreó Jaime, contento, sin dejar de embestir. Sujetaba a Diego por las caderas para mantener el ritmo frenético de su penetración--. Estoy casi listo para correrme --prosiguió--. ¿Lo quieres dentro, no?

--Sí, sí..., por favor --suplicó Diego. Ahora Jaime le tiraba del pelo, como si fuese un caballo al que estuviese montando.

Con la última penetración Jaime dejó escapar un largo gemido, preludio de su orgasmo. Hasta siete chorros de semen inundaron el culo de Diego, que también se corrió.

--Ya está –murmuró Jaime, exhausto. Gruesas gotas de su semen chorreaban del ano de Diego y bajaban por sus mulos. Esa visión le excitó--. Ponte boca arriba para que pueda verte.

La corrida de Diego, cuatro o cinco chorros, había ido a parar al suelo, pero su punta estaba cubierta de semen aún, y Jaime sintió unos deseos irrefrenables de probarlo.

--No te muevas.

 Se abalanzó sobre Diego, que estaba medio tumbado, y, de rodillas, le hizo una mamada a toda velocidad, impidiendo que la erección de Diego disminuyera. Pronto una descarga de semen llenó su boca, y lo tragó prácticamente todo. Finalmente, no había podido resistirse a los encantos de Diego, que le miraba entre sorprendido y agradado.

--Déjame que te limpie eso --dijo Diego en referencia al semen que resbalaba de la boca de Jaime.

Juntaron sus labios y la lengua de Diego tomó el control, sometiendo con facilidad a la de Jaime, que le dejó hacer. Esta vez fueron las manos de Jaime las que acariciaron el vientre y pectorales de Diego.

El beso duró más de un minuto y, tras separarse, pasaron unos instantes de confusión y embarazo. Estaban completamente desnudos en aquel lugar, empezaba a hacer un poco de frío y la situación les resultaba nueva. Ninguno había tenido antes relaciones con un chico.

Jaime fue a decir algo pero una voz extraña le cortó.

--Eh, ¿qué estáis haciendo vosotros dos?

Sobresaltados, creyeron que habían sido descubiertos por un jardinero o un paseante. Jaime y Diego sólo se tranquilizaron al reconocer --no obstante con asombro-- a un conocido del instituto.

--¡Álex! --exclamó Diego.

--Así es --confirmó el recién llegado--. He venido a cobrar lo que me debes.

Había algo de incomodidad y vergüenza en el ambiente, sobre todo para Jaime y Diego, desnudos y recién salidos de su tórrida experiencia sexual. Álex, más alto y ancho que ellos, con una barba incipiente, aparentaba más edad. Con maneras seguras a pesar de la sorpresa inicial, habló otra vez:

--Diego, la semana pasada perdiste una apuesta contra mí. Quien ganara un pulso al otro, tendría derecho a una mamada, corrida incluida. Gané yo, y desde entonces te has escaqueado… Ahora vas a tener que pagar tu deuda a la fuerza.

--¿Cómo me has encontrado aquí? --preguntó Diego.

--Siempre me ha gustado tenerte controlado, la verdad, así que, hace tiempo y gracias a las nuevas tecnologías, hice unos arreglos en tu móvil, de manera que puedo localizarlo desde el mío a partir de un plano de la ciudad --reveló Álex, mostrando en la pantalla de su móvil un punto rojo sobre el parque en el que se hallaban--. Pensé que hoy era un buen día para que me la comieses y salí a buscarte. No imaginé que fuese a encontrarte de esta guisa y en tan buena compañía.--Esto último lo dijo con algo de ironía, pues Jaime y él no tenían una relación fácil.

Quedaba otra cosa más que aclarar.

--¿Quién es ése? --preguntó Jaime.

Se refería a un chico, claramente de menor de edad que ellos, que permanecía a una distancia de dos o tres pasos de Álex. Éste le hizo una seña para que avanzara.

--Es mi primo Héctor, trece años recién cumplidos. Le había traído para que Diego se la chupase también, para iniciarle en este tipo de cosas a modo de regalo de cumpleaños.

Héctor, tal vez un poco cohibido, se limitó a asentir con la cabeza. Era de tamaño más reducido que los demás, pero aun así bajo su camiseta se intuía un cuerpo bien formado, musculoso para su edad. En general, tenía un aspecto inocente, con el pelo rubio formando una cresta y unos limpios ojos azules. Su rostro, inmaculado y suave, era de un atractivo irresistible.

--Si este chaval ni siquiera se debe de correr --soltó Jaime en tono despectivo, tratando de llamar la atención de Héctor, quien le resultaba sumamente apetitoso.

--Eh, me corro desde los doce años, para que te enteres, marica --dijo, enfadado, Héctor, y sus ojos azules, refulgentes, consiguieron intimidar a Jaime.

--Bien, no perdamos más el tiempo --intervino Álex--. Mi idea era cobrar la apuesta y ya está, pero ya que os veo tan metidos en el tema... ¡Héctor, sujeta al de pelo largo, rápido!

Antes de que Jaime pudiese defenderse, Héctor se le echó encima y le inmovilizó en el suelo. Jaime había gastado muchas energías haciendo el amor con Diego y se encontró completamente indefenso frente al primo de Álex, cuyos músculos, tensos como cuerdas, le retuvieron sin problemas.

Al la vez, Álex se ocupó de Diego, que ni siquiera hizo amago de escapar. Ahora que ya había probado la polla de Jaime no tenía problema en hacer lo mismo con Álex.

--Sácatela --dijo, relamiéndose.

Sabía que a Álex le medía dieciocho centímetros. Una cifra mágica, la medida ideal. Cuando le vio sin pantalones y calzoncillos, no pudo por menos que abrir mucho los ojos, lleno de admiración. Era larga, sí, pero también muy ancha. Hasta Jaime, que era muy orgulloso, echó un vistazo con envidia evidente.

--Venga, a chupar --dijo Álex.

Diego no se hizo de rogar. Introdujo el fabuloso pene en su boca hasta donde le fue posible, iniciando una succión que pronto hizo que Álex suspirara de placer repetidas veces. Diego podía poner en práctica lo aprendido con Jaime hacía un rato.

Mientras Diego satisfacía a su primo, Héctor miraba la escena con ojos ávidos. Debajo de sus pantalones piratas crecía un bulto en su entrepierna. Consciente de esta distracción, Jaime trató de zafarse de su agarre. Héctor se dio cuenta y se lo impidió, aplicándole además un severo correctivo en forma de puñetazo en la espalda. Era un chico deportista, competitivo y espabilado, y Jaime, en su actual estado, no era rival para él.

--Suéltame --gimoteó Jaime, frustrado y dolido en su amor propio, a punto de llorar a causa del golpe recibido. Le molestaba que le ganasen, más aún si era un chico de sólo trece años.

--No, ni de coña... Y si vuelves a resistirte te parto la cara, ¿vale? --le avisó Héctor.

Jaime palideció. Decidió no insistir, no fuera a ser que el chico cumpliera su amenaza.

El disfrute de Álex estaba siendo colosal. Para Diego, empero, darle gusto representaba un desafío importante. Por un lado, a Álex costaba más complacerle que a Jaime: era más exigente y le abofeteaba cuando iba demasiado lento o si dejaba de mirarle a los ojos. Por otro, su polla era tan grande que apenas podía respirar, y tenía que hacer pausas y sacarla de la boca, masturbándola o acariciando con la lengua sólo la punta mientras se recuperaba.

--Para, tío, para --dijo Álex de repente.

Diego le estaba llevando al éxtasis y, en medio de esas sensaciones maravillosas, se le habían ocurrido varias ideas. Al fin y al cabo, estaba seguro de poder imponer su voluntad. Diego le haría caso y, en cuanto a Jaime, con Héctor de su parte no tenía nada que temer. La edad de su primo y su rostro angelical engañaban, ya que era duro de pelar. Siempre había sido un rebelde, y se había metido en muchas peleas. Y generalmente las había ganado. Incluso para él, su primo mayor, le habría puesto en un aprieto tener que pelear contra el chico.

--Héctor, haz que se ponga de pie.

El aludido levantó a Jaime retorciéndole el brazo izquierdo hasta colocarlo en el centro de su espalda. Jaime gritó de dolor.

--Ya tenía ganas de verte así --se regodeó Álex, y dirigió su mirada a la polla de Jaime, que volvía a estar empinada--. ¿Cuál polla es mejor?

Apretó la punta de su polla contra la de Jaime, la cual, no pudiendo resistir el empuje de los dieciocho centímetros, cedió y se hizo a un lado. A continuación, Álex puso su mano en la barbilla de Jaime y le obligó a mirarle de frente.

--Creo que tenemos un vencedor --dijo, feliz--. Mira, harás lo que yo diga, o si no mi primo te va a reventar. ¿Queda claro?

Jaime afirmó con la cabeza, abatido.

--Perfecto --prosiguió Álex--, ahora ve y limpia el culo de Diego. Quiero que le hagas una limpieza con la lengua antes de que meta ahí a mi amiga, más que nada porque supongo que la tuya ya ha estado dentro y a mí me gustan las cosas como nuevas.

A una indicación de Álex, Héctor dejó libre a Jaime. Hubo un instante de duda en que pareció que éste se iba a negar. Finalmente, se agachó. Diego, a cuatro patas, le ofreció su ano abierto. La lengua de Jaime efectuó la limpieza bajo la atenta vigilancia de Álex y Héctor.

El proceso duró unos cinco minutos. Álex dijo que ya era suficiente. Su siguiente instrucción fue que él penetraría a Diego y que, al mismo tiempo, Jaime se situaría de tal modo que Diego pudiese practicarle una felación.

--Es un premio que te doy --dijo Álex--, porque tengo respeto por mis enemigos. Un día, cuando estemos a solas, ya veremos cuál da y cuál recibe.

Se dispusieron como había indicado Álex. El ano de Diego fue brutalmente horadado por los dieciocho centímetros de Álex. Lo tenía dilatado y lubricado, pero nada impidió que tuviese que ahogar chillidos quejumbrosos al principio. De todos modos, se concentró en la ya conocida polla de Jaime y aguantó bien la rudeza de Álex.

Pronto los movimientos de Álex se hicieron más rápidos, más fuertes. Diego supuso que tenía más experiencia que Jaime: esta vez era como si todo su cuerpo estuviese ardiendo, y casi se le saltaban lágrimas de dolor y gozo. Se esmeraba, por supuesto, en chupar el pene de Jaime, que de vez en cuando se inclinaba sobre él para morderle en el cuello o en el hombro.

Álex hizo lo mismo, disputándole el terreno a Jaime.

--No eres más que mi puta, Diego, no lo olvides --masculló Álex, incrementando la potencia de sus vaivenes.

Quince minutos más tarde, Jaime eyaculó en la boca de Diego. Era lo que Álex había estado aguardando.

--¡Yo duro más! --exclamó, incidiendo en su superioridad sobre Jaime.

Extrajo su polla del ano de Diego para cambiar de posición. Él estaba arrodillado y Diego boca arriba, con las piernas sobre sus hombros.

--Lo prefiero así. Es como si fueras una mujer y podré verte la cara cuando me corra.

Dicho esto, volvió a penetrarle. La postura era incómoda y Álex no podía moverse muy bien. Pero cuando se acostumbró las embestidas fueron tremendas. Diego, desparramado en el suelo, con sus piernas abiertas y su agujero convertido en una hoguera, ni siquiera se dio cuenta de su tercera corrida de la tarde, que le llegó hasta el pecho.

--Por favor..., para... Para --imploró Diego poco después. Álex tenía un aguante extraordinario.

--No te oí bien --dijo Álex, fuera de sí, sudando a chorros, los músculos relucientes y marcados por el esfuerzo--. ¿Qué quieres? ¿Más hondo? ¿Más fuerte?

Redobló sus acometidas. Diego, ya muy sensible, se excitó nuevamente, lo que enloqueció a Álex. Adoraba a ese chico. Quería que sintiese toda su plenitud, y, para ello, pellizcó sus pezones. Con una fuerte convulsión, Diego tuvo otro orgasmo. Su semen volvió a esparcirse sobre su abdomen.

También Álex había llegado a su límite y, emitiendo una serie de gemidos irregulares, explotó en el ano de Diego, colmándolo con unos diez chorros. Había tenido el mejor orgasmo de su vida.

Sin separarse de Diego, Álex se acomodó sobre él para poder lamerle el torso.

--Pienso hacerte esto todas las semanas --le susurró maliciosamente. No obstante, le besó en los labios largo rato, con verdadera adoración.

Al finalizar el beso Álex sintió algo a sus espaldas. Héctor, que hasta entonces había contemplado todo en silencio, estaba detrás de él, desnudo.

Los tres adolescentes se quedaron abortos, cautivos de la belleza de aquel cuerpo más joven, desarrollado en su justa medida. Todo en él era perfecto, desde sus piernas firmes y esbeltas hasta su amplio y hercúleo pecho, pasando por sus abdominales perfectamente definidos y sus brazos recios. Ninguno de ellos podía presumir de un físico tan excelente. Y ninguno de ellos podía presumir de unos atributos masculinos igual de hermosos. No era especialmente grande, sólo unos catorce centímetros y medio, pero despertó su lujuria y admiración porque era muy vistosa, magistralmente moldeada por la naturaleza. El hecho de que el incipiente vello púbico de Héctor fuese dorado les excitó aún más si cabe.  

--Héctor..., ¿qué estás haciendo? --acertó a decir Álex sin apartar la vista de la entrepierna de su primo. Hacía mucho tiempo que no le veía empalmado y le asombraba cuánto había crecido.

--Calla la boca --le cortó Héctor secamente--. Ha llegado mi turno...

Héctor cogió con violencia la nuca de su primo y le empujó hacia abajo, y con total decisión le clavó la polla en su culo indefenso, metiéndola entera de un tirón. Álex, incrédulo ante esa intrusión, lanzó un involuntario gemido y se dejó caer hasta que su pecho estuvo contra el de Diego.

--Vale, primo, estás algo estrecho y frío, pero voy a dar el máximo, ¡te lo juro! --gruñó Héctor, los ojos azules oscurecidos de placer, sujetando fuertemente a Álex--. Eh, tú --añadió, dirigiéndose a Jaime--, vete preparando porque eres el siguiente.

Nadie se atrevió a contradecir al pequeño dios. La noche del viernes sólo acababa de empezar y la juventud parecía más eterna y placentera que nunca.