miprimita.com

Pecado y absolución

en Dominación

Tranquila, Princessa.

Se nota que estás un poco asustada. No deberías. Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Tanto que incluso bien podría decirse que yo mismo te di tu nombre ante el Altísimo.

Sabías, al venir a la casa del padre a estas horas, que con tantas personas congregadas en la sala de al lado no tendría más remedio que amordazarte. Podrían descubrirnos y eso no sería bueno para ambos. Siempre has sido demasiado expresiva cuando jugamos a nuestro juego preferido, niña mala. Tan retraída para  tus actos públicos, tan elocuente para tus actos… púbicos.

La soga de cáñamo hace juego con el color de tus ojos. Sé que no paro de decírtelo, quizás me hago pesado y me repito: desnuda y encadenada pareces un ángel cautivo, simplemente estás deliciosa.

Como siempre.

Como nunca.

Además, no debes quejarte… ¡Qué ironía, no podrías hacerlo aunque quisieras! Digo que no deberías quejarte ya que, considerando tu estado, he elegido la más suave de las amarras, la que no dejará rastro sobre tu piel blanquecina, la que tratará con firmeza y dulzura cada sutil pliegue de tu cuerpo. Sé de qué hablo, bien lo sabes. Conozco muy bien a las cuerdas, las conozco íntimamente, casi tanto como a ti. Suelo trenzarlas yo mismo tal y como hice contigo, sin prisas, con mimo, poco a poco, durante las tardes de invierno frente a la candela… mientras te espero.

Al rodear el alma de la soga con las nuevas hebras imagino esa serpiente emergiendo de mis manos, rodeando tu figura, acariciando tu costado, apretando tus tobillos, tensando tu espalda. Sudorosa, ardiente y postrada, enfermizamente mía.

Últimamente tu falta es vagar como alma en pena por el purgatorio. Es demasiado tarde para comenzar de nuevo con una nueva ninfa... me hago viejo, pequeña…

No negaré que antes y después de ti hubo otras doncellas, pero ni por asomo podían siquiera compararse contigo, mi Princessa. Rudas, quejicas y desobedientes. No soportan ni el más leve roce de la fusta…, el silbar del látigo les aterra. Un auténtico infierno en vida ha sido  tu ausencia.

Tú jamás te negaste a nada, ni emergió de tus ojos lágrima alguna. Mis oscuros vicios los hiciste tuyos con tu natural candidez y frescura. Acogiste mis fluidos como si fuesen agua bendita, regalándome los tuyos con devoción y alegría. Vaciarme en ti durante estos años…ciertamente me ha dado la vida.

Ahora, otras escupen asqueadas lo que tú con deleite bebías como si de la más dulce mistela se tratase. Una auténtica pena tanto amor desperdiciado. Tú jamás lo harías.

Te he echado de menos, por qué ocultarlo. No es un reproche, es ley de vida. Lo comprendo, aunque no por eso deja de dolerme. Sabes que, a mi manera, te quiero… Princessa.

Aun despierto, recuerdo ese brillo que aparece en tus ojos al derramar sobre tus pechos una nueva gota de cera. Colgada como una araña aprietas los puños, te retuerces al máximo, clavas tus dientes en la mordaza y esperas… esperas a que tu tormento comience de nuevo. Así te envuelves en el mayor de los orgasmos.

¡Hummm!  Solo con evocarlo me excito. He llegado a turbarme. A veces tan siquiera llego a tocarme. Levito apenas con el primer roce. Alcanzo el éxtasis rememorando nuestros juegos.

Ese efecto has tenido siempre, Princessa. Sabes sacar lo mejor de mí y de mi sexo, sin tan siquiera estar presente. El aroma de la cera me basta.

Pero volviendo a las cuerdas que te subyugan, decirte que tras trenzarlas exploto sobre ellas como si de eso dependiese mi vida. Mi esperma les da un toque final que las culmina, las perfecciona, las canoniza. Es para mí un ritual, una especie de liturgia. Un verdadero bautismo.

Ayer, al saber que venías a verme ya no pude pensar en otra cosa. Estuve preparándolo todo. El potro, las velas, el incienso, la mordaza, el trono con el agujero y, por supuesto... la cuerda.

Tan extasiado me hallaba que inclusive acudí  tarde a mi… llamémosle teatro. Cada vez viene menos gente, cuatro gallinas viejas que pronto llevará la parca y no me lo tuvieron en cuenta. Pura rutina. No me llena nada. Solamente jugar contigo me quita el hastío.

Desde que te marchaste los días son muy largos, pero nada comparable con las noches. Si tuviera por un momento la certeza de que no ibas a volver… me moriría.

Perdona, ya me conoces. Me emociono hablando y no estoy en lo que celebro… creo que el cirio trasero es demasiado pequeño. Voy a ponerte el más grueso, así estarás completamente empalada, como en mis sueños, como en mis recuerdos.

Veo que no has perdido  ni tu agilidad ni tu capacidad para sorprenderme. Nunca antes pude introducir en ti nada tan profundo y tan grande. Pronto podré hundir ambas manos a un tiempo en tu interior como es mi deseo.

Es la primera vez que sé de ti en… ¿Cinco meses? Y apareces para darme la buena noticia que tu incipiente tripita adelantó sin palabras bajo ese vestido ajustado.

Estás en cinta. Te felicito. Mi más sincera enhorabuena.

Espero que sea niña, por supuesto.

Me dices, entre ilusionada y confusa, que es posible que el fruto de tu vientre tenga parte de mi oscura alma. Murmuras, avergonzada, que las fechas concuerdan, aunque confiesas que no estás segura…

¿Segura?

¡Por supuesto que no estás segura! ¿Cómo podrías estarlo? ¿Acaso tengo que apuntarte que no fui el único que degustó tus mieles en aquel tiempo? ¿No recuerdas cuando te vendía? ¿Cuando te subastaba? ¿Cuando te regalaba? ¿Cuántos fueron? ¿Decenas? Tal vez centenas. Por Dios santo ¿Cómo ibas a estar segura de nada? ¡Qué locura!

Puedo afirmar sin temor a equivocarme que cientos de hombres yacieron contigo sin mesura, especialmente en aquellas fechas, cuando supe que iba a perderte. Ya me encargué bien de eso. Aproveché cuanto pude, como presagiando lo que en verdad ha sucedido, que a duras penas volvería a verte.

Sabes que si hay algo que puede proporcionarme mayor excitación que atarte, que humillarte, que azotarte y poseerte es ver como varios desconocidos gozan de ti a un tiempo, sin tabúes ni cortapisas... sin mandamientos.

Hombres de todo tipo, raza y condición que liberaban el demonio que sin duda todos llevamos dentro, profanando tu boca, tu ano, tu sexo. Hombres fuera de sí taladrándote salvajemente, cual incensario humano pendiente del techo, inerme, sumiso, dispuesto. Machos sudorosos entre los cuales emergía como de la nada tu minúsculo y pálido cuerpo.

Probablemente no lo sabes, y es por ello que te lo digo ahora. La mayoría de tus amantes no eran más que simples indigentes que encontraba en los caminos. Tenía que ir a buscarlos lejos para no tener problemas, mejor que no fuesen conocidos. Quitaba dinero del… trabajo, para darles una buena propina y mantenerlos así alejados. Mi jefe todo lo sabe, por supuesto, pero no dijo nada. Hace tiempo que no me habla… y yo a él tampoco, es cierto.

Además, hablando de tu embarazo, si todo eso no es suficiente, te recuerdo un pequeño detalle sin importancia, una nimiedad, una fruslería pero que tal vez tenga algo que ver con tu prominente barriguita y la paternidad de tu prole...

Ahora, mi pequeña Princessa… ahora estás desposada.

Y hablando de eso…te recuerdo que, muy a mi pesar, no habíamos estado juntos desde tu boda. Supongo que tu flamante y amante esposo desconoce por completo dónde pasaste tu última noche de soltera.

Él, con sus amigotes. Tú… conmigo y mis doce apóstoles.

Nos ensañamos contigo, traspasamos los límites y tú… tú disfrutaste como nunca. La cara de felicidad cubierta de esperma lo decía todo. Te brillaban los ojos tras cada corrida. Sedienta de leche, barruntabas que tras la boda difícilmente algo así se repetiría. Gruñías cuando tardábamos en ocupar alguno de tus agujeros y tragabas las vergas a pares como si te fuese la vida en ello.  No te dimos tregua… ni la imploraste. Te dimos todo… y lo aceptaste. Hasta que el gallo cantó tres veces al llegar la aurora.

Si quieres te enseño las fotos. Son estupendas. Como todas las que te he hecho durante estos años. Contigo de protagonista tengo miles, no sabría con cuál quedarme, mi pequeña.

Por supuesto, fiel a la tradición, llegaste tarde a tu boda. Reconozco que por una vez la novia tuvo realmente motivo para su tardanza. No tenías suficiente, parecías como poseída por el mismísimo diablo. Por extraño que parezca tuve que ser yo quien pusiera fin a todo aquel aquelarre, derritiéndome entre tus labios tan profusamente como jamás lo había hecho. Te quedaste con la boca abierta, paladeando, esperando otro líquido, mas un inesperado atisbo de cordura me impidió cumplir tu deseo.

Yo también tenía prisa, por supuesto.

Supongo que ni siquiera te dio tiempo a ducharte, apenas vestirte y recoger tu largo cabello. Al recorrer el pasillo central del templo, prendida de la mano de tu padre, los restos de semen de hombres desconocidos deslizaban por tus muslos mientras sonreías a tus amigos, parientes y convecinos. Irradiabas ese aspecto virginal que tienen las novias y que tanto me excita, a pesar de estar sucia, pero que muy sucia por dentro.

Tenía un lugar privilegiado para observarte, ya lo sabes.

Creí escuchar el chapoteo de tu vulva expulsando el exceso de esencia masculina. Incluso cerré los ojos intentando oler su presencia. Tuve que mirar al techo para no desmayarme, tal era la lujuria de mis pensamientos y recuerdos.

Te imaginé prácticamente tal y como estabas, pero con ligeras y turbulentas variantes. Tu inmaculado y caro traje nupcial hecho jirones, una soga a tu alrededor completando tu atuendo, postrada sobre el altar, entregándote a todos los hombres del templo. En ellos incluyo por supuesto a tu futuro suegro, que no dejaba de mirarte el escote en ningún momento, el muy... cerdo.

Tendrás que entregarte a él antes de ser madre si quieres que te absuelva de tus pecados. Es esta la penitencia que te impongo.

Volviendo a la ceremonia, durante la misma actuaste como si nada. Se te veía feliz, radiante e ilusionada, regalaste a tu prometido la más dulce de tus miradas. Susurros y caricias, juegos de enamorados. Lejos quedaban los gritos y arañazos que apenas unas horas antes nos habías propinado a mí y a mis compañeros. Qué no eras capaz de decir para que te siguiésemos gozando.

Juraste sin vacilar ante Dios y ante tu marido que le honrarías, le amarías y le serías fiel hasta que la muerte os separase. Promesas vanas. De sobra sabías que las romperías en el preciso instante anunciaste de nuevo tu presencia entre estas paredes. Puede más el ardor de tu sexo que tus votos matrimoniales, mi pequeña oveja descarriada.

Confieso me turbé un instante, durante la comunión de la Santa Forma. Recatada y pura, abriste la boca lentamente, con tu mirada perdida en el infinito. Suspiré y no pude evitar pensar que la oblea que sostenía mi temblorosa mano se fundiría con restos de mi esperma que inevitablemente todavía escondía tu boca. Incluso diría que jugaste con ella tal y como haces con el semen, desde la base a la punta de tu lengua, saboreándola con deleite antes de tragarla.

No he dejado de revivir aquella estampa durante tu desesperante ausencia.

Ahora, mi discípula predilecta, es tu vulva la que implora por ti. Tiempo es pues de que ambas expiéis vuestros pecados.

Con este mi Santo Oleo que derramo en tu vientre yo te… absuelvo… en el nombre del Padre,… del Hijo y… y… y del Espíritu Santo.

¡Aaaaméeeeeeen!

Zarrio01 (Para V)