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Noche con el conserje del colegio

en Sexo Oral

-       ¿Parar? Te voy a dar ostias hasta en el carnet de identidad. ¡Puta!

-       Mami, no.

Clara intentaba en vano zafarse de los golpes de su madre. Una vez más Ana no había tenido un buen día y lo pagaba con su hija. Esta entendía lo grave de su situación, no porque estuviese recibiendo una paliza más sino porque para golpearla esta vez su madre no se estaba limitando a utilizar la mano sino que blandía un cinturón de cuero grueso y contundente.

-       Mamá, no me pegues más. Yo lo arreglaré…

-       ¿Arreglar? Tú qué vas a arreglar, niña tonta… - gritaba la mujer fuera de sí - ¿Dónde has estado toda la tarde? Zorreando por ahí en lugar de estudiar...

-       Mami… lo siento…

-       ¿Sentirlo? Ahora sí que lo vas a sentir.

Y continuó descargando su frustración y su síndrome de abstinencia en su única hija.

-       ¿Dónde has estado? ¿Eh? Dime, ¿dónde has estado? Seguro que en el local de tus amiguitos… zanganeando y tonteando con ellos… ¿Me equivoco?

-       ¡Mamá! - gritó la pobre Clara.

-       Vuelves a casa cuando te da la gana. Y ahora me sales con que mañana tienes un examen y que has olvidado el libro en clase...

-       Lo siento - volvió a repetir la chica muy asustada. - Lo arreglaré...

-       ¿Que lo arreglarás? ¿Cómo? ¿Repitiendo curso otra vez?

-       No me pegues más, por favor... voy a buscar... el libro y después estudiaré toda la noche.

-       ¿Ah, sí? ¿Eso vas a hacer? Pues muy bien me parece. Lárgate ahora mismo y no se te ocurra volver sin el dichoso libro.

Tan asustada estaba Clara que se fue de casa sin ni siguiera coger algo de abrigo. No es que fuese una noche especialmente fría pero deambular por las calles con un fino pantalón de chándal y una camisetita de tirantes no era lo más apropiado. Ni se le pasó por la cabeza volver a casa en busca de otras prendas más gruesas dado el pánico que le tenía a su madre. Sin duda prefería coger una pulmonía a tener que enfrentarse a la histérica de Ana y su cinturón de cuero.

La joven no tenía demasiadas esperanzas de poder cumplir su promesa. Se encaminó al instituto con la ilusión de que algún profesor rezagado todavía estuviese allí o que las empleadas de la limpieza no hubiesen concluido su tarea.  Durante el camino pensó que seguramente hubiese sido mejor confesarle a su mamá dónde había pasado la tarde. Había estado buscando y finalmente comprando un regalo apropiado para el inminente cumpleaños de Ana, unos preciosos botines negros de una marca para nada económica.

Pasado un buen rato llegó a la verja del centro de estudios y las lágrimas volvieron a aflorar en los ojitos marrones de Clara. Una vez más en su vida no había tenido suerte. Todo estaba desierto. En su desesperación pensó en saltar la valla, romper una ventana y entrar en el instituto pero pronto se dio cuenta de la inviabilidad de su plan.  Aunque pudiera llevar a cabo los dos primeros pasos de su disparatado plan difícilmente evitaría que la alarma sonase una vez penetrara en edificio.

Desolada, comenzó a rodear el centro sin saber muy bien qué hacer y cómo iba a tomarse su madre la noticia. De repente descubrió luz en una ventana. No provenía exactamente del centro educativo sino de una pequeña casa situada en el extremo más alejado del patio del recreo. La joven tragó saliva. Era la casa del conserje.

Ernesto o el "viejomierda", como le llamaban los alumnos y más de un profesor, vivía allí desde el comienzo de los tiempos. El ayuntamiento había intentado echarle y utilizar la casita como almacén pero el hombre había ganado cuantos pleitos judiciales había interpuesto. Como ya estaba a punto de jubilarse los del Ayuntamiento desistieron de seguir litigando, dejándole vivir allí hasta ese momento.

Contrariamente a lo que pudiera parecer el panorama de Clara no había mejorado en absoluto. En cualquier otra circunstancia hubiese bastado con llamar al timbre y pedirle amablemente al hombre que le abriese las puertas del instituto para recuperar el dichoso libro pero aquel viejo enjuto con los dientes amarillos de tanto fumar y voz áspera era la segunda persona en el mundo a la que más miedo tenía… justo por detrás Ana, su madre.

Siempre estaba atosigando a los alumnos y especialmente a Clara. Le tenía harta: “Clara, no corras. Clara, no grites. Clara, llegas tarde. Clara… , Clara… Clara”. De una forma u otra su nombre siempre estaba en la boca del bedel.

La muchacha permaneció petrificada delante de la puerta. Le temblaban las piernas y manos mientras pulsaba el timbre. En su interior se libraba una batalla de deseos poco nítidos. Por una parte deseaba que el hombre contestase y por otra que ojalá no atendiese a la llamada.

Pronto salió de dudas cuando una voz atronó desde el interior de la vivienda.

-       ¡Ya va! Joder, ¿quién narices es a estas horas? No se puede vivir tranquilo. Putos críos, siempre dando el coñazo…

El buen señor ciertamente tenía motivos para estar enfadado ya que su puerta solía ser el centro de las gamberradas de los chicos del instituto.

-       ¡Qué cojones pasa! – gritó al tiempo que abría la puerta - ¿Tú?

Dijo extrañado al ver a la joven alumna de cabello castaño y cabeza loca. Ni en un millón de años hubiese adivinado la persona que llamaba a su timbre aquella noche.

-       ¿Qué haces aquí?

-       Hola…don  Ernesto…

Una vez recuperado de la sorpresa el hombre sonrió.

-       ¿Don Ernesto? - repitió con sorna -  ¡Venga niña, no me jodas…! ¿Qué cojones quieres?

-       Verá…

-       Olvida los formalismos y escupe… que tengo la morcilla en la sartén… ¿Qué?

-       Bien. Mañana tengo un examen…

-       … de mates, con el puto calvo ese, lo sé. ¿Y?

Clara agachó la cabeza sabiendo el nuevo rapapolvo que iba a caerle.

-       Se me olvidó el libro en clase.

Ernesto suspiró profundamente. No era la primera ni la última vez que se había encontrado en aquella situación. Los chavales jóvenes tenían pajaritos en la cabeza en lugar de sesos. Solía refunfuñar un poco y después les hacía el favor que le habían pedido… o no. La respuesta dependía de su estado de humor aunque solía ser afirmativa sobre todo si las alumnas eran del sexo femenino… y venían solas, como en aquella ocasión.

Desde luego Clara no era santo de su devoción pero sabía de lo que la muchacha era capaz de hacer. Ella se creía a salvo de miradas indiscretas escondida en el rincón del recreo donde les mamaba las pollas a sus compañeros pero no era así. El viejo sintió un ligero cosquilleo en la verga. Si jugaba bien sus cartas pasaría un buen rato con la muchacha.

-       ¿Y quieres que yo te lo de vuelva?

-       Sí, por favor.

Quizás aquella fue la primera vez que Clara utilizó las dos palabras mágicas con el conserje. Solía ser maleducada y arrogante con él, incluso se ganó un apercibimiento escrito por faltarle el respeto el curso anterior.

-       ¡Ni de coña! -  e hizo ademán de cerrar la puerta.

-       ¡Por favor, por favor, por favor…! – no cesaba de suplicar la muchacha.

Todavía le escocían los correazos en el trasero.

-       ¿Y si lo hago…? ¿Qué harías por mí a cambio?

-       ¡Lo que sea! Haré lo que sea, pero por favor devuélveme el libro…

A Ernesto se le iluminó la cara.

-       Espera ahí fuera. Voy a buscar la llave.

-       ¡Gracias, muchas gracias! No sabes cuánto te lo agradezco.

Minutos más tarde, una vez desactivada la alarma, el conserje invitaba a la muchacha a entrar en el edificio principal.

-       Pasa. – Le indicó a la vez que manipulada una linterna.

-       ¿No… no vas a encender las luces?

-       ¿Las luces? ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo?

-       Bueno…

-       Si enchufo las jodidas luces vendrán esos idiotas de la Guardia Civil para ver qué pasa y no me apetece nada– dijo negando con la cabeza – Oye, si no quieres pasar nos vamos y punto…

-       ¡No, no, no! Ya voy…

-       Estupendo – apuntó el bedel pasándole la mano por la espalda a la muchacha cuando esta pasó a su lado.

El gesto no fue casto ni mucho menos ya que la palma no se limitó a acariciar la espalda sino que tanteó el terreno magreando con soltura el trasero. Clara o no se dio cuenta o no le quiso dar mayor importancia. Le habían tocado tantas veces el culo que ya no lo tomaba como algo ofensivo.

Una vez dentro, Ernesto cerró la puerta con llave. Clara se sintió incómoda por ello pero no dijo nada. Tenía miedo de que el hombre se echara atrás en cualquier momento.

-       Ve tú delante, así te ilumino con la linterna.

-       Vale

La clase de Clara estaba en el último piso así que ambos se dirigieron a las escaleras. El haz de luz casi se detenía más en el culo de la muchacha en lugar de alumbrar  el camino hasta que llegaron al piso indicado. Una nueva puerta acristalada les cerró el paso. El hombre se pegó al cuerpo Clara, posando las manos sobre sus hombros.

-       Estás temblando. ¿Tienes frío?

-       No.

-       No me mientas. Tienes el vello de punta… - prosiguió frotándole los brazos arriba y abajo – Yo te daré calor.

-       Estoy bien.

-       Tranquila…

El movimiento ascendente y descendente permitía al hombre acariciar con la yema de los dedos los senos de la muchacha. Lo hacía con tal descaro que poco a poco se fue olvidando de los brazos, centrándose única y exclusivamente en lo que más le interesaba.

Clara intentó zafarse, evidentemente incómoda.

-       Podemos ir a buscar el libro. Tengo prisa, todavía tengo que estudiar mucho…

-       Claro, princesa, claro. Ahora mismo  vamos a por tu jodido libro.

Y no sin antes dar dos contundentes apretones soltó a su presa para abrir la cerradura. Clara procedió a atravesar el dintel ligera, tenía ganas de que aquello terminase pronto. Sin embargo las huesudas manos del hombre no eran capaces de estarse quietas y notó enseguida cómo la abrazaban fuertemente por el vientre directamente sobre su cuerpo, por debajo de la camiseta. De inmediato volvió a escuchar la voz del conserje tan pegada a su oreja que pudo oler su pútrido aliento:

-       No eres tan estrecha en el rincón del patio… donde les mamas la polla a esos imberbes del último curso.

Clara se quedó petrificada al descubrir que el hombre conocía uno de sus secretos más turbadores.

-       ¿Qué pensabas? ¿Que no lo sabía? – continuó el hombre subiendo lentamente las manos por el abdomen de la lolita.

La chica temblaba como una madalena. Si el conserje conocía sus andanzas quizás era posible que también los profesores estuviesen al tanto. Y de los profesores a su madre solo había un paso, una simple llamada de teléfono y su vida se vendría abajo.

-       Yo lo sé todo. Vosotros pensáis que solo soy un viejo gilipollas y es posible que así sea, pero soy un viejo gilipollas que lo sabe todo… todo.

Sus palabras tenían un tono de lo más amenazante. Inclusive recalcó esta última palabra para que a Clara no le quedase ninguna duda acerca de lo que estaba insinuando.

-       ¡Qué pedazo de tetas tienes! – gritó una vez que ya estrujaba los senos de la chica directamente.

-       ¡Por favor... suéltame!

-       Sí, ya lo sé. Tu puñetero libro...

Tras pellizcarle bruscamente los pezones soltó a la chica y procedió a buscar en su manojo de llaves la correspondiente a la cancela en cuestión. Clara cruzó los brazos visiblemente dolorida y como medio de protección frente a un más que probable nuevo ataque.

-       Anda, pasa - apuntó al tiempo que encendía la luz de la clase – . Aquí las persianas están cerradas así que no hay miedo a que vengan esos imbéciles de verde.

Clara obedeció como un corderito. Poco menos que voló hacia la última fila de mesas en busca del libro de matemáticas. Casi ni le prestó atención a lo que el hombre hacía o decía.

-       ¿No sabes que hay una cosa que se llama sostén? O sujetador, como quieras llamarlo. Aunque yo las prefiero así, sueltas y con vida propia no con esos sostenes apretados y con relleno.  Sois unas calientapollas las chicas de ahora, con esos escotes, esas minifaldas y la cara toda pintarrajeada. En lugar de ir al instituto parece que estéis haciendo la calle... - fanfarroneó el hombre al tiempo que volvía a cerrar la cerradura.

-       Ya... ya he encontrado el libro.  Mu... muchas gracias. - dijo Clara con la una educación impropia de ella. - Si no te importa... mi madre me está esperando.

-       ¿Tu madre? ¿Esperándote? Eso no te lo crees ni borracha, niña.  Ana solo piensa en una persona en este mundo. En Ana. ¿Crees que no conozco yo a tu madre? La conozco muy pero que muy bien...

-       ¿Qué... que quieres decir?

-       Pues que de casta le viene al galgo... o a la galga, en este caso.

-       No... no te entiendo.

-       Que de tal palo tal astilla, tonta.

-       No...

-       ¡Que tu madre era tan puta como tú en el instituto, ostia!

-       ¡Eso... eso es mentira! -

A Clara le salió algo de la rebeldía que llevaba dentro. Admitía que su actitud para con los chicos podría tildarse de poco convencional pero se negaba a admitir que su mamá actuase en su día del mismo modo. Amaba a su madre sobre todas las cosas, independientemente de que ese sentimiento no fuese recíproco.

-       ¿Mentira? Mira, niña, me podrás decir de todo menos que yo soy un mentiroso. Me acuerdo perfectamente de ella, de su lunar junto al pezón derecho y de su antojo en la nalga derecha... ¿Quieres más detalles o ya te has convencido?

Clara rompió a llorar impotente por enésima vez aquella tarde. Corrió hacia la puerta, intentando inútilmente abrirla. Estaba encerrada, atrapada a merced del viejo.  

-       Pero ella era mil veces más lista que tú. Se lo montaba mucho mejor. No se dejaba follar por esos perdedores. Volaba alto, mucho más alto…

-       ¿Qué… qué quieres decir con eso? – balbuceó Clara todavía de cara a la puerta.

-       ¿Ves como eres tonta? – Ernesto se volvió a acercar tanto a la muchacha que la aprisionó contra la cancela, susurrándole al oído. – Se cepillaba a los profesores, niña. Uno tras otro acudían a aliviarse como las moscas a la miel… ¡a aquí!

En  un gesto premeditado y perfectamente coordinado, mientras con una mano le arrebataba el libro con la otra navegaba bajo las braguitas de su presa frotándole violentamente el sexo.

-       ¡Ay! – exclamó la joven ninfa intentando estérilmente arrancar la mano de su cuerpo -. ¡Suéltame, joder!

-       ¡Qué modales! ¿Soltarte? Por supuesto.

En efecto el hombre cumplió su promesa, dirigiéndose pausadamente hacia la silla del profesorado, la giró hacia la puerta y se puso cómodo sobre ella.

-       Devuélveme mi libro… por favor...

-       Teníamos un trato.

-       No… no comprendo.

-       Dijiste que harías cualquier cosa por recuperarlo.

Clara tragó saliva antes de proseguir.

-       ¿Qué quieres que haga?

-       Quiero que te quites la ropa.

-       ¿Qué? ¡Ni hablar!

-       Pues no hay libro. Largo de aquí. A la mierda…

-       No, no, no. ¿Esto es una broma o qué?

-       ¿Broma? ¿Ves que me esté riendo, hija de puta? O te quedas como tu madre te trajo al mundo o no hay libro. Es lo que hay, Clarita.

La chica apretó los puños y no lo pensó más. Si algo tenía claro es que no podía volver a casa sin el texto. Su madre la hubiese desollado. De tirón se levantó la camiseta y seguidamente bajó a un tiempo los pantalones del chándal y las bragas sin demasiada gracia.

-       ¿Contento?

-       Sí y no. Tienes unas tetas preciosas y un chochito divino pero eso no basta, tienes que quitártelo todo, zorrita.

-       ¡Joder! – contestó ella impaciente justo antes de empezar a complacer al hombre

-       Tranquila, tranquila. Hazlo despacio, que no hay prisa… je, je, je. Disfruta del momento.

-       ¡Si es que aun querrás que te haga un desfile!

-       Pues no estaría mal, has tenido una gran idea. Venga, que quien algo quiere, algo le cuesta…

Haciendo de tripas corazón ella complació al viejo pervertido. Caminó gentilmente por la clase, girándose y dándole una perspectiva completa de su cuerpo. No era la primera vez posaba de aquel modo delante de hombres maduros.  Llevaba haciéndolo durante mucho tiempo en las fiestas locas que organizaba su madre.

Cuando Clara dio por concluido el pase  recogió la ropa del suelo y exigió lo suyo.

-       ¿Me das el libro de una jodida vez?

-       ¿El libro? ¡Toma, pesada! – espetó el viejo al tiempo que lanzaba el objeto todo lo lejos que pudo.

Clara se apresuró a recogerlo.

-       No sé para qué te esfuerzas. Los dos sabemos que ni en un  millón de años aprobarás el dichoso examen.

-       ¿Y tú qué sabes, cabrón de mierda?

-       ¡No me jodas, niña!  treinta preguntas tipo test en cuarenta minutos… ¿Tú? Ni en sueños…

La chica no dijo nada pero sabía que él tenía razón. Se aferró al puñado de páginas, intentando cubrir sus senos.

-       ¿De verdad no te dijo Ana que aprobó el instituto a base de mamadas? Eso está muy mal. No debería haber secretos entre una madre y una hija. Ya te digo que era tremendamente lista, incluso inteligente diría yo, aunque no le gustaba nada estudiar. Recuerdo perfectamente cómo era cuando entró aquí. En público parecía una mosquita muerta, pero cuando estaba a solas con el profesor de turno… era de todo menos remilgada. ¡Qué arte tenía!  Era capaz de bajar la bragueta a la velocidad del rayo…

El hombre se tomó un descanso mientras Clara asimilaba la información. Estaba bastante desconcertada. Pese a saber lo mucho que le gustaba el sexo a su madre jamás habría podido imaginar que usase su vicio para otra cosa que no fuese saciar su fuego interno.

-       Al principio alguno se le resistía pero casi todos terminaban por ensuciarle la cara de blanco. Era muy buena con la boca y seguramente que lo seguirá siendo. Hay cosas que no se olvidan. Debe ser hereditario porque he podido ver tú también lo eres. ¿Es cierto? ¿Eres buena chupando pollas, princesita?

Una vez más obtuvo la callada por respuesta.

-       "ChupaClara" te llaman… ¿No es eso? Por algo será.

-       ¡Cállate! – gritó ella apretándolos puños.

Conocía de sobra sus múltiples  apelativos, a cual más denigrante. Cada día escuchaba uno nuevo que dejaba en nada al anterior.

-       ¡Que te den, chupapollas!

Y dicho esto, sin levantarse siquiera de su asiento, él se desabrochó la correa, el botón del pantalón y bajando la cremallera liberó su pene con una considerable erección provocada por el grácil contoneo de caderas de Clara.

-       ¡Dios! ¿Pero qué haces?

-       Me muero por comprobar si eres tan buena como dicen.

-       ¡Ni hablar!

Ante la inacción y la cara de asco de su nueva compañera de juegos el conserje dio una nueva vuelta de tuerca a la situación.

-       Venga, no es más que una mamadita. No seas tonta. ¿Qué te cuesta? Seré una tumba. Nadie se enterará.

-       No, no quiero. Por favor, deja que me vaya... va en serio.

-       ¿Irte? ¡Pues claro! ¿Y quién te retiene? Toma, aquí está la llave. Puedes largarte cuando quieras...

El hombre dejó de darse placer por un instante para descolgar de su cuello la pieza cromada.

-       Esta  abre todas las cerraduras. Ven pequeña, ven. Solo tienes que acercarte a por ella.

Ella dudó pero poco a poco se fue acercando cada vez más. Tiritando y no de frío estiró la mano con más miedo que vergüenza. Estaba casi segura de que él aprovecharía para agarrarla y violarla allí mismo, en su clase del instituto, sobre la mesa de los profesores o en el mismo suelo.

Pero no fue así.

Ernesto no hizo ni mención de sujetarla. Le dio la llave sin mayor problema. Clara no era de las que se comían demasiado la cabeza así que rauda y veloz se encaminó a la salida como aquel que ve la luz al final del túnel. Sin embargo se quedó petrificada al escuchar  al  hombre.

-       Enhorabuena, ya tienes lo que querías. Tener el libro  está bien pero... ¿no sería mejor conocer las preguntas del examen? - y comenzó a reírse sibilinamente - Piénsalo un momento. Eso, eso sí que estaría de cojón, las preguntas del examen de mañana.

Esas últimas palabras resonaron en la cabeza de la desconcertada Clara.

-       Sí - contestó ella de manera inconsciente - Eso... eso estaría muy bien. ¿Pero...?

-       Alma cándida... ¿Quién crees que hace las fotocopias a los exámenes?

-       ¡Tú!

-       ¡Premio para "ChupaClara"!  ¡El " viejomierda"… je ,je, je! Obligatoriamente tienen que dármelos con dos días de adelanto por no sé qué historias, así que guardo unas cuantas copias para quien esté dispuesta a pagar su justo precio…

-       No me lo puedo creer.

-       Ya me has oído. A ver si además de tonta eres sorda. Si quieres las preguntas del examen tendrás que hacer lo que me apetezca:  chuparme el pito. Más claro, agua. Por si te sirve de consuelo te diré que no serías la única, te caerías de culos si te contara los nombres de las otras chicas que suelen pasar por mi rabo. Las más listas, las más empollonas, las que necesitan mayor calificación para entrar en alguna jodida carrera de mierda... ¡Uhm! Esas son las que mejor y más adentro se la meten…

El hombre comenzó a frotarse, utilizando únicamente los extremos de sus dedos sobre la punta del glande.

-       Tu madre se bebió unos cuantos litros de mi lefa. ¿Qué crees que hacía cuando el gilipollas de turno se le resistía o simplemente tenía raja en lugar de rabo? Pues hacía una visita a conserjería a tomarse su traguito de leche… y me consta que en la universidad siguió utilizando la misma técnica de estudio.

-       ¡Joder! – la palabrota le salió de lo más profundo de Clara, hasta entonces creía que su madre había sido una buena estudiante, al menos eso era lo que su progenitora no se cansaba de repetirle.

-       Sí, eso también: joder. A veces también me la cepillaba. La cuestión no es qué es lo que hacía tu mamá… sino lo que vas a hacer tú para aprobar y salir de este puñetero sitio con el titulito bajo el brazo.

Clara sopesó la situación. Su desespero le hizo creer que no tenía alternativa. Con desgana se fue acercando al hombre que lentamente acariciaba su falo con una cara de satisfacción inmensa. Para hacer menos traumática la escena imaginó la cara de alegría de Ana al ver el cambio en sus calificaciones. Su autoestima el respeto por sí misma ya se encontraban a la altura del suelo así que se dijo a sí misma que no era para tanto revolcarse un poquito más en el lodo.

-       Una mamada...

-       Eso es...

-       Por las preguntas del examen de mates...

-       En efecto...

-       Nadie se enterará…

-       Nadie. Seré una tumba. Ya te lo he dicho.

-       Solo esta vez...

-       Eso es...

El hombre sonrió todavía más. Había escuchado aquella frase un millón de veces: "solo esta vez..." eran las palabras mágicas. Lo decían la mayoría de las chicas justo antes de caer en sus garras. A partir de allí se iniciaba un viaje de no retorno para las alumnas ya que rara vez cumplían su promesa. A aquella primera vez solía seguirle otra y otra más. Conforme iban entregando su cuerpo disminuía el sentimiento de culpa a la vez que aumentaban las calificaciones.  

-       Cerdo…

-       Puta…

Mientras Ernesto se relamía de gusto, Clara se aproximó lentamente a su destino. De rodillas fijó su mirada en el pene. No estaba nada mal teniendo en cuenta la edad de su propietario. Torcido a un lado y con el vello canoso esperaba desafiante la calidez de su boca. No era la primera vez que se la chupaba a un viejo. Cuando sus amigos iban faltos de dinero, cosa que pasaba casi siempre, utilizaban a la chica como pago del alquiler del local en el que todos perdían las tardes. Respiró profundamente y al hacerlo percibió en su nariz un olor de lo más desagradable.

-       ¿Qué pasa? – dijo él al contemplar el gesto de repugnancia - ¿No te gusta?

-       Eres un puerco.

-       ¿Puerco? No te quejes, que me duché la semana pasada.

-       ¡Dios!

-       Al tema, enciende la aspiradora "ChupaClara"…

Ella tragó saliva y se quitó el cabello de la cara, sabía por experiencia que a la mayoría de los hombres les gusta no perder detalle cuando les hacía la felación. Alargó su mano derecha camino del cipote cuando recibió sobre ella una contundente palmada.

-       Las manos quietas, eso es solo para primerizas. Tú ya sabes hacerlo de sobra así que utiliza solo tu boquita....  recuerda, despacio y bien adentro, tal y como a mí me gusta.

-       Cabrón.

-       Puta.

Ernesto disfrutaba con todos aquellos preliminares con las lotitas casi más que con la propia mamada en sí. Usualmente le daba más placer aquella sensación de poder sobre ellas que el acto sexual. Solían ser torpes con la boca, le hacían daño con los dientes o no salivaban lo suficiente. La mayoría se limitaban a realizar torpes movimientos mecánicos, introduciéndose solamente la punta de su capullo dejando el resto del miembro desatendido. Él se tomaba cumplida venganza eyaculando  inmisericorde dentro de la cavidad, pese a que muchas le suplicaban que no lo hiciese.

Cuando sintió la punta de la nariz de la chica chocando contra su vientre supo que aquella era la excepción que confirma la regla. Clara se había jalado la verga de un solo bocado. La sensación había sido de lo más placentera pero nada comparable con el ardor que le provocó el vacío durante el retroceso.

-       ¡Joder! Hazlo otra vez..

Clara hizo una mueca de desagrado pero volvió a la tarea. No tenía problemas con la polla aunque sí con su olor intenso a orina. Como siempre se abstrajo del mundo imaginando que su amante de turno era Carlos, uno de los chicos que se la cepillaba y en realidad su amor secreto. Así se le hacía más fácil hacer según qué cosas. Circunvaló el prepucio con la lengua varias veces, cosa que volvió loco al conserje.

- ¡Hija de mi vida! ¡Has nacido para esto! Hacía mucho tiempo que no me la comían así... Dios santo...

El hombre comprobaba en sus carnes o mejor dicho en su pito cuánto de ciertas eran las historias sobre la profunda garganta de Clara. La chica tenía una tremenda habilidad con la boca. No solo se trabajaba el rabo sino que de vez en cuando se dedicaba a lamer las pelotas del bedel con saña.  Se metía incluso un testículo y otro alternativamente entre los dientes y jugueteaba con él como si fuese un caramelo.

Así discurrieron los minutos. A ella le parecieron horas, a él segundos.

- ¿Qué pensabas? ¿Que me correría en un instante como hacen esos mocosos? Eres buena, pequeña. Lo estás haciendo muy bien.  Enseguida tendrás tu leche tibia...

Aquellas palabras arengaron a la muchacha que se empleó con más ahínco en su tarea. Quería acabar con aquello cuanto antes. Se odiaba a sí misma. Y no precisamente por lo que estaba haciendo con  su boca sino por lo que le sucedía en el coño. Por mucho que le pesase la situación le excitaba, deseaba tocarse pero por nada del mundo iba a hacerlo. Antes muerta que darle aquella satisfacción al viejo verde. Juntó las rodillas cuanto pudo y comenzó a mecerse lentamente con la esperanza de que sus movimientos pasasen desapercibidos.

- Dirás lo que quieras pero tienes el coño a punto de derretirse. Te encanta comerme la polla...

- Ni... ni hablar... - respondió la lolita dejando de mamar con la respiración entrecortada. - Eres un pervertido...

- Ahora no pares...

 Una mano en la nuca de Clara le hizo saber que el final estaba cerca.

En efecto un par de arremetidas bastaron para que el trozo de carne del viejo conserje comenzase a esputar babas a diestro y siniestro. Pese a ello, la joven no paró de succionar la verga con lo que parte del fluido se trasvasó a su estómago y otra parte, la más copiosa, se desparramó por su cara cayendo sobre su busto y el piso de la clase. No dejó de trabajarse el pito hasta que este cayó rendido y vacío de esencia. Inclusive de motu propio limpió con la lengua los restos de esperma que se mezclaban con el vello púbico de su amante. 

- ¡Joder, ya es suficiente! - dijo él riéndose a carcajada limpia -  Parece que te has quedado con ganas de más, jovencita. Tendremos que dejarlo para otro día, este viejo cuerpo ya no es lo que era...

Clara agachó la cabeza avergonzada de su actitud. Una vez más se había dejado llevar por su calentura. Permaneció así un rato, limpiándose la cara con el antebrazo, con la vista fija en el charquito de esperma que se había formado justo delante de ella.

Ernesto no cabía en sí de gozo. Una vez más se había salido con la suya. También se percató de su esencia derramada y dijo:

-  Si te comes eso... te doy las preguntas del examen sorpresa de inglés de pasado mañana...

Clara estaba aturdida, no podía pensar con nitidez.

-¿Examen sorpresa?

-  Bueno,  ahora ya no...

- ¿De inglés?

- Si fuera de francés tú lo aprobabas seguro...

- ¿Pasado mañana?

- Hazlo... ¿Qué te cuesta? Ya la has probado y los dos sabemos cuánto te gusta.

Ernesto se maldijo a sí mismo por ser tan inútil con las nuevas tecnologías. De haber dispuesto de un teléfono móvil habría podido inmortalizar un momento memorable, el instante en el que la chica más zorra del instituto  lamía su esperma del suelo y en pelota picada a cambio de unas cochinas  preguntas de la prueba de inglés.

- ¡Qué puerca eres, Clarita!

Cuando la chica alzó la cabeza tenía los ojos llenos de lágrimas.  Sin dejar de sollozar  procedió a vestirse lentamente.

- ¿Pero por qué lloras? Si lo hemos pasado estupendamente.

A ella no le quedaban fuerzas para replicar. Casi estaba ya en la puerta de la clase cuando con un hilo de voz masculló:

- Ahora,  ¿me darás las preguntas?

- ¿Las preguntas? ¿Qué preguntas?

- ¡Joder, las de los putos exámenes! - gritó la alumna recobrando nuevos bríos.

- Ah, sí. No te enfades. Ya me acuerdo. Claro, claro. Solo tenemos que pasar  por el despacho de conserjería...

- Pues vamos... - dijo ella utilizando la llave en la cerradura.

- ¡Qué prisas! Lo cierto es que estaba pensando en una cosa...

- ¿Qué? - contestó Clara apretando tan fuerte los puños que incluso se clavó las uñas.

- Pues una tontería. Cosas de viejos. Simplemente pensaba que hay algo todavía mejor que las preguntas del examen.

- ¿Qué... qué cosa? - replicó Clara totalmente desconcertada.

- ¿Pues qué a ser, tontita? ¡Las soluciones! ¿No estaría de puta madre conocer las respuestas? El examen es mañana. Piénsalo...

Clara se quedó petrificada. Sabía que se iba a arrepentir y que seguramente se odiaría todavía más a sí misma después de hacer la pregunta de rigor:

- ¿Qué... qué quieres?

 - Je, je, je...

- ¡Suéltalo hijo de la gran puta!

- ¿Le has comido alguna vez el culo a un hombre de verdad, putita?

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- ¡Hala, hala!  ¡Ya has echado la pota en medio del pasillo! ¿No podrías por lo menos esperarte y vomitar en la puñetera calle. Ahora tendré que limpiarlo todo.  Anda, toma y largo de aquí- dijo el bedel tirando los folios al suelo.

Al ver que la chica no reaccionaba Ernesto se apiadó de ella y la ayudó a levantarse. Incluso se sacó del bolsillo un pañuelo sorprendentemente limpio y, llevándola al baño de la planta baja la adecentó todo lo que pudo frente al lavabo. Clara no dejaba de llorar, incluso hipaba convulsivamente negando constantemente con la cabeza. Ni ella podía creerse lo que acababa de hacer.

- Venga Clara, no llores. Toma un poco de agua. ¿Estás mejor?

- S... sí. Ya... ya estoy bien. No pasa nada... - contestó ella sorbiéndose los mocos.

- ¿En serio?

- Sí.

- Tienes que irte. Toma tu libro y las respuestas. No se las des a nadie más que la jodemos...

- Tran... tranquilo.

- Y de lo que ha pasado...

- No se lo diré a nadie.

- Buena chica. Solo una cosa más. Te aconsejo por nuestro bien que no seas demasiado ambiciosa.

- ¿A qué te refieres?

- A que los profesores no son tan gilipollas como vosotros os creéis. ¿De verdad piensas que no sospecharán nada si de repente una zoquete como tú se vuelve una lumbrera de la noche a la mañana? Piénsalo. Un cinco y medio, como mucho un seis estaría bien...

- Un seis  - repitió Clara asintiendo con la cabeza.

Podría considerarse una nota no muy alta pero desde luego bastante alejada a la media de tres que tenía la chica en aquella difícil asignatura. 

- Eso es - le murmuró Ernesto al oído al tiempo que, colocándose tras ella introducía sus huesudas manos bajo la ropa.

Clara realmente ni sintió el suave masaje en sus tetas, en su mente solo cabía imaginar  la cara de satisfacción de su madre al ver su buena calificación.

Minutos después Clara abandonaba el instituto. Todavía tenía más frio que cuando entró así que aceleró el paso. Al doblar la esquina se topó de bruces con Nuri, su compañera de clase otrora mayor amiga y en la actualidad acérrima enemiga.

- Hola. - acertó a decir.

- Hola - contestó la otra visiblemente alterada justo antes de proseguir su camino.

A Clara le extrañó casi más su aspecto que su presencia en aquel sitio tan alejado de su casa. Calzaba zapatos de tacón, vestía una cortísima minifalda e iba maquillada como para una boda. La chica sonrió para sus adentros. Ahora conocía el secreto de Nuria. Cuando eran amigas su nivel académico siempre había sido bueno pero de un tiempo a esta parte las calificaciones de Nuria habían mejorado de manera considerable.

- " Es que ahora en lugar de perder el tiempo con la imbécil de Clara voy a clases particulares" - no dejaba de pregonar a diestro y siniestro.

- ¡Clases particulares! - dijo Clara en voz alta durante su caminata - ¡Menudo morro! ¡Será puta!

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- ¿Me lo estás diciendo en serio?

- Sí, mamá.

- ¿Un seis? ¿En matemáticas?

- ¡Sí mamá! ¡Un seis...! ¡Y cinco y medio en inglés!

- ¡Madre mía! Enhorabuena mi pequeña. ¿Ves que cuando te esfuerzas obtienes resultados?

- Sí mamá. - Clara estaba exultante al ver a su madre tan eufórica.

- Dame un abrazo, pequeña.

Clara quiso que aquel instante entre los brazos de su madre no terminase jamás.

- Bueno... - continuó Ana separando tiernamente un mechón de la cara de su hija - no son los "nueves" que yo sacaba pero por algo se empieza.

- Claro, mamá.

- Esto hay que celebrarlo. Hoy es sábado. ¿Qué te apetece hacer?  

- Ni idea.

- ¡Ya sé! ¡Organizaremos una fiesta en casa esta noche! ¡Una fiesta romana como la del pasado verano! Con togas y todo eso, ¿te acuerdas? Lo pasaremos muy bien. Llamaré a unos amigos...

Ana se lanzó a por el teléfono sin esperar la respuesta. Ni siquiera se dio cuenta cuando Clara se marchó cabizbaja su habitación.  Sabía perfectamente a lo que se refería su madre con una fiesta romana.

Una orgía, nunca mejor dicho.  

Zarrio01