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Cine y palomitas.Capítulo 2: La historia de Héctor

en Amor filial

El matrimonio de Héctor hacía aguas por todas partes. Su alegre hija Celia era el único consuelo para él y su esposa. El hecho de haberse casado “de penalti” tan jóvenes con Diana les había obligado a ambos a renunciar a sus sueños personales. No se arrepentía. Aquella niña de ojos claros era motivo suficiente como para sacrificarlo todo.

Aburrido del tedio matrimonial, había buscado compañía en multitud de mujeres de diversa condición. Compañeras de trabajo, clientas, mujeres de amigos… incluso las jóvenes niñeras de su hija se habían abierto de piernas varias veces a lo largo de sus años de vida marital. Era un hombre atractivo y apuesto, tenía buena percha y don de gentes.

Su mujer, Diana había entrado hacía algún tiempo en un estado de depresión enfermiza del que había logrado salir con ayuda de un profesional de prestigio. Tampoco ayudó demasiado a su relación el que ella le sorprendiese sodomizando a la hija universitaria de los vecinos mientras Celia dormía plácidamente en la habitación de al lado. Diana tampoco era una santa. Él sabía que había tenido varios amantes. Su relación estaba muerta, incluso tenían preparados los papeles del divorcio de mutuo acuerdo.

Si el matrimonio seguía unido sin duda se debía a su única hija. Celia, desde que había empezado a desarrollarse, lo estaba pasando fatal. Aquella niña alegre y dicharachera, al alcanzar la pubertad, se había convertido en un ser acomplejado y huraño. Era desesperadamente difícil hacerle ver que era un hermoso cisne cuando ella se creía un patito feo. Hasta sus calificaciones se habían resentido y todo por aquel par de benditos senos que habían brotado en su pecho juvenil casi de repente.

Diana sugirió llevarla al mismo terapeuta que la asistió durante su periodo de depresión. Se trataba de un galeno competente y su tratamiento había resultado efectivo con la madre. Al  principio Héctor rechazó  la existencia de problema alguno. Luego comprendió lo inútil de negar la evidencia. Fue una suerte para todos confiar a su pequeña al mencionado sujeto. Tenía que reconocer que el tratamiento del doctor Méndez era muy efectivo. No sin esfuerzo y paciencia, parecía que Celia se iba recuperando poco a poco. 

Pero lo que de verdad había salvado su matrimonio fue sin duda practicar el intercambio de parejas. Tras largas noches de gritos peleas y reproches, Diana había sugerido la posibilidad de dar un giro a sus vidas. Según razonó coherentemente, sería la manera de que ambos disfrutasen de otros cuerpos sin necesidad de engañarse ni buscar excusas baratas. Era lo más civilizado. Además, nada perdían por probar ya que, en realidad, no quedaba nada que conservar de su maltrecha vida en común.

No sin algunos reparos, Héctor accedió. Diana fue la encargada de navegar por  una página web relativa al escabroso tema y concertó una cita un sábado por la noche. La primera experiencia es siempre importante en todo y sus comienzos en el mundo del intercambio de parejas fue inmejorable. Sencillamente fabuloso.

La otra pareja la formaba un joven matrimonio de apenas veinte años. La chica estaba embarazada pero su incipiente tripita le hacía si cabe mucho más deseable a los ojos de Héctor. Era preciosa y nada remilgada. El marido en seguida vio que los músculos del chavalote aquel también habían agradado a Diana. La cena fue muy rápida, había química entre los cuatro y eso se notaba. Tras algunas copas, los futuros papás les llevaron a un apartamento y enseguida comenzó la fiesta. Como Héctor y Diana eran primerizos en el mundo del intercambio, los otros les aconsejaron que las parejas permaneciesen separadas al menos en un primer momento. Después, cuando el ambiente se relajase, sería el momento de juntarse los cuatro en una misma habitación.

Héctor disfrutó de aquella noche con aquella joven como hacía tiempo. Le recordó a los primeros meses de recién casado con Diana. Sexo, sexo y más sexo.

Mientras le chupaba la polla, entre mamada y mamada, la chica le contó que intercambiaban parejas desde hacía años pero que, tras la boda, quería quedarse embarazada de su marido de inmediato así que, muy a su pesar, habían tenido que dejarlo por algún tiempo. El rabo de Héctor iba a ser el primer extraño que penetraba el vientre fecundado de la joven. Eso le excitó más si cabe al macho y dio lo mejor de sí a la entraña de la futura mamá.

Después de un magnífico primer polvo, la joven le cogió de la mano, llevándolo a la habitación contigua. Sobre la cama Diana montaba al musculoso veinteañero frenéticamente. Parecía poseída, como en trance. Héctor jamás la había visto follar con otro. Notó como su pene se ponía en forma de nuevo al contemplar el cuerpo sudoroso de su mujer en brazos de un desconocido. Aquel animal le estrujaba los senos con tal fuerza que parecía querer arrancárselos y a Diana parecía encantarle tanta falta de delicadeza. La barriguitas, al percatarse de la erección de Héctor, se puso a mamarlo como una posesa; su culo le pedía guerra y él estaba dispuesto a dársela.

Después de aquel primer encuentro, su matrimonio sufrió un giro radical. Varias veces al mes frecuentaban locales de intercambio. El ambiente era muy selecto y elegante. Formaban un matrimonio muy atractivo y por ello nunca les faltó otra pareja con la que compartir experiencias.

No tenían por costumbre repetir con los mismos amantes hasta que se tropezaron con una extraña pareja.  El tío llamado Andrés era algo mayor, unos cincuenta años o así, pero su personalidad era arrolladora. Un líder nato al que seguía el resto de la manada. Su tercera mujer, un bombón pelirrojo un montón de años más joven que él, se destapó como una máquina sexual perfecta. Tremenda en todos los aspectos.

Odile, que así se llamaba la impresionante hembra, se lo montaba tanto con Héctor como con Diana sin tapujos, mientras el más veterano solía sentarse a mirar. Sólo cuando los otros tres estaban saciados desenfundaba su enorme aparato y cabalgaba a Diana  o  a su mujer durante bastante rato. Se corría siempre en la boca de su pelirroja esposa mientras le lanzaba comentaros soeces. Se trataba de una especie de ritual al que la hembra accedía muy gustosa y se relamía muy sonriente después de tragarse la lefa.

Una de las veces que concertaron cita, el ritual cambió. ¿Para qué quedar en el bar si podían ir directamente al apartamento de Andrés?  Y así lo hicieron.

El hombre los recibió en bata e hizo que se desnudaran. Cenaron los tres animados y alegres. Les dijo que su esposa llegaría un poco tarde,  que empezarían los tres y luego ella se les uniría. Sonaba un poco raro, pero después de un buen vino y ostras salvajes, tampoco le dieron mucha importancia.

Cuando la cena concluyó pasaron a la biblioteca. En realidad no había ni un solo libro pero los anfitriones llamaban así a una sala contigua. La biblioteca era en realidad un picadero en toda regla. Colchones enormes, juguetes sexuales, pantallas planas mostrando sexo y cosas así. Incluso disponía de una barra de aluminio vertical en la que Diana y Odile solían mostrar sus encantos al ritmo de música sensual. El que no disfrutaba allí era por que no quería.

Los hombres se sentaron en unos sillones charlando alegremente. Diana puso la música y subió al pequeño escenario. Agarrada a la barra, untaba su cuerpo con aceite brillante contoneándose lascivamente a ritmo caribeño. De repente se abrió la puerta y tres enormes sementales se abalanzaron sobre la mujer. Héctor hizo un ademán de levantarse pero el viejo le contuvo.

-       ¡Tranquilo muchacho, disfruta del espectáculo! - le dijo tiernamente – pronto llegará tu turno. No te arrepentirás, hazme caso.

Héctor se sentó de nuevo. Diana lo iba a pasar de miedo. En efecto, en un minuto estaba llena de carne por todos sus agujeros. El aceite lubricaba las entradas y salidas frenéticas de aquellos pétreos aparatos. Los labios que besaban la frente de Celia cada noche antes de su primer sueño estaban siendo traspasados por una enorme y brillante verga. Héctor se sentía incómodo mirando como tres tíos se follaban sin miramientos a la madre de su hija hasta que se abrió otra puerta.

Por ella apareció Odile y, tras ella, de la mano, una jovencita algo mayor que Celia, de pelo castaño y cuerpo bronceado. Divina. No tenía la belleza salvaje de su hija, sus pechos eran mucho menores pero su trasero y piernas se mostraban sencillamente perfectos. Ambas estaban ataviadas con camisones vaporosos y etéreos que en seguida cayeron al suelo para mayor gozo de los presentes.

-       A Odile, mi mujer ya la conoces de sobra. Esta preciosidad es Lucía – la presentó Andrés.

Héctor no se atrevió a preguntar la edad de la muchacha. Sus prejuicios iniciales desaparecieron en cuanto la jovencita se arrodilló, agarró su rabo y se lo introdujo en la boca. El otro matrimonio se limitó a observar las evoluciones de Héctor y su joven amante. La chica sabía lo que hacía y el bueno de Héctor comprobó de primera mano su amplio abanico de habilidades con un pene entre los labios. Un grito desgarrador sonó en la estancia.

-       ¡Toma leche, puta asquerosa…!

El primer semental descargó su munición sobre el rostro de Diana.

Diana…Diana ¿quién era Diana? Héctor lo estaba pasando tan bien, con su polla metida en aquella dulce garganta que se había olvidado de ella completamente.

Cuando la chica se colocó lentamente encima suyo él cerró los ojos. Notó como la pequeña experta agarró su miembro y dirigió la punta de su capullo hacia su rajita. De un golpe seco se llenó de polla. La joven detuvo su respiración hasta que su cuerpo se acostumbró al intruso. Héctor le propinó un sonoro cachete y  comenzó el baile. Cuando el hombre abrió los ojos en dirección a su esposa las miradas de los padres de Celia se encontraron. Sonrieron y se lanzaron un beso al aire. Diana, con tremendos chorretones de lefa recorriendo su cara, todavía estaba siendo sodomizada duramente. Héctor, follando con una joven que bien podría ser su hija, tenía dos dedos perdidos en el culo de la pequeña amazona. Ambos eran felices y se alegraban sinceramente el uno por el otro.

La noche concluyó en el magnífico jacuzzi del apartamento. Diana se acurrucaba en brazos de Odile, de espaldas a esta. La pelirroja besaba tiernamente sus hombros mientras le sobaba las tetas con dulzura. Bajo el agua, con la mano que le quedaba libre, manejaba un consolador que  introducía en las entrañas de Diana rítmicamente, para mayor gloria de esta última.

Como siempre, el viejo llevaba la voz cantante. Ni siquiera cesó en su plática cuando le metió a la pequeña Lucía el rabo por el culo. Al contrario, narró el suceso a los presentes como si de un partido de fútbol se tratase. Héctor se quedó maravillado con la potrilla. Tenía mérito aguantar semejante polla ensartada en el trasero y la alojó en su interior sin perder la sonrisa.

En el camino de regreso a casa Héctor y Diana conversaron acerca de lo ocurrido. Les agradaba compartir las sensaciones que habían experimentado durante sus intercambios sexuales. Esto evitaba celos insanos y malas interpretaciones. Rieron mucho y el viaje se les hizo corto. Eran de nuevo un matrimonio feliz.

-       ¡Uff! ¡Me duele el trasero! ¡Menudos bestias!… - comentó Diana - ¡Vaya con la pequeña Lucía! ¿Te hizo recordar viejos tiempos…, verdad?

Héctor la vio venir, pero le siguió el juego.

-       Hubiese sido una niñera estupenda…

-       Oye cariño, ahora en serio – Diana intentó aguantar una carcajada - ¿te tiraste a todas las niñeras? ¿también a la hija de mi amiga? Joder…vino unas dos o tres veces… ¿cuántos años tendría por entonces…?

-       ¡Los suficientes! – disimuló Héctor bastante torpemente - ¡No…qué va, era muy joven para eso!

-       Pedazo de cabrón – pellizcó ella a su marido en broma - ¡Te la follaste desde el primer día!

-       ¡No…, en serio, realmente ni la toqué!. Y no fue por que ella no lo intentase. La jodida tenía muchas tablas ya. Cuando la llevé en coche a su casa en mitad de camino se me abalanzó sobre la bragueta. Me suplicó que la montase ¿puedes creerlo? ¡Cómo vienen estas chavalas de ahora! Dijo que era la costumbre…que estaba incluido en el precio hacerlo…

-       ¿Y…?

-       La contuve y le dije que se estuviese quieta, que todavía era muy joven…

-       En fin, que te la tiraste la segunda vez ¿no?

-       Ya te digo. A la noche siguiente. Se la metí hasta el fondo en el coche aparcado en la misma puerta de su casa. Menuda guarra está hecha… como su madre – al instante comprendió Héctor que había metido la pata.

-       ¡Si…,si! – replicó Diana con un suspiro - ¡Como la zorra de su madre!

Era perfectamente conocedora de los frecuentes escarceos sexuales entre la que se suponía su mejor amiga y su en teoría fiel esposo.

Aquellos encuentros con terceras personas sin duda salvaron su matrimonio.

Un tiempo después, Héctor se encontró con el viejo en una cafetería. Hablaron de asuntos convencionales pero poco a poco la conversación se tornó más interesante.

-       Oye, no te lo tomes a mal pero… – comentó Andrés – noté que te lo pasaste de miedo con Lucía la otra noche.

-       Pues… sí – contestó a la defensiva Héctor –,  lo pasé bien. Y tú también.

-       Oye, no me malinterpretes. A mí también me gustan las jovencitas. Sólo tienes que ver a Odile. Nos casamos el día que cumplió dieciocho y te aseguro que no la estrené yo la noche de bodas. Verás…, esto que te ofrezco, puede ser interesante. Te aconsejo que lo pienses al menos. En esta vida hay que probarlo todo, aunque sea sólo una vez.

-       ¿Qué me propones? – Héctor se sentía intrigado.

-       Bueno, no sé como explicarlo – mintió, si había alguien capaz de explicar cualquier cosa era él – mejor será que lo pruebes. Confía en mí, Héctor.  ¿Tienes alguna tarde libre?

-       Bueno, no sé. Pasado mañana, supongo.

-       Perfecto, perfecto.... ¿Me puedes dar tu dirección de correo...? Bueno no, mejor no. No es seguro… – escribió algo en una servilleta que entregó a Héctor- Entra en Google y crea esta cuenta con la contraseña que quieras. Mañana por la tarde recibirás mi correo. Sigue las instrucciones y no te arrepentirás. Tranquilo hombre, esta ronda la pago yo. Nos vemos. Saludos a Diana.

Y  tras despedirse atropelladamente, se fue.

Héctor quedó confuso y aturdido. Aquel hombre tenía algo especial. Él era una persona desconfiada por naturaleza pero no sabía por qué se fiaba del tal Andrés. Al fin y al cabo, compartían esposas al menos un par de veces al mes.

Al llegar al gabinete de arquitectura del que era propietario siguió las instrucciones del viejo. Durante la mañana siguiente no dio pié con bola en el trabajo. No dejaba de consultar compulsivamente la bandeja de entrada de su nueva cuenta de correo. A media mañana llegó el ansiado mensaje.

“Hola H.

Mañana a las cuatro. Esquina calle Cifuentes con Pelayo. Furgoneta negra con logotipo de floristería.

Sigue estas instrucciones estrictamente y no te arrepentirás:

Abre la puerta de atrás de la furgoneta.

Entra

Cierra la puerta

Enciende una luz (el interruptor está a la derecha)

Desnúdate (esto no es obligatorio pero hazlo, confía en mí)

Abre el saco.

Disfruta de la mercancía hasta que suene un timbre

Vístete rápido.

Espera a que la mercancía vuelva al saco.

Sal de la furgoneta.

No mires atrás y vete.

Luego me contestas este correo. Si te ha gustado mi regalo te digo cómo hacer para conseguir más… mercancía.

Nos vemos. Andrés”

Al día siguiente, a las cuatro menos cinco Héctor estaba esperando. Había pasado la noche intranquilo, pensando qué debía hacer. Su cabeza le decía que no fuese pero su instinto le indicaba lo contrario. En cuestiones de sexo este último siempre ganaba la batalla en su interior, pero lo que no tenía tan claro es que aquello se tratase de eso, de sexo.

A la hora en punto, tal y como le había comentado Andrés, frente a él estacionó el vehículo indicado. Sin pensar, siguió las instrucciones. Desnudo y nervioso abrió el saco de lona. Lo que había adentro superó todas sus expectativas.

Una sonriente joven en pelotas, de rasgos asiáticos le dijo hola agitando su manita. Estaba estupefacto.

La chica se deslizó sobre el colchón abrió sus piernas y con sus deditos apartó sus labios vaginales. Por tetas tenía un par de pinchitos  que apenas hacían resaltar los pezones en aquel pecho plano. Ni rastro de vello púbico. Él se quedó paralizado, sin saber muy bien qué hacer.

La joven dijo con voz susurrante.

-       ¡Fóllame, papi!

Como en el chupinazo de Pamplona, Héctor se abalanzó sobre la lolita y profanó su cuerpo salvajemente. Durante el coito ella siguió susurrándole al oído.

-       Métemela mas fuerte, papá. Menuda polla que tienes. Me estás destrozando el coño. Me la meterás por el culo, ¿verdad papi?

-       Ahora mismo, Celia.

Volteó a la chiquilla de un golpe. La chinita abrió sus glúteos para facilitar la faena. Taladró su trasero sin piedad. Se comportó como un auténtico animal. Tan obcecado estaba en las sensaciones de su entrepierna que ni siquiera oyó el  estridente timbre que lo expulsaba del paraíso.

-       ¡Córrete ya, cabrón de mierda! ¿No has oído la campana?

Al instante eyaculó en el divino agujerito con fuertes embestidas.

-       ¡Date prisa, gilipollas! – le gritó la asiática, metiéndose en el saco.

Rápidamente Héctor se vistió como pudo y saltó de la camioneta en dirección a ninguna parte. Estaba asustado por lo que había hecho. Su mente no dejaba de dar vueltas. Lo de menos ponerle los cuernos de nuevo a Diana. Ni siquiera le dio importancia a la edad el la putita. Lo realmente grave era lo que había dicho…había llamado a su joven amante… Celia.

De vuelta a su casa, paró en una floristería y compró un bonito ramo de rosas a su mujer.

A los pocos días recibió un correo de  Andrés. Quedaron para almorzar.

- ¿Qué tal lo pasaste el otro día, cabroncete? – le dijo el cincuentón. – la número 37 es tremenda ¿verdad? No te sientas demasiado culpable por su edad, es mayor de lo que parece. Lo que pasa es que apenas tiene pecho y es muy menuda.... ¿a que sí? Menuda putita está hecha. Es una de mis preferidas del catálogo…

-  ¿La 37? ¿Catálogo?... Andrés, ¿de qué cojones me estás hablando?

- Pues está muy claro. De putas. Jóvenes, jóvenes pero putas al fin y al cabo. Auténticas profesionales, te lo digo yo que he catado muchas. Hay algunas tremendas. Se dejan hacer de todo. No te emociones demasiado, no son baratas que digamos. A mil o dos mil euros de tarifa  por veinticinco minutos de trabajo, yo diría que está bien remunerado…

Héctor no podía creer lo que oía. Jóvenes y profesionales del sexo. De no haber roto él mismo aquel culito tierno la otra tarde pensaría que Andrés le estaba vacilando.

-       ¡Mierda!, sin querer ya te he dicho el valor de mi regalo. Está feo. No quiero que me devuelvas el dinero ni nada por el estilo. Te aprecio, era un detalle sin esperar nada a cambio. Lo juro.

-       Pero, ¿cómo f…?

-       ¿Qué cómo funciona? Muy sencillo. Confío en tu discreción, ¿eh? Primero hay que hacerse socio. Son diez mil euros de golpe. Puede parecer mucho pero así son las cosas. Te aseguro que vale la pena. Creo que lo hacen para ahuyentar indeseables o gente con problemas de dinero. En fin, reconozco que es una pasta. – tomó aire y continuó – Ni yo mismo estaba convencido con el tema. Creía que era un timo o algo así. La persona que me lo contó era de confianza y al fin y al cabo diez mil no es dinero para mí…

-       ¡Sí, ya…!- comentó Héctor nada, convencido.

Aquello le olía mal. No era tonto.

-       Oye Héctor, que conste que yo lo hago como amigo que te aprecia. Observé como te lo montabas con Lucía. Disfrutaste como un perro…

-       Por cierto, hablemos de Lucía. ¿También está en el negocio? ¿Es una profesional, no? – dijo el más joven de forma desconsiderada – Seguro que tras su apariencia juvenil tiene al menos diecinueve años…

Andrés le cortó secamente.

-       Te equivocas, Héctor. Lucía no sabe nada de esto. Lo sé de buena tinta por que… – dudó un poco en seguir – por que es mi hija, mi única hija. Y en cuanto a su edad…

Héctor se quedó mudo cuando escuchó la confesión de Andrés. La había cagado. No se podía hablar así delante de un padre de su propio y único retoño. Tras un incómodo silencio, intentó inútilmente de arreglar el desaguisado.

-       Andrés, perdona, yo no lo sabía. Pensaba que intentabas engañarme…

-       ¿Por diez mil cochinos euros? – el viejo parecía enfadado -  ¡Puedes metértelos por el culo! Tú viste nuestro apartamento. Ni siquiera es nuestra casa ¿Crees que un tío que tiene picadero así le importan diez o cien mil cochinos euros? Para que te enteres, yo mismo te voy a hacer el favor de pagarlos, ¡gilipollas desagradecido. ..!

-       No hace falta, de verdad, no es necesario…

-       Tranquilo Héctor, perdona que me altere – Andrés comenzaba a controlarse -. En el fondo es natural que desconfíes. No nos conocemos de nada. Vamos a hacer una cosa. Yo pongo la pasta. Disfruta un par de meses del asunto y después te aseguro que vendrás tú mismo con el doble de dinero para compensar este desaire. Entra en esta web y mete este código. Tranquilo. En él aparecen las descripciones de las muchachas. Como comprenderás no aparece la foto verdadera.  Tampoco las edades que presentan son reales. Hay un truco bastante sencillo. Verás.

Sacó un teléfono móvil última generación, con conexión a Internet y todo lo demás. Al momento, navegaba por la página en cuestión.

-       Ves, por ejemplo. Vamos a ver a tu amiga la 37.

En efecto, en la ficha de la prostituta 37 aparecía una foto de una asiática que no era, ni mucho menos el tierno bollito que se había trajinado hacía casi un mes. Era una mujerona fea y gorda. Nada apetecible, la verdad.

-       Basta con quitarles diez años:  “morena asiática de veintiocho años. Cariñosa y sumisa. Especialista en coito anal natural. Beso negro y lluvia dorada. Te encantará”

A Héctor se le nubló la vista. Había cientos de chicas de todo tipo y condición.

-        Entonces esta…: “167- Morenita mimosa. Juguetona y dócil. Me lo trago todo. Disponibilidad limitada. Sólo martes de 18 a 19 horas…

-       Te gustan jovencitas ¿verdad? – rió Andrés con sorna – tienes el morro fino, muchacho. A esa todavía no le he podido echar el guante. Es de las más caras. Dos mil euros la sesión. Tiene una lista de espera enorme. Es normal, sólo dos sesiones a la semana no dan mucho de sí.  Seguro que los padres creen que está en clase de francés o algo así y en realidad lo que hace es mamar pollas de hijoputas como tú y como yo.

-       Y ellas, ¿qué ganan? ¿por qué lo hacen?

-       ¡Y yo qué se! Ni lo sé ni me importa. Son putas, putas y nada más. Supongo que lo harán por dinero, como todas. O buscarán afecto y encontrarán pollas…

-       ¿Cómo tu hija? – se le escapó a Héctor.

Tras permanecer un rato pensando la respuesta adecuada, Andrés contestó:

-       Mira, yo a Lucía la quiero mucho. A mi manera, es cierto, pero no te puedes ni imaginar cuánto. A ella de doy todo mi afecto – se paró un instante y sonrió – y toda mi polla. Lo reconozco.

Durante un mes Héctor disfrutó de los servicios de jóvenes y complacientes gladiadoras del amor. Podía permitírselo. Sólo debía pagar por lo que consumía. Comprobó de primera mano lo que aquellas zorritas eran capaces de hacer por un puñado de dinero. Tras ese tiempo se rindió a la evidencia. Tenía que reconocerlo, diez mil euros de cuota de entrada era una miseria a lado del inmenso placer que ese dinero podía proporcionar. Le daría a Andrés los veinte mil con muchísimo gusto. Se los había ganado.

Héctor tenía por costumbre llevar a su hija Celia al centro comercial los últimos sábados de cada mes. Acompañada de algunas amigas, su hija adolescente solía ir al cine por la tarde. Ya era lo suficientemente mayor para que no fuese en compañía de sus padres. No había peligro, el grupo lo formaban siempre varias chicas que permanecían juntas todo el tiempo. Él mismo las esperaba a la salida del cine o fuera en la calle. Era una buena chica y cada vez se la veía más feliz. Parecía que estaba superando lentamente su estúpido complejo de tetona.

Uno de esos días decidió estacionar en el aparcamiento subterráneo  y esperar a su hija a la salida de la sala. Tenía pensado sorprenderla e invitarla a ella y a sus amigas a cenar en alguna hamburguesería del centro comercial. Al entrar en el parking la furgoneta de delante le pareció familiar. Blanca, con cristales tintados y una publicidad que no conocía. No podía ser una de las que él frecuentaba. O quizás sí. Su pulso comenzó a acelerarse. Su mente calenturienta comenzó a volar.

La siguió discretamente y aparcó en un lugar donde no podía ser visto, cerca del otro vehículo. Medio agazapado, observó cómo el conductor salió de su puesto y se introdujo en la parte trasera de la furgoneta siguiendo el ritual que a Héctor le resultaba tan familiar.  El vehículo comenzó a vibrar acompasadamente. El cabrón aquel lo estaba pasando de puta madre. No lo había pensado pero suponía que los conductores también disfrutarían de vez en cuando de la valiosa mercancía que transportaban. Sin ser visto, Héctor comenzó a masturbarse imaginando la escena del interior de la furgoneta. Su mente volaba al tiempo que su mano le daba placer. Elucubraba mil y una posturas, mil y una sensaciones, mil y una maneras de obtener el clímax  con la suculenta joven que aquel vehículo escondía con toda probabilidad.

Al poco tiempo, se volvió a abrir la puerta trasera y creyó distinguir el característico saquito blanco en su interior. El cabrón aquel desapareció hacia el centro comercial todavía subiéndose la bragueta. Héctor esperó. Quería ver a la muchacha. Incluso preparó su móvil para hacerle una foto vestida de paisano. La situación era de lo más morbosa para él. Sin embargo, su plan se truncó. Una voz de hombre le sorprendió en plena faena.

-       ¡Eh! Oiga, ¿se puede saber qué está haciendo? Salga del coche, por favor. – Hector distinguió a un guardia de seguridad se acercaba por el parking.

Sintiéndose descubierto, escondió su verga como pudo y  se llevó el móvil a la oreja, disimulando.

-       ¿Qué pasa amigo? – le dijo al guardia, bajando la ventanilla del coche - ¿algún problema?

-       ¡Por favor, baje del coche…!

-       En seguida hombre. Sólo intentaba hablar por teléfono…

-       En el sótano no hay cobertura, tendrá que subir a la zona comercial…

-       Ya veo, ya veo –dijo simulando extrañeza – eso es lo que voy a hacer. Gracias.

Salió del vehículo con una erección más que evidente y todavía azorado, se dirigió a la salida de emergencia, que se cerraba justo en ese momento. Sólo vio un instante a la muchacha de espaldas. Estaba oscuro y no apreció los detalles.

-       Por ahí no, señor. A la zona comercial se accede por el otro lado. Eso es la salida de emergencia del cine.

-       Ya veo. Gracias, amigo.

En la primera planta del centro comercial, Héctor analizó lo sucedido. Habían estado a punto de pillarle masturbándose en el coche. No se podía caer más bajo.

Y de aquella chica, ni rastro. La buscaba entre la gente pero era inútil.

Apenas había podido ver nada de ella. Era encontrar una aguja en un pajar.

Miraba a las adolescentes como si fuesen a llevar en la cara un cartel que pusiera:  “Hola, soy una puta ¿follas conmigo?”. A la puerta del cine, intentó olvidar todo aquello. Celia y sus amigas estaban a punto de salir del cine y no era cuestión de recibirlas en ese estado.

En cuanto su retoño le vio, lejos de enfadarse, corrió a sus brazos alegremente.

-       “Esta Celia es una niña adorable” – pensó –“. Otra a su edad le hubiese molestado que apareciera de improviso, como si la estuviese controlando.”

-       ¡Hola, mi vida! ¿qué tal la peli? – le dijo después de besar su mejilla.

-       Aburrida. Larga y aburrida. Un rollo de chicos. Tiros, golpes y más tiros… - señaló a una gordita amiga suya – a ella son las que más le gustan.

-       Buenas tardes, señor Márquez – le dijeron al unísono la regordeta y la otra chica, una morenita de la que Héctor jamás recordaba el nombre y que mascaba chicle sin descanso.

-       Buenas tardes, preciosas ¿queréis cenar con Celia y conmigo? Os invito.

-       No gracias señor Márquez. Mi mamá nos espera en la cafetería de la entrada. No le gusta que lleguemos tarde. Gracias de todos modos. – replicó la rumiante con una sonrisa.

-       Otro día será – repuso Héctor –. Hasta luego, chicas.

Se despidieron todos con besos y abrazos. Cenarían solos en la hamburguesería. Eso estaba bien. Padre e hija no compartían muchos momentos así. Ambos lo pasaron estupendamente. Reían y conversaban animadamente. Héctor le preguntó a su hija acerca de los chicos y esta le confesó que había uno de un curso mayor que le gustaba un poquito. Héctor fingió entre risas enfadarse. Su pequeña se estaba convirtiendo en toda una mujercita. Era natural que se fijase en chicos mayores. 

Observó a su hija con otros ojos.  Por primera vez la miró como un hombre. Sus recientes experiencias con aquellas prostitutas habían afectado su juicio.

En verdad era hermosa. Su mirada limpia de ojos claros, su pelo rubio y sedoso, sus dientes blancos y alineados, sus labios menudos y sonrosados. Y qué decir del resto de su cuerpo. Un pelín flacucha pero pronto las hormonas solucionarían este defecto. Espigada y esbelta, tenía un culo bonito y unas piernas hermosas. Y sus pechos. Qué decir de sus pechos, sencillamente impresionantes. Vaya par de tetas que tenía su hija. No eran para acomplejarse, eran para hacerles un monumento… se acordó inconscientemente de Lucía y Andrés… y se excitó.

-       ¡Papá! ¡Papi! ¿Se puede saber qué estas pensando? ¿Por qué me miras así? – le dijo Celia. Estaba incómoda. Hasta se encogió para esconder su cuerpo tras el jersey de cuello alto.

-       Perdóname mi vida – intentó reaccionar Héctor – se me ha ido el santo al cielo. Estaba pensando que tu madre nos espera ¿nos vamos?

-       Claro Papi. Lo que tú mandes – la joven volvía a sonreír.

Al llegar a su casa, Celia echó a correr por el jardín llamando a su madre como solía hacer. Héctor la siguió con la mirada hasta que ella desapareció por la puerta principal. La noche había caído pero la luz del porche todavía estaba apagada. El hombre se quedó paralizado. La escena le recordaba a la que había observado por la tarde en el aparcamiento del centro comercial. Las condiciones de penumbra eran similares. Intentó recordar algún detalle pero más bien se trataba de un presentimiento. Un mal presentimiento.

-       No, no es posible. Ella no… - murmuró en voz baja – Celia no…, imposible.

Lo cierto es que cuando entró en su casa Héctor tenía una erección de caballo en su entrepierna y una duda todavía más grande en su cabeza

Aquella misma noche, a las tres de la madrugada, Héctor navegaba por su página web favorita. No sólo se podía consultar las características de cada una de las chicas, también se podía buscar aquella que mas se ajustase a los gustos del cliente.

Introdujo en el formulario

“Edad: …. “

Escribió la de Celia y la pantalla escupió inmediatamente

“Ninguna coincidencia. Todas nuestras modelos son mayores de esa edad.”

-       ¡Joder, parezco tonto!

“Edad:…”

Esta vez añadió diez años la edad de su hija.

Resultado de la búsqueda: 43

-       ¿43? Mierda. Hay cuarenta y tres chicas como mi Celia en esta jodida ciudad  que se prostituyen sin que sus padres se enteren – murmuró ingenuamente alucinado.

“Color de pelo: rubia”

Resultado de la búsqueda: 25

“Color de ojos: azules”

Resultado de la búsqueda: 21

Se quedó pensativo. Necesitaba algo para acotar su búsqueda lo más posible.

Había decenas de preguntas pero sólo podían elegirse cinco.

“Piercing: ombligo”

Resultado de la búsqueda: 3

La última resultó demoledora

“Talla de pecho: 100”

Resultado de la búsqueda: 1 número 281.

Frenético, se introdujo en la ficha electrónica número 281. Todos los datos coincidían. No podía ser. Se convenció cuando al final de la descripción leyó con desconsuelo:

“Disponibilidad : muy limitada. Sólo tardes, el último sábado fin de mes.

Precio: 2000 euros/ sesión.

Descompuesto, leyó detenidamente los servicios que la prostituta ofrecía. No podía ser que su pequeña, su adorada hija hiciese todo aquello. Griego, francés, lésbico, beso negro … y una larga lista de perversiones, alguna de las cuales el pobre Héctor ni tan siquiera conocía de su existencia.  Creyó morirse cuando aterrado concluyó la lectura. Los términos escatología y lluvia dorada jamás se los podría quitar de la cabeza cuando mirase aquellos ojitos azules de su preciosa hija.

Como era de esperar, la lista de espera era bastante larga. Meditó lo que hacer. Lo lógico hubiera sido hablar seriamente con su hija. Intentar que confesase y acabar de un plumazo con semejante aberración. Pero aquello que parecía lo más cabal, tenía un tremendo inconveniente ¿y si no fuese ella? Él mismo se descubriría y podría generarle a la chica un nuevo trauma. Sin tener una idea mejor, se apuntó a la lista de espera. Si no había ninguna renuncia, a finales de septiembre saldría de dudas. Miró el calendario apesadumbrado.

Último sábado de enero.

Antes de apagar el ordenador, una duda abordó su mente.

“Edad: 18“

Ninguna coincidencia.

Progresivamente fue añadiendo años a la búsqueda

- ¡La virgen! – no pudo evitar exclamar cuando aparecieron en  la pantalla los primeros resultados positivos

En efecto. Había a disposición de los clientes cuatro prostitutas verdaderamente jóvenes. Eligió una al azar. Precio sesión: 5000 Disponibilidad:  de 18 a 24 de lunes a viernes y todo el fin de semana. Sólo VIP

Se fue a la cama conmocionado. Diana, al sentirse penetrada, se despertó dulcemente.

Héctor andaba como loco por que el tiempo pasase rápido. Los intercambios de parejas con Odile y Andrés se repetían varias veces al mes. Lucía no volvió a aparecer. También lo hacían con otras parejas. Cuanto más follaban con extraños, mejor les iba en el matrimonio.

Héctor, por su cuenta, también visitaba alguna camioneta esporádicamente. Su vida giraba en torno al sexo. Cuando a finales de cada mes llevaba a Celia al cine, tenía un sentimiento agridulce. Le volvía loco que cualquier pervertido pudiese disfrutar de su cuerpo pero, por otro lado, le interesaba que la lista de espera corriese todo lo rápido posible. Era cuando menos, frustrante.

Intentó espiar la entrada del parking en busca del dichoso vehículo pero le fue inútil. El centro comercial era enorme. Tenía decenas de entradas.  Intentó centrarse en las salidas de emergencia del cine. También inviable. Había cientos, distribuidas en cinco plantas.  Hasta siguió a su hija discretamente al cine. Incluso pensó en entrar a la sala. No se atrevió. En parte porque no habría sabido qué decir en el caso de ser descubierto. Por otro lado, tenía que rendirse a la evidencia. En lo más recóndito de su oscura alma albergaba un deseo. El insano anhelo de que la prostituta 281 fuese… Celia, su única hija.

No podía esperar a septiembre. No lo aguantaría. No sabría disimular su excitación tanto tiempo. Al principio, cuando la pequeña no estaba en casa solía registrar su habitación en busca de indicios.

-       En algún lugar esconderá el dinero - pensaba mientras abría los cajones, desesperado. 

Después esto sólo fue una excusa que se daba a sí mismo. Le gustaba revisar esa diminuta lencería. Incluso veneraba aquellos horribles sujetadores. Eran enormes. Debían serlo para albergar tan exuberantes senos. Rebuscaba en la cesta de ropa sucia en busca de alguna prenda que hubiese cobijado las intimidades de su hija.  Cuando las encontraba solía masturbarse en ellas antes de meterlas en la lavadora. Incluso pedía a sus jóvenes amantes  que se pusiesen la ropa interior que hurtaba de su habitación. Solía llamarlas a todas así… Celia. Cuando hacía el amor con Diana, sólo pensaba en ella. Temía confundirse de nuevo y llamar a su esposa con el nombre de su pequeña. Ni siquiera cuando agarraba a la preciosa Odile de la cabeza para eyacular en su garganta podía dejar de pensar que lo hacía en la boca de su hija.

Héctor observaba en secreto a su Celia. No podía evitarlo. Era superior a su voluntad. Se asustaba de si mismo. Aquello no estaba bien se decía mientras se masturbaba en la puerta del lavabo cuando la joven tomaba aquellos largos baños. Cerraba los ojos y pegaba la oreja a la puerta. Quería escuchar lo que fuese, cualquier signo de actividad sexual.

Algunas veces, creía haber oído gemidos de placer y frases inconexas. Al fin y al cabo no era extraño que una jovencita se masturbase mientras tomaba un baño. Era lo más natural del mundo. Lo que ya no lo era tanto es que su propio padre la espiara mientras lo hacía. Estas mismas palabras se repetía Héctor cada vez que limpiaba su semen del marco de la puerta que le separaba del oscuro objeto de su deseo.

Las vacaciones de Semana Santa dieron a Héctor una divina inspiración.

Sugirió a su esposa un viaje relámpago a Sevilla. Dos días y una sola noche.

-       Encantada de la vida Héctor. El problema es con quién se queda Celia. Tus padres viven lejos y los míos, ya sabes.

Lo sabía perfectamente, hacía tiempo que habían muerto.

-       Celia es lo suficientemente mayor como para quedarse sola. Es una buena chica, jamás hemos tenido problemas con ella.

-       No lo sé, Héctor.

-       Hablemos con ella, ahora tiene bastantes amigas. A lo mejor alguna puede quedarse en casa para hacerle compañía. Sentirse autosuficiente le daría confianza.

-       Eso es cierto.

-       Venga, di que sí.

-       No te prometo nada.

A Celia le entusiasmó la noticia. A los pocos días de comentar la circunstancia con ella la niña vino con la buena noticia de que su amiga Ana, la gordita que la solía acompañar al cine, estaba encantada con la posibilidad de que ambas  estuviesen juntas durante las vacaciones.

Un día antes de la partida, Héctor recibió en su correo electrónico un mensaje del administrador de la web.

“Por un cambio de planes imprevisto las modelos 281 y 235 estarían disponibles los días  doce y trece del mes de abril.

Si lo desea puede disponer de la número 281  por 2000 € el día doce a las 4:30 horas o si lo prefiere disfrutará de la compañía de 235 el día trece a cualquier hora hasta las 15:00 tan sólo por 500€. En cualquier caso, tras la fecha señalada la lista de espera sufrirá cambios que le serán comunicados en tiempo y forma. Un saludo.”

Blanco y en botella. Leche. Estaba claro. 281 y Celia eran la misma persona. Héctor hubiera apostado la vida a que su amiguita Ana era la 235. El perfil 281 lo sabía de memoria, investigó más acerca de Ana, la gordita 235.

“Modelo 235:  Morenita gordita y viciosa. Satisfará tus más oscuros deseos. Especialista en lésbico y felaciones. Sodomízala y disfruta.

Disponibilidad: todas las tardes laborales de 18:00 a 21:30. Últimos sábados de mes: tardes. Consultar.

Lista de espera: ninguna.

Precio: 750€”

Héctor eligió un día y una hora de la semana siguiente. Se follaría primero a la gordita. No es que le atrajese demasiado físicamente, pero le daba morbo montárselo con la mejor amiga de su hija.

El jueves santo, por la mañana  temprano la compañera de Celia y una educada señora que se presentó como su madre llamaron a la puerta de la casa de los Márquez. Celia estaba excitada, al fin y al cabo era la primera vez pasaba un par de días en casa sin el acompañamiento de sus padres.

Héctor la observaba alucinado. Se preguntaba cuantos pervertidos disfrutarían de ella mientras él estaba de viaje. Era una pregunta retórica. Lo sabía perfectamente. Los huecos libres del calendario de la señorita 281 durante esos dos días  se acabaron cinco minutos después de recibir el e-mail.

En menos de treinta y seis horas un montón de cabrones sin alma se follarían de mil maneras a su precioso retoño en una odiosa camioneta por toda la ciudad. Sin contar al conductor o conductores. Y ahí estaba él consintiéndolo, sin ni siquiera oponerse lo mas mínimo, deseando en lo más profundo de su alma que aquella aberración fuese cierta. Deseando que se cepillasen a su hija una jauría de babosos pervertidos. Todo con tal de que la dichosa lista avanzase más deprisa.  Todo con tal de poder disfrutar del maravilloso cuerpo de su Celia lo antes posible.

Tras despedirse con dos besos las chicas se acomodaron en un lujoso todoterreno y emprendieron el viaje.

Héctor intentó no pensar más en su hija y se centró en su esposa. Le aguardaba una sorpresa que ella no esperaba.

-       ¿Pero…  a dónde vas Héctor, la estación del Ave está por allí? – Gritó Diana señalando con el dedo la salida de la autovía.

-       Lo sé mi vida, hay cambio de planes. Te gustará. Te lo prometo.

Tras una hora de viaje, el vehículo en el que viajaba el matrimonio entró en una finca privada junto a un entorno natural magnífico.

-       Esto es precioso. Gracias Héctor. Confieso que Sevilla en Semana Santa no era mi viaje soñado. Pero como a ti te hacía ilusión pues acepté encantada.

-       Eres un sol. Mira quien viene por ahí.

Completamente desnudas Odile y Lucía se les acercaron sonrientes por el jardín. Solamente llevaban unos sombreros para evitar el sol primaveral.

-       ¡Odile!  ¡Lucía! – gritó Diana – no sé por qué me extraño. Héctor eres un picarón. ¡Pervertidillo!

-       ¡Hola Diana! – dicho esto Odile clavó su lengua hasta la garganta de la interpelada.

Héctor dio una palmada en el culo de Lucía.

-       Pequeña, ¿Dónde esta tu p…, digo… Andrés? – Héctor  casi metió la pata.

-       Papá está en la ciudad. - dijo la jovencita sin inmutarse – le ha surgido un asunto muy urgente. Recibió un mensaje diciendo que tenía no se qué reunión imprevista a las once de la mañana. Vendrá a tiempo para almorzar. Me dijo que llevaba esperando mucho tiempo…

-       Espera un momento, ¿papá? ¿qué narices quieres decir con papá? No me digas que Andrés es tu padre -  intervino Diana estupefacta.

La niña y Odile asintieron sin darle la menor importancia.

-       Entonces, ¿haces… haces el amor… con tu propio padre?

-       ¡No… bueno sí! ¿qué más da? – dijo la chica confusa y algo avergonzada – la verdad es que sólo me da por el culo. Boca y culo. Sólo eso. Me ha follado alguna vez el coño pero no suele hacerlo. Papá prefiere la puerta de atrás, ¿verdad Odile?

La mujer afirmó sonriendo. El rostro de Diana mostraba una incredulidad evidente. Parecía que las chicas le estaban vacilando

-       ¿Desde cuándo?

-       ¡Yo qué sé! Mi mami estaba enferma y papi tenía necesidades. Cuando ella murió, ocupé su puesto en la cama de mi padre, hasta que llegó su otra mujer y después Odile. No me importó, de veras. No soy celosa ni ella tampoco... Odile es muy buena conmigo  y como ya sabéis muy buena en la cama. De ella he aprendido muchas cosas. Me come el coño cuando se lo pido. Lo hace muy bien ¿Queréis verlo?

Y sin más se abrió de piernas tumbada en el suelo. Su madrastra le succionó hasta el tuétano. Héctor estaba maravillado con aquella pareja de ninfómanas. Miró alrededor, la finca tenían más invitados pero ninguno pareció extrañarse de la actitud de las chicas.  Una pareja de cincuentones leía el periódico en unas tumbonas.  Junto a ellos los que sin duda serían sus vástagos hablaban animadamente. Todos en esa mansión se encontraban desnudos, excepto  Héctor y Diana.  El mayor de los jóvenes se acercó a ver la escena lésbica.  Miró a Héctor y le dijo señalando su abultado paquete.

-       Buenos días, señor. ¿Puedo chupársela?

-       Perdona… ¿qué has dicho?

-       La polla, el pene…  que si puedo chupárselo…

Héctor estaba escandalizado. No daba crédito a sus oídos.

-       Pues no… claro que no…

-       Vale – dijo el chico que se giró hacia otro hombre que se encontraba  sentado en una mesa tomando un refresco.

Héctor observó cómo el interpelado asentía sonriendo. El chaval se arrodillo, al tiempo que su interlocutor, incorporándose,  enfiló su rabo hasta el esófago puesto a su disposición. Héctor pensó que era increíble que tal escena se estuviese llevando a cabo en plena luz del día, a la vista de todo el mundo, y que nadie se escandalizase por ello.

El mamón mantenía sus manos en la espalda mientras el viejo disfrutaba de su boca. Héctor miró en dirección al padre de la criatura. Este se limitó a observar la escena por encima de las gafas de sol y continuó con su lectura.

-       ¡Vamos a enseñaros vuestra habitación!  Allí podréis desnudaros. Es una lástima que mañana  tengáis que iros. ¡Nosotros estamos aquí todas las vacaciones!

Héctor miró a Lucía que ya impaciente le tendía la mano. Odile, mientras se relamía, hacía lo mismo con Diana. La pequeña miró el equipaje sonriente.

-       No sé por qué  traéis tanta ropa. A penas vais a necesitar nada. – dijo sacando la lengua graciosamente.

Mientras se acercaban a la entrada del edificio principal, Héctor echó un último vistazo a la mesa del pecado. En ella el rubito se habría de culos para que el tipo aquel pudiese perforarlo más fácilmente. Su padre no sólo no se alteraba, sino que se estaba masturbando descaradamente mientras contemplaba la sodomización de su vástago. La mamá también se estaba tocando, aunque eso sí, mucho más discretamente.

Al entrar en la casa a Héctor se le nubló la mirada. Aquello era como un parque temático del sexo y el libertinaje. Mirase donde mirase se veía a personas de los dos sexos disfrutando de los placeres de la carne por doquier. Nadie se ocultaba.  Su polla pedía a gritos ser liberada para poder disfrutar de aquellos cuerpos tan complacientes.

-       Las habitaciones están en la primera planta – dijo Lucía, encaminándose en volandas hacia una escalera - ¡Venga!

Por la barandilla de la misma media docena de ninfas jugaban a deslizarse tal y como sus madres las trajeron a este mundo. Durante la bajada el roce de la madera con su clítoris les proporcionaba dulces sensaciones. Algunas alcanzaban inclusive el orgasmo tras unos pocos descensos. Al final de la barandilla, una especie de pene calibrado hacía las delicias de las lolitas que se lo introducían en sus entrañas, pugnando por ser la que más trozo de consolador soportase su vientre

En un rincón del primer rellano, un hombre le comía el rabito a un jovencito regordete. El color de su cara y su respiración entrecortada hacían presagiar el inminente desenlace.

-       ¡No pares, Papá!  Tu… desayuno… está… listo – y dicho esto descargó su primera leche del día en la boca de su progenitor.

Héctor y Diana cruzaron una mirada culpable al percatarse de cuanto allí sucedía. Aquello no estaba bien. Deberían irse de aquel abominable sitio. Cada uno estaba esperando que el otro tomase la iniciativa pero ninguno lo hizo. Sobre todo cuando ya en la habitación sus anfitrionas les desnudaron tiernamente.

La hija de Andrés se introdujo el pene babeante en su boca y Odile estampó su vagina en la cara de Diana. Héctor, al sentir la maestría con la que la joven trataba su ariete, se acordó furtivamente de Celia. Quizás en aquel momento la situación de su hija sería similar a la de la ardiente Lucía.

Lo cierto es que Héctor no se equivocaba en mucho. En aquel momento la prostituta 281 dentro de un saco saboreaba en su boca los restos de la leche de un sacerdote de paisano. Aquel descarriado invertía las dádivas de sus feligreses en frecuentar aquellos vehículos del demonio. Celia no lo sabía, pero el siguiente cliente sería un barrigudo cincuentón casado en terceras nupcias con una despampanante joven pelirroja, padre de una adolescente viciosa y lasciva.

En la furgoneta aparcada junto a un parque, a una hora de camino, una prostituta esperaba acurrucada a su próximo cliente…

-       ¡Celia! Puta Celia. Sal de tu madriguera. Prepárate zorra asquerosa. Tu culo es mío por veinte minutos. Menudo par de días te esperan. Tus piernas van a estar más separadas que juntas. Estoy orgulloso de ti.

La chica salió rápidamente de su escondite. Estaba eufórica. No esperaba aquella maravillosa visita.

-       ¡Doctor! ¡Doctor Márquez! ¡Qué sorpresa! – no pudo resistirse a besar y abrazar a su terapeuta.

Este enseguida atajó tales muestras de aprecio. Le agarró del pelo y  escupió en su cara.

-       Venga, tetas grandes. No tenemos tiempo para estas gilipolleces. Ponte mirando a Pamplona que te voy a dar lo tuyo, hija de puta.

La chica se apresuró a complacer a su cliente más especial. Su dueño. Su amo. Su vida.

Tras el primer encuentro sexual del día, Héctor y Diana no tenían la menor intención de marcharse de aquel sitio.  Y mucho menos después de que Odile les enseñase el resto del complejo. Era increíble. Lucía no pudo acompañarles.

Al salir de la casa un matrimonio de abueletes le pidió muy amablemente pasar un rato especial con ellos. La chica jamás rechazaba una oferta de sexo independientemente de su origen, aunque el vejestorio aquel estuviese en una silla de ruedas y respirase con la ayuda de una bombona de oxígeno.

-       La Quinta del Fresno es una de las mejores mansiones de Andrés, aunque no la única. – les comentó Odile durante el paseo - La finca completa se extiende por más de dos mil quinientas hectáreas de bosque y prados. Hay un casino, campo de golf de dieciocho hoyos, piscinas cubiertas  y al aire libre, todas climatizadas. Disponemos de campos de fútbol, tenis, padel y todo eso. Hay un magnífico gimnasio y todo tipo de saunas, salas de masajes. Salones de banquetes, bailes y discoteca. De todo lo que podáis imaginar. Hasta un pequeño lago con una playa artificial. Andrés hizo traer toneladas de arena desde la Costa del Sol. Aún es un poco pronto pero en verano se está de vicio tomando mojitos en  la playa hasta el amanecer.

Héctor no podía creerlo.

-       ¿Todo esto es de Andrés? – sus ojos se abrían como platos.

-       ¡Todo!– le contestó Odile divertida - ¡Y más!

Héctor se sintió el hombre más estúpido de la tierra. Aquello valía decenas de millones de euros y él creía que aquel tipo de mirada alegre había querido timarle diez mil. Con razón había rechazado el cincuentón sus veinte mil euros. Una miseria para el bueno de Andrés.

-       Pero ¿y lo que hacéis aquí? – intervino Diana en tono dubitativo.

-       Bueno. Este es un complejo nudista algo especial como habréis comprobado. Con el debido respeto, todo está permitido, incluso el incesto. Aquí no hay caducas normas morales. Son antinaturales. En muchas especies animales los adultos inician a sus propias crías en el mundo del sexo. Los padres copulan con sus vástagos sin ningún  trauma. Somos animales, más o menos racionales, pero animales al fin y al cabo.

Sonrió. Las como poco controvertídas teorías de Andrés ahora eran las suyas. Hablaba tan convencida de lo que decía como lo hace un fanático religioso. Su marido era su líder, su mesías, su dios.

-       Bueno, esto no es una orgía continua. Disponemos de todo tipo de actividades. En cuanto al sexo, hay gente que se limita a mirar y no participa. Aquí no se obliga a nadie a nada que no quiera hacer. El sexo es una actividad de ocio más. El tema es tan sencillo y natural como lo siguiente. Ves alguien que te gusta, te acercas, le pides educadamente lo que quieres hacer. Si al otro le apetece, adelante. Si no es así, no pasa nada. Sigues buscando.

-       Entiendo.…

-       La verdad es que todo el que está aquí sabe a lo que viene. Es bastante sencillo encontrar pareja de juegos. Tu mismo – inquirió a Héctor - ¿podrías rechazarme si te dijese que me gustaría que me la metieses ahora mismo?

-       Pues… - miró a su esposa que observaba divertida como su marido se había metido en un pequeño lío. – lo cierto es que no, no podría hacerlo.

-       Pues venga…fóllame como te apetezca. Estoy como una moto.

La joven se posó sobre la hierba y mostró su depilado coño. Era una máquina del sexo e irradiaba erotismo por los cuatro costados. Cuando se sintió penetrada, tras un primer y temprano orgasmo, le dijo a Diana:

-       Te aconsejo que vayas a buscar algo de tu gusto por ahí. Quedamos en la puerta principal sobre las tres. Andrés vendrá a almorzar a esa hora aproximadamente.

A la hora señalada el doctor Andrés Márquez y su familia aparecieron en el lugar concertado.

-       Id vosotras delante, chicas. Tengo que hablar un momento con Héctor. – comentó el anfitrión.

Ya solos en un impresionante despacho le dijo a su invitado ofreciéndole un martini seco.

-       Bueno, ¿qué te parece?

-       Esto es increíble. Me he sentido como un imbécil. ¡Y yo que pensaba que querías engañarme…!

-       ¡Chorradas! Me refiero a las chavalitas. Te has tirado ya alguna.

-       Bueno… sólo a Lucia. Odile y Lucía…

-       ¡Qué tontito eres! ¡A esas puedes tenerlas cuando te apetezca! Prueba nuevas experiencias. Es lo que he estado haciendo esta mañana. La 281. La de la lista de espera interminable. Un auténtico lujo.

Se tomó un respiro antes de continuar.

-       Parece que sus padres están de viaje. ¡Menudos pringados! La putita se está poniendo al día.  Es una viciosa de cuidado. Rubia, ojos azules y tetas… joder que tetas, tiene una delantera de escándalo. Y sabe como usar su cuerpo, ¡valiente puta! – Andrés no dejaba de sonreír mientras removía la bebida con una aceituna ensartada en un palito de madera - Son los veinticinco minutos más rápidos que he pasado en mi vida. Dos mil euros cuesta pero vale veinte mil. Te lo digo yo que como ves he podido disfrutar de cuerpos tiernos por doquier. Te has apuntado ya, ¿no? Te aconsejo que te des prisa. A ese tipo de lolitas las ascienden pronto a categoría VIP y después cuestan una auténtica fortuna. Es una auténtica zorra.

-       Sí – no podía creer que consintiese que aquel tiparraco hablase así de su Celia. – tengo cita para septiembre…

-       Pues tengo buenas noticias. Con la cantidad de salidos que se la están trajinando hoy y mañana, antes del verano disfrutarás de las mejores tetas que hayas probado jamás.

Héctor no pudo contenerse. La excitación le podía. Necesitaba saber más.

-       ¿Qué… qué le hiciste?

-       Eres muy curioso, muchacho. Pues todo lo que me dio tiempo. No se quejó de nada. Soy un tipo clásico. No me gustan cosas raras y ya no estoy para demasiados trotes. Ya has visto lo que le hago a tu mujer, a la mía o a Lucía. Le rompí el culo hasta casi correrme. Lo que tiene esa chavalita ahí detrás parece una aspiradora. Le metí el rabo entre esas tremendas tetas y sin sacarlas de ahí le introduje el capullo en la boca. Se lo tragó todo sin ningún problema. Una puta, una puta de verdad.  –  Andrés parecía recrearse en el recuerdo de lo sucedido ante la atenta mirada de su interlocutor- he disfrutado como un enano. Cuando la pruebes, sabrás de lo que estoy hablando. Me quedé con las ganas de que me metiese la lengua más tiempo  en el trasero… ¡Dichoso timbre! Lo hubiese destrozado…

Héctor se puso enfermo al imaginar todo aquello. Sobre todo la carita de su niña enterrada en aquel par de nalgas caídas de Andrés. Lo habría matado en aquel mismísimo instante de pura envidia. Qué decir tiene que carecía de arrestos como para cumplir su amenaza.

A punto estaban de salir del despacho cuando Héctor se recuperó un poco e intentando inútilmente olvidarse de lo que su hija estaría haciendo en aquel momento, continuó con su interrogatorio:

-       Oye, Andrés.

-       Dime

-       Categoría VIP… ¿qué cojones es?

-       ¡La curiosidad mató al gato, amigo mío!

-       ¡No me jodas…!

-       Es broma… pero aún estás un poco verde para eso…

-       ¡Que si es por dinero…!

-       No te pongas gallito que a lo mejor te llevas una sorpresa…

-       No… no te entiendo.

-       Las chicas VIP no sólo cuestan una fortuna… además son… especiales…

-       ¡Especiales!

-       Te diré. Se pueden contratar por más tiempo, o por parejas, o hacen y se dejan hacer… cositas…

-       ¡Cositas!

-       ¡Si, tonto! ¡Cositas que no se pueden hacer en esas dichosas furgonetas…! Son muy incómodas.

Héctor estaba muy espeso. Puso cara de no entender nada…..

-       ¡Pareces lerdo! ¿Te imaginas a chavalitas como tu amiguita la 37 chupándole la polla a un caballo ahí dentro? ¿O recibendo latigazos a diestro y siniestro? ¡A que no!

-       ¿En serio? – Héctor no daba crédito a sus oídos a pesar de que la experiencia le decía que con Andrés no había nada imposible.

-       Y luego está lo de las películas de encargo…

-       ¡Películas!

-       ¡Copias únicas! ¡Ni empeñándote hasta las cejas conseguirías una!

-       ¡La ostia!

Con la mano en el pomo de la puerta, Andrés sonrió maquiavélicamente. Consultó el carrillón y meneando la cabeza murmuró.

-       No creo que pase nada porque lleguemos un poco tarde al almuerzo…

Héctor no aguantó ni cinco minutos la visión de tan bizarra película. Pasado ese tiempo suplicó al bueno de Andrés que apagase el monitor. Había tenido suficiente. Jamás la olvidaría. Se le quitó el apetito de un plumazo. Andrés no paraba de reírse de él cuando caminaban de camino al buffet mientras él imaginaba a Celia haciendo todo eso.

Ya sentados en la mesa, la conversación discurría fluida y agradable aunque el padre de Celia estaba como ausente. De repente, Héctor observó que el mismo chico de antes estaba a su lado con un plato entre sus manos.

-       Buenos días, señor. ¿Quiere correrse en mi sopa? ¡Está caliente!

-       ¿Cómo dices, muchacho? – de nuevo semejante ofrecimiento le pillo con el paso cambiado.

-       Que si quiere correrse… eyacular en mi sopa,  por favor. Así se enfría.

-       N…. no…

-       Vale

Un poco contrariado el chaval  se acercó a Andrés

-       ¿Y usted?

-       No hijo, no. Mira, ¿ves aquel señor sentado con aquella jovencita? Si se la chupas un rato se correrá en tu sopita y podrás comértela. ¡Verás que rica!

-       Héctor, va a pensar el pobre que le tienes manía – dijo Odile entre risas.

Con mucho cuidado de no derramar nada, el joven se acercó al mencionado tipo.  Cuando le preguntó con toda la educación del mundo, el salido aquel asintió con una sonrisa. El muchacho se arrodilló de nuevo y su experta boca volvió a entrar en acción. Al poco, un enorme chorro de esperma caía sobre la comida. Volvió a su sitio satisfecho, con la comisura de los labios todavía blanquecinos. Su madre probó un poco del tan nutritiva mezcla. Él degustó su sopa con avidez. No dejó nada en el plato. Hasta lo relamió con la lengua.

- ¡La Cocina del Semen!. Es una lástima que os vayáis tan pronto. El sábado hay unas jornadas gastronómicas sobre eso. – le comentó como si nada Andrés al otro matrimonio

La tarde continuó en el mismo tono y la noche no fue menos movida. A la mañana siguiente Héctor amaneció en la cama de dos preciosas gemelitas de pelo castaño y curvas delicadas. Otros tres machos habían compartido con él aquellos dulces bomboncitos. Ninguno terminó insatisfecho. Había comprobado de primera mano las excelencias del un espectáculo lésbico entre dos jóvenes hembras casi idénticas. No había rastro de Diana. La última vez que la vio era sodomizada en la piscina de burbujas por Andrés, mientras chupaba el insaciable coño de Lucía.

Héctor puso boca abajo a una de las ninfas y taladró su ojete de nuevo. Tan acostumbrada y agotada se encontraba que ni siquiera se despertó. La mañana de Viernes Santo estaba dedicada a un sinfín de juegos eróticos a cual más morboso. A Héctor le gustó especialmente la versión porno del clásico juego de la silla. 

Hombres y mujeres de distintas edades giraban alrededor de un grupo de sillas. Cuando paraba la música, los participantes corrían hacia los asientos. El que quedaba de pié, perdía.  La gracia estaba en que pegados a las sillas enormes consoladores metálicos se erigían desafiantes.  Los concursantes debían introducir tales apéndices en sus traseros si querían sentarse y no resultar eliminados.  Cuantos menos jugadores había, mayor era el tamaño de los penes plateados.

Lucía ganó de calle. Se sentó de un golpe en un grueso falo que perforó sus entrañas como un cuchillo en la mantequilla. La gente la vitoreaba y silbaba. Sin duda era la mejor poniendo el culo. Con su padre como entrenador personal no era nada difícil lograrlo, pensó Héctor mientras aplaudía.

En cuanto el joven de la sopa estuvo eliminado, se acercó a Héctor y sin pedir permiso esta vez comenzó a devorar su miembro. Por fin había logrado su propósito. Héctor se derramó completamente en su boca cuando Lucía se sentó de un golpe en la última silla. Apenas brotó nada de su preciosa y agotada fuente.

En el camino de regreso al hogar, el matrimonio estaba feliz y satisfecho. Recordaban los mejores momentos entre risas y toqueteos. Sin duda debería repetirlo pronto. El hombre preguntó a su media naranja acerca de sus andanzas nocturnas.

-       Me dediqué a introducir bolas chinas en todos los culos que encontré, lo pasé de vicio. Pero lo que más me gustó es cuando vi a Lucía con su manita dentro del coño de su madrastra. A Odile le cabe de todo por ese agujero negro. ¿Sabes? Hasta un cabrón me pidió que abriera la boca para que se mease dentro.

-       ¡No jodas! ¿Y tú que hiciste?

-       ¡Qué iba a hacer! Tú mismo dices que no se estar con la boca cerrada…

-       ¿Y…?

-       Tenemos  que probarlo en cuanto nos sea posible. Con eso te lo digo todo.

-       ¡Ya te vale! ¡Cochina!

Llegaron a casa un poco mas tarde de lo previsto. Caía la noche. Celia les esperaba sentada en el sofá, vestida con un pijama largo, casi de invierno. Tenía aspecto de cansada, aunque extrañamente satisfecha.

-       Hola  - les dijo levantándose lentamente - ¿qué tal por Sevilla? Es una lástima lo que os pasó…

-       ¿Qué? A qué te refieres – contestó su padre inquieto. No sabía de lo que estaba hablando su pequeña.

-       Lo de la lluvia y todo eso. Suspendieron la procesión. ¿No?

-       Sssssi ¿verdad Diana? – miró a su mujer buscando ayuda.

-       Si, pero aún con todo Sevilla en Semana Santa es maravillosa. – intervino su mujer al quite.

-       Bueno papis. Tomo un baño y me voy a dormir. Estoy muy cansada. Mañana os cuento. Besos.

Héctor siguió con la mirada como desaparecía su retoño por la puerta. En su breve caminata no pudo evitar mirarle descaradamente el culo. Las braguitas se marcaban claramente tras la tela floreada.

-       ¿Cuántos hijos de puta lo habrían perforado en los dos últimos días? – pensó abstraído por en contoneo aquel.

Como un zombi espió a su niña de nuevo cuando se metió en el cuarto de baño. Pegó la oreja a la puerta y comenzó a masturbarse. Creyó oír la voz de su hija  que tras la puerta gemía.

-       Enhorabuena asquerosa de mierda.  Esta vez has batido tu propio record. Veinte machos, cuatro hembras… y tres conductores de vehículos. Y aquí estas, en la bañera con el culito ocupado de nuevo. ¡Guarra! Merecerías estar haciendo la calle… como puta que eres… hija de puta.

Héctor alcanzó un nuevo orgasmo pero nuevamente de su castigado cuerpo no salió ni una gota de esencia. Durante el resto de las vacaciones el padre se empeñó en intentar sorprender a su hija en alguna respuesta incoherente, el más nimio atisbo de duda acerca de lo que ella y su amiga habían hecho durante el tiempo que estuvieron separados. La chica contestó sonriente de manera convincente.

Días después, en una camioneta aparcada en ninguna parte, Héctor castigaba un pequeño cuerpo regordete. Temiendo ser reconocido, enculó a la 235 a oscuras. Ni siquiera se atrevió a articular palabra alguna. No hacía falta, bastaba con poner a la hembra en la posición deseada y disfrutar de su cuerpo. Al fin y al cabo, no era mas que una puta. Mientras gozaba, no podía evitar pensar en Celia. El pequeño bebé que correteaba en pañales por su jardín ahora se dedicaba a vender su cuerpo a cualquiera que pudiese pagar sus servicios. No acertaba a comprender la razón que había llevado a lo que más quería en el mundo a actuar de aquella manera. No eran ni mucho menos pobres. Jamás le faltó de nada ni conocía ninguna reivindicación lo suficientemente importante por la cual su hija habría caído tan bajo.

-       Joder, como pille al cabrón que hizo la jodida web le meto una escoba por el culo… - murmuró claramente 235

Espoleado por el comentario poco profesional, el cliente aceleró el ritmo e intensidad de sus envites. La chica había actuado mal. Una puta no tiene derecho a quejarse. Una puta es un trozo de carne. Su hija, su adorada hija, era sólo un trozo de carne al que decenas de hombres trataban como una mierda.

Llegó final de junio. Como Andrés había predicho, la lista de espera de la modelo 281 había dado un vuelco. Su cita se adelantó tres meses.  Había tenido suerte. A partir de aquel mes la modelo 281 pasaba a ser de uso exclusivo de clientes VIP. Cliente VIP, tenía que preguntar a Andrés que le aclarase algo más sobre eso.

La comida del sábado transcurrió más o menos como siempre. Celia estaba demasiado callada. Madre e hija habían discutido durante la semana por alguna tontería. Diana amenazó con castigarla el fin de semana. Héctor intercedió por la pequeña. No podía esperar más. No consentiría que un berrinche le trastornase los planes.

Cuando la adolescente desapareció escaleras arriba, Diana le pidió a Héctor que subiese a buscar algo al piso de arriba.  Esperó en su cuarto que su amor prohibido se encerrase en el baño. Cuando oyó el sonido del grifo, se pegó a la puerta como siempre. El murmullo del agua no le dejaba oír lo que su hija decía al otro lado. Bajó la cremallera compulsivamente. Sabía que debería reservarse para la tarde pero su vicio era superior a su voluntad. Justo en el momento que explotó sobre la puerta, Diana  gritó algo desde la planta baja. Buscando una excusa que justificase su presencia allí, mientras escondía su pene golpeó suavemente la puerta del lavabo.

-       Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde. ¿A qué hora es la película?

Notó que su hija le contestaba.

-       Tranquilo papi. Tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.

-       No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.

Notó como su retoño abría el cerrojo. Héctor no había podido limpiar sus restos que se deslizaban tanto por puerta como por el marco. Se alarmó bastante. Rezó para que ella no se diese cuenta.

Con el pelo alborotado y húmedo, una bonita sonrisa y una minúscula toalla cubriendo su cuerpo apareció Celia. La prenda apenas tapaba sus generosos senos y estaba anudada de manera apresurada de tal modo que podía apreciarse parte de un delicioso pezoncito salpicado de gotitas de agua como si de rocío se tratase. Héctor tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por mirar a Celia a la cara y no a su escote.

-       Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.

Se recreó al ver como la lolita dando saltitos se encerraba en su habitación. En ese momento limpió como pudo el desaguisado. Truco, su pastor alemán olfateaba la puerta que había sido blanco de su orgasmo.

El padre se dirigió por el pasillo hacia la escalera de bajada. Al pasar junto a la habitación de Celia, se percató de que tan sólo estaba entornada. Como un vulgar mirón se excitó al ver a su niña secándose el cabello, con sus pechos al aire. Pronto su polla se deslizaría por aquel extraordinario canal. No pudo evitar un suspiro de deseo. De repente, la pequeña paró el secador. Seguramente le habría oído. Correteó lo mas discretamente que pudo y alcanzó la escalera justo en el momento que la joven abría la puerta.

-       ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad? Ahora no podemos. Tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.

Héctor respiró de nuevo. El jodido perro al que tanto criticaba le había salvado de una buena. Bajó las escaleras y gritó

-       ¡Celia, o bajas en cinco minutos o no hay cine! – Bramó su desde la planta baja.

-       ¡Ya voy, ya voy! Qué prisas.

Pasado un tiempo, los tres miembros de la familia se encontraron en el recibidor de la casa. Héctor miró a su niña. Estaba preciosa aún con aquella horrible camisa.

-       Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita si tú la escondes debajo de eso? – dijo Diana

Absorto, vio como Diana le desabrochó los botones de la prenda a su hija y la tiró al suelo, dejando al descubierto un precioso top. El piercing del ombligo brillaba con el reflejo de las luces pero a él  no podía apartar la mirada de sus enormes senos.

-       ¡Dios bendito, hija mía! Pero qué pretendes. Esto no se lleva así.

-       Pero… mamá. Tú misma me lo compraste. Yo no quería… ¿Recuerdas?

-       Si ya lo sé, alma cándida. Me refiero a que esto.

Héctor se percató de que Diana estiraba el tirante del sostén de la pequeña.

-       Esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con catorce años necesitas sujetador, no sé que pasará cuando tengas hijos.

Héctor observó como Diana quitaba el top a su hija y comenzó a desabrocharle el cierre delantero de la prenda interior.

-       ¡Mamá, que papá está delante!

-       No seas remilgada, hija. Qué es tu padre. Te ha visto desnuda muchas veces…

-       ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!

-       ¿Tetas? Cielo, y yo que tengo, ¿jamones?. Tu padre ha visto muchas tetas en este mundo. Demasiadas diría yo…

-       ¡Diana, no empecemos…! – no quería que su hija sospechase nada de las actividades sexuales de sus padres

-       Solo digo que es un momento.

Héctor notó como Celia miraba al suelo avergonzada. Desvió la mirada, inquieto y turbado, para que su hija no se violentase, pero la fijó en un espejo de la estancia. Pudo deleitarse con el reflejo de la visión de aquel par de deliciosas frutas que pronto comería. La  prenda exterior volvió a su lugar y Diana dijo:

-       ¿Ves? Así está mejor, ¿verdad, Héctor?

Cuando el padre se giró y  Diana compuso las tetas de su hija, se empalmó irremediablemente de nuevo. Los pezones se marcaban claramente tras la tela. Celia apartó las manos de su madre, protestando.

-       ¡Jo, mamá! ¡Déjame en paz! ¡Sabes que las odio!

-       Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….

-       Venga, Celia. Nos vamos. Diana, ya hemos hablado de esto. Todavía es muy pequeña.

Héctor no podía esperar más. La suerte estaba echada. De camino al centro comercial mantuvo con ella una conversación bastante habitual, acerca del su físico y su temprana concepción. Para zanjar la discusión puso su mano sobre la rodilla de la pequeña, dándole unos pequeños toquecitos. La piel estaba suave y fresca. Cuando comenzó a quitar la mano del fruto prohibido, su hija la atrapó evitando, con una sonrisa que se despegase de su cuerpo.

La lolita estrujó inocentemente la mano de Héctor que creyó  morirse cuando aquellos duros pechos rozaron el revés de su mano.

Al llegar al centro comercial acordaron la estrategia para el retorno después del cine. Pudo deleitarse de nuevo con la visión del cuerpo de Celia cuando esta le hablaba a través de la ventanilla. Esta vez no pudo apartar la vista del escote de su niña. Aquel par de melones se bamboleaban a escasos centímetros de su cara. Su erección era tan grande que se le hizo difícil ocultarla a los ojos de su retoño.

Siguió el movimiento del culo de la ninfa hasta que desapareció por la puerta del comercio. Varios hombres miraban con descaro el mismo objetivo. Incluso una mujer se enfadó con su marido por ello.

Intentó distraerse en otro tipo de cosas para que la tarde pasase más rápido. Una hora antes de la cita, ya se encontraba en una terrada de un bar junto al punto de recogida.

Había pensado mil veces qué es lo que  iba a hacer con el cuerpo de Celia cuando lo tuviera entre sus brazos. Por supuesto lo que ocurriese en el vehículo sucedería con la luz apagada. Tenía pensado hacer lo mismo que Andrés le había contado pero desistió. No podía tratar a su hija como a otra cualquiera. La pequeña debía disfrutar del momento. Le haría el amor tiernamente y después, sobre la marcha fluirían las cosas. Al final encendería las luces. A partir de  ahí empezaría para bien o para mal una nueva vida.

Después de la tarde mas larga de su vida, la furgoneta llegó a su cita puntualmente. Se desnudó en su interior y en penumbras, sin parar de temblar como un flan, abrió el saco como tantas otras veces había hecho. Pero aquella vez no era como las otras. La hembra de sus sueños estaba oculta en él.

Todo el coito transcurrió sin palabras. Tan solo apagados gemidos de placer surgieron de la muchacha. Héctor tumbó a su amante boca arriba. Recorrió su cuerpo lentamente con sus manos. El piercing del ombligo desterró la última duda acerca de la identidad de la puta. Con aquellos anhelados pechos entre sus manos, penetró a su hija delicadamente, como si temiese romperla.  La pequeña entrelazó sus piernas y brazos atrapando a Héctor como si fuese una mosca en una tela de araña. De esta manera la penetración fue mas profunda.

Ambos lenguas se besaron tiernamente. La chiquilla mordisqueaba la ajena sin prisas, degustándola.

Cuando Héctor sintió como unas uñas se clavaban en su espalda, supo que había llegado el momento de la ninfa. Un leve quejido se escapó de aquellos pequeños labios cuando ella alcanzó el orgasmo. El sonido se repitió cuando el hombre pellizcó los pezones que coronaban aquel par de montañas que nacían en el pecho adolescente. Héctor comprobó lo que ya sospechaba, que Celia no sólo tenía un buen par de tetas, sino que estas eran tremendamente sensibles.

Héctor deseó acabar con aquello tal como Andrés le había contado.

Con su pene a punto de reventar subiendo y bajando en el canal que separaba los pechos de su hija atrapó la cabeza de esta y comenzó a acercarla a su miembro. La joven, ya experta, intuyó lo que su cliente deseaba, estrujó sus melones y abarcó con su boca el capullo del pene que tanto placer le había proporcionado.

Poco a poco, cuando la luz ganó su batalla a la oscuridad. Héctor miró fijamente a unos ojos que lo observaban  estupefactos. Un reguero de lágrimas comenzó a brotar de aquellos bonitos luceros azules. Sin dejar de follar sus tetas Héctor empujó con delicadeza la cabeza de su hija hacia delante. Su miembro penetró en la boquita que tantas veces había besado sin oposición. Eyaculó como en su vida justo en el momento en que sonaba la maldita sirena. Apagó de nuevo la luz y se vistió rápidamente lo mejor que pudo mientras escuchaba cómo Celia lloraba en su saco. Deseó consolarla pero se contuvo. Dentro de la furgoneta él era tan solo un cliente y ella tan solo una puta.

El viaje de vuelta a casa fue muy tenso. Hasta se saltó varios semáforos sin darse cuenta. Celia lloraba por fuera y él lo hacía por dentro.

Ella lo hacía de vergüenza y él de odio consigo mismo.

Continuara….

Zarrio01