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Cine y palomitas. Capítulo 1: La historia de Celia

en Amor filial

Celia estaba especialmente nerviosa. En contra de lo que era su costumbre, apenas había articulado palabra durante el almuerzo. Se acercaba el verano y los exámenes de fin de curso habían concluido. Después de un año complicado, había logrado obtener una calificación bastante aceptable. Los últimos meses se había aplicado mucho. Su tutor estaba más que satisfecho con su evolución. Sus padres también se enorgullecían de ella. Era una buena chica, responsable y obediente. Confiaban en ella.

La joven era ya una mujercita, había sacado el físico a su abuela materna: todos decían que era su viva imagen. Clarita de piel, rubita, pecosa y de ojos claros, de estatura media tirando a alta aunque tal vez algo desgarbada. Quizás, como su madre le recordaba constantemente, estaba demasiado delgada pero nada fuera de lo normal. Sin embargo el rasgo más característico de la fisonomía de Celia era su delantera.

En apenas un año aquellos terroncitos juguetones que brotaron en su torso se habían transformado en un par de prominentes pechos. Al principio trató en vano de esconderlos bajo ropas holgadas y discretas. Celia se avergonzaba de su cuerpo.

Los compañeros del instituto se reían de ella y hacían bromas alusivas al tamaño de sus senos. Dibujaban caricaturas de la pequeña en las que las tetas le llegaban al suelo. Un amigo le había contado que, en el baño de los chicos había comentarios obscenos acerca de su tamaño, lo que había aumentado todavía más su complejo.

Sin embargo, los chavales de cursos superiores ya le habían echado el ojo, e incluso un par le habían pedido discretamente su número de teléfono. 

Quizás por esto actualmente ya no escondía tanto su busto e incluso, con el buen tiempo, se había atrevido a vestir camisetas algo escotadas.

Comparado con muchas de sus compañeras sus ropas no era nada provocativas, pero su cambio de actitud era evidente. 

Esto tranquilizó a sus padres. Como era natural, estaban preocupados al ver que su retoño no asimilaba los cambios en su cuerpo. Acertaron plenamente cuando la llevaron a la consulta de aquel prestigioso terapeuta que les habían aconsejado.

Una vez concluido el almuerzo, Celia pidió permiso a sus padres para ir al baño: tenía que ponerse guapa. Como cada último sábado de mes, le permitían ir a ver alguna película de cine. Iba acompañada de un par de amigas de su edad y su propio padre se encargaba de llevarla y traerla al centro comercial. No había peligro ninguno si permanecían juntas. La ciudad era tranquila y la chica había demostrado ser responsable.

Primero pasó por su habitación y abrió el armario de la ropa. No perdió mucho tiempo en la elegir la vestimenta, cualquiera serviría. Escogió una camiseta negra de tirantes que su madre había insistido en comprar, bastante cortita y que dejaba al aire su tripita plana.

Su mamá le decía que debía llevar ropa bonita, que realzara algo su cuerpo. El psicólogo había insistido en ello. El galeno sugirió que un pequeño piercing en el ombligo podría hacerle bien. Teóricamente haría que la pequeña se fijase en él y olvidase sus senos. Poco a poco, sin insistir demasiado, debían hacer ver a Celia que no era ningún monstruo horrible, sino una jovencita hermosa con un cuerpo que otras chicas matarían por tener, cosa que era totalmente cierta.  

Celia se lo pensó mejor, su mente la engañaba diciéndole que, con aquello, todo el mundo le miraría las tetas. Decidió cubrir la prenda con una camisa roja, mucho más discreta. Una faldita de vuelo y unas sandalias completarían el conjunto fresco y juvenil.

Abrió el cajón de la cómoda donde guardaba su ropa interior. Estuvo un rato pensando. Agarró un sujetador sencillamente horroroso. Cuando llegó el turno de las braguitas recorrió con la mirada la batería de diminutas prendas de diversas formas y colores. Ordenó un par que permanecían fuera de su sitio y cerró el cajón sin escoger ninguna.

Lo dejó todo sobre su cama y recogió su neceser. Sales de baño, gel, champú, toalla….en fin, todo lo necesario para tomar un relajante baño de espuma. Su móvil tembló. Mensaje. Saltó sobre la cama para leer en voz alta.

“Número 281 vehículo 5. Harry Potter y… Versión extendida 3D.  2 horas 50 minutos. 18 horas. Sala 1. ”

-       ¡Bieeeeeen! – murmuró borrando el mensaje – ¡Me gustan las películas largas!

Correteó descalza por el pasillo hasta llegar al baño grande. El chalet disponía de varios lavabos en sus dos plantas pero en este la bañera era circular y enorme, podía bañarse tranquila y sin prisa. Todavía era pronto… tenía tiempo de sobra… hasta podría tocarse un poco como calentamiento previo…como hacia últimamente.

Cerró la puerta con cerrojo. Llenó la bañera casi hasta el borde. Lo justo para que, al meterse dentro, el agua no rebosase. También tenía en cuenta la espuma, que podría elevarse y caer al suelo. Celia era muy limpia y cuidadosa. Cuando salía del cuarto de baño parecía que nadie lo hubiese empleado.

La adolescente se desnudó delante del espejo y se miró unos minutos. El doctor Méndez así lo habría querido. Un brillantito azul, el color de sus divinos ojos, adornaba su vientre. Repitió el ritual que ese hombre le enseñó desde el día en que la violó. Se llevó las manos a los pechos. No podía abarcarlos con sus manos. Los estrujó con fuerza, pellizcando duramente los pezones.

-       ¡Puta, zorra! Menudas tetas que tienes, hija de puta. Te voy a follar hasta que revientes, me correré en ese culito tuyo. Vas a gritar como una perra…

El chapoteo del grifo ahogaba sus palabras. Pasado un tiempo se metió en el agua. Fresquita, como a ella le gustaba. Endurecía la carne.

Ayudándose de una esponja natural impregnada en gel, lavó concienzudamente cada rincón de su cuerpo. Poco a poco, sus movimientos se iban concentrando en su entrepierna.

-       ¡Mierda, ¿dónde estas, cariño?! – sin secarse, saltó de la bañera con un vestido de espuma. Rebuscó en su neceser y sacó un cepillo de pelo. – ¡Aquí…!. ¿Qué haría yo sin ti?

De camino a la bañera, chupó el mango del cepillo. Lo introdujo en su boca hasta el fondo. Cada día lo tragaba más, llegaba incluso a forzar su glotis. Se volvió a meter en el agua y abrió las piernas lo que pudo. Frotó con delicadeza su clítoris y comenzó a introducirse el intruso poco a poco por el coño. Por allí cabía todo el mango, y más que hubiese habido. Cerró los ojos y volvió a recordar las palabras del pervertido doctor cuando la desvirgó.

-       ¡Putón de mierda! Abre más las piernas, joder. Menudo coño que tienes. Te la voy a clavar de un golpe. Puedes gritar hasta que te canses. Te va a salir esperma por la boca…

Poco a poco, el cepillo se abría paso a través de su esfínter anal. Tampoco por aquella abertura llegaba al límite.

-       ¡Te estoy rompiendo el culo, puta barata! Ves preparando las tetas, te las voy a bañar en leche. Jodida cría. ¡Qué complejo de tetas grandes ni que mierda! A ti lo que te hace falta es un buen polvo. Y por mis huevos que te lo voy a echar. En unos meses serás una puta de cuidado y con ese tetamen harás unas cubanas que no habrá polla que lo resista. Si eres buena, tendrás muchos regalitos. Desde luego, cualidades no te faltan…

Unos golpes sonaron en la puerta. Era su padre.

-       Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde. ¿A qué hora es la película?

Su papá le había sacado del trance. Ya era suficiente calentamiento. Se apresuró a contestar.

-       Tranquilo papi. Tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.

-       No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.

Levantándose de un salto ni se acordaba de que todavía en su ojete se alojaba el cepillo, que cayó al agua. Recogió cuidadosamente todo el baño, se colocó una toalla anudada sobre el cuerpo y abrió la puerta. Su padre todavía estaba allí, con la cara descompuesta. Esto la sobresaltó un poco. Le lanzó una sonrisa divertida para luego, apoyándose en el marco de la puerta, decir:

-       Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.

Volvió a corretear por el pasillo y se introdujo en su habitación. Tenía la costumbre de cerrar las puertas pero esta vez, con las prisas tan solo se quedó entreabierta. Sentada en la cama, el instrumento que antes le había dado placer, servía ahora para cumplir su verdadera función.

-       ¡Qué narices es esto! – tenía la mano pringosa por algo.

Se secó con la toalla que caía levemente sobre su cuerpo. Con este gesto, de manera involuntaria, hizo que la prenda cayese, dejando a la luz ese par de magníficos melones que tanto odiaba. Con el cepillo en una mano y el secador de pelo en la otra no había forma de taparse. Tampoco era necesario, nadie podría verla. Con cada fuerte cepillado, sus senos se bamboleaban libremente. El ruido del secador era ensordecedor, sin embargo creyó oír un gemido en el pasillo. Apagó el aparato pero esta vez no escuchó nada. Pensó que sería su imaginación. Miró a la puerta. No estaba cerrada del todo. Esto le incomodó un poco. Se levantó y cubrió sus senos lo que pudo con sus manos. Abrió la puerta y miró al pasillo.

Ahí estaba él, con los ojos fijos en ella y la lengua afuera, babeando.

-       ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad? Ahora no podemos. Tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.

Agarró al pastor alemán y le susurró al oído mientras le acariciaba los genitales con suavidad.

-       Papi y mami salen esta noche a cenar. Podremos jugar como nos gusta a ti y a mí.

-       ¡Celia, o bajas en cinco minutos o no hay cine! – bramó su padre desde la planta baja.

-       ¡Ya voy, ya voy! – dijo la pequeña, vistiéndose a toda velocidad – qué prisas.

Un cuarto de hora más tarde, Celia estaba lista. Su madre la miró con desaprobación.

-       Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita si tú la escondes debajo de eso?

Diciendo esto le desabrochó los botones, dejando al descubierto el sugerente top de la joven.

-       ¡Dios bendito, hija mía! Pero qué pretendes. Esto no se lleva así.

-       Pero… mamá. Tú misma me lo compraste. Yo no quería…¿recuerdas?

-       Si ya lo sé, alma cándida. Me refiero a que esto…

Con su mano estiraba un tirante del sostén, que el top no tapaba.

-       …esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con tu edad necesitas sujetador, no sé que pasará cuando tengas hijos.

Sin decir nada más, Diana quitó la camisetita a su hija y se dispuso a desabrocharle el cierre delantero de la prenda interior.

-       ¡Mamá, que papá está delante!

-       No seas remilgada hija, que es tu padre. Te ha visto desnuda muchas veces…

-       ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!

-       ¿Tetas? Cielo, y yo qué tengo, ¿jamones?. Tu padre ha visto muchos pechos en este mundo. Demasiados diría yo…

-       ¡Diana, no empecemos…!

-       Sólo digo que es un momento.

Celia miró al suelo avergonzada mientras su madre la trataba como a una niña pequeña. Héctor disimuló su incomodidad fijando la vista en otro lado, no quería violentar a la joven.

-       ¿Ves? Así está mejor, ¿verdad Héctor?

Cuando el padre miró, Diana compuso las tetas de su hija, que apartó las manos protestando.

-       ¡Jolín, mamá! ¡Déjame en paz! Sabes que las odio.

-       Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….

-       Venga Celia, nos vamos – intervino Héctor socorriendo a su hija -. Diana, ya hemos hablado de esto. Todavía es muy pequeña. Es casi una cría.

Una cría con un par de tetas espectaculares. Hasta él tenía que reconocerlo.

De camino al centro comercial Celia permanecía callada. Lo cierto es que estaba preciosa pese a su enojo.

-       No te enfades con mamá, lo hace por tu bien. Piensa que el resto de padres tiene que batallar con sus hijas de tu edad para que no se pinten, ni vistan ropa provocativa ni salgan con chicos. Nosotros, a tus años…

-       Ya lo sé, me lo habéis dicho mil veces: vosotros a mi edad ya erais novios… y así os fue. Preñaste a mamá con dieciséis años…y nueve meses después… salió una niña… una niña tetona…un monstruo pechugón como yo.

-       ¡Celia, por favor! Tu madre y yo nos queríamos, todavía nos queremos. Si no fuese así no estaríamos juntos desde hace tiempo. Lo hemos hablado muchas veces, nunca te lo ocultamos. Eres lo que más amamos en este mundo…

-       Ya lo sé papá, no te enfades – estrecho la mano derecha de su padre con las suyas -. Sois los únicos padres de mi clase que todavía están casados. En el “insti” soy un bicho raro por eso. Tetona y rara…

Celia apretó la mano de su padre, acercándola a su pecho. Acercándola demasiado. El coche bramaba revolucionado. Héctor debía cambiar de marcha con la mano atrapada pero su hija no quería soltarlo.

El hombre reaccionó y liberó su extremidad justo a tiempo. Ya habían llegado. Frenó el coche en la puerta del centro comercial pero no bajó.

-       Cariño, bájate aquí. No hay sitio para aparcar. Tanto hablar y nos falta lo más importante ¿Qué película vais a ver? ¿Cuándo acaba? ¿A qué hora te recojo?

Celia bajó del coche y se asomó a la ventanilla del conductor para besar la mejilla de su padre. Su escote se agrandó a la vista de su progenitor.

-       Harry Potter y no sé qué… es en 3D… es un poco larga. Casi tres horas. A las nueve estaré esperando. Por cierto, papá, ¿Qué ha querido decir mamá con eso de que conocías demasiadas tetas …?

-       A… a las nueve y media paso por aquí. – le interrumpió Héctor - Así tendréis tiempo con tus amiguitas de charlar un poco. No te retrases. Sabes que tu madre y yo salimos esta tarde. Mira, ahí están, esperándote…te dije que llegaríamos tarde.

Celia y sus compañeras se introdujeron en el centro comercial. Héctor las siguió con la mirada. Las tres estaban estupendas pero la rubia destacaba sobre las demás. Las otras chicas silbaron y vitorearon la vestimenta de la recién llegada. No estaban acostumbradas a verla así de exuberante.

Las tres lolitas corretearon entre la gente y entraron en el cine. El portero les saludó con una sonrisa, dejándolas pasar. Cualquiera que hubiese estado atento a la escena se habría percatado de que no habían comprado la entrada. Al contrario, recibieron cada una discretamente un sobrecito del empleado.

Las jóvenes no entraron en ninguna sala de proyección.  Se dirigieron directamente a la salida de emergencia. Unas escaleras les condujeron al sótano. Allí se dieron un beso y cada una de ellas ocupó la parte trasera de tres furgonetas blancas con los cristales tintados. Los vehículos abandonaron el aparcamiento. Cada una tomó una dirección distinta. En el interior de una de esas furgonetas viajaba Celia. Un enorme reloj digital marcaba la cuenta atrás.  Dos horas treinta y ocho minutos.

-       ¡Bien! – susurró Celia mientras se desnudaba – me gustan las películas largas. Dos horas y media a media hora por cliente. Cinco clientes. Cinco clientes a quinientos euros, dos mil quinientos euros. No estaba mal por una tarde de trabajo.  Bendito Harry Potter… Tengo ganas de que repongan Lo que el Viento se Llevó… me iba a forrar…

Rápidamente ordenó la ropa que antes cubría su cuerpo en un pequeño baúl. Se acordó de su madre con una media sonrisa. Tanto pelear por su forma de vestir y se pasaba la tarde en pelotas. Con la risa todavía en la boca se metió en una especie de saco de dormir.

El protocolo, siempre el mismo. La chica se escondía para no ser vista. La furgoneta paraba en el lugar concertado.  El cliente se introducía en el vehículo discretamente. La puerta se cerraba. La furgoneta se ponía en marcha y aparcaba en algún lugar cercano, alejado de miradas indiscretas. Una vez cerrada la puerta, el cliente abría el saco y disponía de veinticinco minutos para disfrutar del contenido a su antojo. Prácticamente todo estaba permitido.

El estrecho habitáculo se iluminaba con mando giratorio a gusto del cliente, incluso podía permanecer a oscuras aunque casi nadie lo hacía así. Todos querían ver a las jóvenes comiéndoles la polla o ver como sus penes sodomizaban a las lolitas mientras estas gritaban de dolor. ¿Quién renunciaría a ver como uno eyaculaba en aquellas tiernas boquitas y menos a más de mil euros por sesión?

A cinco minutos del final, sonaba un timbre de aviso. Una vez pasado el tiempo, se abría la puerta. El cliente salía y volvía a comenzar el ciclo.

La joven disponía de cinco minutos para limpiarse de semen, lavarse los dientes y colocar sobre el colchón de la furgoneta una funda limpia.

Celia hacía todo esto en tres minutos y medio. Era una experta. Hasta ensayaba sus movimientos en su habitación.

El primer macho que abrió el paquete que contenía a Celia apestaba a alcohol.

Estaba borracho y disfrazado de torero.

-       “Pues sí que empezamos bien” – pensó la pequeña.

Tenía pinta de ser el típico novio en una despedida de soltero. Su valioso tiempo lo invirtió durmiendo la mona todo. Ella era joven pero no tonta, si podía reservar fuerzas cobrando, pues mejor. Follaba por dinero. Despertó al tipo cuando faltaban un par de minutos para concluir su tiempo. Le dijo que había estado estupendo y lo echó de la furgoneta poco menos que a patadas. El tío no se enteró de nada.

Con el segundo no tuvo tanta suerte. Era un animal barbudo que aprovechó su tiempo de principio a fin.

-       Menudas tetas tienes, zorra de mierda – le dijo mientras le daba por el culo –. Si no es tu jefe el que me asegura la edad que tienes, no lo hubiese creído. Por este agujero han pasado ya cientos de pollas…

Todo el tiempo disponible lo invirtió en el trasero de la joven prostituta.

-       “Maldito viagra” – pensó Celia

No es que se quejase. Estaba acostumbrada a poner el culo y no le suponía problema alguno. Lo que le pasaba es que los más de veinte minutos que se pasó a cuatro patas daban para pensar en muchas cosas. Cuando el timbre sonó el fulano incrementó el ritmo.

Las embestidas finales fueron tan fuertes que Celia no pudo evitar caer de bruces sobre el colchón. Esto espoleó todavía más al macho que eyaculó en el intestino de la ninfa entre gritos y resoplidos. Como pudo, Celia se volvió a meter en su saco. Cuando la puerta se abrió, el asqueroso aquel todavía se estaba componiendo la camisa. La portezuela se volvió a cerrar.

-       Cinco minutos, Celia, cinco minutos… hay tiempo de sobra.

Como un rayo salió de su escondrijo. Con una toalla húmeda, refrescó su cuerpo, en especial su trasero. Mientras tanto la funda empapada de sudor y semen ya estaba en una bolsa de plástico. Los siguientes dos minutos los invirtió en poner una funda nueva al colchón.

-       Joder, cada día las hacen más pequeñas.

Activó un ambientador fijado en la pared. Tosió, como siempre. El perfume al principio era fuerte y desagradable. Olía a hospital. Al poco tiempo, la sensación en el pequeño habitáculo era de frescor y limpieza.

-       Que pase el siguiente – musitó mientras se volvía a esconder – de momento, el torero tres puntos por el dinero y el barbudo…un seis… no un siete…no hay que ser tan exigente. Me ha dejado el ojete en carne viva. A ver qué toca ahora.

Una mano femenina estiró suavemente del pelo de Celia. El delicado perfume ya había delatado a la pequeña el sexo de su próximo amante.  No era lo habitual, pero cada vez se repetía con mayor frecuencia. Generalmente se trataba de mujeres separadas que habían tenido malas experiencias con los hombres y que preferían a estas alturas de la vida, bucear entre las braguitas de lolitas tiernas.

Pero cuando Celia abrió sus piernas para dejar que le comiese el coño se dio cuenta de que este no era el caso.

-       Joder, pero a dónde va esta vieja verde – pensó al ver lo que le había tocado en suerte.

En efecto, su sensible clítoris era frenéticamente lamido por una señora que podría ser sin ningún problema su abuela. La vieja ni siquiera se había desnudado. No le hubiese dado tiempo de desvestirse y vestirse de nuevo durante su turno y menos en aquella incómoda furgoneta.

Del enorme bolso la vieja había sacado un libro y un consolador metálico. Le tiró el libro junto a la cara de la joven y ordenó.

-       Ábrelo por la señal y lee.

-       Pe… pero…. – a Celia le habían pedido hacer muchas cosas asquerosas, pero jamás algo parecido.

-       ¡Hija de puta! Que leas te digo – estiró de los pocos pelitos rubios que se asomaban a la ingle de la chica – ¡eres tonta o qué! Sólo vales para abrirte de piernas.

-       “Por aquel tiempo, Jesús…”

Celia se paró y miró la portada del libro con asombro.

-       ¡Joder!  “La Sagrada Biblia” ¡Esta tía está enferma…! – pensó.

-       ¿Quién te ha dado permiso para que pares? ¿Así os enseñan a leer ahora? De haber sido alumna mía no serías tan mal educada. ¡Si Franco levantase la cabeza…! La culpa de todo esto… la tienen los socialistas…

Y dicho esto ensartó el consolador hasta la empuñadura en el coño de la rubia. Celia pensó que la situación era de lo más surrealista.

-         “Por aquel tiempo, Jesús reunió a sus discípulos y les dijo: En verdad os digo… - aguantando la risa como una profesional, Celia continuó leyendo versículos del Nuevo Testamento mientras la vieja se ensañaba con su cuerpo.

Lo cierto es que la situación le parecía bastante morbosa. La vieja era una experta, consiguió en pocos minutos lo que para muchos hombres había sido imposible, que alcanzase  un orgasmo. 

Los jugos de la eyaculación fueron bebidos con deleite por la señora que le dijo.

-        Eres buena, zorrita. Ojala hubieses estado en mi clase del internado para señoritas. Lo hubieras pasado bien con las otras. A Don Florián, el párroco le hubiesen vuelto loco esas tetazas. Siempre se metía en la habitación de las mayor dotadas.

El chismoso pitido interrumpió la interesante charla. La señora recogió todo, se metió algo en la boca y abandonó discretamente el vehículo. Celia estaba estupefacta en el interior de su saco. A veces el destino te guardaba cosas sorprendentes.

Analizó la conversación con la pervertida septuagenaria. Lo que se había metido en la boca era…era… ¡una dentadura postiza!.

- “La súper abuela desdentada, un ocho y medio. Sin duda la mejor hasta ahora.” – pensó.

El cuarto de la tarde entró en el ruedo. Era el típico cliente. Cincuentón soltero, reprimido, temeroso de ser descubierto. Seguro que venía de algún parque o terraza en el que había pasado la tarde espiando todo cuerpo con faldas que le hubiese pasado por delante.

Celia notó como el tipo temblaba de excitación cuando ella salió de la bolsa.

-       “Este se corre en dos minutos y luego a meterme mano” – pensó la pequeña, ya avezada en este tipo de situaciones.

El hombre, empalmado y sudoroso, tampoco se desnudó. Se bajó los pantalones hasta los tobillos, junto con su ropa interior y se tumbó boca arriba sobre el mullido suelo.

Celia se puso de pie, con las piernas abiertas sobre su pene.

-       ¡Qué grande la tienes! – mintió - ¿todo eso es para mí? No sé si me va a caber…

Esto era lo que ese tipo de infelices querían oír en esos momentos. Unas mentiras piadosas que aumenten su autoestima. Por el dinero que pagaban, era lo menos que podían esperar de una profesional.

Celia se hizo de rogar, contoneando las caderas y lamiendo sus pezones con lujuria. El desgraciado alzó las manos en señal de clemencia. De un solo golpe, la chica se sentó sobre su cabalgadura, que la recibió con un sonoro alarido.

Agarrado a sus tetas el combate fue muy breve. Como predijo Celia, en tres secas embestidas el eyaculador precoz se vino abajo. El resto del tiempo, una tortura.

 La joven tuvo que fingir un escandaloso orgasmo para no herir el orgullo de aquel tipo. El hombre intentaba masturbar frenéticamente a la ninfa pero de manera torpe. Lejos de producir placer, incomodaban a la chica.

No obstante, como profesional que era, Celia se dejó hacer y se despidió del cincuentón con un profundo beso de tornillo.

Una mancha delatora apareció en el pantalón del imbécil.

-       ¡Gilipollas! Se corre sólo con un morreo. – se dijo Celia mientras se metía de nuevo en su funda.

- “El tonto del culo este, un uno “- anotó mentalmente-“. Hasta el torero lo había hecho mejor.”

.

La tarde estaba resultando variada. Eso le gustaba.

- A ver que pasa con el último -  murmuró -,  dicen que no hay quinto malo.

Cuando la mariposa salió del capullo notó algo diferente. La luz estaba totalmente apagada. Era extraño. Normalmente en estos casos se trataba de maridos infieles a sus parejas, que camuflan su sentimiento de culpabilidad en la oscuridad. Media hora de placer y toda una vida de arrepentimiento. De esos adúlteros que, nada más salir de la camioneta, van a comprar un ramo de flores a su esposa y corren a decirles cuánto las quieren con el pene goteando esperma. Celia los encontraba patéticos.

El hombre la trató dulcemente. Tumbándola boca arriba, llevó la iniciativa todo el tiempo. La besó tiernamente en los labios y ella se dejó hacer. Un escalofrío de placer recorrió su espalda cuando él lamió su oreja y cuello. Esto gustaba especialmente a Celia.

Cómo no, el hombre babeó su cuerpo hasta llegar a los pechos. Ahí había mucho que chupar. La combinación de las evoluciones manos y lengua hizo humedecer la entrepierna de la lolita.

Lentamente, un generoso pene se introdujo en su interior. Pasados unos minutos cayó en la cuenta de que aquel cabrón no la estaba simplemente follando sino que le estaba haciendo el amor. Eso estaba bien de vez en cuando. Pese a que le iban las emociones fuertes, Celia disfrutó.

Los cuerpos se entrelazaron en una danza acompasada. Parecía que el tiempo se había parado dentro de la furgoneta. Celia alcanzó un espectacular clímax y no pudo evitar clavar las uñas en la espalda de su amante. Esto estaba totalmente prohibido pero aquel hombre experto la había llevado al éxtasis y no pudo evitarlo.

Él no quiso acabar en las entrañas de la chavalita. Lentamente sacó su verga e hizo que la jovencita se pusiera de rodillas. Cuando el pene pasó por entre sus pechos, Celia supo lo que su cliente buscaba. Apretó sus tetas con las manos. Él subía y bajaba su pene por el hueco que dejaban, consiguiendo así una fenomenal cubana.

De repente, el hombre hizo que poco a poco la furgoneta saliese de las tinieblas. Con un rabo entre sus tetas Celia miró a los ojos de su amante durante unos segundos. Se quedó paralizada. Ayudada por las manos de su cliente, agachó la cabeza, y se introdujo la polla en su boca. El hombre eyaculó en su garganta y Celia, entre lágrimas, tragó el semen que la llenaba de amargor.

A la hora señalada Celia volvió al cine por la escalera de incendios. Había estado llorando un rato en el aparcamiento, no tuvo ni ganas de chupársela al conductor como solía hacer. Se arregló lo que pudo ayudándose de un espejo retrovisor de un coche. Nada más llegar, su amiguita morena la abordó alegremente.

-       ¿Qué tal? Siempre llegas la última. Yo he tenido tres. No está mal. Bueno… tres y el conductor. Pero con ese tío lo hago gratis. Bueno… con ese hasta le pagaba por follarme…menuda polla tiene…Raquel también tres, ahora está ahí dentro, “pagando” la cuenta del cine – acompañó a sus palabras la señal de comillas con ambas manos – ¿y tu? ¿Cuántos?

-       Cu…cinco. Cinco. Al final fueron cinco. – su rostro mostraba una expresión alegre mientras estaba rota por dentro. Era una actriz fabulosa. En pocos años si quisiera sería una estupenda estrella porno.

-       Cinco, joder que suerte tienes. Seguro que tienes una lista de espera tremenda. Si convencieses a tus padres de lo del campamento de verano, te levantas en quince días un montón euros…¿oyes? He oído que hay una chica que hace dos años ganó casi sesenta mil en ese tiempo. Pagó la hipoteca de sus padres en un verano abriéndose de piernas. Claro que ella lo tenía más fácil, ellos los lo sabían todo…

La puerta del reservado se abrió y la tal Raquel salió por ella, limpiándose la cara con el antebrazo. Tras ella, el afortunado portero del cine subiéndose todavía la bragueta del pantalón con una sonrisa de oreja a oreja.

-       ¡Ya era hora bonita! Como llegue tarde otra vez mi madre me mata – continuó hablando la parlanchina - ¡Vamos un momento al baño a limpiarte bien! Parece que hayas bebido un litro de leche de vaca.

Después de retocarse en el lavabo, las tres jovencitas corretearon por el centro comercial en dirección al lugar de recogida. Las otras dos abrieron el correspondiente sobre. Leyeron el papel en voz alta.

-  “ Harry Potter y …..

En el escrito había una breve sinopsis de la película que supuestamente habían ido a ver. Sin demasiado detalle ya que para mentir es importante decir pocas cosas para que no te puedan pillar con facilidad. Las dos amigas charlaban animadamente y no se dieron cuenta de que Celia tiró el sobre a una papelera sin ni siquiera abrirlo.

A las nueve y media abrió la puerta del coche de su padre y ocupó el asiento del acompañante. Ninguno de los dos articuló palabra en todo el camino.

Cuando llegó a su casa, la pequeña corrió a su habitación sin atender a lo que le decía su madre. Enterró su carita en la almohada y comenzó a llorar de nuevo.

Quería morirse.

Continuara….

Zarrio01