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Compañera de piso: Capítulo 9

en Grandes Series

Javi y María rieron mientras su amigo abandonaba la vivienda.

-       Parece que Antoñito se nos ha enamorado.

-       Eso parece. ¡En fin! ¿qué se le va a hacer?

-       ¿Celosa?

-       No… bueno… ¡sí! ¡qué narices! - María hizo un gesto de resignación - pero no te equivoques. Es un gran chico pero no es mi tipo, pero…

-       Semejante herramienta… ¿verdad?

-       Y no sólo por el tamaño. No veas el partido que le saca. Es una máquina.

-       Lo sé - contestó distraído.

-       ¿Quéeee?

Javi se puso alerta. Con María no se podía tener ni un momento de respiro.

-        Digo que sí, que cuando se lo montó contigo o con Elena ya me di cuenta…

La chica no quiso insistir.  No pudo evitar un gesto de dolor cuando comenzó a agacharse para gatear por debajo de la mesa.

-        ¡Hoy no, María! No estás en condiciones…

-       ¡Gilipolleces! Siempre que desayunamos juntos lo hacemos. No veo por qué hoy no va a ser lo mismo.

-       Deberías descansar… ¡me cago en la madre que me parió!

-       Deja a tu madre tranquila - dijo María entre mamada y mamada - esto es algo entre tu polla y yo.

Permanecieron callados un rato. Cada uno disfrutando a su manera. Pero María conocía perfectamente las reacciones del cuerpo del muchacho. Lo excitaba sin llegar a sobrepasar el límite, alargando en lo posible la eyaculación. Alternaba sus palabras con profundas succiones.

-       No sé si debería… continuar…

-       Por Dios, no pares…

-       Es que… esta noche… es tu noche…

-       ¿Qué dices?

-       Saldrás… conmigo a un sitio… un sitio especial.

-       Al fin del mundo, si me lo pides - dijo aferrando la cabeza de María para así poder eyacular en su garganta - ¡Aaaaahggg!

-       No hará falta - dijo María sonriente con el esperma brotando de sus labios - está un poco lejos, pero no tanto. ¿Me ayudas a levantarme?

-       Por supuesto - a Javi le entraron las lógicas dudas - quizás sería mejor dejarlo para cuando estés recuperada.

-       ¡Ni hablar! ¿vas a ir a la uni?

-       Pues no… una vez aprobada la jodida asignatura del ogro, el segundo cuatrimestre es de lo más llevadero…

-       ¡Perfecto! Tenemos que ir de compras…para ti.

-       ¿Compras?

-       Sí. No creo que tengas ropa adecuada para la ocasión.

-       Entiendo. En casa de mis padres tengo un traje que me compré para la boda de un primo… pero aquí…

-       ¡Estarías monísimo! - dijo entre risas María - Pero no es exactamente lo que estaba pensando.

-       Me das miedo.

-       ¡Tiembla!

Media hora después abandonaban el edificio. Extrañamente, la portería estaba cerrada. El señor Manuel permanecía dentro, su pene se lo disputaban una madre experta y su bonita hija. Era día de cobro.

No era habitual que Javi y María pasearan juntos por la zona comercial de la ciudad. Si bien eran los que compartían más tiempo juntos, sus relaciones solían limitarse a las que normalmente transcurrían en su vivienda. Sexo oral, sodomizaciones, penetraciones vaginales, visionado continuo de películas porno… lo normal. Incluso a veces, hasta conversaban.

-       ¡Aquí es!

El pobre chico se quedó de piedra. En el escaparate un maniquí con una minifalda de cuero negro, con un top ajustado del mismo color y unas botas de plataforma imposible…

María le miró maliciosamente. Agarró de la mano a su amigo y los dos entraron en aquel curioso local.

-       ¡Tranquilo, tonto, que también hay ropa de chico!

-       Menos mal. No me veía yo con esos tacones…

-       Pues no te creas… no estarías nada mal.

-       ¡Y una mierda!

Los dos rieron. Lo cierto es que la ropa parecía gastada, de tonos oscuros y combinaba pantalones y camisetas ajustadas con otras muy holgadas. Afortunadamente para Javi, la chica se conformó con comprarle un pantalón negro, botas militares del mismo color y un jersey demasiado ceñido para su gusto.

-       Se me notan demasiado los michelines…

-       Pues no folles tanto y apúntate a un gimnasio.

-       Ni loco. No me verás nunca en uno de esos.

-       Nunca digas de esta agua no  beberé…

-       Cierto.

El atuendo elegido por María sí que era espectacular. De hecho eligió el mismo modelito del escaparate, pero con una especie de gabán que le llegaba hasta los tobillos y unas medias de malla gruesa.

-       Parecerás una zombie con eso. Todo el mundo te señalará con el dedo…

-       Si tú lo dices… ¡paga!

-       ¿Qué?

-       Yo no tengo ni un euro. ¿Recuerdas?

-       ¡Joder con la apuestita! No sé si no es mejor que hubiese suspendido.

-       No te quejes y suelta la pasta. Tacaño.

-       ¡No sabes lo que cuesta ganarla!

-       ¡Pero si eres un tramposo!

-       ¡Sssss! ¡Calla! - contestó cómicamente Javi- uno tiene su reputación.

-        

En la calle, el chico no dejaba de repasar la factura.

-       ¡Cuatrocientos sesenta euros! ¡Madre de mi vida!

-       Cuatro perras….

-       ¿Cuatro perras? Por la mitad de eso hay gente que mataría. ¿No sabes que hay crisis?

-       Me lo dices o me lo cuentas. Llevo más de medio año buscando empleo.

-       Y encima parece de segunda mano. Esta marca no la había oído en mi vida… ni creo que vuelva a hacerlo

-       ¡Entremos aquí!

-       ¿Mas? Vas a dejar a mi tarjeta de crédito temblando - pero cuando miró mas detenidamente el establecimiento  ya no le pareció tan mal - ¿lencería? Bueno… haré un esfuerzo.

-       Me alegro, porque es para ti. Yo a penas la utilizo.

-       ¿No llevas…?

-       Casi nunca - le dijo la chica al abrir la puerta del local.

A las doce de la noche ambos estaban listos. Javi estaba nervioso. Se había negado en redondo a perforarse el cuerpo para colocarse un piercing tal y como le había sugerido María.  En cambio ella se colocó un par de aritos en los pezones. Al parecer ya tenía hechos los agujeritos pero había tenido que dejar de llevarlos por alguna extraña razón. La chica no pudo contárselo pero una vez un enfervorecido cliente le arrancó uno del ombligo de un mordisco. Lo pasó fatal así que decidió quitárselos todos, excepto el de su lengua, por su seguridad.

Al observar desnuda a María el chico tomó conciencia de la gravedad de las lesiones que claramente se podían ver en el bonito cuerpo de su amiga. Javi negó con la cabeza. Ella diría lo que quisiera pero aquellas marcas habían sido provocadas, sin duda, por una contundente agresión física.

-        ¡Menudas pintas! ¡parezco un muerto! - su compañera se le acercaba con un pintalabios y otros bártulos de maquillaje - ¿qué narices vas a hacer con eso?

-       ¡Calla, joder!

Cuando la estilista acabó con él, estaba irreconocible. Ni su madre lo hubiese conocido.

-       ¡Si me ve mi padre, me mata!

Y agarrando de la mano a María, miró fijamente a aquellos ojazos azules y le dijo

-       María ¿a dónde demonios me llevas?

-       Tranquilo. Confía en mí.

-       ¡Me voy a cagar… en el tanga!

Lo cierto es que María había descubierto aquel local unas semanas antes no por casualidad. Curiosa, había visitado varias veces el callejón del hostal donde el profesor y su amante tenían su lugar de recreo a la hora del almuerzo. La chica con uniforme era una habitual del lugar y sus clientes de lo más variopinto. Un día la siguió y sus pasos la condujeron a otra callejuela si cabe aún más sórdida.  Desapareció dentro a través de la puerta de servicio de un local del que jamás había oído hablar. Intentó seguirla pero el armario ropero que custodiaba la puerta la miró de tal modo que le hizo desistir.

-         “La Kueva. Entrada de servicio” - le dio tiempo a leer antes de darse media vuelta.

-        Quizás sea un bar. Buscaré la entrada principal -  pensó.

Al otro lado de la manzana encontró lo que estaba buscando. Se extrañó bastante. Un diminuto cartel poco más grande que una tarjeta de visita indicaba el nombre del establecimiento. “La Kueva. Club privado” y junto a él un pequeño timbre.

-        ¿Un club abierto a estas horas? - se dijo - ¡Qué extraño!

Dudó un poco al apretar el botón. No se oyó sonido alguno. María estaba nerviosa, incluso dio un respingo cuanto una pequeña trampilla se abrió y de ella sonó una voz con acento extranjero.

-       ¡Largo! ¡Sólo socios!

-        Pe… pero busco a una amiga…

-       ¡Fuera! ¡Sólo socios!

-       ¡Estoy dispuesta a hacer lo que sea! - María tragó saliva, por primera vez en mucho tiempo estaba asustada, pero decidió mantenerse firme.

-        ¡Vete! ¡Sólo socios!

-       ¡Espera Goliat! - otra voz de hombre le dijo desde el otro lado de la puerta - Apenas hay gente… por una más no pasa nada… veamos qué nos ofrece.

-       ¡No ser gran cosa!

María tuvo que reconocerlo. Su atuendo era de lo más discreto. Necesitaba vestirse así para no llamar la atención en sus labores de vigilancia.

-       ¡Date la vuelta, zorrita!

-       ¿Cómo dice?

-       Tu culo… tu trasero… ¿quieres pasar, no?

María entendió. Estaba un poco descolocada. Debía concentrarse más si quería descubrir qué narices hacía aquí aquella lolita. Se giró, puso su culo en pompa y dijo.

-       Todo vuestro. Si me dejáis pasar, claro.

Como única respuesta sintió como los cerrojos se abrían.

-       ¡Tu dentro! ¡Socia!

Respiró hondo y traspasó el umbral. Tras ella, de nuevo la puerta los cerrojos volvieron a sonar. Sus ojos a penas se acostumbraron a la penumbra cuando una mano le agarró de la muñeca y la condujo entre una serie de cortinas hacia lo que parecía el guardarropa del local. Una chica mascaba chicle aburrida. Ni se inmutó cuando el jefe de seguridad del antro aquel pasó a su lado acompañado de una nerviosa joven, la recostó sobre un montón de ropa, le bajó las mallas hasta mitad de sus muslos diciéndole:

-       Sois todas unas putas. Os dejáis dar por el culo por un plato de acelgas.

María a punto estaba de contestarle que no le gustaban aquellas verduras cuando sintió de nuevo su esfínter mancillado.  Decidió que le convenía mantener la boca cerrada… y el trasero abierto.

El tipo aquel sabía lo que hacía. Se le notaba con ganas y el culito de María era lo suficientemente apetecible como para no desperdiciarlo.

-       ¡Por aquí han pasado más pollas que romeros hay en el Rocío! Ni pestañeas, putita. Y eso que me lo estoy tomando como algo personal. ¡Ya me darás tu teléfono! Conozco gente que estaría encantado contigo. ¿Quién es tu chulo? Le propondré un trato… podemos ganar mucho dinero, zorrita.

El tío era uno de esos que radian el coito como si de un partido de fútbol se tratase.

María no contestó. No le interesaba. Había venido por alguien mucho más interesante que el cuarentón mazas con la cabeza rapada y perilla canosa.

El hombre le susurró al oído.

-       Por tu bien, espero que finjas tan bien como pones el culo. A Goliat le gusta que las chicas… griten cuando se las cepilla… ¿entiendes?... si se enfada puede ser muy pero que muy peligroso.

La chica asintió como única respuesta. Le sonaba la canción.

-       No te muevas, enseguida vendrá.

Y María permaneció así, en esa postura. Con las bragas a medio bajar y su trasero destilando semen.

-        Disculpa.

-       ¿Que… qué quieres?

-       ¿Puedes apartarte? Un cliente quiere… esa chupa de cuero que tienes debajo…

-       Pues… pues claro.

Diez minutos esperó María y el supuesto Goliat no venía.

-       Tarda mucho el  Goliat ese ¿no? - le dijo a la mascadora compulsiva de chicle.

-       - No te pierdes nada… ¿cómo dice la canción? ¡Muchhha dinamita pero mu poca mechhhha!

-       - Entiendo. Los esteroides, supongo

-       ¡Ya te digo!

Media hora después María abandonó su puesto. No tenía ni tiempo ni ganas de seguir esperando. Tenía una misión. Saber más cosas de aquella jovencita.

Se dirigió hacia dónde se suponía salía la música. Música o algo parecido a ella. A María le parecieron poco más que sonidos guturales y gritos acompañados por guitarras estridentes y desafinadas.

Lo que vio al entrar en aquella enorme sala le sorprendió bastante. Parecía, como su nombre indicaba una cueva. Con sus estalagmitas, estalactitas y todo eso. Similar una casa del terror pero mucho mejor ambientada. Hacía un frío tremendo y en cualquier rincón que se fijase la mirada aparecía algún detalle escabroso: fetos en formol, cascadas de sangre o algo parecido, telas de araña, murciélagos… y todas esas chorradas.  El la barra se servían cócteles humeantes en calaveras aparentemente humanas. Los camareros o camareras vestían atuendos acorde con la decoración. Al principio María tenía que adivinar si se trataban de hombres o mujeres. Era casi imposible distinguir su sexo.

Si la ambientación era imponente, nada comparable con la clientela. La palabra "gótico" se quedaba corta con aquella tropa. Se acordó de la pobre Elena. Si Javi y Toño eran raritos para ella… lo que se había encontrado no tenía desperdicio. Allí había de todo: hombres drácula, brujas satánicas, hombres lobo, zombies… y otras muchas tribus que María no logró adivinar, de todas las edades.  Si alguien destacaba con su ropa era ella, que parecía fuera de contexto.

El local estaba abarrotado.

-       ¡Y decía que había poca gente! ¡Me cago en la leche, si son las dos del mediodía! ¡Y de un martes! No sé qué pasará el sábado por la noche… - se dijo una anonadada María - ¿a qué se dedicarán esta gente para poder estar aquí a estas horas?

En el local destacaba un enorme escenario situado en el fondo.  En ese momento estaba vacío y poco iluminado. Le pareció distinguir en su centro una barra negra que llegaba hasta el techo del antro aquel.

La gente charlaba animada, pero tenía que hacerlo casi pegando su boca al oído del interlocutor pues de no ser así no había forma humana de poder entenderse.

María no estaba acostumbrada y comenzaron a zumbarle los oídos. En un momento dado aquella tortura sonora cesó.

-       ¡Gracias a Dios! - pensó María.

-       Señoras y Señores. Por fin lo que todos ustedes estaban esperando. Se recuerda que está prohibido a los espectadores tocar a la bailarina, a menos que…ya saben… ella se lo pida. ¡La Kueva les presenta a su gran estrella… la Ninfaaaaa  Negraaaa! - gritó el discjockey.

Como si de los San Fermines se tratase, una manada de toros se agolparon cerca del escenario. De la nada salieron media docena de tiparracos tremendos que se las veían y deseaban para contener la marea humana. Y eso que todavía la tarima permanecía desierta.

Comenzó a sonar la única canción que reconoció María en todo el tiempo que permaneció en el local. Ni siquiera sabía el título pero aparecía en una película que iba que ni pintada con aquella panda de frikis. Era una del Tarantino ese y el médico de Urgencias que se metían en un garito parecido a aquel y comenzaban a cargarse a todo el mundo, vivo o no. Javí había insistido en que viese la película. Lo único que valió la pena de ver era sin duda el bailecito de la mejicana tetona con aquella serpiente rodeándola.

María se puso tensa. Podía aguantarlo casi todo: tragar orina, esperma, heces y cualquier otro fluido corporal. Hacerlo con casi todo tipo de animales o cosas, siempre y cuando se las pudiese meter en su cuerpo. Con uno, dos, tres e incluso seis amantes al mismo tiempo. Hombres, mujeres, viejos, viejas… sin problemas.

Pero había una cosa que no podía soportar. Las serpientes. Verlas en la tele, tenía un pase, pero en directo, ni de coña.

De haber querido marcharse le habría sido imposible. La jauría humana se lo impedía. Tragó saliva y se dispuso a pasar un mal rato.

Solamente con la aparición de un diminuto pie enfundado en un zapato de tacón negro y un calcetín corto gris enervó los ánimos de aquella muchedumbre.  Cuando poco a poco el resto del cuerpo que lo seguía apareció a través del telón el griterío fue tal que María escuchaba apenas el sonido de la canción.

-        ¡Ostia! ¡Joder con la vecinita! - dijo inconscientemente en voz alta.

Para su tranquilidad del delicado cuello de la jovencita no pendía ningún áspid ni nada parecido. En su lugar un enorme y flexible consolador de color ébano descansaba  sobre los hombros de la chica. El resto de su atuendo, tan espectacular como vaporoso. Una minifaldita escocesa de tonos negros y grises, colocada tan elevada que dejaba ver buena parte de la redondez de su culito. Un minúsculo tanga también negro incrustado en él. Un chalequito sin botones, con una la marca del diablo en un lado que cubría directamente su piel blanquecina mostrando su ombligo enjoyado. En su cuello, una gargantilla de cuero, con pinchos aparentemente afilados. Peluca oscura tipo Cleopatra y una mirada de perra rabiosa dispuesta a comerse el mundo. O lo que hiciese falta.

La chiquilla tenía maneras. Se la veía muy cómoda provocando al personal al ritmo sensual de la música. Estaba muy segura de si misma y eso se notaba en sus evoluciones por el escenario.  Los espectadores estaban encantados. Le lanzaban billetes y le decían todo tipo de barbaridades. Ella les miraba sin inmutarse, como perdonándoles la vida.  Cuando se metió el consolador por la boca y jugueteó con él, María pensaba que la muchedumbre iba a saltar sobre ella. Y no sólo hombres, quizás eran las féminas las que más deseaban echar mano de la jovencita.

María notó como  alguien se colocaba su espalda y comenzaba a besarle el cuello. Eso le volvía loca, así que se limitó a girar su cabeza para facilitarle el trabajo al intruso. Al poco tiempo un par de manos amasaban sus senos  libres de ataduras por debajo de la sudadera. El ambiente se había caldeado por la simple aparición de la bailarina. De reojo había visto como el jefe de seguridad se había colocado detrás de una camarera y  se la estaba trajinando mientras veían el espectáculo. Nadie pareció inmutarse lo más mínimo al observar aquella pareja fornicando delante de todos. María palpó a su desconocido amante en busca de su rabo erecto. Se llevó una morrocotuda sorpresa al descubrir que detrás de aquel engendro que le succionaba el cuello se escondía una hembra como ella.

La bailarina seguía sus evoluciones por el escenario. El local casi se vino abajo cuando  aquel par de terroncitos  que tenía por pechos aparecieron en escena. Unas cadenitas pendían graciosamente de los bultitos sonrosados. La chica sabía que no eran gran cosa, pero tenía mucho tiempo para que siguiesen creciendo. Intentaba sacarles todo el partido que podía. Tirando de aquellos eslabones dorados consiguió que sus pezones se endureciesen a la vista de todos.

Estaba claro que la chica tenía conocimientos de ballet, gimnasia rítmica o ambas disciplinas.  Aquellas contorsiones eran imposibles de ejecutar para la gran mayoría de los mortales. Su juventud y agilidad hacían que todo aquello pareciese sencillo, cuando en realidad requería de un gran esfuerzo físico.

Cuando se quedó en tanga se dedicó a trabajarse la barra.  Giraba al ritmo sensual de la música y trepaba por ella como si se tratase de una gata en celo.

María tuvo que reconocerlo. Entre la jodida vecina casi en pelotas y la otra que le estaba trabajándole las tetas estaba muy pero que muy cachonda.

El punto álgido de la actuación consistía en que la stripper  se apartaba el hilo que cubría su sexo y frotaba su clítoris desde el suelo hasta todo lo alto que daban sus delicadas piernas. Si fingió su orgasmo, era una de las mejores actrices del mundo. No contenta con eso lamió la barra desde su base hasta el lugar donde había dejado de frotarse.

En primera fila un baboso no dejaba de sacarle la lengua como si le estuviese lamiendo su vulva. Ni corto ni perezoso acercó la mano con un billete en ella pero uno de aquellos gorilas detuvo al sobón contundentemente. La chica se dio cuenta tanto del detalle como del color del billete, así que se acercó al borde del escenario para que el cliente le colocase el dinero… en su lugar correcto.

María no pudo ver exactamente qué pasó pero instantes después, la lolita mostraba orgullosa su abertura trasera a todo el que quiso verla con un tubito de papel metido en ella.

Con un claro gesto invitó a su mecenas a subir al escenario. Este no se lo pensó dos veces a pesar de que a su lado se encontraba su pareja que incluso le animaba a hacerlo. El chico alzó los brazos en señal de júbilo y trepó junto a la chica. Deseaba tocarla pero la mirada amenazante del segurata se lo impidió. No era cuestión de cagarla entonces, sabía por experiencia que obtendría su recompensa más pronto que tarde.

La joven danzó alrededor suyo. Le agarró de las muñecas invitándole a recorrer su delicado cuerpo. El tío no se cortó un pelo. En seguida sus manos buceaban por debajo del tanguita negro. La joven se dejaba sobar. Incluso abría ligeramente las piernas para facilitarle la tarea al muchacho. Ni que decir tiene que aquello excitó mas si cabe a la tropa que los observaba.

Pero aquello no había hecho más que comenzar. El chico, encantado, observó con deleite como la Ninfa Negra se arrodillaba frente a él y comenzaba a hurgarle en la entrepierna hasta que liberó su falo de aquel ceñido pantalón. La chica miraba a sus fans de reojo al tiempo que introducía en su boca aquel húmedo mástil.

María sabía reconocer la excelencia de una buena mamada, y precisamente aquello era lo que transcurrió frente a sus ojos en los minutos siguientes. No fue exactamente una felación. Más bien fue una follada de boca. Ella tenía las manos unidas por su espalda y era él quien ajustaba el ritmo de las embestidas a su gusto. Unas veces se movía frenéticamente. Otras en cambio la penetración era lenta y profunda. No importaba. Era la especialidad de la casa. Mamar pollas.

El chico no aguantó mucho. Su primera descarga se desparramó en el interior de aquella boquita afrutada. La segunda se estampó por la cara de la lolita que, ni corta ni perezosa, se incorporó de nuevo para mostrar al público su rostro embadurnado. Sonreía al tiempo que el esperma caía sobre su pequeño busto.

Tres afortunados clientes del local repitieron la experiencia ante el delirio de la masa. El estado de la chica era deplorable. Estaba cubierta de semen y parecía disfrutar con ello. Pero aun no había tenido suficiente. Extendió su brazo y su dedo comenzó a señalar a la muchedumbre. En un momento dado, aquel pequeño índice se paró en la dirección en la que se encontraba una sorprendida María. La gente se giró hacia ella bastante contrariada al no ser ellos los elegidos para el siguiente juego.

María negó con la cabeza pero era inútil. En volandas fue empujada hasta el escenario y ayudada a subir a él con la correspondiente palmada en el trasero.

Estaba muy nerviosa. Se manejaba como nadie en el cuerpo a cuerpo, incluso era la dueña y señora de la situación cuando el grupo era pequeño pero aquello… jamás había hecho nada parecido. Se quedó paralizada, las luces, el gentío y la música hicieron de aquel momento algo mágico. Por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. Miedo a no estar a la altura, miedo a hacer el ridículo, lo que vulgarmente se denomina miedo escénico.

-       ¡Cuando sigas a alguien asegúrate de que no te vea, vecinita! - le susurró la Ninfa Negra al tiempo que le subía la sudadera, dejando a la vista del gentío las bonitas tetas de María.

María estaba como hipnotizada. Se convirtió en el juguete de la otra chica. Sin apenas darse cuenta se vio completamente desnuda y tumbada boca arriba con las piernas abiertas, a escasos centímetros de aquellos salidos. La Ninfa no perdió el tiempo, se colocó a horcajadas sobre la cabeza de María, estaba claro lo que deseaba. La lengua de María comenzó a saborear aquel jugoso coñito. Hacía tiempo que deseaba hacerlo, aquella chiquilla le volvía loca.  La amazona cabalgaba frenética en busca del roce de la lengua con su sexo. María intentó meterle un dedo por el culo pero aquello pareció no gustarle a la Ninfa que le apartó la mano de un golpe.  En lugar de eso obligó a María a ponerse a cuatro patas blandiendo amenazante el consolador negro y flexible. El público aulló más todavía.  La chiquilla dejaba ver la parte del aparato que pretendía introducir en el cuerpo de María. La gente le gritaba para que fuese lo más posible. Se hizo de rogar pero al final acuchilló las entrañas de María con aquel falo sintético. Sin piedad, metía y sacaba el aparato todo lo rápido que podía. Afortunadamente María estaba más que acostumbrada a trances peores así que si emitió algún sonido fue debido al inmenso placer que estaba sintiendo.  

No parecía estar muy satisfecha la Ninfa. Hubiese preferido que su nuevo juguete hubiese suplicado clemencia y, en lugar de eso, pretendía con sus movimientos que la penetración fuese más y más profunda.

Una sonrisa maliciosa apareció en la stripper. La flexibilidad y longitud del consolador permitían múltiples posibilidades. Aquella entrometida iba a tener su merecido.  Sin sacar un extremo de las profundidades de su víctima, apuntó con el otro a la entrada trasera de la intrusa. Cuál sería su sorpresa al comprobar como María encajaba el golpe sin apenas dificultad. Si duda la sodomización con la que pagó su entrada había facilitado el camino.

La Ninfa se alarmó bastante. Aquella otra zorra le estaba quitando protagonismo. La estrella del espectáculo debía ser ella y no aquella jodida espontánea. Así que arrancó de la entrada trasera de María la verga de ébano y la lamió con deleite, ante el fervor de la masa. Ni corta ni perezosa, se colocó en la misma dirección y postura que María pero en sentido contrario. Culo contra culo, vaya. 

A María le costó un poco entender lo que su partenaire pretendía. Sin duda los nervios no le dejaban pensar con claridad.  Al principio les costó coordinarse pero una vez compenetradas, el espectáculo se tornó apoteósico. Ambas jóvenes se movían a la par. El consolador penetraba sus vaginas cada vez más profundamente. A pesar de todos sus esfuerzos, lo cierto es que aquella serpiente era demasiado larga. No pudieron abarcarla toda. Pese a eso cuando las dos cayeron sobre el escenario al alcanzar el orgasmo la gente prorrumpió en aplausos, vítores y aullidos.  María estaba sudorosa y feliz, muy feliz. Había degustado el placer de exhibirse en público. Lo había pasado de vicio. Se juró a sí misma que tendría que repetirlo. Más pronto que tarde.

La ninfa se guardaba un as en la manga.  Era una competidora nata así que quería ganar a toda costa, ser ella la estrella, que la gente la recordase a ella y no a aquella otra puta viciosa. Se levantó no sin dificultad y observó a su oponente que  tumbada de bruces contra el suelo, trataba de recuperar el aliento.  A traición, como las serpientes separó las piernas de una María que apenas podía moverse y sin piedad ninguna le metió el tacón de uno de sus zapatos por el ano.  Aquello sí que le dolió. El grito de María fue tremendo.  El astifino ariete no parecía gran cosa después de todo lo que por su puerta trasera había pasado pero sus aristas casi cortantes desgarraron el esfínter de una María que no se esperaba semejante castigo.

La cosa se descontroló de tal forma que el equipo de seguridad no pudo contener a la jauría humana que se le vino encima. Querían follarse a la Ninfa y hacerlo ya.  A la jovencita le cambió el semblante. Ya no era la devoradora de hombres que campaba a sus anchas por el escenario, sino una joven asustada que temía por la integridad de su culo. Notó como alguien la empujaba contra el suelo y se colocaba amenazante sobre su cuerpo. Intentó en vano pedir ayuda. Sus ojos tropezaron con los de María que la miraba serenamente a pesar de que un desgraciado ya había comenzado a sodomizarla.

La Ninfa Negra tuvo suerte. Otro tipo no estaba muy conforme con esperar turno y se enzarzó con su agresor en una brutal pelea. Sin duda eso le salvó de ser ensartada como una aceituna.

De la nada surgieron una docena de armarios roperos con patas que, repartiendo ostias a todo el que tenían a su alcance rescataron de la muchedumbre a las dos muchachas, llevándoselas a través de las bambalinas hacia una especie de camerino.

Cinco minutos después, con todo el mundo más calmado se procedió al desalojo del local.

-       ¡Me tienes hasta los cojones, nena! - el jefe de aquellos matones estaba como una moto - ¿te lo dije o no te lo dije?

-       S… si. - sollozaba la Ninfa con las manos en la cara.

-       Te advertí que cualquier día pasaría esto. Y aquí lo tienes… el local destrozado y todo por… por una putita viciosa que no sabe cuál es el límite.

-       Lo … lo siento.

-       ¿Qué lo sientes? ¡Y más que lo vas a sentir! Me dan ganas de partirte la cara… o aún mejor… de dejarte con esos… esos…¡Joder!

-       No… no pensé…

-        ¿Pensar? Tú no vienes a pensar. Que se te meta en esa jodida cabecita que sólo tienes que bailar. Ba - i - lar. ¡Y punto!

María permanecía callada. Estaba desnuda sentada en una silla, pero parecía como si no estuviese allí. El tío fumaba a la vez que caminaba despotricando contra la otra joven.

-       Pero no. Eso no es suficiente para la Ninfa Negra, no. Tenías que ser la mejor… la número uno… la que todos desean… ¡pues toma! Han  estado a punto de violarte o peor aún, matarte. Y no veas a esa pobre chica - dijo señalando por primera vez a María - ¿en qué cojones estabas pensando? ¡Clavarle el tacón por el culo! Tendremos suerte si… ¿cómo te llamas, reina?

-       María.

-       Gracias, chata. Digo que tendremos suerte si María no nos demanda y nos manda a todos a la puta calle.

-       Por mí no se preocupe… - intercedió María intentando minimizar la reprimenda a la llorosa lolita.

-       Lo sé cielo. Se ve que eres una buena chica y no vas a montarnos un pollo. Pero eso no importa… lo que importa es que no vuelva a pasar y ,por la gloria de mi madre ,que ni de coña voy a consentir otro numerito como el de hoy.

Respiró hondo antes de proseguir.

-        ¡A la puta calle! ¿Me oyes? ¡No quiero volver a verte por aquí! ¡Estás enferma, aún más que estos gilipollas que vienen a este antro!  ¡Háztelo mirar pero a mí no me joderás más! Así que, Ninfa, lárgate de aquí y no vuelvas….

El hombre detuvo su discurso. Alguien parecía hablarle a través del auricular que llevaba en una oreja. Meneó la cabeza y se llevó a la boca un pequeño micrófono que pendía de su muñeca.

-        Entiendo… señor, pero… yo sólo intentaba… de acuerdo señor. Sin problemas… clarísimo.

Miró furioso a la chica.

-       Hoy es tu día de suerte, putita. Si por mí fuera… no sé que te haría.

Y abandonó el camerino dando un tremendo portazo.

-       Prrrrrrrrrrrrrr - una sonora pedorreta salió de los labios sonrientes de la Ninfa - Bla, bla, bla… y luego… a bajarse los pantalones, como todos. Soy la mejor y el dueño lo sabe

María tuvo que reconocerlo. Aquella chavala le daba miedo. A su lado ella parecía una monja.

-       Será mejor que nos tomemos una buena ducha ¿vienes?

-        Claro, pero tengo un pequeño problema.

-        ¿Qué pasa?

-        No creo que pueda recuperar mi ropa.

-       Por eso no te preocupes, aquí tenemos de todo… hasta ropa “normal”.

-       Gracias al cielo.

Sentadas en una cafetería, las dos jóvenes hablaban animadamente. María se retorcía sobre el asiento.

-        Lo siento, Me pasé con lo del tacón…

-       -No importa. Reconozco que me dolió bastante, más que nada porque estaba desprevenida.

-        No sé cómo puedes aguantarlo…

-       ¿A qué te refieres?

-       A que te den por el culo. Lo he probado todo pero no hay manera… sólo con pensarlo me pongo enferma.

-       Pues no lo hagas.

-       ¡Pero es que quiero hacerlo, de verdad! Fíjate en ti, disfrutaste como una perra cuando te ensarté el consolador…

-       Cierto, pero no creas que por eso me duele menos.

-       No comprendo.

-       Mira… - a punto estuvo de llamarla por su verdadero nombre.

-       Ninfa… llámame Ninfa.

-       Vale. El trasero está diseñado para que salgan cosas de él y no al revés. Doler, duele. El tema es que, para algunas personas como yo, la distancia entre placer y dolor es casi inexistente.

-       O sea que el dolor te da placer.

-       Mas o menos.  Pero si no te gusta, pues no te gusta. Y punto.

-        Pues yo creo que no me lo han sabido hacer…

-       ¿Lo has probado con alguna chica?

-       Pues, por detrás… no. La verdad.

-       Podríamos vernos en ese hostalito que frecuentas…

-       ¡No! ¡Ahí no! Nos vería mi madre…- la chica se dio cuenta inmediatamente de que había metido la pata - ¡Mierda!

-       ¡Vaya, vaya! Así que una de aquellas pilinguis era la remilgada vecina del piso de abajo… Te juro que no la había reconocido

-       Por favor, guárdanos el secreto…

-       Sin problemas.

María no lo preguntó pero la otra se sinceró.

-        Mi padre lleva más de dos años en el paro. Él no lo sabe pero hace unos meses echaron a mi madre también de su trabajo. Necesitamos el dinero y pensamos las dos que….

-       Que esta es una forma de ganar dinero fácil ¿no?

-       Pues si… - rió la chavala - mi madre lo intenta, pero lo cierto es que la pobre no se come una rosca. Soy yo la que hace casi todo el trabajo…

-       Los hombres con pasta siempre quieren carne fresca. Y es difícil encontrar alguna más fresca que la tuya. Pero escúchame, haciendo la calle te morirás de hambre o aún peor, te meterás en algún lío gordo. Ves a esta dirección y di que vas de mi parte. Allí te harás de oro, te lo digo yo.

-       Gracias. Siento dejarte, es muy tarde. Ya nos veremos.

-       Tu culo y yo tenemos una cita.

-       Está deseando que llegue el momento.

Se despidieron con dos besos en la mejilla, como buenas amigas.

A media tarde la joven abrió la puerta de su casa.  Mientras recorría el pasillo iba desabrochándose la camisa.

-        ¡Papi, he sido mala! ¡Vas a tener que castigarme!